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Tecnología, Desarrollo y Democracia
Gustavo Giuliano
Grupo de Estudios y Propuestas sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad - IEF-CTA
El inesperado conflicto generado por las plantas de pasta de celulosa sobre el Río
Uruguay invita a una reflexión profunda sobre lo que se encuentra realmente en juego
en esta controversia ya que sólo llegando a la médula de la cuestión se podrá marchar
hacia una solución que no sea sólo un triste parche coyuntural. La firmeza del pueblo
de Gualeguaychú trae a la tapa de los diarios un tema que los llamados Estudios CTS
-por Ciencia, Tecnología y Sociedad- vienen proclamando desde los años 70: la
necesaria consideración de los procesos científicos, tecnológicos e industriales como
procesos sociales. Esta corriente de pensamiento y de acción se opone al llamado
modelo lineal de desarrollo y a su pretendida neutralidad valorativa de la ciencia y
tecnología, según la cual estas actividades no son ni buenas ni malas en sí mismas
sino que su carácter positivo o negativo depende de cómo los seres humanos usemos
los conocimientos, las técnicas y los artefactos que hacen posible. Por el contrario
propone una concepción alternativa según la cual la ciencia y la tecnología ya no
pueden concebirse como políticamente indiferentes. La razón es que no se las
entiende solamente como un conjunto de teorías, artefactos y técnicas aislados de
todo contexto, sino que se las reconoce como sistemas amplios que incluyen tanto a
los agentes que determinan los fines como a los investigadores y técnicos que los
llevan adelante, para lo cual ponen necesariamente en juego creencias,
conocimientos, valores y normas que se transmiten ineluctablemente a la ciencia y
tecnología resultantes. Desde esta concepción las teorías científicas, los sistemas
tecnológicos y los procesos industriales pueden ser condenables o loables, ya que
medios y fines no están completamente desligados sino que se influyen mutuamente.
Esta mirada alternativa permite, a través de la afirmación de la no neutralidad de estos
procesos, sostener que los mismos sesgan las posibilidades sociales de acuerdo a un
programa predefinido y, a partir de allí, valida lo imperioso de una necesaria reforma
política que acerque a la ciencia, la tecnología y la industria asociada a las urgentes
necesidades sociales.
Para marchar en esta dirección y ante el internalismo que pretende encerrar la ciencia
dentro de los laboratorios y el proceso de diseño tecnológico dentro de las fábricas, no
debe perderse de vista la importancia de una cuestión central ligada a la valoración
externa del progreso: ¿cuál es la utilidad, potencialidad y consecuencias de las
innovaciones pretendidas por los agentes productores desde la perspectiva del
contexto social amplio al cual afectará su aplicación? Este interrogante, que se
pregunta por los fines, debe modelar y limitar la racionalidad instrumental económica.
Una genuina “revolución tecnológica” sólo surgirá de explorar una nueva manera de
ligar el desarrollo tecnológico y la producción de conocimiento con los deseos y
necesidades legítimos de las personas, con miras al desarrollo de una vida digna y la
realización de intereses auténticos y sustentables de las diversas comunidades
involucradas. La pregunta por los fines, cuestiona el concepto de “tecnología de
avanzada” y conduce al de “tecnología adecuada”. Lleva a abrirse de manera natural y
sin esfuerzos a la pregunta por la legitimidad de los objetos técnicos en sí mismos y no
sólo por su uso y aplicación. La posición resultante se enfrenta a la de una tecnología
intrínsecamente neutral, cuyo camino de progreso está internamente referenciado y
delineado y al que no se le debe oponer control alguno: la tecnología por sí misma
rebalsará en beneficios para la humanidad y, si subsiste o se generara algún nuevo
problema, será el propio desarrollo tecnológico quien lo eliminará, sólo hace falta
tiempo y más tecnología. Cuestionar los fines torna pertinente interrogar a la
tecnología en el plano político y axiológico, de los principios y valores: ¿respeta o
atenta contra la dignidad de las personas? ¿promueve el bien común y la justa
distribución de los bienes o facilita el proceso de acumulación desigual? ¿impulsa la
subsidiaridad para con los más débiles y las minorías o fomenta la exclusión? ¿allana
la participación democrática o es funcional al ejercicio del autoritarismo? ¿anima al
desarrollo pleno de la solidaridad y la fraternidad o exacerba el individualismo?
¿mejora la oportunidad de acceso al trabajo o genera desocupación? ¿es social y
medioambientalmente sustentable o pone en peligro a las generaciones venideras?
Si coincidimos en afirmar que se debe dejar de pensar a las técnicas como escindidas
entre “desarrollar y utilizar” ya que no son simples medios para las actividades
humanas a los que se les pueden dar un buen o mal uso, sino que son fuerzas que
moldean y condicionan a la sociedad, concluiremos que lo que aparentan ser meras
elecciones instrumentales son en realidad elecciones acerca de la forma de la vida
social y política que construye una sociedad. Así las cosas es posible alcanzar un
nuevo tipo de sociedad tecnológica que de lugar a un mayor ámbito de valores si se
democratiza la tecnología, si se marcha hacia una noción de racionalización fundada
en la responsabilidad de la acción técnica por los contextos humanos y naturales, en
oposición a la hegemonía dominante. Por una parte el desarrollo tecnológico no es
unilineal, sino que se ramifica en muchas direcciones y puede alcanzar generalmente
altos niveles a lo largo de más de una vía diferente; por otra, el desarrollo tecnológico
no está libremente determinado por la sociedad, sino está sobredeterminado por
ambos factores tecnológicos y sociales. Si la tecnología tiene potencialidades
inexploradas, no son los imperativos tecnológicos los que establecen la jerarquía
social existente, sino que la tecnología es un escenario más de la lucha social en el
cual las alternativas de la civilización están en pugna. Es aquella hegemonía, que se
ha incorporado en la tecnología, la que debe ser cuestionada en la lucha por la
reforma tecnológica.
La relatividad de los conceptos de progreso y desarrollo, así como la no neutralidad de
la ciencia y la tecnología, valida el camino democrático como el único legítimo a seguir
y en el contexto de la controversia sobre las fábricas de pastas de celulosa sobre el
Río Uruguay una concepción democrática como la enunciada solo podría sostenerse a
través de fomentar la participación ciudadana responsable y libre. Una posición así
desplazaría la racionalidad tecnocrática hacia una racionalización democrática en
donde los ciudadanos pasaríamos a tener una injerencia mayor en los procesos de
diseño e implantación industrial, legitimando así la acción tecnológica y productiva
desde las bases sociales a las cuales afectará irremediablemente. Ante la complejidad
adicional que significa la participación de dos países soberanos en la controversia, el
desafío democrático se extiende al Mercosur cuestionando la esencia misma de su
razón de existencia.
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