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Visualização do documento Dominacion Española En America (1887).DOC (582 KB) Baixar Estudios críticos acerca de la dominación española en América Tomo I: Colón y los españoles Ricardo Cappa [Indicaciones de paginación en nota1.] Estudios críticos acerca de la dominación española en América. I : Colón y los españoles P. Ricardo Cappa, de la Compañía de Jesús Índice Estudios críticos acerca de la dominación española en América Tomo I: Colón y los españoles o Prolegómenos Los portugueses y Cristóbal Colón o Colón en España o Salida y alteraciones del equipaje o Toma de posesión, exploraciones y regreso a España o Recepción del almirante o Los motines o Convéncese la no existencia del motín por el diario de navegación del almirante o Del grande enojo que el almirante tuvo contra Martín Alonso Pinzón, se prueba que no hubo motín o Otra consideración o Miscelánea o Continúa la miscelánea o La ciencia de Colón y la ignorancia de los españoles o Segundo viaje. Actividad en la colonia. Imprudencias o Nuevas exploraciones de Colón en las Antillas o Desórdenes. Providencias desesperadas o Impopularidad de Colón y de las tierras descubiertas o Tercer viaje de Colón. Rasgos de Isabel o Los hermanos del almirante. Rebelión de Roldán o Cuadros. Peticiones de Colón a los reyes. Bobadilla. Sus desaciertos o Cuarto viaje de Colón. Castigos visibles o Motín de Porras. Suspicacia de Ovando. Generosidad de Colón o Regreso de Colón a España. Nuevas expediciones. Muere en Valladolid o Gratitudes e ingratitudes o Conclusión -[I]- Prolegómenos Los portugueses y Cristóbal Colón Un indecible entusiasmo por los descubrimientos marítimos se había apoderado en el siglo decimoquinto de la nación portuguesa. Las costas visitadas a mediados del siglo XIV por los emprendedores marinos catalanes, excitaban, al entrar el siguiente, un decidido empeño por descubrirlas de nuevo, y de anexionarlas a la corona de los monarcas portugueses. El infante don Enrique, tercer hijo de don Juan el I, regularizó este movimiento (Apéndice I), y con su influencia y vastos conocimientos, fundó en Sagres una célebre escuela de navegación, alentando así y con su protección -II- la natural intrepidez de los marinos de su patria. En 1419 se habían descubierto las islas de la Madera, y sucesivamente los viajes marítimos, cada vez más atrevidos, habían realizado, sin novedad, el terrible paso de la zona tórrida, y extendídose hasta los 37º de latitud del hemisferio opuesto. Bartolomé Díaz reconoció el cabo que termina el África por el mediodía, al cual llamó de las Tormentas, nombre que Juan II trocó después con el de Buena Esperanza. Negándose la tripulación a continuar el viaje, Bartolomé Díaz regresó a Portugal. Diez años más tarde, el 8 de julio de 1497, zarpó de Lisboa el intrépido Vasco de Gama con cuatro buques de menos de cien toneladas, y con ciento sesenta hombres de tripulación. Dobló el cabo de Buena Esperanza, tocó en la costa oriental del África, y el 20 de mayo de 1498, fondeó delante de la gran ciudad de Calicut o Calcuta. Esta heroica expedición, que abrió a los portugueses el camino de las Indias Orientales, fue inmortalizada por Camoens en Los Lusitanos. Álvarez Cabral fundó poco después en Calcuta la primera factoría europea. La idea, pues, que preocupó a los navegantes y reyes portugueses en el siglo decimoquinto estaba realizada. Cristóbal Colón, natural de Génova, había navegado desde los catorce años de edad hasta los cuarenta, y muchos de ellos en naves portuguesas. Sus principales conocimientos náuticos los debió, sin duda, a los marinos de esta -III- nación; pues según Robertson «en esta escuela fue donde se formó el descubridor de la América». Casose en Portugal con doña Felipa Muñiz, hija de don Bartolomé Perestrelo, hábil marino, en la que tuvo a don Diego Colón. En el libro que, anda en nombre de su otro hijo don Fernando, se dice que había estudiado latín, las matemáticas y cosmografía; que era muy aficionado a la lectura de los filósofos griegos y latinos, y Herrera añade que hacía versos. Este hombre, que ocupará siempre un distinguido lugar en los fastos de las generaciones humanas, concibió el proyecto de hallar por occidente el camino de la India que los portugueses buscaban por oriente. Es decir, trataba de llegar al continente Asiático atravesando el gran océano Atlántico, hasta entonces inexplorado. Tres causas, dice el citado don Fernando2, le determinaron a ello, a saber: «fundamentos naturales, autoridades de escritores o indicios de navegantes» (A). Cuando las tres expresadas causas habían sido, a juicio de Colón, suficientemente consideradas, llegó el momento de realizar su premeditado -IV- viaje. Colón se dirigió a su patria; el Senado de Génova rechazó sus proyectos, pues los genoveses no podían formar justa idea de los principios en que él fundaba sus esperanzas; por esta causa rechazaron su proposición como sueño de un vano proyectista. (Robertson). Don Juan II de Portugal había desmayado en las pretensiones que abrigaba acerca de Castilla, y así era muy fácil reanimar el ardor de los portugueses por las conquistas; por otra parte, la aplicación del astrolabio a la navegación había hecho menos temerario el echarse a surcar mares desconocidos; en esta coyuntura Colón presentó al rey su proyecto. Una comisión de sabios y de grandes lo examinó, y el resultado que Colón obtuvo fue el de ser calificado de loco presuntuoso3. Esto no obstante, «el rey con cautela, inquiriendo y sacando de Cristóbal Colón cada día más y más, determinó, con parecer, del doctor Calzadilla o de todos a los que había prometido tratar de esta materia; de mandar aparejar una carabela y enviarla por el mar Océano, por los rumbos y caminos de que había sido informado que Cristóbal Colón entendía llevar. Con este propósito, despachó su carabela, echando fama que la enviaba con provisiones y socorros a los portugueses que poblaban las islas de Cabo Verde. Después de haber -V- andado muchos días y muchas leguas por la mar sin hallar nada, padecieron tan terrible tormenta y tantos peligros y trabajos, que se hubieron de volver destrozados, desabridos y mal contentos, maldiciendo y escarneciendo de tal viaje». (Las Casas, I-XXVII). Despechado Colón con este procedimiento, y desesperanzado de obtener en Portugal4 los subsidios necesarios para la realización de su empresa, abandonó secretamente la corte, y determinó pasar a Francia, siendo ya viudo. Colón en España No pretendemos escribir una novela, aunque sí rectificar en esta edición los errores de que la anterior adolece. Llevados a ellos por la autoridad de don Hernando Colón, Herrera, Irving, Prescott, Gómara, Muñoz, Navarrete y otros historiadores de cuenta, el tiempo y el trabajo de nuevos y diligentes historiógrafos han conmovido los cimientos del edificio que aquellos levantaron, y esparcido sus materiales por -VI- el polvo. Forzoso nos será recogerlos, y juntándolos con los de reciente acopio, fabricar con todo otro edificio de nueva planta y más ajustado que el anterior a las reglas del arte5. (Cf. 2.ª parte de la nota A). Hacia fines de 1484 abandonaba Cristóbal Colón secretamente la corte de Lisboa. Llevaba el ánimo de pasar a Francia para ofrecer a su rey los servicios desechados en Génova, Venecia y Portugal, y que daba por no admitidos en España a causa de lo encendido y largo de la guerra con los moros. Dirigíase Colón a Huelva, pueblo rayano a la frontera portuguesa, para dejar en él a su hijo don Diego a cargo de doña Violante Muñiz, su tía materna, y por la facilidad que allí o en cualquiera de los puntos próximos hallaría para trasladarse por mar al sud de Francia. A su paso por la villa de Palos, tocó en el convento de la Rábida, donde pidió pan y agua para el niño que llevaba de la mano, que era su -VII- hijo don Diego, a la sazón de ocho o diez años. El prior del monasterio, fray Juan Pérez, echando de ver en el traje y habla de Colón que era extranjero, lo invitó a descansar, y en la amistosa plática trabada, descubriole el viajero sus proyectos de pasar por occidente a las Indias, sus recientes vicisitudes de Portugal, y por último, cómo dejado el niño en poder de sus tíos, continuaría su viaje a Francia y con qué objeto. Era médico en la villa, un llamado Garci-Hernández, algo astrólogo, el cual, hallándose incidentalmente en el convento cuando llegó Colón, trató con el marino genovés de su proyecto, entablándose entre todos animados diálogos. Como los aprestos que Colón pedía para realizar su viaje no eran, a la verdad, extraordinarios, pudiera tenerse por verosímil que en la Rábida se le apuntara la idea de hacerlo a expensas del duque de Medina Sidonia, o que saliera de Colón el pensamiento, enterado de la riqueza y poderío de los Guzmanes. Vivía el duque en la próxima ciudad de Sevilla, residencia, por otra parte, de muchos genoveses; trasladose a ella Colón, y no placiendo al duque sus proyectos, ofreciolos para su realización al de Medinaceli, que acogió benévolamente al genovés en su casa del Puerto de Santa María, cerrando ya el año de 84. Con interés creciente oía el duque de Medinaceli los proyectos de Colón, y entendiendo la grandeza y posibilidad del asunto, estaba dispuesto a tomarlo por su -VIII- cuenta, si su hidalguía no hubiera reservado la empresa para la ínclita reina de Castilla. Disuadió a Colón de pasar a Francia, ofreciéndole escribir a la reina sobre el viaje cuando la guerra diera alguna tregua. Dejó el duque a Colón en su casa del Puerto, y él partió para Córdoba de donde salió el 15 de abril del 85 con las huestes que tomaron a Coín y Ronda, y que no regresaron hasta bien entrado junio del mismo año. La invernada de los reyes en Alcalá de Henares, las lluvias crecidas y la peste que cundió mucho este año, y el nacimiento de la infanta doña Catalina a fines de él, retardaron la venida de Sus Altezas que aún se hallaban en Madrid a 23 de enero del siguiente. Llegaron, en fin, a Córdoba después de una breve detención en Toledo, y en este tiempo fue cuando Colón, apoyado en las recomendaciones del duque, habló a los reyes por vez primera. Cometieron los reyes este asunto al prior de Santa María del Prado, fray Hernando de Talavera, para que él con otras personas peritas en la materia, examinase la proposición del extranjero. Reuniéronse en efecto, dícese que en Córdoba, y Colón, receloso con lo que le había ocurrido en Portugal, se contentó con explicar superficialmente las razones en que apoyaba la posibilidad del descubrimiento. Los letrados y marinos que formaban la junta examinadora, entendiendo lo débil del cimiento sobre que el -IX- proyecto descansaba, lo desecharon. Colón abrió poco las verdades y dijo muchos errores. Juiciosamente informaron a los reyes de que lo propuesto por Colón no estribaba en tan sólido cimiento para que se arriesgara en ello el buen nombre de la nación y las vidas de los que le acompañaran, si los proyectos de Colón saliesen hueros; pero se guardaron muy bien de dar al genovés pesados calificativos. Isabel, o espontáneamente, o rogada por los muchos favorecedores que Colón tenía en la corte, no le desahució: diole halagüeñas esperanzas; robusteciéronlas el gran cardenal Mendoza; fray Diego de Deza, maestro del príncipe don Juan; Alonso de Quintanilla, contador mayor; Cabrero, camarero del rey; el modesto fray Antonio de Marchena, y los demás aficionados al futuro almirante de las Indias de occidente. El hombre de la capa raída y pobre, como le llama Oviedo, esperó; ¡había esperado tanto! Demasiado delicado para vivir a costa de sus amigos, y en un país esquilmado por la guerra, proveía a su subsistencia con las cartas de marcar que dibujaba primorosamente y que vendía, entre otros, a los marinos españoles que con Melchor Maldonado pasaron con la escuadra a Nápoles aquel mismo año, y que al siguiente hicieron nueva excursión a las costas de Italia Si el mal éxito que en las juntas de Córdoba tuvo el proyecto de Colón, dio asa a las burlas de algunos cortesanos, maduraba en sus adentros -X- el circunspecto Deza el oponer juntas a juntas, y unas autoridades a otras. Las alteraciones que en Galicia promovió el Conde de Lemos, alejaron la corte de Córdoba. Salieron los reyes de esta ciudad hacia fines de julio del 86, se hallaban en Santiago el 23 de setiembre, y en Salamanca pasaron desde el 30 de noviembre hasta fines de febrero de 1487. Deza pasó a Salamanca después de dejar al príncipe don Juan en Almagro: enteró a los frailes dominicos de San Esteban de los proyectos de Colón, le hizo venir a sus expensas, lo alojó en el convento, reunió a los más distinguidos miembros del claustro universitario y de su orden, y parte en el convento, parte en la granja de Valcuevo, se tuvieron las juntas de carácter puramente privado en las que Colón explanó detenidamente los fundamentos de su proposición, que estaban tomados como sabemos (A) de la Escritura y Santos Padres, de filósofos griegos y latinos, de geógrafos como Ptolomeo y Toscanelli, del sentido co... 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