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Título: “El carácter moral del mundo económico” Área: 2 Sociedad. Comisión: 24 La visión de la economía en la Encíclica Caritas in veritatem Autora: Dra. Carolina Vanesa ROSAS. Abogada. Notaria. Doctorando del Doctorado en Derecho de la Universidad Católica de Santa Fe. Docente de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Católica de Santa Fe. RESÚMEN: Es necesario reflexionar acerca del verdadero sentido de la actividad económica. La misma debe perseguir un verdadero desarrollo, es decir, un desarrollo que para ser tal debe ser integral, no bastando el mero progreso económico y tecnológico. Y para que se pueda dar el mismo es necesario colocar al hombre como centro de la economía; pues como lo señala S.S. Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in veritate “el sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente”. Agregando en su Discurso a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, el 30 de Abril de 2010, que “el colapso financiero en todo el mundo ha demostrado, como sabemos, la fragilidad del sistema económico actual… También ha demostrado el error de la hipótesis de que el mercado es capaz de autorregularse, independientemente de la intervención pública y del apoyo de las normas morales”; y que “esta hipótesis se basa en una noción empobrecida de la vida económica, como una especie de mecanismo de auto-calibración impulsado por el interés propio y la búsqueda de ganancias. Como tal, pasa por alto el carácter esencialmente ético de la economía, como una actividad de y para los seres humanos”. Debemos poner al hombre como centro de la economía, así ésta debe estar ordenada a la consecución del bien común; siendo importante en aras a ello el rol de la comunidad política que no ha de desentenderse de las cuestiones económicas. ACERCA DEL CARÁCTER MORAL DE LA ECONOMÍA Y EL ROL DEL ESTADO: El hombre experimenta necesidades de carácter económico. Dichas necesidades son múltiples e ilimitadas. Para atender a las mismas el hombre realiza actividades económicas, para así obtener los bienes útiles y escasos que han de satisfacerlas. De ello se desprende que la actividad económica debe estar al servicio del hombre, y no a la inversa, esto es, el hombre al servicio de la economía. Ese es el sentido de la economía. Como bien lo ha señalado ya el Concilio Vaticano II “Es el hombre el autor, el centro y el fin de toda la vida económica”1. El hombre es la criatura creada a imagen y semejanza del Creador, por ello jamás puede ser utilizado como medio o instrumento; sino que es él mismo, el centro de la vida económica. Ya lo ha expresado Pablo VI “Economía y técnica no tienen sentido si no es por el hombre, a quien deben servir”2 Ahora bien, hemos experimentado a lo largo de la historia de la humanidad distintos modelos de actuación estatal dentro del mundo económico. Así, por citar los dos extremos, son dos los roles antagónicos que han desempeñado los estados en orden a lo económico: la absoluta ajenidad al mundo económico, dejando todo librado a manos de los particulares; y la otra variante, la excesiva intervención. Entonces surge el interrogante: qué rol debe desempeñar el estado en la economía; y si interviniera cuál sería la medida o criterio que ha de guiar su intervención. Al respecto, el Papa Benedicto XVI en su Discurso a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales, el 30 de Abril de 2010, claramente ha señalado que “el colapso financiero en todo el mundo ha demostrado, como sabemos, la fragilidad del sistema económico actual… También ha demostrado el error de la hipótesis de que el mercado es capaz de autorregularse, independientemente de la intervención pública y del apoyo de las normas morales”; y que “esta hipótesis se basa en una noción empobrecida de la vida económica, como una especie de mecanismo de auto-calibración impulsado por el interés propio y la búsqueda de ganancias. Como tal, pasa por alto el carácter esencialmente ético de la economía, como una actividad de y para los seres humanos”. Con esta palabras ha hecho un claro análisis de lo que sucede cuando el estado se comporta como ajeno a lo económico, pretendiendo que el mercado, por sus mecanismos propios se autorregule, por el juego de la oferta y demanda. Como lo advirtiera Pío XI: “...de este punto, como de fuente emponzoñada, nacieron todos los errores de la ciencia económica individualista; la cual, suprimido por olvido o ignorancia el carácter social y moral del mundo económico, sostuvo que éste debía ser juzgado y tratado como totalmente independiente de la autoridad pública, por la razón de que su principio directivo se hallaba en el mercado o libre competencia y con este principio habría de regirse mejor ...” 3, dejando de lado así toda idea de 1 Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes Nº 63. 2 Pablo VI, Populorum progressio, Nº 34. 3 PÍO XI. Quadragesimo Anno. II.5.b. justicia y respeto a la dignidad humana “...que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su Creador...” 4, Este es uno de los peligros que ha de evitarse; caer en este extremo de ajenidad estatal hacia lo económico. También ha de ser analizada con atención la labor que el mismo debe desempeñar para no caer en el otro extremo; porque un “Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio”5. Tal debe ser la función del estado; en palabras de Aristóteles podríamos decir, que debe buscar el “justo medio”. Juan XXII, ya en su momento nos enseñaba lo que Benedicto nos recuerda, cuando decía que “es menester afirmar continuamente el principio de que la presencia del estado en el campo económico, por dilatada y profunda que sea, no se encamina a empequeñecer cada vez más la esfera de la libertad en la iniciativa de los ciudadanos particulares, sino antes a garantizar a esa esfera la mayor amplitud posible, tutelando efectivamente, para todos y cada uno, los derechos esenciales de la persona”6. En estrecha relación a lo que señalamos, Benedicto XVI en la Encíclica Caritas in veritate sostiene que “el sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente” Frente a los problemas económicos actuales, esta reflexión nos insta a redescubrir y difundir el carácter ético que ha de informar lo económico: moral y economía no son conceptos que deban transitar por caminos distintos, y menos aún opuestos. Para evidenciar ello debemos partir del concepto mismo de economía y la finalidad que ha de impulsar la actividad económica, como antes lo señalamos. Todo sistema económico debe partir de la consideración del hombre en tanto persona, para permitir su desarrollo íntegro, tanto material como espiritual. Sólo así resulta posible contribuir a la auténtica libertad del hombre, ordenada a su fin último en tanto criatura de Dios. “Responder a las exigencias morales más profundas de la persona tiene también importantes efectos beneficiosos en el plano económico. En efecto, la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona”7. Si entendemos el “verdadero sentido” de la actividad económica, y que la misma debe servir al hombre y no a la inversa, su dimensión moral surge claramente. 4 JUAN PABLO II. Evangelium Vitae Nº 34. BENEDICTO XVI. Deus caritas est. Nº 28. 6 Juan XXIII, Mater et magistra Nº 54 a 58. 7 Benedicto XVI. Caritas in veritate Nº 45. 5 Y ello resulta importante, porque solo así será posible alcanzar un “verdadero desarrollo”. Recordemos que “crecimiento” no es sinónimo de “desarrollo”; este último es un concepto más amplio y abarcador del primero. Así, “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.8 Benedicto XVI, recordando las palabras de Pablo VI dijo: “Pablo VI tenía una visión articulada del desarrollo. Con el término «desarrollo» quiso indicar ante todo el objetivo de que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo. Desde el punto de vista económico, eso significaba su participación activa y en condiciones de igualdad en el proceso económico internacional; desde el punto de vista social, su evolución hacia sociedades solidarias y con buen nivel de formación; desde el punto de vista político, la consolidación de regímenes democráticos capaces de asegurar libertad y paz. Después de tantos años, al ver con preocupación el desarrollo y la perspectiva de las crisis que se suceden en estos tiempos, nos preguntamos hasta qué punto se han cumplido las expectativas de Pablo VI siguiendo el modelo de desarrollo que se ha adoptado en las últimas décadas.”9 Y agrega: “El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios”.10 LA LABOR DE LOS LAICOS, DE LA IGLESIA Y DE LA COMUNIDAD POLÍTICA EN LA BÚSQUEDA DE UN AUTÉNTICO DESARROLLO Y UN ORDEN JUSTO. Buscar un auténtico desarrollo es lo que reclama la sociedad, para lo cual es necesario un serio compromiso de todos sus miembros, cada uno desde su lugar, como verdaderos cristianos comprometidos con la sociedad de nuestro tiempo, teniendo presente que “....el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como un deber el hacerlo” 11. Y que “si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo...” 12. Se torna necesario colaborar en la construcción de un orden justo para la promoción de todo el hombre; pues “la justicia afecta a todas las fases de la 8 PABLO VI. Populorum Progressio. Nº 14. BENEDICTO XVI. Caritas in veritate Nº 21. 10 BENEDICTO XVI. Caritas in veritate Nº 23 11 JUAN PABLO II. Laborem Exercens Nº 25. 12 PABLO VI. Populorum Progressio. Nº 20. 9 actividad económica, porque en todo momento tiene que ver con el hombre y con sus derechos. La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral”.13 Es importante que todos y cada uno, laicos, Iglesia y comunidad política colaboremos desde nuestro lugar; pero teniendo presente siempre cuál es nuestra labor en dicha misión. Benedicto XVI nos señala que “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez Agustín…” 14 Y refiriéndose a la actuación de la Iglesia nos dice: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien”15. Esto significa que la Iglesia no de desentiende de la lucha por el establecimiento de estructuras más justas en la sociedad; sino que su labor es “mediata”: “Ya se ha dicho que el establecimiento de estructuras justas no es un cometido inmediato de la Iglesia, sino que pertenece a la esfera de la política…. En esto, la tarea de la Iglesia es mediata, ya que le corresponde contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales, sin lo cual no se instauran estructuras justas, ni éstas pueden ser operativas a largo plazo”16. En igual sentido en la Encíclica Caritas in veritate se señala: “La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados». No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”. 17 Y toda sociedad para afianzar su desarrollo integral necesita de la estabilidad del sistema jurídico en que se sustenta. Se erige así la seguridad jurídica como un valor esencial que da por tierra con toda incertidumbre. Es que lo inestable es inseguro, pues no tiene la fuerza de lo definitivo. En orden a lo estrictamente jurídico, y para propender al desarrollo emerge como necesaria la estabilidad del sistema jurídico, que brinde cierta garantía a los actores que en él se desenvuelven para no quedar librados en un “mar de incertidumbres”. 13 BENEDICTO XVI. Caritas in veritate Nº 37. BENEDICTO XVI. Deus caritas est. Nº 28. 15 BENEDICTO XVI. Deus Caritas est Nº 28. 16 BENEDICTO XVI. Deus Caritas est Nº 29 17 BENEDICTO XVI. Caritas in veritate Nº 9. 14 Ello va íntimamente unido con lo económico, pues la realidad es una sola, es una trama compleja, pero es una. Así, no podemos pretender que lo que ocurre en un ámbito de la misma no repercuta en el otro. Juan Pablo II señalaba: “La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político”. 18 En este sentido, la “inseguridad jurídica” produce costos o consecuencias no sólo “jurídicos”, sino también “económicos” y “sociales”. Benedicto XVI refiriéndose a las situaciones de inseguridad en general señala que “la ciencia económica nos dice también que una situación de inseguridad estructural da origen a actitudes antiproductivas”.19 Así resulta indispensable un sistema que ponga límites efectivos al oportunismo, al incumplimiento, al abuso de la parte más fuerte frente a la más débil. Pues “del ordenamiento jurídico querido por Dios deriva el inalienable derecho del hombre a la seguridad jurídica y, con ello, a una esfera concreta de derecho, protegida contra todo ataque arbitrario”20. Y advertir ello nos lleva aún más allá, nos conduce a afirmar que en definitiva la seguridad jurídica es una de las claves para contribuir a la “paz social”. “La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”21. 18 19 Juan Pablo II. Encíclica Centesimus Annus, Nº 48. BENEDICTO XVI. Caritas in veritate Nº 32 PÍO XII .Radiomensaje navideño de 1942. 21 PABLO VI. Populorum Progressio Nº 76. 20