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EL PAPEL SOCIAL DEL INVESTIGADOR: NOMBRAR COMO FORMAS DE PROXIMIDAD Y EFECTIVIDAD DE LA REPRESENTACIÓN SOCIAL. Autoras: Dra. Carmen Ascanio Sánchez Depto. Sociología. Universidad de La Laguna. Tenerife Barbara Rostecka Área de Sociología, Escuela Universitaria de Turismo Iriarte, Tenerife Resumen: Este trabajo plantea cuestiones relacionadas con la forma de “nombrar” o, por ende, identificar a las personas sujetos de investigación. Argumentación sostiene que los elementos éticos y sensitivos de este procedimiento, en ocasiones considerados como menores, son cruciales en enfoques metodológicos contemporáneos, ya que determinan modelos de construcción social de los estudios científicos y vertebran el papel social del investigador/a, así como el futuro desempeño de la disciplina. A partir de dos investigaciones de las autoras, que implican densos estudios de caso y, por tanto, de vivencias personales y metodológicas, se profundiza sobre procedimientos y estrategias de representación de la identidad/alteridad, sus consecuencias en la creación social. Se concluye que los investigadores sociales necesitan desarrollar actitudes y herramientas sostenibles para la relación entre el investigador y el investigado, algo no muy distinto a lo que es la relación entre las ciencias sociales y la misma realidad social. Palabras clave: Dilemas éticos. Identidad/alteridad. Metodologías cualitativas. Subjetividad. Introducción Culminación del desarrollo de la exploración científica es este el rol del científico (…) que hace suya la función (…) que consiste en revelar problemas teóricos, hasta ahora imprevistos y ofrecer las soluciones teóricas. Zaniecki, 1984: 457 (Traducción propia) Es decir, la pregunta no es qué son los intelectuales, si han traicionado o no su misión, si se comprometen o no, si suben o bajan (como en un mercado de valores), sino más bien qué tipo de sociedad hace que tenga sentido hablar de algunas personas como intelectuales (…). En resumen, qué papel social juegan los “intelectuales” (…) en ciertas sociedades. Lamo de Espinosa (1996:189) En el campo de sociología, la práctica de “nombrar” (identificar de alguna forma o, en otros casos, hacerles visibles o llamarles por su nombre) a las personas que participaban en la investigación, fuesen objeto o sujeto de estudio, surgió con el desarrollo del método de los documentos personales. Investigadores clave han sido Thomas y Znaniecki, a raíz de su estudio sobre los emigrantes polacos en los Estados Unidos, publicado entre 1918 y 1920; en dicha obra, defendían que los datos culturales están siempre ligados a los significados que les dan personas concretas y denominó a este rasgo “el coeficiente humano” (Plumer, en el prólogo a la edición en español de Thomas y Znaniecki, 2006). Otros estudios realizados en el marco de la Escuela de Chicago también han desarrollado recursos metodológicos bajo el fuerte convencimiento de que lo mismos cumplen una función social y de denuncia de situaciones que tienen su origen en la industrialización y el capitalismo salvaje (Pineu y Marie-Michèle, 1983). Esta etapa, de proliferación de métodos cómo el de historias de vida y, en general, el uso de los datos subjetivos, tuvo como consecuencia numerosas revisiones metodológicas que ahondaron en lo que ha llegado a ser uno de los problemas más importantes de la investigación cualitativa, como puede ser ejemplo del estudio de Dollard del 1935 sobre los criterios de validez (citado por Szczepanski, 1978). Sin embargo, esta apuesta por visibilizar la subjetividad dentro del contexto social ha quedado oculta por una densa sombra de trabajos cuantitativos que, hasta los años setenta, han dominado el panorama de la investigación sociológica (Taylor y Bogdan, 1984). La reaparición de métodos más próximos a los sujetos de la acción, en los años posteriores, se relaciona con una fuerte crítica de las corrientes positivistas, incluso su denuncia por el abuso de una jerga abstracta y fascinada por el juego que posibilitan los datos numéricos (Mills, 1959). Por supuesto, los enfoques e implicación de las distintas ciencias sociales ha sido dispar y, en ocasiones, contradictoria y/o contrapuesta. De hecho, sólo a finales de los años cincuenta del siglo XX, algunas disciplinas como la antropología, inician una importante producción sobre cuestiones étnicas e investigación científica, aumentando en el decenio siguiente como consecuencia del debacle del imperio colonial, la guerra fría y los movimientos sociales de resistencia política y lucha por los derechos humanos. En esta etapa se gestan las temáticas centrales de los años setenta y ochenta, centradas en el feminismo, la antropología aplicada, la postmodernidad y los postcolonialismos, todas ellas atravesadas por debates sobre la subjetividad, la interdisciplinaridad y las relaciones de poder entre investigadores/investigados (Marre, 2010). En cuanto a los dos últimos decenios, han estado dominados por las políticas de identidad, los controles de calidad en nuestro quehacer científico y el impacto de los descubrimientos científicos (tics, clonación, experimentación) en el entorno de lo social. Las consecuencias de toda esta efervescencia se ha ido plasmando en la recuperación del relativismo cultural, el énfasis en la perspectiva del actor -donde el enfoque emic ha sido el baluarte de la autoridad metodológica convirtiendo al informante en “coproductores del conocimiento” (Mills, citado por George W. Stocking, G. W., 2002)-, la reducción de la producción etnográfica a juegos retóricos o la construcción del concepto de diferencia como fetiche del conocimiento antropológico. La discusión sobre el papel de la subjetividad ha sido pues, un elemento clave en estos debates, centrándose en las formas de definir y representar el conflicto y el sujeto social y que, dependiendo de la perspectiva que adopte el investigador, puede propiciar o disminuir el esfuerzo emancipatorio de los colectivos en situación de desventaja social (Fraser, 2008). Algunos autores afirman, incluso, que el lenguaje que adopta la investigación en ningún caso representa lo observado, sino que lo construye (Ibañez, 1994) y que, por tanto, requiere de una apertura a la pluralidad de significados ( Najmanovich, 2001). Para comenzar y centrar el debate sobre el “nombrar o no nombrar”, cabe la observación de que, a pesar de sus dignos comienzos y su extenso uso por los antropólogos o historiadores, se trata de una práctica muy poco utilizada en los trabajos sociológicos. Esta ausencia de referentes ha supuesto, para las autoras de este artículo, una serie de retos en su labor investigadora. Más que paradigmas a defender, ofrecemos en este artículo una serie de cuestionamientos del quehacer sociológico sustentado en una materia anónima de datos. Lo que pretendemos articular y discutir son nuevas condiciones de la relación entre el investigador y el investigado, así como la necesidad de mediación del lenguaje en lo que se podría denominar un “proceso de conciliación” de posiciones: aquellas que representan el investigador y el/lo investigado y la relevancia de la identidad que aclara tanto emergentes situaciones sociales como las incertidumbres que evocan este tipo de acercamientos. Expondremos dos ejemplos de dos investigaciones llevadas a cabo por las autoras, una realizada en un lugar de la Isla de Gran Canaria (Ascanio Sánchez, Carmen, 2007) y otra realizada en la isla de Tenerife (Barbara Rostecka), explicitaremos ambas de la misma forma personal individualizada en las que fueron realizadas. 1. ¿Cómo “nombrar” a los vecinos? (Carmen Ascanio Sánchez). A partir del regreso a las Islas Canarias en los noventa, mi trayectoria profesional se desarrolló a través de contratos de corta duración y proyectos que iba compaginando. El retorno a mi lugar de origen coincidió con importantes procesos de cambio en la zona de las medianías de la isla de Gran Canaria, de donde era oriunda. Varios de los proyectos que desarrollé estaban relacionados, precisamente, con el interés de algunos organismos por conocer estas realidades cambiantes y de las necesidades de análisis locales para la intervención en proyectos europeos (Lider I, Lider +, etc.) con los que tuve varias colaboraciones. Desde los mismos pude sentir cierta sensación de extrañamiento cuando advertía la profundidad de los cambios presentes, los nuevos modelos de comportamientos, familias, etc., en una sociedad que hasta hacía pocos decenios seguía inmersa en valores y prácticas ligados a las sociedades tradicionales. En ese tiempo varios hechos llamaron mi atención, introduciéndome en lo que Agar (1992: 123) denomina quiebras: “una disyunción entre dos mundos; el problema para la etnografía es el de proporcionar una explicación que la elimine (…) llamaremos proceso de resolución al proceso de trasladarse desde la quiebra hasta la comprensión”. Una de esas quiebras se produjo en un lugar cercano al que yo había nacido: allí pues dónde las semejanzas parecieran maquillar las diferencias. El primer contacto con el proceso, que no con el lugar, fue cuando unos conocidos me invitaron a una fiesta que según sus organizadores estaba basada en una antigua costumbre. La mayor parte de la población del municipio conocíamos el lugar por su diferencia respecto al resto y que se explicitaba en discursos negativos sobre la población y en la existencia de un oficio particular, que históricamente habían realizado: la fabricación de loza o alfarería. En todo caso la representación principal de esta población se centraba en aspectos relacionados con su carácter, hábitos y comportamientos grupales, siempre conconnotaciones peyorativas. El primer día del evento, el pregonero de la fiesta centró su discurso en lo que recalcó era el elemento distintivo del lugar: el oficio alfarero. También repitió que el mismo había sido predominantemente femenino, aunque el personaje más conocido era un artesano, recientemente fallecido, que en poco tiempo se había convertido en el símbolo del oficio y del lugar. Finalmente, informó de la formación de una asociación cultural con el objetivo de defender la tradición, la historia y la identidad del barrio. Los organizadores de la fiesta eran todos hombres: unos, alumnos del fallecido alfarero; otros, jóvenes del barrio con inquietudes renovadoras. Para mí, que recordaba las representaciones del lugar, me chirriaban demasiadas cosas, produciéndome una sensación de extrañamiento y de vacios que necesitaba indagar. Y esto me sucedía en un lugar a ocho kilómetros del barrio dónde había vivido casi toda mi vida, con informantes que eran conocidos de mi familia o míos y cuyos referentes vivenciales comunes surgían a cada momento. En cuanto a esos discursos relativos a la identidad del lugar me surgían más dudas ¿a qué identidad/es se referían si lo que yo recordaba era, en todo caso, una identidad negativa? Comencé una investigación que me remitía, continuamente, a la figura del alfarero fallecido en 1986 y al liderazgo de su grupo de alumnos. Aquél era conocido y casi venerado en diversos ámbitos locales e insulares, éstos eran jóvenes líderes del lugar. El alfarero concentraba numerosas memorias del lugar, catalizaba proyecciones y emociones, en especial de una época dorada del barrio, donde al parecer volvió a ser centro de atención por parte de foráneos y turistas. En medio de todo ello surgía el gran interrogante ¿cómo llego este hombre a ser alfarero en una sociedad dónde el oficio era femenino?, ¿cómo y por qué se permitió la transgresión?, ¿tiene relación todo lo anterior con la reciente creación de valor positivo del oficio y sus gentes?, ¿Cómo se explica la transgresión por la cual un hombre comenzó a realizar tareas asignadas históricamente a las mujeres? En las entrevistas a la población la respuesta comenzó a surgir desde discursos poco claros pero que parecían poner el acento en la diferencia sexual del alfarero. Paralelamente, entrevistaba a parte del grupo de alumnos, muchos de los cuales convivieron con el maestro en plena adolescencia, que me fueron haciendo confidencias (por tanto en el entorno y tono de lo que decimos a los conocidos, no precisamente al investigador/a) que giraban en torno a la misma respuesta. En una indagación que llevamos a cabo en nuestro propio entorno, cerca de los que nos conocen y a los que conocemos largo tiempo, ¿cómo separar las conversaciones relativas sólo al trabajo de campo, de aquellas que surgen a través de él pero acaban en el tono de la confidencia y la confianza?, ¿qué usos podemos o no darle a esta información? La homosexualidad continúa siendo un tema tabú en nuestra sociedad. Para la investigación importaba poco la veracidad o no de la identidad sexual del alfarero, lo relevante era otra cuestión: que la supuesta homosexualidad fuese la explicación social para atravesar el puente simbólico entre lo masculino y lo femenino; que desde la misma se consiga invertir los roles, la división sexual del trabajo y que, al mismo tiempo y paradójicamente, masculinizara el oficio. Esto es el aspecto teórico pero ¿cómo traducir esto en la escritura?, ¿podía explicar todo esto sin nombrar al personaje? La figura es clave para comprender el proceso ¿cómo no nombrarlo?, ¿y sus alumnos? Muchos de ellos eran líderes locales, otros conocidos profesionales insertados en el ámbito del patrimonio insular. Nombrar o no nombrar, he aquí el dilema que me tuvo varios meses cuestionando estos asuntos pero… ¿mis dudas estaban basadas sólo en el respeto a los protagonistas o también en temores personales y profesionales sobre sus consecuencias en las valoraciones de mi trabajo? Volviendo a mis dudas… ¿hubiera tenido los mismos interrogantes en un trabajo de campo lejano, fuera de mi contexto cotidiano, con gentes a las que posiblemente no volvería a ver? Seguramente hubiesen sido otros. Finalmente decidí nombrar al alfarero porque estaba segura de que era imposible no nombrar a alguien tan singular, al que todos nombraban: Pancho o Panchito el alfarero. Al contrario, decidí no nombrar -¿respetar?- a los otros protagonistas que todavía desarrollan su labor en el ámbito local e insular. Tengo que explicar que la escritura de este trabajo se realizó cuando ya no vivía en la isla y que por la distancia me había desvinculado de la mayor parte de los informantes. En dos ocasiones, en el lugar y en la cabecera comarcal, se presentó el trabajo editado (Ascanio Sánchez, 2007), asistiendo algunos de estos informantes que me felicitaron por el trabajo pero que – casi con seguridad- no habían leído en su totalidad. Hoy sigo pensando que la solución a este dilema ha sido la mejor, optando por nombrar al alfarero y por la discreción-anonimato de los protagonistas que siguen desarrollando su labor en el lugar. Sin embargo, sigo sintiendo que tengo una asignatura pendiente con parte de mis informantes en el sentido de conocer cara-a-cara su opinión, sus voces, sobre mi trabajo, enfoque, resultados y el conocimiento generado. Lo que resulta indudable es que todos estos cuestionamientos y dilemas fueron una fuente importante para mi conocimiento del lugar, de sus gentes y de mi propio trabajo científico. De hecho, con esta investigación conseguí extrañarme y acercarme al objeto/sujeto de estudio con cierto dominio, percibiendo la saturación de alguno y solucionándolo fuese con el alejamiento (espacial, emocional o simbólico) o con acentuar/atenuar diferentes vértices de la observación/participación. 2. ¿Por qué nombrar a los inmigrantes? (Barbara Rostecka) Las investigaciones realizadas durante mis estudios universitarios en Polonia, especialmente sobre la construcción de la religiosidad en Ucrania y las investigaciones en las Islas Canarias, me han brindado muchas oportunidades de extrañarme y acercarme de diversas formas al objeto y sujeto/s de estudio. Sin embargo, ha sido durante mi proyecto de tesis cuando tuve que sopesar los dilemas muy profundos sobre el proceso de investigación. Estos dilemas, al principio, se relacionaban con los procedimientos que aseguran la calidad de la investigación cualitativa pero con el tiempo se transformaron en las cuestiones que tienen que ver con el proceso de la reflexividad. La reflexividad puede ser definida como una conversación interna con uno mismo en torno a la experiencia del proceso de investigación acerca de su efectividad en la descripción de la realidad observada (Atkinson y Coffey, 2005), como una mirada hacia uno mismo, hacia el "self", hacia nuestro interior y hacia la exteriorización de nuestro "self" en lo que nos rodea (Carolan, 2003; De la Cuesta Benjumea, 2003). En este estudio la reflexividad ha conducido hacia una modificación de los focos de atención sobre el problema de movilización en torno a la inmigración. Se han quedado grabados en mi memoria investigadora varios momentos que se proyectan como “conceptos sensibilizadores” (Blumer, 1982). Estos momentos destacaban por reflejar contextos de la vida y la organización social creada en torno a la inmigración, subyaciendo aspectos morales y étnicos que me hicieron replantearme cuestiones sobre la relación sujeto-objeto y valorar en qué medida la “ integración dialéctica sujeto-objeto es el principio articulador de todo el andamiaje epistemológico de la investigación cualitativa (Guardian Fernández 2007:71). Uno de estos sucesos ocurrió en verano del 2006 durante una concentración convocada para recordar a los inmigrantes subsaharianos muertos durante la travesía por el mar y protestar por la gestión de las migraciones. Uno de los líderes que organizaba el evento, claramente disgustado por la escasa participación, nada más verme llegar, comenzó a decirme frases cómo: ¿Has venido a hacerte fotos con nosotros? ¿Dónde está tu jefe, dónde están todos los que cobran por trabajar con los inmigrantes? Para él yo venía como representante del Observatorio de la Inmigración de Tenerife, una institución alineada con las políticas oficiales de control y restricción de la inmigración. A pesar de ello, no ceje de continuar con mis objetivos pero una conversación me ofreció nuevas claves. Vicente Torres González (asesor CITE, CCOO de Tenerife), me explicó su opinión sobre la distancia que separa la investigación y la acción social: dado que la acción era una especie ente social sufrida, un animal subyugado, yo –por mi procedencia- me convertía en una clase de garrapata social que se nutre y abastece de doloridas cuestiones sociales. Aunque intenté explicar mi postura, la verdad es que salí del apuro más bien gracias a personas presentes que me conocían personalmente y valoraban otras cuestiones en la misma investigación. Sin embargo, hoy no tengo dudas de que explicitarme de modo tan crudo determinadas objeciones, me han ayudado a percibir y valorar otras sugerencias o cuestiones expresadas de manera mucho más sutil. A raíz de la pregunta, suspendida en el aire, sobre los intereses manifiestos y latentes de los investigadores, decir que la misma aparecía durante todos mis encuentros con los inmigrantes, “objeto de mi tesis”. Afortunadamente, en la trayectoria del trabajo de investigación fueron apareciendo más cuestiones que cambiaron el rumbo de mi proyecto de tesis. Otra de las personas, a las que quiero nombrar, que ejerció una gran influencia en el desarrollo del enfoque de mi investigación ha sido Iván Forero. Tuve ocasión de hablar con él por primera vez durante el Encuentro de Asociaciones y Redes de Personas Migrantes en el Archipiélago de Canarias, en el otoño de 2008. Le estuve preguntando sobre los detalles de la organización del encuentro y cuando le expuse mi interés por las asociaciones de los inmigrantes, me respondió que esperaba que pudiera hablar sobre las oportunidades que representan y no solo de las limitaciones del movimiento. Este mensaje lo repetía en todos sus discursos que pude escuchar, tanto de modo oficial/formal como en encuentros más distendidos y personales: el ser social necesita, también, de ternura para poder desarrollar todas sus virtudes. Esto último contrastaba con la cruel búsqueda de la objetividad, con los enfoques establecidos y, en fin, con la excusa que tan a menudo emplean los investigadores para traficar con las ideas ajenas. Yo entendí desde el primer momento que hablar de las limitaciones de las organizaciones inmigrantes, además de obvio, se arrima a estos labradores de lo social que fortalecen “estrategias adaptativas, confrontacionales, de marginación, indiferencia, etcétera, para llevar a cabo sus proyectos” (Thayer Correa, 2009: 18). “Todo es según el dolor con que se mira”, nos recuerda Benedetti. Para analizar la realidad con voluntad transformadora es absolutamente imprescindible que cambiemos nuestra mirada, que aprendamos a mirar la realidad desde una perspectiva nueva para poder así sentir el dolor de todas las otras personas que sufren. (Zubero, 1996: 135). Hoy puedo decir que Iván es un defensor de los derechos humanos por vocación, capaz de resaltar la dignidad humana en medio de nada y que me enseño como poner en jaque el paradigma de la miserabilidad de la inmigración. Hubo muchas más situaciones que me permitieron acercarse al objeto de estudio y participar profundamente en las realidades observadas: acciones como la de denunciar una redada, acompañar en el CIE a uno de los retenidos, intentar cohesionar grupos para la acción conjunta. Se trataba de cuestiones que surgían a partir de impulsos que salían desde el “objeto de mi estudio”, como, por ejemplo, la llamada telefónica de Luc Andrés (secretario de inmigraciones de Comisiones Obreras en Canarias y presidente de varias asociaciones africanas) en diciembre de 2009. Le había estado persiguiendo, casi literalmente, con muchas consultas sobre la inmigración, su organización y problemas; así que cuando me llamó y me dijo: “ha habido una redada en Santa Cruz, ¿qué vas hacer al respecto? De nuevo me sentí retada. No se trataba de un dilema sobre si participar o no en la acción. Hice lo que pude dentro de mis posibilidades. Las situaciones descritas, la interacción, como ya mencioné, propulsaron sobre todo una reflexión acerca de mi papel como investigadora. Como resultado de esta reflexión, mi tesis ha cambiado de enfoque y en vez de describir a las asociaciones de los inmigrantes se ocupo del porqué algunas persiguen cambiar el mundo. En fin, decidí dar valor social a un rasgo de la lucha de los inmigrantes. Lo hice, sobre todo, para resaltar la cuestión poco conocida y que tanto tiene que ver con las modernas condiciones de desigualdad social. En este contexto nombrar a los que han participado en mi tesis ha sido realmente una cuestión automática. Nombrar a las personas que facilitan la información, sin que esto suponga comprometer a nadie, se ha convertido en este estudio en una forma de reconocimiento de la autoría de las conceptualizaciones básicas sobre la realidad investigada y en forma de visualización de sus verdaderos protagonistas. 3. Discusión Los métodos cualitativos son humanistas. Los métodos mediante los cuales estudiamos a las personas necesariamente influyen sobre el modo en que las vemos. Cuando reducimos las palabras y actos de la gente a ecuaciones estadísticas, perdemos de vista el aspecto humano de la vida social. (Taylor y Bogdan, 1987: 8) Sobre el anonimato de nuestros informantes hay opiniones divergentes. Ciertamente, parece haber quedado atrás la etapa en la que usábamos camuflaje para nuestras comunidades; sin embargo, desde el punto de vista del conocimiento antropológico ¿qué interés tiene ofrecer al lector la declaración de un informante con su identidad si la pretensión del discurso escogido es ir de lo individual al análisis de la realidad social? Sobre estos dilemas, Johannes Fabian (1991) menciona la necesidad de tener en cuenta casos diferentes: unos dónde prevalecen los derechos de privacidad de nuestros informantes, otros dónde estamos obligados a reconocer su ayuda, uso de fuentes, etc., y, también, aquellos casos dónde no son cuestiones de derechos u obligaciones, sino de ética sobre las consecuencias negativas de nombrar a nuestros informantes, sea por la presión social o la misma opresión política. En algo parece haber pocas dudas: cuando escribimos de un lugar y sus gentes casi todos los implicados saben de quienes se está hablando; por esto, en ocasiones el anonimato no beneficia a los enmascarados sino alos que enmascaran. En este punto la cuestión de nombrar o no nombrar adquiere matices nuevos que requieren de una sistematización del papel del investigador y del investigado. Estos matices surgen a raíz de cierto contínuum entre el problema estrictamente técnico de nombrar con una serie de problemas más complicados que se puede resumir como dilema sobre la naturaleza de la realidad social, las posibilidades de su conocimiento, y rol del investigado. En primer lugar cabe señalar la relación con mencionada anteriormente desigualdad entre el investigador y el investigado. Si bien es cierto que paradigma positivista y el método que evitaba profundizar en los sentidos de las acciones que emprende la gente ya es la piedra angular de las ciencias sociales, también es cierto que no ha desaparecido por completo y que incluso representa nuevos problemas. Uno de los más acusantes se expresa en la crítica de la actividad investigadora por las prácticas del monopolio de la producción científica y, por ende, de construcción social (Bourdieu y Wacquant, 1998). Por esto mismo el foco de la discusión sobre nombrar debería centrarse en el modo complejo de aspectos emocionales y éticos y, por tanto, la subjetividad: “El trabajo de campo etnográfico sigue siendo un método inusualmente sensitivo. La observación participante obliga a sus practicantes a experimentar, en un nivel tanto intelectual como corporal, las vicisitudes de la traducción. Requiere de un arduo aprendizaje del lenguaje, y a menudo un desarreglo de las expectativas personales y culturales. Hay, por supuesto, todo un mito del trabajo de campo. La experiencia concreta, cercada de contingencias rara vez alcanza la altura de lo ideal; pero como medio para producir conocimiento a partir de un compromiso intenso e intersubjetivo la práctica de la etnografía conserva un estatus ejemplar.” (Clifford, J., 1995: 41) Los imperativos de emancipación del conocimiento hacia otras formas de investigar, más libres de ideologías, han sido debatidos por muchos sociólogos. El “programa dialógico” propuesto por Alonso (1998) parte de la constatación de que los discursos como modos de creación múltiple de lo social encubren los mecanismos y formas emergentes de las relaciones humanas. Según este autor, los investigadores pueden acceder a estas nuevas formas, sólo en condiciones de “la apertura hacia el lenguaje” y esta consiste en “asumir con pura lógica y honestidad los conflictos de lo social” (Alonso, 1998: 242). Estas observaciones completan las reflexiones de sociólogos como Giner (2006) sobre la necesidad de reconstrucción de la dimensión moral de las ciencias políticas. Si es cierto que nadie está en condiciones de volver al concepto del mal en los términos religiosos, también es cierto que no somos capaces de funcionar en términos puramente racionales. La moral, aunque definida en categorías de la vida cívica, sigue siendo una dimensión importante o incluso decisiva para los humanos porque decide sobre la capacidad del pensamiento crítico, la responsabilidad, sobre todo, posibilita la oposición a las situaciones totalitarias. De ahí, que el legado de las ciencias sociales y políticas en general, consista en oponerse a la destrucción de la autonomía de la vida cívica y la libertad individual, que reformula Giner (2006) a partir de la obra de Hannah Arendt. Cumplir con el objetivo de esta introspección lo consideramos necesario para acercarnos un poco más al paradigma de la construcción social del conocimiento “mediante la acción comunal”, y obligatorio para ir desterrando “el punto de vista dominante de que el conocimiento está separado del individuo y es descubierto por él” (Habermas, citado por Ibáñez 1994, p. 81). En la otra punta de este contínuum de la investigación se encuentra el investigado cuyo rol, a la par de la crítica anterior, requiere de ciertos replanteamientos. Para comenzar reflexión sobre este tema habría que recordar que método cualitativo surge justamente a partir de apertura de los pozos de valores y sentimientos y según este enfoque los seres humanos que actúan en sociedad son sujetos. Sin embargo, sería una concepción muy restringida del sujeto, la que evoca la reflexividad como acto racional porque se trata es de “alcanzar sus realidades; las que son; las que pudieron ser y las que pudieran ser” (en prólogo de Subirats, Madera y Bonet, 2006). En las dos investigaciones citadas, por encima de las capacidades de reflexión, habría que tener en cuenta los valores y las visiones del mundo que de algún modo vinculan las oportunidades personales con los intereses sociales más amplios. Por consiguiente, la noción del sujeto social necesita ser ampliada a estos aspectos de la acción y de personalidad que explican los motivos por la que la gente accede al espacio público. En este último sentido la capacidad de reflexividad se convierte en una herramienta de batalla por los sentidos, conceptos, y, en general, por los marcos de recepción y funcionamiento social. La reflexividad que evocamos, además de que legitima las interpretaciones alternativas de la realidad y habilita su acceso al espacio público, obliga a redefinir los procedimientos en cuanto a los investigados. En la misma, pues, parecen hallarse los nuevos sentidos sociales que son los objetos de estudio por excelencia. Esta doble vertiente de la reflexividad, hacia el método científico y hacia el dinamismo de la creación social, resulta de especial atención en el caso de la inmigración. La falta de articulación de la voz inmigrante, su invisibilidad, se relacionan con el silencioso proceso de su conversión en seres gestionados y ordenados por las normas establecidas por las élites (Bauman, 2006). Pero en el otro caso, la identidad/alteridad personal y sexual de un personaje, también quedan patentes por similares motivos de emancipación social de su identidad. La novedad de visibilizarle, porque este es el grueso de la cuestión de nombrar, consiste en dibujar un panorama absolutamente nuevo para estas pujanzas sociales y este es el objetivo de conocimiento por excelencia. A modo de conclusión La sensación de la decadencia del pensamiento, y más específicamente, de los intelectuales ha sido definida hace dos siglos por Julien Benda en la Trahison des clercs (1927) y desde entonces se multiplicó su eco en la teoría crítica de los años 40, el estructuralismo en los 60, y los post-modernos en los 70 y 80 (Lamo de Espinosa, 1986). Habría que observar que en el marco de esta preocupación general, paralela a otras percepciones como la “crisis de la cultura”, o la “crisis de la democracia”, han ido formándose postulados de corte metodológico y una serie de advertencias sobre las relaciones entre la subjetividad del investigador y la interpretación de la realidad. En este artículo, se han expuesto una cuestión relacionada con el desarrollo de la investigación cualitativa, como es la de nombrar/no nombrar o formas de hacerlo, a los sujetos participantes, mal denominados en algunos casos como las y los informantes. Estos debates muestran la fuerte relación entre dilemas metodológicos de las ciencias sociales como la subjetividad, la validez de la investigación, o la emancipación o su rol. En nuestra opinión, los retos metodológicos se centran en dos cuestiones. Por un lado, se argumenta que resulta necesario replantearse la producción de escritos que se convierten en difusores de estereotipos negativos y que, en consecuencia, restringen las oportunidades sociales. Por otro lado, se expresa reticencias por la limitación de muchas investigaciones a la reproducción del discurso mayoritario. Especialmente esta segunda cuestión conduce a un estancamiento del conocimiento y a la depauperización de la ciencia en su papel secundario en el ejercicio del poder. Como alternativa cabe precisar entonces, que de lo que se trata en la ciencia social, capacitada para la descripción e interpretación de los conflictos sociales, es una apertura hacia un diálogo en potencialidades: esto hay que ajustar a los textos que describen las experiencias La pura investigación en la persona no está ordenada a un directo propósito de admiración o ayuda -aunque sí, quizá, indirecto; ¿hay algo malo en ello?-, y consiste, desde luego, en examinar al ser humano con objetividad no cómplice, no complaciente. Es un examen, con todo, en la esperanza, tal vez la fantasía – de fantasmas y sueños, se está hablando de no llegar a despreciar, sino a respetar al objeto, al sujeto así investigado; y también en la esperanza moderada de que todo conocimiento nos hace más libres, más humanos. (Fierro, 1993: 10) Bibliografía Agar, M. (1992) “Hacia un lenguaje etnográfico” en Reynoso, C. (comp.), El surgimiento de la antropología posmoderna, Barcelona, Editorial Gedisa. 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