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Crisis y replanteamiento actual de la ética (En Una ética para tiempos difíciles. Centro de Espiritualidad Ignaciana. 1998) Alberto Simons s.j. Introducción: El concepto de crisis. Como el significado de la palabra "crisis" puede resultar ambíguo y, a veces negativo, conviene señalar el significado que le vamos a dar. Según Toni Mifsud: "El término crisis, prescindiendo de las discusiones académicas y semánticas, dice relación con la configuración convergente de tres elementos: novedad, derrumbe y búsqueda ( .. ) la novedad de una situación provoca el derrumbe explicativo de una situación anterior, exigiendo la búsqueda de una formulación explicativa más conforme a la nueva situación". Nosotros, por nuestra parte, vamos a tratar de enfocar la crisis actual de la ética como una oportunidad que se nos presenta de buscar clarificar, enriquecer y profundizar el sentido positivo y, sobre todo, imprescindible que tiene la dimensión ética de nuestra vida. Pero para ello tenemos que examinar, aunque sea breve y esquemáticamente, el proceso por el cual se ha generado la crisis. I. Génesis histórica Dos cambios importantes y sucesivos se han dado en Occidente que han modificado substancialmente la sociedad y, por tanto, la perspectiva ética de ésta: el que se ha llamado la modernidad y el que vivimos actualmente con la denominación no muy clara de postmodernidad. Veamos los rasgos más característicos de ambos desde la perspectiva que nos interesa. 1) La modernidad A partir de las revoluciones científicas que se dan en Europa desde el siglo XVI, en el siglo XVIII se cristaliza una actitud cognitivo-moral que M. Weber denomina de racionalización con un síndrome lógico-empírico que penetra y atraviesa todas las realizaciones intelectuales, artísticas e institucionales de Occidente. Esto conlleva un proceso de secularización por el cual la religión cristiana pierde el centro. Su puesto lo ocupará la economía, puesto que las ciencias modernas, descencadenantes de todo este cambio tan fundamental, se han aplicado principahnente, a través de la revolución industrial, a la potenciación de la economía de corte liberal- capitalista. Este cambio del centro institucional en la sociedad marca la ruptura entre la sociedad tradicional, o premodema, y la sociedad moderna. La visión pre-moderna, tradicional, del mundo como una visión cósmica integrada de la realidad, salta hecha pedazos. Le sucede una visión descentrado, diferenciada en subsistemas con su lógica propia; una pluralidad de centros de valor. Surgen tres esferas de valor independientes: la ciencia, la moralidad y el arte. Se da al mismo tiempo la aparición de ideologías socio-políticas que conllevan una visión diversa del mundo. Se consolida una percepción diferenciada y pluralista de la realidad. A la religión le han surgido competidores en la función primordial de dar sentido. Las ideologías totalizantes pueden hacer las veces de religión. La religión pasa a ser un asunto de opción personal y se recluye cada vez más en el ámbito de la esfera privada. Así, en resumen, podemos decir que la modernidad está caracterizada por la aparición de las diversas "esferas de valor" o dimensiones de la razón y su creciente autonomización. Esta diferenciación de la razón conduce a su fragmentación o desintegración y al creciente dominio, bajo las circunstancias de la revolución industrial, de la racionalidad científico-técnica-económica. A partir de esta última racionalidad se da un sistema de valores en el que el rendimiento, la utilidad y la eficacia son virtudes incuestionables se pueden resumir en lo que es la funcionalidad: todo ha de servir para algo, quizás para un propósito que es un medio para otro medio, el cual, a su vez está encadenado a otro en una rueda sin f in. El sistema y su funcionamiento es el objetivo. Los medios han ocupado el lugar de los fundamentos y fines, constituyéndose como algo valioso en si mismos; el funcionamiento del sistema es el objetivo. Con ello el hombre es valorado no por sí mismo sino por la utilidad práctica que tenga. El hombre tecnológico es un hombre sin preguntas últimas y por tanto sin valores de fondo; que no necesita saber nada fuera de su especialidad porque otros lo saben por él, y sólo tiene que apretar botones (ep. De Kodak). Así los hombres se convierten, como se ha dicho, en "borregos laboriosos" (Steven Lukes) o "idiotas habilidosos" (Erik Erikson). El sistema tecno-económico tiende a satelizar o colonizar todos los espacios de la vida social y penetra en la educación, la política y la ética civil y personal. Así, por ejemplo, el derecho se divorcia de la justicia y se convierte en un mero reglamento de juego en la sociedad. En conclusión, el hombre de la modernidad cree que con la ciencia y la técnica, aplicadas sobre todo al desarrollo económico, puede saber todo y puede todo: es el gran proyecto del progreso. Si Prometeo es el símbolo de la modernidad, Narciso y Dioniso serán los símbolos de la postmodemidad. 2) La postmodernidad La postmodemidad surge a partir del momento en que el "occidente" toma conciencia de que el proyecto moderno ya no es válido. La modernidad se basaba en la idea o ilusión del progreso a partir, sobre todo, de las posibilidades de la ciencia y la técnica. Este proyecto se viene abajo con las dos guerras mundiales. Baudelaire dirá que "el progreso no es sino el paganismo de los imbéciles". La postmodernidad viene a constituir un ajuste de cuentas con la modernidad. No sólo se rechaza un tipo de pensamiento, sino un estilo de vida que ha resultado claramente insatisfactorio aún para las sociedades autoras y beneficiadas de esa modernidad. Dado nuestro propósito, de la postmodernidad destacaremos los siguientes rasgos teniendo en cuenta que más que un sistema racional es una sensibilidad: - Se da un desencanto o decepción respecto de la razón, pues como veíamos antes, ésta se ha ido estrechando de forma racionalista, positivista-tecnológica, cayendo en el utilitarismo y pragmatismo, en beneficio de un determinado sistema económico neoliberal, deshumanizando a la sociedad e instrumentalizando al ser humano. La razón ya no puede darnos una visión totalizante de la realidad ni ofrecernos fundamentos y fines. Como diría J.C. Mariátegui: "A la razón la han matado los racionalistas". La consecuencia de la postmodernidad es quedarnos con un pensamiento débil, es decir sin grandes ambiciones y seguridades. La postmodernidad no tiene esperanza de poder cambiar "el mundo". - Se decreta el fin de la utopías, pues el cambio histórico total es imposible. El proyecto emancipador y de progreso de la modernidad es retórico. Ya no se cree en las grandes palabras como Progreso, Justicia, Igualdad, Fraternidad, como tampoco en los "metarrelatos", es decir las cosmovisiones globales portadoras de sentido. Sólo se dan los relatos como explicaciones pequeñas y fragmentarias. El cristianismo también es criticado como metarrelato. - También se decreta el fin de la historia, pues vivimos en un tiempo sin horizonte histórico, sin orientación, meta, ni visión de la totalidad. Se dice que la historia se la han inventado los historiadores y existe sólo en los libros de texto. Hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. Los hombres somos átomosindividuos que estamos juntos por casualidad. Así, pues, erramos por siempre sin fin ni objetivos últimos, sin brújula ni esperanza. - Esto hace que vivamos en la inmediatez del presente. No hay que escapar del presente sino disfrutarlo "carpe diem". El pasado y el futuro quedan en la sombra y con ellos la perspectiva histórica. Hay que tener un pensamiento de fruición en oposición al pensamiento funcional, es decir disfrutar los momentos de la vida por sí mismos. Se da un esteticismo presentista pues el ideal no es la eficacia y el rendimiento sino la capacidad de vivir lo bello en el momento. Es el tiempo del "yo" y del intimismo, de la meditación trascendental y del cuidado del cuerpo; de las dietas y los gimnasios. - En la perspectiva ética se da un politeísmo de valores y consensos "blandos". Se trata de vivir bajo el signo de Dionisio, buscando la exaltación de la vida en su finitud, de los valores múltiples, disminuidos, parciales, de las realizaciones nunca plenas. Sólo caben consensos temporales, locales y, por tanto, revocables. Se trata de una “ética débil y provisional”, pues es la única que respeta al hombre en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de infinito. - Hiperindividualismo narcisista y hedonista. Se vive, según Lipovetsky, la segunda revolución individualista. El lema de este individualismo es: "el mínimo de coacciones y el máximo de elecciones privadas posibles, el mínimo de austeridad y el máximo de deseo". Hemos dado una visión más bien crítica tanto de la modernidad como de la postmodernidad, pero es evidente que han aportado y aportan todavía muchos elementos positivos. 3) Nuestras sociedades latinoamericanas. En nuestras sociedades latinoamericanas y, en la nuestra en particular, se da una combinación y, a veces, superposición de lo propio de una sociedad tradicional, de lo moderno y de lo postmodemo. Por ejemplo, mientras el país oficialmente trata de modernizarse, la juventud tiene rasgos que se pueden llamar postmodemos. Lo que sí es importante tener en cuenta es que la realidad, y la nuestra en particular, no se puede encasillar. II. Factores de la crisis Podemos, de forma resumida, señalar los siguientes: a) Histórico – social. El tránsito de una sociedad tradicional a la modernidad y postmodernidad, genera dos tipos de reacciones opuestas. Por una parte, mientras una moral de corte relativísta, subjetivista, pragmática e individualista se va generalizando desde las más altas instituciones del Estado hasta la permisividad individual del "todo vale"; por otra parte, y de alguna manera como reacción, se da una moral tradicionalista legalista, dogmática y rígida. Esto es lo que Adela Cortina denomina respectivamente camaleones y dinosaurios. Sobre esto volveremos luego más ampliamente. b) Filosófico - antropológico En las sociedades occidentales, habituadas a fundamentar la moral en la religión, la aparición del pluralismo ha producido una crisis de sentido, ya que tanto los porqué y los para qué vivimos (fundamentos y fines) ya no son modelos compartidos socialmente, como tampoco el quién somos; pues es bastante generalizada la crisis antropológica de identidad que se da en nuestras sociedades occidentales. Hubo, pues, que recurrir a la filosofía moral - es decir a la ética - para ver si ofrece modelos de fundamentación que valgan para cualquier persona, sea cual fuere su fe religiosa o secular. c) Religioso. Conjuntamente con el pluralismo, la diversidad confesional, el agnosticismo y el ateísmo que se van haciendo frecuentes entre nosotros, la religión y el cristianismo en particular, por lo menos sociológicamente, siguen siendo mayoritarios y su presencia sin duda es significativa. Esto suscita una situación paradójica para los cristianos que tenemos que vivir en una sociedad y cultura plurales, pues no es fácil distinguir los valores positivos de los procesos deshumanizadores y alienantes. Por otra parte, se ha ido dando un tránsito de lo que se ha llamado "moral cristiana" a una "ética civil" o autónoma, que desconcierta a muchos cristianos y a lo cual nos referiremos más adelante. Se da también la aparición de una religiosidad "light" de escape, evasión y "consuelo", sin mayor compromiso ético. d ) De certeza y evidencia ética. En el sentido de que en las sociedades pluralistas, como la nuestra, la valoración ética, que en nuestro medio, era clara y, en general, no cuestionada hace algún tiempo, ha dejado de ser evidente y uniforme, lo cual desconcierta a quienes han vivido en la situación anterior. A la ética se le han presentado nuevos retos y problemas que no encuentran respuesta en la moral tradicional. Retos que vienen, por una parte, de las ciencias, en particular de la biología, psicología, economía, sociología, ecología, cibernética. Problemas que van desde la manipulación genética hasta la injusticia y discriminación social. Gobiernos con políticas pragmáticas que utilizan cualquier medio con tal de perpetuarse en el poder. Una cultura de la imagen que manipula muchas veces informaciones y conciencias. Una civilización del consumo donde el hedonismo y el cuidado del cuerpo son valores prioritarios. Estados que promueven el aborto, y formas de control de la natalidad forzadas e indiscriminadas. Medios socio-culturales en que la violencia de todo tipo se ha vuelto ordinaria. Esto sólo para citar algunos ejemplos. En nuestras sociedades no sólo se da la inmoralidad que siempre ha existido, que se sitúa en la clara distinción entre el bien y el mal con una base objetiva, sino también la amoralidad y la desmoralización. La amoralidad se da cuando se niega explícita o implícitamente la distinción entre bien y mal, o sólo se tiene en cuenta lo útil o provechoso para un individuo o grupo. A partir de ello se da la desmoralización en nuestras sociedades porque los medios han tomado el lugar de los fines y viceversa: el dinero, el poder, el prestigio, el placer, la empresa, etc., son las metas; el bien de las personas y el bien común pasan a segundo lugar. El ser humano, aún cuando se trata de uno mismo, se desmoraliza, pues se encuentra postergado y convertido en medio o instrumento para lograr dinero, poder, éxito, etc. A este respecto es importante lo que decía el Padre General de la Compañía de Jesús aquí en el Perú este año en julio: "La globalización como tal no implica una connotación negativa; más bien ofrece inmensas posibilidades para el desarrollo de la humanidad. Pero cuando no se respetan los valores más fundamentales de la persona humana - como ocurre en el campo económico con la absolutización del libre mercado, la globalización resulta verdaderamente nefasta. Conocemos los efectos de las políticas neoliberales: concentración de la riqueza, exclusión, ahondamiento de las diferencias entre ricos y pobres, exacerbación del individualismo, competitividad desmedida, ausencia de consideraciones éticas y valorales". Más adelante añade: 'la búsqueda de eficiencia y resultados, otra característica del esquema actual, no puede hacernos perder de vista el porqué y el para qué del conocimiento, de la ciencia, de la técnica, de la economía, de la vida humana. Donde no se respeta la vida humana, Dios está ausente. " Más ampliamente, parecería ser que el mismo hecho de hablar de "moral" despierta actitudes de rechazo. Esto se debe, por lo menos en parte, a que en el pasado se identificara la moral con normas comprendidas como arbitrarias y lo cual generó, muchas veces, culpabilidades traumáticas. La moral jugaba el papel de aguafiestas en la vida y sólo señalaba lo que no se podía hacer. III. Dos reacciones y una alternativa diferente. A partir de esto, podemos decir que frente al pluralismo inevitable, respecto al juicio moral en que se encuentran nuestras sociedades, se dan dos reacciones y una propuesta alternativa. La primera reacción es la del pragmatismo individualista que, como veíamos, desemboca en la amoralidad, pues ninguna moral puede quedarse en los medios sin tener en cuenta lo fundamentos y los fines basarse en el principio pragmático de que "el fin justifica los medios" en el de que los derechos individuales pueden ejercerse sin tener en cuenta el bien común. Dentro de esta misma posición se sitúan el relativismo subjetivista, según el cual la moral depende de cada cultura, grupo o individuo y que para decidir lo que es bueno malo justo o injusto tenemos que situarnos en la perspectiva de cada quien y que los resultados valen para él pero no para los otros, pues no podemos encontrar ningún criterio desde el cual podemos preferir unas opciones respecto de las otras. Esta postura a veces se defiende sutilmente invocando el respeto y la tolerancia que sin duda tenemos que tener los unos respecto de los otros, pero que no se puede confundir con la permisividad del "todo vale" o con una ética "light". Por otra parte, la espontaneidad de los sentimientos como criterio del actuar humano es muy vigente en la actualidad. Es verdad que la pura emotividad es muy peligrosa en el proceder ético, pero no se puede olvidar también, que, por lo menos en el cristianismo, el amor es el criterio fundamental y último del obrar. En oposición a lo anterior y de forma muchas veces reactiva se da un legalismo rígido y tradicionalista que subraya la necesidad de la obediencia estricta a la norma objetiva y que ignora la prioridad del hombre frente a la ley, la diversidad de situaciones, culturas, personas y los nuevos retos que se presentan a la ética. La actitud de la persona se reduce a una receptividad pasiva e inmadura y se da a costa de la responsabilidad ética. La moral resultaba, así, represiva y alienante. Muchas veces esta posición se debe a la angustia y desconcierto que suelen despertar las situaciones de crisis, a la necesidad de seguridad psicológica, a cualquier precio, que suelen exigir muchas personas. A partir de lo anterior es necesario admitir la validez de muchos de los interrogantes y cuestionamientos hechos a los planteamientos morales tradicionales que muchas veces habían caído en una mera normatividad no asumida libre y responsablemente. Pero de esto no se sigue que haya que reducir las genuinas exigencias éticas y evangélicas en razón de un conformismo sociológico. En las dos reacciones frente a la crisis que hemos visto se da de alguna manera una separación entre ética y vida. Valiéndonos de la parábola del sembrador del evangelio diríamos que en la primera reacción el llamado ético "ha caído entre espinos y estos al crecer la ahogaron", en la segunda reacción cayó "en las piedras, donde no había mucha tierra" y se secó. Esperemos que la alternativa que vamos a plantear sea como la semilla que cayo en tierra y produjo mucho fruto. Frente a la crisis se da una alternativa diferente a las dos reacciones anteriores: consiste en la búsqueda de una autenticidad ética, personal y socialmente responsable. Esta es la alternativa de muchas personas que quizás no resulte notoria por ser en sí misma más discreta, y no aparece como no aparecen en los diarios los aspectos más normales y buenos de la vida. Hay instituciones y grupos, civiles y cristianos, que tratan de hacer coherentes la ética y la realidad, su ética y su vida. Lo que sigue a continuación está pensado con el deseo de respaldar y cimentar esta última posición de búsqueda. Pero esto requiere un replanteamiento de la cuestión ética. IV. Replanteamiento ético. En primer lugar es necesario caer en la cuenta de que la ética o la moral no consisten en cumplir normas que se imponen arbitrariamente al hombre y que más bien parecerían estorbar su vida y realización humana. Pero tampoco es consecuente una ética relativista, individualista o pragmática que la hace depender totalmente de las diferencias de culturas, personas o intereses. Menos aún tiene sentido una ética fácil (Iíght) del todo vale si me parece bien o me conviene. Frente a esas falsas alternativas se hace necesario clarificar lo que es la ética y su significado para el ser humano y su vida. Ética es lo que realmente da sentido trascendente, autenticidad y coherencia al quehacer del hombre, en lo personal y en su convivencia con los demás. De lo que se trata primordialmente es de cimentar, hacer creíble y comprensible actualmente el planteamiento de la ética en cuanto que no es algo sobreañadido, una superestructura respecto al ser mismo del hombre y percibido como una carga a veces innecesaria, sino como la vocación del hombre a ser verdaderamente humano, a tener que encontrar y dar sentido a su vida en la búsqueda de su realización auténtica y plena en sus dimensiones personal, social e histórica. El "deber ser" de la ética surge y se sustenta en el ser mismo del hombre, en su estructura antropológica. Se trata en el fondo: 'De la captación del valor que tiene en sí mismo todo aquello que es humano, sin necesidad de justificación exterior a él. De la intuición de que vale más ser humano y bueno que no serio, que amar es mejor que no amar, que el bien se justifica y se paga a sí mismo sin necesidad de otro premio distinto, y que vivir humanamente, en libertad y en justicia, con los hombres y para los hombres, es la mayor aspiración - y la obligación - del ser humano." Como indica A. Torres Queiruga: "Las normas morales, en cuanto morales, aparecen fundadas en la propia naturaleza humana; son aquellas pautas de conducta que ayudan a su realización auténtica: son buenas porque ayudan a ser más y mejores Personas. Lo específico de la conciencia religiosa no consiste en tener normas morales distintas, sino en que las comunes son reconocidas por ella como siendo idénticamente manifestación de la voluntad de Dios ... “ Esto no significa que no podamos hablar legítimamente de una moral o ética cristiana, en el sentido que el cristiano puede encontrar un refuerzo a sus actitudes morales en motivaciones de inspiración bíblica: al alimentarse evangélicarnente la fe ahonda la fundamentación moral en la que puede coincidir en muchos de sus aspectos con los no cristianos. Recuperará, también así, su papel de inspirar esperanza en vez de sólo reprimir la iranoralidad. Lo que sí podemos decir, desde el punto de vista cristiano, es que el Evangelio explicita lo que tiene de más valioso el ser humano y critica proféticamente la moral del mundo tal como se da de facto.' Eso significa también que los cristianos tenemos que encontrar la forma de que los valores fundaluentales del evangelio puedan ser considerados como válidos y creíbles aún por los no cristianos. Ahora bien, el que la ética parta de la misma estru etura del ser humano y en ese sentido sea autónoma, no quiere decir que sea autárquica o autosuficiete. Como veremos en la siguiente charla, la ética, por lo menos desde el punto de vista cristiano, es al mismo tiempo autónoma y teónoma, y debe tener una referencia objetiva. A parte de lo dicho, y para no creer que pasa por encima de la moral nos hace libres o es un modo de liberación, podemos considerar como moral y ético todo lo que ayuda a la realización del hombre personal y socialmente considerado, que es lo mismo que Dios quiere para él, lo que lo hace realmente libre, lo que lo lleva a amar, lo que es auténtico y verdadero en él. En resumen podríamos decir que es mal lo que inhumaniza al hombre y que todo lo que le ayuda a cumplir su vocación humana, en la que se expresa la voluntad divina, es lo que constituye llamado ético, el bien ético. El que la ética se base en el ser humano en cuanto tal nos hace percibir con claridad que la ética no puede ser relativa sin negarse a ella misma. Como señala Adela Cortina, el relativismo que afirma que no podemos encontrar ningún criterio desde el cual preferir unas opciones respecto de las otras, que es imposible distinguir lo justo de lo injusto, lo malo de lo bueno, es inhumano: "Porque cuando alguien dice 'esto es justo', si con eso está pretendiendo decir algo, no expresa simplemente una opinión subjetiva ("yo apruebo x"), ni tampoco relativa a nuestro grupo, sino la exigencia de que cualquier hombre lo tenga por justo."' Es defendible la existencia de valores universales y la clave de todos esos valores es el valor absoluto de las personas. Lo que sí es absolutamente necesario es el "respetuoso pluralismo" pues si bien el hombre aspira al conocimiento de la verdad ningún individuo, pueblo o cultura la posee en exclusiva y se hace necesario el diálogo y la comunicación para encontrarse en la verdad. Es muy importante caer en la cuenta que la ética no es relativa pero sí evolutiva. El ser humano no es una realidad estática y pasiva, sino dinámica y activa, es decir histórica. Justamente la ética nos hace caer en la cuenta de que el hombre, tanto en su dimensión personal como social, es un ser en proyecto de sí mismo, en tensión, orientado hacia mayores niveles de realización y de humanización. En la Biblia se puede percibir con bastante claridad cómo el ser humano va creciendo y madurando en su percepción ética; así vemos todo el avance que hay entre el "Ojo por ojo y diente por diente" (ley de talión) del Antiguo Testamento evocado por Jesús y el "amen a sus enemigos" (cf. Mt. 5, 38 - 44) de él mismo. Por eso podemos esperar del futuro un mayor esclarecimiento y progreso ético y moral. Pero el hombre no puede ni debe renegar de su pasado henchido de experiencias. En este sentido es muy sabia la doble recomendación del Concilio Vaticano II: arraigo tradicional y respuesta a los retos actuales de cara al mañana. V. Fundamento antropológico de la ética. A partir de lo dicho, conviene considerar lo que constituye el fundamento de la ética en el ser humano. La exigencia ética no proviene de una autoridad externa al hombre; es una exigencia de su condición de ser humano. El hombre no puede elegir ser ético o no. En expresión de López Aspitarte que parafrasea a Sartre, " el hombre está condenado a ser ético. El animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, por otra parte no puede escapar. Al hombre, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano". Para explicitar lo anterior, creo que se pueden plantear cuatro dimensiones del fundamento ético en el ser humano: 1. El hombre como ser consciente, libre y por tanto responsable, se ve en la necesidad ineludible de elegir y de emitir juicios de valor para poder optar consciente, libre y responsablemente. Así el hombre sólo es responsable ética y moralmente en la medida que es libre y consciente y, justamente por ello, responsable de sus actos. 2. El hombre como ser en búsqueda de sentido. De lo anterior se deduce que el ser humano no tiene un destino predeterminado de encontrar y dar un sentido a la vida (y a su propia vida) que oriente el quehacer de las personas y la sociedad. Aquí entra en juego la afectividad del hombre que desea el bien aunque lo haga de manera equivocada, pues la búsqueda de sentido a la vida es algo que compromete a todo el hombre y no sólo su inteligencia. 3. El hombre como ser histórico en búsqueda de autenticidad y humanidad. Se da por la tensión que se encuentra en el hombre entre lo que es y lo que debe, puede y quiere ser; entre su ser de hombre y su autenticidad y humanidad, es decir su autorealización personal, social y trascendente. Del ser antropológico se deriva el deber ser y hacer ético, pero al mismo tiempo el ser del hombre sólo alcanza su plenitud a través del llamado ético. El ser proyecto de sí mismo es lo que hace al hombre ser ético. Es el llamado a construir su propio ser en libertad. 4. El hombre como ser social y solidario. Somos constitutivamente sociales, modelamos y somos modelados por el medio socio - cultural. El bien y mal que hacemos repercute en los otros y viceversa. Nuestros actos afectan y cualifican a los otros hombres y esto es recíproco. Si esto es así, la exigencia ética de construir la solidaridad es clara. VI. Algunas conclusiones. 1. De lo anterior se desprende una conclusión clara y a mi parecer positiva: a partir de la crisis es que no podemos pretender que se nos diga lo que tenemos que hacer desde el punto de vista ético y moral, sino que nos vemos prácticamente obligados a hacernos nosotros mismos responsables de nuestro comportamiento ético en lo personal y en lo social, y, por tanto, tener que encontrar significado y coherencia a la realidad y a la propia vida. Evidentemente esta constituye un problema que muchos rehuyen pero al mismo tiempo es aquello que hace que nuestra vida sea digna de ser vivida y no caiga en la rigidez, la venalidad o la frustración. 2.El hacer lo anterior nos posibilitará ser, como ciudadanos y cristianos, conciencia moral en nuestra sociedad desmoralizada, y en parte amoral, pero que tiene una base humana y religiosa de gran valor. Esta tarea me parece indispensable en nuestro país. MIFSUD, Hacia una moral liberadora. MARDONES, J.M, Postmodernidad y Cristianismo. GONZALEZ-CARVAJAL, L. 1991 Ideas y creencias del hombre actual. Sal Terrae. BRAUDRILLARD, J. 1984 Las estrategias fatales. Anagrama, Barcelona, LYOTARD, J. F. 1986 La condición postmoderna. Cátedra, Madrid, GONZÁLEZ FAUS, J.I. 1984 Fe en Jesús y Liberación. I.S.E. T. TORRES QUEIRUGA, A. 1998 La eutanasia, entre la ética y la religión. Razón y Fe. Abril JOSSUA, J.P. 1990 Cuestión de fe. Sal Terrae.