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LA GRAN ESFINGE DE
GUIZA: MITO Y REALIDAD
JUAN JOSÉ CASTILLOS
Instituto Uruguayo de Egiptología
Hoy en día resulta difícil concebir un artículo sobre la gran
esfinge de Guiza que no repita conceptos ya expresados por
muchos otros autores, en los que se detalla su variada
naturaleza como espléndido monumento, compartiendo el
escenario con las enormes pirámides de la misma dinastía,
como obra de arte, como símbolo de la religión antigua de ese
pueblo y como objeto de interminables discusiones para
determinar los procedimientos de conservación que aseguren
su integridad para beneficio de futuras generaciones.
La pretensión de cierta originalidad para este aporte reside en
el testimonio que brinda sobre diversas actitudes y
comportamientos en torno a este antiquísimo monumento en el
Uruguay de principios del siglo XXI y su menoscabado entorno
cultural en ciertas áreas del conocimiento.
Una semana antes del 20 de Marzo de 2006 fui invitado por el
Gerente del Club Español de Montevideo a asistir a una
conferencia que en esa fecha tendría lugar allí a cargo de un
español, el Lic. Ignacio Ares (también conocido como Nacho
Ares). Dicho disertante había sido propuesto por un docente de
la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República
y de la Universidad de Montevideo, el Lic. Nelson Pierrotti, a
nombre de la Sociedad de Estudios de Historia Antigua (SEHA)
local y por un Instituto Sir William Flinders Petrie, integrado por
las mismas personas. Ignacio Ares también debía ir a dar otra
conferencia dos días más tarde en el Museo de Historia del
Arte de Montevideo invitado por el Departamento de Cultura de
la Intendencia Municipal de Montevideo y por la misma
Sociedad de Estudios de Historia Antigua y el referido Instituto.
Entre los datos curriculares del disertante se mencionaban
más de 250 artículos supuestamente de “investigación”,
numerosos libros y el cargo de director de una revista
española de divulgación sobre arqueología que cuenta con el
patrocinio nada menos que de la Reina Sofía de España.
El título de la primera conferencia hacía pensar en una
exposición científica, de corte académico, pues era “La Gran
Esfinge de Gizeh, Problemas de identificación y cronología”,
aunque debo declarar que las tajantes afirmaciones del
disertante en el resumen sobre estudios tipológicos que “han
demostrado” algo y que es “hoy atribuida al reinado de Keops
o de Djedefra” comenzaron a despertar dudas en mí sobre la
validez de lo que se iba a decir.
Como nunca había oído hablar de esta persona en congresos
o seminarios internacionales de egiptología, más allá de unas
Jornadas de divulgación con aspectos discutibles que habían
tenido lugar en Montevideo poco tiempo antes, procuré
investigar acerca de quien se trataba realmente este personaje
que nos visitaba acompañado de tales brillos curriculares.
Para mi gran sorpresa, confusión y asombro luego, de la
propia pluma del disertante invitado, en sus numerosas
páginas de internet sobre el antiguo Egipto y muchos otros
temas relativos a supuestos enigmas y misterios del pasado,
descubrí que este señor aceptaba como un hecho la presencia
de OVNIS en la época faraónica, había participado como
“protagonista” en reuniones de avistamiento (alertas OVNI) en
España y se expresaba en todo como uno más de tantos
autores del tema esotérico que utilizan a la egiptología para
sus propios fines de promoción personal.
De inmediato y varios días antes de las fechas fijadas para
esas conferencias, procedí a poner en conocimiento del Club
Español, de la SEHA y del Departamento de Cultura de la
Intendencia de Montevideo esos tópicos que el curriculum
publicado del conferenciante no mencionaba, pero no tuve
respuesta alguna y las dos conferencias siguieron firmes en
las fechas programadas.
Asistí a la primera de ellas sobre la esfinge de Guiza y tal
como sospechaba, el numeroso público que acudió fue
sometido a una sucesión de bellas y coloridas imágenes así
como a un cúmulo de conceptos disparatados y ajenos a la
realidad como jamás antes había yo leído o escuchado en el
breve espacio de menos de una hora.
Como estoy seguro que esas mismas ideas no son todas
originales del disertante, sino que en su mayoría las tomó de
diversas fuentes fuera de la egiptología profesional o
académica, el lector puede encontrarse con ellas en otros
medios de difusión escrita u oral y conviene pues que
analicemos lo que allí se dijo y su grado de credibilidad.
A poco de empezar, I. Ares nos informó que según ciertos
“investigadores” podría muy bien haber habido una segunda
gran esfinge en Guiza. La evidencia aportada por el disertante
incluía el cuidadoso ocultamiento que su fuente era en realidad
un guía turístico egipcio que en un restaurante de El Cairo le
había explicado su teoría, tal como consta en una de las
páginas en internet del conferenciante, en unas fotos aéreas de
la zona de Guiza, en las que no se podía apreciar nada ni
remotamente parecido a una esfinge, en la dualidad presente
en algunas concepciones del antiguo Egipto, que vaya a saber
uno por qué, se extendían a la esfinge de Guiza y otras fotos de
algunas piedras sin forma alguna aquí y allá, sobresaliendo de
la arena circundante.
Con tal “evidencia” el autor de la teoría estaba indignado
porque la Organización de Antigüedades egipcia no le había
prestado ni la más mínima atención a su “descubrimiento”.
A continuación, el conferenciante se refirió a la Estela del
Inventario, descubierta por Mariette a mediados del siglo XIX,
que calificó de “muy antigua”, aunque admitió que ha sido
fechada en la dinastía XXVI. Se la llama así por el inventario de
estatuas de diversos dioses que fueron restauradas y
restituidas en sus lugares originales por manos piadosas.
Como se menciona en ella al rey Keops (Khufu) haciendo una
declaración respecto a las pirámides y supuestamente, la
esfinge, indicaría la presencia de esta última en Guiza mucho
antes de lo que dicen los egiptólogos.
Lo que el disertante ocultó o ignora es que dicha estela se
debe fechar inexorablemente en la dinastía XXVI porque su
estilo pertenece a esa época de la historia egipcia, porque en
ella se menciona uno de los nombres del rey Amasis (“Elegido
de los dioses”), el lenguaje en que está escrita es del Imperio
Medio o Egipcio Medio, que en un afán arcaizante se usaba en
documentos saítas, porque el templo de la diosa Isis a que
Keops se estaría refiriendo no existía en la Cuarta Dinastía sino
que fue construido muchos siglos después del Antiguo Imperio
y los dioses mencionados en la estela incluyen a Harpócrates,
dios tardío cuya existencia en tiempos de Keops nadie ha
podido probar.
La mención de Keops es parte de un recurso literario común
en la Baja Época de poner en boca de grandes nombres del
pasado las acciones piadosas u otras que ellos mismos
llevaban a cabo en beneficio de antiguos monumentos muy
deteriorados por el transcurso del tiempo.
Si los egiptólogos empleáramos la metodología ligera y falaz
que otros utilizan sin escrúpulo alguno, diríamos que el ataúd
de madera hallado en el siglo XIX en la cámara funeraria de la
pirámide de Micerino (Menkaura) en Guiza inscripto con su
nombre, es “prueba” de que esa pirámide le perteneció a ese
rey, pero la ética profesional no lo permite, es un ataúd de
estilo saíta y sólo indica que en esa época la tradición lo
afirmaba y por ello hicieron ese ataúd y pusieron los huesos
recogidos en la cámara funeraria en su interior.
Lo curioso es que la gran esfinge de Guiza no está
mencionada para nada en esta estela, pues de lo que se habla
allí es de un número de estatuas de dioses y sus
características, donde se indica el material de que estaban
hechas y medidas de las mismas, entre las cuales hay una de
Harmakis bajo la forma de una esfinge, pero se indica que tenía
siete codos de altura o longitud (unos 3,6 m), de modo que a
menos que la gran esfinge de Guiza se hubiera
“misteriosamente” encogido temporalmente por las lluvias
ocasionales que todavía caen en El Cairo y sus alrededores, la
mención que el conferenciante hizo de esta estela fue
totalmente irrelevante.
En otras palabras, la mención de una estela usando
comentarios ambiguos y en base a una lectura incompetente
de lo que dice muestra ya un estilo retórico sesgado que se
repitió una y otra vez en esta disertación, como veremos a
continuación.
El siguiente tema donde se transmitieron conceptos errados
sobre la esfinge fue cuando se pretendió afirmar que recientes
estudios iconográficos “habrían demostrado” que el faraón
representado en ese monumento no era Kefrén sino Keops o
quizás su inmediato y efímero sucesor Djedefra.
Es cierto que R. Stadelmann, egiptólogo profesional del
Instituto Arqueológico Alemán de El Cairo, hizo conocer hace
unos años su opinión de que la esfinge representaba más
probablemente a Keops y en una conversación que tuve con él
en el Congreso Internacional del año 2000 en El Cairo, admitió
que la evidencia utilizada por él era principalmente de
naturaleza iconográfica.
Debemos tener en cuenta que la iconografía es un elemento
probatorio más bien pobre pues es bien sabido que las
representaciones de los reyes en el antiguo Egipto no eran
realistas sino idealizadas y si fuéramos a determinar el
verdadero aspecto de faraones por representaciones de los
mismos, aún contemporáneas o separadas una de otra por
pocos años, nos veríamos en serias dificultades.
El caso más notorio es el de Amenofis IV (Akhenatón) quien al
principio de su reinado aparece en estatuas junto a su esposa
Nefertiti con un aspecto completamente normal y luego adopta
otro con rasgos y cuerpo tan distintos que algunos hasta han
creído ver síntomas de enfermedades, aunque la explicación
más probable se centre en motivos religiosos y en los cambios
en los cánones artísticos de ese período.
Además basta contemplar un mapa de la zona de Guiza para
ver que una esfinge asignada a Keops queda ubicada a gran
distancia de su pirámide y en posición inexplicablemente
alejada de su complejo funerario.
De modo que la falsa seguridad que transmitió el
conferenciante mostrando algunas imágenes y comparándolas
no refleja ningún cambio en la posición tradicional y
mayoritaria que los egiptólogos hemos adoptado al respecto.
La gran esfinge de Guiza se atribuye al rey Kefrén por parte de
la egiptología académica, con escasas voces disidentes, en
primer lugar por pertenecer ese monumento al complejo
piramidal de ese rey, donde ocupa un lugar destacado junto al
llamado Templo del Valle de dicho complejo, porque el nombre
de Kefrén figuraba en la Estela del Sueño que el joven rey
Tutmosis IV depositó allí, hoy en día esa parte de la estela está
dañada pero los descubridores de esta estela lo pudieron ver y
consignarlo en sus cuadernos de notas y porque en el templo
de Amenofis II junto a la esfinge también se mencionan los
nombres de Keops y Kefrén, o sea que no es un capricho
académico, sino que hay muy buenas razones para ello.
Luego el conferenciante mencionó la determinación de la
edad de la esfinge por parte de un geólogo, R. Schoch, en la
última década del siglo XX, que en vez de fijarla en la Dinastía
IV, aproximadamente 2.500 años antes de nuestra era, se
remontaría a por lo menos entre los años 5.000 y 7.000 antes de
nuestra era.
El asesor “egiptológico” para este trabajo elegido por Schoch
no fue un profesional sino un aficionado, guía turístico y
escritor esotérico, discípulo de Schwaller de Lubicz, llamado
John Anthony West. Cuando ambos dieron a conocer la nueva
teoría en un programa de televisión, quizás Schoch empezó a
lamentar tal asociación por la mención que allí se hizo de una
posible esfinge en otro planeta, basada en una foto borrosa de
una formación rocosa, que poco después, con mejores fotos
de la NASA, resultó ser una ilusión óptica.
Básicamente Schoch llegó a tan remota época para la esfinge
por la erosión que el monumento exhibe, que si hubiera sido
causada por lluvias, al ser el clima de Egipto muy seco, sólo
podría explicarse por una construcción para la esfinge, aunque
fuera en una versión temprana, en época muy anterior a la
Dinastía IV.
El conferenciante fue más allá todavía al afirmar erróneamente
que en esa dinastía el clima de Egipto ya se había estabilizado
como el de la época presente y por lo tanto, al no haber lluvias,
mal podría haber el tipo de erosión observado por Schoch.
Afirmó también temerariamente que la teoría de Schoch está
“respaldada por geólogos serios”, pero sin mencionar a
ninguno.
¿Por qué tal obsesión de los grupos esotéricos por empujar
por cualquier medio la antigüedad de la esfinge y la pirámide
de Keops muy atrás en el tiempo, a comienzos del Holoceno y
en pleno Paleolítico Terminal?
Hace un siglo que muchos de tales autores vienen elaborando
teorías asignando la construcción de esos monumentos
emblemáticos para ellos, a otros pueblos, como por ejemplo,
los míticos Atlantes, para quienes no hay espacio en las ahora
mejor documentadas arqueológicamente épocas predinástica e
histórica y sí, piensan ellos, en la menos conocida lejana
prehistoria.
Lamentablemente para esa gente, y para Schoch y su
prestigio como geólogo, parten unos y otro de premisas
erróneas, pues por una parte aún en la actualidad llueve en
todo Egipto, con poca frecuencia, pero torrencialmente cuando
ocurre.
En la prensa internacional muchos recordarán que hace
pocos años se daba la noticia de centenares de egipcios que
murieron ahogados en la parte central del valle por las
inundaciones provocadas por tales lluvias y una de las
principales causas de daños en las tumbas, por ejemplo, del
Valle de los Reyes en Luxor, han sido las lluvias torrenciales
que arrastrando piedras y arena han afectado y afectan a los
sepulcros que ya no están bien sellados como antes de su
reapertura por los arqueólogos del siglo XIX.
Los estudios del clima de Egipto en los últimos 7.000 años han
indicado que el clima semidesértico actual recién se impuso en
el país a fines del Antiguo Imperio, hacia el año 2.000 antes de
nuestra era. Antes de esa fecha las lluvias eran todavía
frecuentes debido a un período más húmedo que el actual que
duró hasta fines de la Dinastía V .
Poco después de que la teoría de Schoch fuera publicada,
otros geólogos que han trabajado en Egipto y conocen los
tipos de erosión y las características de las rocas presentes en
el país, “geólogos serios” en todo el sentido de la palabra y
familiarizados con la región, lejos de apoyar a Schoch,
publicaron estudios que lo contradicen.
C. Reader por ejemplo, impugnó por muy sólidas razones la
teoría y a lo sumo aceptó que la esfinge podía haber sido
tallada en el Dinástico Temprano (las dos primeras dinastías)
de Egipto, o sea, algunos siglos antes de la Dinastía IV, no
muchos miles de años antes.
Sin embargo, Reader descartó la erosión debida a la arena
basándose en la condición actual de la esfinge, al descubierto
y libre de arena sepultándola parcialmente, sin tomar en cuenta
que durante la mayor parte de su existencia y salvo períodos
de restauración, antiguos y modernos, la esfinge ha estado
parcialmente cubierta de arena, tal como podemos apreciar en
todas las fotos o dibujos de los visitantes a Egipto antes de la
primera mitad del siglo XX, cuando fue nuevamente liberada.
Quizás por ello, las conclusiones de los más recientes
estudios geológicos de la erosión de la esfinge a cargo de J.
Harrel, K. Gauri y en 2006, G. Vandecruys, impugnaron la teoría
de Schoch y de hecho, la corrección de Reader, y concluyeron
que la atribución de la esfinge a la Dinastía IV es la
interpretación más correcta.
Más específicamente, el último de los nombrados finalizó su
fundamentado y profusamente ilustrado artículo sobre este
tema con las siguientes palabras: “Por todas estas razones,
debo deducir que hasta el momento presente no hay suficiente
evidencia clara que pueda justificar una revisión de la
concepción convencional de que Kefrén dispuso la
construcción de la esfinge”. Si, como otros han dicho, hubiera
habido una esfinge o proto-esfinge allí antes del reinado de
Kefrén, es muy extraño que no se haya descubierto hasta
ahora ninguna mención de tal extraordinario monumento en
ningún texto anterior a la Dinastía IV o que tal empresa no
hubiera sido repetida en otra de las numerosas formaciones
rocosas que se encuentran en Egipto.
Un reciente intercambio de opiniones entre Reader y
Vandecruys mediante artículos publicados en el PalArch
Journal of Archaeology of Egypt (2006) muestra claramente la
pobreza de argumentos de naturaleza arqueológica de Reader
para hacer remontar la actividad constructora egipcia en Guiza
al Dinástico Temprano y subraya el dictamen de Vandecruys de
que los monumentos de Guiza en su conjunto tienen un marco
cronológico que se ubica firmemente en la Cuarta Dinastía y no
antes.
Debo mencionar asimismo que en la remota época a que
Schoch relegaba a este monumento sólo había en Egipto
pequeñas bandas nómades de cazadores y recolectores o en
su límite más reciente, pequeñas aldeas neolíticas, pero nadie
con los recursos técnicos o una motivación creíble y verificada
en otros casos, para emprender tal gran tarea, algo que
muchos egiptólogos le señalaron repetidamente a Schoch pero
lamentablemente para él, en vano. O sea, que dado el volumen
enorme de evidencia arqueológica en contra de esa teoría, el
error debía estar en su interpretación geológica, como
efectivamente colegas suyos determinaron después.
Recuerdo que poco después de que Schoch publicara su
teoría por primera vez, en la misma revista publiqué una carta
donde mencionaba la inverosimilitud cronológica desde el
punto de vista arqueológico de esa teoría, carta que quedó
sumergida en el torrente de debates que surgieron luego. Los
autores esotéricos hablan de la censura y represión que la
llamada ortodoxia egiptológica impone a sus vuelos de la
imaginación, pero recuerdo también que para que esta breve
carta discrepante fuera publicada por KMT debí llamar por
teléfono varias veces a la dirección de la revista reclamando
como egiptólogo profesional el derecho de réplica.
O sea que ni el clima de Egipto era (o es actualmente) como el
conferenciante lo describió ni pudo mencionar “geólogos
serios” con antecedentes de trabajos en Egipto que apoyen
hoy la teoría de Schoch, pero nada de esto que acabo de
mencionar fue transmitido al público presente.
El siguiente argumento que esgrimió el disertante para
intentar proyectar muy hacia atrás en el tiempo la construcción
de las pirámides de Guiza y la esfinge fue la teoría de R.
Bauval, que no es ni astrónomo ni egiptólogo sino un ingeniero
de la construcción, a quien un día se le ocurrió, entre otras
correspondencias posibles, que las tres pirámides de Guiza
eran una representación en la Tierra de las tres estrellas del
cinturón de la constelación de Orión.
Según Bauval, para que tal coincidencia se cumpliera
cabalmente, esas pirámides debían remontarse a unos 10.500
años antes de nuestra era, o sea, en pleno Paleolítico Terminal
de Egipto.
La teoría de Bauval fue criticada severamente por astrónomos
y egiptólogos, principalmente porque: a) estrellas y pirámides
están de hecho al revés, aunque este autor tramposamente
ocultó este hecho invirtiendo la orientación de una de las
fotografías en su libro, como si los egipcios hubieran usado un
espejo para ver esas estrellas, b) porque esos tres astros
aparecen a simple vista de similar magnitud o brillo con muy
poca diferencia entre una y otra, en tanto que una de las tres
pirámides que las representarían es de mucho menor tamaño
que las otras dos, con lo que el acuerdo entre astros y
pirámides se rompe, c) porque resulta muy extraño que a la luz
de la teoría los egipcios no hubieran construido ningún
monumento que se corresponda con las dos estrellas más
brillantes de esa constelación, Rigel y Betelgeuse, y finalmente,
d) porque ningún texto de la época faraónica menciona tal
correspondencia entre esas estrellas y las pirámides de Guiza,
sin dejar de lado el hecho de que en el Paleolítico Terminal no
había nadie en Egipto que pudiera construir pirámides.
A pesar de lo anterior, el conferenciante declaró que la teoría
de Bauval “ya está aceptada por la comunidad científica” (¿no
habrá querido decir “por la comunidad esotérica”?), lo que me
provocó un gran asombro ante su audacia infundada e
irresponsable, especialmente cuando se puede fácilmente
constatar que esta teoría ya ni se discute o menciona ni en los
medios de difusión masiva por haberse agotado su novedoso y
controversial impulso original.
Consciente de la dificultad para sus argumentos que ocasiona
la ausencia en la remota época deseada de ninguna cultura o
civilización ni medianamente avanzada, el disertante mencionó
a continuación una “cultura nubia prefaraónica” en Egipto y
“movimientos de pueblos en la región”, que en el primer caso
sólo existe en su fértil imaginación y en el segundo pretende
confundir las migraciones masivas de pueblos que tuvieron
lugar en la época histórica con los desplazamientos de
pequeños grupos paleolíticos nómades, incapaces de ninguna
gran construcción, tal como los conocemos bien por los
testimonios arqueológicos que han dejado en el Sahara
Oriental y en Egipto.
Podría decir mucho más de esta desdichada disertación pero
para no fatigar al lector, sólo agregaré otro error del
conferenciante cuando afirmó que los trabajos de restauración
de la esfinge habían finalizado en 1997. En realidad sólo otra
etapa finalizó en ese año, pues como el propio Zahi Hawass ha
señalado, múltiples factores, que ni fueron mencionados en
esta conferencia, amenazan a la esfinge tales como vibraciones
provenientes de varias fuentes, tráfico aéreo y carretero, que
todavía hoy la afectan, polución por la cercanía de la aldea
vecina y de la capital del país, los efectos de explosiones en las
canteras cercanas, de modo que en las palabras del
responsable de que este monumento sobreviva a todos estas
agresiones: “La conservación de la esfinge es un proceso
continuo y exige gran dedicación, es muy importante notar que
es nuestro más viejo paciente y por ello deberemos estar junto
a ella todo el tiempo”.
Frecuentemente quienes conciben o aceptan teorías que la
egiptología académica rechaza exigen para sus ideas el mismo
respeto que se otorga a los resultados opuestos a que llegan
los arqueólogos o historiadores en sus investigaciones.
Esta posición parece a primera vista razonable pues al no ser
ninguna de esas disciplinas ciencias exactas, hay siempre
discrepancias entre los investigadores académicos respecto a
muchos puntos de detalle. Aún en el caso de la física o la
astronomía, Copérnico, Galileo, Newton, Einstein y otros
introdujeron importantes cambios en esas ciencias.
Pero lo que el público no tiene claro pues se le oculta
deliberadamente en las obras de esos improvisados críticos es
que, por una parte, aunque sean ellos profesionales
respetables en otras disciplinas, carecen del bagaje de
conocimientos que ha acumulado la egiptología en sus casi
doscientos años de existencia y que además, usan una
metodología caprichosa y muy poco rigurosa que los expone
invariablemente a grandes errores de concepto.
No debemos olvidar que abundan los ejemplos de ingenieros,
geólogos, astrónomos, químicos, médicos y otros quienes
llegan a conclusiones inaceptables por no consultar antes a
egiptólogos profesionales que los guíen en sus métodos y en
sus conclusiones o por reclutar (o ser reclutados por) autores
de lo misterioso y esotérico para “investigar” cosas relativas al
antiguo Egipto.
El ejemplo de Robert Schoch y John Anthony West es típico y
ha resultado al final en desprestigio académico para el primero
y cierta fama en su peculiar entorno y más allá del mismo, para
el segundo, lo que debería ser una saludable advertencia pues
con tal aliado, Schoch apareció en un programa de televisión
sobre la edad de la esfinge junto a supuestas fotos de nada
menos que esfinges en el planeta Marte.
El éxito efímero de los autores que desde fuera de la
egiptología pretenden alterar muchos de los resultados de la
investigación académica se debe en gran medida a que el
público tampoco tiene presente la enorme distancia que existe
entre debatir si hubo o no una corregencia entre dos faraones
sucesivos de una dinastía o si los egipcios o los hititas
resultaron victoriosos en la batalla de Kadesh, para lo que hay
en cada caso evidencia sólida en uno u otro sentido, y
pretender la misma respetabilidad para posiciones sin respaldo
histórica o arqueológicamente válido como, por ejemplo, que
las grandes pirámides de Guiza y la esfinge que las acompaña
no fueron construidas por egipcios en las fechas establecidas
por los egiptólogos en base a un enorme conjunto de
evidencias o que los egipcios conocían y usaban tecnologías
iguales o superiores a la moderna.
Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas igualmente
extraordinarias para ser creíbles y si éstas no son presentadas,
no hay por qué aceptar esos productos de la imaginación de
algunos. Si dentro de un par de siglos alguien sostiene que el
Templo de Debod en Madrid no fue traído de Egipto en el siglo
XX sino que los propios egipcios en fecha muy antigua
vinieron a España y lo construyeron allí por “misteriosas”
razones, tratando de sembrar dudas sobre la evidencia en
contrario, si no pueden probar fehacientemente lo que dicen,
muy poca gente les debería creer.
Otra forma engañosa de presentarse algunos esotéricos
vergonzantes, que pretenden posar de "egiptólogos", es
acusar a los egiptólogos profesionales de dedicarse a
"coleccionar y a catalogar piedras" e ignorar lo que llaman "el
rescate del alma egipcia", acusándolos también de
"materialistas históricos" por no compartir sus vuelos
místicos. Lo que ocultan cuidadosamente es que TODOS los
datos fidedignos y la información que manejan y manipulan
sobre el antiguo Egipto han sido obtenidos por los egiptólogos
profesionales, que tan ligeramente difaman, usando
metodologías que ellos ignoran y minimizan.
Además, como decíamos más arriba, EL DESCUBRIMIENTO
DE NI UN SÓLO MONUMENTO O HECHO CONCRETO
COMPROBABLE de la moderna arqueología egipcia se debe a
sus inspiraciones místicas o las de sus "maestros", lo que
indudablemente les duele y muestra la esterilidad básica de
sus divagaciones.
Alaban exageradamente a algunos egiptólogos de cien o
doscientos años atrás, porque parecen alentar algunas de sus
teorías, sin comprender que mucho de lo que decían esos
pioneros hoy es lamentablemente obsoleto, y al recurrir a ellos
en esos puntos débiles que ya casi nadie hoy menciona, se
asemejan a alguien que todavía creyera que la tierra es plana o
que el sol gira alrededor de la tierra y procurara apoyarse en
autores antiguos para seguir afirmando tales disparates.
Esta gente explota la sed por cosas nuevas y maravillosas
que experimentan personas que viven existencias rutinarias y
aburridas e inventan misterios donde no los hay o los exageran
y agrandan, si los hay. Los esotéricos son una fauna compleja.
Los hay que con total sinceridad dicen cosas absurdas, como
unos gnósticos en Montevideo que hablaban de la ciudad de El
Cairo... en el antiguo Egipto (se fundó en el siglo X de nuestra
era) y de momias durmientes bajo las pirámides que algún día
despertarían para enseñarnos cosas maravillosas (quizás, por
ejemplo, cómo una ciudad puede existir antes de ser fundada)
y hay de los otros, pícaros que para parecer "científicos"
niegan en algunos sitios creer en platos voladores en el Nilo o
en los Atlantes civilizando a Egipto y en otros lo afirman,
tratando de borrar así con el codo lo que escriben con la mano,
entre los que cabría ubicar a nuestro polifacético
conferenciante de hoy.
La imaginación es uno de los más importantes aspectos de la
personalidad humana, ella nos ha dado los poemas homéricos,
el Quijote, el amor imperecedero de Romeo y Julieta, mucho de
lo más bello que puede producir la mente del hombre, pero que
nos beneficia siempre y cuando sepamos diferenciar nuestras
hermosas fantasías de la verdad histórica, nuestros sueños de
la realidad.
Quienes no lo hacen se asemejan al obstinado Schliemann,
aficionado a la antigüedad clásica y dueño de grandes
recursos económicos, quien creyó descubrir en el siglo XIX en
Turquía la Troya de Homero y tras la desafortunada elección de
los arqueólogos posteriores de retener tal inadecuado nombre
para el sitio donde está esa sucesión de restos de ciudades de
diferentes épocas, aún hoy en día hay quienes creen que lo que
se descubrió fue realmente la ciudad de Príamo, de Héctor y
Paris, la ciudad de la ficción homérica.
A muchos de los seguidores del esoterismo y de las
intuiciones geniales de algunos, me los imagino yendo a
Londres y buscando 221b Baker Street o visitando Verona y
gastando sus zapatos tratando de localizar las verdaderas
tumbas de Romeo y Julieta.
Piazzi Smyth, Blavatsky, Perry, Velikovsky, Rohl, Bauval y
miles de imitadores en todo el mundo comparten el dudoso
privilegio de no ver al antiguo Egipto tal como fue sino como a
ellos les gustaría que hubiera sido, obligando a los egiptólogos
a perder tiempo útil de docencia o de investigación en
deshacer los nudos gordianos que fabrican para satisfacción
de sus inflados egos.
Esfuerzos que resultan perennemente estériles y frustrantes,
lo que sin embargo jamás parece desanimarlos. Un similar
destino aguarda a quienes pretenden imponerle al antiguo
Egipto sus caprichos, veleidades y prejuicios pues luego de un
corto tiempo de éxito en ciertos círculos, son olvidados y
reemplazados por otros, tan irresponsables como los
anteriores, en interminable y fatigoso desfile.
Como corolario debo agregar que el Club Español de
Montevideo, que la misma noche de la conferencia se
comprometió a cederme un espacio para responder
públicamente a lo dicho por el disertante, luego canceló en
forma arbitraria el acuerdo y me impidió exponer públicamente
estas razones, que ahora debo dar a conocer por este medio.
APROPIACIONES INDEBIDAS DEL PASADO
"Una de las cosas fascinantes de la arqueología es que cada
año otro grupo o individuo sin entrenamiento o conocimiento
crítico de esta disciplina, se siente autorizado a emitir
opiniones que llegan a programas populares de la televisión
pero escandalizan y desalientan a los arqueólogos
profesionales. Nosotros ni soñaríamos en marchar hacia
terrenos como los de la ingeniería o la neurocirugía y
manifestar haber hallado la solución a problemas que
desconciertan a quienes investigan en esas disciplinas. Libros
sobre continentes perdidos, sobre la Atlántida, sobre la
adoración prehistórica de diosas, llegan a mucho mayor
número de personas que nada de lo publicado por los
arqueólogos profesionales. El pasado resulta así apropiado,
nos guste o no, y deberíamos movilizarnos en favor de la
racionalidad y de lo que sabemos y podemos demostrar sobre
el pasado".
Robert Chapman, "Archaeologies of complexity", London,
2003, 9.
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