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Carta enviada al concurso de Cartas de Amor de Mont Blanc.
Autora: Teresita Romero
Campamento Aqueo, 1298 AC
Aquiles, amado de Zeus, hijo de Tetis: toda la arena de la playa debe
haberse compactado en mi corazón y en mis pies para hacerlos pesados como
piedras, incapaces de obedecer la orden de abandonar tu morada, nuestro
refugio. Tuve que sentir los hilos argentos de Atenea tirando de mí para poder
andar el camino hasta la casa de Agamenón, de acuerdo a la voluntad de Hera.
¡Desdichada de mí! Ya no sé cómo podré albergar tantas lágrimas en el
estrecho espacio de mis ojos. Nunca imaginé que te extrañaría tanto, ni que
mis brazos yacerían inertes a los lados de mi cuerpo; incapaces de volver a
abrazar a ser alguno porque se aprendieron la divina forma del tuyo.
Dulces los días que ocupaba en los oficios de mujeres, tejiendo y
cociendo, esperando que regresaras de tus suertes de guerrero. Lo hacía
expectante, porque sabía que al final del día me dedicaría a
limpiarte y
acariciarte, para luego disfrutar ambos de los alimentos que mi esmero servía
en la rústica mesa. Siempre me mirabas con ternura y luego en el lecho nos
enlazábamos para compartir el calor y el amor, haciendo imposible el paso del
miedo y del dolor que se espantaban de mí, como si una nube de seres alados
incorpóreos, nos cubriera con el manto de protección del mismo Zeus.
El recuerdo de tu presencia, tu tenue delicadeza acariciando mis mejillas
y el vigor de tus palabras, me hacen repudiar esta nueva casa y esta nueva
gente. Te veo a corta distancia. Pasaste con el ceño fruncido y conozco el cruel
motivo. Se nota tu enojo, lo descargarás en las próximas batallas, para las
cuales pareces haber nacido. Muchas veces escuché que sólo a través del
talón eres vulnerable y temo tanto que tus enemigos lo descubran y lo utilicen
en tu contra. -¡Temo tanto por ti, amado mío!
Pero no puedo dejar de
regocijarme por tu arrojo.
Estoy aquí doblegada por el dolor de no tenerte y por ser objeto de este
hombre de negras entrañas, procaz, pedante y vulgar que me arrancó con
fiereza de tu lado olvidando que estás aquí para desagraviar a su propio
hermano Menelao. Esta casa ya no tiene tu olor, nuestro dulce olor, el olor de
nuestro amor. Este amor inesperado que se presentó cuando asustada, me
tomaste del brazo al final de la batalla, que legítimamente le habías ganado a
mi pueblo y a mi padre Briseo, y me hiciste caminar a tu lado. Ninguno de los
dos dijo nada, no era necesario. Al mirarnos por primera vez se dio el
relámpago y te seguí. Se activó el manto que disipa las penas y me entregué a
ti sin pensar en los míos. Aunque ahora sí los extraño, los echo de menos
porque tu ausencia y esta ofensiva presencia, dejan capas de mi corazón al
descubierto para que todos los sufrimientos lo atraviesen y se instalen.
Siempre supe que no era un botín de guerra para ti, que mi cercanía
sería dulce y sanadora para tu triste y solitario corazón de guerrero, haciéndote
olvidar la advertencia de tu breve vida.
¡Ay! ¡Tú encolerizado y yo penando! ¿Qué es esto que nos toca vivir?
¿Quién se solaza con tanta crueldad? Si son los dioses habré de obedecerles,
tal como tú lo has hecho a pesar del enojo, sin olvidar agradecerles que me
hayan permitido el honor de amarte, disfrutarte y llorarte durante una fracción
de mi pobre vida.
Tetis, tu madre escuchará tus lamentos y te permitirá la venganza que
redime, sólo escúchala cuando llegue y te consuele.
Briseida
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