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NARRATIVA
Diez años ya
JUANJO GUERENABARRENA *
C
* Salinas (Asturias), 1957. Licenciado en Filosofía y Letras.
ORRÍA el año 1981 cuando
un grupo de amantes del
teatro, gentes vinculadas a grupos
independientes que se habían inventado la Asociación Cultural Caballo de Bastos, fabricó el primer Festival de Teatro de Madrid. Eran
tiempos de sala Cadarso e informalidad estética; de urgente necesidad de encontrar un lugar cómodo
en la recién estrenada democracia,
mientras en Europa, las corrientes
teatrales de vanguardia vivían el
inicio de la madurez estética y política.
Por aquel entonces, que es un entonces muy cercano, pero lejanísimo,
el Odín, los locos esos de Eugenio
Barba, el discípulo de Grotowski,
estaban en lo mejor; Vittorio
Gas-sman sudaba en su bodega y se
exponía en solitario a los públicos
foráneos; Darío Fo, ya madurito,
era el eslabón perdido con la
juglaría; Tadeusz Kantor daba las
primeras vueltas a su memoria de
teatro de la muerte y aparecía
Wielopole,
Wielopole;
los
brasileños volvían loca a la
comunidad
teatral
con
Macunaima; se oían aún los ecos
del asunto Joglars/La Torna; apareció un proyecto teatral socialista; se
estrenaba Vade retro y el Álbum
familiar, se perdía en la transición el
gran
intento
del
«Gayo
valleca-no», etc., todo eso en poco
más de dos años.
Francisco Nieva.
La vida política se va estabilizando y el teatro, que es reflejo de la
sociedad de su tiempo, también.
No es que esto sea deseable en el arte, pero sí se hizo posible asistir a
las salas sin la urgencia de la contestación, y con una ligera elevación de los niveles de exigencia.
Aquella iniciativa de un Festival de
Madrid que trajera lo más interesante del panorama internacional
fue cuajando, fue haciéndose competente, rigurosa, hasta resultar
completamente bienvenida. Incluso cuando el público reaccionó con
su ausencia ante la creciente vulgaridad y el insistente aburguesamiento de la escena democrática, el
Festival Internacional de Madrid
sirvió para reconciliar al aficionado con ese suceso fugaz, sacrificial,
profundo y conmovedor que es el
teatro.
A partir del 7 de marzo, y hasta
el 25 del mismo mes, una excelente
muestra del mejor teatro mundial
se da cita en Madrid, cómo no,
dentro del Festival Internacional de
Teatro. Es su décimo aniversario,
tercero desde que el Ministerio de
Cultura, el Ayuntamiento y la Comunidad asumieron en triunvirato
la dirección del mejor espejo teatral
de la península, creado para la cultura por los voluntariosos locos de
la Caballo de Bastos. Y décima
edición de lujo, o poco menos. Diez
compañías, con un montaje cada
una, ocupan los teatros Español,
Comedia, Albéniz, Olimpia y Centro Cultural Galileo. Diez nombres,
entre los que se cuentan tres compañías españolas, que no siempre
los españoles han demostrado un
nivel como para compartir cartel
con los consagrados del exterior.
La compañía de títeres Deliciosa
Royala, la mejor de España en esta
especialidad artística, presenta en
el Centro Cultura Galileo, a partir
del 13 de marzo, su último trabajo:
¿Adonde...! El grupo «La
Tartana», decano de un teatro visual, a menudo marionetístico, que
últimamente está arriesgando con
textos de dramaturgos contemporáneos y difíciles, se presenta en la
sala Olimpia con Otoño. Bajo la
batuta de Carlos Marqueríe, La
Tartana empezó siendo un grupo de
teatro de títeres, concebidos éstos
como esculturas en movimiento.
Después de sus primeros trabajos,
comenzaron a utilizar la palabra en
su espectáculo Ciudad irreal, sobre
textos de T. S. Eliot, Kavafis y
Handke. Poco después, en Última
toma, el autor fue Leopoldo Alas.
Luego llegaron Müller y el reconocimiento global de la crítica y el público, hasta este Otoño, cuya autoría
recae en el propio Carlos Marqueríe, líder indiscutible del grupo.
Y para terminar con la participación española, el nombre más importante de la tripleta, y también el
más olvidado en las programaciones habituales de nuestros teatros:
Francisco Nieva. El Teatro Albéniz
acoge El baile de los ardientes. El
teatro de Nieva se reconoce ya desde los títulos. Nunca habla desde el
realismo,
nunca
desde
la
cotidianei-dad, quizá porque Nieva
no vive los días como el resto de
los mortales ni le llama la atención
el garbance-río; acostumbra a
hablar desde la carne, desde el
jolgorio del cuerpo y el
desequilibrio de las pasiones. Es
un teatro molesto porque no tiene
corolarios ni premisas. Tiene los
contenidos inexplicables que perseveran en el lado inexplicable de las
personas, el más humano, el dominado por Dionisio. Para hablar de
Penteo ya está todo el otro teatro,
el normal, el ordenado y el bello.
Nieva se somete a las versiones contemporáneas del esperpento; debería estar cada temporada en, por lo
menos, un teatro. No está, pero este
Festival de Madrid, diez años ya, se
acuerda y lo programa. Hora iba
siendo.
Si la oferta nacional promete, la
internacional apabulla. Peter Brook,
el maestro más grande; Peter Stein,
lo más florido de la Europa poderosa; Ingmar Bergmann, el viejo
profesor, la obsesión de Woody
Alien, el dominio del primer plano,
y Adrej Wajda, es decir, el trabajo
sobre el actor, la desposesión del intérprete. Junto a estos cuatro enormes creadores, un quinto, y por lo
tanto bueno, que a poca distancia
histórica corre la senda de los grandes: Alfredo Arias, argentino y
francés, que abre el Festival Internacional de Madrid con Familia de
artistas, producida por el Centro
Dramático
Nacional
Théátre
D'Au-bervilliers, París, que Arias
dirige. Esta Familia de artistas, una
reflexión argentina en la peculiar
diás-pora de ese pueblo castigado, se
verá en el teatro Albéniz.
Bergmann,
es
decir,
el
Kunglin-ga Dramatiska Teatern, el
legendario Dramaten, ponen en
escena Casa de muñecas, de Ibsen.
La sede será el teatro Español; la
cita, el 14 de marzo. Ibsen, es
decir, el máximo exponente del
naturalismo, una vez concluida su
etapa romántica
de Catilina o La noche de San
Juan, abre con Casa de muñecas
una especie de modelo del drama
burgués naturalista, en el que da la
vuelta al calcetín estrecho de la sociedad de su tiempo. El tema de los
conflictos entre generaciones y la situación de la mujer en la sociedad,
esto es, su etapa más cercana, más
llamativa, entre sus dos intentos
simbolistas-filosóficos (Peter Gynt,
como ejemplo del primer intento,
y John Gabriel Borkmann, como
ejemplo del segundo), es lo que nos
trae Bergmann a Madrid. Aquí
comprobaremos que el naturalismo
no es escuela que triunfe entre nuestros actores. Como ya ocurrió con
el montaje de Bergmann sobre La
señorita Julia, hay algo que aprender del trabajo que por ahí fuera se
hace desde Stanislavski hasta nuestros días.
Peter Stein, director vinculado a
la Schaubüchne de Berlín, viene a
Madrid con el Teatro Stabile di Genova (Italia). La obra es Tito
An-drónico, de Shakespeare, que el
espectador aficionado pudo ver en
la pasada edición de este mismo
Festival, en montaje de la Roy al
Sha-kesperare Company, dirigido
por Deborah Warner. Stein,
siempre preocupado por los
aspectos expresivos del actor, por la
acción de sus cuerpos y la
importancia del movimiento, se
enfrenta a la tragedia de la
venganza que es Tito Andróni-co.
La desmesura de la obra de
Shakespeare puede ser el material
ideal para la potencia del director
germano. Será en el teatro Español,
el día 22 de marzo.
Wajda ya ha estado en el Festival Internacional de Madrid. Fue
hace cinco años, también con el
Stary Teatr de Polonia. En aquella
ocasión, el público madrileño
creyó entender el polaco cuando
esos increíbles actores incorporaron
Crimen y castigo primero, y unas
improvisaciones sobre Nastasha
Fi-lipovna después. Su meticuloso
tra-
bajo con los actores es el centro de
su opción artística, que en este caso
versa sobre el Hamlet de Shakespeare. Hamlet IV es el título del
montaje de Wajda, porque es la
cuarta vez que se enfrenta a este
texto, y porque no es todo Hamlet,
sino un acercamiento desde el supuesto imaginario de que Hamlet
es el actor y el actor es Hamlet. Toda una promesa que se celebra en
la sala Olimpia.
Y Peter Brook. El mejor, el más
grande de los directores de teatro
vivos. Madrid vivió grandes momentos con el Mahabharata que
Brook dirigió hace unos años, dentro del Festival de Otoño. Fueron
diez horas de teatro continuo, altísimo, profundo y espectacular.
Aquel regalo fue una meta para su
director. Hoy, para demostrar que se
puede hacer arte con lo grande, pero
también con lo pequeño, con la
austeridad del espacio vacío (reflexión permanente de Peter Brook),
se presenta en Madrid con Woza
Albert. En el teatro de Bouffes du
Nord, en el boulevard de la
Cha-pelle, París, Brook tiene un
centro internacional de creaciones
teatrales. De ahí salió el
Mahabharata, y de ahí ha salido
este espectáculo de pequeño
formato, estimulado por la tensa y
dolorosa situación que se vive en
Suráfrica. Woza, quiere decir
¡Levántate!. Albert es Albert
Luthuli, pero es todos los héroes
negros de África. La obra parte de
un supuesto fantástico que habla de
la nueva llegada de Cristo, llamado aquí Jesús Morena. Si llegara,
dicen, no resucitaría a Lázaro, sino
a los héroes negros; a Lázaro ya lo
resucitó una vez. Ahora es preciso
ayudar a África.
Dos actores negros, excelentes,
un espacio completamente vacío,
un cubo de basura, un periódico y
unas batas sencillas componen todo
el vestuario y la escenografía. Sencillísimo, el espectáculo se desarrolla uniendo diferentes situaciones
de comedia, distintos momentos de
la cotidianeidad de Suráfrica, sin
eludir la ironía ni el humor. Sólo
texto y sólo actor; pero detrás, un
gran director que también sabe
crear, y cómo, sin signos externos
aparentes.
La oferta del décimo Festival Internacional de Teatro de Madrid se
completa con la compañía norteamericana Living Arts, que presenta
Ester, un vodevil Meguilá, y el
grupo francés Compañpiua Mario
González, con Clowns. Se cubre así
un completo panorama del teatro
internacional, que viene a traer un
poco de oxígeno a la enmohecida
cartelera capitalina, presa en el escaparate oficial, en la ridiculez comercial o en la falta de criterio de
los nuevos equipos.
F
Festival Internacional
de Teatro.