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LA ACCIÓN INCESANTE DEL ESPÍRITU SANTO
Sé que Dios no cesa de hablamos en el fondo de nuestros corazones, para tomar posesión de ellos,
iluminarlos, fecundarlos haciéndolos vivir de una vida divina. Sé también que, en el fondo de esos mismos
corazones, hay como un FERMENTO INCESANTE, excitado, fomentado por la mano creadora, y que pide,
como desde una distancia infinita, desde en medio de las tinieblas del adormecimiento y de los ruidos de
todo género, responder, abandonarse en las divinas persecuciones de Dios..
“Dios se hizo el Maestro de nuestros corazones y, para hacernos felices con su propia felicidad, nos
persigue incesantemente con sus aspiraciones. Es a ese Maestro interior a quien hay que escuchar, hay
que ponerse bajo su conducta... Si todo nuestro ser, nuestro cuerpo y nuestra alma, tuvieran un solo
movimiento, un impulso generoso para ponerse bajo la conducta del Espíritu de amor, diciendo sin cesar:
Aquí estoy, ecce venio (D.E. 121).
“Yo sé”... Esta es una afirmación tranquila y algo desconcertante para nosotros. Miguel Garicoits
afirma como si se tratase de un acontecimiento ordinario, de una información banal que conviene
transmitir alrededor, cuando las palabras siguientes nos sumergen en el universo espiritual, el mundo de
Dios. Se sitúa como un testigo del diálogo que Dios prosigue con cada uno de sus hijos. Director de
conciencia desde el principio de su ministerio, el Padre Garicoits aprendió, a través de una larga práctica,
que Dios teje continuamente lazos con cada uno de nosotros.
“Yo sé que Dios no cesa de hablar en el fondo de nuestros corazón ¿De qué saber se trata? Miguel
Garicoits unía, con acierto, el conocimiento teológico y la experiencia personal. Desde su pequeña
infancia, se acostumbró al llamado para servir a Dios en el ministerio presbiteral; estaba atraído
irresistiblemente por la Eucaristía: sufrió hasta los catorce años ser privado de la comunión del Cuerpo de
Cristo.
Podernos confiar en su testimonio: como los discípulos de Jesús eran garantes de lo que “habían
visto y oído”, Miguel Garicoits con la misma fuerza, afirma que la comunicación entre Dios y cada uno de
nosotros nunca se interrumpe: “Dios no cesa de hablarnos en el fondo de nuestros corazones”. ¿Y por qué
nos habla sino para terminar su obra en nosotros, “tomar posesión de los corazones, iluminarlos,
fecundarlos haciéndolos vivir de su vida divina”? Tomemos el tiempo de descubrir toda la riqueza de esas
expresiones que se esfuerzan por describir la acción de Dios...
“Dios quiere tomar posesión de nuestro corazón”, ¿acaso no es nuestro Creador, nuestro Padre? Es
el Maestro de nuestro corazón, en el sentido más fuerte, incluso si lo olvidamos y si ignoramos todo de la
“inmersión espiritual”. Vivimos tan al nivel de nuestra sensibilidad y de nuestros sentimientos que nos
cuesta creer en el amor personal de Dios por cada uno de nosotros. El amor de Dios no hace vibrar nada
en nosotros, cubiertos como estamos por las relaciones humanas más o menos felices o laboriosas que
movilizan todas las energías de nuestro corazón. La vida nos enseña que toda experiencia humana puede
ser, felizmente, un camino de encuentro con Dios. Dios nos ilumina a partir de nuestra vida, incluso si no
percibimos esta luz en el momento, a causa de nuestras distracciones superficiales o de nuestras pasiones
que invaden el campo de nuestra conciencia.
Dios quiere "fecundar" nuestro corazón, es decir, depositar en él el germen de su vida divina, de
su Amor infinito: Dios-Amor nos creó a su imagen, capaces de un amor que se expresa por el don gratuito
de nuestra persona... No terminarnos nunca de nacer a la vida de hijo de Dios y de hacernos grandes de
forma misteriosa. El apóstol Juan nos dice que “Dios es mayor que nuestro corazón y discierne todo” (1
Jn. 3, 20). Dará éxito a su proyecto, porque no se desanima nunca ante las huidas o las lentitudes de sus
hijos.
“Hay como un FERMENTO INCESANTE, excitado, fomentado por la mano creadora”... Estas
palabras son reveladoras de la acción perseverante de Dios: está en el fondo de nuestros corazones como
el volcán en el corazón de la tierra. No toma sus distancias, no se retira ante nuestras tinieblas, nuestro
sopor o los ruidos de todo género. Prosigue su acción en el silencio, en la más grande discreción; y, sin
embargo, esta acción es más dinámica que una simple presencia que se contentara de estar ahí y
esperar: “Dios nos persigue con sus aspiraciones”, ese murmullo interior, parecido al movimiento del mar
que no se cansa de venir a refrescar la tierra.
Nos falta adaptamos a ese movimiento por un impulso generoso para “ponernos bajo la conducta
del espíritu de amor, diciendo sin cesar: Aquí estoy.”
Dios que es sólo “AQUÍ ESTOY” para su criatura, espera nuestra respuesta para liberar su
superpotencia. Espera nuestro humilde “Aquí estoy” para hacemos a su imagen: hijos felices de su
felicidad infinita... ¿Se necesita que nuestra libertad esté herida para que le hagamos esperar tanto?
Rezar con el santo del “Aquí Estoy”, Miguel Garicoits – Gaston Hialé scj