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“…la predicación de Jesús sigue un camino particular, comienza
con el término ‘bienaventurados’, es decir, felices; y prosigue con la
indicación de la condición para alcanzar esta felicidad; y concluye haciendo
una promesa”. El motivo de la bienaventuranza, es decir, de la felicidad,
no está en la condición pedida, sino en la sucesiva promesa, de recibirlo
con fe como don de Dios….En este sentido para ser bienaventurado, se
necesita ante todo convertirse, para así estar en grado de apreciar y vivir
los dones de Dios.. .“(Ángelus del Papa Francisco)
Para ambientarnos: BENDITO SEAS, POR TANTAS PERSONAS BUENAS I
Bendito seas por tantas personas sencillas y buenas
que viven y caminan con nosotros
haciéndote presente cada día
con rostro amigo de padre y madre.
Bendito seas por quienes nos aman sinceramente,
y nos ofrecen gratuitamente lo que tienen
y nos abren las puertas de su amistad,
sin juzgarnos ni pedirnos cambiar.
Bendito seas por las personas que contagian simpatía
y siembran esperanza y serenidad
aún en los momentos de crisis y amargura
que nos asaltan a lo largo de la vida.
Bendito seas por quienes creen en un mundo nuevo
aquí, ahora, en este tiempo y tierra,
y lo sueñan y no se avergüenzan de ello
y lo empujan para que todos lo vean.
Todos:
Bendito seas por quienes aman y lo manifiestan
y no calculan su entrega a los demás,
por quienes infunden ganas de vivir
y comparten hasta lo que necesitan.
y por las que se entregan y consumen
por hacer felices a los demás.
Cantamos:
Cristo nos da la libertad, Cristo nos da la salvación, Cristo nos da la
esperanza, Cristo nos da el amor.
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Escuchamos la Palabra:
Mateo 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se
sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar,
enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque
ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien
de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
4º Domingo Tiempo Ordinario
Para el silencio:
FELIZ
Jesús sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea
como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de
felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era
feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo
establecido. En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su
vida giraba más bien en tomo a un proyecto que le entusiasmaba y
le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al
parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien
devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había
arrebatado injustamente. No buscaba que se cumplieran sus
expectativas. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para
todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía
criterios nuevos, más libres y personales, para hacer un mundo
más digno y dichoso. Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que
mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de
la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes
que a sus pecados. Desde la fe en ese Dios rompía todos los
esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «felices los justos y
piadosos porque recibirán el premio de Dios». No decía «felices los
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ricos y poderosos porque cuentan con su bendición». Su grito era
desconcertante para todos: «felices los pobres porque Dios será su
felicidad».La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la
felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica
gratificante de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera
fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».
Quien se acerca una y otra vez a las bienaventuranzas de Jesús
encuentra en ellas una luz diferente para el momento que estamos
viviendo. Así pueden resonar hoy las palabras de Jesús. Felices
los pobres de espíritu, los que saben vivir con poco. Tendrán
menos problemas, estarán más atentos a los necesitados y vivirán
con más libertad. El día en que lo entendamos, seremos más
humanos. Felices los mansos, los que vacían su corazón de
violencia y agresividad. Son un regalo para este pueblo. Cuando
todos lo hagamos, podremos convivir en verdadera paz. Felices
los que lloran al ver sufrir a otros. Son gente buena. Con ellos
se puede construir un mundo más fraterno y solidario. Felices los
que tienen hambre y sed de justicia, los que no han perdido el
deseo de ser más justos ni el afán de hacer una sociedad más
justa. En ellos alienta lo mejor del espíritu humano. Felices los
misericordiosos, los que saben perdonar en lo hondo de su
corazón. Sólo Dios conoce su lucha interior y su grandeza. Son
ellos los que mejor nos pueden acercar hacia la reconciliación.
Felices los que mantienen su corazón limpio de odios,
engaños e intereses ambiguos. Se puede confiar en ellos para
construir el futuro. Felices los que trabajan por la paz con
paciencia y con fe. Sin desalentarse ante los obstáculos y
dificultades, y buscando siempre el bien de todos. Los necesitamos
para reconstruir la convivencia. Felices los que son perseguidos
por actuar con justicia, y responden con mansedumbre a las
injurias y ofensas. Ellos nos ayudan a vencer el mal con el bien.
Felices los que son insultados, perseguidos y calumniados por
seguir fielmente la trayectoria de Jesús. Su sufrimiento no se
perderá inútilmente.
Ser cristiano es aprender a «vivir bien» siguiendo el camino
de las bienaventuranzas. Dios nos ha creado sólo por amor, no
para su propio provecho o pensando en su interés, sino buscando
nuestra dicha. A Dios lo único que le interesa es nuestro bien. Dios
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quiere nuestra felicidad, no sólo a partir de la muerte, en eso que
llamamos «vida eterna», sino ahora mismo, en esta vida. Por eso
está presente en nuestra existencia potenciando nuestro bien,
nunca nuestro daño. Por eso, en cada momento contamos con la
gracia de Dios para ser lo más dichosos posible. Dios no prohíbe lo
que es bueno para la humanidad ni obliga a lo que puede ser
dañoso. Sólo quiere nuestro bien. Convertirse a Dios no significa
decidirse por una vida más infeliz y fastidiosa, sino orientar la
propia libertad hacia una existencia más humana, más sana y, en
definitiva, más dichosa, aunque ello exija sacrificios y renuncia.
Ser feliz siempre tiene sus exigencias.
Para compartir….
Para rezar juntos: BENDITO SEAS, POR TANTAS PERSONAS BUENAS II
Bendito seas por las personas que han sufrido y sufren
y creen que la violencia no abre horizontes,
por quienes tratan de superar la amargura
y no se instalan en las metas conseguidas.
Bendito seas por quienes hoy se hacen cargo de nosotros
y cargan con nuestros fracasos
y se encargan de que no sucumbamos
en medio de esta crisis y sus ramalazos.
Bendito sea por tantos y tantos buenos samaritanos
que detienen el viaje de sus negocios
y se paran a nuestro lado a curarnos,
y nos tratan como ciudadanos y hasta hermanos.
Bendito seas por haber venido a nuestro encuentro
y habernos hecho hijos queridos,
que podemos contar contigo y con tantos hermanos
a pesar de nuestra torpeza y orgullo.
Cantamos:
Hoy te quiero cantar, hoy te quiero rezar, ¡Madre mía del cielo!
Si en mi alma hay dolor, busco apoyo en tu amor, y hallo en ti mi consuelo.
HOY TE QUIERO CANTAR, HOY TE QUIERO REZAR, MI PLEGARIA ES CANCIÓN;
YO TE QUIERO OFRECER, LO MÁS BELLO Y MEJOR,
QUE HAY EN MI CORAZÓN. (2)
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