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La tercera palabra de la cruz: «He ahí tu madre.» (Jn 19,27) 1. La reflexión sobre la Palabra de Dios “Estaban junto a la cruz de Jesús Su madre... Cuando Jesus vio a Su madre y al discípulo a quien amaba, de pie junto a ella, dijo a Su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió consigo” (en latino: “in sua”). (Jn 19,25-27) “Estaba junto a la cruz de Jesús Su madre...” Ella lo ve crucificado, torturado, Su cuerpo cubierto por las heridas. La corona de espinas causa el dolor particularmente insoportable. Prensado en su cabeza, las espinas afiladas atraviesan el cuero cabelludo y causan hemorragia dolorosa. Ella Lo vio caer sobre su cara varias veces bajo el peso de la cruz. Las caídas en el camino de la cruz dejaron moretones dolorosos en sus rodillas. Cuando lo encontró allí, era sólo por un brevísimo momento. Ahora ella está de pie aquí bajo la cruz. Jesús la volvió a ver. Él está mirando a ella... María está aquí en la unidad espiritual perfecta, crucificada juntamente con Él. De pie junto a ella está el discípulo Juan. Cuando Jesús lo vio, dijo a Su Madre: “Mujer, he ahí tu hijo.” El discípulo no se da cuenta completamente de cómo profundamente se está cumpliendo el misterio de su nuevo nacimiento. Él está mirando a Jesús, por el cual ha dejado todo. La palabra de Jesús penetra hasta el fondo de su corazón. Aquí, en su corazón, él recibe espiritualmente a la madre de Jesús, que se hizo su Madre también. El Jesús moribundo se dirige a su Madre por la palabra “mujer”. ¿Por qué? Porque ella es la misma mujer de la que Dios dijo a la serpiente en el jardín de Edén: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya.” (Gen 3,15) La última voluntad de Jesús se refiere sólo a él que es un discípulo. Un discípulo es él que ha dejado todo lo que tiene por la causa de Jesús. “Él que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lc 14,33) Para ser un discípulo de Cristo no significa deshacerse de todas las cosas materiales, deberes y obligaciones sociales. Esto significa dar a Jesús el primer lugar en nuestra vida y subordinar nuestras relaciones con las personas y las cosas a Su voluntad. El discípulo bajo la cruz aceptó la última voluntad de Jesús, recibió a María por su Madre. En este momento se está cumpliendo la promesa: “Os daré un corazón nuevo.” (Ez 36,26) María es este corazón nuevo, dado por Dios mismo. El Padre Celestial cumple este trasplante espiritual. Él nos dio su palabra a través del profeta Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo.” A través de Su Hijo, en la hora de Su muerte redentora, a esta promesa la cumplió. Este momento tiene un carácter del pacto entre Dios y el discípulo. El discípulo está bajo la cruz y recibe por la fe a la madre de Jesús en sí mismo (en griego: eis ta idia). El nuevo corazón tiene dos características: la oposición radical a satanás y la dependencia absoluta de Dios. El nuevo corazón es el nuevo centro espiritual. También nosotros tenemos que recibir este corazón a través de la fe. Este nuevo corazón es la nueva mujer, la nueva Eva, la madre de Jesús, que también es tu madre. 2. Un versículo de la Palabra de Dios Me doy cuenta de mi comunión con Jesús a través de un rayo de luz que sale de sus ojos en mis ojos. Todos repetímos: “Jesús dijo al discípulo y ahora dice también a mí: ¡He ahí tu madre!” 3. La oración con la Palabra de Dios Todos decimos juntos: “Jesús”, y uno añade: “Ahora y aquí recibo a Tu madre.” 4. La oración del corazón Todos llamamos: “Aaaa ... ba”. Dios mismo ahora está haciendo el trasplante espiritual, me está dando un corazón nuevo. Lo recibo por la fe.