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Conciliar la economía con la ecología
Marcus Eduardo de Oliveira / Economista brasileño, especialista en
política internacional. Escritor en el sitio "The Economist", el portal
EcoDebat y la Agencia Zwela de Noticias (Angola) / Adital 15.02.11
Es un enfoque reciente la aproximación del pensamiento económico
tradicional y las preocupaciones en torno al tema del medio ambiente.
A lo largo del tiempo, por consenso, los economistas consideraron que
la preocupación ecológica, incluida la preservación vita l de la
condiciones de vida y del medio ambiente, era una simple retórica, y
en algunos casos, muchos la veían nada más que como una mera
manifestación romántica.
Por supuesto, se excluyen de esta lista los llamados "economistas
ambientalistas”,
especial mente
aquellos
que
siguieron
las
concepciones de la Ley de la Entropía defendidas por Georgescu Roegen, quien trató, a su manera, de conciliar la economía con la
ecología, siguiendo al creador del término ecología, Ernst Haeckel
(1834-1919), quien llamó a la Economía la "Ciencia de la Naturaleza."
El hecho más destacado, sin embargo, es que con el pasar del tiempo
y con el clima, el medio ambiente, los ecosistemas (bióticos y
abióticos), la creciente evidencia de los límites naturales, e incluso
nuestros propios cuerpos están dando claros signos de estrés y
degradación.
A partir de esta constatación, el posicionamiento técnico de los
economistas en relación con el medio ambiente empezó a cambiar de
manera significativa a medida que crecía, día a día, la c onciencia de
que debemos preservar el medio ambiente natural si queremos seguir
contando nuestra historia de vida en esta "nave espacial Tierra" de
la que todos somos pasajeros y responsables.
Sin embargo, a pesar de los progresos considerables que se pro ducen
en lo que aquí denominamos conciliación entre las posiciones
defendidas por las ciencias económicas y las ciencias del medio
ambiente, aún hoy no es raro ser testigo, lamentablemente, de cierto
desprecio en ambos lados de situaciones específicas que tienen que
ver con la cuestión principal de preservar para crecer y de crecer sin
destruir. Y una vez creciendo, con moderación, saber distribuir.
Hoy en día, todavía se encuentra en algunas "mentes brillantes" la
idea fija de que es preferible un aumento del crecimiento económico,
incluso si eso provocara daños ambientales irreparables, porque ese
crecimiento económico sería una especie de "medicina" eficaz contra
los males sociales que nos afectan de manera indiscriminada.
De este modo, se pasa por alto la idea de buscar un equilibrio,
apuntando a afectar el vital encuentro de la satisfacción al vivir con
menos, al consumir menos, al comprar de una forma moderada, al
estabilizar las relaciones del medio ambiente en una relación más
armoniosa con el proce so de producción económico.
Pero el hecho es que no hay como escapar o ignorar ciertas verdades
que impregnan el pensamiento tanto de la economía como de la
ecología, que inevitablemente terminan cruzándose en cualquier
momento.
Una de esas verdades impl ica la certeza de que en un momento dado
cualquier crecimiento económico, idealizado y buscado por muchos, el
deseo de fomentar una vida mejor para todos, sin que esto pueda
considerarse un sofisma, generará costos ecológicos y sociales
inherentes al proce so de producción.
Por lo tanto, no se puede negar, en este aspecto, qu e al consumir
estamos destruyendo. Por cierto, la palabra "consumir" del latín
"consumere" (desperdiciar) etimológicamente significa exactamente
"destruir, despilfarrar, recoger intensa mente."
Lo que no toman en cuenta aquellos que insisten en mantener sus
oídos sordos en relación con los riesgos provocados por la
destrucción del medio ambiente, es que casi no hay necesidad de
producir nada nuevo. Lo que hay -y hay una multitud de cosas que
muchos desconocemos - ya es más que suficiente.
El problema de los males sociales causados por la escasez en algunas
manos, no es consecuencia de la falta de bienes y/o servicios /, sino
de la mala distribución. Incluso la existencia de la pobreza y la
miseria, los rostros crueles de la desigualdad socioeconómica,
también se pueden ver a través de este prisma.
Entendemos que la pobreza y la miseria con todas sus perversas
manifestaciones, se deben a la existencia de un sistema económico
que distribuye los recursos torpemente.
Mientras se privilegia sistemáticamente
un total e irrestricto acceso al stock
mayoría es arrojada a la calle de la
puertas cerradas a la hora de consumir.
vemos las cifras que evidencian la
distribución de la renta.
a una minoría que cuenta con
mundial de la producción, la
amargura encontrando solo
Esto es más evidente cuando
brutal desigualdad en la
Es inaceptable que sólo el 15% de la población mundial consuma el
85% de la producción mundial, mientras que al 85% le queda ta n sólo
el 15% de los productos y servicios disponibles.
En Brasil, el país más desigual de América Latina, el 10% más rico
concentra el 50,6% de los ingresos. Por lo tanto, sobra un poco más
del 49% que puede ser "dividido" para el 90% de la población.
Pero sin una condición de equilibrio basado en la conciliación entre el
recoger de la naturaleza, el producir, el disponer en el mercado y el
distribuir, no se llegará a un puerto seguro donde impere la paz y la
armonía.
Del mismo modo, partiendo de esto s desequilibrios, no se puede
escapar de las señales ambientales que son cada vez más evidentes
en términos de destrucción física.
Ora el régimen de lluvias está totalmente fuera de lugar; ora es el
calor cada vez más intenso, ora son las nevadas en una parte del
planeta que están cayendo con mayor intensidad. Además de esto, se
calcula que 50 000 especies de árboles y arbustos se extinguen cada
año.
Los bosques de todo el mundo están siendo deforestados y quemados
a un ritmo devastador. Sobre este últi mo tema, en el estudio "La
Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad", producido por la
Unión Europea en 2008, hay un dato alarmante y es que el mundo está
perdiendo más de 7 millones de hectáreas al año. Esto significa
20.000 hectáreas por día, equiv alente a dos veces el tamaño de
París, o aproximadamente 33 campos de fútbol por minuto.
Tal como se da esta destrucción sin límites, también nuestros
cuerpos reciben dosis (y señales) nocivas del efecto destructor que
se cierne sobre el medio ambiente. E n cualquier parte del mundo,
dice Annie Leonard en The Story of Stuff , "en nuestros cuerpos,
incluyendo los recién nacidos, aparecen substancias químicas
industriales y agrícolas de carácter tóxico".
No muy diferente de lo que, dada la contaminación del aire, son
cegadas las vidas de más de 1,5 millones de personas cada año en
todo el mundo por respirar aire contaminado, eso sin mencionar que
millones de niños y adultos mueren de hambre por la falta de acceso
al agua potable. Téngase en cuenta que solo ab ordamos estas dos
situaciones (aire y agua) para no hacer de este debate más triste y
sombrío.
Dicho esto, y para finalizar, la pregunta que surge como esencial, es
cómo promover cuanto antes la real e inseparable conciliación de la
economía con la ecolog ía, a fin de producir los efectos deseados.
Efectos que pueden traducirse en salvar vidas, respetar los límites
naturales, practicar la conservación y, por último, hacer cumplir la
prédica que asegure que los lazos de la vida pasen ante todo por las
cuestiones ambientales.
Sin el debido respeto a la Madre Gaia, la casa que nos acoge, es
nuestra vida y la de los animales las que estarán en peligro. Se
equivocan quienes piensan que el planeta colapsará. El colapso que se
avecina tiene una dirección cierta : la raza humana.
Practiquemos la conciliación para que continuemos dando alientos de
vida. (Revisión de la traducción: ALAI)