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Arte y Filosofía en el aula. Lectura de “Adán en el paraíso”, de Ortega y Gasset –
Esperanza Mª Domínguez Sabido – ISSN: 1989-9041, Autodidacta ©
ARTE Y FILOSOFÍA EN EL AULA. LECTURA DE “ADÁN
EN EL PARAÍSO ”, DE ORTEGA Y GASSET
Esperanza Mª Domínguez Sabido
Licenciada en Filosofía y
Acreditación de Suficiencia Investigadora
INTRODUCCIÓN
En época de complejo mestizaje entre nacionalismos y universalismos,
casticismos y cultura cosmopolita, entre particularismos y globalización, cobra singular
relevancia la recurrencia y mirada retrospectiva a la obra de nuestros clásicos; así el
caso del eminente pensador español José Ortega y Gasset, de cuya vasta inquietud
intelectual da ejemplo un breve e interesante trabajo sobre Estética publicado en 1910,
y del que precisamente ahora se cumple su Centenario; se trata de una curiosa
reflexión filosófica en torno al Arte motivada en la Pintura, y que da origen al singular
artículo titulado Adán en el Paraíso.
En efecto, el artículo ve la luz en 1910, durante el reinado de Alfonso XIII (1902
a 1931). Hijo y heredero de Alfonso XII, ambos monarcas protagonizan el periodo
histórico español denominado de la Restauración (1875-1931); época caracterizada
por una creciente decadencia social y política, derivada del espíritu caído de la ya, en
torno a 1890, caduca España colonial, y a la que ofrece vigorosa resistencia el brillante
movimiento regeneracionista, aglutinado en torno a las luminosas Generaciones de
intelectuales de 1898 y 1914.
En este contexto, la aparición, de la mano de Ortega, de Adán en el Paraíso
persigue establecer vínculos con la cultura europea de la época, laminada, no
obstante, por los prolegómenos de la primera Gran Guerra (1914-1918); y ello en aras
de evitar el aislamiento de España, también en materia intelectual (a la postre,
declarada neutralidad española en la referida contienda).
Su autor, figura capital del pensamiento español del siglo XX y escritor prolífico,
pertenece junto con Azaña, Américo Castro, Marañón, Madariaga y D’Ors al
movimiento intelectual de principios de siglo denominado Novecentismo, y encarnado
en la referida Generación de 1914. Heredero del espíritu reformista de la anterior
Generación del 98, representada en las figuras de Unamuno, Ganivet o Maeztu, en él
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destaca su afán de europeísmo, así como su crítica del peso nocivo del casticismo en
la cultura española, motivos que constituyen una constante expresada en sus obras.1
Sin duda, la pervivencia a lo largo y extenso de un siglo de pensamiento de la
temática y preocupación intelectual que Ortega ya trasluce en Adán en el Paraíso
constituye muestra del privilegio intelectual y singular lucidez de sus creaciones. En su
lectura nos detenemos.
1-. CASTICISMO Y EUROPEIDAD
En 1910, en una España social y políticamente apesadumbrada por la reciente
pérdida de los últimos bastiones de su ingente imperio colonial,2 José Ortega y Gasset
rompe el sombrío y encorsetado escenario filosófico español con la publicación de
Adán en el Paraíso, un complejo e interesante artículo en el que con indiscutible
brillantez de estilo se recogen ya importantes y novedosas ideas sobre el Arte, materia
escasamente atendida entre las inquietudes intelectuales de la España de la
Restauración.
En él, Ortega ofrece reflexiones de cuantioso peso intelectual sobre el tema de
la Pintura, y que esbozan lúcidas y precisas en la pluma de su autor todo el horizonte
cultural europeo que les subyace a modo de gigantesca trastienda; todo el bagaje
filosófico de la Europa de principios de siglo del que Ortega se ha imbuido en su
formación alemana (Kant, a través del magisterio de Herman Cohen; Heidegger y
Dilthey), y que contribuirán de su mano a teñir de europeísmo y modernidad los
elementos esencialmente castizos de la cultura española de la época.
El motivo que da origen a las reflexiones de este singular artículo viene
determinado por la atención a los cuadros de su contemporáneo Ignacio Zuloaga3. En
sus obras pictóricas Ortega admira un inusual y refinado gusto por lo castizo, que en su
opinión eleva el mero compromiso social de su Generación a la categoría de
genialidad, en una transmutación que supera claramente el puro costumbrismo y
realismo españoles.
1
José Ortega y Gasset (1883-1955), pensador de sólida formación intelectual alemana y
declarada vocación europeísta, constituye uno los pensadores clásicos de la España
contemporánea. Entre sus trabajos más célebres se encuentran la fundación de la Revista de
Occidente (1923), Meditaciones del Quijote (1914), El Espectador (1916 a 1927), España
invertebrada (1921), La deshumanización del arte (1925) o La rebelión de las masas (1930).
Adán en el Paraíso (1910) le abre a la preocupación por la estética, disciplina hasta la fecha
escasamente trabajada en nuestro país.
2
La pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, datada en 1898, y coincidente con la guerra
hispano-estadounidense, coronan la progresiva disolución del vasto imperio colonial español,
iniciada a principios del mismo siglo, e instigada por las guerras napoleónicas (1808). El
imperio, forjado entre 1580 a 1640, y que comprende los reinados de Felipe II a Felipe IV, se
había nutrido fundamentalmente del fenómeno de colonización de América, así como de las
guerras de religión y expansión del catolicismo desarrolladas por la metrópoli.
3
Formado artísticamente en París y solidario con el compromiso social que caracterizara la
denominada Generación del 98, coetáneo de Ortega, el artista vasco Ignacio Zuloaga (18701945), acusa influencias pictóricas de las tradiciones realista e impresionista francesas. En sus
lienzos recrea la España socialmente decadente que le envuelve en un realismo pictórico duro y
descarnado, alejado del costumbrismo amable. Pintor que gusta en ahondar en las lacras
españolas a la manera de los grandes maestros (Velázquez y Goya), en sus paisajes y retratos
destaca un singular sentido de la austeridad figurativa, lo que conjuga habilidosamente con la
búsqueda de peculiaridades expresivas.
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De su hondo pincel, caracterizado de costumbrista y amargo; de su singular
sentido del casticismo, Ortega hace un motivo no ya patriótico, sino universal, de
entendimiento y comunidad; esto es, la sensibilidad pictórica española encarnada bajo
su propia tutela en objeto mismo de la reflexión filosófica. Asunto realmente novedoso
en el panorama filosófico español, y ante el que el mismo Ortega modestamente se
confiesa poco versado y extraño “cual ladrón sorprendido robando frutas en huerto
ajeno”, el mismo pecado que cometiera el Adán del paraíso bíblico4.
Toda vez que al amanecer del nuevo siglo la España de Zuloaga no constituye
un país de relevancia intelectual (con la excepción del referido movimiento
noventayochista, orientado mayormente a la preocupación social y política), Ortega
busca en los peculiares motivos estéticos españoles, singularmente encarnados en las
obras pictóricas de su coetáneo, la propia justificación de la cultura española, a la que
pretende vincular con las corrientes europeas de pensamiento.
Este es el objetivo esencial de Adán en el paraíso, trabajo en el que Ortega
utiliza el mito bíblico de Adán para presentar la vertiente trágica (a-sistémica y acientífica) de la cultura española como trasunto simbólico de la existencia misma, de la
esencial tragedia en que la vida consiste. Además de reivindicar al hombre como sujeto
de vivencias y existencia, en línea con las corrientes idealista y vitalista del
pensamiento de las que él plenamente participa, y que constituyen los pilares
filosóficos de la cultura europea del siglo XX.
En realidad, se trata de un curioso y bien intencionado intento por parte de
Ortega de vincular la decadente España de 1910 a la creciente modernidad europea,
tomando de aquella sus elementos culturales más distintivos, y que nuestro pensador
entiende vinculados al genio artístico y la creatividad.
De esta manera, así como los intelectuales vinculados a la Generación del 98
se afanaban en articular un patriotismo regeneracionista que revitalizara el derrotado
espíritu nacional, Ortega intenta hacer de la ensombrecida y aislada cultura española
motivo de reflexión filosófica. De ahí, y de su confesada admiración por las obras de
Zuloaga, su interés por llevar a cabo una reflexión acerca de la Pintura.
2-. SUPERACIÓN DEL REALISMO Y DEL ROMANTICISMO
En efecto, en los cuadros de su coetáneo, Ortega descubre una particular visión
de la realidad, refinada y trascendente al Realismo, que sin dejar de ser acorde con él,
sería algo así como una superación de la “visión primitiva de las cosas”.
Una especie de dualidad de planos pictóricos en la que el artista involucra una
novedosa perspectiva sobre las iniciales pinceladas que transcriben o copian los
objetos o cosas del mundo. Es decir, la aparición en un plano de fondo, superpuesto al
primario, del alma del artista como el auténtico elemento muñidor del cuadro; aquel que
da sentido y significación a la disparidad de colores, figuras y sensaciones que
componen la materialidad del lienzo. Un universo de genialidad, de transfiguración de
las simples cosas en valores; un entorno figurativo y creativo único e irrepetible,
producto de la singular sensibilidad de quien lo crea, que vierte en él los contenidos y
4
La recurrencia al mito del Paraíso, con el que se inicia el artículo, había constituido la piedra
angular del romanticismo estético. Por contra, el Adán que Ortega presenta simboliza al hombre
que desafía la naturaleza y que en un acto de soberbia se apropia de ella (robándola).
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expresiones propios de su genial humanidad, inexpresables bajo las categorías de la
razón dogmática y científica.
“… Primero nos hallamos con un plano de pinceladas en que se transcriben las
cosas del mundo exterior; este plano del cuadro no es una creación, es una copia. Tras
él vislumbramos como una vida estrictamente interior al cuadro: sobre esas pinceladas
flota como un mundo de unidades ideales que se apoya en ellas y en ellas se infunde:
esta energía interna del cuadro no está tomada de cosa alguna, nace en el cuadro,
sólo en él vive, es el cuadro”.5
Esta especie de necesidad humana, genérica y reservada, visceral y atávica, de
expresar los aspectos más íntimos de su humanidad y que el artista ejemplifica,
demuestra según Ortega que los juicios estéticos (a diferencia de los puramente
filosóficos o científicos) no pueden ser amoldados a contenidos formales o categorías,
ya que lo que el artista logra expresar en sus creaciones constituye un universo de
sensaciones y emociones singulares e irrepetibles, de estados latentes del alma que
no pueden ser aprisionados en interpretaciones lógicas ni siquiera naturalistas; es
decir, el Arte re-crea (en y para el hombre, para sí mismo) el mundo y la naturaleza; no
consistiendo jamás en una mera copia de éstos.
“No hay manera de aprisionar en un concepto la emoción de lo bello que se
escapa por las junturas, fluye, se libera como los espíritus inferiores a quienes el
cultivador de la magia negra intentaba en vano dar caza para encerrarlos tras de las
panzas de las redomas … Cada arte, pues, responde a un aspecto radical de lo más
íntimo e irreductible que encierra en sí el hombre …” 6
En este contexto interpretativo, Adán simboliza al individuo hombre, al género
humano perdido en el paraíso que para él constituye la naturaleza, y en el que su sola
conciencia, al objeto de su propia supervivencia, debe forjar un espacio propio de
humanidad y singularidad, a medida que eleva sus pies y libera su mirada de las
inexorables ataduras a la tierra; inmensa tarea ésta, siempre inconclusa, siempre
perfectible y abierta, donde el hombre percibe claramente la tragedia de su impotencia,
al no conseguir domeñar a su antojo los propios elementos vitales que determinan su
existencia.
El hecho existencial de la ubicación del hombre en el mundo, así como el
amplio e insoslayable panorama de su impotencia como sujeto de limitaciones, no
pueden ser apresados en las categorías formales de la pura filosofía o la ciencia; esto
es; el hombre no consigue dirimir sus cuestiones existenciales por medio de las
diversas formulaciones dogmáticas y científicas. Necesariamente, debe existir otro
modelo de conciencia (conocimiento) y expresión, un nuevo molde en que verter los
contenidos puramente vitales y humanos, y donde su esencial diferencia respecto del
resto de criaturas se haga palpable y manifiesta; sin embargo, para Ortega, ésta no se
identifica con la denominada conciencia ética, que imprime al hombre nuevas ataduras,
esta vez de orden moral.
5
Adán en el Paraíso. Obras Completas, Tomo I, 474. Madrid: Revista de Occidente
6
Ibídem, 477-478. Por lo demás, las resonancias kantianas del autor son evidentes, en este
caso a la figura del genio referida en la Crítica del Juicio, obra de 1790. Ésta constituye la
expresión del canon estético idealista, de fuerte influencia en los círculos estéticos europeos
hasta prácticamente nuestros días.
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“De la tragedia de la ciencia nace el arte. Cuando los métodos científicos nos
abandonan, comienzan los métodos artísticos. Y si llamamos al científico método de
abstracción y generalización, llamaremos al del arte método de individualización y
concreción. No se diga, pues, que el arte copia a la naturaleza …Las piedras del
Guadarrama no adquieren su peculiaridad, su nombre y ser propio en la mineralogía,
donde sólo aparecen formando con otras piedras idénticas una clase, sino en los
cuadros de Velázquez”.7
En efecto, es la conciencia estética el lugar en que el hombre encuentra la
alentadora ocasión de dar expresión a sus más íntimas emociones humanas, sin
ataduras ni constricciones; en ella radica la expresión de su singularidad respecto del
mundo de la naturaleza, a la par que la toma de conciencia acerca de sus limitaciones
existenciales y su consiguiente desgarro vital. La conciencia de Adán, símbolo de la
conciencia estética, constituye, pues, la esencial afirmación del espíritu humano que
decide liberar ataduras respecto de lo inevitable, de modo que re-crea y re-inventa el
mundo que le es dado como le place; dicha conciencia constituye la rotunda liberación
del hombre sobre la materia que encadena sus pies a la cotidianidad de la naturalezaexistencia, paisaje inicial, obligado y común al conjunto de las criaturas.
A este respecto, el profesor D. Romero de Solís (1984) reflexiona acerca de
cómo el sentimiento estético supone el desafío a la conciencia primitiva, en un intento
deliberado de re-crear la existencia; y, en este sentido, refiere: “El paisaje es cultura…
Implica un acto de afirmación intelectual, un acto civilizador, un resultado estético fruto
de millones de años. El acto estético poematiza, representa el triunfo del espíritu sobre
el pánico ancestral del animal que fuimos, que somos. De aquí que el paisaje sea
perspectiva – sustancia última del mundo, como diría Ortega… ”. 8
De esta manera, la conciencia estética constituye la fuente que da origen a la
plasmación o representación por medio de los productos estéticos de un Ideal de
mundo, naturaleza y/o existencia que el hombre, de forma libérrima, se encarga de recrear, y que suponen la máxima expresión de su humanidad y connatural rebeldía
frente al universo de lo dado.
No es el Arte, por tanto, la manifestación del goce de la naturaleza o del
desgarro vital ante la existencia, sino una transfiguración de éstos; y la obra de arte, un
producto de la conciencia libre sobre el suelo que pisa o el paisaje que admira; una
mirada inusual que re-crea lo que contempla, siente o vive, y que parece sobrevolar la
inmediatez de las cosas, incluidos, qué duda cabe, sus aspectos prácticos y
elementales.
En la obra de arte, el artista no se involucra en las razones del mundo y de la
existencia, si no es para re-crearlas y expresarlas de forma propia y genuina,
auténticamente distinguida, sui generis.
“Comúnmente se entiende por realismo - de res- la copia o ficción de una cosa;
la realidad, pues, corresponde a lo copiado; la ilusión, lo fingido, a la obra de arte”. 9
7
Adán el en Paraíso, 483-484. Por otra parte, Ortega evoca aquí la crítica del Realismo y del
Romanticismo estéticos. El arte ni copia (Realismo) ni propugna la simbiosis del hombre con la
naturaleza, fuente de sus energías instintivas e irracionales (Romanticismo); antes bien, la obra
artística transmuta lo dado en la intención de re-crearlo y darle una entidad nueva, alejada de
toda referencia modélica y orientada a la singularidad.
8
Una ciencia de la melancolía (1984). Revista de Occidente, 38/39, 94.
9
Adán en el Paraíso, 485.
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3-. BÚSQUEDA DEL ARTE PURO
Incluso en la reivindicación de España, Ortega se aleja deliberadamente del
patriotismo convencional; el Arte no debe plasmar la visión directa, inmediata, de las
tierras de España, sino recoger el latido del alma castellana.
Así lo reseña igualmente el profesor Romero de Solís (1984) cuando señala:
“En Castilla –escribe Ortega- encontramos el paisaje incendiado que no existe en
Europa; aquí los campos rojos áureos ponen los pulsos al galope. Más aún: la plenitud
a que llega cada color, convierte los objetos todos –tierras, edificios, figuras-, en puros
aspectos vibratorios, exentos de pesadumbre y corporeidad. Es un mundo para la
pupila, un mundo aéreo e irreal que, como las ciudades creadas por las nubes
crepusculares, parece en cada instante expuesto a desaparecer, borrarse en la nada.
Castilla sentida como irrealidad virtual es una de las cosas más bellas del universo”.10
En este sentido, no es la conciencia estética el lugar del compromiso social o
político, lo que distancia obligadamente a Ortega del interés noventayochista y
compromiso generacional singularmente implícito en los cuadros de Zuloaga. Muy por
el contrario, a su juicio, las creaciones estéticas constituyen el espacio del “libre juego
de la imaginación”, en una nueva evocación de la Crítica del Juicio.
El Arte, en tanto que se deriva de una conciencia emocional universal, esto es,
de la que participan todos los individuos de la especie, y en la que cada uno de ellos,
en cambio, se expresa de forma singular, auténtica y soberana, implica
necesariamente la anulación de las miradas interesadas y partidistas.
“El pintor excelso ha puesto siempre en su cuadro no sólo las cosas que quiso o
le convino copiar, sino un mundo inagotable de alimentos para que esas cosas
pudieran perdurar en la vida eterna, en perpetuo cambio de sustancias …”. 11
La creación estética supone, pues, la búsqueda del Arte puro, desprendido de
compromisos e intereses devenidos a la mera humanidad de quien la ejerce; la
pretensión deliberada de hallar una imaginaria ventana colgada al infinito desde la que
mirar la totalidad de perspectivas en que las cosas consisten, y en la que prender en
una especie de vértigo irresoluble la rígida mirada primitiva sobre las cosas.
Precisamente, dar vida a lo imaginario, esa es la tarea del creador, del artista. Y
¿Qué fue el pecado de Adán sino un acto de soberbia, de rebelión ante la situación
existencial dada?.
El Arte es la radical ficción que libera al hombre del drama de la existencia. Por
eso su objeto no es otro que el propio hombre, en cualquier escenario de su existir.
Esa misma dimensión radical, que le es connatural, otorga a la conciencia estética la
liberación de premuras, de concesiones a particularismos y sectarismos, de
positivismos y dogmas.12
10
Una ciencia de la melancolía (1984). Revista de Occidente, 38/39, 93.
11
Adán en el Paraíso, 492.
12
En su definición del Arte, Ortega evoca la proclama ilustrada y europea de confianza en la
razón como facultad universal de la especie humana; universalidad que, en intención del autor,
se despoja tanto del gusto por el casticismo, propio de la precedente Generación del 98, como
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El Arte puro, el Arte por el Arte, no busca contenidos sociales o políticos a sus
creaciones; consiste más bien en la sublimación de lo cotidiano, en la superación de la
mirada primitiva sobre las cosas, que también Zuloaga persigue; y prioritariamente,
consiste en la búsqueda de los contenidos esenciales de humanidad, en los que el
artista o sujeto que los re-crea de forma singular y libérrima, coincide, no obstante,
íntimamente con sus semejantes. Un deliberado ritual de afirmación individual y
personal, que no desdeña, sino que persigue, el contacto y la comunicación con los
semejantes.
Este afán de afirmación comunicativa y solidaria propio del Arte es analizado
por el pensador austriaco E. Fischer (1973) cuando escribe: “… Si la naturaleza
consistiese únicamente en ser un individuo, este deseo resultaría incomprensible y
absurdo, pues ya sería un todo como individuo, es decir, sería todo lo que fuese capaz
de ser. El deseo del hombre de expansionarse, de complementar su ser, indica que es
algo más que un individuo… Lo que el hombre aprende como potencial suyo abarca
todo cuanto la humanidad en general es capaz de hacer. El arte es el medio
indispensable para esta fusión del individuo con el todo. Refleja su infinita capacidad
de asociarse a los demás, de compartir las experiencias y las ideas”.13
Dicha vertiente comprensiva, magnánima del arte, queda perfectamente
identificada por Ortega.
“El tema ideal de la pintura es, en consecuencia, el hombre en la naturaleza. No
este hombre histórico, no aquel otro: el hombre, el problema del hombre como
habitante del planeta. Reducir este problema a un tipo nacional, por ejemplo, es
rebajarlo a las proporciones de una anécdota. ¿Será, pues, una extravagancia decir
que el tema genérico, radical, prototípico de la pintura, es aquel que propone el
Génesis en sus comienzos? Adán en el Paraíso. ¿Quién es Adán? Cualquiera y nadie
particularmente: la vida. ¿Dónde está el Paraíso? ¿El paisaje del Norte o del
Mediodía? No importa: es el escenario ubicuo para la tragedia inmensa del vivir…”.14
De esta manera, el Arte se constituye en sublimación del escaparate de la
propia existencia; nunca espejo de denuncias o utopías concretas, de proclamas o
soflamas partidarias. Antes bien, por el contrario, el Arte conforma un espacio universal
(ecuménico) de comunión entre los hombres, y en el que las formulaciones triviales,
particulares o sectarias no tienen cabida. De aquí que para Ortega no exista el Arte
como instrumento, sino como soberana finalidad creativa en sí misma.
En virtud de ello, la creación estética no tiene más sentido que la de ser hecha,
la de existir. La conciencia estética, por tanto, carece de todo sentido práctico, de toda
utilidad; es siempre conciencia lúdica, que no frívola, constituyendo el inmediato
producto de una manifestación humana esencial liberada de toda servidumbre o
cautividad; la propia del género humano consciente de serlo, y que se resuelve
decidida contra su inexorable esclavitud a lo dado.
del interés naturalista y también nacionalista (patriótico, se diría) inherente a las corrientes
estéticas románticas.
13
La necesidad del arte (1973). Península, 5-7.
14
Adán en el Paraíso, 492-493. Por otra parte, Ortega evoca aquí la crítica del romanticismo
estético en su vertiente historicista y patriótica; lo que en la España de principios de siglo podría
identificarse con un malsano sentido del casticismo.
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CONCLUSIÓN
La superación del Realismo y del Romanticismo estéticos pretendida por Ortega
supone, también en este caso, la apertura a un espacio de libertad y creatividad que el
artista simboliza incluso mejor que el puro pensador reflexivo.
Sirviéndose, en buena medida, de la obra pictórica de Zuloaga, y haciendo del
compromiso patriótico de éste un motivo de universalidad, Ortega posibilita la Estética
como disciplina objeto de la reflexión filosófica. A ello se orienta Adán en el Paraíso, a
la postre, trabajo crucial para la conformación de una cultura filosófica española en
sintonía con la modernidad europea.
De modo que ya desde Ortega, España aporta a la cultura continental la
reflexión sobre una singular forma de entender la creatividad y genialidad de su espíritu
e idiosincrasia, capaces de trascender el puro realismo o la fantasía romántica
encarnada históricamente en algunos de sus más geniales creadores.15 Motivos todos
ellos que hablan en favor de su variada producción artística y mayor fecundidad
cultural; germen idóneo, como anticipara Ortega, para el cultivo de una Estética
española de vocación europea.
Dichas inquietudes y logros del pasado siglo, expresadas y vehiculadas por
eminentes pensadores españoles, como es el caso, indican que nuestro país se ha
nutrido y nutre de creaciones culturales que le trascienden, de referencias intelectuales
inequívocamente europeas, y que de la misma manera, debe aportar sus propias
producciones singulares, intelectuales y artísticas, al acervo común de una cultura
supranacional y cosmopolita.
Considerado el circuito de retroalimentación que parecen seguir las diversas
culturas, resulta ineludible que la construcción del denominado espacio social
europeo16 en que insisten los políticos contemporáneos de uno y otro signo (espacio
común de tolerancia y sociabilidad), trabaje enérgica y positivamente en el
afianzamiento de las raíces matriciales comunes de los pueblos europeos, de modo
que éstas vengan a constituir los pilares de una nueva cultura del mestizaje,
paradójicamente formada a base de jirones, de piezas aisladas, dispares y dispersas
(particularismos), recreadas, sin embargo, en un receptáculo humano y social
necesariamente compartido (globalización).
Probablemente, sólo los lazos de refuerzo entre la tradición filosófica española y
la europea, que un siglo atrás Ortega, entre otros, ensayara, sirvan para sofocar los
crecientes focos de intolerancia social y cultural derivados de un comportamiento tribal
que no cesa, y que la singular reflexión recogida en Adán en el Paraíso se afana en
sofocar.
15
Entre los realistas españoles destacan A. de Beruete, M. Fortuny, o S. Rusiñol. Artistas
románticos de relevancia están considerados Pérez Villaamil, A. de Brugada y Federico
Madrazo, además de los componentes de la afamada Escuela sevillana, a la que, entre otros,
pertenece la familia Domínguez Bécquer.
16
La firma en marzo de 1957 del Tratado de Roma constituyó el germen de la actual Unión
Europea (UE), inicialmente denominada Comunidad Económica Europea (CEE), a la que
España pertenece desde 1985. En la actualidad, y en base a la reciente y polémica ratificación
del Tratado por el que se establece una Constitución Europea (2005-2006), la UE persigue la
formación de un espacio social europeo, que añada a la unión económica y monetaria, ya
existente, una vertiente social, política y cultural extensible a la totalidad de los pueblos y
Estados miembros.
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Un siglo después de la manifestación entre nuestros mejores compatriotas de
aquel espíritu reformista y europeísta que sucediera a la desmembración de la España
colonial, y que intentara su progresivo afianzamiento en medio del complicado
escenario prebélico europeo de la Gran Guerra, la obra filosófica de Ortega constituye
indiscutido emblema del afán de apertura de la cultura española allende sus fronteras
geográficas, a un tiempo que espejo de su latente problemática social, política y
cultural. Ello es, sin duda, el privilegio de los Grandes.
BIBLIOGRAFÍA
GARCÍA MORENTE, M. (Ed.) (1977): Manuel Kant. Crítica del Juicio. Madrid: EspasaCalpe
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Seix Barral
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