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Historia de la Filosofía
2.° Bachillerato
José Carlos Ruiz Sánchez
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Andalucía
Canarias
MADRID • BOGOTÁ • BUENOS AIRES • CARACAS • GUATEMALA
MÉXICO • NUEVA YORK • PANAMÁ • SAN JUAN • SANTIAGO
AUCKLAND • HAMBURGO • LONDRES • MILÁN • MONTREAL • NUEVA DELHI • PARÍS
SAN FRANCISCO • SIDNEY • SINGAPUR • SAN LUIS • TOKIO • TORONTO
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Historia de la Filosofía. 2.º Bachillerato.
Andalucía
Canarias
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No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro
u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra, diríjase a CEDRO (Centro Español de
Derechos Reprográficos, www.conlicencia.com).
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Nota: Este libro se atiene al artículo 32 del derecho de cita de la Ley de Propiedad Intelectual de 1996
(R. D. Leg 1/1996, de 12 de abril).
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Derechos Reservados © 2013, respecto a la primera edición en español, por:
McGraw-Hill/Interamericana de España, S. L.
Basauri, 17
Edificio Valrealty, 1.ª planta
28023 Aravaca (Madrid)
© José Carlos Ruiz Sánchez.
ISBN: 978-84-481-8362-2
Depósito legal:
Equipo editorial: Paloma Sánchez Molina y Ernesto Baltar
Diseño de cubierta: rload.es
Diseño de interior: Diseño y Control Gráfico, S. L. U.
Ilustración: Siro
Composición: Diseño y Control Gráfico, S. L. U.
Impreso en ESPAÑA – Printed in SPAIN
Presentación
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El presente libro ha sido pensado para facilitar a los alumnos que cursan 2.º de
bachillerato el contenido de la asignatura Historia de la Filosofía II de cara
a la prueba de selectividad. Teniendo en cuenta que en los últimos años las
horas lectivas de docencia directa con el alumnado se han visto reducidas y
que la prueba de selectividad y los contenidos de la asignatura apenas han variado, hemos considerado necesario crear un libro que se adapte a las nuevas
necesidades que han surgido de este nuevo contexto (menos docencia pero
igual contenido).
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La idea central del libro es exponer el pensamiento de los autores seleccionados para la prueba de selectividad centrando esta explicación en el modelo
elegido para dicha prueba. Tomando como referencia el modelo de examen de
esta asignatura para selectividad, hemos planteado un recorrido histórico por
la Filosofía desde la perspectiva de los autores más representativos.
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Nuestro objetivo no ha sido realizar un manual al uso de la Historia de la
Filosofía para los alumnos de 2.º bachillerato, pues ya existen muchos manuales al respecto. El propósito de este libro es el de preparar lo mejor posible al
alumno para lograr superar con total éxito la prueba de selectividad y al mismo
tiempo asimilar los contenidos que se contemplan en la programación de la
asignatura. De ahí que el hilo argumental que hilvana a todos los autores sea
el de la prueba de selectividad. También se ha tenido en cuenta que el examen
de selectividad dura una hora y media, por lo que hemos intentado adaptar
el contenido de los temas a las limitaciones de la prueba. En cada una de las
unidades, no solo se proponen los contextos históricos de los autores, sino que
además se añade una batería de temas de actualidad que ayuden al alumno a
afrontar con más éxito la última pregunta del examen. Todo esto sin perder de
vista el contenido teórico que supone impartir la propia historia de la filosofía.
Esperamos que el libro sea de gran utilidad para todos aquellos alumnos
que, además de querer aprender la historia de la filosofía a través de sus pensadores, deseen sacar el máximo provecho a su tiempo de aprendizaje preparando de un modo concreto y detallado el examen de selectividad.
El Autor
[3 ]
Índice
1. Platón.........................................................................5
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2. Aristóteles...................................................................27
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3. Tomás de Aquino........................................................45
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4. Descartes....................................................................63
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5. Kant............................................................................85
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6. Marx...........................................................................109
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7. Nietzsche...................................................................131
8. Rawls.........................................................................149
9. Ortega y Gasset..........................................................167
[ 4]
UNIDAD
Descartes
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Índice
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1. Contexto histórico, cultural y filosófico del autor.
1.1. Contexto histórico y cultural.
1.2. Contexto filosófico.
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2. Líneas principales del pensamiento del autor.
2.1. Introducción al Discurso del método.
2.2. Epistemología.
2.2.1. La búsqueda de un método (intuicion y
deducción).
2.2.2. Origen del método: la duda
2.2.3. Aplicación de la duda.
2.2.4. La solución a la duda: el cogito.
2.3. Las ideas.
2.4. La sustancia.
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«Pues bien, estemos en estado
de vigilia o bien durmamos, jamás
debemos dejarnos persuadir sino
por la evidencia de nuestra razón.»
(Descartes, Discurso
del método)
3. Comparación con otro autor.
4. Actualidad de Descartes.
4.1. La ciencia actual como heredera del método.
4.2. El código binario, los robots y la inteligencia artificial.
5. Texto.
6. Ejemplo de examen.
7. Mapa conceptual.
[6 3 ]
[ 64] Historia de la Filosofía
1. Contexto histórico, cultural y filosófico del autor
1.1. Contexto histórico y cultural
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La vida de Descartes (1596-1650) se desarrolla dentro un periodo histórico convulso
en la Europa del momento. Nace en la Turena francesa, concretamente en la ciudad
de La Haya (hoy llamada Descartes en su honor), y con apenas ocho años su padre lo
manda a estudiar al colegio de La Flèche, dirigido por la orden de los jesuitas. Su estancia de casi cinco años allí marcó gran parte de su formación y vocación posterior;
en este periodo estudió cultura clásica en profundidad, demostrando un gran manejo
del griego y el latín y un profundo conocimiento de los autores de la Antigüedad
clásica. En este plan de estudios se encontraban también las matemáticas, la física y
la astronomía, al igual que un buen conocimiento de los textos de Aristóteles; esto,
unido al hecho de que nos encontramos en el «siglo de la física», determinó muchas
de las investigaciones del pensador francés.
El siglo xvii es un momento histórico en el que se produce una gran crisis política
y religiosa. La crisis política viene desencadenada en parte por la crisis religiosa que
está teniendo lugar en toda Europa. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en
la que los distintos Estados alemanes se enfrentaron entre sí implicando a gran parte
de la Europa central, marcó el futuro del continente. El inicio de esta guerra estuvo
marcado por el conflicto religioso que invadió toda la Europa del momento y que enfrentaba a los Estados que se mostraban a favor de la Reforma luterana contra aquellos
que mostraban su desacuerdo (Contrarreforma). Descartes se alistará en 1619 en las
filas de las tropas católicas del duque de Baviera, que luchará con el rey de Bohemia. Poco después abandonará el ejército para dedicarse a viajar y a experimentar
mundo recorriendo Europa. La Guerra de los Treinta Años llegó a su fin con la Paz
de Westfalia y la Paz de los Pirineos, que acabaron con la rivalidad existente entre
Francia y las posesiones de los Habsburgo, que formaban parte del Imperio español
y el Sacro Imperio Romano-Germánico.
Al principio de este siglo se fundó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. El éxito de esta empresa puso en marcha el siglo de oro holandés y este país
se convirtió en el paradigma del pensamiento libre y del avance en la ciencia. Conocedor de esta libertad de pensamiento, Descartes residió en Holanda en 1619 y
allí colaboró con el físico Isaac Beeckman, que despertó su interés por la ciencia
física. Allí vivió apenas un año y después se marchó en un periplo por distintos países
europeos (Francia, Alemania y Dinamarca) hasta volver en 1628 a los Países Bajos,
donde estuvo cerca de 20 años trabajando en su obra.
Políticamente, en Francia nos encontramos a personalidades como el cardenal
Richelieu, que centraliza el poder en Francia y establece el asedio a La Rochelle; poco
después Richelieu se aliará con las fuerzas protestantes suecas para luchar contra la
expansión del Sacro Imperio Romano-Germánico de los Habsburgo.
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1.2. Contexto filosófico
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Culturalmente estamos inmersos en un conflicto religioso de gran calado. Un
conflicto que viene ya desde los tiempos de Guillermo de Occam, que postuló la
separación total entre fe y razón. Si bien Tomás de Aquino había intentado relacionar
razón y fe sometiendo en última instancia la primera a la segunda, Occam, con el nominalismo, había separado ambos ámbitos. Con estos precedentes, Lutero comienza
la Reforma dando relevancia al papel de la razón a la hora de interpretar la Biblia.
Como consecuencia de esto, el poder divino que ejercía el Papa se ve mermado y el
poder político se ensalza sobre todo a raíz de la guerra, que trajo como consecuencia
una total pérdida de la autoridad del catolicismo.
Desde el Renacimiento, y con el humanismo, el hombre había pasado a ocupar
el centro de todas las preocupaciones y deliberaciones. Nos encontramos, pues,
en un periodo que potencia el antropocentrismo. Un antropocentrismo que se ve
aumentado por los avances en las investigaciones de la física y las matemáticas, con
un gran desarrollo en el conocimiento de las leyes físicas que rigen el universo. Nos
encontramos en el «siglo de la física», en el que tuvieron lugar importantes descubrimientos por parte de grandes científicos: nombres como Galileo, Newton o el propio
Descartes dieron lugar a una nueva interpretación del universo y pusieron en marcha
el pensamiento mecanicista y la física clásica. Se produjo una matematización de las
ciencias que posibilitó un mejor desarrollo de las mismas. El auge de las matemáticas fue tal que el propio Descartes evidenció la necesidad de encontrar un método
para la filosofía que imitara el paradigma de las matemáticas.
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Teniendo en cuenta que hablamos de un filósofo francés, hay que subrayar que la
primera corriente importante de filosofía que se asienta en esta época en Francia
es el escepticismo, encabezado por Montaigne. Era de esperar que, en una época
de incertidumbre y crisis, el escepticismo cobrara fuerza. La pérdida de poder de
la Iglesia, el reformismo, la lucha por enfrentar los nuevos conocimientos científicos con la interpretación de las Escrituras, la Inquisición que condena a Galileo...,
todos estos acontecimientos potencian el desarrollo de un pensamiento escéptico.
De repente parece que no existe ningún tipo de conocimiento que sea sólido, que
sea mínimamente fiable, y el edificio del cristianismo que había intentado aunar la
verdad con la fe se derrumba. Descartes, matemático, físico y sobre todo filósofo, se
muestra convencido de la posibilidad de alcanzar el conocimiento; para ello luchará
fuertemente contra este escepticismo en su Discurso del método. Descartes construirá
su sistema de pensamiento huyendo de la duda escéptica y tratando de asentar los
cimientos del conocimiento sobre una duda metódica.
A este movimiento filosófico de la época se le une otro no menos importante y
que choca frontalmente con la manera de entender el conocimiento de Descartes:
el empirismo. El empirismo tiene su origen en las islas británicas y está encabezado
[ 66] Historia de la Filosofía
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por pensadores como Hume y Berkeley. Para ellos el origen del conocimiento se sitúa
en una base experiencial: la experiencia es el origen del conocimiento, frente a la
instancia de la razón o las ideas innatas que postulan Descartes y los racionalistas.
Pero de entre todas las disciplinas que se ocupaban del conocimiento en este
siglo, son la ciencia y las matemáticas las que más influyeron en la formación de
Descartes. En este sentido hay que destacar la figura de Francis Bacon, que con sus
investigaciones empíricas sobre los fenómenos físicos llegó a poner en marcha el
método inductivo, un método basado en la observación y transcripción detallada
de los fenómenos físicos para la elaboración posterior de una teoría. Otra de las
figuras destacables del momento es Galileo. Galileo estaba convencido de que el
mundo se podía traducir al lenguaje matemático; una de las tesis fundamentales
que sostiene este pensador es que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático y que solo tenemos que transcribirla para conocerla. Descartes extrapola esta
concepción de la naturaleza a su filosofía; de ahí que una de las condiciones que
ponga para elaborar un método de conocimiento fiable es que este imite a las
matemáticas.
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2. Líneas principales del pensamiento del autor
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2.1. Introducción al Discurso del método
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El texto de selectividad que se presenta es el Discurso del método y los apartados
que se han seleccionado son la segunda y cuarta parte del mismo. El libro en realidad se llamó el Discurso para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en
las ciencias. Esta obra es la principal referencia de la filosofía moderna y la base del
movimiento filosófico racionalista. El modo en el que está escrito pone de manifiesto
la intención de Descartes de realizar una autobiografía intelectual mediante la cual
pudiera poner en duda todos los conocimientos adquiridos hasta ese momento en
su vida. En la primera parte del Discurso del método hace un análisis de las enseñanzas de la escolástica, criticándolas. Expone que el único conocimiento fiable y
verdadero son las matemáticas y que cualquier tipo de conocimiento que se quiera
preciar de lo mismo debe seguir este modelo de conocimiento. A lo largo de esta
obra trata de construir un edificio filosófico seguro desde el que poder emprender
el camino cierto para todo tipo de conocimiento. La obra la escribió en francés, al
contrario de la costumbre de la época, que solía ser el uso del latín como idioma
culto para la ciencia. Un detalle de este tipo puso de manifiesto el interés de Descartes por popularizar el conocimiento y que este llegase a todas partes, ya que la
gran mayoría de la población no sabía latín. Esta innovación permitió que salieran
a la luz, en distintas lenguas nacionales, muchas obras de pensadores que no dominaban el latín y que ahora veían la posibilidad de presentar sus trabajos haciendo
uso del lenguaje cotidiano.
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2.2. Epistemología
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Gran parte de la teoría que es importante para comentar el texto de selectividad
que ha sido seleccionado está en relación directa con la epistemología o teoría del
conocimiento. La obra principal de la filosofía moderna, el Discurso del método, no
podía versar sobre otro tema que no fuese el conocimiento. Tenemos que recordar
que estamos en una etapa de crisis importante, pues la Reforma de Lutero había hecho
tambalear los cimientos de la Iglesia y su influencia y poder sobre la sociedad. Asimismo, el antropocentrismo había dado fuerza al hombre para situarse en el centro del
universo y, por lo tanto, era el momento de saber hasta dónde era el hombre capaz de
conocer sin tener que recurrir a la revelación divina. La Revelación (verdad revelada
de las Sagradas Escrituras) ya no era fuente de conocimiento y los descubrimientos
científicos del momento ponían en entredicho el conocimiento revelado de la Biblia.
Todos estos acontecimientos favorecieron un clima de investigación que eclosionó en el siglo xvii. Descartes no es ajeno a toda esta revolución, y al sentarse a
escribir sus reflexiones cree conveniente empezar por la epistemología. Teniendo en
cuenta la influencia que las matemáticas estaban teniendo en el mundo moderno,
Descartes decide tomarlas como modelo de conocimiento verdadero. No debemos
olvidar que Descartes era un gran matemático y el padre de la geometría analítica, en
la que establece los famosos ejes de coordenadas (también conocidos como los «ejes
cartesianos» en honor a su nombre). Este respeto que había por las matemáticas como
la ciencia más fiable hizo que Descartes extrapolara dicho método a la filosofía. La
idea era que, al igual que las matemáticas, la filosofía pudiese llegar por medio de la
deducción de una primera verdad indudable al resto de las verdades sin posibilidad
de cometer fallos de razonamiento.
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2.2.1. La búsqueda de un método (intuición y deducción)
Descartes comienza su estudio exponiendo la inquietud que le llevó a escribir esta
obra: las ciencias avanzan, progresan, sus conocimientos cada vez son más amplios y
se van solucionando los problemas que van apareciendo en su seno, pero la filosofía
no parece progresar, pues a lo largo de los siglos siguen realizándose las mismas preguntas, y las respuestas no parecen cambiar ni representan ningún tipo de progreso.
Esto, supone Descartes, se debe, entre otras cosas, a que la filosofía carece de un
método de trabajo. Las ciencias tienen el método deductivo y pueden asentarse sobre
los conocimientos anteriores porque son verdaderos (por eso logran progresar), pero
la filosofía, al carecer de un método para investigar, está anclada. Por eso Descartes
ve necesario buscar un método que, aplicado a la filosofía, le permita progresar en
el conocimiento.
Teniendo en cuenta que Descartes es el padre del racionalismo, no podemos
olvidar dos de los elementos más importantes con los que cuenta para poder poner
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en marcha su método: la intuición y la deducción. La intuición, para Descartes, es el
conocimiento inmediato. No tiene que ver con una sensibilidad especial ni con un
sexto sentido, sino más bien con la aprehensión de la idea de una manera inmediata, clarividente y que no ofrezca dudas. La intuición es la representación que surge
cuando no existe la más mínima duda a la hora de conocer algo. Esta intuición es la
piedra fundamental sobre la que asentar el conocimiento racionalista.
La deducción, por su parte, hace el trabajo restante una vez que tenemos las intuiciones. La deducción es la encargada de ir uniendo las diferentes intuiciones para
poder ampliar el conocimiento; sin ella no sería posible el avance en el conocimiento.
Por medio de ella se puede pasar de una evidencia, o de una verdad evidente, a otra
hasta llegar a demostrar lo deseado.
Este método debe ser lo más claro posible. El propio Descartes propugna la necesidad de establecer este método en torno a unas reglas «ciertas y fáciles que hacen
imposible tomar por verdadero aquello que es falso». El objetivo es que este método
sistematice y facilite la progresión en el conocimiento conduciendo de un paso al siguiente con total certeza y confianza. El propio Descartes define el método del siguiente
modo: «Por método entiendo reglas ciertas y fáciles tales que todo aquel que las observe
exactamente no tome nunca algo falso por verdadero y sin gasto alguno de esfuerzo
mental sino por incrementar un conocimiento paso a paso». Para esto Descartes elabora
una serie de reglas que son de vital importancia para que el método sea eficaz. Las presenta en uno de los textos que han sido seleccionados para el examen de selectividad,
la segunda parte del Discurso del método, y son las siguientes:
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• Evidencia: dice Descartes: «Lo primero consistía en no admitir cosa alguna como
verdadera si no se había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo
cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente
en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que
no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda». De este modo nos explica la
primera condición que se necesita para poner en práctica el método. Este primer
paso consiste en la búsqueda de una primera evidencia, es decir, una primera idea
clara y distinta (dos características de la evidencia) de la que no se pueda dudar.
En este sentido, Descartes propone encontrar esta evidencia para poder asentar
sobre ella el resto de su edificio filosófico, utilizando la evidencia como criterio
de verdad. Esta primera evidencia tiene que ser, en primer lugar, clara, porque no
necesita justificar más allá de sí su propia evidencia, y en segundo lugar, tiene que
ser distinta, porque no hay posibilidad de confundirla con ninguna otra.
• Análisis: la segunda regla del método está centrada en el análisis, y Descartes
la expone así: «El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a
examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas
más fácilmente». Solo se puede tener evidencia de las ideas que son simples;
por ello Descartes propone este paso en su método: el de reducir las ideas
compuestas, que presentan un problema, a sus ideas más simples. En esta regla
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Descartes establece la necesidad de estructurar un problema; para poder entenderlo mejor es necesario dividir el problema en cuantas partes tenga para
llegar a su conocimiento profundo. Esta división del problema en cada parte
tiene que continuarse hasta el momento en el que las partes en las que hemos
dividido el problema puedan ser evidentes por sí mismas; es decir, las partes
más simples del problema se deben presentar de un modo inmediato.
• Síntesis: es el siguiente paso, que sirve para comprobar que hemos analizado bien el problema, en palabras de Descartes: «El tercero requería conducir
por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más
fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el
conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros». Es decir, una vez
descompuesto el problema en las evidencias, procedemos a unirlas para llegar
al conocimiento más complejo.
• Enumeración o revisión: finalmente, Descartes no deja pasar por alto la necesidad de revisar todos y cada uno de los pasos anteriores realizados, pues es
importante comprobar que el procedimiento durante todo el proceso ha sido
correcto. Es una comprobación de cada uno de los pasos anteriores.
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Como se puede comprobar, todo este método diseñado por Descartes no es útil si
no se llega antes a una evidencia desde la que sostener todo el procedimiento. Esta
será la principal diferencia que se establezca en cuanto al conocimiento entre los
llamados filósofos racionalistas y los empiristas, pues estos últimos desechan la posibilidad de sostener el edificio del conocimiento sobre la intuición de ideas innatas.
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2.2.2. Origen del método: la duda
Como Descartes argumenta en la primera regla del método, es necesario poner en
duda todo el conocimiento aprendido para poder llegar a una primera evidencia
desde la que argumentar el resto. Esta duda será el punto de partida de su filosofía.
Pero teniendo en cuenta que nos encontramos en un periodo de crisis, el resurgimiento del escepticismo filosófico había hecho su aparición y la utilización de la duda
podría ser perjudicial. La duda escéptica podía convertirse en un enemigo mortal
del conocimiento y por eso Descartes pretende separarse lo más posible de ella. La
duda cartesiana es una duda metódica, usada como un método a través del cual se
pueda llegar a encontrar la primera evidencia. Las características más importantes
de esta duda son las siguientes:
• Universal: es necesario someter todo a duda. Todos los conocimientos adquiridos tienen que ponerse en duda para comprobar cuál de ellos puede pasar la
prueba. Descartes había percibido que la filosofía proponía doctrinas diversas
[ 70] Historia de la Filosofía
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y a veces enfrentadas ante los mismos problemas, de modo que todos estos
conocimientos pueden y deben someterse al dictamen de la duda.
• Metódica: la duda cartesiana es un método, un modo de analizar el cono­
cimiento para poder alcanzar un objetivo. Este objetivo no es otro que el
del propio conocimiento. No es una duda escéptica que pretenda quedarse
anclada en la propia duda. No trata de asentar un relativismo desde el que
sentirse cómodo. El objetivo de la duda cartesiana es construir partiendo de algo
que sea indudable.
• Teorética: Descartes es el padre del racionalismo, de modo que es de esperar
que deje a un lado todo lo referente a las creencias a la hora de ejecutar la
duda. La duda metódica está reservada solo para el plano del conocimiento en
su totalidad.
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2.2.3. Aplicación de la duda
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Descartes comienza a aplicar la duda a todo el edificio del cocimiento y se pregunta
de qué podemos dudar:
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• Los sentidos: la primera duda y quizá la más evidente es aquella que se puede
dirigir hacia la información que nos proporcionan los sentidos. Se puede demostrar que los sentidos, en alguna ocasión, nos han engañado, nos han proporcionado información que no era cierta; de este modo nadie nos puede asegurar
que si alguna vez los sentidos nos han engañado no nos vuelvan a engañar otra
vez, de modo que, aplicando la duda en todo nuestro conocimiento, podemos
dejar a un lado a los sentidos como fuente totalmente fiable de conocimiento.
• El mundo: para justificar una duda tan importante, Descartes acude al argumento del sueño y la vigilia. ¿Cómo podemos estar seguros de que lo que vivimos
ahora no está sucediendo dentro de un sueño? Descartes argumenta que a veces
tiene sueños que son tan reales como la misma realidad y que la única manera
de darse cuenta de que son irreales es despertándose. Por tanto, como a veces
no está seguro de si la realidad es verdadera o si es un mero sueño, esto significa
que podemos dudar de ella.
• La razón (o los razonamientos): hay que dudar también de que la propia razón
nos pueda engañar cuando ejercemos un razonamiento. Como ejemplo podemos usar la propia operación matemática de la suma; aun sabiendo sumar,
a veces nos equivocamos, de modo que los propios razonamientos pueden
incluso ponerse en duda. En este argumento Descartes presenta la hipótesis del
genio maligno. Descartes plantea la posibilidad de que exista dentro de nosotros
una «especie de duendecillo» con tendencias malignas que nos induce al error
en nuestros propios razonamientos; es decir, algo que está en nosotros y que
nos induce a equivocarnos.
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2.2.4. La solución a la duda: el cogito
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Todas estas dudas parecían poner en jaque todo el edificio del conocimiento, ya
no quedaba nada más de lo que dudar: el mundo exterior, nosotros, los sentidos,
los propios razonamientos... Parece que una especie de escepticismo podía invadir
todos los intentos de Descartes por encontrar la primera evidencia, la primera idea
simple desde la que empezar a construir su propio edificio del conocimiento. Pero
Descartes descubre que, a pesar de que puede dudar de todo, no puede dudar de
que está dudando; además, si está dudando es porque está pensando, y si está pensando es porque necesariamente está existiendo. Este razonamiento se resume en la
fórmula del cogito ergo sum. Cogito ergo sum: pienso luego existo. Es decir, para
poder dudar, tal y como lo hace Descartes, con el objetivo de encontrar una primera
idea simple y evidente, es necesario pensar, y si se piensa es porque se existe. Este
«pienso luego existo» cartesiano es la primera evidencia, la primera idea clara y
distinta de la que no se puede dudar; es la piedra desde la que empezar a levantar
el edificio del conocimiento.
Este pienso luego existo es una pura intuición mental, algo evidente por sí mismo
y que es imposible someter a la propia duda. Es la primera idea que resiste a la duda
metódica que Descartes había puesto en marcha.
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2.3. Las ideas
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Llegados a este punto, Descartes ha encontrado la primera idea. El cogito es una idea
clara y distinta, una intuición de la que no se puede dudar, pero para el pensador
francés no todas las ideas poseen la misma categoría epistemológica. Las más importantes de todas son, como era de esperar, las ideas innatas.
• Ideas innatas: si hay algo evidente en la defensa del racionalismo cartesiano es
la necesidad de la existencia de ideas innatas; sin ellas no es posible el conocimiento, puesto que, como acabamos de ver, podría someterse a duda a casi
todas las ideas. Las ideas innatas forman parte de la propia razón, no necesitan
provenir de otro lugar. In-nato significa que nace con el sujeto; es decir, no se
necesita acudir a la experiencia para comprobar que existen. El cogito, por lo
tanto, es una idea innata, está en el sujeto sin necesidad de que tenga que echar
mano de la experiencia exterior o tenga que realizar un esfuerzo mental para
poder alcanzarla. De este modo, las ideas innatas para los racionalistas son las
ideas que se presentan en la mente de un modo claro y distinto, sin necesidad
de tener que argumentarlas.
• Ideas adventicias: son las que provienen de fuera, las que proceden de la propia experiencia externa. Su categoría epistemológica es menor que las innatas,
puesto que necesitan de la experiencia para conocerse.
[ 72] Historia de la Filosofía
• Ideas facticias (ficticias): son creadas por el ser humano; provienen de una
mezcla de nuestra imaginación y de la propia voluntad. Pueden proceder de
la suma de las ideas adventicias; de este modo, podemos pensar en una sirena,
que es la suma de dos ideas adventicias (mujer y pez).
2.4. La sustancia
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Una vez encontrada la primera evidencia, el cogito, Descartes tiene que seguir adelante
con la construcción del edificio del conocimiento. Para ello emprende un camino que
intenta demostrar la existencia de todo lo que había sometido al proceso de la duda.
Con el descubrimiento del cogito Descartes procede a la justificación de la existencia
de distintos tipos de sustancias. El cogito es la demostración de que el yo es un yo que
piensa y a la vez es un yo que existe. Es decir, el yo que se evidencia en el cogito es
una sustancia que existe y que piensa. De ahí que Descartes elabore, a partir de la
demostración del cogito, una teoría sobre los distintos tipos de sustancias que existen:
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• Sustancia pensante o res cogitans: es la más evidente, teniendo en cuenta el
descubrimiento de la primera evidencia que acaba de realizar. La sustancia
pensante queda demostrada en el cogito y se caracteriza por el pensamiento:
su atributo es el propio pensamiento. La sustancia pensante, el propio pensamiento, es una sustancia que no necesita a otra sustancia para existir.
• Sustancia extensa o res extensa: es la sustancia que hace referencia a la realidad
corpórea, a todo aquello que tiene extensión, cuerpo y mundo físico.
• Sustancia infinita o res infinita: es la conclusión de pensar en la imperfección y
finitud que tiene la sustancia pensante; si la res cogitans es una sustancia limitada y finita, tiene que existir otra sustancia que lleve los atributos de perfección
e infinitud, y esta no puede ser otra que Dios.
Descartes llega de un modo evidente a descubrir la primera sustancia de todas,
la sustancia pensante, cuando descubre el cogito. Él mismo llegará a afirmar que
mientras piensa se da cuenta de que él que piensa tiene que ser necesariamente algo
que piensa: una sustancia.
Descartes identifica esta sustancia pensante con el alma, que puede existir independiente del cuerpo, ya que este, al ser extensión (res extensa), puede someterse a
la duda, mientras que el pensamiento no. Esta separación entre el pensamiento (o el
alma) y el cuerpo será una de las principales dificultades que encontrará la filosofía
cartesiana para poder considerarse completa. Muchos de los detractores cartesianos
subrayaron la dificultad de pasar de la sustancia pensante a la extensa y lo acusaron
de elaborar una teoría solipsista, donde el sujeto se quedaba encerrado en sí mismo.
A Descartes se le plantea el problema de buscar un nexo de unión entre ambas sustancias que sea mínimamente creíble, y echará mano de la glándula pineal. Para el
pensador francés, la sustancia pensante está unida a la sustancia extensa —es decir,
D e sc a r t e s [7 3 ]
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es
cuerpo y alma— de un modo completamente accidental, puesto que son dos categorías distintas. Son dos entidades muy diferentes y cada una se muestra totalmente
independiente de la otra. Pero como el hombre es una unión de estas dos realidades,
Descartes tiene que buscar un lugar en el que situar el nexo entre ambas y lo emplaza
en el cerebro, la cabeza, más en concreto en la mencionada glándula pineal.
Con respecto a la sustancia infinita, la situación cambia, pues para Descartes la
sustancia infinita es Dios. ¿Cómo demuestra esta existencia? Para ello hace uso de los
razonamientos que ha puesto en marcha para demostrar el cogito. Descartes afirma que,
al poner en duda todo, queda demostrado que él es un ser imperfecto, puesto que la
duda es síntoma de imperfección. La imperfección conlleva en sí la finitud como otra
de las características del ser humano. De modo que nos encontramos con dos atributos
importantes: el de imperfección y el de finitud. Sin embargo, en el ser humano existe la
idea de infinito; la pregunta que se realiza a continuación es: ¿cómo es posible que un
ser finito, rodeado de cosas finitas, posea la idea de infinitud? Obviamente, de un ser
finito no puede provenir la idea de infinito, de modo que la idea de infinito debe llegar
de algo superior. Para Descartes la idea de infinito ha sido puesta en el hombre por una
naturaleza superior a él, y esta no puede ser otra que Dios, que es infinito. Este, sin
embargo, no es un razonamiento completamente original, puesto que ya lo encontramos
en el argumento ontológico de San Anselmo y a su vez también en San Agustín.
¿Por qué es necesario demostrar la existencia de Dios para Descartes? Entre otras
cosas, para poder justificar la existencia de la res extensa, de lo corpóreo, de lo material. Teniendo en cuenta que lo extenso se puede poner en duda, la clave está en demostrar ahora su existencia. Para eso recurre a Dios. Dios es un ser perfecto, y dentro
de la perfección no tiene cabida la mentira, de modo que para el filósofo racionalista
Dios no quiere que me engañe cuando pienso que el mundo, la extensión, existe.
De este modo, Descartes llega a demostrar la existencia de estas tres ideas innatas:
Dios, alma y mundo, que serán el pilar de su filosofía.
3. Comparación con otro autor
Realizaremos una comparación con Platón. Véase, por tanto, el tema de Platón, pues
es la misma comparación.
4. Actualidad de Descartes
4.1. La ciencia actual como heredera del método
Si hay algo que Descartes deja como legado a un nivel de implantación total es la
necesidad de sistematizar las investigaciones científicas. Descartes insistía a lo largo
de su obra en la necesidad de buscar un método de trabajo o de investigación que
nos sirva para discernir lo que es ciencia de lo que no lo es. Es decir, un criterio
[ 74] Historia de la Filosofía
-h
ill.
es
que nos ayude a progresar en el conocimiento tomando por verdadero aquello que
puede ser demostrable. Para ello, Descartes utiliza como modelo las propias matemáticas: la matematización del método a la hora de investigar aportaría fiabilidad.
De este modo, a lo largo de estos siglos, el método científico-técnico se ha ido
nutriendo del método cartesiano. Descartes había puesto la fe en la ciencia, creía que
la ciencia era la clave para el progreso humano, y en el siglo xxi todavía pervive esta
creencia. Los gobiernos dedican grandes partidas presupuestarias para I+D, es decir, investigación y desarrollo, porque están convencidos, al igual que lo estaba Descartes, de
que en la ciencia podemos encontrar la mejora o incluso la salvación de la humanidad.
Muchos de los inventos que nos facilitan el día a día y han mejorado nuestra calidad de vida provienen de esta fe en el progreso de la ciencia y en la aplicación de
su método. La ciencia actual sigue siendo metódica a la hora de trabajar. Investiga
con hipótesis de trabajo y busca a través de las evidencias que los resultados sean
óptimos. El método cartesiano en busca de un conocimiento universal sigue estando
vigente en nuestra época.
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4.2. El código binario, los robots y la inteligencia artificial
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Si hay algún elemento que demuestra la posibilidad de un conocimiento totalmente
fiable y universal, tal y como pretendía encontrar Descartes, ese es el lenguaje informático. El desarrollo de esta ciencia demuestra que se puede llegar a crear un lenguaje universal y programar a través de él, de modo que no existan fallos. La verdad de
una calculadora es universal; una calculadora no se equivoca nunca, pues sigue una
programación perfecta. Esto, extrapolado a la informática, se puede entender como
una aplicación de las aspiraciones cartesianas de buscar un método que no siembre
la más mínima duda. De esta manera podemos justificar que el mundo digital es una
representación de la idea cartesiana del conocimiento, un mundo perfecto en el que
no tiene cabida el error. Una orden determina a la orden siguiente y no hay lugar a
la duda, de modo que se puede afirmar que un ordenador no se equivoca jamás (si
acaso el que se equivoca es el programador).
Desde la invención de la palabra robot por parte de Capek en 1921, la humanidad
ha buscado crear un artificio que ayude al hombre a realizar sus tareas con fiabilidad.
En el siglo xxi los robots están insertos en la vida cotidiana de un modo pleno. Máquinas cuya función está determinada por una programación que les indica qué realizar
en cada momento. Máquinas que nunca se equivocan, que siguen metódicamente las
instrucciones y que son la representación actual de esa idea de Descartes de poner en
marcha sistemas de trabajo perfectos, en los que la duda no tenga cabida. La robótica
actual es una heredera directa de este sueño cartesiano de no errar en el razonamiento; la robótica es la demostración de que se puede llegar a crear un robot haciendo
uso de un lenguaje de programación basado en el modelo matemático, por lo que el
desarrollo de I+D enlaza con la idea cartesiana del progreso científico.
D e sc a r t e s [7 5 ]
5. Texto
es
Descartes, Discurso del método, II, IV:
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w
Pero al igual que un hombre que camina
solo y en la oscuridad, tomé la resolución
de avanzar tan lentamente y de usar tal
circunspección en todas las cosas que,
aunque avanzase muy poco, al menos me
cuidaría al máximo de caer. Por otra parte,
no quise comenzar a rechazar por comple­
to algunas de las opiniones que hubiesen
podido deslizarse durante otra etapa de mi
vida en mis creencias sin haber sido asi­
miladas en la virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente
para completar el proyecto emprendido
e indagar el verdadero método con el fin
de conseguir el conocimiento de todas las
cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, siendo más
joven, la lógica de entre las partes de la
filosofía; de las matemáticas el análisis
de los geómetras y el álgebra. Tres artes
o ciencias que debían contribuir en algo
a mi propósito. Pero habiéndolas exami­
nado, me percaté que en relación con la
lógica, sus silogismos y la mayor parte de
sus reglas sirven más para explicar a otro
cuestiones ya conocidas o, también, como
sucede con el arte de Lulio, para hablar sin
juicio de aquellas que se ignoran que para
llegar a conocerlas. Y si bien la lógica con­
tiene muchos preceptos verdaderos y muy
adecuados, hay, sin embargo, mezclados
con estos otros muchos que o bien son
perjudiciales o bien superfluos, de modo
que es tan difícil separarlos como sacar
una Diana o una Minerva de un bloque
de mármol aún no trabajado. Igualmente,
en relación con el análisis de los antiguos
o el álgebra de los modernos, además de
que no se refieren sino a muy abstractas
materias que parecen carecer de todo uso,
el primero está tan circunscrito a la con­
sideración de las figuras que no permite
ejercer el entendimiento sin fatigar exce­
sivamente la imaginación. La segunda está
tan sometida a ciertas reglas y cifras que
se ha convertido en un arte confuso y os­
curo capaz de distorsionar el ingenio en
vez de ser una ciencia que favorezca su
desarrollo. Todo esto fue la causa por la
que pensaba que era preciso indagar otro
método que, asimilando las ventajas de es­
tos tres, estuviera exento de sus defectos.
Y como la multiplicidad de leyes frecuen­
temente sirve para los vicios de tal forma
que un Estado está mejor regido cuando
no existen más que unas pocas leyes que
-h
«Segunda parte
(Continúa)
[ 76] Historia de la Filosofía
(Continuación)
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ill.
es
conocimiento de los hombres se entrela­
zan de igual forma y que, absteniéndose
de admitir como verdadera alguna que no
lo sea y guardando siempre el orden nece­
sario para deducir unas de otras, no puede
haber algunas tan alejadas de nuestro co­
nocimiento que no podamos, finalmente,
conocer, ni tan ocultas que no podamos
llegar a descubrir. No supuso para mí una
gran dificultad el decidir por cuáles era
necesario iniciar el estudio: previamente
sabía que debía ser por las más simples y
las más fácilmente cognoscibles. Y consi­
derando que entre todos aquellos que han
intentado buscar la verdad en el campo
de las ciencias, solamente los matemáticos
han establecido algunas demostraciones,
es decir, algunas razones ciertas y eviden­
tes, no dudaba que debía comenzar por
las mismas que ellos habían examinado.
No esperaba alcanzar alguna unidad si ex­
ceptuamos el que habituarían mi ingenio
a considerar atentamente la verdad y a no
contentarse con falsas razones. Pero, por
ello, no llegué a tener el deseo de cono­
cer todas las ciencias particulares que co­
múnmente se conocen como matemáticas,
pues viendo que aunque sus objetos son
diferentes, sin embargo, no dejan de tener
en común el que no consideran otra cosa,
sino las diversas relaciones y posibles pro­
porciones que entre los mismos se dan,
pensaba que poseía un mayor interés que
examinase solamente las proporciones en
general y en relación con aquellos sujetos
que servirían para hacer más cómodo el
conocimiento. Es más, sin vincularlas en
forma alguna a ellos para poder aplicarlas
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son minuciosamente observadas, de la
misma forma, en lugar del gran número
de preceptos del cual está compuesta la
lógica, estimé que tendría suficiente con
los cuatro siguientes con tal de que toma­
se la firme y constante resolución de no
incumplir ni una sola vez su observancia.
El primero consistía en no admitir
cosa alguna como verdadera si no se la
había conocido evidentemente como tal.
Es decir, con todo cuidado debía evitar la
precipitación y la prevención, admitiendo
exclusivamente en mis juicios aquello que
se presentara tan clara y distintamente a
mi espíritu que no tuviera motivo alguno
para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada
una de las dificultades a examinar en tan­
tas parcelas como fuera posible y necesa­
rio para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden
mis reflexiones comenzando por los ob­
jetos más simples y más fácilmente cog­
noscibles, para ascender poco a poco, gra­
dualmente, hasta el conocimiento de los
más complejos, suponiendo inclusive un
orden entre aquellos que no se preceden
naturalmente los unos a los otros.
Según el último de estos preceptos de­
bería realizar recuentos tan completos y
revisiones tan amplias que pudiese estar
seguro de no omitir nada.
Las largas cadenas de razones simples
y fáciles, por medio de las cuales general­
mente los geómetras llegan a alcanzar las
demostraciones más difíciles, me habían
proporcionado la ocasión de imaginar que
todas las cosas que pueden ser objeto del
(Continúa)
D e sc a r t e s [7 7 ]
(Continuación)
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es
no pareceré ser excesivamente vanidoso
si se considera que no habiendo más que
un conocimiento verdadero de cada cosa,
aquel que lo posee conoce cuanto se pue­
de saber. Así un niño instruido en aritmé­
tica, habiendo realizado una suma según
las reglas pertinentes, puede estar seguro
de haber alcanzado todo aquello de que es
capaz el ingenio humano en lo relacionado
con la suma que él examina. Pues el mé­
todo que nos enseña a seguir el verdadero
orden y a enumerar verdaderamente todas
las circunstancias de lo que se investiga,
contiene todo lo que confiere certeza a las
reglas de la Aritmética.
Pero lo que me producía más agrado
de este método era que siguiéndolo esta­
ba seguro de utilizar en todo mi razón, si
no de un modo absolutamente perfecto,
al menos de la mejor forma que me fue
posible. Por otra parte, me daba cuenta
de que la práctica del mismo habituaba
progresivamente mi ingenio a concebir
de forma más clara y distinta sus obje­
tos, y puesto que no lo había limitado a
materia alguna en particular, me prometía
aplicarlo con igual utilidad a dificultades
propias de otras ciencias al igual que lo
había realizado con las del álgebra. Con
esto no quiero decir que pretendiese exa­
minar todas aquellas dificultades que se
presentasen en un primer momento, pues
esto hubiera sido contrario al orden que
el método prescribe. Pero habiéndome
prevenido de que sus principios deberían
estar tomados de la filosofía, en la cual no
encontraba alguno cierto, pensaba que era
necesario ante todo que tratase de estable­
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tanto mejor a todos aquellos que convi­
niera. Posteriormente, habiendo adverti­
do que para analizar tales proporciones
tendría necesidad en alguna ocasión de
considerar a cada una en particular y en
otras ocasiones solamente debería retener
o comprender varias conjuntamente en mi
memoria, opinaba que para mejor anali­
zarlas en particular, debía suponer que
se daban entre líneas, puesto que no en­
contraba nada más simple ni que pudiera
representar con mayor distinción ante mi
imaginación y sentidos; pero para retener
o considerar varias conjuntamente, era
preciso que las diera a conocer median­
te algunas cifras, lo más breves que fuera
posible. Por este medio recogería lo mejor
que se da en el análisis geométrico y en el
álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos
de una mediante los procedimientos de la
otra.
Y como, en efecto, la exacta observan­
cia de estos escasos preceptos que había
escogido me proporcionó tal facilidad para
resolver todas las cuestiones, tratadas por
estas dos ciencias, que en dos o tres me­
ses que empleé en su examen, habiendo
comenzado por las más simples y más
generales, siendo, a la vez, cada verdad
que encontraba una regla útil con vistas
a alcanzar otras verdades, no solamente
llegué a concluir el análisis de cuestiones
que en otra ocasión había juzgado de gran
dificultad, sino que también me pareció,
cuando concluía este trabajo, que podía
determinar en tales cuestiones en qué me­
dios y hasta dónde era posible alcanzar
soluciones de lo que ignoraba. En lo cual
(Continúa)
[ 78] Historia de la Filosofía
(Continuación)
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es
de comprobar si, después de hacer esto,
no quedaría algo en mi creencia que fuese
enteramente indudable. Así pues, consi­
derando que nuestros sentidos en algunas
ocasiones nos inducen a error, decidí su­
poner que no existía cosa alguna que fuese
tal como nos la hacen imaginar. Y puesto
que existen hombres que se equivocan al
razonar en cuestiones relacionadas con
las más sencillas materias de la geometría
y que incurren en paralogismos, juzgando
que yo, como cualquier otro, estaba sujeto
a error, rechazaba como falsas todas las
razones que hasta entonces había admi­
tido como demostraciones. Y, finalmente,
considerando que hasta los pensamientos
que tenemos cuando estamos despier­
tos pueden asaltarnos cuando dormimos,
sin que ninguno en tal estado sea verdade­
ro, me resolví a fingir que todas las cosas
que hasta entonces habían alcanzado mi
espíritu no eran más verdaderas que las
ilusiones de mis sueños. Pero, inmediata­
mente después, advertí que, mientras de­
seaba pensar de este modo que todo era
falso, era absolutamente necesario que yo,
que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dán­
dome cuenta de que esta verdad: pienso,
luego soy, era tan firme y tan segura que
todas las extravagantes suposiciones de
los escépticos no eran capaces de hacerla
tambalear, juzgué que podía admitirla sin
escrúpulo como el primer principio de la
filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con aten­
ción lo que yo era, y viendo que podía fin­
gir que carecía de cuerpo, así como que no
había mundo o lugar alguno en el que me
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cerlos. Y puesto que era lo más importante
en el mundo y se trataba de un tema en el
que la precipitación y la prevención eran
los defectos que más se debían temer, juz­
gué que no debía intentar tal tarea hasta
que no tuviese una madurez superior a la
que se posee a los veintitrés años, que era
mi edad, y hasta que no hubiese empleado
con anterioridad mucho tiempo en prepa­
rarme, tanto desarraigando de mi espíritu
todas las malas opiniones y realizando
un acopio de experiencias que deberían
constituir la materia de mis razonamien­
tos, como ejercitándome siempre en el
méto­do que me había prescrito con el fin
de afianzarme en su uso cada vez más.»
.m
«Cuarta parte
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No sé si debo entreteneros con las prime­
ras meditaciones allí realizadas, pues son
tan metafísicas y tan poco comunes, que
no serán del gusto de todos. Y sin embar­
go, con el fin de que se pueda opinar sobre
la solidez de los fundamentos que he esta­
blecido, me encuentro en cierto modo obli­
gado a referirme a ellas. Hacía tiempo que
había advertido que, en relación con las
costumbres, es necesario en algunas oca­
siones opiniones muy inciertas tal como
si fuesen indudables, según he advertido
anteriormente. Pero puesto que deseaba
entregarme solamente a la búsqueda de la
verdad, opinaba que era preciso que hicie­
se todo lo contrario y que rechazase como
absolutamente falso todo aquello en lo que
pudiera imaginar la menor duda, con el fin
(Continúa)
D e sc a r t e s [7 9 ]
(Continuación)
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es
ser no era omniperfecto, pues claramente
comprendía que era una perfección ma­
yor el conocer que el dudar, comencé a
indagar de dónde había aprendido a pen­
sar en alguna cosa más perfecta de lo que
yo era; conocí con evidencia que debía ser
en virtud de alguna naturaleza que real­
mente fuese más perfecta. En relación con
los pensamientos que poseía de seres que
existen fuera de mí, tales como el cielo, la
tierra, la luz, el calor y otros mil, no encon­
traba dificultad alguna en conocer de dón­
de provenían, pues no constatando nada
en tales pensamientos que me pareciera
hacerlos superiores a mí, podía estimar
que si eran verdaderos, fueran dependien­
tes de mi naturaleza, en tanto que posee
alguna perfección; si no lo eran, que pro­
cedían de la nada, es decir, que los tenía
porque había defecto en mí. Pero no podía
opinar lo mismo acerca de la idea de un ser
más perfecto que el mío, pues que proce­
diese de la nada era algo manifiestamente
imposible y puesto que no hay una repug­
nancia menor en que lo más perfecto sea
una consecuencia y esté en dependencia
de lo menos perfecto, que la existencia en
que algo proceda de la nada, concluí que
tal idea no podía provenir de mí mismo. De
forma que únicamente restaba la alternati­
va de que hubiese sido inducida en mí por
una naturaleza que realmente fuese más
perfecta de lo que era la mía y, también,
que tuviese en sí todas las perfecciones
de las cuales yo podía tener alguna idea,
es decir, para explicarlo con una palabra
que fuese Dios. A esto añadía que, pues­
to que conocía algunas perfecciones que
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w
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encontrase, pero que, por ello, no podía
fingir que yo no era, sino que por el con­
trario, solo a partir de que pensaba dudar
acerca de la verdad de otras cosas, se se­
guía muy evidente y ciertamente que yo
era, mientras que, con solo que hubiese
cesado de pensar, aunque el resto de lo que
había imaginado hubiese sido verdadero,
no tenía razón alguna para creer que yo
hubiese sido, llegué a conocer a partir de
todo ello que era una sustancia cuya esen­
cia o naturaleza no reside sino en pensar
y que tal sustancia, para existir, no tiene
necesidad de lugar alguno ni depende de
cosa alguna material. De suerte que este
yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo
soy lo que soy, es enteramente distinta del
cuerpo, más fácil de conocer que este y,
aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de
ser todo lo que es. Analizadas estas cues­
tiones, reflexionaba en general sobre todo
lo que se requiere para afirmar que una
proposición es verdadera y cierta, pues,
dado que acababa de identificar una que
cumplía tal condición, pensaba que tam­
bién debía conocer en qué consiste esta
certeza. Y habiéndome percatado que nada
hay en pienso, luego soy que me asegure que
digo la verdad, a no ser que yo veo muy
claramente que para pensar es necesario
ser, juzgaba que podía admitir como regla
general que las cosas que concebimos muy
clara y distintamente son todas verdaderas;
no obstante, hay solamente cierta dificul­
tad en identificar correctamente cuáles son
aquellas que concebimos distintamente.
A continuación, reflexionando sobre
que yo dudaba y que, en consecuencia, mi
(Continúa)
[ 80] Historia de la Filosofía
(Continuación)
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es
considerando que toda composición indica
dependencia y que esta es manifiestamente
un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar com­
puesto de estas dos naturalezas y que, por
consiguiente, no lo estaba; por el contra­
rio, pensaba que si existían cuerpos en el
mundo o bien algunas inteligencias u otras
naturalezas que no fueran totalmente per­
fectas, su ser debía depender de su poder
de forma tal que tales naturalezas no po­
drían subsistir sin él ni un solo momento.
Posteriormente quise indagar otras ver­
dades y habiéndome propuesto el objeto
de los geómetras, que concebía como un
cuerpo continuo o un espacio indefinida­
mente extenso en longitud, anchura y al­
tura o profundidad, divisible en diversas
partes, que podían poner diversas figu­
ras y magnitudes, así como ser movidas
y trasladadas en todas las direcciones,
pues los geómetras suponen esto en su
objeto, repasé algunas de las demostra­
ciones más simples. Y habiendo advertido
que esta gran certeza que todo el mundo
les atribuye no está fundada sino que se
las concibe con evidencia, siguiendo la
regla que anteriormente he expuesto, ad­
vertí que nada había en ellas que me ase­
gurase de la existencia de su objeto. Así,
por ejemplo, estimaba correcto que, supo­
niendo un triángulo, entonces era preciso
que sus tres ángulos fuesen iguales a dos
rectos; pero tal razonamiento no me ase­
guraba que existiese triángulo alguno en
el mundo. Por el contrario, examinando
de nuevo la idea que tenía de un Ser Per­
fecto, encontraba que la existencia estaba
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en absoluto poseía, no era el único ser que
existía (permitidme que use con libertad
los términos de la escuela), sino que era
necesariamente preciso que existiese otro
ser más perfecto del cual dependiese y
del que yo hubiese adquirido todo lo que
tenía. Pues si hubiese existido solo y con
independencia de todo otro ser, de suerte
que hubiese tenido por mí mismo todo lo
poco que participaba del ser perfecto, hu­
biese podido, por la misma razón, tener
por mí mismo cuanto sabía que me fal­
taba y, de esta forma, ser infinito, eterno,
inmutable, omnisciente, todopoderoso y,
en fin, poseer todas las perfecciones que
podía comprender que se daban en Dios.
Pues siguiendo los razonamientos que aca­
bo de realizar, para conocer la naturaleza
de Dios en la medida en que es posible a
la mía, solamente debía considerar todas
aquellas cosas de las que encontraba en
mí alguna idea y si poseerlas o no suponía
perfección; estaba seguro de que ninguna
de aquellas ideas que indican imperfección
estaban en él, pero sí todas las otras. De
este modo me percataba de que la duda, la
inconstancia, la tristeza y cosas semejan­
tes no pueden estar en Dios, puesto que a
mí mismo me hubiese complacido en alto
grado el verme libre de ellas. Además de
esto, tenía idea de varias cosas sensibles
y corporales; pues, aunque supusiese que
soñaba y que todo lo que veía o imaginaba
era falso, sin embargo, no podía negar que
esas ideas estuvieran verdaderamente en
mi pensamiento. Pero puesto que había co­
nocido en mí muy claramente que la natu­
raleza inteligente es distinta de la corporal,
(Continúa)
D e sc a r t e s [8 1 ]
(Continuación)
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es
En fin, si aún hay hombres que no
están suficientemente persuadidos de la
existencia de Dios y de su alma en vir­
tud de las razones aducidas por mí, deseo
que sepan que todas las otras cosas, sobre
las cuales piensan estar seguros, como de
tener un cuerpo, de la existencia de as­
tros, de una tierra y cosas semejantes,
son menos ciertas. Pues, aunque se tenga
una seguridad moral de la existencia de
tales cosas, que es tal que, a no ser que
se peque de extravagancia, no se puede
dudar de las mismas, sin embargo, a no
ser que se peque de falta de razón, cuan­
do se trata de una certeza metafísica, no
se puede negar que sea razón suficiente
para no estar enteramente seguro el haber
constatado que es posible imaginarse de
igual forma, estando dormido, que se tie­
ne otro cuerpo, que se ven otros astros y
otra tierra, sin que exista ninguno de tales
seres. Pues ¿cómo podemos saber que los
pensamientos tenidos en el sueño son más
falsos que los otros, dado que frecuente­
mente no tienen vivacidad y claridad me­
nor? Y aunque los ingenios más capaces
estudien esta cuestión cuanto les plazca,
no creo puedan dar razón alguna que sea
suficiente para disipar esta duda, si no
presuponen la existencia de Dios. Pues, en
primer lugar, incluso lo que anteriormente
he considerado como una regla (a saber:
que lo concebido clara y distintamente es
verdadero) no es válido más que si Dios
existe, es un ser perfecto y todo lo que
hay en nosotros procede de él. De don­
de se sigue que nuestras ideas o nocio­
nes, siendo seres reales, que provienen de
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comprendida en la misma de igual forma
que en la del triángulo está comprendida
la de que sus tres ángulos sean iguales a
dos rectos o en la de una esfera que todas
sus partes equidisten del centro e incluso
con mayor evidencia. Y, en consecuencia,
es por lo menos tan cierto que Dios, el
Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser
cualquier demostración de la geometría.
Pero lo que motiva que existan muchas
personas persuadidas de que hay una
gran dificultad en conocerle y, también,
en conocer la naturaleza de su alma, es el
que jamás elevan su pensamiento sobre
las cosas sensibles y que están hasta tal
punto habituados a no considerar cuestión
alguna que no sean capaces de imaginar
(como de pensar propiamente relacionado
con las cosas materiales), que todo aque­
llo que no es imaginable les parece ininte­
ligible. Lo cual es bastante manifiesto en la
máxima que los mismos filósofos defien­
den como verdadera en las escuelas, según
la cual nada hay en el entendimiento que
previamente no haya impresionado los
sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el
alma nunca han impresionado los sentidos
y me parece que los que desean emplear
su imaginación para comprenderlas hacen
lo mismo que si quisieran servirse de sus
ojos para oír los sonidos o sentir los olo­
res. Existe aún otra diferencia: que el sen­
tido de la vista no nos asegura menos de
la verdad de sus objetos que lo hacen los
del olfato u oído, mientras que ni nuestra
imaginación ni nuestros sentidos podrían
asegurarnos cosa alguna si nuestro enten­
dimiento no interviniese.
(Continúa)
[ 82] Historia de la Filosofía
(Continuación)
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es
a error frecuentemente sin que durmamos
como sucede a aquellos que padecen de
ictericia que todo lo ven de color amarillo
o cuando los astros u otros cuerpos de­
masiado alejados nos parecen de tamaño
mucho menor del que en realidad poseen.
Pues, bien, estemos en estado de vigilia o
bien durmamos, jamás debemos dejarnos
persuadir sino por la evidencia de nues­
tra razón. Y es preciso señalar, que yo
afirmo, de nuestra razón y no de nuestra
imaginación o de nuestros sentidos, pues
aunque vemos el sol muy claramente no
debemos juzgar por ello que no posea sino
el tamaño con que lo vemos y fácilmente
podemos imaginar con cierta claridad una
cabeza de león unida al cuerpo de una ca­
bra sin que sea preciso concluir que exista
en el mundo una quimera, pues la razón
no nos dicta que lo que vemos o imagi­
namos de este modo sea verdadero. Por
el contrario, nos dicta que todas nuestras
ideas o nociones deben tener algún fun­
damento de verdad, pues no sería posible
que Dios, que es sumamente perfecto y
veraz, las haya puesto en nosotros care­
ciendo del mismo. Y puesto que nuestros
razonamientos no son jamás tan eviden­
tes ni completos durante el sueño como
durante la vigilia, aunque algunas veces
nuestras imágenes sean tanto o más vi­
vas y claras, la razón nos dicta igualmente
que no pudiendo nuestros pensamientos
ser todos verdaderos, ya que nosotros no
somos omniperfectos, lo que existe de ver­
dad debe encontrarse infaliblemente en
aquellos que tenemos estando despiertos
más bien que en los que tenemos mientras
soñamos.»
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Dios, en todo aquello en lo que son claras
y distintas, no pueden ser sino verdade­
ras. De modo que, si bien frecuentemente
poseemos algunas que encierran falsedad,
esto no puede provenir sino de aquellas en
las que algo es confuso y oscuro, pues en
esto participan de la nada, es decir, que no
se dan en nosotros sino porque no somos
totalmente perfectos. Es evidente que no
existe una repugnancia menor en defen­
der que la falsedad o la imperfección, en
tanto que tal, procedan de Dios, que exis­
te en defender que la verdad o perfección
proceda de la nada. Pero si no conocemos
que todo lo que existe en nosotros de real
y verdadero procede de un ser perfecto e
infinito, por claras y distintas que fuesen
nuestras ideas, no tendríamos razón algu­
na que nos asegurara de que tales ideas
tuviesen la perfección de ser verdaderas.
Por tanto, después de que el conoci­
miento de Dios y el alma nos han con­
vencido de la certeza de esta regla, es fácil
conocer que los sueños que imaginamos
cuando dormimos, no deben en forma al­
guna hacernos dudar de la verdad de los
pensamientos que tenemos cuando esta­
mos despiertos. Pues, si sucediese, inclu­
sive durmiendo, que se tuviese alguna idea
muy distinta como, por ejemplo, que algún
geómetra lograse alguna nueva demos­
tración, su sueño no impediría que fuese
verdad. Y en relación con el error más co­
mún de nuestros sueños, consistente en
representarnos diversos objetos de la mis­
ma forma que la obtenida por los sentidos
exteriores, carece de importancia el que
nos dé ocasión para desconfiar de la ver­
dad de tales ideas, pues pueden inducirnos
D e sc a r t e s [8 3 ]
6. Ejemplo de examen
El alumno responderá a las cuestiones siguientes:
1 Descripción del contexto histórico, cultural y filosófico que influye en el autor
del texto elegido.
2 Comentario del texto:
Apartado a) Explicación de las dos expresiones subrayadas.
Apartado b) Identificación y explicación del contenido del texto.
Apartado c) Justificación desde la posición filosófica del autor.
es
3 Relación del tema o el autor elegido con otra posición filosófica y valoración
-h
y guardando siempre el orden nece­
sario para deducir unas de otras, no
puede haber algunas tan alejadas de
nuestro conocimiento que no poda­
mos finalmente conocer, ni tan ocultas
que no podamos llegar a descubrir. No
supuso para mí gran dificultad el de­
cidir por cuáles era necesario iniciar
el estudio.»
w
w
.m
cg
ra
w
«Las largas cadenas de razones sim­
ples y fáciles, por medio de las cuales
generalmente los geómetras llegan
a alcanzar las demostraciones más
difíciles, me habían proporcionado
la ocasión de imaginar que todas las
cosas que caen bajo el conocimiento
de los hombres se entrelazan de igual
forma y que, absteniéndose de admitir
como verdadera alguna que no lo sea
w
Texto
ill.
razonada de su actualidad.
(Descartes, Discurso del método, II)
[ 84]
Histo ria de la Filosofía
7. Mapa conceptual
Búsqueda de un método
Intuición y deducción
Evidencia
Análisis
es
Características del método
ill.
Síntesis
ra
w
-h
Enumeración
Mundo exterior
Razón (genio maligno)
Cogito ergo sum
w
w
w
.m
cg
Duda
Sentidos
Innatas
Ideas
Adventicias
Facticias
Pensante (res cogitans)
Sustancia
Extensa (res extensa)
Infinita (res infinita)
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