Download Dossier sobre Cambio Climático Nº 56

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Transcript
17 de octubre 2014
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Nº 56
El cambio climático provoca más desplazados que un conflicto armado
1
Migraciones ambientales: Huyendo de la crisis ecológica en el siglo XXI, por Jesús M.
Castillo
3
Más limpios, más verdes y más ricos, por Christiana Figueres & Guy Ryder
9
El clima del pueblo, por Monica Araya & Hans Verolme
11
América Latina se enfrenta a un éxodo masivo de campesinos e indígenas por los efectos
del cambio climático
12
La lucha contra el cambio climático puede ayudar a la economía
13
El cambio climático más allá de 2050, por Christiana Figueres, Mario Molina & Joseph
Alcamo
15
Miles de personas participan en jornada mundial de protestas por cambio climático
16
1. EL CAMBIO CLIMÁTICO PROVOCA MÁS DESPLAZADOS QUE UN CONFLICTO ARMADO
Cuando la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR —creada para atender
a los desplazados por la II Guerra Mundial— comienza a tomar cartas en el tema del cambio
climático, parece claro que la migración forzosa será una de las principales consecuencias de
este fenómeno.
De hecho, ACNUR calcula que entre 250 y 1.000 millones de personas de todo del mundo
perderán sus casas o se verán forzadas a mudarse de territorio y hasta de país en los
próximos 50 años. En América Latina, la dura determinación de quedarse o emigrar es una
disyuntiva que enfrentan cada vez más personas.
Es una decisión que debaten Atahualpa Valdez y los otros 40.000 residentes de la isla de
Cartí Sugtupu y otras del archipiélago de Kuna Yala, frente a las costas de Panamá, todas
amenazadas por el aumento en el nivel del mar. Unos quieren quedarse, pero otros prefieren
tierra firme.
“Yo recuerdo que en ese día tenía una casa,” cuenta Valdez. “Esa casa se desplomó. Las olas
se lo llevaron casi todo". Pablo Preciado, un líder de la comunidad Carti Sugtupu, añade:
“No es muy fácil solamente cruzar [al continente] porque hay muchas personas que no están
acostumbradas a vivir ahí. Es un cambio drástico”.
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América Latina en peligro
El clima global está cambiando y los efectos se ven en toda América Latina. El nivel del mar
aumenta, las sequías amenazan a la producción alimentaria en Centroamérica y el Caribe,
mientras en el Sur las intensas lluvias repentinas provocan fuertes inundaciones.
Si sigue aumentando la temperatura promedio global, la región será una de las más afectadas
en el mundo y en pocos años, al igual que ocurrió con los grandes guerras del siglo XX,
podrían generarse migraciones masivas de personas en todas partes del mundo, expulsadas
de sus casas y comunidades por el cambio climático.
En Perú, por ejemplo, en los últimos años han ocurrido grandes inundaciones que arrasaron
los cultivos de los pueblos indígenas de las Amazonas y provocaron enfermedades. Sin
embargo, los residentes de Paoyhan no están dispuestos a dejar atrás sus tierras ancestrales.
“Es muy preocupante para el pueblo, en los años anteriores no había ese clase de desastres”,
explica Miguel Ochavano, un chamán local. “Para mi es una tristeza encontrar a mi familia
sin comida. De aquí a un tiempo, ¿cómo vamos a estar?”, se pregunta.
Más vulnerables
En los primeros 3 meses de 2014, cerca de un millón y medio de personas en América
Latina sufrieron las consecuencias de eventos climáticos extremos, principalmente
inundaciones, según la Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCAH).
No solo son las inundaciones, la escasez de agua también está golpeando a América Latina.
Llena de tierras cultivables, la región podría tener un rol clave en asegurar la alimentación
de millones de personas, pero el aumento de la temperatura ha provocado fuertes sequías en
los últimos años.
El pasado agosto fue el más caluroso registrado hasta hoy a nivel global. Además, marcó el
354° mes consecutivo con temperaturas por encima del promedio, según la Agencia
Nacional para los Océanos y la Atmósfera de EE UU (NOAA, por sus siglas en inglés).
Estas altas temperaturas han dejado su huella en Sherwood Content, el pueblo natal de Usain
Bolt, en Jamaica, que depende de la producción de batata, banana y cacao. “Cuando llegué
en 1967, había mucha agua”, recuerda Lilian Bolt. “Hoy en día es solo ventoso y seco. Si no
llueve durante la temporada, la cosecha se perderá”.
Las historias de Lilian, Miguel y Atahualpa y otras personas de América Latina afectadas
por los efectos del cambio climático fueron recogidas en una serie de documentales que se
presentaron en un concurso global organizado por el Banco Mundial.
“Queríamos hacer que la gente (sobre todo los jóvenes) se conecte, se concientice sobre los
temas y luego impulse soluciones a todos los niveles”, explica Francis Dobbs, uno de los
organizadores del concurso Action4Climate. “El cambio climático está aquí y ahora. Es el
deber de todos nosotros a cambiar el curso.”
Más de 230 documentalistas de 70 países respondieron a la llamada. Ocho de los finalistas
son realizadores latinoamericanos. Su esperanza es que, con sus mensajes, puedan ayudar a
evitar que millones de personas tengan que abandonar sus casas y sus tierras a causa de los
cambios en el clima.
Fuente: Artículo publicado el 10 de octubre de 2014 en el portal del Banco Mundial (BM) y
disponible en el sitio web: http://www.bancomundial.org
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2. MIGRACIONES AMBIENTALES: HUYENDO DE LA CRISIS ECOLÓGICA EN EL SIGLO XXI, POR
JESÚS M. CASTILLO
Las migraciones de grupos humanos han sido muy importantes a lo largo de la historia,
incluyendo la prehistoria. Sin embargo, durante el siglo XX aumentó como nunca antes el
número de migrantes y la distancia recorrida por estos, a la vez que las migraciones
adquirieron componentes sanitarios, ecológicos, socioeconómicos y políticos muy relevantes
y novedosos. Actualmente, millones de individuos en todo el mundo se mueven buscando
mejores condiciones de vida y ya son, aproximadamente, 200 millones las personas que
viven fuera de su país de origen. La mayoría huyen de guerras, represión política,
degradación del entorno y de la miseria.
Entre los migrantes del siglo XXI, también muchos abandonan sus lugares de origen por la
degradación ambiental que actúa, al menos, como causa parcial en el origen del
desplazamiento, cuando no es la causa principal. Las migraciones en el siglo XXI se
desarrollan en un mundo con la economía enormemente globalizada que facilita el tránsito
de capital, pero donde se despliegan barreras muy agresivas contra los movimientos de
personas. Un mundo con grandes desigualdades socioeconómicas y demográficas, donde el
producto interior bruto per cápita es 66 veces superior en los países enriquecidos que en los
empobrecidos, la mayor diferencia en la historia.
En este contexto, las políticas migratorias internacionales y estatales que se desarrollan (por
ejemplo, en la Unión Europea) se centran en luchar contra las migraciones desde un enfoque
en el que domina el mantenimiento de la seguridad de unos pocos. Estas políticas
migratorias identifican, en un primer momento, al inmigrante como una amenaza que,
posteriormente, en un contexto de crecimiento económico, puede pasar a ser un recurso
humano fácilmente explotable. Desde la mayor parte de los Gobiernos de los países
enriquecidos se hace continuamente publicidad sobre las migraciones a las que se cataloga
como «descontroladas» o «desordenadas», contra las que hay que luchar, a la vez que se
permite en los medios de comunicación y/o se fomentan directamente campañas continuadas
de criminalización del inmigrante. Estas políticas migratorias intentan frenar lo que se
denomina la «presión migratoria», siempre y cuando la llegada de inmigrantes no beneficie a
los intereses económicos de los grandes empresarios. Incluso, se habla de los inmigrantes
como portadores de enfermedades que pueden poner en riesgo la salud de la población
nativa, y se incorpora a la política de aceptación de inmigrantes valoraciones de salud que
discriminan entre inmigrantes saludables y enfermos.
Se intenta moldear la inmigración para hacer de los y las que llegan de fuera mano de obra
barata y no conflictiva que siempre esté disponible en casos de crecimiento de la economía.
De esta manera, los Gobiernos utilizan la migración para generar una reserva relativamente
amplia de mano de obra desempleada que permite el crecimiento económico desordenado
propio del capitalismo, y que a la vez tira a la baja los sueldos de los trabajadores con
empleo («si no lo haces tú por este dinero vendrá otro [un inmigrante] que lo haga»).
Además, la llegada de trabajadores inmigrantes es utilizada por los Gobiernos para
mantener, en tiempos de bonanza económica, los regímenes de pensiones sin aumentar
impuestos (e incluso bajándolos), y para justificar una fuerte presencia policial aduciendo al
peligro de los inmigrantes delincuentes (lo mismo que sucede con la lucha contra las drogas
ilegalizadas).
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Como ejemplo de las políticas migratorias que instrumentalizan al inmigrante, puede citarse
la desarrollada en los últimos años por el Gobierno de Zapatero en colaboración con Estados
del oeste africano, como el Mauritano. Estos países empobrecidos deben luchar contra la
«migración ilegal» y admitir a los migrantes repatriados desde el Estado español. A cambio,
el Gobierno español desarrolla medidas para la capacitación de trabajadores africanos en sus
países de origen en sectores claves en el Estado español, como la agricultura, a los que
permite inmigrar con permisos temporales de trabajo en los llamados «contingentes»,
recortados brutalmente con la llegada de la crisis económica. Se trata de un modelo
migratorio circular que utiliza a la persona migrante como si fuera un resorte más del
proceso productivo y que dificulta su integración efectiva debido, precisamente, a la
eventualidad. En este modelo migratorio, los inmigrantes son contemplados como
trabajadores de usar y tirar que dejan una riqueza en el país de la que posteriormente, cuando
la necesiten (por ejemplo, al jubilarse o ponerse enfermos), no podrán disfrutar al
encontrarse a miles de kilómetros en sus países de origen que suelen ser deficitarios en
servicios públicos.
En los años setenta (con el nacimiento del movimiento ecologista moderno) se estableció la
conexión entre degradación ambiental y migraciones, y esta conexión comenzó a plasmarse
en la literatura científica. Con anterioridad, el ecólogo estadounidense William Vogt ya trató
el tema en 1948 con una gran visión de futuro en su obra Road to survival (camino a la
supervivencia). Posteriormente, el programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas
redactaría un informe específico sobre migraciones ambientales en los años ochenta.
Durante los años noventa, fueron relativamente más abundantes las reuniones
internacionales y las publicaciones que comenzaron a plantearse teóricamente y analizar
empíricamente las consecuencias de la degradación ambiental sobre las migraciones. Más
recientemente, eventos catastróficos como el maremoto de diciembre de 2004 en el Sudeste
Asiático, el impacto del huracán Katrina en Nueva Orleans en agosto de 2005 o las
inundaciones inmensas en Pakistán en 2010 atrajeron la atención de la opinión pública
internacional, como nunca antes, hacia las migraciones ambientales.
Sin embargo, hasta el momento, los migrantes ambientales parece como si no existieran para
la mayoría de los Gobiernos. Por ejemplo, solo Suecia acogió a afectados por el tsunami del
Sudeste Asiático como refugiados ambientales y les dio las mismas ayudas que si fueran
refugiados de la guerra de Kosovo. Desde la aprobación de la Convención de Ginebra en
1951 como marco jurídico para los refugiados, el panorama, las características y la
procedencia de estos han cambiado profundamente. Un refugiado ya no es solo el que huye
de regímenes políticos represivos o de conflictos armados. En la Conferencia Mundial sobre
Reducción de Desastres de Kobe (Japón), en enero de 2005, se estableció el acuerdo de
proteger y apoyar a los migrantes que se veían forzados a desplazarse debido a la
degradación ambiental. Este acuerdo internacional, como tantos otros, ha quedado en papel
mojado hasta el momento.
La degradación ambiental suele conllevar, en mayor o menor escala, el hundimiento de las
economías tradicionales basadas en la explotación sostenible del entorno natural, lo que se
convierte en el detonante de la mayor parte de las migraciones ambientales.
Impactando en las zonas más habitadas del planeta
Es importante destacar que ciertos impactos ambientales afectan especialmente a algunas de
las regiones más densamente pobladas del planeta. Por ejemplo, la salinización de tierras de
cultivo y el aumento de la frecuencia y la intensidad de las inundaciones podría «destrozar»
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las explotaciones agrícolas en los deltas de los ríos Mekong (Vietnam), Nilo (Egipto) y
Ganges (India), zonas muy densamente pobladas.
El delta del río Mekong es una de las zonas más pobladas del mundo, vital para la
producción de alimento (arroz) en Vietnam. Se trata de una de las zonas que se está viendo
más afectada por la subida del nivel del mar debida al cambio climático. Las inundaciones
estacionales son un evento regular en este delta al que sus habitantes se han aclimatado
durante miles de años, llegando incluso a sacarles rendimiento como aporte de nutrientes y
pesca. Hasta hace poco el delta era una zona que recibía inmigrantes continuamente, pero
recientemente se ha convertido en zona de emigración. Por ejemplo, algunos agricultores
han visto destruidas sus cosechas con demasiada frecuencia en los últimos años, lo que les
ha hecho migrar hacia grandes ciudades en busca de un futuro mejor. A su vez, también el
Gobierno está organizando programas de reubicación desde las zonas más afectadas por las
inundaciones.
Por otro lado, las grandes ciudades del mundo que están a nivel del mar sufrirán las
consecuencias devastadoras del ascenso del nivel de los océanos provocado por el cambio
climático. Otro ejemplo, el actual deshielo de los glaciares de la cordillera del Himalaya,
provocado también por el calentamiento global, dificultará hasta el extremo el cultivo en
millones de hectáreas de Asia densamente pobladas, al aumentar las inundaciones en
primavera y poner en peligro el abastecimiento de agua durante la estación seca; los
glaciares funcionan como embalses naturales en altura que suministran agua en épocas secas
y cálidas a las tierras bajas. En las cuencas de los ríos alimentados por estos glaciares viven
unos 1.400 millones de personas. En Birmania, otra zona densamente poblada, el ciclón
tropical Nargis dejó, en mayo de 2008, 140.000 muertos y generó 800.000 migrantes
ambientales. Y estos son solo tres ejemplos.
Definiendo las migraciones ambientales
Ha habido varios intentos de clasificar a los migrantes ambientales, por ejemplo, según su
capacidad decisoria a la hora de migrar, la duración de la migración y sus causas. Un estudio
del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente clasifica a los migrantes
ambientales en tres categorías:
a) Los que han sido desplazados temporalmente debido a presiones ambientales, tales
como un terremoto, un huracán o una erupción volcánica y que, probablemente,
van a regresar a su hábitat original. A estas personas se las suele denominar
«desplazados ambientales» frente a los «refugiados ambientales» que tendrían pocas
garantías de retorno.
b) Los que han sido desplazados permanentemente debido a cambios drásticos en su
territorio, incluyendo la construcción de grandes infraestructuras como presas que
inundan sus tierras.
c) Los que se han desplazado permanentemente en busca de una mejor calidad de vida
porque su territorio es incapaz de proveer sus necesidades mínimas por una
degradación progresiva. También en esta última categoría hay autores que incluyen
como motivo de migración un aumento del riesgo para su salud.
Otros autores distinguen entre «migrantes ambientales», en los que incluyen a aquellos que
se trasladan voluntariamente y de forma planificada debido a la degradación ambiental;
«desplazados ambientales», como aquellos que se ven obligados a emprender el camino que
los aleja de sus tierras de forma urgente por causa de una degradación ambiental grave y
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repentina; y «desplazados por desarrollo» que incluiría a los que obligatoriamente
abandonan una zona afectada por la construcción de grandes infraestructuras. Realmente,
resulta irónico denominar «desarrollo» a proyectos que expulsan a miles de habitantes de sus
tierras, normalmente, en contra de sus voluntades. Esta clasificación conlleva, en mi
opinión, importantes problemas ya que la frontera entre voluntariedad y obligatoriedad en la
mayoría de los casos no está nada clara. De igual forma, migraciones que en un primer
momento podrían catalogarse como temporales con el tiempo se convierten en permanentes,
como ejemplifican las ocurridas tras el maremoto del Sudeste Asiático en 2004 (que obligó a
abandonar las costas a unos 2 millones de habitantes, muchos de los cuales aún no han
vuelto) o tras el impacto del Huracán Katrina en el sur de Estados Unidos en 2005 (en un
principio migraron para escapar del huracán 1,5 millones de personas de las que 300.000 no
volverán a la ciudad de Nueva Orleans).
En este trabajo se utiliza la expresión «migrante ambiental» para referirse, de forma general,
a toda persona que abandona su territorio de residencia habitual debido principalmente o de
forma muy importante a impactos ambientales, ya sean graduales o repentinos, y ya se
mueva dentro de un mismo Estado o atraviese fronteras internacionales (incluyendo a los
refugiados y desplazados internos). Algunos autores opinan que el término «refugiado
ambiental» es más acertado que el de «migrante ambiental» pues evoca un sentido de
responsabilidad global para con los desplazados y la necesidad de una actuación urgente. Sin
embargo, hablar de «refugiados ambientales» puede llevar a equívocos, al hacer pensar que
a estos migrantes se les trata ya como a los refugiados legalmente establecidos cuando, al
contrario, son más ignorados que tenidos en cuenta.
En el fondo, los «problemas» a la hora de definir la figura de «refugiado», «migrante» o
«desplazado» ambiental derivan de la discusión política sobre quién se debe hacer cargo de
las responsabilidades emanadas de estos movimientos poblacionales. Se trata de dificultades
políticas más que semánticas, ya que estos conceptos no son especialmente complicados de
definir. Si no se han aclarado ya estas definiciones en la comunidad internacional es porque
existe un conflicto político evidente —aunque habitualmente se intente esconder— entre los
Gobiernos y los grupos de defensa de los migrantes sobre el trato a las migraciones
ambientales.
Buscando las causas...
Aunque detrás de la mayor parte de los migrantes ambientales encontramos impactos socio
ambiental provocado por la mano del ser humano, el análisis de las causas de la migración
ambiental no es simple, debe ser complejo, dialéctico y dinámico. La degradación ambiental
no sucede aislada sino que se produce en un entorno social, económico y político
determinado. De esta manera, las consecuencias sociales de una degradación ambiental
determinada variarán enormemente en función de estas circunstancias. Por ejemplo, las
mismas tierras semiáridas de Almería que fueron fuente de migrantes ambientales en el
pasado, con el desarrollo económico y tecnológico de la zona y la puesta en marcha de
grandes extensiones de cultivos en invernaderos e instalaciones turísticas, se han convertido
en destino de muchos migrantes del Magreb y el África Subsahariana que buscan empleo,
aunque estas tierras sigan sufriendo una desertización galopante. Habitualmente, los Estados
en crisis son productores de migrantes tanto políticos, como económicos y ambientales, y
muchas veces no es fácil distinguir claramente unas causas de otras. Así, es habitual que
personas que se ven obligadas a desplazarse por degradación ambiental, aunque sea
parcialmente, no se refieran a esta cuando exponen sus razones para migrar, haciendo
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hincapié en los motivos socioeconómicos (aunque la pobreza y el desempleo estén
generados, en gran parte, por degradación ambiental). Y es que en economías basadas en la
subsistencia diaria en zonas con fuerte estrés ambiental, un aumento de los precios de los
productos básicos puede empujar a la migración.
Además, existen razones externas que empujan a los afectados por la degradación ambiental
a tomar la decisión final de abandonar sus residencias. Entre estas están sueldos mayores
(que no mayor poder adquisitivo) y estilos de vida diferentes en ciudades a las que quieren
migrar y que habitualmente conocen indirectamente por la televisión, el cine o experiencias
personales más o menos idealizadas de familiares o amigos. No en pocas ocasiones, las
dificultades que encuentran en el destino extranjero ponen a los migrantes en la tesitura de
volver a sus países de origen y, muchas veces, no cuentan con posibilidades para ello o no lo
hacen por no volver «derrotados» junto a sus familias y amigos.
Como vemos, las circunstancias socioeconómicas y políticas interaccionan con las
ambientales condicionando conjuntamente la forma y la calidad de vida. Se puede vivir en
grandes densidades de población en territorios que no alberguen prácticamente nada que
llevarse a la boca, pero para eso hay que ser muy ricos, como ocurre, por ejemplo, en las
nuevas ciudades de los petrodólares situadas en los desiertos más extremos del mundo. En
este sentido, hay que tener claro que la gente no pasa hambre porque no haya suficiente
comida para todos (se producen dos kilogramos de comida por persona y día a nivel
mundial), sino porque no tienen dinero para comprarla en los supermercados.
En este contexto multicausal, el estudio de los orígenes de las migraciones ambientales debe
llevarse a cabo mediante un análisis dialéctico que analice las interacciones entre las causas
ambientales, políticas, sociales y económicas. Por ejemplo, una problemática política,
ambiental, social y económica como el cambio climático puede favorecer la desertización de
unas tierras semiáridas. Frente a este proceso más o menos gradual de desertización, los
habitantes, si viven en la pobreza, podrían responder abandonando la zona, lo que podría
desacelerar, frenar o no afectar a la tasa de desertización. Pero también podrían reaccionar
aumentando la intensidad de explotación de sus tierras para obtener los mismos recursos que
antes, lo que agravaría la desertización y, consecuentemente, su nivel de pobreza. Esta
respuesta introduciría la zona en un bucle de retroalimentación positiva de manera que más
pobreza conllevaría más degradación ambiental y viceversa. A esto habría que sumarle los
efectos de factores externos de diversa índole que pueden influir en la degradación
ambiental de las tierras, y en el comportamiento y en el nivel socioeconómico de las y los
afectados.
Guerras y migraciones ambientales
Un ejemplo claro de las interacciones entre causas políticas y ambientales son las guerras
que desplazan a miles de seres humanos directamente pero, a la vez, conllevan impactos
socio ambientales gravísimos que también producen movimientos poblacionales. Por
ejemplo, en la Guerra de Vietnam el ejército de Estados Unidos bombardeó miles de
hectáreas de bosques ecuatoriales con agentes defoliantes y napalm, obligando a desplazarse
a miles de personas que vivían de los recursos naturales de estos bosques. Aún hoy en día,
los ecosistemas de Vietnam sufren los efectos de los 80 millones de litros de agente naranja
(un herbicida) empleado indiscriminadamente por el ejército de Estados Unidos entre 1962 y
1971. Las dioxinas que contenía mataron a cientos de miles de personas y causaron
deformaciones a medio millón de recién nacidos, según el Gobierno de Vietnam. Casi
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cuarenta años después del último rociado con agente naranja, el producto aún causa
problemas de salud (como cáncer y malformaciones) a tres millones de personas.
Algo parecido sucedió en Birmania, donde el Gobierno fomentaba la deforestación para
acabar con las zonas donde se ocultaba la guerrilla de la minoría étnica karen. Esta
deforestación salvaje desplazó a más de 15 millones de habitantes que dependían de los
bosques para construir sus casas, calentarse, cocinar y conseguir alimentos.
En las Guerras del Golfo y la invasión por parte de Israel del Líbano en 2006 se produjeron
mareas negras y se quemaron pozos petrolíferos provocando «lluvia negra». Estos impactos
afectaron incluso a zonas alejadas del conflicto y provocaron la migración de parte de sus
habitantes debido a la degradación ambiental. En la guerra de Yugoslavia pasó algo similar
cuando los bombardeos «aliados» de instalaciones químicas y petroquímicas provocaron una
grave degradación ambiental, incluyendo vertidos tóxicos al río Danubio que afectaron
gravemente a las poblaciones situadas a lo largo de su cauce en países como Bulgaria y
Rumania.
Por otro lado, una mayor degradación ambiental puede aumentar la escasez de recursos
naturales lo que, a su vez, puede fomentar los conflictos bélicos para su control, como las
cada vez más abundantes «guerras del agua». De los 47 Estados con menos acceso a
reservas de agua, en 25 existe un riesgo elevado de que estallen conflictos armados o
revueltas sociales como consecuencia del cambio climático y su impacto sobre los recursos
hídricos. Ejemplos de estos conflictos armados por el acceso a los recursos hídricos son la
ocupación de Israel de los Altos del Golán en Líbano, una zona montañosa rica en agua en
medio de una gran extensión de llanuras subdesérticas, y la construcción del «muro de la
vergüenza» por parte también del Estado de Israel que separa a la población palestina de sus
fuentes históricas de agua, una infraestructura criminal condenada por el Tribunal
Internacional de la Haya.
La otra cara de la crisis ecológica global
El aumento de la degradación ambiental que vivimos actualmente en el marco de la crisis
ecológica global lleva consigo, obviamente, un aumento del número de afectados directos e
indirectos, de fallecidos, de migrantes ambientales que intentan huir de sus consecuencias y
de los costes económicos derivados. Sin embargo, estos desastres también son oportunidades
de negocios para algunos como, por ejemplo, los encargados de las labores de
reconstrucción de infraestructuras, en la lógica de lo que ha venido a llamarse «la doctrina
del shock».
Esta situación nos lleva al debate sobre el balance entre el mercado de la adaptación y el de
la mitigación de la degradación ambiental a la hora de determinar las respuestas. Si la
adaptación a las consecuencias negativas de la degradación ambiental genera negocio habrá
sectores de la economía interesados en que esta se perpetúe. Pero la mitigación de la
degradación ambiental (es decir, su prevención) también mueve dinero. El balance entre los
beneficios económicos para las grandes empresas transnacionales de la adaptación y la
mitigación es un factor clave a la hora de determinar las respuestas que los Gobiernos darán
a la degradación ambiental. En general, podemos decir que el mercado de la adaptación es
mucho más amplio que el de la mitigación para la mayoría de los impactos ambientales. Este
resultado nos llevaría a concluir que desde los Gobiernos, al servicio de los grandes intereses
económicos, se promoverá la reacción tras la degradación ambiental antes que la prevención.
Sin embargo, a este factor económico se suman, afortunadamente, otros de índole social y
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política. Así, la presión política de la ciudadanía, cada día más consciente de los problemas
derivados de la degradación ambiental, es también un factor clave a la hora de modelar las
respuestas de los Gobiernos. Además, la ciudadanía cada día se auto organiza más para
enfrentar la degradación ambiental al margen de las respuestas gubernamentales. En este
contexto, la salida a la crisis ecológica global dependerá del balance entre multitud de
factores entre los que debemos considerar seriamente las migraciones ambientales.
Fuente: Jesús M. Castillo es Profesor titular de la Universidad de Sevilla en el
Departamento de Biología Vegetal y Ecología. Este Ensayo fue publicado por el Centro de
Estudios Internacionales de Barcelona (CIDOB) el 20 de septiembre de 2014 y se encuentra
disponible en el sitio web: http://www.cidob.org
3. MÁS LIMPIOS, MÁS VERDES Y MÁS RICOS, POR CHRISTIANA FIGUERES & GUY RYDER
En el pasado, la acción contra el cambio climático se veía a menudo como un obstáculo al
crecimiento económico. Se consideraba que apostar por lo “verde” significaba sacrificar la
prosperidad por el bien del medio ambiente. Hoy en día, tenemos más información y
sabemos que a través de medidas de mitigación del cambio climático, las empresas
promueven el crecimiento sostenible y la creación de empleo de alta calidad.
En Estados Unidos, por ejemplo, desde enero se han creado 1,2 millones de empleos
"limpios", según un estudio del Instituto Ecotech. Desde el año pasado, ha aumentado en un
115% el número de empleos de la industria solar y en un 50% los empleos relacionados con
la eficiencia energética.
Según la Agencia Internacional de las Energías Renovables, en China ya son más de 1,7
millones las personas que trabajan en el sector de las renovables. La Red Global del Clima
estima además que podrían crearse otros siete millones de empleos si se cumplen los
objetivos del gobierno en energía eólica, solar e hidroeléctrica. A nivel mundial, se estima
que en 2012 5,7 millones de personas trabajaban directa o indirectamente en la industria de
las renovables, una cifra que podría triplicarse para 2030.
Pero la expansión de las energías renovables por sí sola no basta para afrontar el cambio
climático. Es necesario además mejorar la capacidad del medio ambiente a absorber las
emisiones de dióxido de carbono y aumentar la capacidad de las comunidades y los países a
adaptarse al cambio climático, a través de formas más inteligentes de gestión de los activos
naturales como bosques, fuentes de agua dulce, suelos y biodiversidad.
En Sudáfrica, existe una iniciativa que aborda el cambio climático desde ambos ángulos. Se
trata del Programa Ampliado de Trabajo Público, que durante los primeros cinco años de
funcionamiento generó un millón de oportunidades de empleo y que tiene el objetivo de
crear 4,5 millones más para finales de este año. Además de en la producción de energía
renovable, el programa hace hincapié en la recuperación y gestión de humedales y bosques y
en la prevención de incendios. El programa fomenta además la inclusión social, dando
empleo a grupos vulnerables como las madres solteras.
Del mismo modo, en India, la Ley Mahatma Gandhi de Garantía de Empleo Rural tiene el
objetivo de garantizar un medio de subsistencia en las zonas rurales, proporcionando un
mínimo de cien días de empleo asalariado a todos los hogares cuyos miembros adultos se
ofrezcan voluntarios para realizar un trabajo manual no cualificado. La mayor parte de estos
empleos se dedican a aumentar la capacidad de recuperación del medio ambiente, mediante
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la conservación de suelos y agua, la prevención de inundaciones, la reforestación y la
creación de pequeños sistemas de riego.
En Brasil, el programa “Bolsa Verde” ofrece incentivos a las familias pobres para realizar
trabajos de conservación en reservas naturales locales. En su primer año, el programa pagó
35 dólares al mes a más de 16.600 familias y el objetivo es extenderlo a 300.000 familias y
realizar proyectos de acción climática como el desarrollo de las renovables. Colombia y
México también han puesto en marcha iniciativas similares.
Este potencial de creación de empleos “verdes” de alta calidad se verá multiplicado si el año
próximo se alcanza un acuerdo climático global sustancial en la Conferencia del Clima de
Naciones Unidas [http://unfccc.int/meetings/unfccc_calendar/items/2655.php?year=2015],
un acuerdo con visión de largo plazo para lograr un mundo climáticamente neutro para
2050. La opción contraria -continuar aumentando las emisiones de CO2- no sólo limitará
este potencial sino que perjudicará la actividad económica y, de acuerdo a estimaciones de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), reducirá la productividad un 7% a nivel
mundial.
Ya estamos viendo el costo de los fenómenos meteorológicos extremos, que aumentarán en
frecuencia e intensidad a medida que aumente la temperatura global. El huracán Katrina, que
golpeó Nueva Orleans en 2005, provocó la pérdida de 40.000 empleos aquel año. El ciclón
Sidr, que asoló Bangladesh en 2007, perjudicó a cientos de miles de pequeños negocios y
560.000 puestos de trabajo se vieron afectados. En otras palabras, la acción climática no sólo
creará nuevos empleos, sino que preservará los ya existentes.
Será inevitable que se pierdan algunos empleos cuando las industrias altamente
contaminantes dejen sitio a actividades más sostenibles. Es necesario gestionar esas pérdidas
para asegurar una "transición justa" hacia una economía climáticamente neutra.
La buena noticia es que las siete industrias más contaminantes, que representan el 80% de
las emisiones de CO2, emplean sólo al 10% de la masa laboral. Unas pérdidas que podrían
ser fácilmente compensadas con el crecimiento de la economía baja en carbono.
Por otro lado, los gobiernos deben promover la reconversión y el aprendizaje de los
trabajadores para que éstos puedan aprovechar las nuevas oportunidades de empleo en el
sector de la energía limpia y la gestión de los recursos naturales. En definitiva, crear puestos
de trabajo sirve de poco, si no hay trabajadores preparados a ocuparlos.
En la actualidad dos de los problemas más generalizados son el cambio climático y el
desempleo (especialmente entre los jóvenes y las personas no cualificadas). El hecho de que
ambos se pueden abordar a la vez, mediante políticas que se refuerzan mutuamente, deja a
los gobiernos y organismos internacionales sin excusas para la inacción. La OIT y la
Convención sobre Cambio Climático de la ONU son conscientes de ello, pero no pueden
actuar solas.
Los líderes mundiales reunidos en Nueva York para la Cumbre del Clima de la ONU este
mes y en París el próximo año tienen la opción de apostar por la descarbonización y dejar así
a las generaciones futuras un planeta más seguro, más saludable y más próspero que ofrezca
oportunidades de empleo digno a millones de personas. Esta es una oportunidad que todos
deben aprovechar.
Fuente: Christiana Figueres es Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) & Guy Ryder es Director General de la
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Organización Internacional del Trabajo. Este artículo fue publicado el 19 de septiembre de
2014 y se encuentra disponible en el sitio web: http://www.project-syndicate.org
4. EL CLIMA DEL PUEBLO, POR MONICA ARAYA & HANS VEROLME
La Marcha Popular por el Clima del pasado 21 de septiembre fue un hito para el incipiente
movimiento mundial por el clima, con la participación de más de 400.000 personas en la
ciudad de Nueva York, pero ésta fue sólo la punta del iceberg. Personas de 166 países, desde
la Argentina hasta Australia, participaron en más de 2.800 actos y concentraciones. Dos
millones de activistas reclamaron mediante una petición en línea que los gobiernos optaran
por una energía limpia al ciento por ciento. Por primera vez desde la malograda Conferencia
de Copenhague sobre el Cambio Climático de 2009, el activismo virtual por el clima pasó al
mundo real. ¿Por qué?
Los ciudadanos están preocupados por las consecuencias del cambio climático y saben que
el problema son los combustibles fósiles. Han llegado a reconocer que unos intereses
poderosos están bloqueando el necesario paso a la energía limpia y han dejado de confiar,
sencillamente, en que sus gobiernos estén haciendo lo suficiente por el futuro del planeta.
Así se reflejó no sólo en el número sin precedentes de personas que participaron, sino
también en la diversidad de los participantes: activistas urbanos, grupos indígenas, adeptos a
credos y opiniones políticas diferentes y –lo más destacado– jóvenes y ancianos.
Actualmente las personas establecen conexiones naturales entre el cambio climático y la
vida diaria. Los maestros eran partidarios de escuelas que funcionaran con energía
renovable, las mujeres apoyaban una agricultura más sana, las abuelas pedían un aire puro
para sus nietos, los sindicatos quieren una transición a puestos de trabajo ecológicos y los
alcaldes de ciudades quieren inversiones en edificios energéticamente eficientes.
Cinco años después del fracaso de la conferencia de Copenhague, los gobiernos deben actuar
por fin responsablemente. La cumbre del clima celebrada esta semana y organizada por el
Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, fue encaminada a aumentar el
impulso a actuar reuniendo a los dirigentes de los gobiernos, de las empresas y de la
sociedad civil. El objetivo era el de crear condiciones favorables para que los gobiernos
negocien un acuerdo sobre el clima en París en 2015 y, aunque las NN.UU. no pueden
imponer el cumplimiento de las promesas hechas por los dirigentes, la cumbre catalizó una
manifestación popular que ha vuelto a centrar la atención en la amenaza del cambio
climático y probablemente así seguirá hasta que los gobiernos adopten medidas creíbles.
Lo que ha cambiado desde 2009 es el grado de preocupación por las consecuencias del
cambio climático. Entretanto, los neoyorquinos han afrontado el huracán Sandy, mientras
que el tifón Haiyan ha devastado las Filipinas. Se siguen superando los registros climáticos a
escala mundial. Tan sólo en 2004, las personas corrientes han sufrido olas de calor en
Australia, inundaciones en el Pakistán y sequías en Centroamérica, mientras que se ha
demostrado que el desplome de la capa de hielo de la Antártica occidental es irreversible.
A consecuencia de ello, el debate mundial ha dejado de centrarse en los costos de la
adopción de medidas a hacerlo en los de no adoptarlas y, aunque los costos del daño
climático son descomunales, la investigación científica indica que los de la mitigación son
asequibles.
Lo ha demostrado el aumento de la generación de energía renovable. Las personas quieren
energía limpia, ya se dispone de tecnologías rentables y, en vista de que millones de
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personas carecen de acceso a una energía fiable, la aparición de fuentes renovables es una
salvación. La capacidad eólica y solar mundial se ha triplicado desde 2009 y ahora la energía
renovable proporciona más de una quinta parte del suministro de electricidad del mundo.
De hecho, uno de cada dos megavatios de nueva electricidad a escala mundial es ecológico,
lo que significa que la participación de la energía renovable podría alcanzar el 50 por ciento
en 2030. La energía limpia propiciará un gran cambio, porque pone el poder sobre la
energía en manos de los ciudadanos y constituye un desafío directo a la industria de los
combustibles fósiles. El siguiente paso evidente en la lucha contra el cambio climático es el
de eliminar progresivamente todas las subvenciones a dicha industria.
La cumbre del clima de las NN.UU. celebrada esta semana puede no afectar al rumbo de las
negociaciones para un acuerdo climático internacional, pero ha vuelto a centrar la atención
en donde debe estarlo: las personas reales que piden un cambio real a sus gobiernos. Los
ciudadanos han mostrado que están comprometidos y alzarán la voz. La Marcha Popular por
el Clima ha sido sólo un comienzo.
Fuente: Mónica Araya es fundador y Directora Ejecutiva de Nivela y lidera el grupo de
ciudadanos Costa Rica Limpia & Hans Verolme es fundador y Asesor Estratégico Senior de
Clima Asesores Network. Este artículo fue publicado el 24 de septiembre de 2014 y se
encuentra disponible en el sitio web: http://www.project-syndicate.org
5. AMÉRICA LATINA SE ENFRENTA A UN ÉXODO MASIVO DE CAMPESINOS E INDÍGENAS POR
LOS EFECTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO
Cuando la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR —creada para atender
a los desplazados por la II Guerra Mundial— comienza a tomar cartas en el tema del cambio
climático, parece claro que la migración forzosa será una de las principales consecuencias de
este fenómeno.
De hecho, ACNUR calcula que entre 250 y 1.000 millones de personas de todo del mundo
perderán sus casas o se verán forzadas a mudarse de territorio y hasta de país en los
próximos 50 años. En América Latina, la dura determinación de quedarse o emigrar es una
disyuntiva que enfrentan cada vez más personas.
Es una decisión que debaten Atahualpa Valdez y los otros 40.000 residentes de la isla de
Cartí Sugtupu y otras del archipiélago de Kuna Yala, frente a las costas de Panamá, todas
amenazadas por el aumento en el nivel del mar. Unos quieren quedarse, pero otros prefieren
tierra firme.
“Yo recuerdo que en ese día tenía una casa,” cuenta Valdez. “Esa casa se desplomó. Las olas
se lo llevaron casi todo". Pablo Preciado, un líder de la comunidad Carti Sugtupu, añade:
“No es muy fácil solamente cruzar [al continente] porque hay muchas personas que no están
acostumbradas a vivir ahí. Es un cambio drástico”.
América Latina en peligro
El clima global está cambiando y los efectos se ven en toda América Latina. El nivel del mar
aumenta, las sequías amenazan a la producción alimentaria en Centroamérica y el Caribe,
mientras en el Sur las intensas lluvias repentinas provocan fuertes inundaciones.
Si sigue aumentando la temperatura promedio global, la región será una de las más afectadas
en el mundo y en pocos años, al igual que ocurrió con los grandes guerras del siglo XX,
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podrían generarse migraciones masivas de personas en todas partes del mundo, expulsadas
de sus casas y comunidades por el cambio climático.
En Perú, por ejemplo, en los últimos años han ocurrido grandes inundaciones que arrasaron
los cultivos de los pueblos indígenas de las Amazonas y provocaron enfermedades. Sin
embargo, los residentes de Paoyhan no están dispuestos a dejar atrás sus tierras ancestrales.
“Es muy preocupante para el pueblo, en los años anteriores no había ese clase de desastres”,
explica Miguel Ochavano, un chamán local. “Para mi es una tristeza encontrar a mi familia
sin comida. De aquí a un tiempo, ¿cómo vamos a estar?”, se pregunta.
Más vulnerables
En los primeros 3 meses de 2014, cerca de un millón y medio de personas en América
Latina sufrieron las consecuencias de eventos climáticos extremos, principalmente
inundaciones, según la Oficina de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCAH).
No solo son las inundaciones, la escasez de agua también está golpeando a América Latina.
Llena de tierras cultivables, la región podría tener un rol clave en asegurar la alimentación
de millones de personas, pero el aumento de la temperatura ha provocado fuertes sequías en
los últimos años.
El pasado agosto fue el más caluroso registrado hasta hoy a nivel global. Además, marcó el
354° mes consecutivo con temperaturas por encima del promedio, según la Agencia
Nacional para los Océanos y la Atmósfera de EE UU (NOAA, por sus siglas en inglés).
Estas altas temperaturas han dejado su huella en Sherwood Content, el pueblo natal de Usain
Bolt, en Jamaica, que depende de la producción de batata, banana y cacao. “Cuando llegué
en 1967, había mucha agua”, recuerda Lilian Bolt. “Hoy en día es solo ventoso y seco. Si no
llueve durante la temporada, la cosecha se perderá”.
Las historias de Lilian, Miguel y Atahualpa y otras personas de América Latina afectadas
por los efectos del cambio climático fueron recogidas en una serie de documentales que se
presentaron en un concurso global organizado por el Banco Mundial.
“Queríamos hacer que la gente (sobre todo los jóvenes) se conecte, se concientice sobre los
temas y luego impulse soluciones a todos los niveles”, explica Francis Dobbs, uno de los
organizadores del concurso Action4Climate. “El cambio climático está aquí y ahora. Es el
deber de todos nosotros a cambiar el curso.”
Más de 230 documentalistas de 70 países respondieron a la llamada. Ocho de los finalistas
son realizadores latinoamericanos. Su esperanza es que, con sus mensajes, puedan ayudar a
evitar que millones de personas tengan que abandonar sus casas y sus tierras a causa de los
cambios en el clima.
Fuente: Artículo publicado en el Boletín Informativo de Agro Noticias de la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el 16 de octubre de
2014 y disponible en el sitio web: http://www.fao.org/
6. LA LUCHA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO PUEDE AYUDAR A LA ECONOMÍA
La reducción de emisiones puede generar un mejor crecimiento que con el viejo modelo de
la economía del carbono. Es la principal conclusión del informe elaborado por una comisión
independiente liderada por el expresidente mexicano Felipe Calderón y el profesor Lord
Stern, con el que intentan romper con la idea de que la lucha contra el cambio climático es
un freno para la prosperidad económica y la creación de empleo.
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“Ya hay países y empresas que están demostrando que es una oportunidad”, añadió Jeremy
Oppenheim, relator del estudio. El reto, como señaló Stern, es crear las condiciones para que
la inversión suceda y llegue a proyectos que pueden contribuir a revertir los efectos
delcalentamiento del planeta a la vez que generan riqueza. “Si invertimos bien, habrá
grandes retornos para miles de millones de ciudadanos”, augura.
Para ello, los responsables de la comisión sobre la Nueva Economía del Clima plantean un
plan de acción global, con 10 recomendaciones prácticas que sirvan de herramienta a los
gobiernos y las organizaciones privadas para iniciar la transición hacia un nuevo modelo
económico. Van desde integrar el riesgo del clima en las decisiones estratégicas, pasando
por el fin de los subsidios al petróleo hasta incentivar la innovación.
El informe se presentó a una semana de que se celebre en Nueva York laCumbre sobre el
Clima, a la que se espera asistan cerca de 120 jefes de Gobierno y de Estado en la víspera de
la reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidos. El domingo tendrá lugar
además una manifestación para exigir a los líderes que actúen sin mayor dilación ante el reto
del cambio climático, a pocos días del segundo aniversario de la tempestad Sandy.
“No se trata solo de evitar una gran catástrofe natural, sino de aprovechar las oportunidades
que se presentan con la economía del clima para tener un mejor crecimiento”, insistió
Calderón en la presentación. El informe calcula que de aquí a 2030 se realizarán inversiones
por valor del 90 billones de dólares en infraestructuras. La idea es que ese dinero empiece a
moverse de un modelo basado en energías fósiles a uno que mire a las renovables.
En este sentido, el estudio argumenta que se pueden reducir significativamente las emisiones
de carbono y potenciar el crecimiento de las economías locales haciendo decisiones
acertadas a la hora de gastar el dinero. “Hay que dejar de gastar como hasta ahora”, insiste
Stern, haciendo referencia los 600.000 millones que anualmente se destinan en subsidios a
las energías fósiles. “Estamos pagando por contaminar”, añadió Calderón.
Por eso su plan de acción busca que se impongan nuevos impuestos al carbono y nuevas
reglas para incentivar el crecimiento de energías renovables, como la solar y la eólica.
También propone que se definan nuevos instrumentos financieros que gobiernos y sector
privado inviertan en la modernización de infraestructuras ineficientes. Y dar más apoyos a la
innovación, con ayudas públicas a la investigación y desarrollo.
El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, señaló en este sentido que es
necesaria “una transformación estructural de la economía” que elimine el carbono de
sectores críticos, como la generación de energía. Para ello, indicó, se necesita crear un nuevo
marco para poner precio al carbono y establecer nuevos instrumentos de financiación de
proyectos emergentes, para que así fluya el capital hacia ellos.
Los relatores insisten que ya no se trata de elegir entre crecimiento económico o un clima
mejor. La tecnología, como reiteró Oppenheim, permite hacer las dos cosas a la vez.
“Esperar es más caro que actuar ahora”, añadió Calderón. Desde Bank of America se indica
que se podrían conseguir ahorros próximos a los dos billones de dólares si se anticipa el
proceso de transición, que admiten que no será fácil mover el dinero de un modelo a otro.
Fuente: Artículo publicado en el Boletín Informativo de Agro Noticias de la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el 28 de septiembre de
2014 y disponible en el sitio web: http://www.fao.org/
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7. EL CAMBIO CLIMÁTICO MÁS ALLÁ DE 2050, POR CHRISTIANA FIGUERES, MARIO MOLINA
& JOSEPH ALCAMO
En pocos días, el secretario general de la ONU presidirá una gran cumbre climática en la que
se espera que jefes de Estado, alcaldes, instituciones y empresas anuncien novedosas y
ambiciosas iniciativas para hacer frente al cambio climático en el corto y medio plazo.
Será además el momento de exponer la visión que el mundo necesita sobre este fenómeno:
una visión clara, valiente y científicamente sustentada. Hacen falta medidas urgentes y
osadas para frenar el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero antes de 2020
y empezar a reducirlas a partir de esa fecha. Hay además que implementar políticas que
garanticen un desarrollo económico sostenible.
Igual que un joven planifica su carrera; un alcalde, la evolución demográfica de su ciudad, o
una empresa, su estrategia de negocio; necesitamos una visión climática de largo plazo para
saber dónde queremos estar dentro de medio siglo. Esa perspectiva de largo plazo pasa por
lograr la neutralidad climática lo antes posible, dentro de la segunda mitad de este siglo.
El quinto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático deja
claro que, para mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados a
finales de este siglo, hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero o
mantenerlas cerca del crecimiento cero.
Con ello se protegerá a los más vulnerables de los efectos del cambio climático, de
fenómenos que, como las olas de calor, las malas cosechas, las inundaciones o las sequías,
se están intensificando, poniendo en peligro vidas y hogares. Si dejamos que las emisiones
sigan aumentando, el clima podría sufrir cambios irreversibles y muy dañinos para todos los
sectores de la sociedad.
Seamos claros: la neutralidad climática no es un nirvana o un universo paralelo; es reducir
drásticamente las emisiones, de manera que sólo emitamos lo que la Tierra es capaz de
absorber.
Para lograrlo hemos de dejar atrás el modelo actual de sociedad, generador de altos niveles
de gases de efecto invernadero. Hemos de apostar por los certificados de reducción de
emisiones, descarbonizar progresivamente la economía global para, al final, constituir una
gran familia de estados climáticamente neutros.
Un ecosistema sano es también fundamental, porque la naturaleza juega un papel cada vez
más importante en la eliminación del carbono de la atmósfera.
Se trata, sin duda, del objetivo que debe guiar las decisiones de un presente que ambiciona
construir el futuro
Se requieren importantes inversiones en energías más limpias y eficientes, tanto para
alimentar el transporte como los edificios. Se necesitarán asimismo sistemas más
inteligentes para la restauración de costas, bosques y suelos degradados.
En definitiva, esta forma de desarrollo es la más económica para todos porque nos evitará
los enormes costes potenciales de los efectos del cambio climático. Servirá además para
generar empleo en la construcción de edificios y medios de transporte eficientes, así como
infraestructuras y sistemas de gestión de recursos climáticamente responsables.
Se trata de un esfuerzo ambicioso y que habrá que mantener en el tiempo, pero es sin duda el
objetivo que debe guiar las decisiones de un presente que pretende construir el futuro.
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Hoy por hoy, alcanzar la neutralidad climática puede parecernos una tarea colosal, sobre
todo teniendo en cuenta que las emisiones siguen creciendo, a pesar del creciente uso de las
energías renovables, la mejora de la eficiencia energética y las iniciativas de gestión de
recursos naturales como los bosques.
Sin embargo, ya hay países como Bután, Costa Rica, Papúa Nueva Guinea, Suecia o Suiza
que están dirigiendo sus economías hacia ese objetivo, aplicando una visión de largo plazo.
Muchas ciudades, miembros de asociaciones como ICLEI o C40, se están comprometiendo
también en el largo plazo a reducir sus emisiones en un 80%, un 90% y hasta un 100%. Es el
caso de ciudades pioneras como Copenhague, Estocolmo, Oslo o Seattle. Numerosas
empresas con visión de futuro están siguiendo esta tendencia. Entre ellas hay grandes marcas
de Internet, la alta tecnología o la banca.
Con la Cumbre del Clima alentada por el secretario general de la ONU se quiere elevar el
nivel de ambición con vistas a la Conferencia sobre el Clima que se celebrará en diciembre
en Lima (Perú) y que será la antesala de la que tendrá lugar en París (Francia) a finales de
2015.
Las naciones convinieron que de París saldrá un nuevo acuerdo que marcará un antes y un
después en la reducción de emisiones, y en la asistencia a los más pobres y vulnerables a
adaptarse a los efectos ya en marcha del cambio climático.
Pero como la ciencia ha dejado claro, el juego no termina aquí. Si lo que queremos es
erradicar verdaderamente la pobreza y lograr un mundo más seguro, hemos de mantener una
visión a largo plazo sobre la neutralidad del carbono, una visión que se prolongue a la
segunda mitad de este siglo.
Sólo así garantizaremos que los 9.000 millones de personas que habitarán la Tierra en 2050
tengan expectativas de vida reales e ilusionantes, en un planeta próspero y saludable también
para las generaciones futuras.
Fuente: Christiana Figueres es secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático; Mario Molina es premio Nobel de Química y presidente
del Centro Molina de Energía y Medio Ambiente, y Joseph Alcamo es director del Centro
para la Investigación de Sistemas Ambientales de la Universidad de Kassel y exjefe
científico del PNUMA. Este artículo de opinión fue publicado en el periódico El País de
España el 14 de septiembre de 2014 y se encuentra disponible en el sitio web:
http://elpais.com/elpais/
8. MILES DE PERSONAS PARTICIPAN EN JORNADA MUNDIAL DE PROTESTAS POR CAMBIO
CLIMÁTICO
Miles de personas salieron a las calles en varias ciudades del mundo para exigir que se
tomen acciones urgentes contra el cambio climático.
Las primeras manifestaciones se dieron en Australia, como parte de una movilización
mundial que incluyó cerca de 2.000 marchas.
Los manifestantes sostienen que de no reducirse las emisiones de gases de efecto
invernadero el mundo experimentará más sequías, incendios forestales y tormentas.
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Las protestas tuvieron su punto culminante en Nueva York donde participaron el secretario
general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, celebridades, líderes empresariales y
ecologistas.
La jornada de protesta se llevó a cabo dos días antes de la cumbre del clima en Nueva York,
que se celebrará en la ONU.
El encuentro busca dar impulso a la iniciativa de lograr un nuevo acuerdo internacional
sobre el clima que sea firmado por todas las naciones a finales de 2015.
Decenas de miles de personas llenaron las calles de Nueva York, en una ruta de tres
kilómetros, en el punto culminante del día global de protesta contra el cambio climático.
Ban Ki-moon caminó al lado de la ministra del Medio Ambiente de Francia, Segolene
Royal, así como de la primatóloga británica Jane Goodall y el ex vicepresidente
estadounidense Al Gore, quien ganó un Oscar por su documental "Una verdad
inconveniente", que denunciaba el cambio climático.
Ban, quien recibió una petición con dos millones de firmas para exigir acción contra el
calentamiento global, le dijo a periodistas que para luchar contra el cambio climático "no
hay un 'plan B', porque no hay un 'planeta B'".
Más de 160 países fueron escenario de manifestaciones en esta jornada.
Los organizadores de la protesta en Nueva York afirman que más de 300.000 personas
participaron sólo en esa ciudad.
En Australia, unas 20.000 personas salieron a las calles de Melbourne para exhortar al
primer ministro, Tony Abbott, a hacer más contra el cambio climático.
El encuentro de este martes en la sede de la ONU en Nueva York, con 125 jefes de estado y
de gobierno, será el primero desde la fracasada conferencia sobre el clima realizada en
Copenhague en 2009.
Marcando la diferencia
Las marchas sacaron más gente a las calles que nunca antes, gracias al poder de
organización de Avaaz, una red global para impulsar el activismo social.
Las conversaciones sobre el clima también serán influenciadas por la tecnología, como se
informó esta semana en el sentido de que el sol y el viento suelen generar energía a un costo
tan barato como el gas en el hogar de los combustibles fósiles: el estado de Texas, EE.UU.
El secretario general de la ONU espera poder terminar con las interminables conversaciones
sobre el clima que no hacen sino culpar a los vecinos.
Sin duda, algunos países pequeños presentarán nuevas ideas en el esfuerzo de contracción de
carbono, al hacer conciencia de la vulnerabilidad de sus propias economías en un mundo
más caliente. Pero otros grandes actores podrían continuar con el juego del póquer climático,
guardando sus ofertas hasta ver qué más hay sobre la mesa.
De modo que no hay garantías de que la idea de Ban funcione, pero al menos para los
fatigados observadores de la política climática habrá un cambio.
El próximo año, líderes mundiales deben reunirse en París para llegar a un acuerdo que no se
base en negociaciones amargas, sino en ofertas de cooperación para enfrentar un problema
compartido.
Fuente: Nota informativa publicado en el portal BBC Mundo el 21 de septiembre de 2014 y
disponible en el sitio web: http://www.bbc.co.uk/
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Edición a cargo de Rodrigo Fernández Ortiz
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