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IMPRESIONES SOBRE EL BUDISMO DEL CONDE DE KEYSERLING Omar Bañay (Fundación Instituto de Estudios Budistas FIEB, Buenos Aires) ABSTRACT El presente trabajo intenta dar a conocer las impresiones del Conde Hermann de Keiserling (1880-1946) en su libro Diario de viaje de un filósofo, publicado en alemán en 1919 y en traducción española en 1928 (Madrid: Espasa Calpe, 1923). Después de una breve referencia a la biografía de Keiserling, se transcriben las opiniones del filósofo lituano sobre Bodh-Gaya, la ciudad santa del Budismo; la idea budista de que “ningún estado es un ideal”; Buda y el Budismo; vinculación y desapego; características de los monjes budistas; fe y conocimiento en el Budismo; el ennoblecimiento del alma del pueblo por el Budismo; el culto budista; el nirvana, el Bodhisattva, como la cumbre más alta del esfuerzo budista. El trabajo termina con unas palabras de Marcel Deschoux en que se sintetiza el mensaje del Conde de Keiserling, sobre todo a partir de tres de sus libros, mensaje que sigue siendo hoy válido después de un siglo transcurrido: “abrirse al mundo sin prejuicios, intensificar el contacto con el cosmos, practicar la polarización con todo lo que es otro, reemplazar el estilo sistemático del pensamiento por el juego polifónico de las experiencias vividas ... Atento al concierto “orquestral” de los pueblos que constituyen la especie humana, el filósofo quiere promover la sabiduría nueva que reconciliará la lucidez, el coraje y la fe.” Nota Introductoria El Conde Hermann de Keyserling El Conde Hermann de Keyserling, un pensador europeo que se interesó por Oriente y supo descubrir sus valores, nació en 1880, en Könno, Lituania. Hizo estudios, en diversas universidades europeas, de ciencias naturales; en 1902 obtuvo su título de Doctor en Filosofía. Fue un gran viajero, visitó muchos países europeos, América y Oriente. Escribió numerosos libros en los que expuso sus ideas filosóficas, sobre la cultura, sobre el hombre. En 1920 creó en Darmstadt, Alemania, una institución bajo el nombre de Escuela de la Sabiduría, destinada a dar a conocer y a difundir sus ideas. A esa Escuela concurrieron intelectuales de prestigio internacional para dar cursos y conferencias. El Conde de Keyserling murió en 1946 en Innsbruck, Austria. De entre sus libros su diario de viaje, publicado en 1919 bajo el título Das Reisetagebuch einer Philosophen, Diario de Viaje de un Filósofo, alcanzó gran notoriedad y fue traducido a varios idiomas. En esta obra el Conde de Keyserling nos da a conocer las impresiones que tuvo en su viaje a Ceylán, India, China, Japón y América, y expone una serie de reflexiones suscitadas por sus experiencias en esos países. Como no podía ser de otro modo, sus impresiones y reflexiones tienen muchas veces un gran contenido de subjetividad y, debido al estado incipiente de los Estudios Budistas en la época en que él escribió su Diario, incurren algunas veces en errores de interpretación, pero ellas siempre revelan un espíritu inteligente, sensible y rico, que quiere descubrir en todo el sentido oculto que generalmente se escapa a la mayoría, y que sabe describir ese sentido en forma brillante y estimulante. En la Selección que sigue a continuación hemos elegido algunas ideas del Conde de Keyserling sobre el Budismo, en las cuales se revelan la simpatía y la admiración que suscitó en él la gran religión del Oriente, por los valores éticos y espirituales que ostenta. La selección la hemos hecho utilizando la traducción española de Manuel García Morente publicada en 1928 por Espasa-Calpe S.A. Selecciones Bodh-Gaya (I, 328) En este santuario, el más sagrado del Budismo, se respira una atmósfera maravillosamente espiritual. Es el espíritu peculiar de un sitio, en donde un hombre determinado, de grandeza incomparable, se encontró a sí mismo. Muchas cosas pueden haber colaborado en conservar el lugar tan poderoso y puro y en permitirle renacer tan poderoso y puro en todo ánimo algo sensible. En primera línea, seguramente el hecho de que aquí mismo, a la sombra del árbol de la bodhi (Iluminación), que aún hoy reverdece, haya tenido Buda (I, 329) su Iluminación - una Iluminación de tal intensidad que sigue brillando en millones de almas. Además, Bodh-Gaya constituye una mónada histórica, tan exclusiva, que muy pocos santuarios de este mundo pueden en este sentido emparejársele; acaso sólo Delfos. Bodh-Gaya es para mi sentimiento el lugar más sagrado del universo. Ningún estado es un ideal (I, 332) Es bien significativo el hecho de que el indio más grande de todos los indios no se atuvo al Yoga, no permaneció en el Yoga, y después de haber buscado con afán el ideal tradicional, negó más tarde este mismo ideal. Ha sido el único indio que ha reconocido que un estado determinado, por alto que sea, no encarna nunca un ideal absoluto; que el yoguin, como tal, no está más próximo de la meta que la hetaira; que la perfección es lo único necesario. Ahora bien, en él este conocimiento se convirtió en vida; en él el "Verbo" se hizo "carne", no como un don del Cielo, sino por la vía del crecimiento natural, bien que acelerado mediante intenso cultivo de sí mismo. Por eso es Buda el ejemplo más grande de la historia. Buda y el Budismo (I, 329) El que nace Dios significa para nosotros menos que el hombre que se encumbra hasta la divinidad. Y esto fue Buda. La leyenda budista cuenta que los dioses se prosternaron y rezaron ante Buda, hombre. (I, 332) La doctrina de Buda no está, ni mucho menos, libre de todos los vínculos de nombre y forma; no es sino una (I, 333) interpretación entre otras de la idea india fundamental; y aún quizá sea la más superficial de todas las que han ejercido alguna influencia. Pero Buda no era exclusivamente un pensador. Es injusto juzgarle por el contenido de verdad de la doctrina budista. Para Buda esta doctrina significaba otra cosa y mucho más que los términos literales permiten entrever. Y esta significación es la que hoy aún determina en su mayor parte el carácter del Budismo. Las Cuatro Nobles Verdades, que en sí mismas son casi meras evidencias, ocultan un germen espiritual que trasluce a través de la débil envoltura. La doctrina budista no es en verdad más que un balbuceo, como tantos otros sublimes productos de la humanidad - pero un balbuceo que una y otra vez es entendido por los hombres y que, de misterioso modo, enciende más vida que la verdad mejor articulada. No es el Budismo el que hace la grandeza peculiar de Buda: es el ejemplo vivo que este hombre dio. Así se explica que en la India, donde ninguna realidad suele perdurar, donde todas las figuras históricas desaparecen en sueños, sea éste el único hombre que ha seguido viviendo en el recuerdo, en la palabra y en la imagen, tal como fue en la tierra. (I, 54) La estrechez de corazón, la agresividad, la ambición de poder, la falta de tacto, la incomprensión son rasgos típicos del sacerdote cristiano, y más si es protestante. Pero una religión que, como el Budismo, establece como motivo único el cuidado de la salvación propia, no puede dar lugar a tales manifestaciones. Parecería, en cambio, que debería producir el más craso egoísmo; pero esto (I, 55) no sucede en el Budismo por dos razones. Primera, porque la salvación propia significa para el Budismo, no la bienaventuranza eterna del individuo, sino la liberación respecto de los límites de la individualidad, lo cual hace que los deseos egoístas representen un contrasentido. Segunda, porque la benevolencia y la compasión son para los budistas las virtudes, cuyo ejercicio más favorece y acelera el liberarse del yo. La colaboración del ideal del desinterés con el ideal del amor al prójimo es, pues, la causa productora de esa actitud, que da al Budismo su superioridad sobre todas las demás religiones: la específica caridad budista. Según la opinión general india, cada individuo se halla en el grado de existencia que le es propio, al cual ascendió o descendió por sus propios méritos o deméritos. Está, pues, cada estadio justificado internamente. Sin duda, sería de desear que cada individuo llegase a la cumbre; pero a la cumbre no se llega de un salto, sino por ascensión lenta y gradual, y cada etapa tiene su ideal especial. El Cristianismo, mientras alentó en él el rasgo ascético, menospreció la vida mundana, enalteciendo en cambio la vida monacal; gustoso hubiera metido a la humanidad entera en un convento. En cambio, el Budismo, que en principio es más enemigo aún del mundo que el Cristianismo, y para quien el estado monacal es el superior de todos, no condena, ni mucho menos, lo inferior en beneficio de lo superior. Para él todo estado es necesario y, por lo tanto, bueno. La flor no niega la hoja, ni la hoja niega el tallo y la raíz. Ser benévolo con los hombres no significa querer transformar de golpe todas las hojas en flores, sino dejarlas ser hojas y amarlas comprensivamente como hojas. Vinculación y desapego (I, 65) Todo sabio auténtico admitirá para su persona el ideal indio; y con razón. Aquel cuyo centro consciente reside allende el flujo de los fenómenos, no puede permitir que sus ideales se desgasten en la superficie. El no depender de nada no le hará nunca frío e indiferente, pues se encuentra tan arriba en la escala de los seres, que halla su mayor alegría en la pura donación y no necesita de la dependencia para ser benevolente. Y el hecho de que toda la India se adhiera al ideal del sabio obedece a que su concepción del universo ha sido pensada por sabios. Pero en la India brahmánica el ideal del desapego vale con todo universalmente sólo porque el sabio es considerado también universalmente como el tipo supremo de la humanidad, y éste como tal debe cultivar el desapego. A los que no llegan a ser sabios se les enseña en cambio la necesidad de apegarse, porque no puede haber para ellos progreso sino en las conmociones producidas por las alternativas de goce y dolor. El Budismo en cambio ha elevado el ideal específico del sabio a ideal absoluto y universalmente válido. El ideal del desapego impone una contención precisamente a la vitalidad de todos los que no han nacido para ser sabios. El hombre normal necesita, para encaminarse hacia su perfección, afirmar en sí resueltamente todo lo vital; necesita hundirse profundamente (I, 66) en esta vida. Si antes de tiempo se ve impedido de hacerlo, entonces se siente perdido. Características de los monjes budistas (I, 54) Debo declarar que el sacerdote budista me sorprende por la altura de su nivel. No me refiero a su nivel espiritual, sino a su nivel humano. Su tipo es superior al del sacerdote cristiano. Hay en él una dulzura, una comprensión amplia, una benevolencia, un cernerse sobre las cosas, que nadie, ni el más parcial y predispuesto afirmará sean características del sacerdote cristiano. Sin duda, obedece esto al perfecto desapego que el Budismo inculca en sus adeptos. En teoría podrá sin duda parecer más hermoso el vivir para los demás más que para uno mismo; pero tal como son los hombres, el amor activo al prójimo no ensancha, sino que angosta el alma, y sólo en muy contados casos no degenera en tendencia a la intromisión y ambición de poder. (I, 63) Los monjes, en su manto amarillo, miran alegres y con expresión de calma gozosa. (I, 62) Tranquiliza y apacigua el ánimo verles hacer lo mismo a las mismas horas. Ahora van a la ciudad, con sus escudillas para pedir limosna, en busca de su comida diaria, que celosos donantes les dan. Luego se bañan, meditan, enseñan las Escrituras y la Doctrina budistas. Cada cosa a su hora. Fe y conocimiento (I, 258) Siempre que una forma de religión ha de acomodarse a todos, parece necesario poner el acento en la fe; la fe se acomoda a todos. Sólo el especialmente dotado llega a Dios por la vía del conocimiento. Por la vía del amor, sólo llega quien tenga una naturaleza rica en posibilidades sentimentales. Por la vía de las obras, sólo llega el dotado de energía física. Cada camino está acomodado a determinados temperamentos. (I, 255) Con la intuición de psicólogos geniales, los indios descubrieron que la fe puede conducir al conocimiento incluso a aquel que, por falta de aptitudes, tenga cerradas otras vías más directas. El conocimiento no conduce a la salvación, sino que es la salvación. (I, 256) Toda salvación consiste en conocimiento; pero la fe le prepara el camino y puede lograrlo, porque la fe en un contenido de conocimiento da a éste la posibilidad de desarrollar sus fuerzas inmanentes. Toda representación acogida sin resistencia, afirmada con fe, fijada con veneración, reobra sobre la conciencia. (I, 60) La doctrina salvífica de Buda vale independientemente de toda confesión; y el mismo Buda nunca intentó quitar a sus discípulos la creencia en los dioses. Enseñaba solamente que los dioses, como todo, son manifestaciones insustanciales e impermanentes. (I, 63) Buda, como Lutero, ha negado la autoridad de la Iglesia y declarado al hombre mayor de edad. Ambos han enseñado una fe, en la que se borran todas las diferencias entre los hombres; en la que el inspirado no está más cerca de Dios que el simple. Ambos han dado aureola de santidad a la vida diaria. Es cierto que Buda no suprimió la orden monástica, sino, por el contrario, la elevó a un nivel de importancia extraordinaria. La religión de Buda ennoblece el alma del pueblo (I, 57) La gran hazaña político-social de Buda consistió en romper la valla que separaba la sabiduría esotérica de la exotérica y, como Cristo, predicar un evangelio para todos. El carácter de este evangelio estaba - como ya hemos observado - en conformidad con determinadas circunstancias; todas las tradiciones coinciden en afirmar que Buda no reveló en la doctrina del Hinayana (a que adhiere la comunidad budista meridional) más que una parte de su sabiduría. Buda ha formulado su doctrina con tal maestría, que verdaderamente ha tomado posesión del alma de sus fieles. Mediante sentencias y preceptos sencillísimos, accesibles a todos, ha (I, 58) inyectado una profunda sabiduría en el espíritu del hombre común; tan profunda, que ni la superstición ni las prácticas heréticas han podido nunca desplazar el espíritu esencialmente budista. Hasta cierto grado, notablemente alto, las virtudes budistas son las virtudes de la mayoría de los budistas. (I,53) He asistido a muchas ceremonias religiosas; he charlado con sacerdotes y monjes; he pasado largas horas en la fresca e íntima biblioteca del templo iglesia, arriba, en la cúpula, ante el panorama del lago, estudiando los textos palis. (I, 54) Una vez más compruebo que poseer el conocimiento del contenido intelectual de una doctrina no basta, ni mucho menos, para ser lo que se llama un conocedor de la misma; la expresión concreta de una doctrina oculta simpre sorpresas. La doctrina del Mahayana y la religión del futuro (II, 229) Cuando más detenidamente me ocupo de la doctrina del Mahayana más me impresiona su valor filosófico. (II, 231) De todas las religiones tradicionales, el Budismo Mahayana es la que, en nivel teórico, está más cerca de la doctrina que los buscadores de Dios en nuestros días aspiran a realizar como religión del porvenir; es esencialmente adogmática, tiene una comprensión profunda del valor del culto, no excluye ningún conocimiento y ofrece algo siempre a cualquier temperamento. Es amplia y profunda como el Brahmanismo y al (II, 232) mismo tiempo tiene en cuenta el mundo y la acción como el Cristianismo. El culto budista (I, 59) Encantadoras son las ceremonias religiosas del Budismo. Cuando el sol se ha puesto, las campanas llaman a la comunidad para la oración. En el Dalada Maligawa se reúnen aquellos seres apacibles, de tez morena, de larga cabellera azulada y hermosísimas manos, pudiéndose apenas distinguir los hombres de las mujeres. El que puede coloca una vela y todos llevan fragantes flores. Delante del santuario, en el que se conserva el diente de Buda, con sus puertas de oro refulgente y sus estatuas maravillosas, se encuentra el amable sacerdote, con su túnica amarilla y recibe con sonrisa reconfortante las ofrendas de los fieles. (I, 90) Un monje comienza la liturgia arrastrando la voz; los fieles responden a coro. Sobre el altar hay olorosas ofrendas de flores. Alrededor del santuario, los fieles han encendido todas las velas disponibles y, como el crepúsculo se convierte en noche, las luces se destacan sobre el fondo de piedra como las estrellas sobre el cielo oscuro. Es muy significativo el hecho de que el culto a las reliquias se haya desarrollado tan ampliamente en la religión que menos valor concede a lo perecedero. Cuanto más efímera es una posesión, más preciada aparece para el hombre. Por eso, la afirmación de Buda de que una vez muerto tendría su ser un fin definitivo, ha producido consecuencias contrarias a las que él esperaba; los budistas se han adherido con tanta mayor energía a los restos del maestro. No sólo han recogido fidelísimamente todas sus palabras, sus doctrinas y las historias de su vida, sino que sus restos terrenales se han convertido en objetos de culto. El nirvana (I, 66) A la luz uniforme del Budismo, la existencia (I, 67) más elevada no se nos presenta más valiosa que la más modesta. Toda vida condicionada es dolorosa. Sólo en el nirvana está toda salvación; pero al nirvana no acerca ninguna exaltación de la condición humana. Esta concepción confiere al gran hombre - como Buda mismo lo fue - una singular superioridad; nada tan grandioso como el menosprecio de la vida por parte de uno que, a los ojos de todos, encarna un valor supremo. (I, 328) El nirvana de Buda es bien distinto del del Hinduismo; para éste es el estado más positivo de todos; para Buda representa esencialmente el fin y término de todo. Nada ha manifestado Buda acerca de lo que sea el nirvana; ha dejado abiertas todas las posibilidades; pero sin duda puso el acento en el fin y término. (I, 51) No puedo encontrar que allende lo impermanente o fuera de lo impermanente exista algo permanente; toda conciencia de existencia se diluye en fenómenos transitorios. Por una parte, no me siento idéntico a ellos; pero, por otra parte, es tan intensa la conciencia del proceso del no-yo, que no queda espacio libre para una conciencia propia del yo. Si ahora, partiendo de esta vivencia como base, escucho la doctrina de Buda, según la cual todo lo que existe es un proceso sin principio ni fin en donde interfieren infinitas series causales, y según la cual todas las formas aparentemente permanentes señalan tan sólo efímeros cruces del devenir, y según la cual no existe un Yo allende ese devenir ni un alma en sí misma fundada ni una personalidad, reconozco en esa doctrina, en conceptos clarísimos, mi propia vivencia actual. Ya esta doctrina no puede extrañarme; donde no hay sentimiento del yo, no cabe desear su perduración; donde la (I, 52) conciencia de inmortalidad no forma la base de la vida psíquica, no cabe aspirar tampoco a la inmortalidad. ¿Y qué es lo que él [Buda] entiende propiamente por nirvana? ¿Cómo podría definirlo en conceptos? No concibe un yo en contraposición a la naturaleza fluyente; no puede, pues, decir que aspira a un estado positivo superior. (I, 53) Fueron hondas razones filosóficas las que decidiron a Buda a no enseñar nada determinado acerca del nirvana, y aún a condenar como herético todo intento de definirlo. Lo único que el nirvana puede ser es lo siguiente: el anhelo del nirvana significa anhelo de liberarse de los lazos de la naturaleza; es el anhelo humano universal de liberación, que sirve de base última a todas las concepciones escatológicas. La aspiración a desprenderse del mundo fenoménico constituye la vivencia metafísica del budista. Más allá, no pregunta por nada. Y si alguien le pregunta por lo que haya más allá, demuestra que no le ha entendido. La cumbre más alta: el Bodhisattva (II, 390) Pienso en el Bodhisattva, que juró no entrar en el nirvana mientras sobre la tierra siguiera penando un alma sujeta aún a los vínculos terrenales. Y lo comparo con el sabio que, indiferente al mundo, aspira tan sólo al conocimiento de Dios. Y digo que éste no ha logrado todavía superar por completo el nombre y la forma, pues, rotos todos los lazos, conserva todavía el afán de conocimiento - es un hombre que quiere contemplar a Dios. En cambio aquél, que antes también fue un sabio, ha anulado incluso esta última cadena. Su afán de conocimiento, que primordialmente debía satisfacer a la persona, (II, 391) ha acabado por romper el vaso personal. Y ahora el Bodhisattva ya no vive en sí; ahora ofrece a la luz divina un medio completamente transparente. Ya que ella, sin sufrir ningún quebranto, brilla a través de él, él no quiere ya más que dar, no hace ya más que resplandecer, no puede adoptar ante el mundo otra actitud que la del que da, como el sol, que no puede dejar de dar su calor a todos los átomos sin excepción. El Bodhisattva dice sí al mundo, por perverso que sea, porque se sabe en conexión con el mundo. Habiéndose despojado del yo, encuentra su base en Dios y su superficie en todo cuanto existe. Ama, pues, a todos los seres como a sí mismo y no puede descansar hasta que todos en todo reflejen la divinidad. El Bodhisattva, no el sabio, encarna la cumbre más alta de toda ascensión humana. *** En Diario de viaje de un filósofo, de 1919, así como en Análisis espectral de Europa, de 1928, y en Psicoánalisis de América, de 1929, Keyserling nos transmite un mensaje que, en palabras de Marcel Deschoux (Dictionnaire des philosophes, Paris: PUF, 1993) proclama la necesidad de “abrirse al mundo sin prejuicios, intensificar el contacto con el cosmos, practicar la polarización con todo lo que es otro, reemplazar el estilo sistemático del pensamiento por el juego polifónico de las experiencias vividas ... Atento al concierto “orquestral” de los pueblos que constituyen la especie humana, el filósofo quiere promover la sabiduría nueva que reconciliará la lucidez, el coraje y la fe.”