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Año de la Misericordia
Retiro/Convivencia
Sta. Mª de la Paz
Octubre’15
Condición ineludible para entender y vivir la misericordia es tener un
corazón limpio y sin dobleces. Vamos, pues, a tratar de
“Los limpios de corazón que verán a Dios”
Tengo claro que en un retiro se predica a convertidos-
convencidos. Un retiro es para sentir y acoger, no es para pensar ni
elucubrar, es para vivir.
El corazón no piensa, el corazón siente. En todo retiro hay que pedir
al Señor que nos abra el corazón para sentir y acoger, para saber escuchar
puesto que cada vez se escucha menos, escuchamos muy poco. Hoy ya
nadie escucha a nadie, o casi nadie escucha a casi nadie.
Nuestra cita de referencia va a ser (Mt5,8), es una bienaventuranza,
la de los limpios de corazón. Y quiero recordaros que sin mística ni
ascética no hay moral que funcione. Es como ver comida y no comerla, ver
no alimenta; ante el hambre no sirve de nada.
Mt 5,8, dice:
“Felices, bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”
Lamentablemente, cuando un cristiano oye el término “puro” o
“pureza” casi siempre lo entiende referido a la corporeidad, a la carnalidad,
a la continencia. Y de esto no se trata.
En la religión hebrea, lo “puro” y la “pureza” son muy importantes,
porque Dios es “puro” y hay que ser como Él es. De aquí que la pureza
ritual les sea fundamental, (no tocar enfermos; no tocar mujeres ni dejarse
tocar por ellas -podrían tener la menstruación y contaminar-; hay que
lavarse las manos con frecuencia antes o después de ciertos actos, etc).
Jesús ataca ese tipo de pureza/impureza, no se trata de eso. Pureza,
viene del griego “katarós” y su antónimo es lo “no-recto, hipócrita, falso,
con doblez de intención y de corazón”.
El “puro” habla y actúa desde la sencillez y sinceridad, vive y se
manifiesta coherentemente consigo mismo, es, hace, siente y dice en
sintonía y sincronicidad con Dios, vive en unicidad con Dios.
El A.T. habla mucho de la “pureza” del ser humano, de la “pureza
de corazón” de la persona. En el Sal 50, se lee: “Oh Señor, crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme…” y en el Sal 73,
afirma: “Qué bueno es el Señor para los limpios de corazón”.
En la cultura del A.T. el “corazón” es el centro de la persona, la sede
de la humanidad y del proceso de humanización. Uno es como es su
corazón, no como son sus pensamientos.
La sede y la clave de la humanidad y de la humanización es el
corazón, de ahí que solamente Dios pueda conocer el corazón de sus
criaturas. Sólo Dios nos escruta perfectamente: “Los hombres ven las
apariencias; el Señor, ve el corazón”( 1Sam16,7). Que el Señor conoce
nuestros corazones aparece a lo largo de toda la Escritura. Francisco de
Asís, llegará a afirmar: “Cuanto somos ante Dios eso somos y nada más”
De lo que se trata es de la circuncisión del corazón, de cortar
protuberancias, acabar con las dobleces, porque “donde está tu corazón allí
está tu tesoro” (Mt 6,19-23). Donde está tu tesoro allí estás tú.
Todo depende de tener un corazón de piedra, duro y frio o tenerlo de
carne, afectivo y acogedor para ser o no cristianos. En ello nos jugamos el
ser o no cristianos.
Sólo un corazón capaz de con-cordarse, con-corazonarse con otro
corazón puede llegar a saber lo que es la con-pasión, el con-padecerse, el
con-dolerse y el vivir a-corde corazón-con-corazón. El que lo consigue vive
como “Dios, que es compasivo y misericordioso” (Sal 103)
Por tanto, lo que nos conviene pedirle al Señor en la oración es
unificación y cohesión personal, unicidad de vida, sentimientos y acción,
pureza de corazón, ser uno con nuestro corazón: “¿Quién podrá subir al
monte del Señor? El hombre de manos inocentes y puro de corazón”
(Sal 24 ,3-4)
Para un cristiano, la pureza de corazón no es virtud añadida, es virtud
esencial. Jesús arremete contra la hipocresía de las ofrendas, de los
sacrificios y holocaustos. Dirá: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Os
6,6 recogido por Mt 12,8), pues “Corazones contritos y humillados, Dios
no los desprecia” , como afirma el Sal 51,19
Jesús vive, procura y predica tener su corazón pegado a Dios, un
corazón capaz de hacer justicia al prójimo y hacer el bien a la viuda, al
huérfano y al desvalido, pues sólo el “puro de corazón verá a Dios”, o sea,
el que no es soberbio, vanidoso, interesado, el que no se complace en sí
mismo, ese verá a Dios.
Un corazón puro es el corazón misericordioso, el que prefiere la
misericordia como vía de purificación y no la vía ritual de los sacrificios.
De ahí, que Jesús diga: “Cuando vayas a poner tu ofrenda ante el altar,
reconcíliate antes con tu hermano. Pues lo importante es lo que sale del
corazón, no lo que entra por la boca” ( Mt 5,11).
2
Jesús eleva la dignidad humana a su centro, al corazón. El corazón es
la sede de Dios. De ahí que haya que optar y apostar por un corazón de
carne, que escuche, acoja y perdone y no por un corazón de piedra, duro,
con “esclerocardía”, con incapaz de cambio.
Observando el corazón de la persona, analizando su esclerocardía se
ve quien reina en ella: Dios o los dioses, Dios o los ídolos. Estoy diciendo
que en mi corazón se decide quien reina en mí.
La práctica o la no practica del mandamiento del amor a Dios y al
prójimo se libra en el corazón del creyente.
Para vivir en pureza de corazón hay que vaciarse de todo, desasirse,
desprenderse, quedarse en la nada para que Dios nos pueda llenar y
alcanzar a configurarnos con Él. Sólo así nos acercamos a su divinidad.
No se trata de mantener un corazón puro en un frasco de formol,
aséptico y guardado en agua bendita. El corazón puro es el que no hace
daño a nadie, el que no manipula ni utiliza a los demás.
En 1ªCor 1,11, se nos dice: “La manera de ser de Dios nadie la
conoce si no es el Espíritu…”; y en Jn 14,9 encontramos que Jesús afirma:
“Quien me ve a mi, ve al Padre”, Jesús es el relato, la revelación definitiva
de Dios a la humanidad.
Ver a Jesús es ver al Padre, es ver a alguien que nos transforma. La
mística nos cambia. Me entero de quién soy yo al ver a Jesús, que es la
forma visible del Dios invisible: “Éste es imagen de Dios invisible, nacido
antes de toda criatura” (Col 1,15)
3
Pasemos a Orar:
Adoptamos una posición corporal orante.
Controlamos nuestra respiración y tomamos conciencia de ella.
Realizamos una serie de respiraciones abdominales, profundas y lentas.
Nos ponemos en presencia del Señor, tomamos conciencia de su presencia.
Imagínate que tú eres como una piedrecita que echan a un lago en calma,
poco a poco vas bajando y acabas cómodamente instalado en el fondo,
te dejas acunar por las algas y besar por los peces que se te acercan.
Miras hacia arriba y ves los reflejos del sol moviéndose en la superficie,
deja aflorar y que suban como burbujas de aire nombres de personas
que han pasado por tu vida, unas te hicieron bien y otras mal,
unas te acercaron a Dios y al prójimo y otras no.
Contempla desde la profundidad del lago los nombres de
todas esas personas flotando en la superficie, contémplalos en paz,
goza de todos y de cada uno de ellos y agradece su paso por tu vida.
Ahora, visualiza tu móvil, entra en el apartado “ llamadas” y revisa
las que te llamaron últimamente, revisa a las que tú más llamas
y las que te llaman más.
Céntrate en ellas y escruta
cómo es la relación que mantienes con ellas,
cómo es tu trato con ellas, la propia de un corazón limpio o no.
Por cierto, ¿entre los nombres que salieron de ti y flotan
en la superficie del lago está Jesús de Nazaret? No,
pues este es el momento.
Céntrate en Él, recréate, goza de su presencia,
y deja que Jesús te ayude a limpiar tu corazón.
Estoy convencido que el nombre de Jesús ahora sí que es
el más importante de los nombres que flotan en la superficie de tu lago.
Esos nombres, ¿forman una especie de galaxia alrededor de Jesús?
Deja que se organice un sistema planetario alrededor de Jesús,
un firmamento de planetas y estrellas alrededor de Jesús,
tú observa y agradece que gracias a alguno de ellos
también tú estás en la galaxia de Jesús.
En tu fe no estás solo, ni en tu esperanza, ni en tu lucha por la justicia.
Seguimos a Jesús desde la fe, la esperanza y el amor. Nuestro trípode es:
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Fe
Esperanza
Amor
Cabeza
Manos
Corazón
Fe: cabeza, razón, lógica, cerebro, pensamiento…
Esperanza: manos, acción, trabajo, fuerza transformadora…
Amor: corazón, emoción, afecto, sentimientos, corazonadas…
Revisa cómo eres tú, qué te mueves, qué es lo que te motiva:
¿la cabeza, los pensamientos,
la acción esperanzada y transformadora
o la emoción, los sentimientos y afectos del corazón?
¿De dónde nacen tus impulsos, de tu cabeza, de tus manos o del corazón?
¿Eres cerebral, esperanzado o emotivo? Acéptate y agradécelo, así eres tú.
Mira a Jesús, Él es cabeza, manos y corazón.
Él es amor, misericordia, acción y razón.
Ahora mira a María, ella fue amor: “sí”, pero “no conozco varón…”,
ella pide explicaciones, filtra por su mente,
por su razón su deseo de decir que “sí”.
Y se queda embarazada, afrontando la situación se pone a actuar.
A esta mujer y a su esquema los tendremos siempre de referencia.
Necesidades y Deseos
Se nos da una vida por hacer, una vida que es nuestro primer
quehacer. Y venimos a este mundo con una serie de necesidades
perentorias que si no las cubrimos morimos: comida, aire para respirar, un
techo, abrigo…
Cuando cubrimos esas necesidades nos satisfacen pero no siempre
nos dejan saciados, nos abren a deseos, que no son vitales, son opcionales y
en nosotros, casi siempre insaciables. Por desear, somos capaces de desear
hasta la luna, hasta el infinito.
Lo que realmente nos mueve y nos hace cambiar son los deseos. Bien,
visualiza un día de calor,
Estás cansado y solo, has tenido una mañana pesada, cae un sol de
justicia, es cerca de mediodía, te acercas al pozo de Jacob, tienes tu cuerda
y tu pozal, se te acerca uno, que es Jesús a pedirte de beber y te dice:
-“Yo a ti te conozco, conozco tus necesidades y tus deseos…”
-“Tú eres tus deseos, ya lo dije: donde está tu tesoro allí está tu corazón”:
¿Cuáles son tus deseos?, nómbralos y enuméralos,
tenlos claros, fíjate y recréate en ellos.
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-“¿Para qué quieres tanto?”, evalúa y discierne qué deseos están de sobra.
-“Piensa que eres victima de un naufragio”, que te estás hundiendo,
que estás a punto de ahogarte, qué salvaría en ese momento?
-“¿Qué deseo salvarías?, ¿con qué deseos te quedas?
No se trata de no desear nada, eso sería un nirvana lejos de nuestra fe.
Caigamos en la cuenta que ni Dios, ni la religión ni la oración son
necesidades del ser humano; Dios, religión y oración son deseos.
Dios, religión, oración,
¿han entrado entre los deseos que has expresado a Jesús?
No te preocupes, Él te conoce y te quiere de cualquier forma.
Haz otro ejercicio de visualización, imagínate que a metro y medio
de ti está Jesús acabado de resucitar, acabado de salir del
sepulcro, desnudo y con el cuerpo lavado y ungido, perfumado por las
mujeres, limpio y lleno de heridas y hematomas, con todas sus llagas al
aire, pero huele bien, a mirra y aloe. Ahí lo tienes, ante ti. Dile lo que
quieras, dile muchas palabras, las que quieras, los piropos que te nazcan…
De todo lo que le has dicho, con qué te quedas, con qué palabra.
Ahora es el momento de revisar nuestra “esclerocardía”,
la dureza de corazón y pedir y suplicar tener un corazón de carne limpio.
Agradece al Señor este rato de estar con Él, agradece su Presencia.
En oración, más importante que lo que le decimos al Señor o
lo que Él nos pueda decir es el haber estado juntos,
el haber convivido.
Amen
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