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La filosofía es una expansión de la vida
David Sumiacher D’Angelo
Director CECAPFI
La filosofía, en general, ha adoptado una gran variedad de posiciones a lo largo de la historia. De
alguna forma, incluso podría decirse que prácticamente cada filósofo ha definido a la filosofía, su
labor y quehacer en forma completamente propia con el pasar del tiempo. Esto podría acarrear en
nosotros una suerte de confusión en el momento a que un filósofo se le pregunta: ¿A qué te
dedicas? O: ¿Qué hace la filosofía? En la práctica filosófica también pasa algo similar. Desde la
perspectiva de CECAPFI, no se aborda la práctica filosófica en sus distintas formas (como
consultoría, filosofía para niños, cafés filosóficos, filosofía en organizaciones, etc.) de una sola
manera, como si nosotros fuéramos una “escuela” particular; por el contrario la perspectiva de
nuestro Centro es mucho más parecida a una Universidad. Se enseñan diferentes autores,
metodologías y abordajes de la práctica filosófica, por lo que, entonces, y de la misma manera,
podríamos tener en algún momento alguna confusión respecto a lo que la práctica filosófica también
puede producir.
Por ejemplo, Óscar Brenifier (Francia) trabaja un fuerte centramiento sobre aspectos muy
particulares de argumentación, de lógica y de pensamiento crítico sobre sí mismo y los demás entre
otras cosas; Matthew Lipman (EE.UU.), por otro lado, aborda el desarrollo de una multiplicidad de
habilidades de pensamiento, pero esto a través del énfasis en el interés y en el gusto por buscar e
investigar que se genere en el grupo. Por otro lado, por ejemplo, Narelle Arcidiacono (destacada
filósofa práctica australiana), trabaja práctica filosófica utilizando el cuerpo y la actuación, cosa que
se veía prácticamente ausente tanto en Lipman como en Brenifier. Y la lista no es para nada corta.
Existe una inmensa variedad metodológica sólo en un campo de la práctica filosófica, por ejemplo en
consultoría filosófica podríamos abordar el enfoque de Peter Raabe (Canadá), el de José Barrientos
(España), el de Gerd Achenbach (Alemania), el Lou Marinoff (Canadá), el de Ran Lahav (Israel), el
de Ora Gruengard (Israel), el de Roxana Kreimer (Argentina) o del mismo Brenifier…
De este modo, si observamos las metodologías y los procedimientos, sucede que cada uno de estos
autores llega a resultados, produce efectos, cambios, transformaciones en los otros. La práctica
filosófica tiene que tener esto ya que, de lo contrario, no valdría la pena de ser practicada. He aquí
entonces un primer punto en común que nos permite pensar y entender esto de “qué estamos
haciendo”, pero incluso es posible ir un poco más allá. Si contemplamos los efectos producidos por
una consultoría, por un taller o por una sesión de filosofía para niños no basta meramente con
generar un efecto, este efecto ha de ser potente, fuerte, duradero. Por ejemplo si en un taller de
filosofía para jóvenes se abordara el tema de la justicia o de la injusticia propia de nuestra sociedad,
de nada valdría dicha sesión si la reflexión, diálogo o ideas construidas en ese espacio quedaran
sólo en ese lugar. Lo que busca en general cualquier metodología de prácticas filosóficas es que lo
que se habla o hace en una sesión trascienda, y la idea que dijo mi compañero en dicho encuentro o
aquello que hicimos en conjunto continúe vivo. Si en la sesión con los jóvenes se consideró que “las
sociedades nunca pueden ser justas por completo”, cualquier filósofo práctico esperaría entonces
que las personas que asistieron al encuentro sigan pensando sobre ello, que dicho pensamiento
genere inferencias hacia otros campos o realidades de las vidas de esas personas. Que lo que las
ideas que las personas que estaban allí tendrán después se vean afectadas por este encuentro de
alguna forma y no sigan siendo las mismas. De la misma manera sucede con las acciones
corporales, cada vez hoy más incluidas dentro de las prácticas filosóficas, si en una sesión de
práctica filosófica soy confrontado a partir de una razón experiencial (término que hoy en día utiliza
mucho José Barrientos), entonces mis experiencias posteriores, mis acciones posteriores no deben
quedar incólumes, sino que se enriquecen, se afectan, cambian, se transforman.
Después de entender esto podríamos también preguntarnos: ¿cuánto dura o hasta cuándo se
extiende dicha expansión que provoca la práctica filosófica? Esto no puede saberse de antemano,
pero básicamente dependerá de cuán filosófica –filosófica en verdad– haya resultado la sesión. Si
hemos trabajado correctamente en una sesión de práctica filosófica los efectos no serán pequeños,
¡sino que incluso se multiplicarán! Es posible que una sesión de consultoría o filosofía para
organizaciones afecte por siempre la vida de esa persona o institución. La filosofía, de este modo, se
expande como cadenas de actos y procesos que se viven y que se afectan entre ellos compartiendo
un sentido expansivo también. La filosofía no vive en los libros o en las Universidades,
evidentemente si algún sentido tienen los libros o las instituciones educativas es porque lo filosófico
habita en la existencia de los seres humanos. Pero, por otro lado, y como pensaba también
Nietzsche, la filosofía no es algo pequeño y minúsculo en nuestras vidas; ¡la filosofía es algo grande!
o al menos tiende siempre hacia ello. Si no fuera de este modo no habría manera de distinguir
cuando alguien hace o vive filosóficamente de cuando no lo hace. Sócrates por ejemplo también
pensaba de una forma similar cuando decía que la filosofía se albergaba en los conceptos. Pero lo
filosófico no habita en los conceptos en sí mismos, sino en las experiencias o vivencias que los
conceptos nombran. Por eso aquel griego se acercaba a las personas en situaciones particulares y
preguntaba por ellas. De la cotidianidad surgían sus indagaciones filosóficas evidentemente porque
la filosofía allí estaba la filosofía y a través del diálogo podía ser identificada, esclarecida y
expandida. Sócrates, sobre todo, se caracterizó por realizar un tipo de expansión filosófica muy
particular a través de la problematización y el cuestionamiento a través del lenguaje y esta no es la
única forma, pero sin duda es una forma.
La filosofía, de este modo, puede expandir una multiplicidad de sentidos muy diferentes entre sí.
Podría decirse incluso que hay tantas formas de hacer filosofía como conceptos posibles, ya que la
filosofía consiste en sí en hacer vivir a los conceptos o, mejor aún, en expandir nuestra vitalidad, los
actos y procesos que realizamos y actuamos en el diario vivir bajo un sentido que los fortifique,
unifique y conecte, cosa que al final pueda ser nombrada como “amor”, “justicia”, “paz”, “coherencia”,
etc. Esto evidentemente es mucho más que una mera elucubración racional, pero por momentos la
racionalidad puede ser de mucha utilidad para ello. Los filósofos prácticos, de este modo, trabajan en
las expansiones de las personas de distintas formas, algunos en el aspecto lógico o argumental,
otros en la cualidad perceptiva, otros abordan dimensiones sumamente existenciales de los sujetos
pero siempre expandiendo, haciendo crecer, generando olas de sentido que crecen y se multiplican.
Esta es una forma de entender tanto a la práctica filosófica como a la filosofía en sí misma.