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La recuperación económica impulsada por los salarios:
una alternativa a la deflación
Nacho Álvarez
Departamento de Economía Aplicada
(Universidad de Valladolid)
Introducción: el vínculo entre salarios, empleo y crecimiento económico
La relación entre salarios y empleo es central en el análisis macroeconómico e,
igualmente, en la política económica. La economía ortodoxa señala que dicha relación es
manifiestamente inversa, es decir, que la creación de empleo responde positivamente ante
reducciones en el coste de la fuerza de trabajo. Múltiples estudios –tanto teóricos como
empíricos– cuestionan sin embargo dicha aproximación.
En concreto, destacan tres líneas de investigación que analizan los vínculos entre salarios
y empleo y que cuestionan el enfoque ortodoxo. En primer lugar, numerosos análisis del
impacto del salario mínimo en los niveles de empleo (ver, por ejemplo, Card y Krueger,
1994; Dickens et al., 1999) contradicen abiertamente la predicción ortodoxa de que los
aumentos salariales provocan incrementos de la tasa de paro.
Una segunda línea de investigación se interroga por el impacto que tienen las
instituciones del mercado de trabajo (sindicatos, negociación colectiva, normativa
laboral, protección frente al despido, etc.) sobre el empleo. A pesar de la ingente
literatura ortodoxa existente tratando de vincular dichas instituciones con niveles
superiores de desempleo y menor crecimiento económico, las contrastaciones empíricas
realizadas no resultan en absoluto concluyentes1. Es más, son diversas las investigaciones
que señalan en la dirección contraria: la existencia de estas instituciones en el mercado de
trabajo no sólo no determina mayores niveles de desempleo, sino que colabora al
crecimiento económico y la creación de empleo (Palley, 2011).
En tercer lugar destaca la reciente literatura –vinculada fundamentalmente al enfoque
postkeynesiano– que analiza hasta qué punto el crecimiento económico de los distintos
países está impulsado por los salarios o por los beneficios. Este enfoque –desarrollado a
partir del trabajo original de Bhaduri y Marglin (1990)– resulta particularmente
interesante para analizar la política económica que actualmente se implementa en el
marco de la crisis, en la medida en que plantea la posibilidad teórica de que la
redistribución de la renta afecte al crecimiento económico2.
Bhaduri y Marglin analizaron los efectos que los cambios en la distribución funcional de
la renta pueden tener sobre el consumo, la inversión y el crecimiento económico. Su
modelo parte de una constatación básica: el salario presenta una doble dimensión en
nuestra economía siendo, simultáneamente, coste para las empresas y el principal
determinante del consumo privado de las familias. A partir de ahí estos autores estudian
el carácter contradictorio que tiene el impacto de una variación salarial sobre los
componentes de la demanda agregada: una reducción del peso que los salarios tienen en
la renta nacional conllevará, por un lado, una mejora en los márgenes de beneficios y
mayores expectativas de rentabilidad, impulsando así la inversión empresarial. No
1
2
Para una revisión interesante de esta literatura, véase Calmfors (1993).
Un buen análisis de esta literatura es el realizado por Molero (2014).
1
obstante, la reducción salarial impactará negativamente sobre la capacidad de consumo
de los trabajadores. Esta reducción salarial entrañaría así una reducción agregada del
consumo privado que no sería compensada por el consumo que ejercen las rentas del
capital, en la medida en que los asalariados presentan una mayor propensión al consumo
que los empresarios, accionistas y directivos.
Por todo ello, el impacto directo que sobre el crecimiento económico tenga una reducción
de los salarios dependerá de qué componente de la demanda agregada pese más: si la
reducción del consumo privado desborda la posible mejora de la inversión empresarial
que cabría esperar de la caída salarial, el impacto general sobre el crecimiento será
negativo. Y, viceversa, cuando en una economía la mejora de la rentabilidad y, con ello,
de la inversión, sea capaz de compensar la reducción del consumo privado, el impacto de
una caída relativa de los salarios será positivo para el crecimiento económico. En el
primero de los casos hablamos de economías “dirigidas por los salarios” (wage-led) y, en
el segundo de economías “dirigidas por los beneficios” (profit-led).
Durante los últimos años múltiples estudios econométricos han tratado de contrastar
empíricamente hasta qué punto el crecimiento de las distintas economías europeas está
dirigido por los salarios o por los beneficios (Hartwig, 2014; Onaran y Galanis, 2012;
Stockhammer y Onaran, 2012). La mayor parte de estos trabajos señalan que las
principales economías europeas se encuentran dirigidas por los salarios. Es decir, que el
efecto que tiene un aumento del peso de las rentas salariales sobre el PIB (es decir, un
crecimiento salarial superior a la productividad) es el de un crecimiento del consumo y,
con ello, del grado de utilización de la capacidad instalada en las empresas. Este impulso
de la demanda de consumo explicaría a su vez –a pesar de los menores márgenes de
beneficios– el crecimiento de la inversión y del conjunto de la demanda agregada de la
economía.
En resumen, esta tercera línea de investigación abre la puerta a una nueva orientación de
la política económica, identificando la posibilidad de que una estrategia redistributiva a
favor de los salarios facilite la recuperación económica y la creación de empleo.
El papel de los salarios en la crisis y en los desequilibrios macroeconómicos de la
zona euro
Las élites políticas y económicas pretenden trasladar la idea de que la crisis de la Unión
Económica y Monetaria (UEM) responde fundamentalmente a la progresiva pérdida de
competitividad experimentada por las economías periféricas frente a los países centrales,
fruto de un crecimiento más acelerado de sus costes laborales unitarios. En consonancia
con ello, y dado que la recuperación de la competitividad perdida en el marco de una
unión monetaria no se pude hacer vía devaluación cambiaria, la Troika ha impuesto a la
periferia una estrategia de devaluación salarial para recuperar dicha competitividad.
Sin embargo, esta estrategia está fracasando, como vemos a continuación. Este fracaso
obedece a un (interesado) error de diagnóstico: los déficits por cuenta corriente en el seno
de la zona euro durante el periodo previo a la crisis no son la consecuencia de un
crecimiento “excesivo” de los salarios, sino el resultado de la articulación de un modelo
de crecimiento desequilibrado en el conjunto de la UEM.
La recuperación de la rentabilidad de las economías europeas –tras la crisis de la década
de 1970– se produce gracias a la aplicación de las políticas neoliberales durante las
décadas siguientes. La consecuencia inmediata de estas políticas –desreglamentación,
privatización y apertura de las distintas economías– es la progresiva reducción del peso
2
que los salarios tienen sobre el PIB. Con ello, y dado el carácter wage-led de estas
economías durante el periodo descrito, se desarrolla un modelo de acumulación en
Europa de débil crecimiento, como consecuencia de la insuficiente demanda agregada3.
No obstante, frente a este problema de insuficiencia de demanda las distintas economías
experimentarán diversas “salidas” posibles. En cualquier caso, estas “salidas” entrañan
que unos desequilibrios internos crecientes –vinculados a una distribución de la renta
cada vez más regresiva– se transformen en desequilibrios externos –comerciales y
financieros– entre los distintos países.
Así, encontramos por un lado un grupo de economías (particularmente la alemana)
caracterizadas por una evolución muy limitada de los salarios y de la demanda interna, y
cuyo crecimiento ha estado fundamentalmente impulsado por una estrategia de
incremento de las exportaciones (export-led). Esta estrategia podría denominarse
neomercantilista, en la medida en que intenta trasladar los problemas de estancamiento
interno a los países vecinos por la vía de una competición a la baja en los salarios. Por
otro, el segundo polo de crecimiento (del que España es un claro ejemplo) habría basado
su expansión en un crecimiento más intenso de la demanda interna financiado por el
aumento de la deuda externa (debt-led), permitiendo además con ello el reciclaje de los
superávit comerciales del primer grupo de países.
Ambas estrategias son además interdependientes y se retroalimentan: el crecimiento del
primer grupo de países se sustenta –en parte– en la demanda externa ejercida por las
economías periféricas y, simultáneamente, estas últimas necesitan que los países con
superávit financien sus déficits por cuenta corriente. Además, una política monetaria
común y la existencia de la moneda única han jugado un papel importante en el desarrollo
de este modelo, al garantizar un mismo tipo de interés a todas las economías y reducir la
prima de riesgo en la financiación de las más débiles.
En ambos grupos el estancamiento salarial –con crecimientos de los salarios por debajo
de la evolución de la productividad– ha constituido por tanto un problema
macroeconómico desde hace décadas, que ha pesado como uno de los factores
estructurales determinantes de la crisis. Sólo la acumulación de deudas privadas y la
formación de burbujas de activos financieros e inmobiliarios han permitido que el
bloqueo salarial no derivase en un estancamiento económico más intenso. Pero en un
contexto como el actual, en el que no es viable que la articulación de un régimen de
crecimiento vuelva a ponerse en pie sobre la acumulación de burbujas crediticias, será
difícil de evitar un prolongado estancamiento en Europa y en España si no hay cambios
radicales en la política económica y, en particular, en la política salarial.
El modelo neoliberal de crecimiento –basado en ajustes permanentes sobre los salarios–
ha implosionado y está agotado. La articulación de un nuevo modelo pasa por un cambio
en los patrones de distribución de la renta.
El fracaso de la estrategia de devaluación salarial
La respuesta de las élites económicas y políticas hasta la fecha no ha pasado sin embargo
por una ruptura con la política económica y salarial implementada a lo largo de las
últimas décadas. Todo lo contrario, se ha profundizado –hasta el paroxismo– la estrategia
3
Otros factores, entre los que destaca especialmente la financiarización de la actividad económica, deben
incorporarse al análisis para entender la ralentización del crecimiento económico durante las décadas de
1990 y 2000 en Europa con respecto a las décadas anteriores.
3
neoliberal de hacer recaer sobre las rentas del salario los ajustes necesarios para enfrentar
los desequilibrios macroeconómicos.
Bajo el discurso de que la crisis de la UEM responde fundamentalmente a la progresiva
pérdida de competitividad de las economías periféricas, fruto de su evolución salarial, la
Troika ha impuesto diversas reformas encaminadas a disminuir de forma estructural los
costes laborales unitarios en estas economías. Ese ha sido el caso de la reforma laboral
que aprobó el gobierno español en 2012.
La reforma laboral ha abierto la puerta a un proceso de intensa devaluación salarial en
nuestra economía, como consecuencia de una drástica erosión de la capacidad de
negociación de los asalariados. El incremento del poder unilateral de la parte empresarial
–al reforzarse la negociación a nivel de empresa e incrementarse la posibilidad de acudir
a descuelgues del convenio sectorial–, así como el abaratamiento y la flexibilización del
despido resultan determinantes a la hora de explicar esta quiebra del poder contractual de
las organizaciones sindicales. Así, los cambios en la legislación han reforzado los propios
efectos que, en este sentido, ya estaba teniendo el aumento del desempleo después de los
primeros cuatro años de crisis.
Como consecuencia de todo ello los salarios reales medios de los trabajadores –medidos a
través de la Encuesta Trimestral de Coste Laboral del INE– se han reducido un 9%
aproximadamente entre 2010 y 2013. El propio Banco de España ha admitido que la
estadística oficial infravalora notablemente la dimensión de la devaluación salarial, como
consecuencia del efecto composición causado por el hecho de que el empleo destruido ha
sido fundamentalmente el de menor cualificación y antigüedad.
Esta devaluación salarial es presentada como un dato positivo por el gobierno y la Troika.
Supuestamente, la reducción en los costes laborales unitarios estaría explicando el
incremento actual de las exportaciones y, con ello, el reciente punto de inflexión en el
ciclo económico.
Semejante argumentación presenta no obstante importantes debilidades teóricas, al
tiempo que no se confronta satisfactoriamente con la información estadística ofrecida por
la contabilidad nacional. Veamos tres de estas debilidades. En primer lugar, esta
argumentación descansa en el supuesto que la reducción de los costes laborales unitarios
se está transmitiendo de forma equiparable a los precios de las manufacturas y, con ello a
las exportaciones. Sin embargo, cuando analizamos los determinantes de la inflación
comprobamos que a partir de 2011 no son los salarios, sino los márgenes de beneficio, los
que explican la evolución de los precios (Uxó, 2014): los intensos recortes salariales no
se han trasladado de forma paralela a los precios de las manufacturas, a una depreciación
del tipo de cambio real y, con ello, a una ganancia de competitividad debido
fundamentalmente a que estos recortes están siendo captados por aumentos en los
márgenes empresariales. El incremento de las exportaciones españolas durante los
últimos años no responde tanto a una mejora de nuestra competitividad externa, cuanto a
la necesidad de las empresas españolas de buscar nuevos mercados ante el hundimiento
de la demanda interna.
En segundo lugar, la argumentación empleada para defender la estrategia de la
devaluación salarial descansa sobre una “falacia de la composición”. Esta falacia consiste
en inferir que algo es verdadero o válido para un sistema en su conjunto por el mero
hecho de serlo para una de sus partes. Sin embargo, lo que es cierto para una firma
4
individual puede no serlo para el conjunto de una industria o para una determinada
economía.
Así, una reducción en los salarios puede resultar positiva para la evolución particular de
una empresa pero, como ya nos advierte el modelo de Bhaduri y Marglin, en economías
“dirigidas por los salarios” puede traducirse finalmente en una reducción del gasto
agregado. Esta caída del gasto entraría a su vez reducciones en el empleo total, a pesar de
los efectos positivos que la devaluación salarial pueda tener sobre los beneficios
empresariales y la rentabilidad, o sobre el sector exportador. De este modo, la mejora de
la rentabilidad no llegaría a transformarse en inversión efectiva fruto de la falta de
demanda y el avance del sector exportador no podría compensar el hundimiento de la
demanda interna. Este parece ser precisamente el caso de la economía española: en 2013
las exportaciones contribuyeron con un 1,6% al crecimiento del PIB, si bien dicha
contribución fue anulada por la de la demanda interna (-2,8%), que determinó finalmente
el crecimiento negativo del PIB durante ese año.
Esta falacia de la composición, en tercer lugar, se presenta no sólo en el plano doméstico,
sino también en el plano de la inserción externa. Las reducciones en los costes laborales
unitarios pueden –bajo determinadas circunstancias– hacer que una economía resulte más
competitiva4. Sin embargo, en un contexto como el actual caracterizado por una
importantísima apertura externa de las economías de la UEM, por un peso muy
significativo del comercio intraeuropeo y por una aplicación simultanea de las medidas
de devaluación salarial en varias economías de la zona euro, la devaluación salarial puede
perfectamente derivar en una reducción de la demanda agregada global y en un
deslizamiento del conjunto de las economías europeas hacia la deflación. Así, salvo que
los países centrales que presentan superávit externos experimenten cambios significativos
en su demanda interna –dando paso a un crecimiento del consumo privado–, el resultado
de las devaluaciones salariales en las economías periféricas apunta a un largo periodo de
estancamiento.
El punto de inflexión en el que actualmente se sitúa nuestra economía –compartido con
otras economías periféricas– poco tiene que ver con un supuesto éxito de la estrategia de
devaluación salarial. El hecho de que el crecimiento haya dejado de reducirse responde
fundamentalmente a dos hechos. En primer lugar, a la relativa relajación de las políticas
de austeridad fiscal que ha tenido lugar a lo largo de 2013. Además, la recuperación de la
financiación internacional fruto de la intervención del Banco Central Europeo en la
segunda mitad de 2012 haciendo descender las primas de riesgo, también ha colaborado a
poner freno a la caída que experimentaban algunas economías periféricas.
De este modo, la devaluación salarial y la dinámica exportadora no son los factores que
están actuando como motores de la recuperación. Más bien sucede al contrario: una vez
llegado al punto actual, en el que las tasas de crecimiento han dejado de caer, difícilmente
habrá salida de la crisis en tanto en cuanto se mantenga la política actual de recortes
salariales. No sólo porque estos recortes dificultan la reactivación de la demanda
agregada, sino porque impiden el proceso de desapalancamiento de empresas y hogares y,
de este modo, mantienen latente el peso de un elevado endeudamiento del sector privado.
El riesgo de que esta dinámica de devaluación salarial de lugar a un prolongado
4
No se debe olvidar aquí que la competitividad de una economía depende no sólo de los precios de
exportación, son también de otros factores como la calidad y las gamas de los productos intercambiados, o
el grado de desarrollo tecnológico que estos incorporan.
5
estancamiento, análogo al experimentado por la economía japonesa durante las últimas
décadas, es claramente posible.
Una estrategia de salida de la crisis en la UEM no puede por tanto seguir ni un patrón, de
nuevo, basado en la acumulación de deudas ni uno de tipo neomercantilista, centrado en
el impulso del sector exportador. Una estrategia sostenible de salida de la crisis debe
pasar por un aumento generalizado de los salarios. Por ello, resulta imprescindible que las
fuerzas sociales, sindicales y políticas comprometidas con el progreso social sitúen en su
agenda la necesidad de plantear un giro radical en la política salarial que debiera
implementare en el contexto actual.
Una política alternativa a la devaluación salarial
Los elementos teóricos inicialmente apuntados, así como la valoración de la estrategia de
devaluación salarial, ayudan a entender que las políticas económicas de oferta –
encaminadas a favorecer la creación de empleo por la vía del incremento de la
rentabilidad empresarial– no resultan operativas en un momento de trampa de la liquidez
y falta de demanda como el actual. Por el contrario, en este contexto, en el que las
empresas se enfrentan a una fuerte restricción del consumo en los mercados de bienes y
servicios, las subidas salariales facilitarían la recuperación económica de los países
europeos. Una nueva política salarial debería impulsarse, por tanto, basada en cuatro
principios generales.
*Principio 1: Las economías europeas, tanto las periféricas como las centrales, deben
transitar hacia un nuevo patrón de distribución de la renta en el que los salarios recuperen
el peso relativo que han perdido en las décadas anteriores con relación al PIB.
Para ello es necesario que una nueva política salarial vuelva a vincular el crecimiento de
los salarios reales con el crecimiento de la productividad laboral (es decir, que los salarios
nominales deben crecer a un ritmo igual al de la productividad más el objetivo previsto de
inflación). Sin embargo, durante un largo periodo el crecimiento de los salarios reales
debiera situarse por encima de la productividad, condición necesaria para que se recupere
el peso que estos han perdido en la renta nacional.
Dos instrumentos resultarían particularmente propicios para alcanzar este cambio en el
patrón de distribución. Por un lado, un fortalecimiento institucional de los diversos
marcos de la negociación colectiva (lo que en nuestro país pasa por derogar la reforma
laboral, reducir la segmentación laboral desincentivando la contratación temporal y
mejorar significativamente los subsidios por desempleo). Por otro lado, una subida del
salario mínimo hasta situarse próximo al salario mediano actual facilitaría que el
incremento de rentas se diese allí donde especialmente resulta necesario: entre las rentas
más bajas.
*Principio 2: La política salarial debe coordinarse en el marco de la UEM, de forma que
se sustituya la actual estrategia neomercantilista –que se esfuerza por trasladar la crisis a
otros socios comerciales mediante reducciones salariales– por un aumento diferenciado
de la demanda interna según los países. Así, aquellos países que han experimentado, y
siguen experimentado hoy, intensos superávit por cuenta corriente (particularmente, el
caso de la economía alemana) deberían garantizar un crecimiento mayor de su demanda
doméstica para reducir con ello los desequilibrios intracomunitarios de balanza de pagos.
*Principio 3: Una política salarial que trate de cambiar el actual patrón de distribución de
la renta estará llamada al fracaso si no se enmarca en una estrategia más amplia de
6
política económica. En concreto, son elementos clave de esta estrategia una política fiscal
expansiva centrada en el desarrollo de los servicios públicos, una política monetaria que
tenga por objetivo prioritario la creación de empleo, una intensa regulación y
nacionalización del sector financiero que ponga el crédito al servicio de las necesidades
productivas y sociales, y una ambiciosa reforma fiscal que garantice una verdadera
progresividad en la recaudación.
*Principio 4: La crisis económica se solapa actualmente con otra crisis –la ecológica– de
importantísimas dimensiones, y que no puede ser obviada por la política económica. Una
salida de la crisis en beneficio de las y los trabajadores, y de la mayoría social, requiere
no sólo de la reactivación del crecimiento y de la creación de empleo. Requiere que esta
estrategia tome en consideración la necesidad de abordar una drástica reducción de las
emisiones de dióxido de carbono para contener con ello el calentamiento global del
planeta.
En este sentido, la política salarial debiera favorecer las estrategias de aumento de la
demanda doméstica y de distribución de la renta basadas en el reparto del trabajo
mediante reducciones de la jornada laboral.
El ejemplo islandés: un posible estudio de caso
Ningún país europeo está aplicando una política salarial como la que aquí se plantea.
Existe sin embargo una experiencia, como es la islandesa, que sí presenta algunos de los
rasgos que aquí se han formulado, aunque con matices importantes. Con el apoyo de la
información gráfica que a continuación se ofrece analizamos –muy esquemáticamente– la
política salarial aplicada por el país nórdico en el marco de la crisis.
Como podemos ver en el gráfico 1, el crecimiento económico islandés, a pesar de haberse
reducido muy intensamente durante los años 2009 y 2010, comienza a experimentar
nuevamente tasas positivas en 2011 que se mantendrán –a diferencia de la zona euro–
hasta la fecha. Las tasas de crecimiento experimentadas son además superiores a las de la
zona euro.
Dos son los principales factores que explican el hecho de que la recuperación económica
se haya producido en Islandia con mayor celeridad. En primer lugar, la intensa
depreciación sufrida durante 2009 por la corona. En segundo lugar, la recuperación de la
demanda interna fruto de la política económica aplicada. Este segundo factor presenta
una especial importancia, dado que permite ejemplificar –aún tomando en cuenta todas
las consideraciones atribuibles a una economía tan particular como la islandesa– las
posibilidades de la política salarial aquí señalada.
Tras la intensa contención que los salarios nominales experimentan en Islandia durante el
año 2009 (gráfico 2), que lleva a una significativa reducción de los salarios reales (gráfico
4), los primeros comienzan a crecer de forma muy significativa de nuevo entre la segunda
mitad de 2010 y el primer semestre de 2012. Este crecimiento de los salarios entraña una
recuperación a partir de 2010 del peso que estos tienen sobre la renta nacional (gráfico 5)
y, con ello, un impulso importante de la demanda interna durante los años 2011 y 2012. A
la recuperación del consumo privado y de la demanda interna también ha contribuido el
proceso de reestructuración y quitas parciales de la deuda hipotecaria de los hogares que,
si bien ha sido tímido hasta 2013, ha ayudado a relajar las presiones contractivas en el
gasto de las familias.
7
Así, y a diferencia de lo que sucede en las economías periféricas de la UE donde se
aplican los programas de ajuste salarial de la Troika, el consumo privado contribuye en
Islandia al crecimiento del PIB un 1,3% en 2011 y un 1,2% en 2012 (gráfico 6),
reactivando igualmente la inversión empresarial (que contribuye un 1,4% y 0,8%
respectivamente durante estos años).
En el gráfico 6 podemos comprobar igualmente como la contribución del sector externo
al crecimiento del PIB islandés es muy significativa durante estos años, a pesar del
aumento de los salarios y del incremento que experimentan los costes laborales unitarios
nominales después de 2009 (gráfico 7). Lógicamente, la importante ganancia de
competitividad externa asociada a la depreciación de la corona en 2009 tiene un impacto
muy notable en la evolución del sector exportador islandés durante estos años, política
que por el contrario resulta inalcanzable para las economías europeas integradas en la
unión monetaria.
Esta evolución económica –determinada por la recuperación de la demanda interna, vía
consumo privado, y de la demanda externa vía depreciación cambiaria– se ha traducido
en una progresiva disminución de la tasa de desempleo ya desde 2011 y en la creación de
empleo neto a partir de 2012 (gráfico 8).
De hecho, el menor ritmo de crecimiento salarial en Islandia a partir de 2013 habría
conllevado una ralentización de la contribución que el consumo privado tiene sobre el
crecimiento económico y, con ello, un cierto freno al proceso de creación de empleo,
como podemos comprobar en los gráficos. Así, el crecimiento de la economía islandesa a
partir de la segunda mitad de 2013 pasa a depender en buena medida de la evolución de
su sector externo, ralentizándose la demanda doméstica.
Este breve vistazo a la economía islandesa nos permite comprobar algunos elementos de
importancia para nuestro análisis: 1) el crecimiento de los salarios ha permitido una
recuperación relativamente rápida de la demanda doméstica (en una economía además
donde el sector exportador ha tenido históricamente un peso muy relevante) 2) este
incremento de los costes laborales no se ha traducido en un deterioro de la competitividad
externa (como consecuencia, en buena medida, del proceso de depreciación cambiaria).
Salvando las importantes diferencias y la distancia que separa a la economía islandesa de
las grandes economías de la zona euro, estos dos elementos ayudan a entender cómo una
política salarial similar en los países de la UEM y una depreciación del euro impulsada
por el BCE resultarían de indudable utilidad para la recuperación económica. Más aún, si
estas medidas se acompañasen de una política fiscal expansiva y de una significativa
reestructuración de la deuda –basada en quitas efectivas– en los países periféricos.
Que las distintas organizaciones sociales, sindicales y políticas puedan imponer una
política en esta línea depende lógicamente del grado de correlación de fuerzas que dichas
organizaciones ostenten. No obstante, para el favorable desarrollo de dicha correlación de
fuerzas resulta necesario, antes de nada, que las organizaciones sindicales –principales
actores implicados en el proceso de negociación colectiva– identifiquen la moderación
salarial como un problema macroeconómico que conduce a la deflación y a la
profundización de la crisis. Un cambio de orientación en la política salarial resulta por
tanto necesario, cambio que debe partir en primer lugar de aquellos que defienden los
intereses de la mayoría social.
8
Gráfico 1: PIB (crecimiento interanual,
%)
Gráfico 2: Salarios nominales (crec. interanual, %)
Gráfico 3: IPC (crec. interanual, %)
Gráfico 4: Salarios reales (crec. interanual, %)
Gráfico 5: Remuneración asalariados (% PIB)
Gráfico 6: Contribución al crecimiento del PIB (%)
Gráfico 7: Coste laboral unitario nominal (2005=100)
Gráfico 8: Empleo total y tasa de desempleo (%)
Fuente: Statistics Iceland y Eurostat.
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Bibliografía
-Bhaduri, A. y Marglin, S. (1990): “Unemployment and the Real Wage: The Economic Basis for
Contesting Political Ideologies”, Cambridge Journal of Economics, 14 (4).
-Calmfors, L. (1993): “Centralisation of Wage Bargaining and Macroeconomic Performance. A
survey”, OECD Economic Studies No. 21, Winter 1993.
-Card, D. y Krueger, A.B. (1994): “Minimum wages and employment: A case study of the fastfood industry in New Jersey and Pennsylvania”, in America Economic Review, vol 84 (sept).
-Dickens,R., Machin,S. y A. Manning (1999): “The Effects of Minimum Wages on Employment:
Theory and Evidence from Britain”, Journal of Labor Economics, Vol. 17, No. 1 (January 1999).
-Hartwig, J. (2014): “Testing the Bhaduri-Marglin Model with OECD Panel Data”, KOF
Working Papers No. 349, January 2014, KOF Swiss Economic Institute.
-Molero, R. (2014): La distribución primaria como factor determinante de la relación entre
crecimiento económico y desigualdad de la renta. El caso de la China de la reforma (1978-2007),
Tesis doctoral, Departamento de Economía Aplicada I, Universidad Complutense de Madrid
-Onaran, Ö. y Galanis, G. (2012): “Is Aggregate Demand Wage-Led or Profit-Led? National and
Global Effects”, ILO Conditions of Work and Employment Working Papers Series, 40.
-Palley, T. (2011):”The economics of wag-led recovery: Analysis and policy recommendations”,
International Journal of Labour Research, Vol. 3, Issue 2.
-Stockhammer, E. y Onaran, Ö. (2012): “Wage-Led Growth: Theory, Evidence, Policy”, PERI
Working Paper Series, 300.
-Uxó, J. (2014): “Bajan los salarios pero suben los márgenes empresariales”, eldiario.es,
28/01/2014.
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