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MARÍA Y LAS TRES CREACIONES
José Pérez Adán
De acuerdo con la revelación cristiana, y forzando un poco el lenguaje,
podemos decir que Dios nos ha creado tres veces: la primera vez en Adán, la
segunda en Noé, y la tercera en María. En el primer contrato, que firma Dios
con Adán, hay derechos y deberes peculiares, que no conocemos del todo,
aunque nos encontramos al ser humano con la misión de "creced y multiplicáos,
poblad la tierra y sometedla"(Gen 1,28). Los humanos son herbívoros (cfr. Gen
1,29) y tienen unas obligaciones con Dios que rompen con el pecado original y
la expulsión subsecuente del paraíso que degenerará en la aniquilación del
diluvio.
El segundo contrato o alianza, que es como una nueva creación humana, lo
firma Dios con Noé. También aquí hay derechos y deberes, aunque de distinto
orden. Los humanos ya son carnívoros (cfr. Gen 9,3) y parece que tienen un
distinto constitutivo natural que es herencia de la profunda degeneración
sufrida con la rotura de la primera alianza. Sin embargo, también tienen la
promesa de una mayor participación divina en el destino de sus vidas: "sed
fecundos, multiplicáos y llenad la tierra (...), no volverá a ser exterminada carne
alguna por las aguas del diluvio ni habrá otra vez diluvio que vuelva a asolar la
Tierra"(Gen 9,1). Una característica de los términos de este segundo contrato es
la peculiar relación entre los sexos, distinta de los términos del primero, y
subrayando la inferioridad de la mujer con respecto al varón y su sumisión a
éste, tal y como refleja todo el Antiguo Testamento. Otra característica, es la
relación de la humanidad con Dios, no en base a la libertad del alma sino al
designio de un pueblo, que en Abraham y en Moisés, es sujeto colectivo de
libertades.
El tercer contrato y la definitiva alianza, que es también como una tercera
creación humana, lo firma Dios con María. El "sí" de María supone la
restauración del estatus femenino, el fin de la supeditación de la mujer al
hombre, y la consecución de lo que a la postre ha sido la divinización del
género humano en Jesucristo, que es con quien de verdad se inicia la relación
individual de cada alma con Dios y, por tanto, la genuina libertad. Por eso
María es realmente la nueva Eva, el Adán primigenio, iniciador de una
naturaleza en la que todavía hemos profundizado poco por el deseo que
algunos tienen de perpetuar "las ventajas" (el discurso del poder) que les daba
el segundo contrato. Este definitivo estatus mariano estaba ya anunciado en el
Viejo Testamento, es más manifiesto en el Nuevo, sobre todo en San Juan y en
las Bienaventuranzas, pero toca a la Iglesia explicitarlo de manera que cada uno
tomemos conciencia de lo que realmente somos gracias a María. Aquí
encontramos la superioridad de la dependencia frente a imponencia, del
espíritu de servicio frente al afán de beneficio, de lo humilde frente a lo grande.
Y ello está en el Magnificat (ancillae, timéntibus, húmiles, esurientes, puerum,...),
como lo está en toda la hagiografía cristiana. De aquí la necesidad que tiene el
mundo moderno de "feminizarse". Es un legado que la Iglesia todavía no ha
conseguido traspasar al mundo secular. Realmente, estamos en la infancia del
culto a María, que debe de tener también, por todo esto, un cierto
reconocimiento civil.