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“LA PASCUA NOS HACE HOMBRES NUEVOS”
MENSAJE DE PASCUA 2015
MUY QUERIDOS HIJOS Y AMIGOS:
Cristo resucitó, Cristo vive y da Vida. Nuestra Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo Resucitado; está
formada por hombres y mujeres de corazón nuevo que han sido transformados por un encuentro con
Cristo vivo.
El proceso de cambio de esta nueva vida en cada cristiano, es sencillo y pequeño, tiene su tiempo y
es algo fundamental para que la Iglesia pueda ser Sacramento de Cristo Resucitado, presencia real y visible
del Señor entre nosotros y, pueda ayudar así a la humanidad de hoy.
La Pascua (significa paso o cambio importante) nos invita siempre a dejar de ser el hombre viejo para ser el
hombre nuevo y a ir recorriendo metas y objetivos para que cada día nos vayamos cristificando
(haciéndonos otro Cristo) y así ir resucitando.
OJOS NUEVOS.
Nuestros ojos, sometidos a la vejez y cansancio del pecado, pueden estar enfermos y solo vemos las
apariencias. Dice el Profeta Jeremías: “Tus ojos y tu corazón solo buscan tu propio interés” (Jer 22,17).
El hombre pascual necesita no solo ojos limpios, sino nuevos, como Saulo. Ojos nuevos para ver a Dios; ojos
nuevos para ver al hermano como Cristo, con su fuerza y su ternura. Ojos nuevos y abiertos para ver a los
que carguen con las injusticias y sufrimientos del mundo en cada época de la historia, y de cada pueblo,
sabiendo que en ellos está la presencia de Cristo.
OIDOS NUEVOS.
En el mundo actual hay demasiado ruido que nos ensordece y nuestras sorderas son muy
peligrosas: solo oímos las palabras que nos halagan y nos acomodan, cayendo así en la sola búsqueda de
nuestros propios intereses. El hombre pascual necesita oídos nuevos para escuchar la Palabra de Dios;
oídos nuevos para escuchar el gemido de los que sufren. Oír el clamor de los oprimidos y el llanto de los
marginados.
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Necesitamos los oídos de Dios que “escuchó el clamor del pueblo escogido” (Ex 3, 7-9). El gemido de
los pobres traspasa las nubes y llega hasta los oídos de Dios dice el Salmo 33, 17-19.
LABIOS NUEVOS.
Nuestros labios son impuros, como los de Isaías (Is 6,5), labios engañosos y miedosos tantas veces
callamos por miedo, otras veces decimos mentiras o verdades a medias, silenciamos las injusticias que se
ven a nuestro lado, sabiendo que son muchos los que cargan el sufrimiento de esas injusticias.
El hombre pascual necesita labios nuevos para alabar a Dios y compartir su palabra y su experiencia
de Cristo. Labios nuevos para evangelizar a los pobres y decir palabras de aliento al caído.
MANOS NUEVAS.
En un mundo de indiferencia y de puro mercado, nuestras manos se hacen posesivas y egoístas,
duras y frías, manchadas de barro y de sangre, por mucho que las lavemos, como Pilato. Manos que no
saben defender y luchar para curar las heridas del hermano que está caído en el camino y que necesita de
las nuestras para poder levantarse y defender su dignidad.
El hombre pascual necesita manos como las de Cristo, dedicadas a servir, a curar, a bendecir, a
acariciar. A Dios no le interesan que nuestras manos estén perfumadas, sino gastadas de tanto construir y
hacer el bien; y manos heridas de tanto tocar las llagas humanas, todas. No está en nuestras manos
solucionar todos los problemas del mundo. Pero frente a los problemas, al menos de nuestro pequeñito
mundo, metamos las manos. Manos cálidas, entrañables, abiertas y guerreras. Manos comprometidas que
se alzan entre los que cargan contra la pobreza y la injusticia para pedir y buscar la verdadera liberación,
que es una gran Buena Nueva del Evangelio y es un anticipo del cielo.
PIES NUEVOS.
Dejémonos lavar nuestros pies por Cristo Resucitado, porque de otra forma se acostumbrarían y
conformarían con la comodidad y el cansancio, con sus cobardías y preferimos quedarnos quietos y en la
espera. Esos pies sucios no sabrán avanzar para proteger, cuidar y defender al caído y despreciado, al
olvidado y desahuciado.
Necesitamos pies como los de Cristo, peregrinos y andariegos, caritativos y arriesgados. Pies nuevos para
abrir las puertas, como lo pide y hace le Papa Francisco, para Evangelizar por las calles -pies callejeros- y
caminos; para acercarnos a los que están lejos y buscar a los perdidos; pies fuertes para abrir caminos
mejores; pies ligeros para acudir sin tardanza al que te necesita.
Hoy resulta más fácil llegar a Marte que a los semejantes necesitados. Nuestros pies deben
aprender llegar hasta donde se amasan la justicia y la dignidad para aquellos que se las han robado o se las
han perdido.
MENTE NUEVA.
Con nuestros criterios y mentalidad terrenos y humanos somos torpes y tardíos para conocer el
misterio de Cristo y entender las Sagradas Escrituras, como los discípulos de Emaus.
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Necesitamos que Cristo nos abra el entendimiento. Arrastramos muchas oscuridades por nuestros
apegos a tradiciones, por nuestros prejuicios, por nuestra ideología. Tenemos muchos bloqueos mentales.
Hemos de pedir una mente nueva para entender el misterio del dolor; mente nueva para descubrir ahora
los signos de los tiempos; mente nueva para entender los distintos lenguajes con que nos habla hoy el
Señor. Una mente que acepte y que viva que la Vida ha vencido la muerte, que el Crucificado fue exaltado
por su Resurrección y que la justicia puede vender a la injusticia, porque la última palabra la tiene el
verdaderamente justo: Cristo el Señor.
CORAZON NUEVO.
Si Cristo no habita en nosotros, nuestro corazón está negro, viejo y arrugado, se repliega sobre sí
mismo y se achica; está vacío y frío.
Necesitamos un corazón resucitado como el de Cristo: un corazón victorioso y humilde, alegre y entregado;
un corazón resucitado que se renueve cada día, que sea fuerte, alegre y lleno de esperanza; en una palabra
un corazón ardiente de amor (el Papa nos invita en su Mensaje de Cuaresma a pedir a Jesús “danos un
corazón semejante al tuyo”.
CON LA FUERZA DEL ESPIRITU.
Sabemos que esta transformación profunda no es obra de nosotros: nada podemos con nuestras
fuerzas solas, necesitamos las fuerzas del Resucitado que nos llega por su Espíritu. Cristo nos lo promete y
ya lo ha enviado. Debemos estar siempre abiertos al Espíritu en un permanente Pentecostés junto a María
nuestra Madre que nos acompaña y vela por nuestras vidas.
ORACION ANTE UN CRISTO CRUCIFICADO.
Recibiremos con un Cristo Crucificado la Bendición Papal e Indulgencia Plenaria que la Iglesia
concede a quienes vivan esta experiencia de las Pláticas Penitenciales en Cuaresma:
Me invito y los invito a hacer esta oración ante Jesús en la Cruz.
QUEREMOS SER COMO TU.
Esta noche, a ti Cristo que estás en la cruz, vine a rogarte por mi carne enferma y, al verte en la cruz,
miro la imagen que me recuerda tu muerte y la veo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mí cuando sufro, si
veo ahora tu cuerpo destrozado? ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están tan llenas de
heridas causadas por la misericordia? ¿Cómo explicarte a ti mi soledad cuando estás levantado en la cruz
tan solo y abandonado? ¿Cómo me quejo muchas veces de falta de amor, por no saber amar, cuando tú
tienes rasgado por la lanza tu corazón?. Hazme aprender de tu Pascua que, como el grano de trigo
sembrado en la tierra, debo sufrir por ti y mis hermanos y aún morir para dar fruto. Creo que no tengo
derecho a pedirte nada, ya me lo has dado todo, solamente quiero contemplarte en esta imagen y recordar
tu muerte y sufrimiento, para ir aprendiendo que el dolor es la llave santa para abrir el sepulcro y resucitar.
ORACION:
Señor solo nos interesa triunfar, para ésto se nos ha educado: debemos de ganar al otro, competir
sin parar y sobresalir constantemente. Tú en cambio, nos recomiendas que perdamos la vida. Mientras
todo y todos nos dicen que aprovechemos, que no seamos perdedores, que hay que ser oportunistas en
este mundo loco que hemos logrado.
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Todos nos dicen: no te rindas, no te dejes no dejes que te humillen, no te compadezcas y no mires
hacia el otro y así nunca brotará el amor que llevas dentro.
Señor te pedimos que acabe ya el juego de la competencia, del desencuentro, de la comparación,
del aparentar, del vivir pomposamente, creando envidias alrededor.
Quiero seguirte Señor, quiero perder la vida, el poder, el prestigio, la imagen, las mil cosas que
acaparo. Quiero renacer a la sencillez, al interés a la vida de los demás, a que me importe tanto lo de ellos,
como lo mío. A que me duela todo dolor de mis hermanos, a mostrarme pequeño y frágil como soy; a
compartir mis dudas, mis miedos y fracasos; a triunfar todos juntos, a lograr mi vida en comunión, a
llenarme de Ti hasta el último rincón de nuestro ser.
Ayúdame Señor a dar mi vida, mi tiempo, mis cosas y mi yo. En tus manos me pongo, has de mí lo
que quieras. Contigo a mi lado… ya no necesito más.
Estos son mis deseos y los que suplico confiadamente al Señor nos conceda para vivir una Pascua
que cambie nuestras vidas y nos ayuda a ser mejores.
+ J. ULISES MACIAS SALCEDO
Arzobispo de Hermosillo
Hermosillo, Son., Pascua 2015.
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