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ITINERARIO PASTORAL EN ÁMBITOS ISLÁMICOS
P. Agustín Arteche. Misionero de Africa P.B.
Introducción:
Explico el encabezamiento. He dudado escoger entre camino, recorrido o itinerario. El matiz es
prácticamente el mismo. De cualquier manera, se trata de una vivencia personal que ha
transcurrido en países de señalado componente islámico, sin que este adjetivo quiera indicar una
determinada tendencia de corte intolerante. Uso el término islámico en el sentido de musulmán.
El itinerario es, al mismo tiempo, pastoral, ya que mi vida de sacerdote, aunque dedicada sobre
todo al cuidado de la comunidad cristiana, ha llevado siempre la preocupación de aquellos que
no forman parte del redil eclesial.
Esta historia en el tiempo y en el espacio no fue siempre lo que uno hubiera deseado. A veces
hizo falta corregir errores y trazar nuevos rumbos. Corregir es de sabios. A pesar de todo,
desgraciadamente, algunas equivocaciones perduran. Nadie tiene la fórmula mágica del diálogo
pastoral con los musulmanes. Las ideas son claras, pero la práctica difícil de realizar.
Al tratarse de un itinerario personal, éste seguirá los lugares por los que ha transcurrido mi vida
misionera en la Sociedad de los Misioneros de Africa (Padres Blancos). Las etapas son las
siguientes:
 Túnez: 1960-64
 Roma: 1964-67
 Burkina Faso: 1968-1987
 Jartum: 1992-2001
1. TUNEZ: 1960-1964
Los recuerdos de los cuatro años que pasé en Túnez son numerosos y gratificadores. El paisaje
luminoso de la bahía de Cartago es de los que no se olvidan. En el seminario que los Padres
Blancos tenían en Cartago inicié y terminé mis cuatro años de formación en Teología. Allí nació
el interés por conocer la religión, la cultura y la civilización musulmanas. Cuando a comienzos
de Septiembre de 1960, todavía seminarista, llegué a Túnez a bordo del barco Général Cazalet,
mis compañeros y yo, conocíamos muy pocas cosas sobre el Islam.
La primera cuestión que viene al espíritu es cómo se compaginaba una sensibilidad misionera
con la presencia de un centro de formación teológico ubicado en un país musulmán. Los
acontecimientos que nos tocó vivir fueron la respuesta a esta cuestión. El Concilio se estaba
celebrando en aquel momento. Varios de nuestros profesores no sabían qué enseñar. Había
confusión en los criterios. Algunos mostraban miedo ante las novedades. Otros deseaban
cambios. Las consignas que llegaban de Roma de enseñar la Sagrada escritura en latín y la
imposición de la Biblia Vulgata contrastaban con otros cambios de signo contrario en torno a
los temas cruciales de la Iglesia y los sacramentos. El Concilio Vaticano II sancionó un estilo de
vida ecuménico que ya se ponía en práctica de alguna manera en el modo de vivir de los
misioneros que trabajaban en el país. Las aperturas valientes de los teólogos del momento,
Henri de Lubac, Karl Rahner y otros se abrían paso poco a poco.
A un nivel más práctico, los cuatro años de estancia en Cartago vieron una evolución en nuestro
modo de vida. Se suprimieron la sotana y la tonsura y se suprimieron las visitas a los amigos
tunecinos de los alrededores para evitar ser acusados de proselitismo. Tratamos de adaptarnos a
los acontecimientos políticos y sociales que afectaron al país. Túnez quería cancelar los últimos
vestigios de la influencia francesa en Túnez. Bizerta, base naval de Francia en Túnez, pasó
finalmente al poder de los tunecinos. Con la caída de Bizerta empezó la nacionalización de
empresas y bienes extranjeros. Pero, quedaba todavía visible uno de los símbolos más
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emblemáticos de la presencia cristiana en Túnez: La Basílica Primacial de Cartago, en cuya
cripta se encontraba enterrado su fundador, el cardenal Lavigerie. Ésta con el edificio anejo del
seminario se erguía sobre la colina y era visible de sus cuatro puntos cardinales. Esta
circunstancia y la sensibilidad que requería hacia los tunecinos hizo que abandonáramos ambos
edificios a la discreción del Gobierno. Hoy se han convertido en un museo.
La reflexión sobre los años pasados en Cartago, me sugieren dos reflexiones en el tema del
diálogo islamo-cristiano. Este requiere, en primer lugar, el conocimiento del otro. En segundo
lugar aprecio y simpatía. El desconocimiento de los demás tiende a desestabilizarnos, nos
produce miedo y como consecuencia nos incita a actitudes de orgullo, a la intolerancia y a la
violencia. Fue saludable para nosotros en ese sentido, el buen ejemplo que nos daban los
misioneros y misioneras de Túnez. La situación se prestaba poco al triunfalismo. Era una época
de sufrimiento. Ellos nos enseñaron actitudes de discreción y humildad. Paradójicamente, la
conservación y el posterior desmantelamiento del seminario en Túnez sirvió para preparar
misioneros más abiertos a las realidades religiosas y culturales de Africa. Nuestro curso
clausuró la presencia de seminaristas en aquel país. Allí recogimos nuestro futuro destino. Yo
fui nombrado a Burkina Faso, pero con la misión de hacer presente allí una pastoral más
tolerante con los musulmanes.
ROMA: 1964-67
Roma era un paso previo a la realización de mi nombramiento. Otra vez parece extraño que
fuera Roma el lugar escogido para el estudio de la lengua y de la religión musulmanas y no un
país árabe. Hasta el año 1964 la preparación de los misioneros con destino a los países
musulmanes, se realizaba en Túnez, en un Instituto que llevaba el nombre de Manuba. La idea
de abandonar aquel lugar se corresponde con la decisión de dejar el Seminario de Cartago.
Había que ir a otro lugar y se escogió Roma. Manuba cambió de nombre y se convirtió en
P.I.S.A.I, es decir, Instituto Pontifical de Estudios Arabes e Islámicos. Pero, la elección del
lugar no cambiaba el objetivo: capacitar gente para el diálogo islamo-cristiano.
Estuve tres años en Roma. Aquellos años se me hicieron muy largos. El estudio de la lengua
árabe es arduo y exigente. Tres años sólo capacitan para poner las bases del aprendizaje del
árabe. Había poco tiempo que perder. La lengua árabe no era el único empeño. Éste iba
acompañado de una introducción general al Islam en todas sus facetas: cultura, civilización,
historia, religión. Al mismo tiempo, durante las vacaciones de verano, se proponían alternativas
de apostolado en diferentes lugares del Norte de Africa y Oriente Medio de manera a combinar
estudios y realidad local. Yo realicé mi experiencia pastoral en Cabilia y en Fez. De los aspectos
positivos retengo la hospitalidad de que fui objeto en las visitas a familias musulmanas y la
cortesía que aquellas visitas requerían por mi parte. Aquellos contactos me parecían algo muy
hermoso. En los encuentros con los jóvenes tengo recuerdos más matizados. Algunos de ellos
trataban de conocer, por ejemplo, mis sentimientos hacia Mahoma, Jesús o la revelación
musulmana. Otros, como ocurre hoy, sólo tenían el deseo de escapar de su precaria situación y
probar fortuna en Europa.
Retengo dos cosas importantes del tiempo pasado en Roma: primero la necesidad de aprender la
lengua árabe como vehículo a su vez para introducirse en las realidades religiosas y culturales
del Islam. Ello tiene como corolario sumergirse en las realidades concretas de la vida. La teoría
no basta. Hace falta experimentarla en el tren, en los zocos, en las relaciones con los jóvenes, las
personas en el interior de las casas. El Islam teórico sólo existe en los libros. Existen los
musulmanes, los de hoy y de tal lugar.
2. BURKINA FASO: 1967-1987
Me marché a Burkina Faso el día de Navidad de 1967. Difícil olvidar la fecha y el ambiente
empañado de tristeza de aquella Navidad. Pienso que llevaba un buen bagaje intelectual en mis
maletas, pero no bastante para empezar directamente el trabajo apostólico. Tenía que aprender
otra lengua y familiarizarme con otra cultura. Afortunadamente la lengua de los moose me
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pareció más asequible que el árabe. La experiencia muestra que todas las lenguas son
igualmente difíciles, ya sea por su sintaxis o su pronunciación o sus tonos. Una lengua tonal es
muy difícil. Empeñé alma y cuerpo en familiarizarme con aquella nueva lengua. Al cabo de casi
seis meses, en Junio de 1968 me dirigía con otro compañero a mi primer destino, Boulsa, un
pueblo de 5000 habitantes a doscientos kilómetros de la capital.
Una vez más, el nombramiento parecía una contradicción con las metas que se querían alcanzar.
Boulsa era una ciudad con un fuerte porcentaje de personas pertenecientes a la religión
tradicional. Los musulmanes y los cristianos éramos una minoría. La iglesia local estaba
interesada en la atención prestada a los cristianos y a los futuros cristianos. Cada año se
bautizaban miles de catecúmenos en el país durante las fiestas de Pascua.. Quedaba poco
espacio para los musulmanes en nuestras actividades pastorales. Los pocos contactos que tuve
con los musulmanes fueron poco frecuentes, y éstos impregnados a veces de cierta vanidad, más
atento al deseo de aprender la lengua y la cultura que a la necesidad de crear amistad.
Aún así, el fruto más positivo de los primeros años de apostolado en Boulsa fue el estudio del
Islam local. En aquella época recogí un sinfín de información sobre el Islam africano, sus
orígenes, su historia, sus relación con la religión tradicional, su tipología religiosa relacionada
con las fraternidades existentes en Africa, especialmente la Qadiriyya y la Tidjaniyya. Pensaba,
no sin alguna razón, que este conocimiento propiamente etnológico facilitaría mi aceptación
entre los compañeros sacerdotes. Así lo fue entre muchos de ellos. Sin embargo, el horizonte de
algunos de ellos no iba más allá de los resultados cuantitativos. El número de bautizos era signo
de salud pastoral.
En el transcurso del año 1971 me nombraron Secretario de la Conferencia Episcopal para las
relaciones con el Islam, cargo que conservé hasta mediados de 1987. No creo que había
demasiada convicción por parte de la Jerarquía en aquel nombramiento, más bien el deseo de
hacer barrera a la progresión del Islam y llevar a cabo la política de Vaticano II de crear
estructuras de diálogo con esta religión. La organización es necesaria, pero no basta. Hay que
utilizarla.
El nombramiento, de todas formas, abrió perspectivas más amplias de reflexión y de trabajo, y
me daba, al mismo tiempo, la posibilidad de coordinarme con los representantes de otros países
del Oeste africano, Mauritania, Guinea, Senegal, Mali, Niger, Costa de Marfil, Togo, Benin,
países muy diferentes unos de otros en su arraigo islámico . Creo que se hizo mucho para crear
una visión común y desde ella operar concretamente en objetivos bien determinados, aunque
adaptados a las situaciones locales. Mauritania no podía tener los mismos objetivos que Mali o
Burkina Faso. Dedicamos nuestros esfuerzos en fomentar y organizar numerosos seminarios de
información general sobre el Islam, abierto sobre todo a los agentes pastorales, educadores,
sacerdotes y laicos comprometidos. El interés se centraba en la formación. Se elaboraron de esta
manera multitud de documentos para informar y dar respuesta a los problemas planteados por la
convivencia entre cristianos y musulmanes. Como tela de fondo de nuestros objetivos se
encontraba la Declaración del Concilio sobre las religiones no cristianas invitando a los
cristianos a "mirar con aprecio a los musulmanes"… Como gesto concreto se editó un libro en
cuya redacción tomé parte de manera muy privilegiada, libro que presentaba el cristianismo a
los musulmanes de manera sencilla y respetuosa al mismo tiempo. Llevaba el título de
"Connais-tu ton frère? Pour mieux connaïtre les Musulmans". Este libro hizo decir al
cardenal Arinze, Presidente del Secretariado para las Religiones no Cristianas, que le agradaría
muy mucho ver un libro similar escrito por los musulmanes. Se promovieron al mismo tiempo
formas concretas de diálogo y colaboración entre cristianos y musulmanes en los ámbitos
comunes de encuentro, por ejemplo, la escuela, el barrio o la vecindad. Este diálogo de vida es
el más sencillo, y probablemente el más eficaz de todos, siempre que no interfieran responsables
religiosos imbuidos de ideología e intolerancia.
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Todos estos esfuerzos no tuvieron siempre la acogida esperada entre los compañeros sacerdotes.
Nos tachaban de ser poco realistas y de juzgar con demasiada benevolencia a los musulmanes a
quienes se acusaba de toda clase de atrocidades. Eran pocos, aunque a veces, aquellos que más
influencia tenían en las reuniones y encuentros pastorales. Pero poco a poco, punto de vista del
Concilio y la necesidad por lo menos de una paz social. Tampoco fue para mi un camino sin
dificultades ni tensiones. No es fácil combinar el trabajo parroquial ordinario y la dedicación a
los no cristianos. Ganaba más el sentido de la fidelidad a la Iglesia local que el carisma del que
se siente llamado a buscar la oveja perdida. Uno dice fácilmente que no hay tiempo para todo.
SUDAN: 1992-2001
La idea de marcharme a Sudán se presentó de manera totalmente inesperada. Recuerdo muy
bien el lugar y la fecha: Aguadulce, Septiembre de 1990. El Superior General de los Misioneros
de Africa me invitó a recitar el santo rosario. Después, continuando el paseo me dijo
sencillamente que hacia falta alguien en Sudán y que habían pensado en mí. Quedé sorprendido,
pero dije que sí, después de exponer mis objeciones. Ir a Sudán suponía algo así como volver a
empezar. La lengua árabe, al cabo de veinticinco años se había convertido en algo más que un
vago recuerdo y apenas conocía inglés. Con el paso del tiempo, considero que el nombramiento
a Sudán fue el reto más interesante de mi vida.
Llegué a Jartum el 17 de Septiembre de 1992. Era un re-encuentro con Africa, después de cinco
años de ausencia. A la salida del avión, ya de noche los destellos constantes de luz en el
horizonte presagiaban lluvia o cuando menos un "habuub" o tormenta de polvo y arena.
La primera visita a la ciudad me sugerió de entrada algunas características generales del país: el
uso generalizado de la lengua árabe, el porte de la "jellabiya"blanca y el turbante, la presencia
de innumerables mezquitas, la situación de la mujer en la sociedad musulmana, a causa de su
indumentaria, un envolvente "taub" sobre sus elegantes cuerpos, y del lugar reservado para ellas
en los transportes públicos. También me llamó la atención la presencia de gente de color vestida
a la moda europea. La ciudad con sus calles medio invadidas por la arena, me hablaba de la
cercanía del desierto. Era un Viernes y había poca gente en las calles. Se respiraba austeridad,
casi tristeza en la expresión de la gente, aspecto que contrastaba con el ambiente exuberante y
jovial que encontré antaño en Burkina Faso. Me hice a mi mismo la reflexión de que los
integrismos religiosos convierten la alegría en cosa sospechosa.
Los primeros pasos de mi nueva inserción requerían de nuevo algunos esfuerzos. El primero
aprender de nuevo el árabe y perfeccionar el inglés. El segundo, darme cuenta de la situación
socio cultural y religiosa del país. Estos primeros requerimientos los hice en Halfa Jadida, un
pueblo de 40.000 habitantes a seiscientos kilómetros al Este de Jartum, cerca de la frontera con
Eritrea. El número de los cristianos tenía poca relevancia, apenas dos o tres mil personas
perdidas en un área de más de tres mil kilómetros cuadrados. Su precariedad venía acentuada
por su origen. Eran pobres, cristianos y de raza negra.
Nuestra presencia en Halfa Jadida tenía las ventajas de un trabajo que carecía de urgencias. El
número de cristianos era pequeño, cosa que permitía responder a otras demandas al margen de
lo estrictamente pastoral. Algunas de las actividades, como por ejemplo cursos de taquigrafía y
de reciclaje, nos daban la oportunidad de mantener relaciones de amistad con los musulmanes.
Formábamos parte del pueblo, aunque la policía vigilara todos nuestros movimientos. El interés
que nos mostraban los musulmanes se repartía entre la hostilidad, la indiferencia, el interés
comercial y la admiración. Un amigo declarado nuestro repetía a quien quisiera oírlo que los
sacerdotes éramos las únicas personas buenas del pueblo. De todas formas, el motivo de nuestra
presencia no era otro que estar en el pueblo al servicio del pueblo. Considero el tiempo pasado
en Halfa, año y tres meses, como un período de cierta plenitud.
Mi nombramiento de párroco a Jartum supuso cambios en mi posicionamiento con respecto si
no al Islam, a una manera de vivir el Islam. Me encontraba ahora en Hajj Yousif, una barriada
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compuesta en su mayor parte por gente del Sur del país, alrededor de doscientos mil
desplazados por la guerra civil. Se hacía patente la injusticia en aquel infierno. No es el
momento de cargar las tintas con la descripción de la dolorosa situación que vive la gente
desplazada en la barriada. La misma guerra civil con su cúmulo de muertos, dos millones hasta
el presente, no es más que la consecuencia de la aplicación de la "Shar´ya" o Ley Islámica a
todos los ciudadanos aunque no sean musulmanes. La aplicación de la Ley Islámica es la fuente
de los sufrimientos y de las injusticias que sufre el país.
El tema de la relaciones con los musulmanes en Sudán se reduce a saber cómo convivir con un
Islam interpretado por los fanáticos. Es muy fácil caer en la tentación de la violencia. Siempre
recordaré la confesión de un sacerdote: _Reconozco, decía, que como cristiano tengo que
perdonar, pero me resulta difícil borrar de mi memoria la escena de la muerte de mi padre,
asesinado por las milicias árabes, ante la presencia de mi madre y de mis hermanos
El Islam en Sudán presenta la faceta dura, su lado hostil e intolerante. Las imágenes más
recurrentes de la Televisión estatal se relacionan con una guerra que los dirigentes del país se
obstinan en presentar como una guerra de religión. ¿Qué quieren decir si no los constantes Allah
Akbar que se oyen en los discursos oficiales y en la celebración de los eventos militares? ¿Qué
decir también de los libros de texto de las escuelas que ignoran prácticamente el pasado
histórico del país y sólo dan relevancia a los acontecimientos relacionados con el Islam? Uno
puede entender que un país mayoritariamente musulmán se privilegien las fiestas y los
acontecimientos que les conciernen, pero es difícil aceptar una educación cuyo objetivo es
convertir al Islam y educar para la violencia, la segregación y el odio. En estas condiciones el
diálogo religioso resulta difícil, aunque no imposible. Las prioridades pastorales de la diócesis
alientan las buenas relaciones de los cristianos con los musulmanes. En realidad, dada la
situación del país y los efectos de la guerra, las posibilidades de colaboración son reducidas.
Apenas vamos más allá de una cierta paz social en la convivencia, evitando la hostilidad en las
palabras y la puesta en práctica de cierta solidaridad en la búsqueda de soluciones a los
problemas que plantean la educación de los hijos y las necesidades del barrio. De una manera
general, a nivel de barrio y vecindad la gente convive en buenos términos. Pero la propaganda
oficial no ayuda para nada en este sentido. Por otra parte, el esfuerzo de formación e
información objetiva sobre los valores del Islam continúa.
En lo que a mí se refiere, la situación del país y las realidades cotidianas en los barrios bajos han
hecho evolucionar en mí cierto concepto del diálogo y del encuentro entre creyentes. Descubro
en mí un proceso que va de una cierta concepción irénica del diálogo a otra acaso más realista.
Ello no quiere decir que no creo en la posibilidad de un encuentro sereno entre creyentes de
diferente signo. Sin embargo, y como alguien que todavía cree en el encuentro entre creyentes
de diferente signo, quisiera resumir algunas de mis convicciones más personales al respecto.
Primero:
Hubo un tiempo en que pensaba, no sin cierta dosis de optimismo, que el diálogo consistía en la
cortesía a toda costa, con el objetivo de evitar confrontaciones. Ahora, estimo que no es el
camino adecuado. La cortesía no consiste en vivir como si nada pasara. Los problemas hay que
resolverlos. La convivencia en paz es fruto de la verdad y de la justicia. ¿De qué sirve el
intercambio de comunicados y saludos de felicitación una vez al año si no hay buenas relaciones
mutuas durante el resto del año. Por supuesto que creo en la cortesía, pero ésta no vale nada si
no se refleja en la vida de todos los días. La buena educación nace del reconocimiento del otro,
del respeto de su dignidad y de la igualdad. Sin estas virtudes el diálogo se convierte en
diplomacia, un juego de sonrisas que evita abordar los problemas reales.
Segundo: Pienso que el diálogo religioso requiere hombres espirituales y no políticos. El
diálogo de los políticos no respeta la verdad. Sólo pretende ganar y vencer. En Sudán,
desgraciadamente, los gobernantes hacen alarde de rezar mucho, hablan de paz, pero hacen
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poco para preparar la paz, la mentira y las injusticias sociales son moneda corriente. La oración
tiene pocas repercusiones en la vida social.
Tercero:
Restaurar la confianza es un paso importante en el camino del encuentro. Sudán necesita una
cura de su memoria histórica. Una de las mayores dificultades hoy por hoy en las relaciones
entre musulmanes y cristianos es la falta de confianza mutua. El pasado lejano y reciente del
país recuerda muchas injusticias a los sudaneses de raza negra.. Los casi cincuenta años de vida
común del norte y sur del recuerdan de manera recurrente muchas promesas incumplidas,
mentiras y engaños de todo género. Dinero, cultura y religión continúan siendo el monopolio de
una minoría étnica. Por ello, parece importante por parte de los árabes poner las bases de una
verdadera democracia y abandonar prácticas comerciales que privilegian a unos cuantos. Ello
puede hacer posible un comienzo de reconciliación y sentar las bases de un futuro más
auténtico. En este sentido se puede señalar la experiencia de un grupo de mujeres musulmanas y
cristianas que se reúnen entre si para hablar entre si y dar rienda suelta a la expresión del dolor
originado por la muerte de los seres queridos en la guerra. Esta catarsis hace ver que el dolor no
está en un solo campo.
Cuarto:
La religión no debe tener privilegios en la sociedad. De hecho, en Sudán. la religión musulmana
los acumula para sí en detrimento de los demás ciudadanos.Los Musulmanes tienen los plenos
derechos ante la Ley. No así los cristianos. ¿Cómo establecer un verdadero diálogo en estas
condiciones? El diálogo en Sudán tendría que pasar por el respeto de la ciudadanía basada en la
aceptación de la dignidad de la persona humana, hombre y mujer, hechos a imagen de Dios.
Dios no discrimina ni ama más a los musulmanes que a los cristianos o viceversa. La igualdad
de todos es un requisito para el diálogo entre religiones. La guerra civil de Sudán tiene su origen
en el olvido de ese principio básico.
Quinto:
En el encuentro entre creyentes vale más el testimonio comunitario que el personal. Creo que
hasta el presente el apostolado con los musulmanes ha sido obra de gente carismática,
misioneros y misioneras, sensibles a este género de apostolado. La insistencia en la importancia
que tiene el testimonio comunitario en tierra de Islam se ha dejado de lado. Es verdad que el
testimonio comunitario se hace presente en las manifestaciones públicas de la comunidad, en
particular los domingos y días de fiesta. Para ser creíbles en Sudán, donde los musulmanes son
mayoría, necesitamos desarrollar más el testimonio de las pequeñas comunidades de base.
Sexto:
Diálogo religioso no quiere decir reunirse para hablar de religión. Quiere decir, a decir del
Concilio, unirse para hacer algo en favor del bien común, colaborar en proyectos del que pueden
beneficiarse todos en la sociedad.. En otras palabras, diálogo quiere decir practicar la
solidaridad y colaborar en la búsqueda de soluciones comunes, por ejemplo en la escuela, en el
pueblo, en la organización de unas fiestas en el barrio…Basta con tener un poco de
imaginación.
Séptimo:
Diálogo quiere decir, en algunas ocasiones, aceptar la cruz en una situación de injusticia y de
persecución, vivir el misterio pascual de muerte y de resurrección. Hablar de cruz no quiere
decir dimitir ante la verdad, sino tener valentía para declararla y cuando ésta es conculcada,
aceptarla sin recurrir a la violencia,. Sudán vive en una cultura de la violencia. La tentación de
nuestras comunidades cristianas es la de creer en un Dios diferente al Dios de Jesús, es decir, un
Dios duro, intolerante y vengador; la tentación de recurrir a la ley del Talión, el ojo por ojo y
diente por diente. Es fuerte la tentación que existe de coger el camino de la violencia. Aunque
nos parezca ineficaz, el camino cristiano está hecho de humildad y pobreza. La fuerza de Dios,
como dice San Pablo, se manifiesta en lo débil y pobre.
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Conclusión:
Al término de mi largo recorrido por el tiempo y el espacio el resultado no parece ser
extraordinario. He querido presentar un proceso, el mío personal. A lo largo del itinerario he
tenido la suerte de descubrir en los musulmanes de buena voluntad valores permanentes de fe en
Dios, sentido de la transcendencia y de la oración, sentido de la comunidad, hospitalidad y
austeridad solidaria con los demás. Acercarse a otros creyentes requiere humildad y simpatía.
De joven, acaso estas dos actitudes llevan cierta dosis de idealismo. Al cabo de los años, uno
descubre que la vida necesita otros matices más realistas. El análisis puede parecer negativo en
algunos momentos. Es cuestión de matiz, ni realismo ni impresionismo, sino análisis sereno
ante la realidad. Sigo creyendo en la posibilidad de una convivencia sosegada y respetuosa entre
creyentes. Y si ésta, por las razones que ya hemos apuntado, es difícil en algunos momentos,
continúa pareciéndome necesaria de toda necesidad en este mundo plural en que vivimos. De
cualquier forma es ése el itinerario del Evangelio.
Por otra parte, mi convicción hoy es que el encuentro entre creyentes necesita una densidad
humana y religiosa que se hace rara en nuestro tiempo. Estamos bajo la férula de políticos sin
escrúpulos. Se necesitan creyentes y no hombres políticos para el diálogo. El hombre imbuido
de Dios no puede odiar a su hermano sea éste musulmán, budista, ateo o cristiano. Sudán,
podría recoger un modelo Mahmud Taha, creyente musulmán, hombre fiel a sus convicciones
religiosas y a la necesidad de interpretar la religión en términos de fraternidad universal. No fue
escuchado desgraciadamente por los fanáticos que le juzgaron digno de la horca.
Por último, quiero decir que el camino del encuentro con otras religiones no debe de ser obra de
unos pocos. Necesitamos caminar juntos, convencidos que el amor cristiano, como el de Dios se
vive en comunidad y abarca a todo el mundo.
San Sebastián, sábado, 25 de agosto de 2001
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