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Departamento de Historia Geografía y Cs. Sociales.
Profesor: Rodrigo Salinas Correa.
El Cristianismo y su difusión
El Cristianismo se fue propagando por las ciudades del imperio, difusión que se vio favorecida
por la facilidad de comunicaciones y la unidad lingüística del mundo romano. Sin embargo, los
primeros tiempos fueron muy difíciles. Los romanos, tan tolerantes con otras religiones, vieron
con recelo a los cristianos que postulaban la igualdad entre los seres humanos y se negaban a
rendir culto religioso al emperador. En ciertos períodos, los cristianos sufrieron persecuciones
que significaron la cárcel, el destierro y hasta la muerte si no aceptaban renunciar a su fe.
Las persecuciones más violentas tuvieron lugar en el siglo III, pero el Cristianismo seguía
expandiéndose. Un edicto del emperador Constantino, en el año 313, permitió a los cristianos
practicar su religión libremente. Con ello aumentó aún más el número de fieles. En el año 380 el
emperador Teodosio ordenó a todos los pueblos adherir al Cristianismo, que desde entonces
sería la religión oficial del Imperio. La Iglesia Católica emergió con gran fuerza y fue
adquiriendo posiciones de privilegio y de enorme influencia en la sociedad.
Desde fines del siglo II d.C se desencadenó una serie de procesos muy complejos que
provocaron períodos de crisis y condujeron a la decadencia posterior fin del Imperio Romano
en Occidente. Entre esos procesos se pueden mencionar:
• Las conquistas territoriales de los romanos llegaron a su fin y con ello la posibilidad de
obtener nuevos recursos. A eso se sumó que algunos pueblos comenzaron a amenazar las
fronteras e incluso penetraron en territorio romano. La frontera norte fue traspasada en
múltiples ocasiones por pueblos germanos, en especial cuando eran presionados por el avance de
los hunos.
• Se hacía necesario incurrir en grandes gastos para fortalecer las fronteras y el ejército y se
recurrió al aumento de impuestos, lo que generó un creciente descontento. Por otra parte,
algunas pestes afectaron a la población y hubo plagas en los campos. Esto provocó la
disminución de la producción y el comercio, y la escasez de productos generó alza de precios,
pobreza y hambre. Muchas ciudades entraron en decadencia.
• Era cada vez más difícil mantener la autoridad en un imperio tan extenso. Hubo períodos de
anarquía en que incluso había dos o más generales proclamados emperadores por sus legiones.
La tendencia fue que llegaran al poder generales de las provincias orientales. Uno de ellos,
Diocleciano (284 -305), fortaleció la posición del emperador e intentó frenar la crisis del
imperio. Para ello implementó una serie de reformas que permitieron que el imperio perdurara,
si bien cada vez más alejado de las tradiciones romanas y más cercano a las monarquías de tipo
oriental. Bajo su gobierno se inició el Dominado, una época en que el emperador ya no era
princeps (primer ciudadano) sino dominus (señor), con un poder similar al de los reyes
orientales. Incluso usaba mantos con piedras preciosas y había que arrodillarse frente a él.
• La pérdida de importancia del sector occidental del imperio fue manifiesta cuando, en el año
330 d.C, Constantino trasladó la capital a la ciudad de Bizancio, la que llamó Constantinopla.
Más tarde, en el año 395 d.C, Teodosio dividió el Imperio en dos: Occidente y Oriente. En
Occidente la situación era muy seria. La presencia de germanos en el imperio era cada vez
mayor, sobre todo a partir del siglo IV. Algunos habían recibido tierras a cambio de apoyar al
ejército imperial; otros entraron por la fuerza, se instalaron y negociaron su situación con los
emperadores, que incluso aceptaron la existencia de reinos germanos aliados en territorio
romano.
Al interior del imperio los germanos se movilizaban y en ocasiones atacaban o combatían entre
sí. El año 410, ante el estupor del mundo romano, la ciudad de Roma fue saqueada por los
visigodos al mando de Alarico. Cuando en el año 476 otro jefe germano, Odoacro, depuso a
Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, este sector del imperio, en la práctica, ya
era un mosaico de reinos germanos.
La decadencia y fin del Imperio Romano de Occidente
De la grandeza de la civilización romana aún quedan obras materiales y restos arquitectónicos
que pueden apreciarse en los países cuyos territorios alguna vez pertenecieron al Imperio y que
constituyen eximias obras de ingeniería. Los caminos romanos son una clara manifestación de
esta permanencia, así como las imponentes construcciones como puentes, acueductos,
anfiteatros, templos, etc., que se mantienen en pie o que podemos imaginar al observar sus
ruinas. Pero el legado de una cultura va más allá de lo material y, en este sentido, debemos
reconocer una importante herencia romana que alcanza al mundo occidental y ha llegado a
lugares que nunca formaron parte del Imperio Romano, como es nuestro caso.
La cultura de los romanos tuvo un marcado carácter político, por cuanto una de sus
preocupaciones fundamentales fue organizar el poder en la sociedad. Por ello, al conquistar
territorios formaron un imperio donde, bajo la forma del Estado, unificaron a una vasta
comunidad de seres humanos de diferentes razas, lenguas y culturas. No obstante, fueron
capaces, al mismo tiempo, de incorporar en los diferentes ámbitos de la cultura y el saber
humanos, elementos de los diferentes pueblos que dominaron, lo que se denomina eclecticismo
cultural.
Los elementos legados por los romanos alcanzaron, por tanto, una amplia área de difusión y
entre ellos podemos reconocer la transmisión de la lengua latina, la valoración de la vida en la
ciudad, el fundamento de formas de organización política y de comportamiento en la sociedad,
la expansión del Cristianismo y, por sobre todo, la ley y el derecho.
Los romanos nos han legado un concepto de ley que perdura hasta nuestros días. En la tarea de
ordenar la sociedad regulando la convivencia entre las personas y las relaciones de estas con el
Estado, vieron en las leyes la herramienta más eficaz para la solución pacífica de los conflictos
y el establecimiento de la justicia.
Los primeros siglos medievales y el
Mundo feudal
La fe, el tesoro de una sociedad
Durante la Edad Media, el Cristianismo se fue consolidando como uno de los fundamentos de
nuestra cultura occidental. En una época llena de vicisitudes e incertidumbres, la Iglesia
Católica fue reconocida como legítima intermediaria entre la humanidad y Dios, y se constituyó
en uno de los pilares de la Europa medieval. Reconocer algunos aspectos de su influencia y el
valor que se le asignó a la fe, nos ayudará a comprender mejor este complejo período histórico.
Se denomina Edad Media a la época histórica que se extendió entre los siglos V y XV, desde el
fin del Imperio Romano de Occidente (476 d.C.) hasta el fin del Imperio Romano de Oriente
(1453 d.C.). Suele denominarse “Edad de la Fe” a la Edad Media en Occidente, ya que la religión
católica fue el gran factor de unidad y uno de los pilares de la sociedad medieval.
La Edad Media fue una época larga y muy compleja. En esta unidad nos centraremos en el
período que se extiende desde sus inicios hasta aproximadamente los siglos XI y XII, poniendo
énfasis en los siguientes temas:
• El nuevo orden en la cuenca del mar Mediterráneo: el Imperio Romano había unificado política y
culturalmente la región. Tras la caída de Roma esta unidad se rompió y se impuso un nuevo
escenario, diverso, que incluyó a los reinos germanos en el sector occidental, al Imperio Romano
de Oriente (Imperio Bizantino) en el sector oriental y, a partir del siglo VII, a la civilización
musulmana –la de los fieles a la religión del Islam– que dominó extensos territorios de la región
mediterránea.
• El ideal de la unidad en Occidente: la diversidad de reinos germanos y las luchas que entablaron
entre sí, no impidieron que en Occidente perdurara la idea de unidad, la que se manifestó en la
unión religiosa en torno a la Iglesia Católica y en el resurgimiento de un imperio en Europa.
• El sistema feudal: a partir del siglo IX comenzó a estructurarse en Europa occidental una
forma de organización política, económica y social que se ha denominado feudalismo y que
marcó con su sello varios siglos de la época medieval, siempre bajo el amparo y la influencia de
la Iglesia Católica.
El nuevo escenario en torno al mar Mediterráneo
Las grandes invasiones germanas del siglo V tuvieron como resultado la desintegración del
Imperio Romano Occidental. En su reemplazo, comenzaron a configurarse pequeños reinos
germanos que continuamente luchaban entre sí y que significaron un retroceso en muchos
aspectos, en comparación con la época romana. En el Mediterráneo oriental, en cambio, durante
toda la Edad Media perduró el Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla. A
partir del siglo VII, con el surgimiento de una nueva religión monoteísta en Arabia, el Islam, se
sumó un nuevo protagonista a la región mediterránea. Los musulmanes dominaron el norte de
África y continuaron la expansión de su civilización hacia Europa occidental y hacia los
territorios bizantinos.
Los reinos Germanos en Occidente
Gran parte de los pueblos que los romanos denominaban germanos provenían de la Germania,
territorio ubicado al norte del río Rin y al este del río Danubio. Solían habitar en granjas
dispersas y autosuficientes. Las casas eran de madera, con techo de paja y barro. En su
economía predominaba la agricultura o la ganadería, según las regiones.
Los cereales –cebada, avena y centeno– eran la base de su alimentación, la que se completaba
con diversas legumbres y hortalizas, y carne de vacuno, de cerdo y de los animales que cazaban
en el bosque. Ingerían gran cantidad de leche con harina en forma de papilla, queso, nata ácida
y bebían cerveza en forma abundante.
El modo de vida de los germanos era muy diferente al de los pueblos romanizados. No tenían
una organización estatal, un ejército profesional ni una economía comercial y monetaria, como
tampoco leyes escritas, ciudades, caminos, edificios públicos, etc. Vivían en aldeas, agrupados
en grandes familias o clanes. Obedecían normas consuetudinarias. Se reunían en asambleas
para tratar asuntos de interés de la tribu, elegir un jefe para la guerra y administrar justicia.
Tenían su propia lengua y sus propios dioses.
Entre los germanos, cada hombre libre era un guerrero que debía demostrar su valor y su
fidelidad al clan y también a su jefe, del cual recibía protección y recompensas, principios que
se plasmarían profundamente en el modo de ser de los hombres medievales.
Los pueblos germanos habían ingresado al Imperio Romano, tanto en forma pacífica como
violenta, muchos siglos antes de la caída de Roma. Las invasiones violentas fueron una
experiencia muy dura para los habitantes del imperio. Los ataques dejaban una ola de
destrucción y un sentimiento de creciente inseguridad y temor. Pero no todo fue violencia. Los
pueblos germanos mantuvieron también relaciones pacíficas con los pueblos romanizados, ya
que su objetivo principal no era el saqueo, sino obtener tierras para instalarse con sus familias.
Además, sentían gran admiración por la civilización romana. El contacto mutuo durante siglos
permitió que sus culturas se fueran compenetrando en muchos aspectos.
Por todo lo anterior los germanos, al constituir sus reinos, no pretendieron terminar con la
civilización romana. No habrían podido borrar una tradición de miles de años ni tampoco querían
hacerlo. Así, los reinos germano-romanos fueron resultado del encuentro de dos culturas: la
de los germanos vencedores y la de los pueblos romanos y romanizados vencidos. En esta fusión
cultural se encuentra el origen de la civilización europea. Se puede afirmar que esta surgirá de
la síntesis de las tradiciones grecorromana, judeo-cristiana y germana.
La fusión cultural se podía apreciar en los siguientes aspectos:
• Gobierno y administración: los germanos tomaron el poder político y establecieron monarquías,
pues el gobierno quedó en manos del jefe que había logrado consolidarse como rey. Este
consideraba al reino como su propiedad, tenía una corte que lo seguía en sus viajes, y nombraba
como duques y condes (títulos romanos) a guerreros de su confianza para que se hicieran cargo
de la defensa y el gobierno de las diferentes regiones. En la administración, muchas tareas
fueron confiadas a quienes habían sido funcionarios del Imperio Romano por su mayor
experiencia, y luego, a miembros de la Iglesia Católica pues dominaban la escritura.
• Justicia: a imitación de los romanos, los reyes germanos se preocuparon de contar con leyes
escritas, pero no hubo una legislación única como en el imperio, ya que cada reino tuvo su
código. En cuanto a los códigos y algunas prácticas judiciales, se puede afirmar que la justicia
experimentó un retroceso respecto de la época romana.
• Religión: las creencias religiosas fueron un punto de división entre ambas culturas hasta que
los reyes germanos y sus pueblos se convirtieron al catolicismo. La religión pasó a ser entonces
un factor de unidad. La Iglesia Católica se mantuvo y alcanzó poder y prestigio en los nuevos
reinos.
• Idioma: en los reinos en que la población romanizada era mayoritaria, se impuso el latín sobre
la lengua germana. Como lengua culta, se utilizó en los códigos, en los asuntos del gobierno y de
la Iglesia. Del latín vulgar derivarían, más tarde, las lenguas románicas o romances de cada
reino. En los territorios menos romanizados, en cambio, predominaron las lenguas germánicas o
sajonas.
• Sociedad: con el transcurso del tiempo, y sobre todo después de que se levantara la
prohibición de los matrimonios entre germanos y romanos, ambos grupos se fueron fusionando,
conformando una nueva sociedad.
El Imperio Romano de Oriente
El Imperio Romano de Oriente perduró durante toda la Edad Media. Su capital, Constantinopla,
fue el centro político, religioso, económico y cultural del imperio. Como el nombre antiguo de
esta ciudad era Bizancio, se conoce también como Imperio Bizantino. A la cabeza del imperio
estaba el emperador, quien gobernaba apoyado en sus ministros, una red de funcionarios y un
ejército muy bien dotado. Se entendía que su poder provenía de Dios y por eso su persona era
sagrada: era representado con una aureola y había que arrodillarse frente a él. La religión
oficial era el Cristianismo y la Iglesia era dirigida por los patriarcas, siendo el principal el de
Constantinopla. El emperador intervenía en los asuntos de la Iglesia, nombrando a los obispos y
resolviendo asuntos de doctrina.
Uno de los emperadores más destacados fue Justiniano. Durante su extenso gobierno (527 565) se empeñó en restaurar la unidad y el poder del Imperio Romano, conquistando territorios
de los reinos vándalos, ostrogodos y visigodos (ver mapa de la página 149), y dominando la
navegación en el Mediterráneo. Su obra más duradera, sin embargo, fue en el plano legislativo:
para facilitar el trabajo de los jueces, ordenó recopilar las leyes del Imperio Romano y
organizarlas en un código. Con estas recopilaciones, el derecho romano adquirió simplicidad y
orden y logró sobrevivir, convirtiéndose, más tarde, en la base del derecho de Occidente.
Después de Justiniano, si bien hubo períodos de prosperidad, la tendencia general del imperio
fue, por una parte, la pérdida de territorios ante diferentes enemigos y, por otra parte, el
debilitamiento de los lazos con Occidente. Por tradición, el imperio siguió llamándose romano,
pero en realidad fue un imperio griego, pues su reducido territorio solo comprendía territorios
griegos o helenizados como Grecia, Macedonia, Tracia y Asia Menor. El griego reemplazó al
latín como lengua oficial y el alejamiento religioso con Occidente se consumó en el año 1054
cuando la Iglesia Bizantina se separó de Roma, formándose la Iglesia Ortodoxa (de la recta
fe), que no reconocía la supremacía del Papa y afirmaba que el Espíritu Santo solo provenía del
Padre y no del Hijo.
Aún así, este imperio fue muy importante para el desarrollo posterior de Occidente. En sus
universidades, centros de estudio y bibliotecas, los sabios bizantinos resguardaron e
incrementaron la cultura clásica, especialmente los conocimientos legados por los griegos, que
serían muy valorados más adelante por los reinos occidentales. La ciudad de Constantinopla, por
su parte, fue un importante centro comercial del Mediterráneo, a través del cual llegaban
productos del Lejano Oriente, como la seda y las especias, que luego se vendían a los grupos de
mayor nivel económico en Europa.
El Islam y la civilización musulmana
En el siglo VII, mientras el Cristianismo se consolidaba en los reinos germanos, en la península
Arábica surgía una nueva religión monoteísta. Su fundador fue Mahoma, un árabe que predicó a
su pueblo que existía un solo Alá (Dios), todopoderoso y lleno de misericordia, quien lo había
elegido como su profeta –sucesor de Abraham, Moisés y Jesús– para comunicar a los hombres
su mensaje y guiarlos por el camino de la salvación. Esta religión era el Islam (sumisión a la
voluntad de Alá) y quienes la profesaban, aún si no eran árabes, se denominaban musulmanes
(los que se someten a Alá).
Mahoma comenzó a predicar en la ciudad de La Meca, donde encontró una fuerte oposición. En
el 622 huyó a la ciudad de Yatreb, luego llamada Medina (cuidad del profeta). Este
acontecimiento se conoce como Hégira (huida) y marca el inicio del calendario musulmán. Desde
Medina, Mahoma declaró la guerra santa y en el 630, junto con sus seguidores, conquistó La
Meca, capital religiosa del mundo árabe que finalmente reconoció a Mahoma como profeta del
único Alá. Tras la muerte de Mahoma (632), sus discípulos escribieron sus enseñanzas y
revelaciones, dando forma al Corán.
La mayoría de la población árabe correspondía a tribus seminómadas del desierto, dedicadas al
ganado y al comercio de caravanas. Mahoma dio unidad política al pueblo árabe, una nueva fe y
un ideal religioso para la lucha: convertir el mundo al Islam.
La guerra santa se reanudó y el Islam se expandió con rapidez. Los musulmanes dominaron
extensos territorios y conformaron un vasto imperio que llegó a extenderse desde el río Indo
hasta la península Ibérica. El jefe político y religioso del imperio se denominaba califa y
gobernaba con la ayuda de funcionarios y consejeros, siendo el visir el más importante. Cada
provincia estaba a cargo de un emir.
Lentamente las poblaciones dominadas fueron adoptando la religión musulmana, la lengua árabe
y algunas formas de vida de los conquistadores. En los dominios del imperio florecieron
numerosas ciudades con grandes mezquitas, palacios, mercados, colegios y bibliotecas, que
fueron el centro de esta nueva civilización árabe musulmana que tuvo una gran importancia
comercial y cultural. En este imperio, cristianos y judíos eran tolerados: podían conservar sus
bienes, sus leyes y sus lugares de culto a condición de pagar el “impuesto de los infieles”. Pero
el deseo de los musulmanes de llevar su fe más allá del imperio continuaba. Como los cristianos
también querían difundir su fe, durante la Edad Media se enfrentaron en numerosas guerras,
que ambos consideraban santas. Esto no impidió, sin embargo, las relaciones comerciales y la
influencia cultural de la civilización islámica sobre Occidente.
Vocabulario
Patriarcas: obispos de las principales ciudades del imperio, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén.
Guerra santa: guerra contra los infieles para defender y propagar el Islam.
Corán: libro sagrado de los musulmanes que contiene las verdades del Islam y regula la vida de los musulmanes.
Pueblos romanizados: pueblos que formaban parte del Imperio Romano y que habían adoptado la cultura romana o el
latín.
Normas consuetudinarias: normas basadas en la costumbre que se transmitían oralmente de una generación a otra.
Monarquía: forma de gobierno en la que el cargo supremo recae en un rey o reina, es de carácter vitalicio y
generalmente hereditario.
Hunos: grupos de etnia mongola de las estepas de Asia central. Eran nómadas, excelentes jinetes y guerreros.
Anarquía: situación de desorden y confusión total creada por la incapacidad de un sistema político para mantener el
orden.
Germanos: nombre con que los romanos designaban a diversos pueblos que se ubicaban más allá de la frontera de los ríos
Rin y Danubio.