Download Sobre la crisis y la carta pastoral del Cardenal
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Algunas reflexiones sobre la crisis y la carta del Cardenal – Arzobispo de Madrid Francisco Güell Octubre del 2012 He aquí unas reflexiones, “arrejuntadas” con trozos de acá y de allá, sobre la crisis económica y las palabras del cardenal Rouco Varela al respecto. En su última carta pastoral, el cardenal ha expuesto un programa de reflexión y soluciones ante "crisis de nuestra economía con unas consecuencias dolororísimas para muchas personas y familias". Rouco señala que "se pierde el trabajo; se teme perderlo; se teme al futuro: ¿quién y cómo se garantizarán las prestaciones para el desempleo, la jubilación, la vejez, la enfermedad…? La inquietud es grande". Ante este panorama de emergencia nacional Rouco propone unas soluciones concretas. 1) Las causas de la crisis económica: El cardenal-arzobispo de Madrid se pregunta por las causas de la crisis: "¿Qué nos ha fallado? ¿En qué hemos fallado todos? Es indudable que se pueden señalar con acierto causas de orden técnico: de ciencia y praxis económica, sociológica, política y jurídica. Esas causas, sin embargo, no lo explican todo". 2) Una crisis no sólo económica: Rouco Varela subraya que esta crisis no sólo es económica: "Las más decisivas hay que buscarlas en el ámbito de las conciencias y en el uso de la libertad. Son de naturaleza ético-moral y espiritual y tienen que ver con el ejercicio auténtico, veraz e insobornable de la responsabilidad personal y colectiva". 3) Lo que necesita la sociedad: la conversión de mi conciencia Señala lo que necesita la sociedad en este momento de crisis tan profunda: "Urge una conversión: conversión personal y conversión social y cultural; de algún modo, conversión política y jurídica. Conversión de las conciencias a la justicia y a la caridad". 4) Promover la justicia social Es contundente al reclamar un cambio de vida: "Hay que estar dispuestos, en la vida privada y en la pública, a volver no sólo a ´dar cada uno lo suyo´ -lo que le pertenece en términos de puro cálculo de intereses-, incluso a distribuir cargas y beneficios con una cierta y ponderada objetividad y a promover justicia social y solidaria- todo ello, imprescindible para asegurar un mínimo de moralidad en las relaciones económicas, sociales y políticas- sino que, además, hay que abrirse a una actitud guiada e impulsada por una virtud cualitativamente superior: la de la caridad". 5) Cambiar la conciencia Subraya que hay que superar los deberes señalados por Ley: "Hay que buscar aquellos bienes que no se pueden garantizar por ley: la justicia y la bondad de corazón, la rectitud de conciencia, la superación de los egoísmos personales y colectivos". 6) La clave es el amor "Hay que dar a Dios lo que es de Dios - dice Rouco- para poder dar al hombre lo que se le debe: los bienes materiales que le pertenecen por justicia; pero, sobre todo, el amor, sin el cual a la postre tampoco se es capaz interiormente de guardar y cumplir imparcialmente las exigencias de la justicia". Y ahora, para aquellos que tengan curiosidad, daré algo de contenido a eso que se llama amor, entendido, en clave cristiana, como “caridad”, la clave de toda esta historia. La caridad es el amor cristiano, es decir, el amor que Cristo mostró con su vida. La caridad se hace humana cuando Jesús da su mandamiento nuevo a los apóstoles y discípulos: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Cristo, el perfecto ejemplo de amor para los católicos, salva a los que todavía no creen en él, que muere por quienes son todavía sus enemigos. San Pablo habla del amor de Dios y nos deja ver cómo es la caridad. Muchos lo habréis escuchado en alguna boda, como se dice, “por la Iglesia”: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta". Y termina, "la caridad no dejará de existir". La caridad es la virtud teologal más importante, y es superior a cualquier otra virtud. “Caridad --en griego «ágape»; en latín «charitas»-- no significa ante todo el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lleva a entregarse a su vez al mismo Dios y al prójimo.” Benedicto XVI continua, “Nuestra respuesta a su amor tiene que ser entonces concreta, y tiene que expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención por las necesidades de todos. Son muchas y múltiples las formas de servicio que podemos ofrecer al prójimo en la vida de todos los días, si prestamos un poco de atención.” Hacerse la siguiente pregunta y comprometerse con su respuesta es, en mi opinión, el punto de inflexión entre la niñez y la madurez: ¿Sabes amar bien? ¿Has amado bien alguna vez? Para aquellos que quieran reflexionar sobre qué nos hará realmente felices, o si algo nos hará felices, me parece muy interesante escuchar qué dijo aquel del que tanto hablan los cristianos. Según dicen, las Bienaventuranzas que proclamó Jesús en El Sermón de la Montaña recogidas en el Evangelio es, si no el más fiel, uno de los más fieles retratos de Jesucristo que podamos tener y, en consecuencia, el modelo de vida más exacto que él mismo ha propuesto para ser felices. Las Bienaventuranzas estaban y están dirigidas a todas las personas por igual. Son, sencillamente, un programa a modo de invitación. Veamos cuáles son: Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por Rey. Dichosos los no violentos, porque ésos van a heredar la tierra. Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, Porque ésos van a ser saciados. Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda. Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos. Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por Rey. Es un pena que las críticas a los cristianos que no las viven desvíen de la pregunta de si esto hace o no feliz, de si el programa es o no convincente. De lo que no hay dudas es que las Bienaventuranzas se oponen, punto por punto, a las normas de vida y a la jerarquía de valores corrientes por el que se rige, en la práctica, el hombre de hoy: a nuestro apetito de riquezas, las bienaventuranzas oponen la pobreza; a nuestros instintos de fuerza, de violencia y de dominación de los demás, oponen la mansedumbre; a nuestra hambre de autoafirmación y a nuestra sed de disfrutar, oponen el hambre y sed de justicia; a nuestra dureza de corazón, oponen la misericordia; a nuestra susceptibilidad e inclinación al conflicto, oponen el espíritu de paz; a nuestra vanidad y a nuestra dependencia de la opinión ajena, oponen la libertad de los hijos, que no buscan su propia gloria, sino la del Padre (necesariamente, a través del prójimo).