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Sociedad Havana Blues
31 de diciembre de 2012
La Habana es una ciudad musical por naturaleza, no se le concibe si no es entre las
sonoridades del chachachá, los boleros o los danzones. Pero muy pocos sospechan
que también existen grupos con otras preferencias musicales, una especie de
sociedad secreta musical que lucha a contracorriente por defender una identidad
sonora diferente al ritmo tropical.
Uno de los miembros más connotados de esta supuesta secta secreta se llama
Sociedad Havana Blues, y su especialidad es el Rock and Roll de los años 60 y 70,
y los pegajosos blues, muchos blues norteamericanos, de los clásicos, los
inolvidables.
Sin tener en cuenta la calidad de su música, Sociedad Havana Blues ya es muy
especial dentro del movimiento musical alternativo cubano, por concentrarse en
ritmos netamente norteamericanos dentro de un sistema político donde, durante los
últimos 50 años, todos los problemas siempre han sido asociados a los Estados
Unidos.
Se trata de una banda de tres, integrada por Miguel “Mike” de Oca; el guitarrista,
compositor, cantante y alma del grupo. La batería suena gracias al empeño de
Rubiesky y la melodía del bajo es creada por las virtuosas manos de Raúl, “El
Pinareño”.
Sociedad Havana Blues solo ha logrado producir un disco, cuyos temas, alguna que
otra vez, son radiados por unas pocas emisoras locales sin que por ello se les
entregue compensación alguna. Una prueba de que esta unión solo funciona por el
amor que le tienen a la música que interpretan.
Tampoco cuentan con muchas facilidades materiales, por lo pronto ensayan al aire
libre, en un terreno baldío perteneciente a la Casa de la Cultura de Centro Habana,
una institución gubernamental que les permite practicar sus números en un espacio
surrealista, delimitado por dos edificios semidestruidos en donde aún viven algunos
vecinos. Allí, a la vista de los transeúntes y de algún que otro curioso, el grupo repite
una y otra vez sus inusuales acordes con influencias de genios como Jimi Hendrix o
Stevie Ray Vaughan, pero con acento criollo.
Otro problema para la banda está asociado a la adquisición de los instrumentos y
equipos. Al ser una banda underground no pueden aspirar a que las instituciones
estatales les faciliten los medios y como no son un grupo de renombre o con
ingresos por sus presentaciones, no tienen acceso a instrumentos importados o
traídos por suministradores clandestinos.
Poco es lo que se consigue en el mercado negro, las guitarras y amplificadores se
revenden de músicos a músicos. Nada es barato para una persona que gana el
equivalente de 15 dólares norteamericanos al mes. Las tiendas de instrumentos son
pocas en La Habana Vieja y por causa del embargo económico no puede vender
marcas norteamericanas.
Los equipos de la banda son un espectáculo variopinto: Aparatos venidos de la
antigua Europa comunista, con más de 30 años de explotación, llenos de remiendos
y adaptaciones, con los que, a duras penas, consiguen reproducir un sonido, que
nunca es limpio y si lleno de interferencias y feedback.
Las cuerdas de las guitarras son muy difíciles de hallar en Cuba, ellos dependen de
los regalos de músicos con mejor suerte y explotan la vida útil de las que tienen
hasta límites increíbles.
Pero son felices, llenos de sueños y perseverantes en un mundo cultural que los ve
más como una rareza que como un grupo musical alternativo.
Miguel pasa de los 40 años, pero cuando habla parece un joven que acaba de
fundar su primera banda; es profesor de música en la Casa de la Cultura, y locutor
de un programa blues en la emisora municipal Habana Radio.
Robiesky, el baterista, tiene 24 años y vive en un pequeño cuarto, en un techo, que
ha alquilado junto con su novia flautista. Es músico profesional pero no trabaja con
bandas mayores porque está cansado de que los directores no le paguen lo
acordado. Prefiere tocar gratis la música que le gusta, antes que cobrar bien poco
por tocar ritmos que no siente.
Raúl, el bajista de 23 años, viene de Pinar del Río, en el occidente del país. Todos
los días recorre un largo camino para llegar a la Casa de la Cultura y ensayar con el
grupo. El mismo se reconoce como uno de los jóvenes rebeldes que se escondía en
el techo de su casa para escuchar, en un pequeño radio, las estaciones
norteamericanas con los ritmos que alguna vez fueron prohibidos en Cuba. Para
conseguir su instrumento tuvo que vender toda su cría de puercos, dice que
renunciando a la carne logró enredarse en la música
Así es la realidad de la única banda de blues en Cuba, una sociedad de tres que
lucha por ampliar su horizonte tocando, soñando y respirando blues.
Los dejo mientras fuerzan las notas de un conocido tema de Robert Johnson, y debo
reconocer que a pesar de todas las limitaciones, no suenan tan mal.