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DISCURSO DE ACEPTACIÓN DÁ MEDALLA DE OURO E BRILANTES DO
COLEXIO MÉDICO DÁ CORUÑA
José Castillo
Santiago de Compostela, 11 de xuño de 2016.
Sr. Presidente dá Xunta de Galicia, Sr. Reitor dá Universidade de
Santiago de Compostela, Sr. Conselleiro de Sanidade, Sr. Alcalde de Santiago
de Compostela, Sr. Presidente do Colexio de Médicos da Coruña, Sr. Decano
dá Facultade de Medicina, autoridades, señoras e señores, queridos
colexiados, amigas e amigos.
A gratitude é a parte máis positiva da memoria que garda o noso
cerebro, e facelo soamente polo que a min correspóndeme é moi sinxelo.
Pero neste acto entre compañeiros, que gozamos e padecemos do noso
oficio de “curandeiros”, e aínda por riba coa responsabilidade de por voz a
todos os colexiados que foron homenaxeados por vós, pois xa non é tan
sinxelo. Seguro que non acado transmitirvos adecuadamente o afecto e a
satisfacción que todos compartimos convosco, aínda que vos podo asegurar
que o vou a tentar.
Pero o mellor xa non está connosco. Fóronse e deixáronnos sós e aínda
que a tristeza vaise diluíndo co tempo temos colectivamente a esixencia de
manter vivo o seu recordo, a súa amizade e os seus ensinos como
compañeiros, como mestres e como amigos irreemplazables. Por iso, pídovos
un forte aplauso para todos eles.
Por todo iso, a nosa resposta a todos os que nos acompañades neste
acto, ás autoridades que buscaron un oco nas súas axendas para estar
connosco, á nosa alma mater, a Universidade de Santiago de Compostela e á
nosa querida e maltreita Facultade de Medicina, a todos os que antes e hoxe
tedes a responsabilidade de levar adiante ao noso Servizo Galego de Saúde,
aos compañeiros e amigos e sobre todo ás nosas familias que compartides
cunha xenerosidade inmensa todo o bo, pero tamén todo o malo que vos
demos, é sinxelo pero emotivo darvos as grazas.
Podía terminar a miña intervención con esta verba, e algún o
agradecería, pero todo o que fixestes e as molestias que vos tomastes,
merece que tente expresar con algunha verba máis a gratitude que de
verdade sentimos.
Las cosas más importantes no “se saben” sin más, ni las hemos
aprendido en los libros, vienen de los demás, de todos vosotros. Pobre del
necio que se regodee de su propia valía. Por desgracia todavía existen
demasiados colegas que escuchan mucho más sus ideas que las de los
demás. Los mejores entre nosotros son los que más hayáis aprendido de la
humildad de la esponja. Decía Voltaire que “hay alguien tan inteligente que
es capaz de aprender de la experiencia de los demás”,
El paso de los años tiene muchos efectos; ciertamente que uno,
físicamente, ya no está como hace treinta, cuarenta o cincuenta años. La
lozanía de la juventud está definitivamente pasada. Pero me parece que
puedo afirmar, con verdad, que la ganancia compensa con mucho a las
pérdidas. El tiempo cuando es vivido en fidelidad a los ideales de antaño,
hace que lo que se creía hace años haya ido creciendo; no se ha convertido
en un mensaje distinto, pero sí que se ha hecho carne de nuestra propia
carne.
Esta me parece que es la sabiduría propia de los años. No la de saber
más cosas, sino la de saber mirar las cosas, nuevas y viejas, con ojos siempre
jóvenes y entender su sentido y el sentido de la propia vida. Los años no nos
harán escépticos si los vivimos en fidelidad. Si lo que encendió nuestro
corazón hace cincuenta, cuarenta o treinta años, se mantiene vivo. Porque
en nuestro cerebro las cosas no sólo se conservan, sino que se vivifican, se
enriquecen, se hacen más hondas y amplias.
Y, entre estas cosas, si no nos empeñamos en destruir los verdaderos
valores en aras de intereses mezquinos, está la conciencia que es inherente a
la maravillosa naturaleza humana. La libertad de buscar y decir la verdad es
un elemento esencial de la condición humana, no sólo en relación con los
hechos, sino también y especialmente sobre la naturaleza y destino del
hombre.
Queridos amigos, disfrutamos de la más apasionante, y sin duda
también de la más criticada y solicitada profesión: la Medicina. Nos
dedicamos a una actividad hecha exclusivamente por y para los humanos,
que somos seres sociales y por lo tanto tenemos derechos. Por eso nuestra
profesión siempre ha estado en el centro de todos los debates filosóficos,
socioculturales, políticos y económicos. Ante un escenario tan global y
cambiante como el que vivimos, el primun non noccere nos obliga
permanentemente a interrogarnos sobre nuestra propia profesión.
En pocos años hemos pasado de un modelo patriarcal y autoritario a
un cientifismo tecnológico despersonalizado. Con la llegada de cada
explicación científica, el mundo dejó de pertenecer a los dioses. La ciencia
pasa a regir el destino de los hombres. Nuestro mundo actual es paradójico:
a medida que la ciencia avanza, trae como resultado nuevas tecnologías, las
cuales mejoran un poco las condiciones materiales de la vida, pero al mismo
tiempo crean nuevos problemas que van desde lo ético a lo ambiental. El
discurso científico tiene efectos concretos en la posición del sujeto en el
mundo en que habita. Le interesa su organismo y a veces, busca mantenerlo
vivo, a pesar de las consecuencias. Pero la ciencia no se ocupa del
sufrimiento del ser humano.
El progreso del hombre en su relación con la naturaleza ha avanzado
mucho hasta el punto de pensar en la postmodernidad que la ciencia y la
técnica pueden resolver todos los interrogantes del ser humano. Con estas
precisiones, la ciencia llega a ocupar un lugar superior al hombre, que es su
autor. De esta forma se invierten los valores éticos: no son la ciencia y la
técnica al servicio del hombre, sino el ser humano supeditado a aquellas.
Esto muestra que la dignidad humana queda ocupando un lugar secundario.
El fundamento de la ciencia moderna es la experiencia y sólo puede
tener este valor lo que se pueda someter a control, a demostración. Pero la
realidad del hombre no puede explicarse desde un simple esquema
científico. La ciencia no lo puede todo, no tiene la verdad absoluta, no puede
explicar al hombre en su integridad, ya que no sabe decir nada acerca de su
sufrimiento. La exactitud del saber médico no es la verdad; es lo contrario de
la verdad. El discurso del paciente está en lo particular.
Es comprensible que la Medicina, de acuerdo a las investigaciones
médicas, tenga que codificar, clasificar enfermedades, síndromes y
generalizar tratamientos. Pero no os olvidéis que dos pacientes, con un
diagnóstico común, no van a responder igual al mismo tratamiento, ni van a
asumir su sufrimiento y su dolencia de forma similar.
Si hay buena salud y no se necesita de la Medicina, los médicos somos
débiles, faltos de sensibilidad y el común de la humanidad se aterra de
nuestra ineficacia y se nos reprocha nuestro escaso avance y nuestro limitado
acierto en el tratamiento o curación de las enfermedades. Pero cuando se
trata del dolor de los seres humanos, el quehacer médico, nuestra palabra y
nuestro acompañamiento, son imprescindibles. La Medicina algunas veces
cura, bastantes más alivia, pero siempre, siempre, debe acompañar.
Colegas, la Medicina, por fortuna, no es una ciencia. Es mucho más y es
diferente a una ciencia. No es cualquier arte, ni cualquier técnica. El saber
médico no consiste en la aplicación de una serie de saberes científicos al
conocimiento y tratamiento de las enfermedades. Es abordar al ser humano,
al sujeto con su propia subjetividad, con su sufrimiento y con su entorno.
A los médicos nos toca articular las instancias de saber, poder y deber.
Nosotros debemos aplicar con rigor todos los conocimientos científicos, lo
que esté a nuestro alcance en bien de nuestros pacientes. Cuando lo
necesitemos debemos ayudarnos de la medicina basada en la demostración y
de la más alta tecnología. Debemos tener una rigurosa formación técnica y
científica, para que junto con una concepción humanística y social de nuestra
profesión podamos ejercer todas nuestras habilidades en bien de la
comunidad que nos sustenta. No olvidemos nunca la palabra escuchar.
En estos momentos, y a punto de terminar mis palabras, estaréis
pensando en lo profundamente ingrato que soy, pues todavía no he
mencionado a la Institución que hoy nos acoge y que nos honra. Ya estamos
en el tercer siglo de existencia de los colegios médicos tal y como son hoy,
aunque las agrupaciones de los profesionales que ejercían la medicina es
mucho más antigua. En todo este largo tiempo, el objetivo y las funciones de
los colegios médicos han sido motivo de un permanente debate, así como el
de la obligatoriedad de la colegiación. En una profesión tan dinámica y
cambiante como la nuestra, no era de esperar que la institución que nos
representa no fuese objeto de diatribas entre los defensores y detractores de
los colegios médicos. De todas formas, el Colegio Médico somos todos y el
Colegio Médico será lo que todos queramos que sea, y esta actitud es la línea
directriz del actual Colegio Médico de A Coruña, que es consciente de que
hay alguien mucho más importante que todos nosotros: son nuestros
pacientes y todos aquellos conciudadanos que precisan de nuestro trabajo,
de nuestro conocimiento y de nuestro esfuerzo.
La Comisión de Honores y Premios del Colegio Médico de A Coruña, se
ha equivocado y seguro que no han sido objetivos, al menos conmigo, y se
han guiado más por el aprecio que por los méritos. Pero os podéis imaginar
que este aprecio es mucho más de agradecer que la impersonal aplicación de
un baremo que cuantifique lo que uno ha podido o puede hacer. Y la Junta
Directiva del Colegio Médico ha perpetuado su equivocación y ha refrendado
la concesión de esta medalla que recibo y llevaré con respeto, con
agradecimiento y con orgullo. Como representante de todos los miembros
del Colegio Médico de A Coruña, querido Chano, muchas gracias.
Queridos compañeros que habéis sido reconocidos por vuestra larga
trayectoria de servicio: vuestro trabajo aún no ha terminado. No nos
podemos permitir el lujo de prescindir de lo mucho que sabéis. Mirad un
momento a vuestro alrededor: si entre todos hemos logrado mejorar tanto la
salud y el bienestar de nuestros ciudadanos, ¡imaginar lo que podemos seguir
haciendo!
Muchas gracias.