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MARÍA ZAMBRANO.
España y Europa: un mismo horizonte
Antígona, 4, Fundación María Zambrano, 2009, pp. 9-44
JOSÉ LUIS MORA GARCÍA
UAM
Presentación
¿Por qué hablar de María Zambrano a propósito de la idea de Europa? La respuesta se
fundamenta en, al menos, dos razones de peso que muestran a las claras el acierto del tema
elegido para este Congreso: la primera tiene que ver con la necesidad de que Europa dialogue
consigo misma sin ningún tipo de ensimismamiento. Para la consecución de este objetivo la
filosofía es un saber imprescindible. Hablamos, pues, del beneficio que se desprende de estudios
de esta naturaleza para la clarificación misma de Europa. Esta reflexión nos lleva de manera
interesada a uno de los intelectuales españoles que mejor nos puede ofrecer respuestas más
convincentes a las preguntas que la realidad europea, es decir, que la propia historia de Europa
nos pueda hacer. Es el caso de María Zambrano pues pocas generaciones han estado obligadas –
y ella en particular- a hacerse la pregunta por Europa. Fue el sino de los nacidos a comienzos del
siglo XX. María Zambrano tenía diez años cuando estalló la primera guerra mundial, treinta y
dos cuando comenzó la guerra civil y tres años más cuando inició un exilio que no concluiría
sino treinta y cinco años después, cuando ya contaba ochenta. Su exilio coincide con el comienzo
de la segunda gran guerra con su madre y hermana residiendo en París.
La segunda tiene que ver con la aportación que esta pregunta proporciona para entender
las claves más importantes de la obra de nuestra autora. Vayamos ahora con la primera.
Sabemos que desde sus años de estudiante tuvo ocasión de escuchar a personas que
sentían ya estas preocupaciones y que, además, lo hacían desde orientaciones de largo recorrido
histórico y filosófico. Sería largo recordar ahora todos los testimonios de los que tenemos
noticia. Valgan estos nombres para que tengamos claro que tuvo una inmersión en las
reflexiones sobre España y Europa ya desde los años veinte, los que coinciden con el final de su
bachillerato y su época de universitaria. Así, por ejemplo, el magisterio de D. Agustín Moreno, el
único profesor del área de ciencias que recordaba sesenta años después de haberse marchado de
Segovia en su carta a José Luis Abellán de 19841. Una especie de Andrés Laguna redivivo que
dejó escrita una biografía novelada del autor del discurso pronunciado en la Universidad de
Colonia el 22 de enero de 1943: Europa Heautentimorumene es decir, que míseramente a sí
misma se atormenta y lamenta su propia desgracia2 donde el médico segoviano apuntaba ya a la
necesidad de que la Cultura sustituyera a la religión como elemento de cohesión de la Europa
naciente tras la fractura consumada en la Dieta de Ratisbona. Es decir, que varios siglos antes de
los desórdenes del siglo XX y a propósito de otros de carácter originario en la historia de Europa,
este médico segoviano apuntaba ya la necesidad de que cada cosa ocupara su lugar pues ahí
radicaba, precisamente, la causa misma de la violencia. Tanto el título como el tema propuesto
por Laguna son muy próximos a los planteamientos de lo escrito, claro está, mucho tiempo
después, por Zambrano en los años cuarenta del pasado siglo en otras circunstancias diferentes
pero que compartían aquella violencia de los tiempos de Laguna. Este profesor que tuviera
1
Carta fechada en Ginebra, 1 de febrero de 1984. Ahí recuerda a don Agustín Moreno como segoviano, católico de
comunión diaria”, que explicaba con pasión la teoría de la evolución”. Reproducida como “Apéndice 1”, ABELLÁN,
J.L., “La Segovia del primer tercio de siglo: orígenes intelectuales de María Zambrano” en ORTEGA MUÑOZ, J.F. (ED.),
Actas II Congreso Internacional sobre la Vida y Obra de María Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María
Zambrano1998, pp. 335-37.
2
Ed. de MANJARRÉS, M. A., Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001
1
Zambrano guardaba en su casa un ejemplar del Dioscórides con las heridas en sus páginas del
paso de los censores inquisitoriales3. Él con otros como Teófilo Hernando, a quien seguramente
conocería también la propia Zambrano, organizaron en 1959, quinto centenario de su muerte, un
congreso de recuperación de Laguna en tiempos previos a los inicios del Vaticano II. Tal era una
de las herencias de este médico a quien la historia recuerda como tolerante y favorecedor del
diálogo entre religiones desde su aprecio por el erasmismo.
En esa misma década de los veinte escuchó a García Morente decir lo siguiente:
“La guerra de 1914 ha determinado una reacción violenta en el espíritu universal que estaba dormido en la
creencia –sugerida por los filósofos del siglo XIX- de que obedeciendo la vida histórica a una evolución
fácil, la ley se cumpliría y lo que hubiera de ocurrir, ocurriría.
Pero esto no es cierto; porque la Historia no surge espontáneamente. Somos los hombres los que la
hacemos y, por lo que afecta a España, debemos procurar todos darnos cuenta de esta última verdad para
evitar así que otros pueblos, más avisados, nos hagan seguir un camino contrario a nuestros ideales y a
nuestras conveniencias”4.
Escuchó también a Américo Castro, en las conferencias pronunciadas durante esos años,
próximos a la publicación de El pensamiento de Cervantes5, tiempo por el que andaba revisando
la tradicional tesis del liberalismo español acerca de la falta de filosofía y ciencia en España. El
tiempo, también, en que se hablaba del Quijote cervantino acentuando las claves europeas de
nuestra cultura en sintonía con la orientación que marcarían hispanistas franceses como Bataillón
y Sarrailh. Y, finalmente, seguro que leyó los dos artículos escritos por su padre en el periódico
La Tierra de Segovia sobre las consecuencias derivadas del tratado de Versailles: “Un momento
de angustia en la historia de la humanidad. Ante la paz del odio” y “¿Se consuma la gran
infamia?”6. En ambos mostraba Blas Zambrano su rechazo más enérgico a los términos en que se
había firmado el armisticio:
“Con toda la fuerza de mi alma, yo protesto de esa paz, del odio y la venganza, que no será paz, sino guerra
sorda, con su negro séquito de hambre, ruina y dolor, o universal desquiciamiento en que las pasiones
ocupen el lugar de la razón y el capricho suplante a la ley yo protesto de que los jefes de las naciones que
han consagrado sus banderas al Derecho, la Libertad y la Justicia lancen en el terreno ardiente y húmedo de
una tierra renovada por la sangre propicia a la fertilidad de vegetaciones fecundas, esa semilla de muerte;
yo protesto de que sea impelida la humanidad civilizada a dar un salto atrás en la cultura, que es la nobleza,
magnanimidad, comprensión, amor”7.
Fue Blas Zambrano uno de los pocos intelectuales de izquierdas que se declaró
germanófilo. Su reflexión debió fraguarse en la tertulia segoviana en los meses previos a la
llegada de Machado y nos sirve, sobre todo, para indicarnos el grado de atención que se prestaba
a los asuntos internacionales y la independencia de juicio con que se afrontaban. Aliadófilo fue,
MORA GARCIA, J.L., “Evocación de Agustín Moreno. Entre la tradición y la modernidad”, Estudios Segovianos, t.
XL, nº 97, Segovia, Instituto Diego de Colmenares-Diputación Provincial-Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 1998, pp. 361-391.
4
La Tierra de Segovia, 16 de enero de 1921; El Adelantado de Segovia, 17 de enero de 1921. Citado en MORA
GARCÍA, J.L., “María Zambrano en Segovia y Segovia en María Zambrano”, MORA GARCÍA, J.L. Y MORENO YUSTE,
J.M., Pensamiento y Palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta de Castilla y León,
2005, p. 273. En la carta ya citada de María Zambrano le decía textualmente a Abellán: “Nunca olvidaré las dos
primeras conferencias que de ella oí: la de Manuel García Morente y la de Eugenio D`Ors que andaba en publicar el
primer tomo de su glosario. El ambiente del aula aquella mañana, un poco fría siempre en Segovia, era ya una
creación…” pp. 35-36.
5
Madrid, Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando, 1925. Hay constancia de varias conferencias de
Américo Castro en Segovia: 22 de enero de 1922 sobre el teatro de Lope de Vega; 12 de diciembre de 1926 sobre
“Santa Teresa, mística y humana feminidad”; 25 de mayo de 1930 sobre “El problema religioso y el problema de
España”. Esta última corresponde ya a una fecha en que los Zambrano vivían en Madrid.
6
17/5/1919 y 10/7/1919
7
ZAMBRANO, B., “Un momento de angustia en la historia de la humanidad. Ante la paz del odio, Recogido en
ZAMBRANO, B. Artículos, ensayos y otros escritos. Ed. de MORA, J. L., Diputación de Badajoz, 1998, pp. 237-38.
3
2
en cambio, Unamuno a quien escuchó palabras fuertes sobre la situación de España en febrero de
19228, en las vísperas del directorio militar que impediría el acceso normalizado a la vida política
de los estudiantes universitarios de aquella década.
Así pues, cuando María Zambrano escriba años más tarde sobre Europa, y lo hará con
abundancia, no está haciendo reflexiones desde fuera o hablando de una realidad de la que
pudiera tomar distancia o que le fuera ajena; por el contrario, lo hace buscando razones que
expliquen definitivamente la razón última de la violencia sufrida desde la experiencia que ya sus
mayores, y de ella misma en su infancia, tuvieron a propósito de la primera guerra mundial. Por
eso aunque escriba desde América o lo haga después desde Roma o ya en La Pièce, el tiempo
que trascurre entre comienzos de los cuarenta y mediados de los sesenta, lo hace desde dentro de
sí misma, desde sus recuerdos, desde las reflexiones escuchadas e interiorizadas en parte antes de
la guerra española y, sobre todo, realimentadas por las ya padecidas en carne propia durante esos
tres años trascurridos, primero en Chile y luego entre Valencia y Barcelona. Me refiero a sus
libros: Unamuno y su obra9, a La agonía de Europa10, Delirio y Destino11 y Persona y
democracia12. En todos ellos Europa es el personaje protagonista, interlocutor dolorido como en
aquel discurso del médico segoviano. Sobre España sabemos que también escribió mucho, no
podía ser de otro modo, pues para ella Europa y España son dos caras, dos planos diferentes del
mismo problema que sufre la misma razón o la razón misma. Ya en el exilio escribe
Pensamiento y poesía en la vida española13, La España de Galdós14, España, sueño y verdad15
donde recoge textos escritos a lo largo de varios años; escribe artículos sobre El Quijote
(incluido el discurso escrito con motivo de la concesión del premio Cervantes)16, su artículo en la
revista Las Españas (México, 1948), “El problema de la filosofía española”, hasta los artículos
postreros, recogidos por Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso17.
Mas, con anterioridad, ya había escrito en clave política, sobre España y Europa, al
menos Horizontes del liberalismo18(1930), Los intelectuales en el drama de España (1936) y
bastantes de los artículos publicados en Hora de España19 (1937-1938). Pero, sobre todo, como
8
Conferencia pronunciada en el teatro Juan Bravo y cuya crónica nos dejó un amigo del propio Unamuno: Moisés
Sánchez Barrado. La conferencia llevaba por título “No hay vida política en España por falta de respeto a la
personalidad individual”. El Adelantado de Segovia, 25 de febrero de 1922.
9
ZAMBRANO, M., Unamuno y su obra. Ed. de MERCEDES GÓMEZ BLESA, Barcelona, Debate, 2003. Escrito en los
primeros años mexicanos, sabemos por una carta a su antiguo profesor Mariano Quintanilla (6 de enero de 1939)
que la idea se había fraguado algunos años antes.
10
Este libro ha tenido varias ediciones y recoge, a su vez, artículos de María Zambrano escritos a lo largo de los
cuarenta aunque la primera edición como libro sea de 1945. Utilizo la edición de Jesús Moreno, Madrid, Trotta,
2000.
11
Escrito en 1952 en La Habana para un premio convocado por el Institut Europèen de la Cultura con sede en
Ginebra, se publicó mucho tiempo después, en 1988, con prólogo de la propia autora en el que recuerda el
reconocimiento que recibió en su día por parte de Gabriel Marcel. Aunque no fue premiado Marcel disintió del
Jurado porque “era la historia de Europa y de lo que significaba la universalidad de España”. Para los datos
biográficos, ver J. Moreno, “Síntesis biográfica”, María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de Estudiantes,
2004, pp. 36-80.
12
Escrito también en Puerto Rico, fue publicado en 1958. Utilizo la edición de Anthropos, Barcelona, 1988, que
lleva prólogo de la propia autora.
13
Ed. de GÓMEZ BLESA, M.,Madrid, Biblioteca Nueva, 2004
14
Ed. de BLANCO, R., Madrid, Endymion, 1989. La primera edición es de 1960.
15
Madrid, Siruela, 1965.
16
La mayoría de los textos han sido recopilados por ENRIQUE BAENA: María Zambrano, Cervantes (ensayos de
crítica literaria), Málaga, Biblioteca de Autores malagueños, 2005.
17
Salamanca, Amarú ediciones, 1995.
18
Ed. de MORENO, J.,Madrid, Morata, 1996.
19
ZAMBRANO, M., Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Ed. de JESÚS MORENO,
Madrid, Trotta, 1998.
3
nos han contado sus biógrafos20, entre 1927, año inmediatamente siguiente a los testimonios
anteriormente mencionados, y la salida al exilio mantuvo una gran actividad política, es decir, un
fuerte compromiso activo sin el cual sería imposible explicarse sus posteriores respuestas. No
parece, pues, que sea verdad, al menos en su totalidad, lo dicho en alguna parte por la propia
Zambrano acerca de que comenzó a preguntarse por estas cuestiones con motivo de la guerra
civil. Creo que estas reflexiones estaban ya en sus maestros y eran inevitables tras la primera
gran guerra.
La segunda razón, decíamos, nos remite a presupuestos internos de la obra de nuestra
filósofa y de su recepción en la medida en que nos permite corregir algunos tópicos más o menos
extendidos y situarnos en el camino correcto para su interpretación. El desfase a que aludimos en
el párrafo anterior sería, en mi opinión una de las causas por las cuales, durante bastante tiempo,
se ha trasmitido una imagen de María Zambrano que no se corresponde adecuadamente con los
ya tempranos fines de su obra. Me refiero a la idea, sostenida por algunos, según la cual el
pensamiento zambraniano sería blando, evasivo, edulcorado, “poético” en definitiva, en lo que
sería una valoración peyorativa. Pienso que esto ha sucedido por, al menos, tres razones. En
primer lugar, quizá porque ha sido muy difícil leerla por el orden en que escribió 21. De hecho
comenzaron a publicarse primero las obras escritas a partir de los sesenta, quizá por intereses
editoriales, quizá porque era lo más fácil de publicar en aquellos años. Mientras tanto, hemos
conocido sus primeros escritos bastantes años después. Esto ha provocado una importante
distorsión que está costando mucho corregir. Puede ser, también, en segundo lugar, que en
tiempos deficitarios para la metafísica haya primado una lectura de Zambrano en esta clave
exclusivamente, siendo su pensamiento político perturbador una vez que se ha optado por esta
línea de interpretación. No negaré esta dimensión del pensamiento zambraniano pero requiere
una contextualización muy precisa para que sepamos de qué hablamos, pues pensamiento
político y filosófico conforman en su obra una unidad sui generis. No se trata tanto de utilizar
palabras “gruesas” aplicadas a su obra como de atenerse “a la manera como” ella las utilizaba y
las entendía. Y en la “manera”, término que ella enfatizaba incluso para referirse a la formación
religiosa que había recibido y que tanto apreciaba está una de las claves. Al no tener esto en
cuenta algunas orientaciones han pretendido más que interpretar su pensamiento, literalmente
suplantarlo. Tercero, por último, en tiempos igualmente deficitarios para las orientaciones
cristianas de la filosofía, se ha creído encontrar en María Zambrano una autora que interpreta el
mundo en clave religiosa y ello es verdad pero sucede lo mismo que en el caso anterior. Si no se
explica correctamente podemos hacer de su filosofía algo casi contrario a lo pretendido por su
autora.
En realidad ha sucedido que, por la difícil distribución de la obra de quien fue exiliada y
sin posición estable en la universidad, la academia ha tenido muchas dificultades para afrontar
una interpretación fiel a esta filósofa que optó expresamente por no enseñar filosofía desde la
cátedra o, al menos, no encontró las condiciones adecuadas para hacerlo. Ello se debió
seguramente a las circunstancias pero, junto a ellas, a la concepción que de la filosofía tenía
elaborada ya en tiempo temprano cuando dio clases en el Instituto Escuela o cuando sustituyó a
Zubiri como auxiliar durante parte de los tres años que éste pasó en Alemania recién obtenida la
cátedra.
La obra de María Zambrano, pues, no se entiende sin ser puesta en clave española y
europea y sin tener en cuenta que está hecha, casi en su totalidad, fuera de la academia. La
primera parte de esta afirmación vale para muchos de los intelectuales del 98, del 14, del 27 y del
20
MORENO, J., o. c.
MARSET, J. C., María
(nota 11); ORTEGA MUÑOZ, J.F., Biografía de María Zambrano, Málaga, Arguval, 2006..
Zambrano. I. Los años de formación, Sevilla, Fundación María Zambrano, 2004. Este primer
volumen concluye en 1926, antes de que se iniciara su actividad política al año siguiente.
21
Para un estudio de la recepción de María Zambrano puede verse MORA, J.L., “La recepción del pensamiento de
María Zambrano” en CEREZO, P. (ED.), María Zambrano. Actas del Congreso Internacional del centenario de María
Zambrano, Tomo. I: Crisis y metamorfosis de la razón en María Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María
Zambrano, 2005, pp. 186-242.
4
31 pues todos compartieron, en distintas épocas de sus vidas, los mismos acontecimientos que les
obligaron a dar cuenta de las causas profundas de la crisis que vivían y muchos de ellos se vieron
obligados a una vida errante. María Zambrano no fue menos aunque durante mucho tiempo,
como apuntábamos, se ha considerado que esta parte de su obra era menos importante frente a
Claros del bosque u otras obras escritas a partir de los años setenta que serían las que definirían
su trayectoria por ser su culminación en el tiempo.
Es, pues, importante abordar el pensamiento de Zambrano desde esta óptica. Su reflexión
sobre España y sobre Europa, lejos de ocupar un lugar periférico en su obra es un tema central en
torno al cual adquiere unidad su amplia y dispersa escritura. Como dejó dicho ella misma, la
filosofía necesita su lugar. Para esta mujer, de biografía errante, la palabra sobre el territorio
“ausente” (recordemos “Un lugar de la palabra: Segovia”) era el territorio mismo. ¿Cómo dejar
de hablar de España y Europa si eran las realidades –territorios físicos, vitales y aun espiritualesque se le iban entre los dedos?
Junto a estos argumentos hay otro asunto muy importante que nos exige centrarnos en su
visión de España y Europa y tiene que ver con la peculiaridad que presenta su obra en este
contexto. Se refiere a la correcta ubicación de María Zambrano en la tradición filosófica
española. Ningún escritor, desde los sesentayochistas, es decir, desde quienes protagonizaron la
Septembrina, pasando por los autores nacidos en los setenta (con Unamuno como más veterano),
Baroja, Azorín, Valle Inclán, Antonio Machado o el peculiar Maeztu, hasta los del 14 con Ortega
a la cabeza pero también Azaña, Marañón o Pérez de Ayala, eludió el tema de España y, en torno
a España, situar a Europa como horizonte. Las personas de la generación de Zambrano tampoco.
Incluso, si se observan los discursos a lo largo de un tiempo prolongado, podemos comprobar
una sintonía que sólo se rompe en un momento dado. Ortega aglutinará todo ese debate y su
magisterio es enarbolado por un amplio espectro de intelectuales que no excluye a Maeztu
(1875-1936), a Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936) o al propio José Antonio (1903-1936). No
es casual el manifiesto “Un movimiento político de juventud. Frente Español” que firmaron en
marzo de 1932 la propia Zambrano junto a Eliseo García del Moral y Bujalance, Salvador
Lisseague Novoa, José Antonio Maravall, Antonio Riaño de Lanzarote, José Ramón Santeiro y
Abraham Vázquez y Saenz de Hermúa22. Un año antes Ramiro Ledesma Ramos había
comenzado a publicar el semanario La conquista del Estado y Ramiro de Maeztu había hecho lo
propio con la “Defensa de la Hispanidad” en la revista Acción Española. Ambos, antiguos
colaboradores del periódico El Sol. Como es bien conocido, María Zambrano, dándose cuenta
inmediatamente de las consecuencias, retiró el manifiesto.
Comprobamos que, por un lado, hubo diferencias en la graduación del compromiso
político entre personas de una y otra generación; y, por otro, a partir de un determinado
momento, se produjo una radical discrepancia en el modelo de Estado. Y lo mismo sucede con
la interpretación de Europa, donde, a la hora de interpretar las causas de su situación pero, sobre
todo, a la hora de establecer las relaciones de realidad que forman España/Europa23, María
Zambrano representa una toma de posición diferente a la unamuniana y a la orteguiana.
¿Por qué razones, habiendo compartido un fondo común de “patriotismo” unos
intelectuales apoyaron a la República mientras otros se inclinaban por crear un Estado autoritario
siguiendo el modelo italiano? Ya se sabe de qué lado quedó definitivamente María Zambrano
pero la pregunta no es fácil de responder por completo. Me inclino por pensar que aquellos
intelectuales que se movieron dentro o en la órbita de la Institución Libre de Enseñanza (en la
medida que, en cualquier circunstancia, hicieron de ella una confesión favorable) optaron por la
República. En el otro lado se habrían posicionado quienes valoraron negativamente la herencia
krausista, incluida la versión institucionista. Mas este es un tema que tiene suficiente calado
22
Recogido por JESÚS MORENO en la introducción a Horizontes del liberalismo, o.c (nota 10), pp. 159-160. Ha sido
recogido también en Antígona. Revista cultural de la Fundación María Zambrano, nº 1, 2007, pp. 155-157.
23
SÁNCHEZ-GEY, j., “La idea de España y Europa en la obra de María Zambrano”,. MORA, J. L Y. MORENO, J. M
(eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta de Castilla y León,
2005, pp. 77-93.
5
como para no ser respondido con superficialidad. Analizar la trayectoria de Zambrano desde este
punto de vista puede ayudar a clarificar en parte el tema. Lo cierto es, como ha señalado Pedro
Cerezo, que debe resaltarse el mérito de estos intelectuales españoles antifascistas cuando los
vientos que corrían por Europa eran propicios al fascismo e hicieron que muchos otros
intelectuales, de mucho renombre, decidieran apoyarlo.
Ambas razones nos conducen a precisar el lugar que ocupa en ella la reflexión sobre
España y Europa: creo que Zambrano pertenece a una tradición diferente a la de Ortega y
también a la de Unamuno, si bien con el primero mantuvo sintonía en la forma y con Unamuno
más en el fondo. Pero, aun así, creo Zambrano pertenece por ascendencia familiar a otra veta
histórica.
Cuando, en la carta a José Luis Abellán de 1984 ya mencionada, María Zambrano aún
desde Ginebra le decía: “Al escribir su libro sobre el erasmismo, que no he podido escuchar
todavía, bien muestra usted, por la vía que anda, por la que sin duda hemos andado ¡qué
remedio! todos” 24, nos estaba ofreciendo una clave de la que no podemos prescindir. En verdad,
muchos años antes, en otra carta fechada en La Piece, 27 de febrero de 1967, y a propósito del
libro del propio Abellán, Filosofía española en América25 ya le hacía llegar la enorme deuda que
ella sentía con su padre. Tiene que ver directamente con su origen familiar, con la radical
influencia de su padre vinculado a la espiritualidad de la baja Extremadura donde por largos años
dominó la Orden de Santiago y donde arraigaron los viejos movimientos de espiritualidad
nacidos en el XVI26. El propio Marcelino Menéndez Pelayo, sobre quien Zambrano nos ha
dejado varios testimonios de reconocimiento, sostiene que “tampoco han desaparecido las
antiguas sectas iluminadas y secretas. Al contrario, las doctrinas de desorganización social
traídas por la revolución del 68 le han dado nueva fuerza. En la raya extremeña de Portugal
difunde o difundía cierto género de heterodoxia lúdica un santón llamado el de la Amarilleja27”.
Esto tiene que ver con lo contado por la propia Zambrano acerca de la supuesta conversión del
abuelo extremeño a las doctrinas del obispo Araujo. No es el lugar de volver sobre los muchos
testimonios que existen en la propia obra de María Zambrano acerca de este punto pero sí sobre
uno que me parece clarificador. Se trata de una carta (aún parcialmente inédita) de 23 de marzo
de 1967 a un discípulo de su padre, Pablo de Andrés Cobos, con quien las hermanas tuvieron
mucha amistad pues les fue de gran ayuda y en la que Zambrano le dice lo siguiente:
Gran parte de mi meditación sobre lo español especialmente, tiene como centro y no sólo como
origen, el entender a mi padre, el querer reconstruirlo desde adentro; el querer encontrar un lugar
del pensamiento del alma, de religión, donde su pensamiento hubiese podido encontrar forma
objetiva, perdurable. Sé que no ocurrió eso –eso que a él le ocurrió, sólo a él; sé que es algo de
la tradición española desde que España se constituye en Estado. El que el pensamiento de esa
24 Esto indica las dificultades con que le llegaban los libros publicados en España. ABELLÁN, J.L., El erasmismo
español, Madrid, Espasa Calpe, 1975 (hay una segunda edición de 1982).
25
Madrid, Guadarrama y Seminarios y Ediciones, 1966. Reeditado después con el título El exilio filosófico en
América. Los transterrados españoles, Madrid, FCE, 1998.
26
A la figura de su padre he dedicado un buen número de páginas. A medida que le conocemos mejor podemos
asegurar que su influencia fue mucho más allá de la relación paterno-filial para marcar radicalmente un trazado de la
historia de España que está en la raíz de los compromisos adquiridos por la hija y con la orientación definitiva de su
filosofía. J. L. Mora, o.c., ver nota 4.
“A orillas del Eresma y el Clamores”, ORTEGA MUÑOZ, J. F. (ED.), María Zambrano. La aurora del pensamiento,
Málaga, Centro Andaluz de las Letras, 2004, pp. 122-144. “Los años segovianos de Blas Zambrano. Culminación y
crisis de la "razón poética"” en SÁNCHEZ CUERVO, A. (COORD.), María Zambrano: pensamiento y exilio, Comunidad
de Madrid/Universidad Michoacana, 2004, pp. 55-78. “Hija de un sueño. El magisterio de sus padres” en MORENO,
J. (COORD.), María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de Estudiantes/SECC/Ministerio de
Cultura/Fundación María Zambrano, 2004, pp. 253-269. “María Zambrano: la herencia paterna de su compromiso
intelectual y moral” en ROMERO BARÓ, J. Mª (COORD.), Homenaje a Alain Guy, Universidad de Barcelona, 2006, pp.
201-226. Andrés Oyola ha estudiado también los orígenes extremeños: “El delirio de los orígenes”, República de
las Letras, 89, abril 2005, pp. 30-46. Finalmente, Juan Carlos Marset en la obra ya citada (nota 20).
27
MENÉNDEZ PELAYO, M., Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, BAC, 2006.
6
clase o especie de personas no haya llegado a encontrar la forma adecuada en el pensamiento
occidental es parejo a que en España, como vida, como sociedad, como Estado no la haya
encontrado tampoco”28.
Dos ideas muy importantes están dichas en tan pocas líneas: que ha habido una parte del
pensamiento español (y de las gentes que lo han sustentado) que no ha encontrado su forma de
Estado; y que de ello se ha seguido el que España no la haya encontrado tampoco. Así pues,
María Zambrano pertenecería a esta tradición no de herejes, palabra que no le acaba de gustar, si
no de heterodoxos y así se autocalifica ella misma en alguna ocasión. Al propio Pablo de Andrés,
en 1971, le confiesa los disgustos que le costó la publicación de Pensamiento y poesía en la vida
española (1939) en los siguientes términos: “No me amilané, porque sabía y me sé aún bastante
heterodoxa. Lo que no impide que otros consideren que mi pensamiento no hace más que seguir
el de Ortega o al de Ortega. Y en verdad, siendo discípula suya, como lo soy antes que de él, de
mi Padre, he caminado siempre por mi cuenta, debiéndoles siempre, y siguiendo a mi Padre
íntimamente, sin poder remediarlo. En fin, seguiría escribiéndote…29
Es verdad que Zambrano fue discípula académica de Ortega y Gasset y que ella lo
reconoció en sus artículos, el de 1936, en el posterior curso dictado en La Habana y en el
artículo que escribe en Ínsula con motivo de la muerte del filósofo en 1955, pero no es menos
cierto que entre ellos se fue formando un abismo. Se inició a partir de 1934 cuando Zambrano
le expuso su esbozo de razón poética30, se agrandó con motivo de la guerra civil y quedó
ahondado irremediablemente con la vuelta a España de Ortega en 1945. Mas este
distanciamiento no era tanto personal cuanto filosófico: terminaron por darse cuenta de que
pertenecían a dos intentos bien distintos de reconstrucción de la historia filosófica de España,
que era lo mismo que decir de España misma y de Europa.
Así pues, a cuestiones muy de fondo nos remite el tema propuesto por el Congreso tanto
de nuestra propia historia en sus dimensiones española y europea como a esas referencias
internas de la obra zambraniana. Importantes son las reflexiones de Zambrano sobre esa doble
realidad de nuestra filiación y, al tiempo, su toma de posición da razón de ser a su propia obra.
María Zambrano ante España y Europa
España
Respecto a España la posición de María Zambrano sería la siguiente: la historia se habría
interrumpido en su punto mejor, es decir, en un tiempo en que hubo una posibilidad de fundar
una dimensión de universalidad que, sin embargo, habría quedado cortada de raíz. Ese tiempo al
que me refiero habría tenido lugar, seguramente, con el humanismo renacentista de orientación
erasmista. Habría sido el tiempo de las grandes reformas religiosas. Por supuesto, esta posición
de Zambrano nada tiene que ver con las posturas tradicionales de defensa del imperialismo. Por
el contrario, se trataría de la España defensora de la convivencia, en la línea con la Philosophia
Christi del erasmismo, muy crítica contra la paganización de la cristiandad, defensora de un
cristianismo interior y enaltecedor de los valores cristianos de la humildad y la sencillez en
sintonía con lo sostenido en el Enchiridion de Erasmo. La idea del cuerpo místico sería la base
28
Los subrayados y enfatizados son míos porque en ocasiones se ha dicho que María Zambrano no habría tenido
una preocupación por el Estado sino tan sólo por ámbitos más reducidos como la ciudad, etc. Esta carta ha sido
reproducida parcialmente en MORA GARCÍA, J.L., o.c. (nota 4), p. 274. MORA GARCÍA, J. L., “El significado de la
revista Ínsula en la cultura y la filosofía españolas del último medio siglo (1946-2000)”, ROSARIO, M. DEL (ED),
Pensamiento español y latinoamericano contemporáneo II, Cuba, Ed. Feijoo, Universidad Central de Las Villas,
2006, pp. 79-112.
29
Carta a Pablo de Andrés Cobos, 26 de diciembre de 1971.
30
Con frecuencia se ha asignado el origen de esta expresión al comentario que Zambrano hizo al libro de A.
Machado La guerra. La propia Zambrano lo sostiene explícitamente en la carta a Abellán ya citada de 1984. Sin
embargo, la profesora Juana Sánchez Gey me hizo ver que estaba ya en el artículo “Hacia un saber sobre el alma” de
1934.
7
de la solidaridad entre los hombres con Cristo como el hermano mayor, subyacente a las ideas
sostenidas por Vives en sus libros sobre la pacificación o la ayuda a los pobres.
Habría sido ésta la España sofocada por Trento, devorada por la historia universal
durante siglos y… separada de Europa. “Les preocupaba –dice en Delirio y Destino refiriéndose a
su padre y a los que con él departían- más que nada aquel momento en el cual España se separó
de Europa, acabada la lucha de la Contrarreforma y Felipe II por tanto, en el centro donde una
y otra vez volvía. Era la tesis más extendida entre “las izquierdas”, la que entendía como un
inmenso error histórico la Contrarreforma, aquella obstinación en la lucha en los Países Bajos.
(…) Justamente Fernando de los Ríos, el autor del Sentido humanista del Socialismo se había
obstinado en poner de relieve el sentido universalista, europeo, de la política de Carlos V, que
hizo tanto en función de Emperador de Alemania como de Rey de las Españas; su inmenso
esfuerzo para que no se consumase la escisión protestante”31.
Es en este marco donde adquiere relevancia su defensa de la mística porque habría
formado parte de este proyecto de España, capaz de construir una forma de conocimiento que
no renunciara a nada y que apostara por la plenitud del hombre frente a, por ejemplo, lo que
había sido la mística alemana más propia de una teología negativa. Así, en su texto, “San Juan
de la Cruz. De la “noche obscura” a la más clara mística”32, cuya primera redacción pertenece a
los años de la guerra civil, insiste una y otra vez en este ansia por abrazar el todo para lo cual
está dispuesto a renunciar a “todo” aquello que se lo impida, porque “lo que sucede en la mística
está al menos fundado en la naturaleza humana, en una posibilidad esencial a ella, tal vez en una
condición que se revela en la mística más que en cosa alguna”, algo así como la transformación
de la crisálida en mariposa.
Como nos ha dicho Rosa Rossi: “en aquella pasión y en aquella práctica suyas de la
soledad y del silencio –refiriéndose a San Juan de la Cruz- había una apremiante dimensión
moderna que iba más allá, no sólo de la propuesta claustral sino también de la comprensión de
la mayoría de las personas que tenía a su alrededor.” (…) Era el “camino que preveía el
vaciamiento de la mente para crear allí un espacio nuevo y libre donde elaborar la propia
perceptividad, donde colocarse lo más cerca posible de la cualidad paradójica que es tan propia
de la fe “oscura” como del arte. Un artista no puede trabajar realmente si no se halla en soledad,
en un ambiente que le permita tener constantemente bajo control su percepción del mundo
externo, para que la unidad invisible de la idea y de su realización no se haga pedazos por la
irrupción de una presencia extraña”33.
En definitiva, era esta la apuesta española del siglo XVI por la que inmediatamente iba a
ser la modernidad diferente, en la manera de ver de Zambrano, de la senda que iniciaría después
el racionalismo y que llevaría a cabo la reconstrucción del orden, una vez quebrado el
paradigma medieval de objetividad cuya crisis se remonta al siglo XIV y que habría procedido a
la reconstrucción de la filosofía sobre la base de la reducción analítica (bien distinta de la
realizada por el místico) que establece fronteras entre lo susceptible de ser conocido y el
sentido íntimo de su existencia a lo que definitivamente se renuncia. Reducción, en definitiva, de
la vida misma como dejaría al descubierto la fenomenología.
Mas la mística no, pues “una tan clara mística forzosamente tenía que venir a dar en una
unidad perfecta de amor y conocimiento”34. Se trataba de una apuesta por la creación que al
nacer de la admiración se oponía a todo nihilismo y no en menor grado a la violencia. Una idea
que, como sabemos, repetirá en distintas ocasiones para mostrar la distancia que
inmediatamente se establecerá entre este modelo y el que inicie el racionalismo del XVII.
Porque ella sostendrá que sobre la violencia no se funda la unidad sino el sometimiento de lo
dado, bien por ya ideado o bien por hecho Por eso, señalará, ni el racionalismo ni el positivismo
entenderían nunca lo que la mística había significado. Si cabe, aún menos el positivismo. Así lo
31
Delirio y Destino, o. c., p. 149.
Recogido por MORENO, J., en Los intelectuales…o. c., pp. 263-274.
33
ROSSI, R., Juan de la Cruz. Silencio y creatividad. Tr. de Juan Ramón Capella, Madrid, Trotta, 1996, pp. 45 y 84.
34
ZAMBRANO, M., “De la noche obscura, p. 269.
32
8
indica en el mismo artículo sobre San Juan de la Cruz y más explícitamente en una carta a
Pablo de Andrés:
“El intelectualismo occidental creciente a partir del Renacimiento, es decir, no, Giordano Bruno no
era así, a partir del XVII ha ido restringiendo los órganos o canales del conocimiento. Y como
contrapartida surgieron los empirismos a las letras, los sensualismos, los materialismos, y etc. etc.;
ahora el estructuralismo que nos quiere persuadir de que no hay creación –“poiesis”- sino estructura
encarceladora. Si es que puedo seguir escribiendo, diré algo acerca de los diversos canales –perdidos
o semi- del conocimiento, pero en cierto modo he ido ofreciendo una suerte de Teoría del
Conocimiento más amplia, de más dimensiones que la que me dieron. Y especialmente en cuanto al
tiempo, que no pretendo “misterificar”, sino más bien mostrar en su integridad o al menos en
algunas de las dimensiones o aspectos que hacen de él un mediador en vez de un obstáculo. En “El
sueño creador” así aparece y aun el prologuillo del volumen en que está incluido y en… tantos otros
lugares. Desde la primera línea que yo haya escrito y concretamente desde “Hacia un saber sobre el
alma” –Revista de Occidente año 34, me parece- pido, clamo por un saber más amplio en el que la
conciencia, la Razón, haga suyos otros saberes irrenunciables como los de la poesía, las religiones, la
mística… en fin que el conocimiento torne a recoger la revelación, las revelaciones todas…”35.
Por eso no le habría quedado otro remedio al pensamiento español que refugiarse en la
poética, en la literatura, al precio de quedarse sin filosofía, es decir, de la filosofía que iba a nacer
en la Europa del XVII. Por lo que concierne a España, pues, al problema de España, la posición
de Zambrano pasaría por sostener que estuvo en los inicios de una apuesta por la universalidad,
por la construcción de Europa pero que no habría sido posible la continuidad porque todo ese
pensamiento quedó en la heterodoxia tras la Contrarreforma. Si acaso, la apuesta más
aproximada por acercar este pensamiento a la ortodoxia la habría emprendido San Ignacio de
Loyola haciendo de la religión una aritmética de la salvación. Los ejercicios ignacianos vendrían
a ser el correlato en el ámbito de la religión lo que significará el Discurso del método para una
teoría del conocimiento. No era esta apuesta satisfactoria pues el precio a pagar suponía
empequeñecer los fines radicales de la mística y de todos aquellos movimientos de renovación
religiosa llegados hasta sus ancestros que apostaban por impregnar la vida toda de aquellos
íntimos ideales que habían regido a los creyentes del siglo XVI y que no pudieron escapar a las
armas del Santo Oficio. Pues Zambrano, y ese era el sentido de la carta citada más arriba,
sostenía que ahí había quedado el verdadero espíritu de aquellos españoles. El problema de
España no era un vicio de origen sino de interrupción del proceso. Por eso creo que no hay en
ningún caso una “esencialización” de España y su historia sino la remisión a un problema que
exige corrección en el mismo ámbito en que se ha producido, es decir, el de la propia historia.
Por eso nunca hubiera sostenido la aseveración con que Ortega concluyó su famosa
conferencia pronunciada en Bilbao en 1910: “La pedagogía social como práctica política”36,
cuando dejó un latigazo que ha restallado en nuestros oídos durante años y años:
“Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la
solución”37. Es verdad que luego, muchos años después, en la no menos famosa conferencia de
Berlín (1949) hay muchos matices sobre el papel de las naciones – espacio al que asigna “el modo
integral de ser hombre”38- en la construcción de Europa pero, aun así, hay diferencia notable con
Zambrano en la medida que ésta siempre pensó que España guardaba energías “reprimidas” y
que a su generación le correspondía rescatarlas. Y que esto era parte del problema español pero
35
Carta de 1971. Algunos párrafos están reproducidos en MORA GARCÍA, J. L., o.c., (nota 4), p. 274.
El párrafo completo reza así: “Regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la emoción
reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadota. Regeneración es el deseo;
europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el
problema y Europa la solución.” ORTEGA Y GASSET, J., O.C. Ed. GARRAGORI, P., 1, Madrid, Revista de Occidente,
1983, pp. 503-521
37
En este mismo año Ortega mantuvo la famosa polémica con Unamuno tras la que Ortega escribió “Unamuno y
Europa, fábula” donde a propósito de la palabra “Europa” señala que “en esa palabra comienzan y acaban para mi
todos los dolores de España.” 1, p. 128.
38
V. nota 14, p. 283.
36
9
también del problema europeo pues la fractura de la que hablamos no sólo afectó negativamente
a España sino a Europa entera.
Así lo habría puesto de manifiesto ya en 1543 el médico segoviano en el discurso citado
al comienzo de estas páginas. Como también hemos indicado, no es fruto de la casualidad que
Andrés Laguna fuera recuperado en tiempos de la llamada crisis de fin de siglo XIX y que fuera
un autor con “buena prensa” en los años en que se celebró el Concilio Vaticano II al ser tenido
como precursor del diálogo entre religiones. Hace algunos años me ocupé de la herencia de este
médico39 a quien apreció mucho Teófilo Hernando, amigo personal de Ortega y gran estudioso
de Laguna.
Así pues, María Zambrano se acercó al Renacimiento con una visión contrapuesta a la
que tuviera Maeztu, aunque la propia Zambrano no dudara en calificarle de “el más meditador
del grupo”, “vasco, andariego en su juventud en Inglaterra y Estados Unidos”40, pues éste
sostenía que el Renacimiento abrió las puertas al escepticismo y al relativismo al poner el
acento en el hombre frente a la vieja objetividad teológica medieval41. Para Zambrano, en
cambio, el humanismo renacentista abrió las puertas que luego fueron cerradas Mas, si
estuvieron abiertas pueden, deben más bien, ser reabiertas. Esta sería la propuesta. Significaría
esto no sólo recuperar España sino también reconstruir la filosofía sobre bases nuevas. Algunos,
según ella, ya lo habían intentado con antelación a su propia generación. Es el sentido que para
ella tuvo el krausismo: “Lo sabíamos, lo supieron aquellos hombres que quisieron con el
krausismo como instrumento moral elevar el nivel de la vida española, crear esta clase nueva o
casi nueva: profesores, científicos, intelectuales, artistas, que formaban parte de la sociedad
viviente y que encontraron en ella su acicate y, en el Estado, su sostén. Y avivar en la escasa
burguesía industrial, el amor y la atención hacia las cosas de la inteligencia. Pero todavía había
más. Un fondo religioso, algo así como un rebote de la fracasada reforma religiosa del siglo
XVI. Un cierto renacer bajo la distinta doctrina del un día espléndido “erasmismo” español”42.
Interesante es este juicio para comprender lo dicho con antelación sobre la actitud entusiasta en
defensa de la República adoptada por Zambrano.
Pero faltaba más. Faltaba rescatar a los heterodoxos si era verdad que en ellos se
escondía lo mejor de España. Y es en relación con este propósito donde, puede parecer
sorprendente, María Zambrano encuentra dos puentes bien diferentes hacia esa España del
pasado que debería ser de futuro: Menéndez Pelayo, el ortodoxo historiador católico que nos
habló de los heterodoxos y Pérez Galdós, el novelista a quien años después calificará de don del
océano y que habría hecho la propuesta propia de la izquierda.
“Ahora comprendía –se dice a sí misma-, sentía que el ortodoxo historiador estudió a los
heterodoxos por estudiarles a ellos quizá, a los anarquistas de todos los siglos de la historia de
España; llegar a entenderlos sería desentrañar la vida española”43. A Galdós, autor del prólogo
al libro Vieja España de Salaverría en el que había recordado que si la Reina Isabel “hubiera
desatado nuestras conciencias, habría hecho más por nosotros que descubriendo cien Américas
y conquistando doscientas Granadas”44; y luego autor del drama Santa Juana de Castilla,
interpretación del personaje de Juana la Loca en clave erasmista, le reconoce que aportó,
decíamos, la “tesis” de las “izquierdas”: “España tendrá que aprender a tolerar, a practicar una
mesurada libertad enriquecida por las reformas sociales, el ejemplo naturalmente era Inglaterra.
Todo ello partiendo del “supuesto” de una renuncia a la pretendida grandeza, a la novelería”
MORA, J. L., “La herencia de Andrés Laguna”, GARCÍA HOURCADE, J.L. Y MORENO YUSTE, J.M. (coord.), Andrés
Laguna. Humanismo, ciencia y política en la Europa renacentista, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001, pp.
239-256.
40
Delirio y destino, p. 84.
41
MAEZTU, R. DE, La crisis del humanismo, Ed. de P. González Cuevas, Salamanca, Almar, 2001.
42
Delirio y destino, p. 76.
43
Ib. P. 72.
44
. PÉREZ GALDÓS, B., “Prólogo” a. SALAVERRÍA, J.M., Vieja España recogido por. SHOEMAKER, W.H., Los prólogos
de Galdós, The University of Illinois Press, México, Ediciones Andrea, 1962.
39
10
(…) “El pueblo es en Galdós –concluye Zambrano- como lo es en realidad, verdadero, como una
palabra de Dios”45.
Sólo, pues, desde aquí sería posible la recuperación y actualización de la España que ella
consideraba más auténtica, es decir, la que formaría la tradición a la que creía pertenecer frente
a la teocrática y absolutista. Y con ella, la reconstrucción de la filosofía. Los textos donde
justifica esto con más detenimiento son ya de tiempos del exilio, escritos apenas sin otro apoyo
que su propia memoria, lo que quiere decir que la reflexión había sido ya muy potente con
anterioridad. Así, su Pensamiento y poesía en la vida española46, “Ortega y Gasset, filósofo
español”47, primera lección del curso dictado en La Habana en 1940; en el artículo ya
mencionado de la revista Las Españas (1948) y en la reflexión autobiográfica Delirio y Destino.
Pero a estos textos se anticipan los ya escritos durante la guerra civil, tanto en Los intelectuales
en el drama de España como en algunos de los artículos de la revista Hora de España.
La tesis sostenida es la misma: “Este era el caso: en España no había filosofía (lo dice
refiriéndose a la opción de Ortega cuando hacia 1902 opta por ser filósofo). Y entonces, ¿desde
cuándo no la había? ¿la hubo alguna vez? y, ¿en qué forma?”48. Es aquí cuando de nuevo
recuerda La Ciencia Española de Menéndez Pelayo, fruto de su polémica con Perojo, Manuel de
la Revilla y el Padre Fonseca en que el escritor santanderino ofreció aquellas largas listas de
autores. Sin embargo, Zambrano sostiene en este momento la tesis tradicional de la izquierda:
“que habiendo habido filósofos no ha existido filosofía” porque, dice y con razón que “la
existencia de la filosofía en una cultura no depende tan sólo de la genialidad de unos cuantos,
sino de algo que los trasciende, de la continuidad y de la vigencia de esos geniales esfuerzos.
También de la plenitud de esas filosofías, de que no sea necesario referirlas como pre o post de
otras”. Así pues, no habríamos tenido filosofía y menos en el sentido en que se cultivó en Europa
después de Descartes, cuando “pensar era actuar”. “Sin lo uno no hubiera existido lo otro, es
decir, la Filosofía, al menos en esa forma… ¿Por qué insistir con el genial don Marcelino en que
nuestro pensamiento haya corrido por los mismo cauces, se haya expresado en las mismas
formas y hasta haya ejercido análoga función que el de las naciones de Europa? Y es que España
no es una nación, sino más o menos el germen de un continente, yo diría de un modo de vida en
vías de nacimiento y siempre interrumpido”49.
Mas tenemos “necesidad ineludible de filosofía -dirá más adelante- y ello para evitar la
aniquilación de la sustancia de la vida. Más aún, y no sólo para entrar en las naciones cultas,
sino como “requisito para entrar en sí mismo sin quedar prisionero; para entrar de modo que se
pueda salir, para vivir de modo que se pueda morir y, si es que Dios lo quiere, resucitar”50.
Llegados aquí y reconociendo en Ortega este carácter fundacional al tiempo que las tres
principales cualidades que lo caracterizan: claridad, generosidad intelectual y la objetividad,
Zambrano no se para ahí y, como si no se quedara tranquila con este diagnóstico, replantea de
nuevo la pregunta acerca de lo que sea la filosofía y tras identificarla con la aspiración a la
unidad y a la transparencia, deja para el final una última pegunta: “¿como hacer virtuoso un
hombre?”, Mas esta se corresponde con esta otra: “¿cómo hacer virtuosa una ciudad? Y, esta, a
su vez, también, con ésta: “¿Qué hacer para que vida y razón se entiendan?” Ortega respondió a
estas preguntas desde su razón vital e histórica. Pero la Zambrano exiliada, se mantiene en su
duda desde La Habana cuando se pregunta: “¿se podrá lograr?”, “¿cómo conseguir que no se
oculten la una a la otra?” A esas alturas la respuesta no podía ya venir del “examen crítico de la
mente” “sino de esa congoja que nace ante la formulación de una esperanza descifrada”51.
Sobre el carácter fundacional atribuido a Ortega y que se ha convertido ya en un tópico,
sobre todo a partir de las tesis sostenidas por Julián Marías, no diré ahora mucho más. Se
45
Ib. p. 66 y 67.
V. nota 13.
47
Recogido en Andalucía, sueño y realidad, Granada, Biblioteca de la cultura andaluza, 1984, pp. 195-225
48
Ib., p. 201.
49
Ib. p. 207.
50
Ib. p. 208.
51
Ib. p. 224 y 225.
46
11
basaba fundamentalmente en la convicción de que habría faltado un periodo ilustrado en
España; en definitiva, que no habríamos tenido siglo XVIII, tópico mantenido durante mucho
tiempo por el pensamiento conservador y también por el liberal bien que por razones opuestas
pero coincidentes en definitiva en la conclusión. Ambas posturas, podríamos decir, se asentaban
en interpretaciones de la historia de España y de la concepción que exigían nuestra exclusión de
la modernidad, bien porque así se podía sustentar una España libre de herejías o bien porque si
no había habido modernidad era posible aún firmar su paternidad.
Hoy hubiera sido imposible sostener ambas tesis tras las investigaciones de las dos
últimas décadas. Pero creo que María Zambrano se refería a otra cosa si la leemos a la luz de la
tesis sostenida en su libro Pensamiento y poesía en la vida española a propósito de lo que habría
supuesto el realismo español, tema que debió debatir con Arturo Serrano Plaja antes del
exilio52 y que no acaba de entenderse del todo sino por fidelidad intelectual al maestro. Si se
refiere a la falta de una “racionalidad” organizada académicamente según los parámetros de las
universidades europeas podemos estar de acuerdo. Mas esto no sería un problema de falta de
filosofía sino un problema de institucionalización que dejaría sin resolver el papel asignado a la
poética o a la novela en nuestra propia historia. ¿Habrían sido éstas solamente expresión del
fracaso? ¿Fracaso de la razón y con ella del Estado? ¿Fracaso de la vida misma? Cuando la
crisis dura demasiado tiempo tendemos a dejar de atribuir sus causas a razones propias de la
historia para buscarlas en otros ámbitos. Es una tentación más que filosófica, humana. Acaso,
vistas desde otro lado, ¿eran estas formas de expresión una alternativa a la filosofía que nacería
en Europa? Pues luego veremos a propósito de la filosofía europea que, según Zambrano, a la
vida no le ha ido mejor con el modelo racional europeo. Es este un punto de la reflexión
zambraniana que no queda del todo aclarado, sobre todo si tenemos en cuenta que para la
revitalización de la filosofía no hace tanto una llamada a la búsqueda de modelos europeos
cuanto a la recuperación de la parte de la propia historia no realizada.
¿Cómo entender aquí el artículo “La reforma del entendimiento español”?53 Después de
establecer la comparación entre el papel de Cervantes en España y Descartes en Francia y
sostener básicamente que la filosofía aunque nacida del fracaso se había convertido en la
conciencia del éxito junto al Estado mientras la novela sería la conciencia del fracaso, no hace
sino remitirnos a que nos fijemos en el papel jugado por el pueblo. Precisamente la parte de la
sociedad que ha quedado fuera de juego en la distribución del poder. “Es lo único que nos queda
–afirma-; el último elemento insobornable: voluntad que es ya instinto; lo único vivo bajo la
destrucción de la sociedad y el desmoronamiento del Estado.” Y concluye con las siguientes
palabras: “Es la hora de que España acepte íntegramente la voluntad de su pueblo y la objetive
sin temor ni precipitación en un Estado que a Europa, a la Europa declinante y al mundo, pero
especialmente a aquel continente que habla nuestro idioma, le devuelva la confianza en el
hombre; que restaure la fe en la razón y en la justicia y que la realice en la medida mayor de su
posibilidad actual”54.
Mas hay aquí un plano de reflexión que he comentado en otro lugar55 y que tiene que
ver con este párrafo que nos ha pasado un tanto desapercibido: si hemos comprobado que, a
pesar de todo, “la razón ha podido alcanzar resultados positivos” habremos de descubrir
“un nuevo uso de la razón, más complejo y delicado, que llevara en sí mismo su crítica constante, es
decir, que tendría que ir acompañado de la conciencia de la relatividad. El carácter de absoluto atribuido a
la razón y atribuido al ser es lo que realmente está en crisis, y la cuestión es encontrar un relativismo que no
cayera en el escepticismo, un relativismo positivo” (…) “acercar, en suma, el entendimiento a la vida,
52
SERRANO PLAJA, A., El realismo español, Buenos Aires, Publicaciones del Patronato Hispano Argentino
de
Cultura, 1943.
53
Pertenece a los escritos en Hora de España. Está incluido en la ed. de MORENO, J., Los intelectuales…, o.c., pp.
152-164.
54
Ib. P. 164.
55
MORA GARCÍA, J. L., “Sobra la manera de expresarse entre nosotros”, Arbor (en prensa). Recoge este artículo la
intervención realizada en la semana “Pensar en español” que en octubre de 2007 organizó el Instituto de Filosofía
(CSIC)
12
pero a la vida humana en su total integridad, para lo cual es menester una nueva y decisiva reforma del
entendimiento humano o de la razón, que ponga a la razón a la altura histórica de los tiempos y al hombre
en situación de entenderse a sí mismo 56.
Claro que previamente había renunciado a una cátedra de Filosofía pues así lo escribió en
la famosa carta al Dr. Marañón: “Yo no me vi en una cátedra dando clases de filosofía, aun con
todo lo que la amo, porque no puedo, porque amo la vida. Y la filosofía tiene que estar viva. ¿Lo
ha estado alguna vez en España? ¿O, para estarlo, ha tenido que pasar por la hoguera, ha tenido
que quemarse? ¿Y el pensamiento? ¿Cuál ha sido la suerte del pensamiento en España?
Abstenerse, quedarse quietecito, no meterse en nada y, al hacerlo, rozar la traición y, sobre todo,
la tradición”57. Es verdad que estas palabras fueron escritas en plena guerra pero si analizamos
su pensamiento del exilio esto no habría cambiado mucho. De hecho, en carta a Lezama Lima,
27 de octubre de 1939, le dice: “No tema que me ponga en plan de “catedrática” en las
conferencias, iré a dar lo mejor que tengo, lo más verdadero… iré a hablar de mí misma, como a
lo mejor de mí misma… No soy catedrático, es decir, no me doblegué a nada oficial allá en mi
tierra y Ud. no sabe todo lo que eso me trae, pero allá cada cual con su destino o con su
empleo”58. Sólo le quedaba renacer de la voluntad pura, renacer del sueño creador como había
hecho Benigna, la protagonista galdosiana son su personaje don Romualdo que supuestamente
salva a su ama cuando en realidad lo hace gracias a su propia actividad misericordiosa
ejerciendo la mendicidad en el pórtico de la Iglesia de San Sebastián. Es decir, en tal
circunstancia sólo cabe confiar en el amor. Razón amorosa tal como había sido conservada en la
tradición poética.
Pero fue peor. Por no librarnos de nada, ni siquiera la carencia en España del modelo de
racionalidad dominante en Europa sirvió para que España hubiera quedado fuera del riesgo del
fascismo. Sin duda, Zambrano ha escrito uno de los alegatos más duros contra el fascismo como
expresión de la que considera enfermedad europea que habría importado en España la cobardía
de algunos intelectuales que no quisieron asumir un papel segundón y se vendieron a las clases
dominantes, precisamente las herederas de la escisión entre la inteligencia y el pueblo. Fue, para
ella, una cuestión de justificación personal, propia de señoritos”. La suplantación se debió a la
necesidad de justificar “una situación individual que por ser propia de los individuos de una
clase social logró prender “bajo una máscara intelectual de una actitud doble”: como una manera
de no renunciar al contacto y ventajas del trato con las fuerzas del pasado precisamente por
parte de quienes han tenido un profundo desprecio por la figura del intelectual; y, segundo, por
su incapacidad para crear, amarrando la inteligencia a “residuos de creencias descompuestas del
pasado, a limitaciones impuestas por la falta de valor para romper nudos sociales, y lo que es
más decisivo: la falta de una intuición modelo, la falta de la presencia de una realidad que
presione. Pero esta ausencia de intuición, esta falta de sentir la realidad, llega a transformarse
en el fascismo, en un evadir la intuición y la realidad, en una huida sistemática y encubierta de la
realidad. Pero como la realidad está ahí, sigue existiendo, hay que aplastarla y aniquilarla. Todo
fascismo acaba en matar, en querer matar aquello que no quiere reconocer”59.
ZAMBRANO, M., “La reforma del entendimiento”, Pertenece, igualmente, a los escritos de Hora de España, o. c.,
pp. 137-38. El subrayado es mío.
57
Ib. p. 127. ZAMBRANO, M. “Anexo. Un liberal”. Recogido por MORENO, J., Los intelectuales…, o. c., p. 123.
Ortega dirá algo similar, con mayor acritud, en su texto sobre Europa, es decir, en el ocaso de su vida y habiendo
sido catedrático de Metafísica: “En tiempos de Luis XIV, Vestris, el maestro de baile versallesco, solía decir: “No
se sabe toda la filosofía que encierra un minuet”. Tenía gran razón y están en un error los que piensan que la
filosofía está normalmente en las cátedras de filosofía. Lejos de esto, las cátedras de filosofía suelen ser un escenario
macabro donde se exhibe ante la nueva generación la momia lamentable de la filosofía. Si, de pronto, en las
asténicas Universidades actuales se hiciese de verdad filosofía, estas caducas instituciones estallarían
inmediatamente por una desintegración similar a la atómica”. Meditación sobre Europa, O. C., t. X,, Madrid,
Revista de Occidente, 1983, p. 287.
58
Recogida en El centavo, febrero de 1998, Morelia, p. 22.
59
Los intelectuales en el drama de España… p. 103.
56
13
Pues, resulta “que siendo o aparentando ser el fascismo como una vuelta a lo nacional, en
España teníamos lo nacional, lo propio español, como lo menos fascista del mundo.”
“Recobrarse España a sí misma, volver a su ruta histórica, era tanto como irse tan lejos
del fascismo que lo convertía en puro fantasma”60. El problema residía en la escisión de la
desconexión de la España del XVI y la suya, de la oficial y la viva, porque había dejado las
mejores energías inermes de esta España viva, refugiadas en la heterodoxia, apenas operantes
mientras los grupos dominantes, autoritarios, a lo largo de la Restauración y en la dictadura
primorriverista que personifica en la figura del señoritismo -ya denunciado por su padre a lo
largo de su vida hasta la defensa de la labor del maestro a propósito del recuerdo al maestro de
Ronda, D. Juan Carrillo Sánchez Carrillo en 1929-, habían terminado por traer el fascismo, una
enfermedad que consideraba, como ya hemos hecho notar, que no nos era propia.
El compromiso político debía ser, por tanto, filosófico. Y el filosófico debía serlo de
carácter político. Su objetivo: suturar la escisión. Esta idea fue en María Zambrano bastante
temprana porque no tuvo más que continuar la que aprendió de su padre. Inició su compromiso
político hacia 1927, año en que se licenció. Comenzó apoyando la fundación de la FUE en enero
de 1927 y prosiguió con su contribución a la constitución de la Liga para la educación social en
octubre de 1928 (de vida efímera pues fue clausurada en marzo de 1929). Fue en el ya mítico
merendero de “La Bombilla” a cuya reunión asistieron conocidos intelectuales: Luis Jiménez de
Asúa, José Giral, Felipe Sánchez Román, Gregorio Marañón, José Salmerón, Ramón del Valle
Inclán, Ramón Pérez de Ayala, Eduardo Gómez de Baquero Manuel Azaña e Indalecio Prieto,
por los mayores; de los jóvenes estaban María Zambrano, Aurora Riaño, Fe Sanz Molpeceres,
Antolín Casares, Domingo Díaz Hambrona, Emilio González López, Antonio Riaño, Francisco
Giral, Salvador Tellez y Pablo de la Fuente61. Continuaría esta actividad dando mítines en
apoyo de la candidatura republicano socialista en las semanas previas a las elecciones del 12 de
abril de 1931.
Eran años de oposición al régimen de Primo de Rivera, al calor de la repatriación de los
restos de Ganivet (1925), de la segunda inauguración del monumento a Ramón y Cajal tras el
boicot de los estudiantes al dictador y el posterior recibimiento a Unamuno y, sobre todo, la
oposición a la reforma Callejo que facilitaba la obtención de títulos oficiales a los estudiantes
provenientes de colegios eclesiásticos. Fue el momento en que renunciaron a sus cátedras, entre
otros, Wenceslao Roces, Ortega y Gasset, Jiménez de Asúa y Fernando de los Ríos. Con
posterioridad, intervendría también en las Misiones Pedagógicas, en el famoso manifiesto ya
mencionado del FE, apoyaría la reacción del pueblo en octubre 1934 porque se parecía bastante
a la del pueblo de Madrid en mayo de 1808 y no dudó en llevar el manifiesto de la Alianza de
Intelectuales Antifascistas a Ortega para que lo firmara, ya en 1936, antes de marchar a Chile,
tras casarse con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Después, su vuelta a España en 1937
y su contribución a las revistas del periodo de la guerra. Todas son estrategias de la apuesta por
unir los objetivos de la filosofía y la política. La creación intelectual, la escritura, o la palabra,
eran una muestra de antifascismo en la medida en que creían servir a la realidad y a la vida, a los
valores de la vida como forma de negar la negación, es decir, la muerte. Era hija del hambre y
la esperanza, resistente, en suma, como lo son las actividades que nacen del sueño. Marañón,
Ortega y los intelectuales de la generación anterior le parecieron poco a nada comprometidos, o,
por mejor decir, cobardes.
A partir de aquí podemos analizar la distancia entre ambas estrategias, hijas, cada una de
ellas, de la razón vital y de la razón poética respectivamente que son filosófica y políticamente
diferentes. El juicio orteguiano de “no ha llegado usted aquí –señalándose a si mismo- y ya se
quiere ir lejos” nos ha resonado en las lágrimas de Zambrano cada vez que hemos enjuiciado las
actitudes de los intelectuales de aquellos años. Podemos pensar que de nuevo aquel sueño, como
60
Ib. p. 97.
Fuente: MORENO, J., “Prólogo a Horizontes del liberalismo, o. c., p. 24. Este Pablo de la Fuente, sería luego el
editor de la revista Luna, confeccionada en la embajada chilena en Madrid en los primeros meses de 1939 en
condiciones fascinantes. La edición que ha hecho JESUCRISTO RIQUELME la subtitula “Primera revista cultural del
exilio en España (1939-1940), Madrid, EDAF, 2000
61
14
el de los viejos erasmistas, se desmoronó en el duro despertar o podemos pensar que las
energías de esa heterodoxia siguieron intactas en el largo exilio. En cualquier caso desde aquí se
desvanecen las interpretaciones de un pensamiento blando o escapista, metafísico o místico en el
sentido peyorativo de ambos términos a propósito de María Zambrano tal como indicábamos al
comienzo.
Desde lo dicho aquí se deduce una interpretación bastante diferente a la sostenida por la
gran estudiosa del pensamiento zambraniano, Ana Bungaard, a propósito del supuesto
esencialismo de Zambrano62. Hablar de lo “propiamente español” no es un juicio de carácter
“esencialista”, es simplemente tomar en consideración la actitud de quienes a su espalda, de su
padre hacia atrás, no habían pertenecido a la España que consideraba de la dominación.
Considerar que ha habido españoles que han quedado fuera de la España de la dominación,
imperial, lo mismo que haría después en “Isla de Puerto Rico” y que ahí radica lo “propiamente
español” es sólo una valoración de la historia de España, precisamente con la que uno puede
reconciliarse. Esto no tiene por qué excluir otro tipo de valoraciones acerca de los análisis de la
historia de España que hizo María Zambrano así como de la estrategia de la generación de
1929, llamada en ocasiones generación de la libertad. Cabe que la consideremos simplificadora,
que no incluyera en su análisis cuestiones del ámbito económico o social y con cierta brevedad
se atuviera a la cuestión de las clases sociales como hizo en “¡Castilla a solas consigo misma”63.
Pero esto es un asunto de distinta naturaleza y en ningún caso tiene que ver con
interpretaciones esencialistas por parte de Zambrano. Queda claro, en cambio, que la filosofía
fue hija de su compromiso político y que éste, a su vez, no se entiende sin la apuesta por la
filosofía realizada por Zambrano. Era la única acción posible, según su manera de ver las cosas,
para restaurar los viejos ideales de la universalidad y del humanismo, sin renuncia alguna, con
la realidad de su tiempo. Que fuera un sueño que terminó, de nuevo, en una drástica
interrupción, es decir, trágicamente, es otro tema de análisis que tiene que ver con el
enjuiciamiento que nos merezca la figura de Zambrano y su apuesta, dicho en los términos de
Ortega de querer “ir lejos”, por querer enfrentarse a los acontecimientos y apurarlos hasta el
fin. Pero esto simplemente hace de Zambrano una mujer de su tiempo como somos todos
nosotros que actuamos sin saber qué ocurrirá en adelante.
Europa
A lo largo de esta reflexión ya ha aparecido Europa como horizonte porque, en realidad,
siempre estuvo presente en el pensamiento zambraniano en el primer plano de su interés. Mas a
partir de los años cuarenta se convirtió en la realidad decisiva.
Nos dirá en Diario 16, bastante más tarde, en 1985, a propósito de Rafael Dieste, que en
Vitoria, “en un café, sentada al lado de Rafael, yo descubrí Europa, y creo que sin él mi
descubrimiento hubiera carecido de intensidad y nitidez”64. ¿A qué Europa y a qué intensidad y
nitidez se refiere María Zambrano? Creo que se refiere, antes que a otra cosa, a su carácter de
unidad, a que está entera en cada parte (como, por cierto -alude en ese mismo artículo-, sucede
con Galicia pues citando un artículo de Dieste en Ínsula señala que Galicia no tiene partes, sino
que es una unidad que está entera en cada parte”65). Y es verdad, cuando habla de Europa lo
hace como una unidad originaria que, utilizando el término de Luis Díez del Corral, habría sido
raptada66.
Su actual situación –para Zambrano- tendría que ver también con una escisión: la que
se ha producido entre la razón y su origen. Escindida, al igual que España pero con una fractura
BUNGAARD, A., “El binomio España-Europa en el pensamiento de Zambrano, Ferrater Mora y Ortega y Gasset”
en REVILLA, C., Claves de la razón poética. María Zambrano. Un pensamiento en el orden del tiempo, Madrid,
Trotta, 1998.
63
Segovia Republicana, 29 de julio de 1931.
64
Recogido por GÓMEZ BLESA, M., Las palabras del regreso, o. c., p. 153.
65
Ib.
66
DÍEZ DEL CORRAL, L., El rapto de Europa, Madrid, Revista de Occidente, 1962.
62
15
de naturaleza diferente que se habría producido, por decirlo gráficamente, cuando el hombre
moderno europeo olvidó la lección de humildad que encierran las catedrales románicas y
góticas acerca del origen del hombre y su relación con Dios y haberle querido suplantar. La
razón europea responde al seréis como dioses y para ello ha tenido que invertir las relaciones
originarias entre el fondo sagrado que da sentido al hombre y el papel que la filosofía tenía
asignado. Sería este ejercicio de orgullo del racionalismo y positivismo modernos el que estaría
en la base del olvido que la razón ha tenido por la vida al tiempo que ha generado lo contrario
de si misma: los irracionalismos de uno u otro cariz. Es decir, el precio pagado por la obtención
de la verdad que, ciertamente, se ha traducido en un gran desarrollo científico y técnico, pero
que habría sido demoledor en la configuración del sentido de la vida humana. Quizá podríamos
resumir la postura de María Zambrano diciendo que Europa habría olvidado la lección del
humanismo español del XVI y habría optado por el modelo del XVIII.
Ortega utilizó el adjetivo “problemática” para referirse a Europa e indicó que nos
hallábamos en una “hora crepuscular”; sin embargo, no dudó en defender que la recuperación
de la plenitud vendría a partir del equilibrio entre la unidad de Europa y las realidades
nacionales67. Zambrano que escribe en plena guerra es más contundente.
En verdad, la joven María Zambrano, seguramente de la mano de su padre quien ya
había escrito proféticamente sobre las consecuencias negativas que para Europa tendría la firma
del tratado de Versalles , como señalamos al comienzo de esta intervención, sostenía en 1929
que el liberalismo había fracasado en la superación de dos de sus contradicciones más claras: la
primera consiste en sacrificar en aras del cumplimiento de una ética formal con la renuncia
expresa a “todo apetecer, todo ansiar, todo amar”, suprimiendo el horizonte de la fe, “timonel de
la inteligencia y no su prisión”, puntualiza Zambrano en Horizonte del liberalismo68. En definitiva,
el liberalismo habría eliminado el sentido de la trascendencia y con ella el sentido de la muerte
y la resurrección, el sentido amoroso de la vida, la creación… el ámbito de lo espiritual, dejando
al hombre en soledad. Pero, además y esta es la segunda contradicción, el liberalismo no ha
podido resolver el problema de la esclavitud pues cuando se enfrenta al problema de la
igualdad, ésta es irrealizable sino modificando el propio liberalismo: “Los postulados espirituales
del liberalismo no pueden realizarse con la economía liberal”69.
No lamenta Zambrano la existencia misma del liberalismo pues “la doctrina liberal es el
mejor fundamento de la socialización de la economía”; lo que lamenta es que se haya encerrado
en un modelo que hace muy difícil elegir entre los postulados espirituales del liberalismo y su
economía.” Para conseguir aquellos sólo quedaría una vía de esperanza: recuperar el sentimiento
y el amor que proceda a una segunda recreación del mundo. Este juicio de Zambrano sobre la
Ilustración, muy en la línea de su padre, es compartido por quienes han considerado que el
XVIII, y más concretamente Kant, dejó abierta la vía al materialismo. Y, además, la reducción de
lo religioso a religión natural no habría solucionado las relaciones entre Filosofía y Religión ni
hacia atrás ni hacia delante. Creo que a Zambrano le hubiera gustado más la opción del
humanismo del XVI que la del XVIII pues ésta, en su opinión, no ha resuelto el problema de las
relaciones Filosofía/Religión y ha terminado por favorecer la soberbia de la razón que,
paradójicamente, habría llevado a su olvido en la línea con lo sostenido recientemente por el
argentino Sebrelli70.
Estas escisiones acaecidas en Europa habrían traído a su vez otra: la de España y el resto
de Europa. Así nos lo recuerda en Delirio y Destino: era la Europa que necesitábamos y que nos
necesitaba, una Europa cuyas vibraciones se sentían cerca y con la que se perdió en la primera
guerra mundial la ocasión de sincronizar. “Hubiera sido triste como lo es participar en una
guerra, pero si hubiéramos entrado, nuestra situación sería diferente; quizá hubiéramos de
verdad entrado a formar parte del mundo de Europa, a vivir en un ritmo común” 71. Podría
67
68
69
ORTEGA Y GASSET, J., “Meditación de Europa”,
Ed. de MORENO, J. o. c., pp. 243 y 245.
O. C., t. IX, Madrid, Revista de Occidente, 1983, pp. 247-313.
Ib.
70
SEBRELLI, J.J., El olvido de la razón. Un recorrido crítico por la filosofía contemporánea. Barcelona, Debate, 2007
. ZAMBRANO, M., Delirio y destino, o. c., p. 105.
71
16
haberse preguntado Zambrano si, por los tiempos de la República seguía siendo tiempo de
conseguirlo. Y se respondía haciendo suyas las palabras del cuñado Carlos Díaz quien sostenía
que Europa nos necesitaba: “tenemos –decía- una vitalidad y una juventud que ofrecerles.
Podemos ser quizá el contrapeso de Alemania, ya veremos cuando Alemania se decida, porque
de ella, eso es verdad, de ella depende el futuro de Europa. Y también con Rusia, ¿acaso no se
puede hacer una revolución social, un cambio más bien? Europa en estos momentos necesita
encontrarse a sí misma y podemos, debemos, ayudarla a encontrar el comienzo de una
solución”72. Era la apuesta por una Europa madura, para su generación el “exacto momento de
la unidad europea. Eso sí lo sentía, lo sentía más que como proyecto como hecho, pues era un
sentir en sus conciencia y, sin embargo, las divergencias les preocupaban; sí, cada vez más…”73.
Si hubo un sueño acerca de un futuro venturoso para España, lo tuvieron también para Europa.
Si su compromiso político lo había sido con España, también lo había sido con Europa.
Mas ambos sueños se desvanecieron. Si España se había despedazado, ahora le sucedía
igual a Europa. Cuando ya desde América veía a Europa desde lejos sintió la agonía de quien
estando lejos está en la propia entraña y no renuncia a ella pues “agonizar es no poder morir a
causa de la esperanza”. Había que conseguir que la esperanza se revelara en toda su
profundidad. Esta es la razón por la que recurre de nuevo a la reflexión sobre el origen, pues es
en el origen de Europa donde cree encontrar su plenitud: Europa hacedora de historia, de “la
esperanza más total que el hombre haya conocido, de la esperanza que el hombre no se había
atrevido a confesarse a sí mismo cuando el Cristianismo le dio su argumento. Esperanza volcada
en la historia. De donde esta tragedia. Europa al descubrir la vida como esperanza, vivió la
historia como tragedia, “condenada” a agonizar, a no poder morir… (…) “No puede morir
Europa porque tiene que proseguir el camino… Y tendrá que seguir pariendo, pariéndose ahora
a sí misma, en la historia…”74
Es la apuesta por la verdad estética, por la verdad poética que recupera energías,
sueños, deseos, propósitos dejados atrás para ser recuperados en tiempo presente frente a la
obcecación de los hechos históricos, singulares, irrecuperables, sin vuelta atrás.
Había que reconstruir; no construir ex novo, no buscar lugar para la nueva utopía sino
para la vieja por originaria. Era ésta la utopía renacentista, no la dieciochesca del progreso que
se consigue como se consigue el record. Europa no puede renunciar a su origen. No se trata de
avanzar al modo hegeliano hacia culminación alguna por la superación de los contrarios. Mas
bien se trata de recuperar el sentido originario de lo que tuvo plenitud cuando la religión, la
poética y la filosofía ocupaban correctamente sus lugares. Bastante de nietzscheano hay en esta
postura, como se ha señalado atinadamente.
Quedarían por concretarse el diagnóstico y la propuesta. Ambos, conjuntamente,
constituyen la nota fundamental de la razón poética con el acento puesto tanto en el sustantivo
como en el adjetivo. Los escritos de los cuarenta responden más al primer objetivo; desde los
años sesenta hablaríamos propiamente de la segunda, ya en la lejanía de los hechos
diagnosticados, con largos años de exilio y un recuerdo lúcido pero borroso y sin los referentes
que toda su obra posee hasta los cincuenta. Sería muy largo resumir aquí ahora todo esto pero
recordemos brevemente las propuestas de La agonía de Europa y de su libro sobre Unamuno en
el que dedica la parte más importante, precisamente a hablar de Europa por paradójico que
pudiera parecer pero comprobaremos que no lo es. Y, sin embargo, apenas han sido
mencionadas estas páginas zambranianas a propósito de esta cuestión.
La argumentación, si así puede llamarse, que sigue María Zambrano para explicar la
crisis de Europa se asienta en defender que ésta ha querido dominar la naturaleza y reducirla a
estática mansedumbre y, una vez creído que lo había conseguido, se llenó de fatuidad hasta el
punto de que el principio cristiano de enaltecimiento de la persona humana quedó defendido por
el liberalismo y oculto bajo la soberbia. Al haberse refugiado en la conciencia y creer que desde
ahí se podía dominar el mundo, se olvidó de que la vida sigue, que el hombre es historia y la
72
Ib. p. 105.
Ib. p. 111.
74
Ib. p. 244.
73
17
historia tiene un carácter trágico de tensión permanente entre los ideales y la cambiante
realidad.
La consecuencia más inmediata de esta simplificación ha sido el estallido de violencia que
habría comenzado ya en el siglo XIX , que intentó someter a la historia misma y contó con
quienes, no teniendo el valor para delatarlo, se pusieron de parte del agente del mal. Consistió
esta violencia en querer construir una historia propia, independiente del sentido del
cristianismo originario, aquel que señalaron los viejos heterodoxos y que no ha sido realizado
por Europa. Pues ni Grecia dejaba lugar a la historia humana al predicar la resignación, fruto de
su pesimismo, ni la religión triunfadora en Europa tampoco, pues no sólo ha esclavizado a Dios
sino que, y esta es la trágica consecuencia, también a los hombres, a muchos hombres.
Si “el griego tuvo sed de razón, por su disgusto de la vida”, podríamos decir, sostiene
Zambrano que lo mismo ha hecho el racionalismo moderno, el del imperativo categórico en el
cual ningún hombre concreto podría reconocerse. Dicho de otra manera, Europa no ha sabido
vivir con la diferencia, ha tratado de reducir a unidad la historia y la vida pero al precio de
formalizarlas, de reducirlas al ámbito de la lógica de la conciencia. Es la versión humana de la
capacidad creadora del Dios semita al que se le ha suprimido la capacidad misericordiosa que
atiende a las diferencias y opta por la uniformación. En efecto, señala Zambrano, se optó por el
Dios activo frente al misericordioso pues importaba más dar cuenta de las razones y las
sinrazones que explican la vida humana que de las esperanzas y las desesperaciones. Pero la
vida humana, que no es sistemática, lo es más de esperanzas y desesperanzas que de razones o
sinrazones.
Europa habría venido a ser, pues, la historia de una desviación, infiel al sentido originario
que Zambrano centra en ese Dios creador, de corazón bondadoso a quien no habrían sido fieles
ni el catolicismo ni el protestantismo. Hay que buscar, por tanto, en la negación, en la
heterodoxia, en lo reprimido que no consiguió alcanzar su meta cuanto se propusieron los
heterodoxos que han guardado el rescoldo de aquel cristianismo primitivo, tal como lo trasmitió
San Agustín. Hablamos del cristianismo del interior del hombre, aquel que aprende de su
fracaso.
Se trata de aprender a convivir con el fracaso, renunciar a querer ser como dioses y no
querer edificar aquí abajo la ciudad de Dios; poner, por el debido orden, primero, la referencia a
lo sagrado y, segundo, el lugar de mediación que corresponde a la filosofía. Ni dogmatismo
religioso ni soberbia de la razón. En verdad, la crisis de España había puesto al descubierto la
naturaleza larvada de la crisis europea. “Y todo esto en España, frenesí de Europa, Europa en
estado de fusión, ha quedado en esta afirmación poética de Quevedo, ha quedado en su no
resignación tan pura, tan perfectamente pura que le hace la vida imposible, que la convierte en
pueblo suicida. Mas en Europa es método, sistema. Violencia del conocimiento en la filosofía y
en la ciencia. De una filosofía cada vez más violenta y menos misericordiosa en su cerrada forma
sistemática”75. Y esto aún con el precio de la escisión entre el sujeto que conoce y el objeto
conocido. A esto lo llama la “noche obscura de lo humano”, expresión de un mundo deshabitado
que se mueve en la tiniebla cuando “vivir en la luz había sido el anhelo de toda la cultura
occidental”.
¿Sabe a poco o a mucho la conclusión a que llega Zambrano? Para el tiempo que le toco
vivir a María Zambrano sabe a bastante y si atendemos a su compromiso y a la radicalidad con
que asumió su exilio nos parece que fue una lección de coherencia allí donde ella la planteó
porque estaba convencida de que sólo llegados a ese punto podía ser eficaz la lección. Era la
propuesta española, sin duda, pues creía firmemente que esa tradición española a la que ella
pertenecía, heterodoxa, disidente, -“velada” como la ha calificado Francisco José Martín-,
reprimida, en definitiva, contenía elementos para venir a corregir las desviaciones de la filosofía
europea. No es casual que en el libro Unamuno y su obra76 dedicara tres epígrafes al análisis de la
75
ZAMBRANO, M., La agonía de Europa, o. c., p. 59.
ZAMBRANO, M., Unamuno. Ed. de GÓMEZ BLESA, M., o.
c. (nota 9). Concretamente: “Su inserción en Europa”; “La
inhibición europea”; “La filosofía existencial, producto de la inhibición religiosa europea”.
76
18
obra del rector salmantino por su relación con la filosofía europea. Nos interesa esta perspectiva
de Zambrano pues es bien novedosa, más aún si tenemos en cuenta lo temprano de la fecha en
que fue escrito, y por lo infrecuente de haber mostrado esta dimensión europeísta de Unamuno
cuando es verdad que Unamuno fue el filósofo que más interlocutores europeos tuvo77.
En dos cuestiones sería trascendental la figura de Unamuno: primero, por su capacidad
para dar salida al fondo de la vida española a la que no habría conseguido dar expresión la
cultura europea. Y aquí Zambrano ya no habla sólo del humanismo renacentista sino que amplía
su enumeración “al último esplendor de la Escolástica”, a Gracián, a Saavedra Fajardo, Feijoo,
al propio Larra y a quienes fueron rompiendo el silencio hasta llegar a Unamuno quien “se
atreve con ímpetu desconocido a plantear la cuestión religiosa”. Y esto, después de todo lo ya
dicho, en la reflexión zambraniana es tan decisivo para España como para Europa. Para España
porque se trataría de dilucidar cuál sea la verdadera religión, cuál el verdadero fondo religioso
“indígena” pues “¡qué poco ha hablado el español de su religión íntima! ¡Qué escondida y secreta
la tiene!”78 ¡Dónde situar a los místicos en el marco de la cultura europea! Lo cierto es que ha
habido un pudor, un hermetismo… que nos ha paralizado. Llega Zambrano a sostener que está
inédita la investigación de la creencia española, que la novela tuvo que venir a plantear una
cuestión a la que era reacia la propia filosofía. Así, p.e. El Quijote y la novela del XIX, con Galdós
como escritor más representativo en cuya senda sitúa a Unamuno, quien antes que nada se
planteó la necesidad de restablecer “la continuidad con el ayer, despertar, antes que la voluntad,
la memoria. Unamuno quiso ante todo despertar el ansia de vivir, la voluntad de existir, la fe en
la resurrección”79.
Pero, además, y en segundo lugar, como antes señalaba, esto era tan importante para
España como para Europa porque planteaba la necesidad de la convergencia: “En la actual crisis
de Europa aparece con suficiente claridad que el más hondo padecimiento que el hombre sufre
es la asfixia por falta de espacio vital. Espacio vital que se ha pedido a gritos sin lucidez alguna,
pues claro es que no se puede corresponder al espacio geográfico en que un pueblo domina a los
demás. Se trata de una transposición a términos sociales y políticos de algo más hondo, de ese
espacio vital que al faltar produce la asfixia de toda vida humana”80. Para concluir con las
siguientes palabras que me parecen definitivas:
“De su tiempo comprometido en la búsqueda de ese centro del hombre más allá de la conciencia
y de la inconsciencia, empujado sin tregua por la necesidad de una revelación y anterior a toda
revolución individual, confundida en esa interioridad que ha perdido su propia imagen, asfixiado por
fin, en el angosto espacio vital en que ha quedado reducido. Y bajo todo ello, el conflicto único entre
filosofía y religión, entre razón y fe, dislocación dolorosísima que padeció cuanto duró su vida”81.
Así pues, mientras Ortega planteó, a la altura de 1949, la necesidad de construir la
realidad europea sobre la base de las diferencias nacionales, María Zambrano había anticipado
que no hay vida humana sin la liberación de las conciencias individuales, es decir, sin individuos.
Lo que Galdós había apuntado casi por los años en que ella misma naciera. Dos condiciones
serían necesarias para retomar la esperanza: primero, dilucidar el conflicto entre religión y
filosofía le parecía fundamental. A ello dedicó El hombre y lo divino (1955). Y, segundo, dejar
fijadas la idea de conciencia histórica, lo que significa ser persona en sociedad y recuperar el
sentido de la democracia.
A modo de reflexión final82
77
RIBAS, P., (coord.), Unamuno y Europa, Madrid, Universidad Autónoma, 2002.
ZAMBRANO, M., Unamuno, o.c., p. 51.
79
Ib., p. 56.
80
Ib., pp. 67-68.
81
Ib., p. 69.
82
Sobre este tema ofrecí una primera aproximación en MORA GARCÍA, J.L., “Filosofía y política en el pensamiento de
María Zambrano (1930-1950)” en Actas del Congreso Internacional del Centenario de María Zambrano. II. Crisis
78
19
Dos son los textos a que quiero referirme para completar esta exposición. En ellos
desarrolla las ideas antes señaladas y propone, además, la que podríamos considerar terapia o
salvación, solución en terminología política. Y esta no la vio clara hasta que no vivió en
América. La experiencia americana le dio la distancia suficientemente –y no sólo física- como
para diseccionar la realidad europea, su pasado y, sobre todo, a finales de los cincuenta, su
futuro. Ambos textos están vinculados a la Isla de Puerto Rico. El primero titulado así “Isla de
Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un tiempo mejor)”83, publicado en La Habana y, el
segundo, Persona y Democracia. La historia sacrificial, publicado precisamente en la Isla de
Puerto Rico84. Son muy conocidos y no necesitan mucha explicación. Ambos son
extremadamente interesantes para completar el tema aquí desarrollado: la creación de un
horizonte común a España y Europa, ahora con América –-Pan-américa al fondo- como unidad
en un mundo que ya anticipaba como globalizado.
Quizá fuera desde su estancia en Cuba o en la propia Puerto Rico lo cierto es que la hija
del continente europeo, aunque lo fuera desde el extremo peninsular, acababa de descubrir el
sentido de lo isleño, ese trozo de tierra rodeado de infinito. Ella que venía de la opresión debió
sentirse como en el Paraíso y llegó a pensar que hubo un tiempo originario en que la “criatura
humana había sido más pura, es decir, más verdadera; de que siendo más “si misma” ha estado
en viviente comunidad con la naturaleza”. Era, pues, posible la nostalgia de un mundo mejor
porque éste había ya existido y por eso se podía trasformar en esperanza.
Creo ver aquí la nostalgia de los principios con los que se identificaba el ayer de Europa:
Democracia y Libertad, en 1940, desaparecidos pero vigentes como principios. No es que tras la
guerra civil la razón abandonase el compromiso y se refugiara de nuevo en lo abstracto pero ha
de reconocer que “su abstracción es la que ha permitido eso que enciende nuestra sensibilidad de
hoy tanto como las materias preciosas al hombre del renacimiento, es decir, la integridad humana
entendida como la entereza real, viva y concreta del ser llamado hombre que constituye su
posibilidad de ser”85. Y además esto otro: decir que ha de llegarse a ser lo que se es no es un
juego de palabras sino la esencia misma de la vida humana. Encontramos en estas afirmaciones
la expresión de la entereza tras el fracaso pero no de cualquier ser sino precisamente del ser
humano que no está dispuesto a fracasar por completo pues significaría dejar de ser. La persona
humana está ligada a principios y eso le permite crear y “no doblarse por completo a nada, nada
de este mundo.”
Mas esos principios no residen sino en uno mismo y la isla, imagen de lo circular,
expresión de la soledad rodeada del infinito océano le devolvía a María Zambrano la imagen de
sí misma. La isla a solas con su soledad, alejada de otras tierras; y ella también sola, alejada de
su ayer, de sus compromisos políticos y de las tierras del continente europeo, de España y su
historia... pero ya en América, tierra de acogida, de dificultades y de generosidad, y de
esperanza. El que había sido llamado nuevo mundo era, en verdad, esperanza de un mundo mejor
por más ancho, más universal y cobijo de esa capacidad creativa de la persona humana.
Este nuevo “descubrimiento” llevado a cabo por los exiliados españoles que se curaron de
cualquier tentación de etnocentrismo al experimentar América pues bien claro expresaron que
“nadie podrá persuadirnos de la nobleza de esta universalidad y aun de su mayor sentido
práctico” que consiste en la nostalgia de un “mundo mejor”, del mundo mejor perdido y del otro
por hacer. Destino privilegiado y, como todos los privilegios de verdad, lleno de difíciles deberes
y aun de dolor.”
La filósofa europea que fue María Zambrano no entiende ahora ese mundo por construir
sin mencionar la “necesidad de un panamericanismo verdadero”. En verdad lo que está haciendo
cultural y compromiso civil en María Zambrano. Madrid 2004. Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano, 2005,
pp.302-316.
83
La Habana, Verónica, 1940.
84
. ZAMBRANO, M., “Prólogo” a Persona y Democracia, v. nota 12.
85
Lamento disponer de una copia de “Isla de Puerto Rico” que carece de paginación.
20
es referirse a una ampliación de su pensamiento inicial ya que, si aquel planteaba la superación
de las contradicciones entre la doctrina del espíritu y la doctrina económica como base de un
nuevo liberalismo de cuyo fracaso fue víctima en la guerra española, lo que resultaba ahora
imprescindible era aunar las Américas. Se refiere, para evitar equívocos, a la Hispania con
España más allá de retóricas, ritos, banquetes y banderas. “Unidad necesaria hoy más que nunca
–decía María Zambrano en 1940-, en cada instante más urgente. Unidad de propósito y destino;
unidad de espíritu y acción.”
Afirmación sincera ante la que ella misma sentía temor por la interpretación que pudiera
dársele. Y auténtica por cuanto ella misma había experimentado que ninguna parte del mundo
por sí sola, ni ningún individuo por sí solo, pueden salvarse. Es de la persona humana de quien
habla, y ella es la que debe habitar el mundo cuando se ha convertido en la víctima y está
amenazada por la aniquilación.
Más de sesenta años tienen estas palabras de María Zambrano y desconozco qué juicio
puedan merecer a muchos lectores. Quizá resulten añejas y superadas o quizá sigan produciendo
remordimientos –como ella misma experimentaba viniendo de España- aunque consideraba que
había pasado el tiempo en que los remordimientos pudieran quedar convertidos en angustia
estancada. Pero hemos de tener en cuenta que su propia experiencia de exiliada le mostraba que
siendo los principios necesarios, éstos necesitan de espacios físicos, de partes del mundo donde
realizarse y que existe el ayer pero además existe el hoy y existe nuestro interior en el que es
preciso ahondar. Con una expresión coloquial podríamos decir que María Zambrano aboga por el
mundo de la gente. No empleó el concepto de mestizaje y mucho menos el de interculturalidad,
más reciente, pero no le pasó desapercibida la ubicación de Puerto Rico y su papel mediador
entre el Norte y el Sur.
Asistiríamos, de esta manera, en el pensamiento de María Zambrano, con la metáfora de
la isla como referencia, al establecimiento de “nuevos horizontes” que abarcan más tiempo y
mayor espacio pero, sobre todo, mayor profundidad. Conciencia del fracaso y esperanza de
superación al comienzo de su exilio: asumiendo el pasado y reflexionando sobre la tradición de
la que proviene, provoca una apertura a la América de la gente que la acoge y con la que
convive. En este marco, la idea de persona, que ya estaba muy presente en su pensamiento,
comienza a adquirir una posición central y será ya el núcleo en torno al cual desarrolle su
filosofía política a lo largo de esas dos décadas.
La democracia como referente imprescindible para la realización de la persona humana.
No es posible ésta sin aquella. Se planteaban expectativas razonables de que las democracias se
abrirían camino, una vez superado el fascismo europeo, superado, igualmente, el sacrificio por el
que su generación y las concomitantes habían pasado. De nuevo la esperanza que renueva en el
prólogo puesto a la edición de 1988 cuando afirma que “ahora es cuestión de volver a nacer, de
que nazca de nuevo el hombre en Occidente en una luz pura reveladora que disipe como en un
amanecer glorioso, sin nombre, lo que se ha perdido”.
Por eso el libro está dividido en tres partes que se corresponden con las ideas señaladas.
En primer lugar es imprescindible mantener la conciencia histórica, la de ser persona en
sociedad y la de que vivamos en democracia. En la conclusión sostendrá, con determinación,
que solamente es legítimo el sistema político que permita la realización de la persona humana
entendida ésta como la conciencia de sí misma y de los demás, en tiempo y espacio. Es decir,
que permita un sentido moral de la historia.
Sin conciencia histórica no es posible la esperanza pero, más aún, no es posible abarcar
“los acontecimientos todos que se registran en cualquier parte del planeta”. Bien interesante esta
idea de María Zambrano a finales de los años cincuenta: “que sintamos ligados entre sí como
partes de un mismo drama los sucesos ocurridos en los lugares más alejados del país en que
vivimos”. Ya no es, pues, simplemente, que haya un país dominante como lo fue Europa, o
luego América pues “el mundo hoy todo es o un sistema, cualquiera que sea la estructura de este
sistema, o un género de unidad tal que se necesita contar con la totalidad para resolver los
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problemas que en cada país se presenten” 86. Si el planeta entero es nuestra casa -llega a afirmarla idea de la convivencia alcanza una dimensión igualmente planetaria y la conciencia individual
debe ensancharse tanto como sea posible y alcanzar el máximo de responsabilidad. Además, esto
se hace extensible a la historia que también es compartida, lo que exige la “persecución de una
ética de la historia” pues no hay hombre sin historia por cuanto no nacemos hechos sino que nos
hacemos. Sin proyecto hacia una finalidad, en definitiva, no hay persona humana.
Necesitamos una historia humanizada y eso consiste en tres capacidades: de anhelar,
sentimiento contrario a la tendencia espontánea a la destrucción; de esperar como movimiento no
meditado que considera que la historia no está cerrada o hecha; y de querer, o sea, estar despierto
y usar permanentemente el pensamiento para descubrir las entrañas de la propia historia con sus
desesperanzas, con los ensueños escondidos y superar aquellos que consisten endiosarse y que
conducen al absolutismo.
Fuerte era esta preocupación zambraniana por la historia pues ahí situaba ella las razones
del fracaso español y europeo. Europa habría perdido el sentido y la conciencia de la historia y
sin la comprensión del tiempo el progreso se vuelve una actividad ciega que se va desencarnando
hasta perder su sentido.
Junto al compromiso con la historia, en segundo lugar, el que la persona humana debe
fijar con la sociedad: identificación de lo universal y lo íntimo. Como el amor que don Quijote
sentía por Dulcinea que era expresión de la intimidad pero que debía ser ganado haciendo el bien
por todos. “El amor de don Quijote –señala Zambrano- se convierte en ética, aunque sería más
exacto decir que el enamoramiento es amor, pues no hay amor sin esa ascensión al plano moral”.
O como quienes buscan la verdad científica o filosófica o religiosa “pues vocación es amor,
aspiración a lograr la intimidad con algo universal, trascendente.”
Así pues, compromiso moral que nos obliga a trasformar la sociedad para que pueda
acoger a la persona humana. Especialmente interesante resulta esa idea según la cual la intimidad
como espacio interior y la ciudad como espacio exterior deben corresponderse recíprocamente.
Pocos filósofos contemporáneos han dedicado páginas tan bellas como importantes al tema de la
ciudad como espacio habitable donde la persona debe desarrollarse. No hay posibilidad, pues, de
construir una conciencia moral si no existe un espacio social moral. Y viceversa. Contra el
individualismo y contra el absolutismo escribe, por igual, María Zambrano.
La Democracia, tercer anclaje, es “la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino
exigido, el ser persona”87. Para explicar esto resulta obligado a María Zambrano analizar tres
conceptos sociológicos en los que sigue a Ortega quien había publicado treinta años antes La
rebelión de las masas: pueblo, masa y minoría. Interesante releer estas páginas hoy cuando casi
ha pasado medio siglo desde que esta filósofa afirmaba, desde tierras americanas, que la
democracia debía dejar de ser una utopía para ser una realidad.
No es socióloga María Zambrano pero el análisis que hace de la idea de pueblo es bien
lúcido por cuanto esta realidad es clave en la definición de lo que se entiende por Democracia.
Sus referencias a momentos históricos en que el pueblo se ha convertido en protagonista de la
historia, las consecuencias que ello ha tenido marcan algunas diferencias con la confianza ciega
que se contenían en las páginas escritas durante la guerra civil española.
Mas a la altura de finales de los cincuenta el centro no se halla para María Zambrano en
el pueblo sino que se desplaza a la persona, término que engloba y supera las ideas de individuo
y sociedad que conforman al ser humano. ¿María Zambrano personalista retomando sus
recuerdos de la revista Esprit? En parte sí, en lo que tiene ahora de militancia filosófica más que
política. Tras muchos años de sufrimiento, “sacrificio”, de la crisis europea, la guerra civil
española, su exilio... es en tierras americanas cuando se plantea radicalmente que “el orden
democrático se logrará tan sólo con la participación de todos en cuanto personas, lo cual
corresponde a la realidad humana. Y que la igualdad de todos los hombres, dogma fundamental
86
ZAMBRANO, M., Persona
87
Ib., p. 133.
22
y… o.c., p. 16.
de la fe democrática, es igualdad en tanto que personas humanas, no en cuanto a cualidades o
caracteres; igualdad no es uniformidad. Es, por el contrario, el supuesto que permite aceptar las
diferencias, la rica complejidad humana y no sólo la del presente, sino la del porvenir.” Antes
había afirmado esto mismo de otra manera: “Pues la gran novedad del orden democrático es que
ha de ser creado entre todos.”
Veo aquí el tremendo aprendizaje del exilio de María Zambrano. La concepción que de
la Democracia tiene el exiliado que no olvida su procedencia, que no utiliza al país de acogida
desde el estado de pura necesidad que tuvo María Zambrano, quizá sea la más auténtica. Apenas
tuvo posición académica relevante; su vida fue un discurrir por países y gentes, poca
organización y mucha convivencia. Buena escuela de aprendizaje para la vida en democracia y
en paz. Poco antes de morir aún escribió un artículo sobre la primera guerra del golfo a propósito
de la paz necesaria. Aquella juvenil política revolucionaria que buscara armonizar libertad e
igualdad ha dejado paso a otro planteamiento: que el problema no está tanto en el plano de los
principios cuanto de las proporciones. La idea de que el hombre consiste en hacerse y que en ese
proyecto se incluyen, por igual, la intimidad y la ciudad, referentes recíprocos se mantiene en
pie. María Zambrano lo decía más bellamente en 1987: “Que un nuevo triunfo glorioso de la
Vida en este pequeño lugar se dé nuevamente”88. Puede decirse de una manera menos sublime.
Si hoy es el tiempo de la sociedad civil (de las sociedades, más bien) y si no hay sociedad sin
personas, es, sobre todo, el tiempo de la persona. Mas la persona vive en la ciudad y necesita del
Estado. Ellos deben garantizar el orden simbólico sobre el que se asienta el sentido de la vida
humana y la historia. Ahí no caben los antagonismos sino la aspiración a la unidad que engloba
los proyectos del hombre pues sólo existe el ser humano en la medida en que no se considere que
“apareció ya con toda su humanidad actualizada”89 y, en la medida también, que tengamos en
cuenta que somos humanidad y nada, pues, nos es ajeno. Su padre ya había dicho que la Patria es
la parte de la Humanidad más próxima a nosotros. Quizá estas ideas solamente se puedan
comprender y se pretendan llevar a cabo en su radicalidad desde la situación de exiliado. Sobre
esta base Zambrano alumbró una idea nueva para España/Europa y no sé si acabaría de
convencerle la propuesta con que se ha iniciado el siglo XXI.
88
89
Ib., p. 8.
Ib. P. 29.
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