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Legislatura de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires
"2016 - Año del Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República Argentina"
PROYECTO DE DECLARACIÓN
La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires repudia los asesinatos de los
afroamericanos en Estados Unidos Alton Sterling y Philando Castile en manos de la policía, así
como se solidariza con la lucha contra el racismo que está llevando adelante el movimiento
“Black Lives Matter” (“Las vidas de los negros importan”).
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Legislatura de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires
"2016 - Año del Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República Argentina"
FUNDAMENTOS
Sra. Presidenta:
El martes 5 de julio, dos policías ejecutaron a Alton Sterling en Baton Rouge, Luisiana,
Estados Unidos. Los policías dijeron que Sterling los amenazó con un arma. Dos videos
filmados con teléfonos celulares confirmaron la sospecha: Sterling no amenazó a los policías,
no se resistió, fue ejecutado. El miércoles 6, un policía acribilló a Philando Castile en un control
de tránsito mientras Castile intentaba sacar su identificación de la billetera. Su novia filmó su
muerte mientras discutía con el oficial. El video viralizado en redes sociales confirmó la
sospecha: Castile no se resistió al control, fue ejecutado. Alton Sterling y Philando Castile
tenían algo más en común: eran afroamericanos.
***
El presidente Barack Obama llegó el martes último a Dallas (Texas) para participar del
funeral de los policías muertos en el tiroteo que ocurrió el viernes 8 en esa ciudad cuando se
desarrollaba la marcha contra los asesinatos de afroamericanos a manos de la Policía. Lo
acompañaron el expresidente y exgobernador de Texas G. W. Bush y su esposa Laura Bush, en
un claro respaldo a la Policía racista y mensaje de unidad (especialmente del establishment)
contra las arengas que buscan profundizar las grietas sociales. También fue parte de la comitiva
“unitaria” el excandidato republicano Ted Cruz (senador de Texas).
Al referirse a los hechos de la última semana, Obama dijo que quedaron expuestas “las
más profundas grietas de la democracia estadounidense”, pero agregó, “No estamos divididos
como parece (…) Las relaciones interraciales han mejorado de forma dramática (…) Aquellos
que lo niegan deshonran las luchas que nos ayudaron a conseguir el progreso. Pero sabemos que
se mantienen las diferencias”.
Con estas palabras, Obama envió un doble mensaje. Por un lado, a los sectores
reaccionarios, que buscan capitalizar las frustraciones de sectores de la población (por ejemplo,
aquellos que apoyan la candidatura de Donad Trump) y alentar los prejuicios racistas. Por otro
lado, reduce –y de alguna forma desprecia– la legítima bronca contra el racismo de la
comunidad afroamericana, especialmente de la juventud.
En su discurso Obama dijo, “Sabemos que la enorme mayoría de los oficiales de Policía
hacen un trabajo increíblemente duro y peligroso de forma correcta y profesional, merecen
nuestro respeto y no desprecio. Y cuando alguien, sin importar cuán buenas sean sus
intenciones, habla de todos los policías como prejuiciosos o intolerantes, debilitamos a esos
oficiales de quienes depende nuestra seguridad”.
La reivindicación de la Policía, principal ejecutora de la llamada violencia racial, ha sido
una constante desde el tiroteo de Dallas. Los discursos y la orden de Obama de bajar las
banderas a media asta en señal de luto o los llamados a la calma a quienes protestan contra la
brutalidad policial vuelven a confirmar que el racismo es institucional y recorre todas las
instancias de la vida política de Estados Unidos.
Obama llegó a referirse al tiroteo en Dallas como un “crimen de odio” y lo comparó con
la masacre de la Iglesia Emmanuel en Charleston, perpetrada por un simpatizante confeso de la
supremacía blanca. Así lo explicó el representante de Fraternal Order of Police (organización de
efectivos de las fuerzas de seguridad) que se reunió con Obama y el vicepresidente Joe Biden.
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Obama se refirió a los hechos en Dallas como “un acto no solo de la violencia demente sino de
odio racial”.
La equiparación de ambos hechos y la condena de la “violencia racial” a secas, en un
país cuyos pilares se fundan en la esclavitud y el racismo, donde solo el 13 % pertenece a la
comunidad negra pero los afroamericanos son la mitad de la población carcelaria y el 40 % de
las víctimas de la brutalidad policial es, como mínimo, un acto de cinismo.
A la vez, equiparaciones como la de Obama alientan discursos abiertamente
reaccionarios como el del exalcalde de Nueva York Rudolph Giualiani, que despotricó
abiertamente contra Black Lives Matter tildándolo de “movimiento racista”. O dejan al desnudo
la hipocresía que atraviesa el debate de control de armas, en el que la Sociedad Nacional del
Rifle (NRA) defiende a rajatablas el derecho de los ciudadanos a portar armas, salvo cuando se
trata de afroamericanos, como mostró la infame acusación contra Mark Hughes, sobre la que la
NRA no se pronunció ni se pronunciará jamás.
Pero ante todo el discurso en Dallas, es un recordatorio de que la lealtad de Obama, así
como la de la minoría negra que ocupa altos cargos del poder político y económico, es con el
régimen que gobierna el país al servicio de una elite blanca y millonaria. Esto no niega por
supuesto que su llegada a la Casa Blanca no haya representado contradicciones, tanto con
respecto a las expectativas de los afroamericanos como al odio visceral que aún hoy despierta
en sectores reaccionarios.
El asesinato de Michael Brown en agosto de 2014 selló el fin definitivo de la ilusión
posracial e hizo estallar el movimiento Black Lives Matter que se puso de pie ante la brutalidad
policial racista. Brown se trasformó en símbolo de un cambio en el estado de ánimo de la
juventud negra que, como parte de la generación millennial, salió a la calle. Creció la brecha, no
solo generacional, entre la juventud y los líderes afroamericanos del movimiento de derechos
civiles. Figuras demócratas de peso en el movimiento negro, como los reverendos Al Sharpton y
Jesse Jackson, eran abucheadas por la juventud en el masivo funeral de Brown, y de esta forma
confirmaban que era algo más que un momento de bronca.
Las medidas del gobierno federal, tibias e insuficientes, ante la creciente brutalidad
policial confirmaban que el racismo era algo más que actitudes extremas de algunos sectores. El
racismo tenía expresión en la economía con la sobrerrepresentación de la comunidad negra
entre los pobres, en los estigmas sociales que mantenían su vigencia (los guetos, la
criminalización y la encarcelación masiva de los varones negros). La ampliación de derechos,
producto de la movilización negra en al década de 1960, se choca con una realidad donde están
vigentes las peores manifestaciones del racismo porque la sociedad estadounidense sigue
fundada sobre las mismas bases.
La masacre de la Iglesia Emmanuel en Charleston fue un recordatorio cruento de que la
supremacía blanca seguía vigente como ideología sostenida, más o menos expresamente, por
sectores de la población. Y se mantiene vigente en la bandera de la Confederación que todavía
flamea en edificios oficiales o en la existencia legal del Ku Klux Klan o milicias blancas como
los Oath Keepers que se dieron el lujo de desfilar con impunidad en el aniversario del asesinato
de Brown.
Los asesinatos de Sterling y Castile y el tiroteo en Dallas son la confirmación definitiva
de que su gobierno no ha significado avances en el fin del racismo. Al contrario, los últimos
acontecimientos encontraron a Obama llamando a la juventud negra a la calma y la unidad
nacional con quienes desprecian sus vidas y justifican sus muertes. Pero la política no se reduce
a Washington, en la calle vuelve sonar con legítima impaciencia “Sin justicia no habrá paz”.
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Por lo expuesto, solicito la aprobación del presente proyecto de Declaración.
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