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Monseñor Miguel Ángel D´Anníbale,
obispo auxiliar de Río Gallegos en la ceremonia de su ordenación episcopal
(Colegio Marín, San Isidro, 29 de abril de 2011)
“Como el Padre me envió yo los envío”
Tengo el profundo deseo de compartir de lo que siente mi corazón frente a este
acontecimiento de mi vida, que es un profundo y gran regalo de Dios, de su Gracia para
conmigo y para con todos ustedes, para con toda la iglesia. Lo primero que experimenté a
penas el nuncio apostólico me comunicó mi nombramiento, fue el hecho de ser enviado a
otra tierra, a otro espacio, podríamos decir otra cultura, que si bien es el mismo país, es
tan distante, es tan diversa hasta la que ahora vivo. Y por eso vino a mi corazón muy
fuertemente la confirmación de la misión, esa misión a la cual soy enviado. Estaba siendo
una vez más llamado a partir, como dice el Evangelio, dejar padres, hermanos, casas,
amigos, iglesia, para salir. Escuché la voz de Jesús que me dijo “te envío” a esas tierras”,
“te envío en mi nombre para anunciar el Reino”. Y por eso sentí que lo más genuino del
Evangelio, el envío, la misión, llegaba en mí, y eso me llena de gozo, me llena de alegría,
mi vida, una vez más, como hasta ahora, se llena de sentido y vale la pena vivirla, vivirla
así, siendo enviado por Jesús. Disfruté 25 años de vida sacerdotal en esta diócesis y los
últimos diez años como vicario general colaborando estrechamente con el ministerio
episcopal. Tantas comunidades están reflejadas por allí, en algunos carteles que me han
puesto, que están aquí más que nada reflejada en ustedes que me están acompañando.
Tanta experiencia de recorrer que me ha generado también la misión aquí, viví la misión
en la diócesis, experimenté el cariño de tanta gente, gocé al saber que la diócesis de San
Isidro se propuso en su última asamblea diocesana del año 2009 vivir en estado de
misión, aquí la celebramos juntos, aquí nos propusimos, una vez más, renovarnos en la
misión y elegimos como lema final de esa asamblea “Como el Padre me envió, yo los
envío”.
Cuando quise pensar y me puse a rezar cuál sería mi lema episcopal, me salió “Como el
Padre me envió, yo los envío”, no dudé en que sea ese, tenía que ser ese el lema, la
palabra que me oriente todo mi episcopado. En este lugar hoy, aquí, tan querido por
nosotros, en este salón que ya casi lo podemos llamar Beato Juan Pablo II, será el
próximo domingo, compartimos la vida de la diócesis desde hace ya casi diez, nos
encontramos aquí cada año, en la fiesta diocesana, en la solemnidad del Cuerpo y la
Sangre de Cristo y experimentamos la alegría de ser iglesia en torno a la Eucaristía.
Aquí, ustedes saben, cómo yo disfruté tantas veces el encuentro con la iglesia, aquí
experimenté la alegría de la iglesia diocesana. Y por eso este lugar no solamente es un
lugar grande, con capacidad, que nos está sosteniendo de la lluvia que afuera está,
imagínense si estuviéramos en el atrio de la catedral, menos mal que tomamos algunas
decisiones y aunque llueve estamos aquí, en este lugar, más allá de todo eso, saben que
para mí es un lugar simbólico porque representa la iglesia diocesana reunida en torno a
este único altar, presidida por el obispo, fiesta que la iglesia celebra la eucaristía y para
salir a la misión, para ser enviada la misión. Entonces hoy aquí estamos viviendo un envío
misionero y por eso doy gracias a Dios, porque le regala a la diócesis de San Isidro esta
gracia tan especial para seguir animando este tiempo que ustedes están recorriendo y que
seguirán recorriendo, de las asambleas parroquiales, de las áreas, de equipos,
instituciones, en clave de misión en el Bicentenario de la patria.
Esto es lo primero que me surgió y que se los comparto de corazón, sentirme enviado e ir
de misión. La otra experiencia que siento con mucha fuerza es el misterio de la iglesia.
Cuando mi nombramiento de obispo se hizo público, comencé a recibir una cantidad
inmensa de saludos de parte de laicos, religiosas, sacerdotes, obispos, toda mi familia. En
todos y en cada uno había una alegría muy especial, como si cada uno hubiera recibido
este don y ahí me dí cuenta que el don del episcopado no me pasaba solo a mí, no era
solo para mí, sino que es de la iglesia y es para la iglesia. Experimento que no me lo
puedo apropiar, sino que lo tengo, que lo acabo de recibir para darlo, para entregarlo,
para brindarlo y, permítanme decirles, se me vino una imagen muy fuerte en el corazón,
sentí como que estaba, insertado más hondamente, introducido más fuertemente en el
corazón de la iglesia y que la iglesia me estaba tomando y que me llevaba y por eso yo
quiero entregarme a la iglesia, quiero amarla, quiero servirla, quiero cuidarla, quiero
extenderla, para que los hombres y mujeres de este mundo, de este tiempo que nos toca
vivir y hoy, de la Patagonia austral donde soy enviado, conozcan a Jesucristo vivo y
resucitado y puedan decir como nos dijo en su momento el Papa y nos repitió el
documento de Aparecida y lo podemos decir, seguramente, cada uno de nosotros, lo
mejor que nos pasó en la vida, lo más lindo que nos ha sucedido, es habernos encontrado
con Jesucristo Resucitado. A mí, gracias a la iglesia, me pasa eso y me sigue pasando eso,
lo más lindo que me pasó en la vida, encontrarme con Jesús y hoy haber sido identificado
plenamente con su sacerdocio. Por eso deseo profundamente que mi misión episcopal, en
el seno de la iglesia, le permita a muchos decir lo mismo, encontrarse con Él, decir qué
bueno haber encontrado a Jesucristo en mi vida.
Y ahora que acabo de recibir la ordenación, en esta liturgia de la iglesia, verdadera
actualización del Misterio Pascual, en esta octava de Pascua, quiero agradecer de corazón,
en primer lugar al Papa, Benedicto VI, por esta elección, manifestarle aquí como lo hizo
ya en las preguntas, pero una vez más, mi fidelidad, mi obediencia, mi comunión. Quiero
agradecerles ahora, a mis hermanos obispos que me han recibido y me acaban de recibir
tan cariñosamente en el colegio episcopal, todos me han dicho bienvenido, qué bueno,
gracias, pero muy especialmente agradecerte a vos Jorge, tengo ganas de mirarte, ahora
sí, agradecerte Jorge por presidir esta celebración, por conferirme la plenitud del
sacerdocio, como hiciste hace 25 años, cuando me ordenaste de diácono y cuando me
ordenaste de presbítero, gracias Jorge de corazón por tu amistad, por tu paternidad y
especialmente por enseñarme, en estos 21 años, que me regalaste estar al lado tuyo, a
amar a la iglesia y a servirla, gracias de corazón Jorge.
Gracias a los obispos que están acompañando a Jorge, a Monseñor Juan Carlos Romanín,
que ya hemos presentado, que es con quien voy a trabajar ahora, gracias Juan Carlos por
cómo me recibiste, por tu sonrisa que nunca falta, nunca falta la sonrisa en Juan Carlos.
Por Carlos Franzzini, por la amistad que tenemos, por tantos años, por compartir la
historia de esta diócesis, gracias Carlos por estar ahí. A Oscar, obispo coadjutor, por tu
cercanía, por tu paternidad, por su amistad, un año y medio que te conocemos, el
profundo deseo Oscar que disfrutes de esta iglesia diocesana, que disfrutes del pastoreo,
de esta iglesia que a mí me toca dejar pero que a vos se te ha encargado, realmente de
corazón, y vos Luis, gracias por aceptar también estar aquí, sabes la pasión que nos une
que es la liturgia, yo te pedí que estuvieras acá para que tus manos también confirmaran
el camino pastoral de la liturgia y el servicio que prestamos a la Sociedad Argentina de
Liturgia, gracias de corazón.
Permítanme agradecerle también al señor Nuncio Apostólico, Monseñor Adriano
Bernardini, por su cercanía, gracias monseñor. Ustedes saben que realmente ha sido esto,
pienso que detrás de un nombramiento hay una persona y eso es lo que yo he
descubierto en Monseñor Bernardini, el atender lo que cada uno necesita, lo que vive, me
he sentido muy así, muchas gracias y sé que su tarea es cuidar del episcopado y de tantas
cosas de la iglesia, que se sienta así, también, muy querido por nosotros.
A todos los demás obispos que vinieron desde lejos, especialmente a nuestros hermanos
de la Patagonia, a todos que tienen este gesto tan concreto de colegiado episcopal, muy
especialmente la Cardenal Bergoglio, que ha concelebrado esta Eucaristía, gracias
también. Me alegro tanto, tanto, que también esté aquí, Monseñor Alejandro Buccolini que
es el obispo emérito de Río Gallegos, al que le pedí especialmente que viniera y es un
testimonio para nosotros porque nos muestra que a pesar de la enfermedad, él sigue
estando acá, gracias Alejandro, gracias por estar.
A mis hermanos sacerdotes de la diócesis de San Isidro, con quienes crecimos juntos,
desde la época del seminario hasta hoy, saben bien el bien que me han hecho en estos
días sus cercanías, su afecto, sus cartas, el gesto de regalarme este báculo que tengo aquí
en mis manos, que va a ser el signo que me va seguir acompañando en todo mi pastoreo,
que está marcado por este cuerpo presbiteral que también hoy me entrega a la diócesis
de Río Gallegos. Gracias y los espero allá en el sur.
Gracias a todos los hermanos sacerdotes que han venido de otras diócesis del país,
especialmente a quienes vi, que hicieron la liturgia en sus diócesis y a todos los que han
participado, que realmente podamos compartir esta fiesta es una profunda alegría. Gracias
también a los diáconos permanentes, por su constante servicio de entrega y
especialmente a los seminaristas, que toda esta celebración los confirme a ustedes,
muchachos, sepan que seguir a Cristo realmente vale la pena, que pronto puedan
entregar su vida en la ordenación.
Yo quiero seguir recordando tanto, pero bueno, a las religiosos, a las religiosas, a todas,
especialmente, acá están las hermanas benedictinas que han podido venir, se merecen un
aplauso, ellas están en el monasterio siempre y hoy están con nosotros, la madre
abadesa.
Y todas las demás hermanas, están las misioneras diocesanas, que tanto trabajan, las
hermanas de Calcuta, las josefinas, las franciscanas, tendría que nombrar a tantos, por
toda esta fe y qué lindo, todo lo que me han regalado siempre.
A todos los laicos de la diócesis que en las diversas comunidades en las que me tocó servir
en este tiempo, me hicieron sentir, realmente, el regalo de ser pastor del pueblo de Dios.
Especialmente a quienes desde hace tantos años compartimos el servicio en el obispado,
esa pequeña comunidad que formamos y en la cual pude disfrutar siempre con ustedes la
experiencia de iglesia. Gracias al consejo diocesano de pastoral por todo lo que hemos
trabajado juntos en estos años para animar la vida pastoral de la diócesis y por preparar
realmente esta fiesta diocesana con tanta dedicación y entrega. Coordiné durante estos
siete años el consejo, fue una experiencia muy enriquecedora en mi vida, por supuesto
también gracias al Equipo Diocesano de Liturgia, con quienes compartimos tantos años de
servicio, de aporte de lo que creímos y decimos siempre, que es fuente de pastoral en la
iglesia, pastoral litúrgica quisimos hacer y estamos haciendo, y ustedes hicieron hoy con
esta celebración.
Gracias al Colegio Marín que nos ha recibido, hacernos sentir como en casa y que este
lugar se abra para recibir este regalo para la iglesia de Río Gallegos. Les agradezco mucho
a las autoridades que han venido acompañar. Siempre he compartido con ustedes una
lindísima relación, un vínculo muy bueno, en estos años hemos podido trabajar juntos en
mutua colaboración para tratar las necesidades de la gente que vive en esta zona,
especialmente a los más pobres. Voy a cambiar de una diócesis de 22 kilómetros a una
de casi mil, más, mil ochocientos, así que va a ser más larga la distancia, pero bueno,
que lo que aprendimos acá también lo podamos llevar.
Gracias muy especial a mi familia que está aquí, a mi papá y a mi mamá, que los tengo
aquí adelante, siempre estuvieron al lado mío, siempre me sostuvieron, me acompañan,
han sido y sostienen mi fe, siempre vivieron y viven con una especial alegría y entrega el
llamado y la elección que me regala la iglesia y hoy, de alguna manera también, me
envían. Gracias a mi hermana, a su familia, por tanta vida compartida, por todo lo
importante que me brindan. A todos mis tíos, mis primos, mi madrina, a los que
especialmente viajaron de Italia, a un primo hermano que viajó desde Canadá, un primo
de mi madre de Miami, todos ellos están aquí compartiendo esta fiesta, gracias por estas
horas. Sinceramente como familia, yo lo siento así, estamos muy agradecidos y
disfrutamos como familia este inmenso don.
Gracias a los amigos, a todos los compañeros de la vida, a los compañeros de escuela
secundaria, primaria, maestras, profesores, gracias.
Y, antes de partir al sur, va también mi agradecimiento a las universidades, a los institutos
educativos que me permitieron ejercer la docencia, enseñando liturgia. Ustedes saben
muy bien, ahora me dirijo a las cámaras, estamos saliendo en directo por Internet a todo
Río Gallegos, a todos los que están siguiendo la transmisión en vivo, a todos los que, a
través de los medios de comunicación, especialmente a la radio, allá veo al equipo
habitual de la radio y de la televisión, a todos los que a través de este medio de
comunicación nos hemos encontrado, todas las semanas, semana tras semana para
compartir la Palabra, compartir la vida.
Y bien, llego la hora de partir, llegó la hora de ser enviado a la diócesis de Río Gallegos,
que me recibe como obispo auxiliar. Como escribí hace unos días ya experimenté el muy
buen recibimiento que me hizo el obispo Juan Carlos, el clero, el laicado, muchos de los
cuales están aquí, sacerdotes de Gallegos, laicos de Gallegos que han venido y de otras
partes de la diócesis para compartir esta celebración.
A todos los que siguen esta celebración a través de la radio o por Internet en vivo, mi
saludo, mi bendición, mi deseo de llegar para caminar con ustedes como pastor y para
colaborar en fraternidad episcopal con Juan Carlos en el servicio de la iglesia.
Por eso ahora, quiero terminar este momento invitando a que vengan aquí y que me
acompañen en este momento, quienes han venido de Río Gallegos, sacerdotes, laicos, al
obispo también que se acerque, los seminaristas que están de Río Gallegos, vengan,
diáconos, vicario general, suban, esto está pensado así, quiero que ahora estén cerca.
Mons. Miguel Ángel D’Anníbale,
obispo auxiliar de Río Gallegos