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Jacinto Bátiz. Jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios
de Santurce. Presidente de la Deontología del Colegio de Médicos de Vizcaya
TRIBUNA (Diario Médico, 13 de abril de 2005): ¿Y... si el paciente desea la muerte?
El autor aboga por la implementación de los cuidados paliativos como solución frente
al sufrimiento físico y psíquico de los enfermos terminales. Recuerda que las demandas
de eutanasia desaparecen cuando un paciente está atendido médica y humanamente.
Ante la muerte inminente, la humanización del dolor cobra un enorme sentido.
No podemos ignorar ni mirar hacia otro lado cuando el enfermo nos manifiesta que no
quiere continuar acompañado por un sufrimiento continuo e insoportable. Este deseo no
es porque quiera morir; lo que no quiere es sufrir. Es entonces cuando los médicos
tenemos la obligación de evitar su sufrimiento. Desde el Derecho, la Filosofía, la
Política y la Moral se proponen soluciones poco prácticas. Cuando desde Enfermería,
Medicina y Psicología vivimos día a día junto al enfermo contemplando su sufrimiento,
escuchando sus preocupaciones, tratando de dar soluciones a sus molestias físicas,
aliviar sus cargas emocionales desculpabilizándole del concepto de carga que tiene para
los demás y reforzar sus creencias espirituales, estamos solucionado esos problemas que
hacen desear la muerte.
Ante un fracaso económico, profesional, amoroso o de otra índole, cualquiera ha podido
pensar en acabar con todo, manifestando, incluso con la boca pequeña, el deseo de
morir. Pero si alguien que nos quiere nos hace ver que esos problemas no merecen ser el
motivo de nuestra inexistencia o si se resuelven, el deseo no es el mismo. Eso es lo que
le ocurrió a un anciano que estaba cerca de su final y que me decía: "Doctor, deseo
morirme, soy una carga para toda mi familia. Fíjese cuánto llevo enfermo. Mis hijos han
tenido que dejar de trabajar para venir a cuidarme, les voy a estropear sus vacaciones;
mis nietos no se pueden concentrar para sus exámenes, no se divierten como antes, así
que quiero morirme para que no tengan que preocuparse de mí". Para estos síntomas yo
no tenía medicamento, pero se me ocurrió que sería bueno recordarle lo que él hizo por
su familia: "Juan, cuando tus hijos eran pequeños y estuvieron enfermos ¿cuántas veces
dejaste de ir al cine tu mujer para cuidarles? ¿cuántos esfuerzos habéis hecho para que
pudieran estudiar en la universidad? ¿acaso no te mereces que ellos puedan
agradecértelo ahora que lo necesitas? Ellos están orgullosos de devolverte su cariño
dedicándote todo su tiempo. Dales la oportunidad". Juan sonrió y me dijo: "Tiene usted
razón, ahora me siento mejor; ya no me quiero morir porque sentirme querido me hace
feliz".
La decisión de morir, a diferencia de otras decisiones en la vida, lleva asociada una
característica inmutable: una vez se va mar adentro no hay posibilidad de retornar. ¿No
será que tenemos tanto miedo de ver morir a los otros que preferimos adelantarles la
muerte? ¿O tenemos tanto miedo de no saber morir que preferimos pedir que se nos
mate? Debemos comprender que la muerte tiene derecho a su justo lugar como parte de
la vida y que el desahuciado tiene derecho a la ternura, al amor, a la presencia de sus
allegados, a la tranquilidad y al alivio. Sepamos regalar el permiso para morir, pero
teniendo claro que permitir morir no es suministrar la muerte. ¿Quiénes somos para
abreviar la vida o prolongar la agonía? En ocasiones se juega con la ambigüedad de las
palabras y se entretiene con la confusión que existe alrededor de las prácticas que nada
tienen que ver con la eutanasia, como el cese de tratamientos fútiles, la prescripción de
analgésicos o sedantes para aliviar los dolores. A veces se nos hace creer que no existe
más alternativa para el sufrimiento extremo que el acto de provocar deliberadamente la
muerte.
La eutanasia revela paradójicamente el poder y la impotencia del hombre. El poder de
disponer de la vida ante su impotencia ante la muerte. El poder de dar muerte ante la
impotencia de superar el dolor, la soledad y la angustia. Un poder que procede de su
impotencia y que revela la profunda debilidad, incapacidad y contingencia del ser
humano. Un poder pobre y aniquilante.
Un sufrimiento aliviado
Según profesionales de prestigio en cuidados paliativos como Camberlein, Gómez
Batiste y Gómez Sancho, la mayoría de las demandas de eutanasia desaparecen cuando
el sufrimiento que motivaba ese deseo es reconocido y aliviado. Si continuamos
obteniendo progresos en el tratamiento del dolor y del sufrimiento y sabemos
acompañar mejor a los enfermos y a sus familias podremos garantizar que los cuidados
paliativos efectivos serán la solución a la eutanasia. Son raros los casos en que los
enfermos se resisten al encanto tranquilizador de un equipo o de una familia que tejen a
su alrededor una mortaja de ternura y de atención.
Es urgente no precipitarse en la despenalización de la eutanasia. Creo que fue Aníbal
quien decía: "Tenemos prisa, avancemos despacio". Si existe un dominio en el que
podríamos aplicar este consejo es el de la legalización en materia del fin de la vida,
porque tal vez dicha despenalización frenaría el desarrollo de los cuidados paliativos y
creemos que éstos sí son la solución para el enfermo al final de la vida. Antes de legislar
sobre la eutanasia propongámonos aumentar los cuidados paliativos y el
acompañamiento a los moribundos, legislar sobre las posibilidades de suprimir
legalmente los tratamientos fútiles y legislar sobre los derechos del enfermo.
El debate sobre la eutanasia debe plantearse desde la perpectiva asistencial antes que
como un debate moral y mucho antes que un debate legal. El Panel de Expertos para el
Alivio del Dolor y Cuidados Paliativos de la Organización Mundial de la Salud en 1990
estableció que "los gobiernos deben asegurar que han dedicado especial atención a las
necesidades de sus ciudadanos en el alivio del dolor y los cuidados paliativos antes de
legislar sobre la eutanasia". Yo añadiría que un gobierno que antes de desarrollar
programas de cuidados paliativos acometiera una legislación permisiva, cometería algo
que puede ir desde una frivolidad hasta una irresponsabilidad.
La opción más adecuada
Cuando se plantea el debate sobre la eutanasia se hace sobre el dilema: vivir las últimas
fases de una enfermedad incurable con dolor grave y sufrimiento de todo tipo y
generalmente abandonados o solicitar un final lo más rápido posible, y no es raro que
mucha gente opte por la eutanasia. Pero debiéramos plantear la opción de suministrar al
enfermo los tratamientos paliativos necesarios para controlar los síntomas físicos y dar
el apoyo necesario de tipo psicológico, emocional, social y espiritual tanto al enfermo
como a sus familiares. Las encuestas suelen hacerse con preguntas como ¿le gustaría
que le practicaran la eutanasia en caso de que tuviese una enfermedad irreversible y
tuviese grandes sufrimientos?, a la que es muy fácil contestar que sí. Si la pregunta
fuese: "Ante una enfermedad irreversible ¿preferiría que le eliminen o que eliminen su
sufrimiento?”, probablemente las respuestas cambiarían.
Los últimos momentos de la vida son muy importantes, aunque se hayan agotado los
recursos médicos. Ante la muerte inminente, nuestra presencia a través del silencio, la
sonrisa, la mirada, la caricia, la presión de la mano, cobran un enorme sentido:
humanizar el último adiós. Confío en que pronto se garantice a los enfermos terminales
los cuidados paliativos como un derecho del individuo, en cualquier lugar, circunstancia
o situación, a través de las diferentes estructuras de la red sanitaria. El progreso
científico de la Medicina no sería tal si no se consiguiese garantizar una vida y una
muerte dignas.