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¡Buenos días, Alberta!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
“Sigue lo que tu corazón te diga”. Este es un buen consejo a la hora de decidir.
Todos conocéis a Steve Jobs, fundador de Apple, que falleció en 2011. La
Universidad de Stanford le invitó a pronunciar el discurso de inauguración del curso
académico en 2005. Sus palabras son un himno a la confianza en uno mismo y a la
libertad de elegir sin ataduras. Él dijo a los jóvenes y profesores allí congregados:
“Tu tiempo es limitado, no lo malgastes viviendo la vida de otro. No te dejes atrapar
por los dogmas, que consisten en vivir con lo que otros han pensado. No dejes que
el ruido de las opiniones de los demás ahogue tu voz interior. Y, lo más importante,
ten el coraje de seguir tu corazón y tu intuición. De alguna manera, ellos ya saben
lo en que de verdad deseas convertirte”. Ese mismo año, poco antes de hacer este
discurso, acababan de diagnosticarle un cáncer de páncreas y habló de la muerte
sin miedo: “Recordar que uno va a morir es la forma más eficaz de olvidar que
tenemos algo que perder. Ya estás desnudo y no hay ninguna razón para que no
sigas lo que te dicta el corazón”. En suma: “vive como si cada día fuera el último,
como si no tuvieras miedo, como si fueras completamente libre.
La vida es el resultado de millones de decisiones; unas, tuyas y otras de los demás,
y esto durante toda tu existencia. Ese conjunto de decisiones son las que te van a
convertir en el sujeto del día de mañana. Cuando tomas la decisión de hacer algo,
aunque te dé miedo, no dejes de hacerlo. Empieza por las cosas más pequeñas y,
poco a poco, todo irá cambiando y te atreverás a realizar otras más grandes y
arriesgadas.
Las decisiones se toman en el presente, en el hoy. Si las dejas para mañana y
cada día se repite la misma historia: “empezaré mañana” habrás comenzado a
arruinar tu vida. La decisión es tuya, personal y ha de ser valiente y motivada.
Madre Alberta tuvo que arriesgar y tomar decisiones comprometidas. Era valiente,
no se arredraba por nada. Iba hacia la meta. Lo que tenía que hacer lo pensaba y
reflexionaba; no se lanzaba al “tuntún”, pero cuando lo tenía claro, se dirigía a ello
con verdadera entrega. Así fue construyendo su vida, volcada en los otros y
haciendo tanto bien.
Señor me has dado la vida no para malgastarla, sino para hacer algo grande con
ella. No permitas que tome decisiones que me arruinen y que, al final, tenga que
arrepentirme. Concédeme tener siempre a mi lado manos amigas que me ayuden.