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¡Mirad cómo se aman!
La Solemnidad del Corpus Christi es una fiesta muy especial para todos los cristianos, porque es la
exaltación del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que desde tiempo inmemorial
celebra la Iglesia Católica. Los cristianos atestiguamos nuestra gratitud y adoración a tan inefable
regalo de la presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía y por los méritos de la Muerte, Pasión y
Resurrección de Nuestro Señor.
La devoción eucarística es una realidad constante en la piedad del Pueblo de Dios y recomendada
siempre como necesaria, recordad los escritos del Papa Juan Pablo II y los de Benedicto XVI. Fue el
Papa Urbano IV, quién hace que se extienda, desde Roma, la fiesta del Corpus Christi a toda la
Iglesia por medio de la bula "Transiturus" del 8 septiembre de 1264, fijándola para el jueves después
de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la
Santa Misa y al oficio. Nuestras ciudades y pueblos de la Diócesis dan testimonio de esta solemne
tradición.
Me es muy grato resaltar hoy un texto del la Encíclica de Benedicto XVI, Dios es Amor, porque su
recuerdo nos ayudará a la reflexión, especialmente en este día del Corpus, cuando estamos
convocados a actualizar la caridad fraterna: “el aumento de organizaciones diversificadas que
trabajan en favor del hombre en sus diversas necesidades, se explica por el hecho de que el
imperativo del amor al prójimo ha sido grabado por el Creador en la naturaleza misma del hombre.
Pero es también un efecto de la presencia del cristianismo en el mundo, que reaviva continuamente y
hace eficaz este imperativo, a menudo tan empañado a lo largo de la historia.”. Dios nos ha regalado
esta capacidad de reconocer y ayudar al hermanos, está grabado en la naturaleza misma del ser
humano, ¡qué bien nos ha hecho el Señor! ¡Cuánto hemos de trabajar para no romper el proyecto
divino! Es más, lo que identifica y causa admiración de un cristiano, no es otra cosa, que el amor. En
los Hechos de los Apóstoles se nos describe la vida de las primeras comunidades y expresamente se
dice que todo lo tenían en común (Hch 2,41-47), que vendían sus posesiones y el producto de la venta
lo ponían a los pies de los apóstoles, que los destinaban a socorrer las necesidades de los débiles. En
estos momentos de la Iglesia naciente, la gente se sorprendía del clima fraterno en el que vivían los
hermanos en la fe: con un solo corazón y una sola alma.
El amor y la caridad que debemos vivir, nos recuerda el Santo Padre, tiene un estilo samaritano: “la
caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una
determinada situación”. El amor verdadero a Dios nos exige atender a los menesterosos que nos
vamos encontrando por la vida. La caridad pide respuestas prácticas en el momento y a la hora que se
exigen. Esto hacen todos los voluntarios de Caritas, Manos Unidas, Conferencias de San
Vicente…etc. ¡cuantas gracias doy al Señor por tantos voluntarios que entregan su tiempo! Y los
tenemos cerca, no son superhéroes de cine, sino tu compañero o compañera de trabajo, vecinos, amas
de casa…, que tienen un gran corazón y una sensibilidad especial para salir al encuentro del otro. El
santo Cura de Ars, en un sermón sobre la limosna, decía: “La caridad no se practica solo con el
dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio,
arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro
apropiado…”. La caridad es el fundamento de todas las virtudes.
Queridos y pacientes lectores, os hago una sencilla sugerencia, la que está en la base de la
espiritualidad cristiana: Responded a la llamada de la caridad siempre, que el que comienza a
compadecerse de la miseria del otro, empieza a abandonar el pecado. Con mi bendición y
agradecimiento a todos los voluntarios de la caridad.
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José Manuel Lorca Planes
Obispo de Teruel y de Albarracín