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Claret, estratega de la misión
Gonzalo Fernández
CLARET, ESTRATEGA DE LA MISIÓN
Por Gonzalo FERNÁNDEZ, CMF
El 12 de agosto de 1849 escribía Antonio María Claret al Nuncio Brunelli una carta
enérgica en respuesta a la que este le había enviado comunicándole el nombramiento como
arzobispo de Santiago de Cuba. Entre las razones aducidas para no aceptar la mitra de Santiago
de Cuba la más importante era que “me echa por tierra todos mis apostólicos planes ... Viendo la
grande falta que hay de predicadores evangélicos y apostólicos en nuestro territorio español, los
deseos tan grandes que tiene el pueblo de oír la divina palabra y las muchas instancias que de
todas partes de España hacen para que vaya a sus ciudades y pueblos a predicar el evangelio,
determiné reunir y adiestrar a unos cuantos compañeros celosos y poder hacer con otros lo que
solo no puedo”. En el origen de la Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María hay,
pues, una necesidad de evangelización. Ahora bien, este grupo de misioneros forma parte de un
proyecto mucho más amplio de misión, en el que se articulan las diversas formas de vida en la
Iglesia.
Con la perspectiva que proporciona el paso del tiempo descubrimos que, en medio de sus
múltiples iniciativas, Claret era un verdadero estratega. Percibía las necesidades y buscaba una
respuesta para cada una de ellas. No actuó a ciegas, sino con una visión de conjunto en la que
cada acción encuentra su razón de ser y su lugar. Con lenguaje de hoy podríamos decir que cubrió
todo el circuito de la evangelización: despertar la fe, vivirla y comunicarla.
Despertar la fe
¿Cómo llegar a los bautizados que se han alejado de la Iglesia? ¿Cómo anunciar el
evangelio a los que no creen en Jesús? Estas preguntas encuentran en Claret una respuesta
práctica que, atendidas las diferencias de contexto, podrían inspirar la respuesta de hoy. Para
llamar a los pecadores a la conversión y para estimular a los que viven rutinariamente su fe,
Claret puso en marcha dos acciones de choque, que más adelante continuarían los Misioneros
Hijos del Inmaculado Corazón de María: las misiones populares y los ejercicios espirituales.
S Con las misiones populares se pretende que el mensaje del evangelio llegue a todos: a los
creyentes y a los descreídos. Es un medio dirigido a la multitud, una siembra sobreabundante.
El evangelio sale a las plazas y a las calles, se hace acontecimiento público. Las misiones
populares recuerdan al Jesús misionero que va de una población a otra predicando. Sin
medios así, muchos nunca se sentirían interpelados.
S Con los ejercicios espirituales se busca cultivar a los que tienen más inquietudes o pueden ser
agentes de evangelización (sacerdotes, religiosas, laicos), ayudarles a superar la tibieza y el
conformismo. Recuerdan al Jesús que instruye más a fondo a los que están cerca de él para
enviarlos a expulsar demonios y a predicar.
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Claret, estratega de la misión
Gonzalo Fernández
Profundizar y desarrollar la fe
Claret es consciente de que no bastan las acciones de choque. A veces pueden resultar
experiencias pasajeras. Madurar en la fe exige también acciones de continuidad. Por eso pone en
marcha diversas iniciativas que prolonguen el fruto de las misiones y de los ejercicios:
S La distribución gratuita de libros, catecismos, folletos y hojas volanderas. Una predicación
oral se olvida. Un libro permanece. Con este objeto funda con otros, en 1848, la Librería
Religiosa de Barcelona. Sólo durante el primer año se publicaron nueve obras en catorce
volúmenes. Se vendieron unos diez mil ejemplares al mes.
S La fundación de grupos de vida cristiana (cofradías, hermandades, etc.). Son de muy diverso
género: la Sociedad Espiritual de María Santísima contra la blasfemia (1845), las Cofradías
del Corazón de María (1846), la Pía y Apostólica Unión de Oraciones (1846), la Hermandad
del Santísimo e Inmaculado Corazón de María (1847), las Hijas del Santísimo e Inmaculado
Corazón de María (1850), la Academia de San Miguel (1858), etc. Lo peculiar de estas
asociaciones es que no se dedican sólo al fortalecimiento de sus miembros sino que implican
un compromiso apostólico.
S La creación de obras de promoción social, sobre todo en su etapa de Arzobispo de Cuba: los
talleres para los presos de Santiago, la Granja Agrícola de Puerto Príncipe, las Cajas de
Ahorro populares, etc. Con estas obras Claret pretendía extirpar algunas de las raíces de la
pobreza e injusticia que encontró en la isla.
S La atención a la enseñanza. Esta es la ocupación fundamental de las Religiosas de María
Inmaculada, fundadas con la Madre Antonia París en 1855. En 1869 Claret percibió
claramente la conveniencia de que también los Misioneros se dedicaran a la enseñanza,
aunque vista, sobre todo, como una modalidad de la catequesis. Así se lo hizo ver al Superior
General en una carta: “Se tendrá a la vista el número 63 de las Constituciones y se
reflexionará sobre las palabras catequizar a los niños, a los pobres y a los ignorantes”.
Formar evangelizadores para comunicar la fe
Claret siempre busca hacer con otros lo que no puede hacer solo. Es consciente de que la
evangelización pasa fundamentalmente a través de personas que vivan y anuncien el mensaje. Por
eso pone en marcha iniciativas de formación dirigidas a los distintos estados de vida:
S Desde su puesto de confesor real interviene cuanto puede en la selección de obispos. Como
afirma el historiador Martín Tejedor: “Para el santo Claret lo único que contaba era el espíritu
religioso y la competencia espiritual y pastoral de los hombres en cuya promoción
intervenía”.
S Consciente de la situación del clero de su tiempo y de la importancia que tiene el papel del
presbítero, trabaja por elevar la calidad de la formación de los seminaristas. Regala Biblias a
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Claret, estratega de la misión
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todos los seminarios de España, crea el Seminario del Escorial y, sobre todo, escribe una obra
que es un verdadero manual formativo para los seminaristas: “El colegial instruido” (18601861).
S Confecciona y distribuye libritos para toda clase de personas: niños, jóvenes, padres, casadas,
solteras, viudas, militares, sacerdotes, etc. Y, sobre todo, se preocupa por lograr un catecismo
único que contribuya a una buena formación de los seglares. Su libro “El camino recto”,
tantas veces editado, contribuyó poderosamente a la formación del pueblo a lo largo del siglo
XIX.
Lo que más llama la atención no es la variedad de acciones ni la cantidad de iniciativas.
Claret es un evangelizador estratega porque sabe perfectamente cuál es la razón de ser de toda su
actividad: que “Dios sea conocido, amado y servido por todas sus criaturas”. La motivación es
claramente evangélica. Por otra parte, es muy consciente de que la evangelización ha de ser
integral. Se dirige a los escogidos, pero también a la multitud. Atiende a la persona individual,
pero no olvida su inserción comunitaria. Promueve el encuentro con Dios y presta atención a las
condiciones sociales. Busca el fortalecimiento espiritual, pero no menosprecia las mediaciones
materiales. Tiene muy claro el objetivo. Por eso procura aunar el mayor número posible de
evangelizadores y de iniciativas.
Al comienzo del tercer milenio, Claret se nos presenta como estímulo para seguir
evangelizando desde una “misión compartida” entre todos los que formamos la Iglesia: ministros
ordenados, religiosos, laicos. Las necesidades son muchas. Hay un lugar para todos.
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