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La “Guerra Grande” (1839 - 1851) y el “Sitio Grande”
Segunda Presidencia de Rivera.
Rivera entró en Montevideo el 11 de noviembre de 1838. La Presidencia de la
República era ejercida en carácter interino por el Presidente de la Asamblea
General Gabriel Antonio Pereira, luego de que Oribe hubiera solicitado una
licencia y devuelto a la Asamblea la autoridad presidencial; para dirigirse a
Buenos Aires y reunirse con su aliado el Gobernador Rosas, a fin de obtener su
apoyo militar para recuperar el gobierno del Uruguay.
De inmediato, se convocó a elegir una nueva Asamblea General. Las elecciones
tuvieron lugar a fines de diciembre. La nueva Asamblea resolvió declarar la
guerra al Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, y eligió a Rivera
como Presidente de la República por el período constitucional que comenzaba el 1º
de marzo de 1839. Rivera, prestamente firmó un tratado de alianza ofensiva y
defensiva con la Provincia de Corrientes.
Había comenzado la Guerra Grande.
La Guerra Grande.
Con el nombre de “La Guerra Grande“ se conoce históricamente el extenso
conflicto ocurrido en los países del Río de la Plata entre 1839 y 1851.
Fue esencialmente una guerra civil, interna, en el cual estuvieron involucrados
bandos políticos opuestos de la Argentina y el Uruguay, pero también
intervinieron Francia, Inglaterra, el Imperio del Brasil y especialmente las fuerzas
italianas comandadas por José Garibaldi.
Los bandos fueron, por un lado, el partido de los federales que encabezaba el
Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, del cual fue aliado el
Presidente uruguayo Manuel Oribe encabezando el “partido blanco”; al mismo
tiempo que sus rivales argentinos, el partido de los unitarios encabezado por el
Gral. Juan Lavalle, tuvieron como aliados a los “colorados” del Uruguay.
Los motivos de la guerra fueron varios. Había en la Argentina un gran
enfrentamiento entre la concepción de los unitarios y aquella de los federales, que
ya venía del tiempo de la Junta de Mayo de 1810; y en el que en gran medida
Artigas quedó inscripto en la corriente federalista, habiendo llegado a ser líder de
ella, al menos en cierta época. Pero el federalismo de la época de Rosas era un
concepto muy distinto del de la época de Artigas.
La evolución histórica argentina, había originado un enfrentamiento político en el
cual por una parte aparecía al frente del partido “federal” Juan Manuel de Rosas,
que gobernaba desde Buenos Aires con mano férrea y métodos violentos. En el
partido “unitario”, entre sus más destacados hombres, figuraba Domingo Faustino
Sarmiento; que promovió la contraposición entre la concepción de que el partido
unitario representaba la civilización, mientras el federalismo era una expresión de
barbarie.
Además, los federales se presentaban como defensores del nacionalismo argentino;
mientras acusaban a los unitarios de querer favorecer a los poderes extranjeros,
especialmente Francia e Inglaterra.
Cada uno de los beligerantes, hizo alianzas con países extranjeros. En el sur del
Brasil - que también estaba en una etapa de consolidación como país - existía un
fuerte movimiento político y revolucionario contra el gobierno central de Río de
Janeiro, los “Bandeirantes”, separatistas que habían constituído en la zona de los
Estados de Río Grande del Sur y Santa Catalina, la “República Farroupilha de
Piratiní”. Éstos, por diversas razones, también intervinieron en la contienda
platense; lo que a su vez determinó la intervención del Gobierno del Imperio del
Brasil.
Especialmente en la Argentina, el conflicto fue un enfrentamiento entre Buenos
Aires y las Provincias; con la particularidad que a veces resulta difícil de
comprender, de que el centralista Buenos Aires proclamaba el federalismo,
mientras el partido unitario era más fuerte en las Provincias. En realidad, uno de
los fundamentos de la rivalidad entre federales y unitarios, consistía en que los
federales trataban de mantener la hegemonía de Buenos Aires y consecuentemente
el predominio de su puerto para el comercio; en tanto que los unitarios
sustentaban la libertad de comerciar a través de los grandes ríos de la
mesopotamia argentina.
En el Uruguay, a consecuencia de las alianzas basadas en las circunstancias
militares y de otros factores, el conflicto argentino entre federales y unitarios, vino
a resultar en una guerra entre “blancos” y “colorados”; que, en definitiva,
representó una expresión de la rivalidad originaria entre Rivera y Lavalleja, en
esta época convertida en confrontación entre Rivera y Oribe. Los blancos tuvieron
por aliados a los federales y a Rosas; en tanto que los colorados fueron apoyados
por los unitarios, primero liderados por el Gral. Juan Lavalle y finalmente por el
Gral. Justo José de Urquiza que durante casi todo el conflicto fuera aliado de
Rosas, pero finalmente se volvió en su contra.
La guerra grande mostró asimismo al Imperio del Brasil siguiendo una política
que implicaba renunciar a sus pretensiones del dominio total sobre el territorio del
Uruguay, a cambio de consolidar sus fronteras del sur ocupando definitivamente
las Misiones orientales; al mismo tiempo que impedir una influencia argentina
sobre el territorio de la Banda Oriental.
Los bandos enfrentados
La evolución de la situación militar en el Uruguay, determinó que el país
quedara de hecho divido entre dos gobiernos.
En cierta medida, ésa había sido una situación de hecho preexistente desde 1825;
emergente de la radicación en Montevideo de los órganos de autoridad
constitucional; pero con la persistencia en la campaña de un centro de poder
esencialmente militar aunque también político, desde la creación del cargo de
Comandante General de la Campaña. Ese cargo había sido, originariamente
desempeñado por Rivera durante el gobierno de Rondeau en tiempos de la
Asamblea Constituyente, para equilibrar el poder que ejercía Lavalleja como
Comandante del Ejército; había resurgido en 1834 para ser nuevamente ejercido
por Rivera durante los primeros tiempos de la Presidencia de Oribe; y su
supresión y restablecimiento había sido una de las circunstancias determinantes de
la revolución de Rivera de 1836.
Después del triunfo de esa Revolución de 1836 promovida por Rivera — y de su
instalación en Montevideo — allí quedó centrado el gobierno “colorado”; en tanto
la campaña, donde operaba el ejército comandado por Oribe, vino a convertirse en
el núcleo del poder de los “blancos”.
Por una parte los “blancos”, que se consideraban gobierno legítimo porque Oribe
— que había sido designado Presidente constitucional de la República — nunca
había renunciado, ejercían autoridad prácticamente sobre todo el territorio,
mediante su Gobierno instalado en el Cerrito de la Victoria; muy cercano a
Montevideo (y actualmente integrado a la ciudad), por lo que se le conoce como el
“el gobierno del Cerrito”.
En la ciudad de Montevideo — que se encontraba sitiada por las fuerzas al mando
de Oribe provistas fundamentalmente por su aliado Juan Manuel de Rosas, el
Gobernador de Buenos Aires — estaba el “el gobierno de la Defensa”, encabezado
por Joaquín Suárez, Presidente del Senado designado Presidente de la República
interinamente, debido a que Rivera — consecuente con su personalidad — había
decidido ponerse al frente de sus tropas en Entre Ríos.
Al mismo tiempo, los intereses marítimos de las potencias europeas,
especialmente Inglaterra y Francia, se expresaban en su tesis de que el Río de la
Plata era un mar internacional, abierto por lo tanto a la libertad de navegación.
Con ello, seguían la doctrina establecida en la Conferencia de Viena al término de
las Guerras Napoleónicas, que había declarado la libertad de navegación de los
grandes ríos.
Este concepto, en el transcurso de la Guerra Grande, fue extendido, especialmente
por los franceses; que sostuvieron que también los ríos interiores de la
mesopotamia argentina eran de navegación libre. Esto, naturalmente, convenía a
los intereses provinciales argentinos; que procuraban no verse sujetos para la
exportación de su producción — sobre todo de origen ganadero — al dominio de
los saladeros de Buenos Aires, que monopolizaban ese puerto, del más importante
de los cuales el Gobernador Juan Manuel de Rosas era copropietario.
Juan Manuel de Rosas había llegado a ser un poderoso ganadero en la Provincia
de Buenos Aires; y había reclutado un verdadero ejército propio, que comenzó
empleando para contener a los indios de la pampa para poder explotar el ganado.
Asociado con otros importantes ganaderos, instalaron en la zona del puerto de
Buenos Aires los saladeros que procesaban la carne para exportar; llegando a
tener una flota de barcos propios para ello. Asimismo, como tenían que llevar la
sal desde la Patagonia donde abundaba, no solamente utilizaron sus milicias
privadas para combatir a los indios, sino que utilizaron barcos propios para
transportarla. Esto afectaba los intereses de los países compradores del tasajo carne conservada mediante la salazón - que pretendían transportarla en sus
propios barcos.
Más adelante, cuando Rosas alcanzó el poder político supremo en Buenos Aires, su
milicia se transformó en un instrumento político, conocido como “la mazorca”; con
el cual perseguía implacablemente a todos los enemigos políticos. Es proverbial
que durante su gobierno, la “la mazorca” patrullaba por las noches las calles de
Buenos Aires al grito de “¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los salvajes
unitarios!”
En consecuencia, los enfrentamientos de intereses se mezclaron con las
concepciones políticas de quienes pretendían explotar las riquezas ganaderas en
forma monopólica — incluso contrariando los intereses de Inglaterra y Francia
que eran los compradores y transportadores — contra los que pretendían
liberalizar el comercio y como consecuencia la navegacion de los ríos.
A esa división, se superponía la división entre los caudillos políticos de origen
terrateniente (como eran el propio Rosas y también Urquiza), por un lado; y los
“doctores”, políticos de origen urbano, ilustrados, educados en estilo europeo, que
propiciaban lo que se planteaba como el camino del progreso y la civilización, de
los cuales el tucumano Domingo Faustino Sarmiento fue uno de sus principales
expositores.
El Imperio del Brasil, había visto afectado su objetivo de ejercer poder sobre los
territorios costeros del alto Uruguay, luego de la derrota infligida por Rivera en las
Misiones. Pero aunque finalmente habían recuperado ese territorio del cual Rivera
se había retirado para volver hacia el sur; tenía un marcado interés en consolidar
su dominio sobre los territorios de su frontera sur, donde el movimiento
separatista de los “bandeirantes” — que pretendían independizar el sur del Brasil
del gobierno de Río de Janeiro — desafiaba su autoridad haciendo frecuentes
alianzas, especialmente con Rivera y luego, en cierto modo por su intermedio, con
los Gobernadores de Corrientes y Santa Fé. Ese fue un factor determinante de la
política brasileña durante la guerra grande.
Un componente particular en esta guerra, fue la presencia de José Garibaldi al
frente de la brigada italiana de los “camisas rojas”, combatiendo del lado de los
colorados y enfrentado a los federales de Rosas y los blancos de Oribe.
Garibaldi era un personaje muy especial, que había surgido en Italia como
guerrillero en momentos en que en la península italiana se procesaba lo que
finalmente llegó a ser la unidad italiana, con una gran enfrentamiento entre los
monárquicos que apoyaban a la Casa de Saboya, y los que pueden considerarse
“republicanos” pero que esencialmente eran antimonárquicos y anticlericales,
entre los que militaba Garibaldi.
En años previos, Garibaldi había llegado al sur del Brasil, y se había incorporado
al movimiento de los “Bandeirantes”, luchando al servicio de la República
Farroupilha — cuyos líderes eran aliados de Rivera — especialmente en la guerra
naval contra las fuerzas del Imperio del Brasil.
El sitio grande
Entre 1839 y 1843, el conflicto se desarrolló principalmente en el territorio
actual de la Argentina. En esa etapa, Oribe — alejado de la Presidencia del
Uruguay — fue el jefe del Ejército federalista de la Confederación, de varias
provincias argentinas encabezada por Buenos Aires regida por Juan Manuel de
Rosas; mientras que el ejército unitario era comandado por el General Juan
Lavalle, y cuyo dominio territorial eran las provincias mesopotámicas, excepto
Entre Ríos que gobernaba el Gral. Urquiza, por entonces aliado de Rosas.
A fines de marzo de 1839, las fuerzas unitarias conducidas por el Gobernador de
Corrientes Berón de Astrada, había sufrido una derrota militar en Pago Largo,
frente al ejército federal comandado por el General Pascual Echagüe. Éste cruzó
entonces el río Uruguay, para ser derrotado por las fuerzas al mando de Rivera, en
la batalla de Cagancha, el 19 de diciembre de 1839.
Entretanto, en setiembre de 1839, utilizando las naves francesas — y contra la
opinión de Rivera que sin duda las prefería custodiando a Montevideo — el Gral.
Juan Lavalle había llevado sus tropas a Entre Ríos, aliada de Rosas. Allí mantuvo
diversos combates que lo determinaron a trasladarse a Corrientes y a Santa Fé;
hasta que finalmente fue derrotado por el ejército de la Confederación,
comandado por Oribe, en las batallas de Quebracho el 28 de noviembre de 1839 y
de Famaillá el 19 de setiembre de 1841, donde Lavalle fue perseguido por una
patrulla rosista, que finalmente le dio muerte.
Sin embargo, el rosista Gobernador de Entre Ríos Echagüe fue derrotado el 28 de
noviembre de 1841 por el unitario Gral. José María Paz, en la batalla de
Caaguazú; lo que tuvo como consecuencia que asumiera como Gobernador de
aquella provincia el Gral. Justo José de Urquiza. El Gral. Paz organizó entonces
una reunión en Paraná con la participación de los Gobernadores de Corrientes, de
Santa Fé, y Rivera como Presidente del Uruguay. Al convenir en la continuación
de la guerra contra la Confederación, y organizar en abril de 1842 la denominada
la Coalición del Norte; se comprometieron además en conformar luego de la
derrota de Rosas, un nuevo Estado que se denominaba como el Uruguay Mayor, en
que se incorporaría la República Farroupilha de Piratiní gobernada por Bentos
Gonçalvez en Río Grande del Sur.
Rivera, enterado de que Oribe se encontraba en la provincia de Entre Ríos y
confiando en una información falsa de que sus tropas se encontraban muy
debilitadas, se puso al frente de un ejército conjunto de unos 8.000 hombres entre
orientales, correntinos, santafecinos y entrerrianos. Las fuerzas al mando de Oribe
eran equivalentes. La batalla se trabó el 6 de diciembre de 1842 en Arroyo
Grande; y en ella la victoria de las fuerzas rosistas fue total. Rivera apenas si logró
escapar, llegando a Montevideo; desde donde volvió a tratar de detener a las
fuerzas de Oribe, pero fue nuevamente derrotado en India Muerta, debiendo
refugiarse en el sur del Brasil.
Oribe había quedado al frente de un poderoso ejército triufante, compuesto por
argentinos y orientales, sin oposición posible a su invasión del Uruguay. Sin
embargo, demoró alrededor de dos meses en llegar a Montevideo y ponerle sitio, el
que se inició el 16 de febrero de 1843.
Entre 1843 y 1851, tuvo entonces lugar el llamado “Sitio Grande”, en que las
fuerzas de Oribe sitiaron Montevideo, lo que le valió que se la denominara “la
nueva Troya”, por emular el legendario sitio de la antigua ciudad de Troya, en la
época homérica. Con el nombre de “Montevideo o una nueva Troya” se publicó en
París, por esos años, una novela firmada por el famoso escritor francés Alejandro
Dumas (hijo); aunque algunos consideran que su verdadero autor haya sido el
Gral. Melchor Pacheco y Obes, que en esa época fue Embajador del Uruguay en
Francia.
Sin embargo, establecido el sitio, de hecho la situación militar fue muy equilibrada,
y por largos períodos convivieron el Gobierno de la Defensa en Montevideo,
encabezado por Joaquín Suárez y comunicado al exterior a través del puerto, con
el Gobierno del Cerrito, encabezado por Oribe y que dominaba el territorio del
interior del país.
En la realidad de los hechos, la situación militar durante el Sitio Grande no se
caracterizó por la abundancia ni por la intensidad de enfrentamientos bélicos.
En un primer momento, Rosas — que disponía de una escuadra comandada por el
Almirante Brown, que tenía bastante dominio de los ríos de la mesopotamia
argentina y la desembocadura del Plata — trató de apoyar el sitio de Montevideo
mediante un bloqueo naval. Sin embargo, el verdadero dominio naval del Plata
estaba en manos de las flotas francesa y sobre todo inglesa; por lo cual el
pretendido bloqueo no pudo hacerse efectivo. Los barcos franceses e ingleses
efectuaban un intenso tráfico comercial; tanto con la sitiada Montevideo a través
de su propio puerto, como con el resto del territorio y el Gobierno del Cerrito, a
través del cercano Puerto de El Buceo, desde el cual las mercancías salían por el
Camino del Comercio, hacia la Villa de la Restauración (actual barrio de La
Unión) — que surgió en el cruce del Camino del Comercio con el Camino a
Maldonado, y cuya plaza e Iglesia subsisten a corta distancia de ese cruce — y
hacia el interior del país.
No hubo prácticamente acciones militares dirigidas, ni a tomar por asalto la
ciudad sitiada, ni a procurar el levantamiento del sitio; sino algunos combates
iniciales cuyo resultado fue fijar las posiciones de ambos bandos. El sitio no
obstaba a que muchas personas civiles pudieran reunirse en lugares del territorio
intermedio entre ambos bandos, ni que otros continuaran residiendo en casas de
campo situadas en él. Tal vez el caso más notable haya sido el del Presbítero
Dámaso Antonio Larrañaga, quien vivía en una propiedad rural sobre el arroyo
Miguelete bien cerca del Cerrito, pero semanalmente iba a Montevideo donde
oficiaba la misa en la Iglesia Matriz. Cuando falleció, el 16 de febrero de 1848, su
velatorio y sepultura se llevaron a cabo pacíficamente, y con participación de
pobladores de los territorios de sitiados y sitiadores.
Los Gobiernos durante el sitio grande
Separados por pocos quilómetros de distancia, los Gobiernos del Cerrito y de la
Defensa funcionaron administrativa y políticamente casi como si el sitio no
existiera.
El Gobierno de la Defensa se había instalado a partir del 1º de marzo de 1839,
con Rivera como Presidente por el período que continuaba el mandato originario
de Oribe, que debía finalizar en 1843. La situación militar llevó a Rivera a tomar el
mando de las tropas en operaciones, por lo cual la Presidencia quedó
interinamente a cargo del Presidente del Senado, Joaquín Suárez.
Pero, al finalizar el mandato originario de Rivera, la situación militar hacía
imposible efectuar elecciones y renovar la Asamblea General. En consecuencia, se
optó por integrar en sustitución de la Cámara de Diputados y del Senado, una
llamada Asamblea de Notables y un Consejo de Estado; los cuales fueron
integrados por nombramiento directo del Presidente. Al mismo tiempo, el
interinado de Joaquín Suárez quedó indefinidamente prorrogado, hasta el fin de la
guerra; de tal manera que en definitiva Suárez fue Presidente interino durante 8
años.
Joaquín Suárez era un ciudadano de modesta condición que, cuando finalizó su
mandato como Presidente interino, rechazó el ofrecimiento de serle compensados
sus servicios como tal, con su célebre expresión. “Yo no le cobro cuentas a mi
Patria”.
Para que no quedara en la indigencia, el Estado le asignó una menguada pensión
graciable, con la cual vivió modestísimamente, hasta su muerte.
Internamente, la ausencia de Rivera — primero en la conducción de los ejércitos y
luego por sus derrotas de Arroyo Grande y de India Muerta — dejó al Gobierno
de la Defensa sin un firme conductor, a falta de otra fuerte personalidad política y
militar. En consecuencia, no existió posibilidad de de tratar de superar la situación
resultante del sitio; que, por otra parte y como se ha señalado no perturbaba
demasiado el desenvolvimiento de la vida normal en la ciudad sitiada y sus
aledaños.
Desde el punto de vista administrativo, el Gobierno de la Defensa dictó algunas
medidas legislativas; la más importante de las cuales fue una ley de 1842 de
abolición de la esclavitud de aplicación parcial, que de hecho beneficiaba sólo a los
hombres que se incorporaran al ejército.
Los integrantes de la Asamblea y del Consejo de Estado ejercieron sus cargos con
responsabilidad. En general, se preocuparon por la vigencia de las libertades; así
como, siendo representativos de los sectores más cultos de la población,
propugnaban el logro de un progreso civil y político siguiendo el modelo europeo.
El Gobierno del Cerrito fundaba su legitimidad jurídica e institucional en la
continuidad de la Asamblea General del período presidencial de Oribe; cuya
calidad de Presidente de la República se sustentaba en la consideración de que
nunca había renunciado, y había sido sustituído por Rivera mediante la fuerza de
las armas.
Disponiendo de acceso a los territorios del interior del país, estuvo en condiciones
de hacer algunas elecciones, que estuvieron dirigidas a recomponer los cargos de
aquella Asamblea que por diversos motivos quedaban vacantes. La autoridad de
Oribe se sustentaba formalmente en la prórroga de su calidad de Presidente
contitucional, hasta tanto fuera posible sustituirlo normalmente.
En los hechos, su autoridad se fundaba en su ascendiente como caudillo; que,
aunque ejercida con cierta moderación, no dejó de tener manifestaciones de
autoritarismo que le enfrentaron más de una vez con algunas personalidades
políticas de su propio bando, pero de formación más culta y concepciones liberales;
tales como Eduardo Acevedo (notable escritor de novelas históricas), el futuro
Presidente Francisco J. Giró o el experimentado político Dr. Bernardo P. Berro
(también futuro Presidente), hombres que consideraban plenamente legítima su
causa, que identificaban con la preservación del orden institucional y
constitucional del país.
En lo económico, el Gobierno del Cerrito pudo atender razonablemente el
desenvolvimiento del territorio bajo su autoridad, mediante el comercio efectuado
por el Puerto del Buceo — una pequeña bahía muy cercana al puerto de
Montevideo — en que las mercaderías transportadas por los buques ingleses y
franceses generaban recaudación fiscal en la Aduana allí establecida (cuyo edificio
se mantiene en pie como Museo).
También promulgó una ley de abolición de la esclavitud, que de hecho tuvo más
efectividad que su similar implantada por el Gobierno de la Defensa. Desde el
punto de vista internacional, a pesar de su dependencia militar respecto del
Gobierno de Rosas, se caracterizó por no admitir los intentos de sus diplomáticos o
jefes militares de inmiscuirse en los asuntos internos del Uruguay.
El fin de la guerra grande
Al acercarse a Montevideo las tropas al mando de Oribe, las autoridades del
Gobierno de la Defensa se aprestaron a afrontarlas, instalando fortificaciones en
sus alrededores. Luego de algunos combates, las líneas se estabilizaron a buena
distancia de las murallas, permitiendo a los sitiados disponer de tierras de cultivo
para abastecerse de alimentos frescos.
En realidad, en el período del sitio grande el teatro de la guerra fue
principalmente la zona al norte del río Negro.
Luego de su derrota en Arroyo Grande, imposibilitado de otro tipo de
enfrentamientos con el ejército de Oribe, Rivera realizó una campaña de
hostigamiento, basada en una gran movilidad de sus fuerzas a las que reunía en un
punto para combatir y luego volvía a dispersar. Pero finalmente, con el apoyo de
Urquiza - en esa época aliado de Rosas - Oribe consiguió derrotar definitivamente
a Rivera en la batalla de India Muerta, el 27 de marzo de 1845, debiendo Rivera
refugiarse en el territorio brasileño de Río Grande del Sur. A esas alturas los
farrapos habían sido derrotados por las fuerzas imperiales que comandaba el
Barón de Caxías, con lo cual Rivera fue llevado a Río de Janeiro.
El curso de la guerra se vio entonces alterado por las maniobras diplomáticas. La
alianza de la Coalición del Norte que integrara Rivera, con los farrapos de Río
Grande del Sur, había aproximado al Imperio de Brasil con el Gobiernador de
Buenos Aires, Rosas, con el objetivo de expulsar a Rivera del Uruguay. Pero
cuando ello pareció obtenido y el triunfo de Oribe permitía a Rosas suponer que
tendría un predominio en el Uruguay — en tanto que el Imperio había derrotado a
los farrapos — el Brasil — con el propósito de no permitir una gran influencia
argentina en el Uruguay — varió su política respecto de Rosas, y se puso de
acuerdo con Francia e Inglaterra para su intervención conjunta en el Río de la
Plata. Las potencias europeas, sin embargo decidieron intervenir en contra de
Rosas, pero sin la participación del Brasil; enviando al Plata una poderosa fuerza
naval que operó en el estuario y en los ríos interiores durante los años siguientes de
la guerra.
El auxilio de la flota francesa permitió entonces al Gobierno de la Defensa
emprender algunas acciones militares, como la toma de Colonia en agosto de 1845
por la expedición comandada por Garibaldi; y su avance hacia Salto, para tratar
de reunirse con los remanentes de las fuerzas de Rivera ahora bajo el mando del
Gral. Anacleto Medina; lo que originó el combate de San Antonio, con las tropas
oribistas comandadas por el Gral. Servando Gómez, el 8 de febrero de 1846.
Debido a la nueva posición asumida por el Brasil respecto de Rosas, Rivera — que
además ya había tenido anteriormente buenas relaciones con el gobierno brasileño
— logró regresar desde el Brasil a Montevideo en 1846, y asumiendo de inmediato
el mando político y militar, se puso al frente del ejército que operaba en Colonia,
logrando tomar Mercedes y ocupando Paysandú el 26 de diciembre de 1846.
Rivera procuró entonces alcanzar un entendimiento directo con Oribe, a quien
propuso unas bases de acuerdo prescindiendo de las fuerzas extranjeras. Pero fue
desautorizado por el Gobierno de Montevideo; y derrotadas sus fuerzas por las de
Oribe en un combate en el Cerro de las Ánimas (sierras de Minas) en enero de
1847; lo que determinó que debiera refugiarse nuevamente en el Brasil, desde
donde regresaría recién en 1854 para participar en el Triunvirato, lo que se frustró
por su fallecimiento durante el viaje.
En el Uruguay, la guerra grande y el sitio de Montevideo terminaron como
consecuencia de los cambios ocurridos en el campo militar de la Confederación del
Gobernador Juan Manuel de Rosas; y de las gestiones diplomáticas del Gobierno
de la Defensa ante el Imperio del Brasil, a cargo de Andrés Lamas.
Si bien el Gobierno de Buenos Aires proclamaba la soberanía argentina sobre los
ríos interiores como una cuestión de honor nacional, en la práctica ello significaba
la preservación del monopolio exportador de Buenos Aires; donde Rosas y sus
socios comerciales dominaban todo lo relativo al comercio del tasajo. Esa situación
afectaba los intereses de los ganaderos mesopotámicos, uno de los más importantes
entre los cuales había llegado a ser el Gral. Justo José de Urquiza, convertido en
Gobernador de Entre Ríos. Urquiza se malquistó con Rosas, debido al
establecimiento de impuestos sobre las exportaciones de sus ganados a través del
puerto de Buenos Aires.
En tales condiciones, las gestiones diplomáticas del Gobierno de la Defensa
encontraron su oportunidad al establecerse una alianza de Urquiza con el Imperio
del Brasil; con la finalidad de derrocar a Rosas. La política del Brasil, una vez
derrotados los farrapos, se centró en evitar toda posibilidad de una influencia
dominante argentina sobre el Uruguay; y en consolidar su dominio en la frontera
norte del Uruguay sobre los territorios de las Misiones Orientales, que venía
disputando desde el Tratado de San Ildefonso de 1777.
Reconocido por el Brasil como el gobierno legítimo del Uruguay, el Gobierno de
la Defensa suscribió en Montevideo el 29 de mayo de 1851 un Tratado de alianza
defensiva y ofensiva con el Imperio del Brasil, y con el Gobierno de la Provincia de
Entre Ríos ejercido por Urquiza; cuyos fines eran expulsar definitivamente del
Uruguay a las fuerzas argentinas al mando de Oribe, con el apoyo de las fuerzas de
Urquiza y del Imperio brasileño. Andrés Lamas había conseguido en Río de
Janeiro el apoyo imperial, a cambio del compromiso de suscribir cinco tratados
muy favorables a los intereses brasileños, entre ellos el que reconocía su
jurisdicción al norte del río Cuareim, el de devolución de esclavos huídos desde el
Brasil, y el de pago de una deuda de guerra en compensación de los auxilios
militares a recibir.
Urquiza ingresó al Uruguay el 19 de julio de 1851 cruzando el río Uruguay a la
altura de Paysandú; mientras otros contingentes al mando del ahora Gral. Eugenio
Garzón (antiguo hombre de confianza de Oribe que había cambiado de bando) lo
hicieron a la altura de Concordia. Otros ex-oficiales oribistas se sumaron a las
fuerzas invasoras en Paysandú, entre ellos Servando Gómez y Lucas Píriz. El 4 de
setiembre, ingresó por Santa Ana do Livramento una fuerza brasileña comandada
por el Barón de Caxías, compuesta de 13.000 hombres; en tanto que una flota
brasileña bloqueaba los ríos Uruguay y Paraná. Oribe, comprendiendo la
inutilidad de toda resistencia, se retiró del Cerrito y envió un emisario para
negociar un armisticio con Urquiza.
Así surgió el tratado conocido como “La Paz de Octubre” firmado el 8 de ese
mes de 1851, que puso fin a la guerra grande en el Uruguay. Sus puntos
fundamentales — bastante similares a las bases propuestas por Rivera a Oribe en
1847 — fueron:






Se reconocía la autoridad del Gobierno de la Defensa sobre todo el
territorio del Uruguay.
Oribe quedaba en total libertad.
Se declaraban jurídicamente válidos todos los actos del Gobierno del
Cerrito, y se reconocían sus deudas como deudas del Estado.
Se eximía a todos los orientales de responsabilidad por su participación en
la guerra en cualquier bando, y se les reconocía a todos como
absolutamente iguales ante la ley.
Se reconocía que ambos bandos habían actuado en defensa de la
independencia oriental frente a los gobiernos extranjeros; y se declaraba
que la guerra terminaba “sin vencidos ni vencedores”.
El Gobierno se comprometía a convocar a elecciones para restaurar las
autoridades constitucionales en su plenitud, a la mayor brevedad.
Dando cumplimiento al acuerdo, Urquiza retiró sus tropas de inmediato; y lo
mismo hicieron las fuerzas brasileñas. El Gobierno firmó con el Imperio del Brasil
un grupo de Tratados, por los cuales se fijaron definitivamente los límites de la
frontera norte reconociéndose la pertenencia definitiva al Brasil de las Misiones
Orientales; así como se reconoció al Brasil una deuda de guerra de 300.000
patacones.
A esas alturas, la suerte del Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas,
estaba echada.
Las tropas de la alianza, comandadas por Urquiza, compuestas 20.000 argentinos,
4.000 brasileños, y 2.000 orientales, se trabaron en combate con el ejército rosista
al mando del Cnel. César Díaz en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, y
las derrotaron totalmente. Rosas abandonó el Gobierno, y marchó al exilio en
Inglaterra, donde años después falleció.