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Dep. Filosofía / Filosofía y Ciudadanía 1º Bachillerato
Profesora: Montse Díaz Pedroche
El ser humano
y la libertad
1. La vida humana como quehacer
1.1. Realidad humana versus realidad animal
1.2. ¿Qué es ser persona?
2. La libertad como problema: Los determinismos
2.1. Libertad de hacer (no­coacción) y libertad de querer (no­
determinación)
2.2. Determinismo Fisiológico
2.3. Determinismo Psicológico
2.4. Determinismo Educacional­Social
3. La libertad humana como algo que hay que ir conquistando
3.1. Criterios positivos a favor de la existencia de la libertad: La conciencia psicológica de libertad y la conciencia moral de responsabilidad
3.2. La libertad humana como libertad circunstanciada: Entre el mundo del animal y el mundo de Robinson
3.3. Libertad y valores: El peligro de la sociedad actual
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1. La vida humana como quehacer
1.1. Realidad humana versus realidad animal
Para entender adecuadamente qué es el ser humano, es necesario tener presente que es una realidad que se hace y se construye, esto es, una realidad emergente. El ser humano es un ser inacabado, abierto, in fieri, una "entidad infinitamente plástica" que tiene que hacerse a sí misma. Siguiendo a Ortega, podemos decir que "El hombre no es cosa ninguna, sino un drama ­ su vida­ , ... el modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que nos es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada cual la suya, la vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum ... La vida es quehacer".
El ser humano no tiene más remedio que ir haciéndose en el transcurso de su vida. Los demás seres no se hacen ni se modifican a sí mismos, mientras que el humano es el ser que se hace a sí mismo. Siguiendo a A. Gehlen, cabe afirmar que el ser humano es un ser práxico, un ser que no está terminado; es decir, un ser que sigue siendo tarea para sí mismo y de sí mismo. El ser humano es un ser práxico porque es un ser no­especializado y carece, por tanto, de un medio ambiente adaptado por naturaleza. La existencia humana comienza cuando el grado de fijación instintiva de la conducta es inferior a cierto límite; cuando la adaptación a la naturaleza deja de tener carácter coercitivo; cuando la manera de obrar no está fijada por mecanismos hereditarios. En otras palabras, la existencia humana y la libertad son inseparables desde un principio.
Ahora bien, la libertad en el sentido que acabamos de verla, es decir, como indeterminación instintiva del obrar, es un don ambiguo. El ser humano nace desprovisto del aparato instintivo necesario para obrar adecuadamente, aparato que en cambio posee el animal y, sin embargo, ese mismo desamparo constituye la fuente de la que brota la grandeza del ser humano. En pocas palabras, la debilidad biológica del ser humano es la condición de la cultura y libertad.
Ortega, desde su historicismo, expresa con mucho acierto esta característica del hombre 2
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de ser un ser inacabado diciéndonos: "El hombre ... Al no estar adscrito a una consistencia fija e inmutable ­a una naturaleza­, está en franquía para ser, por lo menos para intentar ser, lo que quiera. Por eso el hombre es libre y no por casualidad. Es libre, porque no poseyendo un ser dado y perpetuo no tiene más remedio que írselo buscando. Y esto ­lo que va a ser en todo futuro inmediato o remoto­ tiene que elegirlo y decidirlo él mismo. De suerte que es libre el hombre a la fuerza. No es libre de no ser libre".
Como vemos, el ser humano, desde el comienzo de su existencia, se ve obligado a elegir entre diversos cursos de acción. En cambio, en el animal hay una cadena ininterrumpida de acciones que se inicia con un estímulo y termina con un tipo de conducta más o menos estrictamente determinada, eliminándose así la tensión creada por el estímulo. En el ser humano esta cadena se interrumpe, el estímulo existe, pero la forma de satisfacerlo permanece abierta. En lugar de una acción instintiva predeterminada, el ser humano tiene que valorar mentalmente diversos tipos de conducta posible. Empieza a pensar, modifica su papel frente a la naturaleza, pasando de la adaptación pasiva a la activa: crea. Inventa instrumentos y, al mismo tiempo que domina a la naturaleza, se separa de ella de más en más; va adquiriendo una oscura conciencia de sí mismo ­y de su grupo­ como de algo que no se identifica con la naturaleza; cae en la cuenta de que le ha tocado ser parte de la naturaleza y, sin embargo, transcenderla.
Al contrario de lo que le ocurre al animal ­cuyas respuestas conductuales están enclaustradas dentro de unos límites predeterminados­, la respuesta del ser humano no está prefijada, queda indeterminada, como una primera dimensión de su libertad (dimensión negativa de la libertad o "libertad de"). El ser humano tiene así que poner en juego su inteligencia, como medio para responder a las exigencias de la realidad, que así se convierte para él en "mundo", algo no definitivamente dado, sino que más bien tiene que construir él mismo de algún modo. Lo indeterminado de las respuestas del ser humano implica que éste tiene que asumir por sí la concreción de las mismas al preferir unas a otras, apareciendo así una nueva dimensión de la libertad (dimensión positiva de la libertad o "libertad para").
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1.2. ¿Qué es ser persona?
En este apartado, trataremos de ver cuáles son los rasgos o caracteres con los que podemos describir y explicar eso que entendemos al considerarnos a nosotros mismos y a los demás como personas. ¿Qué encontramos en nosotros y en los demás seres humanos para aplicarnos el término de persona, sin que se nos ocurra extenderlo ni siquiera a los animales que calificamos de más "inteligentes"?
En primer lugar, la conciencia. Ahora bien, no se trata de una conciencia que consista simplemente en "darse cuenta de", sino de una conciencia reflexiva, es decir, de una conciencia de autoposesión, de autorreconocimiento, de autovaloración. Cuando nos consideramos y analizamos como personas, nos vemos fundamentalmente como un "sí mismo", como algo que tiene la propiedad de ser objeto para sí mismo, que puede pensarse siendo, al mismo tiempo, sujeto y objeto. Con ello estamos declarando que el ser persona consiste en algo interior, resultando accidental la "personalidad" que extrínseca o socialmente se le reconozca a la persona.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, el ser persona se nos presenta como dominio de sí mismo. La autoposesión reflexiva a que antes nos referíamos no es sólo de tipo cognoscitivo, en el sentido de que cada persona guarda una cierta transparencia para sí misma, sino que, además, para ser persona, necesitamos tener dominio sobre nosotros mismos: podrán fuerzas o circunstancias exteriores obligarnos a hacer unas cosas o a evitar otras, pero, en su fuero interno, que es el más importante, la persona no tiene más dueño que sí misma. Si el ser persona exige de cada uno una coherencia y unidad de toda su vida, ello es porque cada uno es dueño de sí mismo.
En tercer lugar, y en conexión con lo anterior, ser persona se nos manifiesta como responsabilidad. Sólo se puede ser dueño de sí mismo cuando se es responsable. Se trata de una responsabilidad que debe ser, desde luego, aceptada: no somos responsables porque queremos, sino porque tenemos que serlo, ya que somos personas y la condición de persona es irrenunciable. Pero tiene que ser, además, una responsabilidad asumida y ejercida con todas sus consecuencias: no basta con saber 4
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que somos y tenemos que ser responsables, sino que hay que ajustar toda nuestra vida y todos nuestros actos a esa noble condición de ser personas, sin que podamos delegar en nadie esa fundamental responsabilidad.
Por eso, en cuarto lugar, ser persona implica libertad: dominio de sí mismo y responsabilidad sólo tienen sentido desde la libertad; es decir, sólo se puede ser persona si se es libre. Pero ­repárese bien­ libertad no significa liberación de... , ni mucho menos libertinaje contra... , sino libertad de decisión responsable contando con unos valores racionalmente analizados y aceptados. Se trata de unos valores que no pueden nunca atentar contra la propia persona, porque la persona, precisamente porque es autoconsciente, dueña de sí misma, responsable y libre, no puede entenderse más que como fin, no siendo legítimo considerar a la persona como medio para fin ninguno superior a la persona misma.
Sintetizando cuanto llevamos dicho, cabría afirmar que el ser humano se define:
a) Negativamente, por ser una realidad biológicamente deficitaria, es decir, desnaturalizada, inacabada, abierta. El ser humano es por fuerza libre porque es un ser no­especializado, libre de la determinación instintiva del obrar. En pocas palabras, es un ser constitutivamente libre.
b) Positivamente, por ser una realidad autoconsciente, responsable de sí misma, que se autodetermina, que toma decisiones, que se proyecta; esto es, una realidad que se hace y se construye en el ejercicio racional de su libertad.
Así las cosas, parece claro que el ser persona está íntimamente ligado a la libertad. Ahora bien, el ser humano es un ser realmente libre o, más bien, es un ser que se cree libre pero no lo es porque bajo esa creencia subyacen distintos determinismos que hacen que ­en realidad­ la libertad no sea nada más que eso: una creencia o ilusión de libertad.
2. La libertad como problema: Los determinismos
2.1. Libertad de hacer (no­coacción) y libertad de querer (no­determinación)
Nos acabamos de preguntar: ¿es el ser humano un ser libre o, por el contrario, está 5
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determinado? Para dar respuesta a este interrogante, partiremos de las nociones de libertad y determinación, en cierto modo correlativas. Podemos decir que la libertad se presenta como una propiedad de la voluntad que podríamos definir como una indeterminación respecto a los bienes a elegir. Frente a la libertad, está la determinación, una forma de causalidad en lo real de tal modo que se siguen efectos invariables y necesarios. Determinado es lo que se explica por sus antecedentes, y habrá, en consecuencia, tantos tipos de determinación como de causalidad.
Así las cosas, ¿cuándo se considera que el hombre es libre y cuándo no? Inicialmente, nos consideramos libres cuando podemos hacer lo que queremos. Somos libres cuando no tenemos trabas o determinaciones externas que nos impidan realizar lo que nos apetece. Esta libertad es aquélla de la que gozan, por ejemplo, los animales de la selva, y que al ser humano le ha producido siempre tanta añoranza.
Sin embargo, si nos quedamos en la superficie, si no tratamos de ahondar en esta primaria vivencia de libertad, nos limitaremos a una noción harto insuficiente. En efecto, la libertad así entendida es una forma inferior de libertad de espontaneidad o libertad de hacer, de suerte que el viviente que la posee no tiene determinaciones exteriores. Así, frente a la indiferencia pasiva de lo inerte, el viviente se caracteriza porque, en cierto modo, se autodetermina: el perro corre de un lado para otro o se para, sin haya aparentemente un agente externo que determine estos movimientos.
No obstante, esta libertad de espontaneidad puede ocultar una determinación más profunda: en efecto, aunque el animal va y viene, con una aparente carencia de determinación externa, su determinación es más radical, obedece a la normativa rígida de sus "instintos", de cuyo cauce, en lo esencial, no puede salirse. El animal, en suma, carece de un estrato más profundo de libertad: la libertad de arbitrio o libertad de querer, que es la más propia del ser humano. Mientras que el animal no puede prácticamente elegir, pues se mueve por unas pautas prefijadas de acción, el ser humano parece que elige: elige hacer o no hacer, elige esto o lo otro... Este nivel específicamente humano de la libertad es el que tenemos que analizar y para ello revisaremos los posibles determinismos que pueden anular esta libertad de querer.
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Pues bien, determinado ­como hemos dicho­ es lo que se explica por sus antecedentes. Lo determinado ocurre de una forma hasta cierto punto "necesaria": puesta una causa, el efecto se sigue de un modo fijo. Esta determinación es la que parece regir en el mundo inerte. (Si bien el "principio de indeterminación de Heisemberg" establece que, ni en el mundo inerte, la determinación es absoluta). Parece que pretender aplicar este esquema rígido a la explicación de las acciones humanas resulta, a todas luces, excesivo; sin embargo, los determinismos, de una u otra forma, afirman que la conducta del ser humano, aunque libre en apariencia, se rige en el fondo por una causalidad fija, aunque no siempre la conozcamos.
Antes de seguir, conviene en este punto distinguir entre coacción y determinación: una persona puede ser libre y, sin embargo, no actuar libremente. Casi todas las libertades externas ­en un sentido amplio, "de espontaneidad"­ o, más precisamente, las libertades de hacer, más que determinadas, suelen estar coaccionadas. Una persona ­insistimos­ puede ser libre o creer ser libre y, en consecuencia, pretender realizar una serie de acciones que la sociedad ­familia, poder político, moral, etc.­ impide que realice. Este impedimento, como es obvio, no es una determinación, sino algo mucho más elemental, un obstáculo para la "libre" realización de sus deseos. Estas libertades externas que el ser humano quiere ejercer son libertades de hacer. Entre ellas están: la libertad física, que comparte el ser humano con los animales, de moverse de un lado a otro; como es obvio, hay múltiples coacciones a este tipo de libertad: cárceles, fronteras, necesidad de realizar un trabajo determinado en un lugar determinado, etc. La libertad civil, por la que el ser humano puede obrar a voluntad dentro de ciertos límites legales. Naturalmente estos límites legales significan una cierta coacción, necesaria, por otra parte, para que la sociedad se mantenga; igual sucede con la libertad política y con la libertad de pensamiento. Todas estas libertades de hacer pueden estar coaccionadas por la sociedad e incluso anuladas por completo.
Ahora bien, cabe que la sociedad no se limite a coaccionar nuestro inmoderado o justo afán de libertad, sino que, efectivamente, determine nuestro comportamiento. Cuando esto ocurre, ya no se coacciona sólo la externa libertad de acción sino la íntima libertad 7
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de arbitrio: toda determinación de nuestra voluntad, que nos incite a hacer ­o no hacer­ algo determinado, entra ya en el dominio de nuestra intimidad y pone en tela de juicio la existencia real de la libertad. Cuando entramos en el terreno de las posibles determinaciones que afectan a la intimidad es cuando realmente nos movemos en la problemática real de la libertad. Las libertades externas, aun teniéndolas, no implican la posesión de libertad. El ser humano puede "creerse" libre, si no siente coacciones a su libertad exterior o libertad de acción, pero ello puede ser eso: una simple "creencia" o ilusión de libertad. Si tiene determinaciones interiores, su libertad no existe realmente. Sumariamente, podemos establecer dos grandes grupos de determinismos: los que provienen del exterior y los que surgen en el interior del sujeto. Entre los primeros están los determinismos educacionales o ambientales; entre los segundos, el determinismo fisiológico y el psicológico. Vamos a empezar por estos últimos.
2.2. Determinismo fisiológico
Según este determinismo, nuestra constitución somática, temperamental, es decir, lo heredado en nuestro código genético, condiciona de modo fundamental nuestro actuar, hasta tal punto que puede eliminar o, al menos, reducir nuestra libertad. Pues, la constitución heredada conlleva un sistema específico de tendencias que pueden condicionar en su raíz todas nuestras motivaciones. Habría, así, seres humanos "constitutivamente buenos" y "constitutivamente malos", cuya responsabilidad legal y moral se reduciría al máximo.
Uno de los defensores de este determinismo fue el médico, antropólogo y criminalista italiano César Lombroso (1836­1909). En su obra El hombre criminal, Lombroso sostiene la teoría según la cual existe un "criminal nato", que llegó a describir con precisión en sus características anatómicas, craneanas, etc. En definitiva, más que de un delincuente, se trataría de un enfermo.
Dejando aparte la discutible teoría de Lombroso, parece que tenemos que admitir, al menos en parte, que hay un efectivo condicionamiento fisiológico. Ahora bien, 8
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condicionamiento no es determinismo. Unas características somáticas específicas pueden, en efecto, constituir en nuestro interior ­seguramente con una raíz inconsciente­ una fuente de tendencias hacia determinados objetos y actos. Pero ello no anula nuestra libertad, aunque la haga más difícil.
Las dificultades del determinismo fisiológico son ciertas pero no insalvables. Es verdad que estamos, al menos en parte, condicionados por nuestra peculiar fisiología y que nuestro temperamento puede inducirnos, de un modo más o menos consciente, a realizar determinadas acciones. Pero aquí hay que evitar simplificar las cosas: aludir, por ejemplo, a impulsos "inconscientes" puede ser una solución, pero no justifica el determinismo fisiológico. Los impulsos inconscientes ­supuesta su existencia­ tienen que hacerse conscientes de alguna manera para que podamos quererlos (lo contrario sería una acción mecánica, propia de sonámbulos o hipnotizados). Y en el momento en que tenemos conciencia de ellos, podemos decidir libremente si los realizamos o no. Que tengamos que violentar más o menos nuestras "tendencias", que tengamos que forcejear con nuestros "instintos", no implica que no podamos hacer algo distinto de lo que estos impulsos nos sugieren.
Así pues, el determinismo fisiológico lo más que puede mostrar es que, según los individuos, hay unas tendencias predominantes, pero no que estas tendencias no puedan ser controladas. Este control dependerá, por supuesto, de la categoría personal de cada uno, de su autodominio, de su conocimiento de sí, etc. O también, si se prefiere, del medio en el que se desarrolle, pues, seres humanos con una constitución parecida y con un sistema de tendencias básicamente igual pueden ­en diferentes medios­ realizarse de maneras también diferentes.
2.3. Determinismo psicológico
En este caso no serían las tendencias primarias ­como en el determinismo fisiológico­ las que nos llevarían a actuar de una forma determinada, sino justamente los motivos, entendiendo por tales, aquellos fines o bienes que se presentan a nuestra razón. Y, según el determinismo psicológico ­cuyo principal defensor es Leibniz­, la voluntad quedaría 9
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justamente determinada por el motivo más fuerte. En cierto modo puede considerarse un antecedente de esta doctrina a la defendida por Juan Buridán. Según Buridán, la voluntad es invariablemente determinada por el bien mayor. Un sujeto colocado ante bienes iguales quedaría en suspenso, incapaz de actuar. Es conocido su famoso ejemplo: un asno hambriento, que tuviera a su alcance dos haces de heno iguales y equidistantes, moriría de hambre ante la incapacidad de elegir entre dos motivos igualmente poderosos. Para que la voluntad se determine hace falta que un bien la reclame de un modo especial.
Para Leibniz tampoco existe una libertad de indiferencia, una libertad no atenida al principio de razón suficiente. La voluntad no puede permanecer en perpetuo equilibrio entre diversos motivos y tiene que determinarse precisamente por el motivo más fuerte. Pese a ello, Leibniz considera que hay libertad, puesto que el acto así realizado es inteligente, es decir, algo presentado a la razón; es espontáneo, puesto que no obedece a ninguna coacción externa; y, por último, es contingente, no necesario.
Se suele considerar que esta concepción de Leibniz atenta contra la libertad, puesto que no permitiría elección, ya que el motivo más fuerte atraería a la voluntad irremisiblemente, impidiendo la consideración de otros motivos. No obstante, este determinismo psicológico ­sumariamente expuesto­ no resulta tan atentatorio contra la libertad como pudiera parecer a primera vista. En efecto, habría que distinguir entre motivos impuestos y motivos propuestos. Así, cuando el motivo más fuerte nos viene "dado" de algún modo, nuestra libertad de elección, evidentemente, se encuentra coaccionada; por ejemplo, cuando realizamos una acción siguiendo los dictados de la costumbre establecida o por miedo al castigo o por incentivos especiales, seguimos esta inercia psicológica del "motivo más fuerte". Pero en la medida en que el motivo más fuerte, entendiendo por tal aquél en el que encontramos más razones para ser realizado, es algo que nos proponemos nosotros mismos, no parece que pueda hablarse ya de determinismo, sino más bien de autodeterminación. Y es que la libertad no es algo absolutamente indeterminado: se quiere algo por algo. Si el motivo más fuerte es algo que nosotros, de un modo libre, hemos elegido, entonces no hay tal determinismo. En el 10
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fondo, toda acción libre supone una motivación, un hacer algo por una determinada razón; y cuanto más claramente sepamos por qué hacemos algo, el motivo ­por supuesto­ es más fuerte, pero también somos más libres. Autodeterminación no es, en modo alguno, determinación sin más.
2.4. Determinismo educacional­social
Se entiende por tal el que ejercería el medio social sobre el individuo, condicionándole, desde su infancia, para realizar determinados actos. Quizá sea B. F. Skinner el defensor más claro de este determinismo. En sus obras Más allá de la libertad y la dignidad y Walden dos, defiende un sistema educacional basado en su teoría del refuerzo, sistema que acabaría con la libertad pero que, sin embargo, permitiría a los individuos "sentirse libres". No se trata de crear un mundo de autómatas sino de seres que efectivamente elijan, aunque su elección venga condicionada por la educación recibida. En palabras de Skinner: "Si está en nuestras manos crear cualquier situación que sea agradable a una persona, o eliminar cualquier situación que le desagrade, podemos controlar su conducta. Si queremos que una persona se comporte de una forma determinada, nos bastará con crear una situación que le agrade, o eliminar una situación que le desagrade. Como resultado, aumentará la probabilidad de que se comporte de la misma forma en el futuro, y esto es precisamente lo que queremos. Técnicamente se llama "refuerzo positivo". (Walden dos)
Skinner pretende crear una sociedad en la que los seres humanos no actúen por miedo, por evitar el castigo, sino por la gratificación del refuerzo, que en su tecnología de la conducta solamente precisa ser aplicado con frecuencia en los períodos iniciales del aprendizaje. Este condicionamiento acaba, en efecto, con la "libertad", entendida al modo usual; pues se trata de "hacer lo que se quiera ...", aunque sin saber que, en el fondo, se hace por otros condicionamientos que el sujeto ignora. Más que intentar acabar con la libertad, Skinner niega que ésta pueda existir; en su opinión, la libertad no es más que una palabra que usamos cuando no sabemos cuáles son las determinaciones de nuestra conducta. En el fondo, todos ­de un modo u otro­ 11
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estamos condicionados, pero mal. Lo que Skinner pretende es evitar esto, condicionando bien, para que los seres humanos se sientan libres y actúen, dentro de lo que cabe, libremente.
Ahora bien, condicionar bien no es privar de libertad: el ser humano, más allá de cualquier condicionamiento, y a pesar de ellos, puede actuar libremente, oponiéndose a sus tendencias a obrar de una determinada manera. La libertad de ejercicio ­hacer o no hacer­ y la libertad de especificación ­hacer esto o lo otro­ tienen, en el ser humano, el complemento de su última e imprevisible capacidad de contradicción: hacer justamente "lo contrario". Decir que esto también es una determinación que obedece a ocultos condicionamientos es jugar con el lenguaje e ir más allá de cualquier experiencia, tanto externa como introspectiva.
3. La libertad humana como algo que hay que ir conquistando
3.1. Criterios positivos a favor de la existencia de la libertad: La conciencia psicológica de libertad y la conciencia moral de responsabilidad
La revisión esquemática de los principales determinismos que hemos realizado nos muestra, desde luego, que la libertad es difícil, pero no imposible. El más acérrimo defensor del determinismo no puede negar la conciencia de libertad. Y esta conciencia psicológica de libertad es, en efecto, una de las más claras pruebas a su favor. Es cierto que esta conciencia de libertad puede ser una ilusión, puede ser que nos creamos libres por no saber qué determinismos actúan en nosotros; pero esto, ya lo hemos visto, no prueba que exista solamente una ilusión de libertad, ya que mientras no sepamos de modo evidente que actúan en nosotros unas causas desconocidas por las que estamos determinados a obrar, la conciencia de libertad persistirá, y esto asegura ­cuando menos­ la extrema probabilidad de la libertad.
Por otra parte, nos sentiríamos tanto más libres cuanto menos conciencia tuviéramos de determinación. Y no sucede así: la libertad auténtica comporta un sentimiento de determinación ­concretamente de autodeterminación­: somos más libres cuando sabemos por qué obramos de tal manera.
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Además de la conciencia psicológica existe una conciencia moral. Sea cual sea la moral concreta por la que nos rijamos, cada ser humano, más o menos confusamente, tiene una idea de lo bueno y de lo malo y sabe que él es el único responsable de sus actos. Sin libertad, el ser humano no tendría ni deberes ni obligaciones morales, ni mérito ni demérito, ni sería acreedor a premios ni a castigos. Esta idea de la responsabilidad ­que acompaña inseparablemente a nuestra conciencia de libertad­ fundamenta tanto el orden moral como el jurídico. Si a una persona se le acusa de un delito, tratará de disculparse, por supuesto, pero no se le ocurrirá jamás decir que no era libre para actuar como lo hizo. Así, por ejemplo, cuando se esgrimen como atenuantes la "enajenación mental", la "pasión", etc., se está suponiendo precisamente la libertad, puesto que estos estados psíquicos la coartarían.
Así las cosas, parece que la conciencia psicológica de libertad y la conciencia moral de responsabilidad, si bien no son pruebas suficientes para demostrar de modo concluyente la existencia de la libertad, si son ­al menos­ pruebas a favor de la dificultad que entraña probar su inexistencia. Es decir, parece que no es descabellado afirmar que la existencia de la libertad es, cuando menos, probable. Ahora bien, es preciso aceptar que si existe ­y no tenemos razones fuertes para pensar lo contrario­ no es una libertad absoluta, pues no podemos negar que la acción humana está condicionada (no determinada) por factores fisiológicos, psicológicos, sociales, etc.
En mi opinión, tanto los defensores de un determinismo total y absoluto, como los defensores a ultranza de una absoluta libertad han sido presas de sus propios prejuicios. Éstos últimos, partiendo de una visión optimista e individualista del hombre, hablan como si nuestra libertad y nuestras posibilidades fueran infinitas y como si en lugar se vivir en un mundo a menudo cruel e injusto, viviéramos en Jauja. Los primeros, por su parte, caen en la contradicción de negar la libertad y seguir sintiéndose responsables de sus actos. Entre ambos extremos, es preciso reconocer que el hombre goza de una libertad relativa. Hay una libertad "dentro de lo que cabe", siendo los límites de la libertad grandes: nadie nos ha pedido permiso para nacer ni para morir, ni para darnos el cuerpo que tenemos, las aptitudes que tenemos, la familia que tenemos, el lugar de 13
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nacimiento, etc. En este sentido, el existencialismo ha hecho siempre hincapié en que la libertad humana es una libertad en situación, una libertad circunstanciada.
3.2. La libertad humana como libertad circunstanciada: Entre el mundo del animal y el mundo de Robinson
No se puede negar que existen unos condicionamientos ­fisiológicos, psicológicos, sociales, etc.­ que hacen que la libertad sea posible dentro de unos límites. El ser humano, por tanto, tiene que contar con ellos. Es más, precisamente, su conducta libre consiste en (sabiéndose limitado y siendo consciente de esos límites) intentar ir más allá de ellos. Pues no es menos cierto que podemos intentar aprovechar esos límites para dominarlos y acrecentarlos: podemos convertir lo limitado en tendente al infinito.
El ser humano es un ser circunstanciado (a un cuerpo, a una sociedad, a un tiempo, a una educación); no es un YO absoluto e independiente, sino un yo y una circunstancia. No obstante, es precisamente la circunstancia aquello que limita la libertad y, al mismo tiempo, la hace posible. Si la circunstancia fuera sólo el límite de nuestra libertad, entonces sería algo que nos empobrecería como realidades libres. Pero la circunstancia no es sólo límite, sino también posibilidad, porque es el marco en el que se nos ofrecen las diversas posibilidades de realización, las posibilidades de elegir y decidir, pues para que haya decisión tiene que haber a la vez limitación y holgura.
Cabe afirmar que la libertad humana está restringida desde un principio. Sin embargo, este hecho no es, a mi juicio, algo contradictorio. La libertad del ser humano, como realidad humana y social que es, es una realidad que está ya empeñada de antemano y, por tanto, el ejercicio de la misma sólo puede llevarse a cabo a partir de y contando con aquello que se le ha destinado como su lugar de aparición en la realidad, siendo esta inserción en la realidad lo que la hace posible como libertad. El pensamiento representativo nos ha acostumbrado a disociar fatalidad y libertad como reinos excluyentes, pasando por alto que ambas sólo son reales en su mediación. La libertad sólo es posible en y con la fatalidad, pues ésta, en cuanto facticidad, es el vínculo que la 14
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retiene en el ser; y a la inversa, la fatalidad sólo puede darse a una libertad que requiere instancias previas de actuación. Y es que, gracias a la situación­circunstancia, la libertad cuenta con posibilidades reales y puede pronunciarse ante ellas.
Así pues, estos condicionamientos que nos son impuestos ­características psicofisiológicas, sociales, etc.­ no anulan la libertad, sino que constituyen su realidad. Ellos son los que dan a la libertad humana su densidad específica, como un esfuerzo por ser que se ejecuta en la realidad. Fuera de ella, la libertad se vuelve ideal y fantasmagórica, y acaba por disolverse. Por ello, como decíamos, estos condicionamientos no anulan la libertad humana sino que la posibilitan; ya que la libertad humana no es una libertad absoluta y omnipotente sino circunstancial u ocasional. Como señala Ortega: "Por eso el cardenal Cusano llama al hombre deus occasionatus, porque, según él, el hombre, al ser libre es creador como Dios, se entiende: es un ente creador de su propia identidad. Pero, a diferencia de Dios, su creación no es absoluta, sino limitada por la ocasión". ( Historia como Sistema ).
La vida humana es libertad en la fatalidad y fatalidad en la libertad. Y otra vez con Ortega, podemos decir que incluso la pesadumbre con que la libertad sostiene en vilo su figura de ser, cercada por la fatalidad de la situación que le ha sido impuesta, puede adquirir el aire ligero de una danza:
"Por eso, porque la vida está constituida de un lado por la fatalidad, pero de otro por la necesaria libertad de decidirnos frente a ella, hay en su misma raíz materia para un arte, y nada la simboliza mejor que la situación del poeta que apoya en la fatalidad de la rima y el ritmo la elástica libertad de su lirismo ... y como Nietzsche decía: 'El artista es el hombre que danza encadenado'." . (¿Qué es Filosofía?). Volviendo del revés la frase nietzscheana, podemos considerar al ser humano como el artista que danza encadenado. Así, pues, como ya decíamos al principio, la libertad no consiste en un mero voluntarismo ( el modo de ser y actuar del ser humano dependen sólo de su querer), ni tampoco en un mero determinismo ( las circunstancias imponen al ser humano su modo de ser y actuar). Más bien, consiste en una tensión dialéctica entre 15
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el "yo quiero" y "las circunstancias en las que estoy". No existe yo sin circunstancia, ni circunstancia sin yo; "Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo", decía Ortega. De ahí que la reabsorción de la circunstancia sea el destino concreto del ser humano. Ahora bien, reabsorber la circunstancia no consiste en aceptarla tal cual es, sino que se puede ­partiendo de ella, por supuesto­ modificar, adaptar, re­crear...
Así las cosas, en lugar de hablar de libertad ­concepto estático que designa una realidad completa y acabada­ sería mejor hablar de liberación. Liberación como concepto que denota que lo que puede ser la libertad o libertades humanas nunca es algo concluso, terminado y satisfactorio sino algo que, en el mejor de los casos, está en proceso de hacerse, de reconstruirse. La libertad aparece así bajo una nueva luz, y es que no podemos olvidar que la libertad no es un datum, un regalo, sino algo que hay que conquistar. Nada importante le es regalado al hombre, antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo, por eso, el título más claro de nuestra especie es ser homo faber.
Así las cosas, podemos decir que la libertad humana es una libertad de constitución; una tarea, no sólo in­definida, por insegura, sino in­finita por desbordar siempre la precariedad del ser humano. El ideal de libertad absoluta es una idea límite puramente reguladora; de ahí que el proyecto humano de la libertad sea fantástico en su origen y utópico o abierto en su realización. Utópico en cuanto que ese proyecto es siempre algo pendiente de consumación en su perfección.
La libertad, tanto externa como interna, no es algo realizado ya de modo pleno, sino un ideal al que tender, algo que hay que ir conquistando. La libertad de la que hoy tenemos conciencia no es más que un preludio de lo que podrá ser la libertad en un mundo futuro de seres humanos más plenamente racionales. Como decíamos, aunque la libertad humana es una libertad circunstanciada y limitada, podemos aprovechar esos límites para dominarlos y acrecentarlos, podemos convertir lo limitado en tendente al infinito. Y no sólo podemos, sino que ­a mi juicio­ debemos. Debemos esforzarnos por lograr mayores libertades cívicas, de pensamiento, de acción, etc. Debemos luchar por lo que Kant llama autonomía de la voluntad, es decir, por la posibilidad de dominarnos a nosotros mismos, pues sin control alguno el ser humano no queda más libre sino más 16
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disminuido. Debemos luchar por que efectivamente nuestra conciencia pueda testimoniar sin engaños, antes, después y durante nuestras acciones que somos libres. Debemos, en una palabra, transformar la necesidad en libertad, lo cual es, sin duda, una tarea difícil pero no imposible, pues está abierta su posibilidad.
3.3. Libertad y valores: El peligro de la sociedad actual
Nuestra intención en este apartado es poner de manifiesto que la concepción según la cual la libertad se reduce a la falta de coacción y determinación en el obrar humano, es una concepción insuficiente de la libertad. No es cierto que la existencia de un repertorio de alternativas de acción ­por amplio que sea­ garantice la libertad de los seres humanos.
Es incuestionable que el hecho de que exista un campo objetivo de posibilidades tiene algo que ver con la libertad, pero ese abanico de posibilidades solamente hace referencia a la dimensión negativa de la libertad. Ahora bien, para pasar a la dimensión positiva no tenemos más remedio que ­contando con ese repertorio de alternativas indeterminadas­ "echar mano" de los valores. De ahí que hablemos de la dimensión negativa de la libertad o "libertad de" y la dimensión positiva de la libertad o "libertad para".
La dimensión negativa de la libertad o libertad de hace referencia al ámbito de indeterminación que tiene que darse en el campo de acción del sujeto, es decir, al campo objetivo de posibilidades de acción. Por ejemplo, en las sociedades modernas, frente a las sociedades del pasado, el número de orden en el nacimento de los varones no determina que éstos se dediquen a las armas, a las letras o a Dios; en este sentido, decimos que están libres de la coacción y la determinación de su profesión pues, en principio, pueden ellos elegirla. Sin embargo, la existencia de este abanico de posibilidades u opciones no es suficiente para hablar de libertad real. Por ello, es necesario que pasemos a la dimensión positiva de la libertad o libertad para. La libertad para hace referencia a las condiciones que tiene que tener el sujeto para adquirir la capacidad de optar, de decidirse por una de las alternativas que la falta de determinación le ofrece. Ese conjunto de condiciones constituye la posibilidad de hacer 17
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efectiva y concreta una de las alternativas, tiene el sentido de un segundo momento que hace capaz al individuo de determinar por sí mismo lo indeterminado. Entre ese conjunto de condiciones que tienen que darse para que el sujeto pueda ejercer su libertad, se encuentran los valores como algo indispensable. Pues, siguiendo con nuestro ejemplo, si el varón que tiene la posibilidad de elegir a qué va a dedicar su vida, no percibe ninguna profesión como más valiosa, no podrá optar por ninguna; con lo cual, su libertad será algo teórico pero no real. En otras palabras, para ejercer la libertad es necesario un abanico de alternativas u opciones y, además, unas pautas valorativas que nos permitan determinar en qué medida una situación real o posible es mejor que otra.
Y es que no podemos olvidar que la libertad no es espontaneidad, no es apetito, no es capricho, sino reflexión; es decir, conformación activa por valores objetivos. Pues, una espontaneidad vital sin mediación de valores, aparte de no ser viable como vida humana, degenera en un vano e irresponsable primitivismo. Precisamente son los valores los que confieren densidad y sentido, fondo sustantivo y orientación a la conducta libre. Sin valores no hay libertad posible, sólo queda el reino de la bestia o el ángel. Y viceversa, sin la reanimación constante de los valores, éstos se convierten en un sistema inercial, casi instintivo, que reduce el obrar humano a una mera reiteración de comportamientos establecidos. He aquí la paradoja: la libertad se encuentra siempre amenazada por aquello mismo que la posibilita. Por eso tiene que revolverse contra los valores, desconfiar de ellos, aunque sea y precisamente porque es el presupuesto de su seguridad; criticarlos y transcenderlos siempre de nuevo, no hacia la naturaleza sino hacia nuevas configuraciones o modos de vida. De lo contrario, no tiene otro destino que rendirse bajo la pesadumbre de sus propias obras.
La libertad es imposible sin valores y, sin embargo, éstos pueden anularla. La solución está en que los valores sean guías para orientar la conducta y no cadenas que maniaten a los individuos. Por ello, los valores no pueden ser impuestos desde instancias externas al sujeto, porque entonces no facilitan el ejercicio de la libertad sino que lo oprimen, e incluso, lo anulan. Para que exista libertad, los sujetos tienen que hacer suyos esos valores, tienen que interiorizarlos.
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Ahora bien, según que el proceso de socialización propicie una auténtica interiorización de valores, en la que el individuo asimila, adapta y hace suyos, incluso con características innovadoras, los valores de su medio social; o bien, propicie la mera receptividad pasiva de los valores, sin ser auténtica interiorización sino más bien un simple conformismo, el nivel de libertad será bien distinto. En el primer caso, cabe hablar de verdadera y auténtica libertad, ejercida a partir de pautas valorativas que se han hecho propias, personalizándolas, criticándolas y re­creándolas. En el segundo caso, apenas cabría hablar de obrar libre, porque la orientación de la acción del sujeto conformista padece un marcado carácter de exterioridad, le viene impuesta desde los valores vigentes en su medio social, valores que ­en realidad­ el sujeto no ha hecho suyos.
Por ello, como señala Rousseau, la mejor ayuda para que la libertad vaya en aumento es la educación. Ahora bien, se trata de educar, no para la vida ya hecha sino para la vida creativa. La vida de una persona libre no puede reducirse a ser mera repetición, rutina e imitación sino que debe ser improvisación y creación. Es decir, hay que orientar la educación, no a la adquisición­imposición de formas culturales sino a la formación y entrenamiento de las propias posibilidades de actuación. La educación, NO como mera recepción de fórmulas ya hechas, sino como "puesta en forma" de la propia vida en posesión de sí misma. Obviamente, no se trata de optar por el mito de la espontaneidad sin cultura, sino de reanimar la cultura, autentificarla y criticarla. Se trata de apostar por la vida creadora y autónoma que se opone a la robotización de los seres humanos. El éxito o el fracaso de esta apuesta depende del proceso de socialización y aprendizaje.
En resumen, parece claro que para que exista verdadera libertad es preciso la existencia de un abanico de opciones y de unas pautas valorativas que no sean camisas de fuerza o diques de contención sino guías para la acción. Es más, tiene que darse una relación óptima entre ambos elementos, pues, valores sin opciones equivalen a opresión, mientras que opciones sin valores carecen de sentido.
Pues bien, el peligro de la sociedad actual no parece ser el de la falta de opciones sino, precisamente, el de la falta de valores que sirvan a los individuos para orientar su conducta, falta de valores que conlleva la aparición de los hombres­masa o robots dóciles, 19
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pero no seres humanos libres. En las sociedades de hoy en las que las opciones son fabulosas pero en las que no se encuentran criterios valorativos, los individuos no saben a qué carta poner su vida; se sienten fabulosamente capaces de realizar cosas pero no saben qué realizar. El ser humano domina todas las cosas pero no es dueño de sí mismo, porque se siente perdido en su propia abundancia. Paradójicamente, el ser humano experimenta que cada vez la vida es más rica en posibilidades y, al mismo tiempo, cada vez carece más de sentido. He aquí el peligro de estas sociedades actuales: la des­orientación, la des­moralización, la falta de percepción de valores, y, por ende, la falta de sentido.
Sin embargo, la solución no está, a mi juicio, en volver al pasado ­no creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor­, sino en ­contando con las ventajas de las sociedades actuales­ evitar sus peligros, re­armando moralmente a los individuos, ayudándoles a concebir nuevos valores y nuevas esperanzas para el futuro. Hemos de evitar el giro amenazante hacia una cultura de masas. Las facilidades de la sociedad postindustrial pueden operar en una dirección inversa a la cultura de la persona. En lugar de favorecer una vida elegida y puesta creadoramente a su vocación, puede generar la vida del hombre­masa, del hombre unidimensional, del señorito satisfecho. Lo que debe ser el punto de apoyo para una nueva existencia creadora, no puede convertirse en punto de apoyo para la adaptación funcional y el asentimiento controlado. Pues, si esto ocurre, el progreso, lejos de favorecer la aparición de un sujeto autónomo y creador, favorecerá el mimetismo y la heteronomía, aunque sea bajo la máscara dorada de la propia satisfacción. Y es que, en definitiva, la libertad es un bien preciado y hay que esforzarse para conseguirla. Bibliografía
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➔ Giner, S.: El destino de la libertad ➔ Maceiras, M.: La realidad personal ➔ Ortega y Gasset, J.: La rebelión de las masas ➔ Ortega y Gasset. J.: ¿Qué es Filosofía?
➔ Ortega y Gasset. J.: El hombre y la gente ➔ Ortega y Gasset. J.: Historia como sistema ➔ Savater, F.: Ética para Amador ➔ Skinner, J. B.: Más allá de la libertad y la dignidad ➔ Skinner, J.B.: Walden dos 21