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JOAQUÍN TURINA PÉREZ
El compositor español, JOAQUÍN TURINA PÉREZ, nació en Sevilla, el
9 de diciembre de 1882, y falleció en Madrid, en 1949. Era hijo de Joaquín
Turina y Areal, un pintor de origen italiano, y de Concepción Pérez. Aprende
música con el maestro de capilla, de la catedral de Sevilla, García Torres, y
después con el maestro Enríquez Rodríguez. Fue en 1897 cuando Joaquín
Turina debuta como pianista, delante del público. Más tarde, se traslada a la
capital de España y prosigue con sus estudios de música con el maestro José
Tragó.
En 1905 se instala en París y estudia piano con Moritz Moszkowki, al
mismo tiempo que ingresa en la Schola Cantorum, de Vicent d’Indy. En 1908 se
casa con Obdulia Garzón y del matrimonio nacerán cinco hijos. En la Ciudad de
la Luz, Turina irá conociendo al compositor Isaac Albéniz, al guitarrista
granadino, Ángel Barrios, al compositor gaditano Manuel de Falla y a Dukas.
Por entonces, da conciertos de piano con frecuencia, por lo que va consiguiendo
obtener fama nacional e internacional, como compositor. Fue precisamente en
París donde Falla y Joaquín Turina se deciden por las composiciones que
recogen la música tradicional española, como venía haciendo y les aconsejó el
compositor español Isaac Albéniz.
“París fue un antes y un después. Si no hubiera ido a París, la música de mi
abuelo sería algo absolutamente anodino. Mi abuelo es un gran compositor, con
algunas obras de una altura similar a la de Falla, pero su planteamiento era más
local”, afirma su nieto y también compositor, José Luis Turina, con motivo de
un ciclo de conciertos y de una exposición, que le dedicó a Joaquín Turina la
Fundación Juan March, en marzo de 2012, en Madrid. En la Schola Cantorum,
de París, aprendió de d’Indy y Seryeux a componer siguiendo las reglas de la
música cíclica de Franck, pero con su estilo: fugas hechas con farrucas, temas
lentos de sinfonía que son peteneras… “Lo que hace es impregnar, en las
grandes formas musicales europeas, el sabor característico de la música
española”, explica su nieto.
Cuando empieza la I Guerra Mundial, en 1914, Turina deja la ciudad de
París y se traslada a Madrid, donde estrena la comedia lírica Margot, opus 11,
con libreto del matrimonio Gregorio Martínez Sierra y María Lejárraga, que se
convertirían en colaboradores del compositor sevillano, en diversas obras de
teatro: Navidad (1916), La adúltera penitente, al año siguiente, y Jardín de
Oriente, en 1923. En 1919, Turina era el pianista del Cuarteto Francés y, más
tarde, formó parte del Quinteto de Madrid. Como director de orquesta, dirigió
las representaciones de los Ballets Rusos, de Sergei Diaghilev, en 1918. En 1929,
llega a un acuerdo con la Unión Musical Española para componer obras de
piano. Y en 1931, lo nombran catedrático de composición, del Conservatorio de
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Madrid, al mismo tiempo que da conferencias y clases magistrales, tanto en
España como en el extranjero. En 1935, lo nombraron académico de número, de
la Real Academia de Bellas Artes, de San Fernando
“Mi abuelo se vio obligado a componer mucho por necesidad. Tenía una
familia enorme que mantener”, recuerda su nieto José Luis Turina. Esto le
impidió sacar el máximo partido de su madurez, en la que compuso La oración
del torero, La procesión del Rocío y las Danzas fantásticas, que fueron
auténticas obras maestras. “Turina sufrió mucho y estuvo calladito. Esperó a
que escampara”, dice el musicólogo José Luis García del Busto. No se movió de
Madrid durante toda la contienda, con la angustia de saber que dos de sus hijos
estaban en el frente y que no tenía para comer. En esos tres años, no fue capaz
de escribir una nota y una enfermedad crónica y el hambre lo fueron
mermando. “Dejó empezada una obra, que se llama En el cortijo, y que no
terminó hasta el 39”, añade su nieto. Durante la Guerra Civil, fue protegido por
el cónsul británico en Madrid, que adscribió a Joaquín Turina como personal
administrativo del consulado.
En 1917 había publicado la Enciclopedia abreviada de la Música y, en
1946, el Tratado de composición, a la vez que publicó numerosos artículos,
críticas y dio conferencias por España. Cuando finalizó la Guerra Civil, Turina
pesaba 44 kilos, le daban morfina para calmar los fuertes dolores que padecía y
estuvo ingresado en la Clínica López Ibor, que entonces dirigía el prestigioso
doctor Gregorio Marañón. En ese estado, Turina era consciente de que poco
podía componer.
Franco lo nombró Comisario de la Música y aceptó el cargo, “como
experto, no con ninguna intención política”, subraya el nieto, y por aquella
época el compositor creó la Orquesta Nacional de España. Fue entonces cuando
vinieron los viajes y reconocimientos a su labor. “Han tenido que pasar muchas
décadas y que llegara gente desprovista de prejuicios para valorar su obra. La
música de mi abuelo fue igual durante la Monarquía, la República y la
posguerra”, añade.
El 14 de enero de 1949 el compositor falleció en Madrid, dejando su legado
lleno de historia a su familia, y su música a la Humanidad. Se puede decir que
Turina fue pianista, director de orquesta, profesor de composición, pedagogo,
crítico musical, conferenciante y escritor. Fue uno de los creadores del
sinfonismo contemporáneo español –que partía de las reglas establecidas por
Isaac Albéniz–, junto a Manuel de Falla, Julio Gómez García, Óscar Esplá,
Conrado del Campo y otros compositores. Destacan entre sus obras, el tríptico
Sevilla, la Sonata española para violín y piano, aquel primer Quinteto del
Salón de Otoño y la Saeta, en forma de Salve a la Virgen de la Esperanza. La
última obra de piano que compuso fue Desde mi terraza, en 1947, con el
número de opus 104.
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