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CONGRESSO TOMISTA INTERNAZIONALE L’UMANESIMO CRISTIANO NEL III MILLENNIO: PROSPETTIVA DI TOMMASO D’AQUINO ROMA, 21-25 settembre 2003 Pontificia Accademia di San Tommaso – Società Internazionale Tommaso d’Aquino La idea de “felicitas”en la filosofía política de Santo Tomás Prof. Antonio Osuna Fernández-Largo Universidad de Valladolid (España) La filosofía política de Santo Tomás está estructurada en torno al bien común de la sociedad política. El bien común condiciona la calidad de toda forma de gobierno y ejercicio del poder y es, además, el objetivo que configura las leyes justas. Pero el bien común fue pensado por Santo Tomás como plenitud de felicidad humana, en la misma medida que es la perfección de todo bien. En las líneas siguientes nos detendremos en explicar esta idea de sociedad feliz, tal como la expuso Santo Tomás. No es una idea original suya, pero sí es original su explicación y su comparación teológica con la bienaventuranza final. El bien común de la sociedad entendido como felicidad colmada Para Santo Tomás la totalidad de bienes humanos sociales y públicos que integran el bien común de una sociedad se expresa adecuadamente con el concepto de felicidad, ya que con él no se designa otra cosa que la repercusión y redundancia de los bienes de la comunidad política en los sujetos que los desean y procuran. La felicidad es fin de la sociedad y de la vida política y por ello pertenece a la substancia de la organización política de un pueblo: “la felicidad es un bien común”, dice Santo Tomás. 1 1 Cont. Gent., III, cap. 44, & 3. © Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS Fundación Balmesiana – Universitat Abat Oliba CEU A. OSUNA FERNÁNDEZ-LARGO, La idea de “felicitas” en la filosofía política de Santo Tomás Un pueblo organizado políticamente recibe la calificación de societas perfecta porque provee a todos los ciudadanos de lo necesario para la vida. La convivencia humana es el ámbito donde las personas nos perfeccionamos como tales y damos satisfacción a nuestras necesidades. Y la convivencia completa, cual corresponde a la sociedad perfecta o Ciudad, es también el ámbito donde las personas encontramos la plena satisfacción de nuestros deseos y la plena realización como personas. Y esto es posible merced a que el bien común contiene todo lo que puede entenderse como perfección de la naturaleza humana. Así explica el santo doctor el concepto de “autarquía” que Aristóteles vincula a la forma más perfecta de convivencia en la “polis”2 y a la felicidad completa asequible en una sociedad. 3 Por su condición de colmar todo apetito de perfección humana, y no sólo la satisfacción de necesidades vitales, la Ciudad es una institución indisociable de la condición humana, como lo es la inclinación de la naturaleza humana a su perfección. La razón la expresa el mismo doctor: “lo que se configura como fin de los principios naturales en la generación de una cosa, es su naturaleza”.4 De ahí deriva que la vida en sociedad sea una ley natural inscrita en la naturaleza humana. Pero, además, esta es la razón de que el fin de la sociedad coincida adecuadamente con la perfección del ser humano, pues el bien perfecto y perfeccionador del ser humano es la plenitud de los bienes que se alcanzan en la sociedad. Apoyado en estas ideas aristotélicas, Santo Tomás explicó que hay una conexión íntima entre la idea de bien común y el de felicidad de las personas. Si el fin de la sociedad está constituido por la plenitud de todos los bienes que la persona obtiene en la convivencia social, la “beatitudo” o la “felicitas” de la vida humana está al final del camino que toda sociedad debe recorrer para dotar a las personas de los bienes necesarios y de la realización virtuosa de su condición de ciudadanos. La felicidad se quiere por sí misma, no para obtener algo: “La felicidad es el más perfecto de todos los bienes y, en consecuencia, es un fin último y óptimo”;5 “la felicidad, por ser fin último de todo agente intelectual, es un bien perfecto y absolutamente suficiente”.6 Al identificar la felicidad con el bien común de la sociedad perfecta, la felicidad se convierte en un tema central de la filosofía política. Así dará nuestro doctor una interpretación política a la eudaimonía aristotélica.7 2 3 4 5 6 7 Pol., I, c.1: Bekker 1252b29. Ethic., I, cap. 5: Bekker 1097b21. In Pol., l. I, lect. 1: Edit. Leon., t. XLVIII, l. 1 cap. 1/b lin. 27ss. In Ethic., l. 1, lect. 9: Edit. Leon., t. XLVII/1, ibid., lin. 134. In Ethic., l. 1, lect. 9: Edit. Leon., t. XLVII/1, ibid., lin. 215. Cf. In Ethic., l. 1, lect. 5, recogiendo el texto de Bekker 1097b21. p. 2 Congresso Tomista Internazionale También este extremo concuerda con el pensamiento aristotélico, para quien la sociedad perfecta es aquella que se configura a la medida de la condición racional y moral de la persona y la suma felicidad brota del ejercicio de la virtud perfecta. Aristóteles había dicho: “¿qué nos impide llamar feliz a quien actúa conforme a la virtud perfecta y está suficientemente provisto de bienes exteriores no en un tiempo circunstancial sino en la vida entera?”.8 En concreto, esa felicidad se expresa como un conocimiento consumado de los supremos objetos inteligibles como fruto de la virtud de la sabiduría 9 o de la verdad plena.10 En la filosofía del Aquinate el fin último se interpreta como el principio fontal de todo el orden de la razón práctica política. El origen de todo el orden político, de todas las decisiones políticas, jurídicas y económicas viene impuesto por el término final a que se dirige la política. El fin último se imprime en la razón humana como principio de todo razonamiento político y en la voluntad impone una inclinación que es el primer movimiento de todo su proceso de elección de medios. Si la felicidad es nota constitutiva del fin último de la vida política, significa que todo el orden político está teñido de anhelo de felicidad y esfuerzo denodado por vivir y subsistir en felicidad. La plenitud de la felicidad constituye el objetivo final y la configuración de lo que se designa como sociedad perfecta, que tiene de propio el apuntar a la totalidad de los bienes humanos y obtenerlos por la unidad de acción política de pueblo y gobernantes. Tal es el sentido del fin de la vida social. La felicidad es cualidad inherente a lo que se designa como fin de una vida auténticamente humana. En el Comentario al Libro de las Sentencias, Santo Tomás explica de este modo que la felicidad es el fin de la vida humana específicamente tal: “El fin de la vida humana es la felicidad. Por ello, se distinguen tantas felicidades como formas de vida. Quienes viven fuera de la vida social, no alcanzan la felicidad civil que es su término. A su vez, para alcanzar la felicidad contemplativa, hay que participar previamente de esa vida. Y la felicidad que el hombre puede alcanzar naturalmente es la felicidad propia de la vida humana, que es de la que hablaron los filósofos.”11 Ethic., I, c. 10: Bekker 1101a14. Cf. Santo Tomás, In Ethic., l. 1, lect. 16, donde concluye: “hoc quidem sufficit ad hoc, quod aliquis possit dici felix in hac vita”. 9 Cf. Summa Theologiae, 1, q. 88, a. 1 c. 10 Cf. Summa Theologiae, 2-2, q. 167, a. 1 ad 1. 11 Cf. In Sent., III, d. 27 q. 2 a. 2 c. El siguiente texto de G. Dossetti lo expresa bien: ”La sabiduría del mundo antiguo en Aristóteles y la sabiduría de la filosofía cristiana en 8 p. 3 A. OSUNA FERNÁNDEZ-LARGO, La idea de “felicitas” en la filosofía política de Santo Tomás La felicidad de la persona, cuya búsqueda define el espíritu, se integra en la felicidad completa que cualifica el bien común como la parte en el todo. Toda la vida política está condicionada por una finalidad totalizadora que llamamos felicidad: “Posuimus enim ibi quod optimum humanorum bonorum scilicet felicitas, sit finis Politicae, cuius finis manifeste est operatio secundum virtutem”, dice sucintamente el Aquinate. 12 La virtud moral de la vida política se ordena al fin último de la felicidad común de la sociedad. El fin último de suma felicidad es lo que permite distinguir las virtudes que los antiguos llamaban virtudes políticas de las virtudes morales.13 La conexión racional existente entre la felicidad de la ciudad y la índole moral de las personas se ejemplifica en la condición virtuosa de la persona. Aristóteles había enseñado que “la felicidad del hombre es una actividad relacionada con la virtud perfecta”.14 Los fines de las virtudes son enunciados de bienes específicamente morales de toda persona. Como tales, integran la totalidad de los bienes que se incluyen en la idea de bien común. De ahí que los fines virtuosos se entiendan como elementos integradores de una política que busca la felicidad. En virtud de esta paráfrasis tomasiana, se puede concluir que la política humana tiene como objetivo una “vida feliz” y que esa vida feliz es la plenitud alcanzada por la sociedad en su bien común. Comparación entre la felicidad del bien común de la ciudad terrena y la bienaventuranza eterna La doctrina sobre una felicidad terrena asequible en la vida política está tomada ciertamente de Aristóteles. El eudemonismo aristotélico es el núcleo de su ética política, pues el fin moral es el constitutivo de la moralidad de los actos humanos y el bien común o fin de todos los miembros de la sociedad da Santo Tomás han dado una respuesta: el Estado puede y debe llevar al hombre –con su concurso, se entiende- a la felicidad: porque el Estado tiene por fin el bien común, el cual no es una abstracción o algo esencialmente indeterminado, sino que es el bonum humanum simpliciter, el bien humano pleno, con todos sus componentes individuales, bien que el Estado debe, por así decir, defender, y que debe promover activamente y desarrollar y repartir entre sus componentes en proporción a la aportación y el trabajo (del ser y del actuar) de cada uno”, citado en V. Possentini, Las sociedades liberales en la encrucijada (Edic. Internacionales Universitarias, Barcelona 1997) p.206. 12 In Ethic., l. 1, lect. 14 : Edit. Leon., t. XLVII/1, ibid., lin. 156s. 13 Cf. Summa Theologiae, 1-2, q. 90, a. 2 c. 14 Ethic., I, c. 17: Bekker 1102a5. p. 4 Congresso Tomista Internazionale existencia a una sociedad humana de calidad ética. La novedosa contribución de Santo Tomás consistió en hacer compatible esta doctrina filosófica con la revelación de una beatitudo aeterna (felicidad perpetua) como promesa divina de una vida de plenitud en Dios. En los escritos de nuestro autor se comprueba la identificación de “beatitudo” —término que desde Boecio designaba la felicidad eterna de la persona en la visión de Dios— y el concepto griego de “felicidad”. Son dos realidades extremadamente diferentes: la felicidad de la ciudad terrena adquirida por la realización de la justicia en paz y con la cooperación de todos los ciudadanos y la vida eterna de comunión con Dios como consumación de la gracia divina. Estas dos realidades pueden homologarse usando el concepto analógico de bien común y de fin último de la vida divina. Puede describirse bajo el concepto analógico de bien común el fin de la sociedad terrena como plenitud de todos los bienes perfectivos de una sociedad humana y el bien común trascendente como plenitud de vida de todos los santificados por Dios en comunión de una vida social y eterna. Y la misma analogía nos permite aclarar una continuidad y subordinación entre ambas: el fin de la beatitudo política está subordinado y es mera imagen instrumental y trasunto de la “beatitudo” de que nos habla la fe. La primera no pierde su consistencia aunque sea muy inferior a la segunda, pero ésta puede describirse como un fin ulterior, más perfecto y más consistente. La continuidad entre ambas no es una pura ficción ni un delirio poético, sino que está radicada en la condición humana, que está abierta a una doble perfección: la natural y definible con las categorías de su razón, y otra perfección sobreañadida y gratuita, que es la de la vida sobrenatural, y que se infunde y radica en el alma sin ruptura con la primera. Se trata siempre de un único sujeto, que es la persona humana como susceptible de una perfección total en la totalidad de su ser y en la especificidad de su condición humana. La razón profunda de la doble felicidad es que hay un doble bien último que mueve la voluntad en su razón de fin último. El primero, es homogéneo con la naturaleza humana: “uno, el proporcionado a la naturaleza humana, pues para alcanzarlo bastan las fuerzas de la naturaleza. Esta es la felicidad de que hablaron los filósofos: ya sea la contemplativa, que consiste en un acto de la virtud de la sabiduría, ya sea la activa, que consiste primariamente en un acto de la prudencia y derivadamente en actos de las p. 5 A. OSUNA FERNÁNDEZ-LARGO, La idea de “felicitas” en la filosofía política de Santo Tomás demás virtudes morales. Otro, es el que excede el bien humano proporcionado de la naturaleza humana, pues para alcanzarlo son insuficientes las fuerzas naturales”.15 Hay, en conformidad con ello, una doble felicidad que actúa como fin último o bien común: la que designa como “felicitas in patria”, a la cual dirigen e inclinan las virtudes de fe y caridad, y la “felicitas contemplativa” a la que dirige la razón humana dignificada por la sabiduría o “felicidad civil” a la que dirige la razón perfeccionada por la virtud de la prudencia.16 La distinción de estos dos órdenes es tesis central del Aquinate y sin referencia a ella es incomprensible todo su ideario filosófico acerca de las relaciones naturaleza y gracia, razón y fe y amor natural y caridad. El núcleo del pensamiento de Santo Tomás se describe correctamente como un intento de compaginar las verdades de la fe con las verdades de la razón y la filosofía. Al enseñar que la felicidad es la meta de la actividad política, está arguyendo una continuidad entre la filosofía política y la teología de la vida eterna como fruición de Dios por la sociedad de los santificados. En su mente, la teología de la vida eterna conlleva entender el bien común terreno como un paso hacia la plena expansión de la comunidad de los salvados en la vida eterna. Su empresa intelectual fue completar el conocimiento de la fe con la ayuda de quien él llamaba El Filósofo por excelencia. Con toda claridad enseñó que “puesto que el hombre, al vivir en conformidad con la recta razón, se ordena ulteriormente a otro fin que es la fruición de Dios y, por otra parte, el fin de un hombre debe coincidir con el fin de toda la multitud, el fin absolutamente último de una multitud asociada no es sólo vivir virtuosamente, sino alcanzar la felicidad divina por el cumplimiento de la vida virtuosa”.17 El fin de la vida eterna guarda continuidad y pasa por el fin que define la vida política de las personas. Y, si hablamos del oficio de gobernar los hombres, puede afirmarse también que “como el fin de nuestra vida terrena es la felicidad eterna, será oficio del gobernante dirigir la vida de los ciudadanos de modo que favorezca congruentemente la prosecución de la felicidad celeste”.18 La teoría, pues, del . De verit., q. 14, a. 2 c. Igualmente en la Suma de Teología: “ultima perfectio rationalis seu intellectualis naturae, et haec quodammodo beatitudo vel felicitas dicitur … Sed super hanc felicitatem est alia felicitas, quam in futuro exspectamus … “. 1, q. 62, a. 1 c. 16 . In Sent., II, d. 40, q. 1, a. 1 c. Cf. In Sent., III, d. 35, q. 1, a. 2, qla. 3, n. 44. 17 . De regno, l. 2, c.3: Edit. Leon., t. XLII, ibid., lin. 74ss. 18 . De regno, l. 2, c.4: Edit. Leon., t. XLII, ibid., lin. 20ss. 15 p. 6 Congresso Tomista Internazionale gobierno que nos presenta está abierta a la realización del reino definitivo y del orden sobrenatural. Y no hace falta indicar aquí que esta teoría se corresponde a la cristiandad que tenía a la vista su autor y que no se puede extrapolar sin más a nuestro mundo. La felicidad corona una sociedad políticamente virtuosa Hay que dar el debido énfasis a que Santo Tomás apuesta por la felicidad humana como fruto del ejercicio de una política moralmente correcta. La sociedad sólo pervive y se construye mediante los comportamientos de dignidad humana de sus miembros y por el ejercicio de una política que pone su punto de mira en la dignidad moral de los ciudadanos. Y, por lo mismo, toda injusticia anidada o promovida en la ciudad es una herida abierta y sangrante en la salud de la vida política. El ejercicio de la virtud moral forma parte de los requerimientos necesarios de una vida social humana, al igual que lo es el cumplimiento de las leyes y el gobierno justo de los ciudadanos. La vida buena o vida feliz, que es el término de toda vida política, es también y necesariamente una vida virtuosa: “vivir bien es vivir conforme a la virtud y la vida virtuosa es fin de toda asociación humana. Un signo de esto es que sólo son miembros de una sociedad los que entre sí convienen con el propósito de una buena vida, pues si el solo vivir fuera razón de formar una sociedad, los animales y los esclavos formarían parte de la sociedad humana y si lo fuera el sólo deseo de enriquecerse todos los mercaderes del mundo formarían una sociedad. En cambio, vemos que sólo son miembros de una sociedad quienes intentan llevar una vida buena bajo las mismas leyes y el mismo gobierno.”19 En la ciudad buscamos dar satisfacción a todas nuestras necesidades y obtener la plena realización del desarrollo humano, lo cual se cumple por las virtudes que nos disponen a vivir dignamente con los demás y a obedecer las leyes que, como tales, son el instrumento de prosecución del bien social: “toda ciudad está ordenada primeramente para la vida, es decir, para que los hombres obtengan lo necesario para vivir, pero, por su misma condición, no sólo ofrece el sustento vital sino también el vivir dignamente, en el sentido de que las leyes de la ciudad encauzan la vida humana al cumplimiento de las virtudes”.20 De regno, l. 2, c.3: Edit. Leon., t. XLII, ibid., lin. 62. In Pol., l. 1, lect. 1, n. 31: Edit. Leon., t. XLVIII, l. 1, cap. 1/b, lin. 27ss. Cf. De regno l. 1, c. 1. 19 20 p. 7 A. OSUNA FERNÁNDEZ-LARGO, La idea de “felicitas” en la filosofía política de Santo Tomás La conexión racional existente entre la felicidad de la ciudad y la índole moral de las personas se ejemplifica en la condición virtuosa de la persona. Aristóteles había enseñado que “la felicidad del hombre es una actividad relacionada con la virtud perfecta”.21 Los fines de las virtudes son enunciados de bienes específicamente morales de toda persona. Como tales, integran la totalidad de los bienes que se describe como el bien común. De ahí que los fines virtuosos sean elementos integradores de la felicidad política. La vida buena o vida feliz que es el término de toda vida política, es también una vida virtuosa. Resulta, pues, que la tarea de mayor interés en la promoción del bien común son las conductas virtuosas de los ciudadanos (operatio secundum virtutem) y que la busca de abundancia de bienes materiales son actividades instrumentales imprescindibles para la felicidad política.22 Propuesta de una filosofía política eudemónica En virtud de la analogía de la felicidad aristotélica con la beatitudo cristiana, Santo Tomás se inscribe en la larga tradición eudemónica del pensamiento occidental. En la razón práctica el principio motor y término final es la felicidad. El bien común, como fin último de toda política, cumple la función de objeto plenificante y felicidad perfecta. Es la analogía el instrumento cognitivo que permitirá distinguir entre una felicidad absolutamente última, consumada y sin retorno y la felicidad última terrenal e incesantemente perseguida y, a la vez, siempre frustrada como logro definitivo. Pero en ambas se cumplirá la misma razón de definir la actividad moral humana y explicar la psicología humana como un deseo natural de felicidad. El eudemonismo ha sido doctrina filosófica predominante en el pensamiento occidental casi hasta la introducción de la crítica de la razón práctica de Kant, donde se rechazan todos los principios materiales de la ética, entre los que figura la prosecución de la felicidad. Desde Platón la “eudaimonía” se había vinculado a la idea de bien como dos realidades indisociables. Aristóteles entendió la felicidad perfecta como la actividad del entendimiento cuando ha sido perfeccionado por la máxima virtud: “se llama feliz a quien actúa conforme a la virtud perfecta”, que Santo Tomás interpreta así: “felicitas est operatio secundum perfectam virtutem”.23 Ethic., I, c. 13: Bekker 1102a5. Cf. De regno, l. 2 c. 4: Edit. Leon., t. XLII, ibid., lin. 48ss. 23 Aristóteles, Ethic., I, c. 10; S. Tomás, In Ethic., l. 1, lect. 16; Suma de Teología, 1, q. 88, a. 1. 21 22 p. 8 Congresso Tomista Internazionale Y este es el punto en que incide el pensamiento tomasiano. La felicidad acontece como el acto de la inteligencia humana respecto a su objeto supremo: “la esencia de la felicidad consiste en un acto del entendimiento”.24 Pero eso mismo se aplica a la felicidad terrena, que primaria y esencialmente consiste en la contemplación como acto supremo del entendimiento humano respecto a la verdad y, derivadamente, en la actividad de la razón práctica ordenando toda la vida moral humana.25 Y esto último entiende que fue la doctrina propuesta por Aristóteles: “la eudaimonía perfecta es la actividad del entendimiento en conformidad con la virtud más excelente, que será la mejor que hay en el hombre”.26 Así se van diferenciando los conceptos de “beatitudo aeterna vel finalis” tomado de la revelación cristiana y que S. Agustín había interpretado como “fruitio Dei” y que en nuestro idioma designamos como “beatitud”, del de “eudaimonía” griega o “beatitudo vel felicitas” que explica la ética tomista. Pero lo original de Santo Tomás es haber amalgamado ambas, guardando las diferencias debidas, al elaborar el tratado teológico de beatitudine de la parte moral de la Suma de Teología. Los pensadores siguientes discutirán per longum acerca de ese intelectualismo rígido en la comprensión de la esencia de la felicidad, pero ya será comúnmente recibido que el término último de la naturaleza humana es la felicidad. Y la perfección humana es la obtención de la felicidad perfecta. Y la vida política está ordenada y se define como prosecución de la perfecta felicidad terrena, al igual que la teología moral entiende el tratado del fin último sobrenatural como un tratado de beatitudine. 24 25 26 Summa Theologiae, 1-2, q. 3, a. 4; 2-2, q. 167, a. 1 ad 1. Cf. Summa Theologiae, 1-2, q. 3, a. 5. Ethic., X, c. 7: Bekker 1177a12. Cf. Sto. Tomás, ibid., lect. 10. p. 9