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Diálogos de Bioética
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12/junio/2007
LA REVOLUCIÓN FILOSÓFICA
DE LA BIOÉTICA
Ambrosio Velasco Gómez
El tema de esta obra tiene una enorme
significación
filosófica,
humanística,
científica y cultural, pues la bioética
hoy en día constituye una investigación
de frontera entre las ciencias de la vida
y
varias
disciplinas
filosóficas
principalmente la ontología y la ética.
La fusión dialógica entre ciencias de la
vida y ética es un punto de inflexión en
la modernidad, pues nunca antes el
hombre de ciencia o inclusive el
filósofo
de
la
naturaleza
había
requerido una relación y actitud éticas
ante lo natural. El campo de la ética ha
sido lo específicamente humano que va más allá de la naturaleza objetiva que
acontece y evoluciona de acuerdo a leyes necesarias, o quizás por el azar, pero
no de acuerdo a intereses, fines, propósitos y proyectos. La biología evolucionista
ha sido bastante enfática en prevenirnos contra una interpretación teleológica de
la evolución.
¿Cómo es posible pues una reflexión ética y científica sobre la naturaleza,
especialmente sobre la naturaleza viva?
Como señala Juliana González en su reciente y excelente libro Genoma
humano y dignidad humana, el avance de las ciencias de la vida, especialmente
de las ciencias genómicas, ha otorgado al hombre un poder inédito sobre la
naturaleza, al grado tal que la generación misma de la vida se ha tornado en
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producto de las tecnociencias de la vida. Así la distinción básica entre lo natural y
lo artificial, entre natura y cultura se desvanece. El poder creativo y causal sobre
la vida que las tecnociencias actuales otorguen al hombre trae consigo una
enorme responsabilidad ética y política. Ya no es posible mantener la separación
entre ciencias y ética, entre juicios de hecho y juicios de valor en el ámbito
mismo de las ciencias de la naturaleza. Tampoco es posible que la ética y en
general la filosofía desatiendan los avances de las ciencias.
La bioética es pues claramente un área de investigación científica y
humanística que abre camino a la nueva cultura unificada del Siglo XXI, a la par
humanística, científica y tecnológica. En esta nueva cultura habrá que replantear
el estatus epistemológico mismo de las ciencias y de las humanidades, pues se
tendrá que integrar, con todas las dificultades que representa,
episteme,
phrónesis y techné.
La episteme o conocimiento científico resulta indispensable para la
bioética en cuanto proporciona información objetiva acerca de la naturaleza y
potencialidades del ser humano, que constituyen premisas fácticas fundamentales
de nuestras reflexiones y juicios filosóficos sobre distintos problemas de la vida.
Así por ejemplo, respecto al problema de la universalidad o diversidad de la
naturaleza del ser humano, los descubrimientos acerca de la estructura del ADN
realizados desde 1953 por Crick y Watson sustentan la tesis ontológica de que
todos los seres humanos tienen una componente universal, pero suficientemente
flexible para dar lugar a una enorme diversidad que permite reconocer, como
dice Juliana González, “la individualidad o unicidad de las personas”.1
Asimismo, el conocimiento científico es fundamental para la toma de
decisiones en torno a problemas como la suspensión del embarazo, la clonación
o la eutanasia. Sin el apoyo del conocimiento científico de la vida es imposible
tomar decisiones razonables y responsables.
1
Juliana González Valenzuela, Genoma humano y dignidad humana, Anthropos-Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM, Barcelona 2005, p. 22.
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Pero las ciencias de la vida no nos permiten por sí mismas tomar o
justificar decisiones éticas.
Es indispensable para ello disponer de principios
morales que podamos aplicar prudencialmente a cada caso y en cada
circunstancia. La prudencia es una virtud intelectual de carácter práctico que
requiere la discusión racional de una pluralidad de puntos de vista u opiniones
sobre problemas específicos.
A diferencia de un juicio determinante, o una
demostración científica, el juicio prudencial es siempre reflexivo, falible y por
ello perfectible.
Finalmente, el poder tecnológico que han generado las ciencias de la vida
vuelve cada día más urgente la continua supervisión ética de las acciones y
sistemas tecnocientíficos, pues como nunca antes se ha ampliado el poder
transformador del ser humano. El poder humano que brindan las tecnociencias
de la vida es un arma de dos filos que o bien puede contribuir decididamente al
bienestar y prosperidad de los hombres, o bien, como todo parece indicarlo,
puede convertir a los seres humanos en objetos de control tecnocientífico. Al
respecto, bien apunta Juliana González que las tecnociencias tienen un carácter
bifronte como el dios Jano de la antigüedad y a nosotros corresponde el buen uso
de las tecnociencias, con base en nuestro juicio prudencial.
Por ello, para
promover el poder salvífico de las tecnociencias de la vida y evitar sus gravísimos
riesgos es cada día más urgente la reflexión ética, e inclusive la deliberación
política al respecto.
Así pues, las tecnociencias de la vida representan una revolución
epistémica de nuestro saber que apuntan hacia la conformación de una nueva
concepción del conocimiento, en la que ya no cabe separar tajantemente las
humanidades y las ciencias naturales, ni tampoco puede admitirse la división
tripartita que desde tiempos de Aristóteles se hace entre conocimiento científico
demostrado metódicamente y conocimiento práctico (phronesis y techné). Las
ciencias y las tecnociencias de la vida rompen con estas concepciones
epistemológicas arraigadas por milenios y es por ello que constituyen una
revolución científica, tecnológica, filosófica y cultural.
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Como toda revolución científica y filosófica, la que ha propiciado las
tecnociencias de la vida también implica un cambio ontológico fundamental en
nuestra concepción del mundo. Por milenios el pensamiento occidental ha
distinguido claramente entre el mundo natural (Physis), donde todo lo que ocurre
responde a leyes o fuerzas que nada tienen que ver con la voluntad y las acciones
humanas, y el mundo de la cultura, de las acciones, hechos y artefactos humanos
(Ethos). Esta distinción ontológica es lo que fundamenta la distinción entre
episteme por un lado, propia de las matemáticas y de las ciencias naturales, y la
phronesis, propia de las humanidades, las ciencias sociales y en general las
disciplinas hermenéuticas, como atinadamente apunta Gadamer al recordarnos la
oposición aristotélica entre Ethos y Physis, donde la primera no conoce las leyes
de la naturaleza, sino la mutabilidad y regularidad limitada de las posiciones
humanas y de sus formas de comportamiento”.2 El saber moral en este sentido, no
es un saber teórico, demostrable, sino un saber hacer, saber juzgar y elegir en
cada circunstancia concreta.
Ahora bien, el desarrollo de las tecnociencias de la vida, que tienen la
capacidad de generarla, convierte al mundo de la vida natural en un dominio del
hacer humano, de la “techné” aristotélica.
Y algo parecido sucede con los
efectos del desarrollo industrial sobre el medio ambiente, que amenazan la
sustentabilidad de la vida. Así no sólo el mundo del Bios sino también parte de la
Physis ha transitado al dominio de la cultura, de los artefactos, de lo hecho (o
deshecho) por el ser humano. Por ello, como elocuentmente afirma Alfredo
Marcos, radicalizando la tesis de Hans Jonas de que la naturaleza también ha
caído bajo nuestra responsabilidad:
“La distinción entre lo natural y lo artificial merece ser repensada y puesta
al día, pues a cada instante la acción del hombre llega más hondo en la
naturaleza, y es ya de tal grado y extensión que se funde con la acción de
la propia naturaleza en casi cada una de sus manifestaciones, al menos
2
Hans G. Gadamer, Verdad y Método, Salamanca, Editorial Sígueme, 1977, p. 384.
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dentro del planeta que nos acoge”3
En cuanto las tecnociencias de la vida amplían su dominio al ámbito
natural, también en consecuencia se amplía la responsabilidad el hombre sobre la
vida, ya no sólo como una actitud de respeto, sino con una actitud de productor,
de creador humano. De ahí el ineludible carácter moral de las nuevas
tecnociencias de la vida, pues negar este carácter es rehuir la responsabilidad
inherente a ellas, lo cual ya es una inmoralidad inaceptable. Las tecnociencias de
la vida se han convertido pues en disciplinas éticas, sin negar su carácter
científico.
En este contexto cabe plantearse las preguntas éticas que Gadamer formula
en relación a la techné y a la Phronesis:
¿Debe el hombre aprender a hacerse a sí mismo lo que debe ser, igual que
el artesano aprende a hacer lo que según su plan y voluntad debe ser? ¿se
proyecta el hombre a sí mismo conforme a su propio eidos de lo que
quiere fabricar y sabe reproducirlo en su propio material?4
Esta pregunta necesariamente abre el tránsito de la reflexión ética a la
política, pues la determinación de lo que el hombre y su entorno deban ser
involucra la deliberación colectiva, la participación ciudadana, pues de otro
modo se dejaría la definición de lo que la vida humana debería ser al arbitrio de
los expertos, científicos, tecnólogos o filósofos. Si bien desde La República de
Platón se confía en la decisión ilustrada del filósofo para imponer un orden
político justo, y a partir de la época moderna Bacon, Hobbes, Marx y Popper,
entre otros muchos, consideran que el conocimiento científico otorga el privilegio
de gobernar racionalmente, también es cierto que en el siglo XX se ha
cuestionado en el ámbito filosófico y literario los grandes riesgos autoritarios del
3
Alfredo Marco, Ética Ambiental, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2001, p. 45.
4
Hans G. Gadmaer, op cit. p. 386.
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dominio de los científicos. Michael Oakshott, Jürgen Habermas,5 Aldous Huxley,
son elocuentes ejemplos de la crítica a la tecnocracia.
La creciente importancia de las tecnociencias, especialmente de la
genómica, en la vida social contemporánea obliga no sólo a ampliar la
epistemología hacia la ética de las tecnociencias, sino también hacia una filosofía
política. Recíprocamente, la filosofía política ha de considerar como un aspecto
fundamental las consecuencias del desarrollo de las ciencias y las tecnociencias
en las democracias de nuestros días, especialmente tomando en consideración el
carácter multicultural de los estados contemporáneos. Sobre estos temas empieza
a desarrollarse una nueva perspectiva en filosofía de la ciencia,6 que junto con la
bioética representa una verdadera revolución filosófica, moral y política.
5
Véase Michael Oakshott, “Racionalismo en Política” en su libro Racionalismo en Política y otros
ensayos, México, FCE, 2000; Jürgen Habermas, “Tecnology and science as ideology” en Toward a
rational society, Boston, Beacon, Press 1971, pp. 81-122,
6
Véase, Philip Kitcher, Science, Truth and democracy, Oxford, Oxford University Press, 2001; Stephen
Turner, Liberal democracy 3.0. Civil Society in an age of experts, London, Sage Publications, 2003;
Ambrosio Velasco Gómez “Toward a Political Philosophy of Science” en Philosophy Today, vol. 48,
núm. 5, Chicago 2004, pp. 116-121.
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