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Misa de Apertura Año de la FE 10 de Diciembre de 2012 HOMILÍA DE MONS. JOSÉ GUADALUPE GALVÁN GALINDO EN LA EUCARISTÍA DE APERTURA DEL AÑO DE LA FE Torreón, Coah., 11 de Octubre de 2012 Queridos hermanos y hermanas: Hoy, a las 10:00 de la mañana hora de Roma, 03:00 hrs., tiempo de México, en la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, el Santo Padre Benedicto XVI abrió el AÑO DE LA FE con motivo del 50º Aniversario del Inicio del Concilio Vaticano II y en el 20º de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica promulgado por Juan Pablo II. La Diócesis de Torreón, con gusto y esperanza, ha acogido esta iniciativa del Papa. Con la Eucaristía que celebramos esta tarde, expresando nuestra comunión con el Vicario de Cristo y con toda la Iglesia, abrimos solemnemente, para nuestra comunidad eclesial el AÑO DE LA FE, mismo que concluirá en la el domingo de Cristo Rey del Universo, el 24 de Noviembre de 2013. Con toda la Iglesia, la Diócesis de Torreón y atendiendo la propuesta del Santo Padre, quiere entrar más profundamente "en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia". (Homilía de Benedicto XVI en la Misa de Apertura del Año de la Fe) Para la comunidad eclesial de Torreón, el Vaticano II fue un acontecimiento fundamental. Tanto ella como su primer Obispo y fundador, Mons. Fernando Romo Gutiérrez, nacieron en el regazo del Concilio. Don Fernando, como le llamaban con cariño, fue de los pocos Obispos que participó en todas las sesiones del Concilio y, con entusiasmo y esperanza acogió e instrumentó la aplicación de la nueva visión postconciliar, en la Teología sobre la Revelación, en la liturgia, en la eclesiología, y en la forma como la Iglesia se colocaba en el mundo actual. El gran impulso del laicado comprometido y su vocación específica en el ordenamiento de las realidades temporales, así como la nueva forma como la Iglesia entendió su presencia en el mundo y su servicio al ser humano y a la sociedad, comprometiéndose en las profundas transformaciones sociales, fueron unos de los muchos frutos que la aplicación del Vaticano II produjo en estas fértiles tierras laguneras. Así, esta Iglesia postconciliar, alimentándose con la doctrina del Vaticano II, fue creciendo, entre otras cosas, en su conciencia de ser: Pueblo de Dios enriquecido con una gran variedad de carismas y Sacramento Universal de salvación en el mundo. Haciendo eco de las Palabras del Santo Padre Benedicto XVI, iniciamos este año con la firme intención de que, apoyados en los documentos del Concilio Vaticano II, se "reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo..." porque una de las preocupaciones del Concilio fue que la fe "siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación" (Homilía de Benedicto XVI en la Misa de Apertura del Año de la Fe) Como lo ha mencionado el Papa Benedicto XVI esta mañana, el AÑO DE LA FE será para toda la Iglesia, una oportunidad para trabajar en medio de una atmósfera de "desertificación espiritual", entendido como una vida, un mundo sin Dios. Frente a esta desafiante realidad, los creyentes asumiremos nuevos caminos que nos ayuden a descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital en la edificación del ser humano pleno y de su mundo. Tendremos que iniciar, acompañar, fortalecer los procesos pastorales que nos permitan hacer de cada creyente, una "persona de fe que, con su propia vida indique el camino hacia la Tierra prometida, y de esta forma mantenga viva la esperanza". Como Iglesia diocesana en este año queremos asumir la tarea de la nueva evangelización, entendida como testimonio de una vida nueva transformada por Dios. El AÑO DE LA FE que hoy iniciamos será para nuestra comunidad eclesial el espacio en el que, edificándonos desde el modelo de Iglesia del Vaticano II, nos comprometamos de manera creatividad y firme en la misión permanente. Esto nos llevará a que cada comunidad pequeña comunidad, cada parroquia, cada decanato, cada comunidad religiosa, cada movimiento o asociación laical, cada comisión o dimensión pastoral, se convierta en una auténtica escuela de formación de discípulos misioneros, garantizando que las personas que participan en los distintos niveles, vivan personal y comunitariamente los tres momentos fundamentales sobre los cuales se edifica la vida cristiana: La experiencia de Cristo, la vida en comunidad y el compromiso misionero. El texto del evangelio que hemos proclamado en esta celebración orienta con mucha claridad el plan de acción que queremos concretizar este año. Intentaremos responder a la pregunta de Jesús: "Y para Ustedes, ¿quién soy Yo?" (Mt.16,15). Estamos convencidos de que sólo teniendo como punto de partida la experiencia del encuentro con Jesucristo, los creyentes empezarán a recorrer un camino que les llevará a convertirse en discípulos misioneros del Señor. En la experiencia del creyente, lo decisivo es el vínculo con Cristo. Si el discípulo, como Pedro, se dirige una y otra vez para confesar que Él es el Mesías, entonces va por el verdadero camino de convertirse en auténtico seguidor. Este es el reto que hoy asumimos. Sabemos que la Iglesia, en todas sus comunidades y estructuras está llamada a ser una comunidad misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo, respondiendo a los grandes interrogantes de los tiempos modernos y buscando a los bautizados que se han apartado de la vida de la comunidad cristiana. Poniendo la mirada fija en Nuestro Señor Jesucristo, inicio y consumador de nuestra fe, con la riqueza de los Documentos del Concilio Vaticano II y fortaleciendo nuestra fe con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia, les exhorto a vivir este AÑO DE LA FE recorriendo el camino que nos permita ser discípulos misioneros que viven con profundidad lo que creen y transmiten con vigor y la verdad del Evangelio de Jesucristo, único Salvador. Que María Santísima brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos enseñe a reproducir en nuestra persona el perfil del fiel discípulo de Jesús de Nazareth. + JOSÉ GUADALUPE GALVÁN GALINDO Obispo de Torreón