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Boletín dominical correspondiente al domingo 10 de noviembre de 2013
Vigésimo domingo de Pentecostés
¿Quién es mi prójimo?
“Ve, y haz tú lo mismo”
Homilía de Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo
El ser humano se define a través de su relación con su entorno, y por lo tanto, a través de su relación con su prójimo y
con aquel que Dios pone en su camino. Entonces, ¿qué tipo de relaciones desarrolla, y cuáles son los límites que quiere
construir y establecer, y con quién?
Las relaciones no son sólo una parte sino lo más importante de la vida; son la finalidad de la vida misma y su camino. Si
bien hoy el individualismo está en auge en la sociedad, sin embargo el ser humano no puede vivir solo. En efecto, siempre
establece nuevas relaciones, con distintos sectores y en diversos ámbitos. ¿Cómo define estas relaciones y hasta qué punto
dependen de los tipos de personas que lo rodean?
La pregunta que desconcertó a este doctor de la Ley no es fácil: ¿Quién es mi prójimo, a quien se aplica el mandamiento
del Antiguo Testamento de amarlo como a mí mismo? En otras palabras, ¿quién es este prójimo que ocupará un lugar para
mí tan importante como mi vida, y con quien me comprometeré, y probablemente él también conmigo?
Para el judío de aquel entonces, “prójimo” era aquel hermano de la misma familia, y en un sentido más amplio, aquel
que pertenece a la misma religión, siendo la religión para él, patria y raza. Para otros, la respuesta depende de sus
tendencias religiosas, políticas, étnicas, etc. En efecto, de acuerdo a ellos, existen varias definiciones de “prójimo”. Hay
aquellos que lo definen según el lazo sanguíneo o racial; o según el lazo patriótico; o según la pertenencia religiosa; otros,
acorde a su nacionalidad; mientras que hoy en día, en un mundo tan globalizado, se tiende a considerar prójimo de
acuerdo a la profesión.
Pues, ¿quién es el “prójimo” desde nuestro punto de vista cristiano? En la respuesta de Cristo, hay dos condiciones para
definir el prójimo:
La primera es la existencia del amor. Es el amor comprometido, que se reconoce como misericordia y responsabilidad, y
no el amor que se encuentra obligado a comprometerse con las necesidades del prójimo y sus adversidades. Es el amor
práctico que no puede encerrarse sobre sí mismo sin mirar a su alrededor, el que no puede pasar por el dolor del prójimo
sin ser afectado por él.
¿En qué nos beneficia el parentesco familiar y fraterno si desaparece el amor o caduca la fraternidad entre hermanos?
¿Qué significa pertenecer a un mismo país sin un sentido de amor y de responsabilidad que lo conlleve? Todo lazo
relacional sin el amor parece a una red de la cual se escapa fácilmente en cualquier momento.
La segunda definición del prójimo revierte los conceptos y las consideraciones antiguas conocidas y predominantes
hasta hoy en la mentalidad de la mayoría de la gente. Pues Jesús define el prójimo como aquel “hacia quien vamos,
y tenemos con él misericordia”. El prójimo no es aquel con quien, por ejemplo, nos une un parentesco familiar, o unos
principios partidarios, o vínculos religiosos o étnicos. Más bien, el prójimo es aquel hacia quien nos dirigimos
y tenemos misericordia. Los lazos mencionados anteriormente, aún tan diversos, no serán lazos verdaderos, sino falsos, en
caso que no nos preocupemos de salir de nosotros mismos y dirigirnos hacia el otro.
En otras palabras, el prójimo puede ser todo ser humano; hemos de ir a su encuentro con un espíritu de compasión.
Todo ser humano es un prójimo para el cristiano, más allá del hecho que hemos ido a su encuentro o si lo hemos
descuidado. Todo ser humano que Dios pone en mi camino, cualquiera sea su religión, pertenencia o vínculos, es un
prójimo. Depende de mí si lo considero como tal y me acerco a él con compasión, o me comporto mal con él descuidándolo.
No hemos, en el camino de la vida, de mirar al “prójimo” con miradas antiguas, pues cada uno que encontramos en
nuestro camino es un “prójimo”. El cristiano es un buen samaritano tal como el Señor, y cuida de aquellos que encuentra en
el camino de la vida. Todo “prójimo” es para nosotros una oportunidad que no debemos perder, sino seremos condenados
por no compadecernos de él y tenerle misericordia.
Por su propia naturaleza, el amor conduce el ser a salir del yo al encuentro del otro. El amor busca al otro y no se
satisface antes de encontrarse con él. El amor no se olvida del otro para quedarse quieto; el amor no descansa hasta llegar a
mirarlo y encontrarse con él. Pues el otro no es ni un infierno ni un peso tirado en nuestro camino; el otro es
nuestra “alegría”.
La seguridad en la vida no se encuentra en evitar a los demás, sino en servirlos, porque la seguridad proviene de Dios y
no de los hombres. No existe comunión con Dios para un corazón que no tiene compasión del prójimo. En realidad, el
verdadero amor aprovecha toda circunstancia para que todo ser humano sea un prójimo.
1
Si bien los vínculos pueden ayudar en que el otro sea un “prójimo”, sin embargo lo que realmente lo hace tal, es el hecho
de acercarse a él y tenerle misericordia.
Tropario de la Resurrección (Tono 3)
Que se alegren los celestiales, y que se regocijen los terrenales, porque el Señor desplegó la fuerza de Su brazo,
pisoteando la muerte con Su muerte y siendo el primogénito de entre los muertos nos salvó de las entrañas del Hades y
concedió al mundo la gran misericordia.
Tropario de los Apóstoles (Tono 3)
Oh Santos Apóstoles Cuarto, Erasto, Olimpia, Rodion, Sosípatro y Tercio, intercedan ante el Misericordioso Dios, que
conceda el perdón de los pecados a nuestras almas.
Tropario del Santo Mártir Oreste (Tono 4)
Tu mártir Orestes, Señor, por su lucha, recibió de Ti la corona incorruptible, oh Dios nuestro. Porque obteniendo Tu
Poder, destruyó a los tiranos y aniquiló el poderío de los demonios impotentes. Salva, pues, oh Cristo Dios, por sus intercesiones, a nuestras almas.
Kontakion (Tono 4)
El Templo Purísimo del Salvador, la Virgen y preciosísima Cámara nupcial, el Tesoro sagrado de la Gloria de Dios; hoy
se presenta en la casa del Señor, trayendo consigo la gracia del Espíritu Divino. ¡Que la alaben los Ángeles de Dios; porque
Ella es el Tabernáculo celestial!
Carta a los Gálatas (1:11-19)
Quiero que sepan, hermanos, que la Buena Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni
aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior
en el Judaísmo: cómo perseguía con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y cómo aventajaba en el Judaísmo a muchos
compatriotas de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno
de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los
paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que
yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco. Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y
estuve con él quince días. No vi a ningún otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.
Santo Evangelio según San Lucas (10:25-37)
En aquél tiempo, se levantó un legista, y le dijo a Jesús, para ponerle a prueba: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar
vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” Respondió aquél: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Entonces le dijo:
“Bien has respondido. Haz eso y vivirás.” Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: “Y ¿quién es mi prójimo?” Jesús le
respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarlo y golpearlo,
se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual
modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al
verle tuvo compasión; se acercó y vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino; y haciéndole montar su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dujo:
‘Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.’…” ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que
cayó en manos de los salteadores?” Él dijo: “El que practicó la misericordia con él.” Entonces Jesús le dijo: “Vete y haz tú lo
mismo”.
¿A quién conmemoramos?
A San Nectarios de Eguina
En el día de ayer recordamos a San Nectario de Eguina y queremos compartir hoy con todos ustedes su vida. San
Nectario nació el 1 de octubre de 1846 en Selybria, Tracia Oriental, en el seno de una familia pobre, recibiendo el nombre de
Anastasio Cefalas.
Por razones económicas, al terminar su educación primaria y el ciclo básico de la secundaria, se mudó a Constantinopla
para trabajar y continuar con su educación; tenía la edad de 14 años.
En 1868 se mudó a la isla de Chios, donde enseñó en una escuela durante siete años, y en 1873 entró como novicio al
Monasterio de Nea Moní, donde se convirtió en monje a la edad de veintisiete años, tomando el nombre de Lázaro. Cuatro
años después de convertirse en monje, en 1877, fue ordenado Diácono por el Metropolita Gregorio de Chios, tomando el
nombre de Nectario.
Durante sus años como estudiante en Atenas escribió muchos libros, folletos, y comentarios bíblicos, graduándose de
sus estudios de Teología en 1885 en la Universidad de Alejandría, Egipto. Después de su graduación fue ordenado
Sacerdote por el Patriarca Sofronio en la Catedral de San Sabas de Alejandría el 23 de Marzo de 1883, sirviendo a la Iglesia
en El Cairo con gran distinción. En la Iglesia de San Nicolás de esta última ciudad, fue elevado a Archimandrita en Agosto
del mismo año.
2
En reconocimiento de su piedad y brillantez como predicador, además de su capacidad administrativa, fue consagrado
Obispo de Pentápolis, sede titular egipcia de Libia Oriental, por el Patriarca Sofronio de Alejandría y toda África el 15 de
Enero de 1889, en su parroquia, la Iglesia San Nicolás de El Cairo. Participaron también como consagrantes el Metropolita
Antonio de Corfú y el Metropolita Porfirio de Sineo. Sirvió como Obispo en El Cairo por un año, y fue injustamente
destituido de su puesto a causa de mentiras que fueron inventadas sobre él por clérigos que envidiaban su popularidad con
la gente. El anciano Patriarca Sofronio dio por ciertas todas las falsedades sobre San Nectario y le destituyó, rehusándose a
escucharle. El Metropolita Nectario fue finalmente expulsado de Egipto en 1890, sin pruebas ni explicaciones, y nunca se le
dio una oportunidad para defenderse.
Después de su destitución, volvió a Grecia en 1891, en medio de fuertes penurias económicas, donde después de
muchos esfuerzos fue nombrado predicador en la jurisdicción de Euboia, una gran isla Griega, al norte de Atenas, donde
sirvió por dos años y medio. En 1893 fue transferido a la Grecia continental, al oeste de Atenas, donde sirvió como
predicador con la misma gran eficacia que tuvo en Euboia.
En 1894 fue nombrado director de la Escuela Eclesiástica Rizarios en Atenas donde su servicio fue ejemplar durante
quince años, transformando esta entidad educacional en un verdadero centro cultural, espiritual y litúrgico. En ese tiempo
desarrolló muchos cursos de estudio, y escribió numerosos libros, todo mientras predicaba mucho por todo Atenas.
Peregrinó a la Santa Montaña de Athos, y trabó amistad con los padres espirituales, además de San Nicolás Planas e
intelectuales de su tiempo.
En 1904, a petición de varias monjas, estableció un monasterio para ellas en la isla de Eguina, que recibió el nombre de
“Monasterio de la Santísima Trinidad”. Este monasterio empezó con tres religiosas, número que se fue incrementando
rápidamente.
En diciembre de 1908, a la edad de 62 años, San Nectario renunció a su cargo de Director de la Escuela Teológica
Rizarios y se retiró al Convento de la Santísima Trinidad en Eguina, donde vivió el resto de su vida como monje. Él escribió,
publicó, predicó, y escuchó confesiones de aquellos que vinieron desde cerca y lejos solicitando su perspicacia espiritual y
curando a los enfermos. Mientras estuvo en el monasterio, cuidó los jardines, acarreó piedras, y ayudó con la construcción
de los edificios del Monasterio que fueron edificados con sus propios fondos.
Sus últimos años no estuvieron exentos de dificultades y pruebas, y de hecho el Monasterio de Eguina sólo fue
reconocido como tal después de su muerte, pero San Nectario sobrellevaba todo aquello con absoluta confianza en Dios, y
en esos años era característico verlo tallar pequeñas cruces sobre las que escribía “Cruz, parte de mi vida”. San Nectario
falleció el 9 de noviembre de 1920, tras su hospitalización por cáncer a la próstata.
El primer milagro que se ha reportado tras su muerte sucedió con la curación de un paralítico postrado junto a su
cuerpo en el hospital. Su cuerpo fue llevado al Convento de la Santísima Trinidad, donde fue enterrado al pie de un árbol,
como era su deseo. El Hieromonje Sabas, quien ofició el funeral, más tarde pintó el primer ícono de San Nectario. Al funeral
de San Nectario asistieron multitudes de personas de todas partes de Grecia y Egipto.
Mucha gente consideró a San Nectario como santo durante su vida a causa de su pureza, sus virtudes, el carácter de sus
publicaciones, además de los milagros que realizó. Las reliquias de San Nectario habían empezado a emanar una hermosa
fragancia poco después de su sepultura y se mantuvo por 20 años; las monjas el Monasterio de Eguina abrieron su
sepultura cinco meses después de su entierro, para construir una nueva tumba de mármol, y encontraron su cuerpo
incorrupto, pero después ese milagro ya no se mantuvo.
Las reliquias fueron nuevamente removidas de su tumba el 2 de septiembre de 1953, en presencia del Metropolita
Procopio de Hidra, y de una gran multitud compuesta de clérigos, monjas y muchos fieles, emanando de sus restos
nuevamente un aroma fragante.
El reconocimiento oficial de Nectario como Santo, por parte del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, es decir, su
Glorificación, tuvo lugar el 20 de Abril de 1961. Su oficio litúrgico fue escrito por el Padre Gerásimo, monje del Skete Menor
de Santa Ana de Monte Athos.
La fiesta de San Nectario se celebra cada año el 9 de Noviembre. Han habido más de dos mil milagros atribuidos a su
intervención. En la mayoría de las parroquias ortodoxas de todo el mundo se canta todos los domingos un himno escrito
por él: Agní Parthene, ¡Virgen Madre, alégrate!
“Tenemos arraigadas, dentro de nosotros, debilidades, pasiones y defectos. Esto no puede todo ser cortado con un movimiento
brusco, sino con paciencia, perseverancia, cuidado y atención. El camino que conduce a la perfección es largo. Ora a Dios para que Él lo
fortalezca. Acepta pacientemente las caídas y, después de haberte levantado, corre inmediatamente a Dios, sin quedarte más en ese lugar
en el que has caído. No te desesperes si sigues cayendo en tus antiguos pecados. Muchos de ellos son fuertes, ya que han sido nutridos
por la fuerza de la costumbre. Sólo con el paso del tiempo y con fervor serán vencidos. No dejes que nada te prive de la esperanza” (San
Nektario).
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