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Bismillahi Rahmani Rahim
REDISEÑANDO EL ISLAM? …
QUÉ PASÓ CON EL OLVIDO DEL SUFISMO
Artículo en dos partes.
Temas: Islam tradicional – sunnismo – escuelas islámicas – reformismo – wahabismo – sufismo –
colonialismo – ortodoxia – desinformación y engaños
I
LA JUSTIFICACIÓN DEL ISLAM
La irrupción avasallante del colonialismo en tierras del Islam tuvo múltiples
consecuencias profundamente trastornadoras. Las repercusiones han sido estudiadas a
diferentes niveles, pero no se ha analizado suficientemente su influencia en el Islam
como tal, de modo que el ‘Islam’ reconfigurado por el hondo complejo que significó el
éxito del colonialismo es confundido demasiado a menudo con el verdadero Islam, el que
tiene vida y expresión propias. Queremos decir que el Islam que se suele enseñar, el que
‘predican’ la mayoría de los musulmanes actuales, el Islam de los Estados, los colegios y
la televisión, el reivindicado por muchos de los movimientos islamistas, aquél con el que
resulta más fácil entrar en contacto, poco tiene que ver con el que se vivía hace apenas un
siglo y que se sigue viviendo, afortunadamente, en los márgenes de todo lo ‘oficial’, es
decir, en los márgenes (todavía muy amplios) de la ‘religión islámica’ que resultó de esa
confrontación -desde el complejo de inferioridad- con Occidente.
A finales del siglo XIX y principios del XX, una nueva generación musulmana se
debatía en un medio hostil y tenso, cargado de prejuicios y confusiones. Con una
estrategia firme y bien diseñada, el colonialismo desarraigó a los musulmanes, les
impidió el contacto con sus fuentes tradicionales, interrumpió la normal comunicación
del Islam en la que los musulmanes eran protagonistas e independientes, y lo logró de
dos maneras distintas: con la destrucción física o la corrupción de sus representantes y de
los medios en que se mantenía viva la trasmisión (madrasas, mezquitas, zawiyas, zocos,
todo ello era descentralizado y, a la vez, cohesionador), y, por otro lado, desprestigiando
el Islam tradicional (que era el que oponía una enconada resistencia a las pretensiones de
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Occidente). A ello hay que añadir la creación artificial de élites inofensivas que,
sabiéndolo o ingenuamente, hicieron de pantomima en medio de esa estrategia destinada
a desarticular la tenaz insumisión del Islam. La política colonial es todavía seguida
fielmente por los regímenes ‘indígenas’ que sustituyeron a la administración extranjera.
Se propagó la idea de que el Islam de toda la vida había sido incapaz de evitar su
derrota frente a la prepotencia colonial, que el Islam estaba anquilosado y era incapaz de
sobrevivir, sembrando eficazmente entre los musulmanes más jóvenes (de cuya
educación, directa o indirecta, se hizo cargo el colonialismo) la desvalorización de sí
mismos. Y ese desdén fue el detonante de una toma de conciencia que pretendió ‘salvar’
el Islam de su agonía, con una renovación que lo pusiera a la altura de los tiempos.
Comenzó el Islâh, la Reforma (la Modernización), cayendo sus representantes en una
trampa mortal. No vamos a censurar la sinceridad y nobleza de sus intenciones -por lo
demás, indudables-, pero el Islah marcó un punto de inflexión que fue alejando aún más
al Islam de sus raíces y de sus posibilidades.
El ‘Occidente’ que podían conocer los protagonistas del Islah (que hicieron de la
Universidad cairota de al-Azhar su feudo) era el de los militares y los misioneros, los
estrategas para la consumación y la justificación del colonialismo. Lo que se ofrecía a los
musulmanes como ‘ cultura moderna’ es la que hoy consideramos reaccionaria o, en el
mejor de los casos, simplemente como mediocre. Pues bien, será ese ‘Occidente de los
militares y los misioneros’ el que servirá de modelo para el replanteamiento del Islam. Y,
recordemos, que la confrontación se hizo desde un gran complejo de inferioridad ante los
vencedores, y ello es fácilmente rastreable en la amplia literatura que generó el
movimiento del Islah. También debemos recordar que fueron varias las soluciones que se
plantearon para salir del atolladero en el que se encontraba la ‘conciencia de los árabes’,
y hubo respuestas que querían encontrar la salvación en fórmulas siempre extranjeras: el
laicismo, el nacionalismo, el cientifismo, etc. Cada una de esas supuestas soluciones era
un desgarro y un factor de desintegración. A esta efervescencia (urbana y culta,
entendiendo cultura como acomodación a Occidente) se le dio el nombre tendencioso de
Nahda, Renacimiento (árabe), del que las generaciones actuales aún se sienten
profundamente orgullosas.
Ese amplio movimiento fue el abanderado de un ‘despertar’ prestigiado y oficial
porque supo hacer uso de un discurso ‘modernizado’ y empleó los novedosos medios de
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difusión que el colonialismo trajo consigo. Se instalaron en el mundo del Islam los
circuitos de trasmisión que son habituales en Occidente (imprentas, editoriales,
periódicos, universidades, asociaciones), y en los que esa nueva cultura ‘árabe’ (o araboislámica), previamente redefinida por el Occidente, tuvo la hegemonía casi absoluta.
Los reformistas se propusieron desde el principio depurar el Islam de todo aquello que
los expertos occidentales entendían como degradante: las “supersticiones” acerca de las
alturas inauditas de la espiritualidad humana y los hechos sublimes en la historia de los
musulmanes (los karamat y los maqamat de los awliya de Allah), atestiguados sin
embargo por doquier en cada época, el (así llamado) oscurantismo de los sufíes, cuyas
enseñanzas habían dado lugar a notables obras de
la literatura universal, y cuyas
imágenes calaron tanto en decenas de generaciones de musulmanes, una forma
ciertamente muy poco cartesiano-racionalista (tan poco acorde con el modelo reducido y
estrecho de conocimiento cientificista que tenía el Occidente), el gusto por la comunidad
orgánica no sujeta a estrechas organizaciones estatalistas, algo tan contrario al estado
moderno que los árabes buscaron imitar de Occidente ... todo ello fue sustituido por una
versión estrecha del Islam justificada en una lectura tendenciosa de las fuentes que
buscaba alzar al Islam hasta las mismas cúspides que había conquistado Occidente
idealizado en la aceptación o el rechazo.
Los artífices de las independencias formales se apoyaron y se apropiaron de esa
ideología arabo-musulmana que pretendía poner al Islam en pie de igualdad con las
tendencias del momento. Quisieron dibujar, haciéndolo pasar como ‘el original’, un
Islam reformulado que tenía como modelo los avances de los occidentales, los valores
con los que ‘habían pasado a dominar el mundo’: asumir los logros del así llamado –en
Occidente- Siglo de las Luces (cartesianismo, cientificismo, reduccionismo metódico,
positivismo, individualismo, las bases monetarias del capitalismo, la democracia, etc.),
“logros” que destrozaron primero el cristianismo en Occidente y que vienen destrozando
con la globalización el mundo y su equilibrio ecológico, como una abundancia de
filósofos post-modernos han hecho notar de modo tan claro y demoledor, en el propio
Occidente agónico, en sus ya famosas críticas del orgullosamente denominado
‘modernismo’ en Occidente.
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Sin embargo, para esta nueva clase directriz islámica, lo fatal era lo lógico: es
imposible encontrar un respaldarazo a los nuevos Estados nacionalistas de Medio
Oriente, surgido y hechos posibles sólo tras la caída del Califato Otomano, en el Islam
tradicional. Sólo un Islam convertido en ideología, o, mejor dicho, un Islam que fuera
caricatura de sí mismo, podía ser un elemento de consolidación de un proyecto de estado
tan querido por los reformistas … y tan lejos de la realidad natural del poder y las
comunidades como se acababa de vivir en el mismo Medio Oriente apenas con el
reciente Califato Otomano.
Todo lo dicho, evidentemente, no es más que un esquema general. En todo ese proceso
se entrecruzaron muchas tendencias y protagonismos personales, diferentes formas
concretas, múltiples voces. Pero el resultado, en cualquier caso, fue un discurso nuevo
sobre el Islam en el que primaban la obsesión por una supuesta pureza histórica tan falsa
como inventada (salafismo, es decir, un pretendido retorno a las fuentes, que son
reinterpretadas sin el peso de los siglos intermedios y con ‘ojos nuevos’, es decir,
educados por Occidente), la obsesión por la organización y la política democráticamente
entendida (movimientos y partidos islámicos) y la obsesión por justificar el Islam
(materias escolares, carreras universitarias, publicaciones divulgativas,...), como si de
algo extraño se tratara.
Ese Islam fue y es identificado con el Islam auténtico y elevado a la categoría de
ortodoxia, y desde ese prisma se analiza el pasado. Todos los tópicos del cristianismo
destrozado por el cientificismo y el individualismo racionalista (su teología, su historia
reciente, sus tendencias,...) encontraron su eco en esa nueva imagen de pretensiones
absolutas.
Ya en los años veinte, el Sháij Sidi Ahmad al-‘Alawi decía que el Islam, tras haber
sido la sensibilidad con la que los musulmanes se relacionaban con la existencia, se
había convertido en una trinchera, en pura reacción. Nunca antes los musulmanes habían
tenido que justificarse ni defenderse. Se reconocía en el Islam una fuerza que te hacía ser
musulmán espontáneamente. Pero con el Islah la necesidad de una ‘explicación’
sustituyó la ‘vivencia’. Y ello es puramente ‘cristiano’. Se hacía necesaria una teología,
una ética, una jerarquía, un soporte que diera sentido a ser musulmán, y puesto que no
existía había que aprenderlo de los militares y de los misioneros, y, simplemente, ponerlo
en árabe y adornarlo con unas cuantas citas coránicas.
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Se instalaron en la conciencia de los ‘árabes’ nuevos mitos, muy significativos. En sus
Rasâil, Hásan al-Bannâ (el fundador del pujante movimiento de los Hermanos
Musulmanes) aludía con admiración a Mussolini. Él, por supuesto, no era fascista ni
defendía el fascismo, cuyas implicaciones seguramente desconocía, pero que un europeo
reivindicara con orgullo el pasado de su nación y buscara recuperar para su pueblo esa
gloria, era un modelo válido y digno de consideración, y se lamentaba de que los
musulmanes -que tenían más motivos para sentirse satisfechos por su pasado- se
hundieran en la decadencia y la aceptaran. Esto, que en principio puede sonar bien,
significaba de hecho admitir la historia que los arabistas habían elaborado del Islam y
trabajar con ella como referente, con juicios de valor e interpretaciones ajenos en el
fondo a la sensibilidad islámica más fiel. Era inevitable utilizar el ‘nuevo lenguaje’, con
todas sus connotaciones, en el que los únicos diestros eran precisamente los occidentales,
sin que se hiciera -tal vez porque era imposible- una crítica suficiente.
Ello implicó una revisión del Islam, una revisión que se camufló bajo el disfraz de la
necesidad que había entonces de volver a divulgar el Islam. El desarraigo, la dispersión,
la desarticulación, todo ello había alejado a los musulmanes de sí mismos. El Islam que
fue predicado a partir de entonces era el Islam reaccionario y mediocre que salía de las
mentes de quienes padecían de un fuerte complejo ante los occidentales. La revisión
consistió en una selección y una simplificación, un cercenamiento de la cabeza para
quedarse con los pies, que es el Islam oficial actual que, a diferencia del Islam
tradicional, sí tiende al anquilosamiento ... En el tan llevado y traído ‘oscurantismo’ de
los musulmanes hay más de cristianismo y de Occidente que de Islam.
Casi todas las publicaciones en los últimos decenios destilan esa ‘ideología’ que
justifica los grandes principios del Islam en una moral y una concepción de la vida que
no son islámicas. Los grandes autores de estos tiempos -y en ello no hay más reproche
que el de no haber sido más críticos o más imaginativos- explican el Islam a quienes las
nuevas condiciones impiden un acceso normal a las fuentes tradicionales, de un modo
ingenuo que hace del Islam una variante de la religión achatada y desarticulada por obra
del reduccionismo secularista. La falta de tiempo, la carencia de auténticos maestros, el
bajo nivel en lengua árabe, todo ello allana el camino para el triunfo de la versión
simplista del Islam. Los esfuerzos de muchos de los ‘ulamâ modernos, licenciados en alAzhar u otras universidades de prestigio (que hasta hace un siglo apenas enseñaban
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simplemente el Islam tradicional) -guiados sin duda por la mejor de las intenciones-,
desvían a los musulmanes aún más de una genuina vivencia del Islam, dándoles como
sucedáneo una figura pobre, históricamente insostenible, que impide una verdadera
profundización y una verdadera comprensión de la infinita magnitud del Islam.
A la par, el Islam tradicional seguía, a pesar de todo, trasmitiéndose como siempre, y
aparecieron personalidades de una gran talla, genios excepcionales, como el Shéij
Abdullah al Faizi ad-Daghestani, el Imam Ahmad Raza Khan Barelwi, el Sháij Sidi
Ahmad al-‘Alawi, o un reivindicador del Islam tradicional como el notorio Said Nursi
Hazleteri, cuyas enseñanzas o manuscritos se pasaban de mano en mano o se
comunicaban oralmente, y en torno a los cuales se formaban escuelas de gran calado
social, pero cuyos detractores se afanaron en relegar a lo simplemente ‘popular’. Y es
que el Islam tradicional sigue viviendo en muchas sus gentes. Sólo la abundancia de
medios y su control sobre los mass media les proporcionó a los reformistas
occidentalizados (occidentalizados al menos en su epistemología) el éxito de la
apariencia, lo que siempre ha generado grandes contradicciones y conflictos.
No obstante, tras algunas decenas de años de haberse visto la fuerte influencia del
modelo nuevo (una verdadera innovación reprensible) que pasa muchas veces por Islam
auténtico, las voces del Islam tradicional, aquel que supo transformar los pueblos y los
corazones, se hacen escuchar cada vez más, quizá como signo de un nuevo cambio en
nuestros conflictivos tiempos.
II
LA RENUNCIA AL SUFISMO
Hace apenas un siglo, el Islam en su totalidad vivía bajo la positiva influencia de la
espiritualidad sufí. Directa o indirectamente, la inmensa mayoría de los musulmanes
mantenía vínculos con maestros o métodos tradicionales que los iniciaban en la vivencia
de los orígenes más profundos del Islam. El sufismo (Tasawwuf) no es más que el Islam
en sus raíces. El Tasawwuf es la renovación constante del primer instante del Islam.
Se ha extendido una idea equivocada sobre la espiritualidad sufí. No es la vocación
mística de un sector de los musulmanes ni es una ‘secta secreta’ dentro del Islam. El
sufismo es la columna vertebral del Islam, el garante de su fidelidad a sí mismo y el
estructurador de su cultura y de su civilización. La suposición de que se trata de un
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hecho aislable es lo que está en el origen de una interpretación que lo desvincula de su
propia realidad.
Pero ese ‘aislamiento’ del sufismo fue la consecuencia de una hábil estrategia colonial.
Cuando se repasa la bibliografía occidental que hay sobre el tema, la realizada por los
militares ‘sobre el terreno’, se descubre con facilidad que la desarticulación de las
solidaridades sufíes era un objetivo prioritario. El Islam era un mundo descentralizado en
el que se amaba apasionadamente la independencia, y su estructura tribal y acéfala
traducía ese espíritu. Y frente a cualquier agresión se ponía en funcionamiento los
resortes indefinidos del Yihâd, y todos entendían un lenguaje común no articulado en
palabras que movilizaba a la población, poniéndose a su cabeza los maestros sufíes,
sabios aglutinadores de esas aspiraciones. Con sus discípulos y la simpatía activa de los
musulmanes, los representantes de las escuelas sufíes encabezaron siempre las luchas
contra la empresa colonial de Occidente.
La eficacia de ese entramado ‘secreto’ (porque era incomprensible para los militares
europeos, y ya lo es, por desgracia, para muchos musulmanes) era enorme. Se aplastaba
una sublevación, pero inmediatamente surgía otra, y la anterior no tardaba en
recuperarse, y así en una constante guerra que impedía un asentamiento definitivo y
desgastaba la moral de los agresores. Cuando se descubrió que las fraternidades sufíes
estaban invariablemente detrás de esa tenaz resistencia y eran la clave de la combatividad
de los musulmanes, se elaboró la estrategia de desarticulación: elaboración de censos,
clasificación, corrupción de ‘jefes’, creación de ‘líderes’ sujetos a la obediencia colonial,
confiscación de bienes, clausuración de centros de reunión (las zawiyas), reordenación
del territorio, potenciación de las ciudades (más controlables), y, sobre todo, una eficaz
propaganda que perseguía desprestigiar el sufismo.
Es muy interesante repasar esa bibliografía a la que hemos hecho referencia más arriba
(aconsejamos, por ejemplo, la lectura de Les Confréries Religieuses Musulmanes de M.
Jules Cambon, gobernador general de Argelia, publicado en París en 1897). En ella
encontramos todas las descalificaciones que aún se repiten contra el sufismo. Era la
visión de los militares y los misioneros, la cual ha arraigado profundamente, incluso
entre los propios musulmanes. Los militares vencieron y los misioneros reeducaron a los
‘indígenas’, inoculándoles sus explicaciones. El rechazo a la intervención colonial sólo
podía deberse al oscurantismo, el espíritu supersticioso y bárbaro de ‘sicarios’
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envenenados por ‘santones’ sin escrúpulos. La solidaridad era fanatismo. Los
‘misteriosos’ mecanismos que ponían en pie contra Occidente a la población había que
buscarlos en la actuación de ‘logias secretas’ (las zawiyas), que eran la ‘masonería’ del
Islam. Su lenguaje, incomprensible, era ‘esoterismo’. Poco a poco se fue elaborando la
imagen del sufí como elemento aislable, y al que había que aislar y acusar de todos los
males, acabando así con todas las posibilidades de resistencia a la dominación militar y a
la evangelización.
Una vez firmemente asentado el colonialismo, la desinformación programada se
mantuvo constante, y a una o dos generaciones enteras de musulmanes se les enseñó que
el sufismo era oscurantismo y superstición, que los maestros sufíes eran traidores a los
intereses de los musulmanes (bien porque se oponían a la modernización, bien porque se
hubieran aliado al colonialismo, de lo que había muchos ejemplos entre los ‘líderes’
artificiales). El sufismo -espíritu del Islam- fue así diferenciado y separado, y los
musulmanes podían renunciar a él ‘sin dejar de ser musulmanes’. Para ellos, renunciar al
sufismo era renunciar al atraso y la decadencia, mientras que en realidad era renunciar,
sin saberlo, a sí mismos.
El ‘Islam’ se trasladó a las ciudades. En ellas se crearía el ‘Islam oficial’ que gozaría
de todos los privilegios y tendría acceso a los nuevos y eficaces circuitos de divulgación.
Ese Islam adocenado y modernizado se habilitó a sí mismo como ideología o como
religión de Estado, según los casos. Occidente prefiere ese Islam oficial, válido como
interlocutor o enemigo, y no ese otro Islam tradicional de perfiles indefinidos,
escurridizo en esencia.
El Islam oficial fue el resultado del amplio movimiento reformador (el Islâh) al que
aludíamos en el artículo anterior. Los intelectuales musulmanes urbanos, acostumbrados
ya a una realidad que nada tenía que ver con la que había sido la de sus antepasados,
reinterpretarían el Islam desde claves adquiridas en el contacto con Occidente y
bosquejarían un nuevo Islam, más ‘civilizado’ y ‘aséptico’, muy moralista y dogmático,
a semejanza del modelo que se les ofrecía: el cristianismo pujante.
No obstante, entre los reformadores prevalecía una actitud moderada. Será el
wahhabismo el que, apropiándose del aspecto salafí de la Reforma (el deseo de retorno a
las fuentes del Islam, pasando por alto siglos de historia del Islam -siglos de decadencia
y superstición, dirían haciéndose eco de sus maestros orientalistas-) el que ensombrecería
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definitivamente el panorama. El wahhabismo fue hábilmente empleado para intentar
aniquilar cualquier posibilidad para el sufismo, que por supuesto seguía muy vivo entre
amplios sectores de la población, aunque ya sin prestigio ni márgenes para su influencia
social. Las proporciones que ha adquirido el wahhabismo en la actualidad no son
casuales: su alianza con la dinastía saudí y la riqueza del petróleo ha contribuido
poderosamente en el triunfo de una ideología criminal y agresiva que no hubiera dejado
de ser anecdótica y sin futuro en un desarrollo normal del Islam.
Con el wahhabismo ya no hay una simple renuncia al sufismo, sino un rechazo frontal.
Los sufíes son una de los grandes pesadillas de esa monstruosidad a la que se da el
nombre de wahhabismo. El wahhabismo fue también resultado de las estrategias
coloniales. Con esa ideología ramplona, los ingleses consiguieron que el Yihâd se
volviera contra los musulmanes. Lo primero que hicieron los wahhabíes fue declararse
en exclusiva los únicos musulmanes puros y luchar contra los que habían dejado de serlo
(el resto del mundo musulmán): los chiítas eran apostatas, los sufíes son adoradores de
tumbas, las mujeres se han quitado el velo y han perdido el pudor, etc. Fueron
enmarañándose en sus obsesiones hasta convertirse en auténticos enemigos de los
musulmanes. Así fue como el colonialismo consiguió tener a los musulmanes
entretenidos entre ellos disputando bizantinamente sobre nimiedades en la mayoría de
los casos.
Por su parte, desvinculado del Islam, algunos aspectos del sufismo comenzaron a ser
interesantes para algunos europeos. El esoterismo que se le atribuye, su supuesto carácter
de conveniente sólo para iniciados, podía ser del gusto de algunos sectores elitistas.
Después, la proliferación en Occidente de sectas de todo tipo se acompañó de la
elaboración de un sufismo ‘universalista’, ‘amoroso’, ‘poético’, muy a lo New Age, para
el crecimiento personal y esas cosas. Algunos europeos y también algunos ‘indígenas’
avispados aprovechan la ocasión y se hacen gurús del neo-sufismo de El Principito.
Muy poco de ello tiene que ver con los muÿâhidîn que lucharon contra los ejércitos
coloniales. El aislamiento, los tópicos, las simplificaciones, las generalizaciones, el que
los verdaderos sufíes sean absolutamente indiferentes a esas movidas, todo ello hay ido
configurando lo que la gente entiende hoy por sufismo, ya sea en los niveles
‘académicos’ o en el seno de las sectas de nueva era, melífuas, facilistas, descoloridas,
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socialmente irresponsable y faltas de equilibrio del ‘Peace and Love’ estilo meramente
hippie en clave dizque sufi.
No obstante, el sufismo ni mucho menos ha desparecido. Al contrario, en medio de
contradicciones, da muestras de recuperación. Hay todavía una gran cantidad de
maestros vivos, de la talla de los genios de la época clásica del Islam. Ese Islam es el
menos accesible para los europeos, pero sigue vertebrando a una gran parte de la Nación
musulmana. En cualquier caso, el Islam está más allá incluso del sufismo, porque en sí es
un ‘secreto’, algo para lo que no hay palabras, ni tan siquiera la de los sufíes, que son
meras aproximaciones. Ese Islam que está en las raíces, es inextinguible porque es la
esencia de la vida misma, y vibra incluso en los musulmanes más alejados de sus
‘fuentes’. Es ahí donde está la clave indecible del futuro del Islam, wa llâhu walíyu ttawfîq, wal-hámdu lillâhi rábbi l-‘âlamîn.
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