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UNA PALABRA JOVEN (Ene 08)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Fiesta del Bautismo del Señor (Ciclo A)
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre Él
En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
— Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le contestó:
— Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio
que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo
que decía:
— Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
(Mt 3, 13-17)
El bautismo de Jesús cierra el ciclo de la Navidad, como un domingo puente entre la
infancia y el ministerio del Mesías. Juan preparó la acogida del Esperado predicando la purificación
del pecado, la vuelta a Dios y el cambio de costumbres. Sus seguidores eran sumergidos en las
aguas del Jordán para simbolizar —mediante la limpieza del cuerpo— una limpieza más profunda:
la del corazón. Jesús acudió como uno más, no porque necesitara el bautismo, sino por lo que iba a
ocurrir a continuación: el cielo se abrió y descendió sobre él el Espíritu, al mismo tiempo que una
voz le señalaba como el Hijo amado.
Ese fue el comienzo de un período de tiempo breve —apenas tres años—, pero intenso
porque cambió el curso de la historia. Jesús de Nazaret mostró a sus contemporáneos el rostro de
Dios, un rostro hasta entonces imaginado —como poderoso, señor, santo y justo— y desde entonces
contemplado —como padre misericordioso—. El cielo se abre y el Espíritu desciende cada vez que
un hombre toma conciencia de su dignidad de hijo amado y ve con esos mismos ojos a cada uno de
los que encuentra en su camino. Esa es la novedad —la Buena Noticia— de Jesús de Nazaret.
El problema es si hoy los hombres están abiertos a esa lluvia de gracia o, por el contrario,
prefieren vivir atrapados en sus miedos y obsesiones. Es tarea de los creyentes anunciar que el Dios
al que se teme no existe porque el que existe es un Dios que ama y donde hay amor no hay temor.
El cielo se abre y el Espíritu baja, no para fiscalizar la vida de los hombres y sembrar el mundo de
inquietud, sino para llenar de paz el corazón humano.
Hemos vivido el siglo XX lleno de contrastes y muchos miran hacia atrás con pena porque
son graves los problemas que deja en herencia a este nuevo siglo XXI. Por ello, hoy como nunca, es
necesario señalar el horizonte hacia el que caminamos con el dedo de la esperanza e invitar a todos
a la digna tarea de construir un mundo nuevo y mejor. Ya va siendo hora de que alguien se ponga a
derribar las vallas que nos dividen y enfrentan. La mano derecha tiene que comprender que necesita
a la izquierda y la izquierda, a la derecha; que no son opuestas, sino complementarias y que, por
ello, ambas son necesarias. Éste ha de ser el siglo del entendimiento y la colaboración. Lo cual sólo
es posible con un corazón nuevo. Necesitamos que el cielo se abra de nuevo y baje el Espíritu sobre
cada hombre para que, al descubrir la propia dignidad —y la dignidad del otro— construyamos
entre todos —desde las diferencias que nos complementan y enriquecen— un mundo más humano,
un mundo de hermanos.
www.pjvhuelva.org/servicios_una_palabra_joven.htm
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