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LA HISTORIA DE IÑIGO
GUÍA PARA LAS LÁMINAS
Encuentros con Cristo (3º Primaria)
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LÁMINA 1
Esta es la historia de Iñigo, un niño que quería ser LO MÁXIMO.
Iñigo nació hace más de 500 años, en 1491, un año antes de que se descubriera
América. Nació en una región muy bonita que está al norte de España, en un lugar
rodeado de grandes árboles y montañas, en un Castillo que se llamaba la Casa de
Loyola.
Iñigo era el menor de 13 hermanos, Eran 8 varones y 5 mujeres. Cuando tenía 6
años murió su mamá.
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Cuando Iñigo era pequeño apenas había aprendido a hablar, veía como llegaban
los caballos a su castillo. Eran grandes y fuertes, entonces pensó: “Yo quiero ser grande
como un caballo”.
Un día subió a la terraza de su castillo; vio los caballos abajo y pensó: “El
castillo es más grande que los caballos; yo no quiero ser grande como un caballo. Ahora
quiero ser grande como un castillo.
Un día subió a la montaña. Subió y subió. Abajo estaba el castillo y los caballos
se veían pequeños.
Entonces pensó: “No quiero ser como un castillo. Quiero ser como una montaña”.
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Cuando Iñigo fue más grande vio que no podía ser grande como un caballo, no
como un castillo ni como una montaña, porque él era una persona.
Entonces pensó: “¿Quiénes son las personas verdaderamente grandes?
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Iñigo vió que para los demás las personas más grandes eran las más ricas y poderosas,
las que eran amigas del rey y que habían peleado por él y habían ganado muchas
batallas.
Entonces Iñigo, que quería ser lo máximo, quiso ser como ellos.
Cuando tenía 13 años, su padre lo envió a servir a un gran personaje del reino. Allí
Iñigo pasó 10 años. Estudió todo lo que pudo para ser un gran militar. Hizo todos los
ejercicios que pudo para ser muy bueno en el manejo de las armas.
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Cuando tenía como 24 años ya era un buen militar. Pasó a servir al Virrey de
Navarra. Allí vivía en una ciudad que se llamaba Pamplona.
Iñigo era muy inteligente y servicial. El Virrey lo quería mucho y en un viaje
que hizo a ver al rey, llevó a Iñigo con él.
Cuando Iñigo llegó a donde estaba el rey, se admiró de su grandeza. Se le antojó
entonces ser uno de sus generales y ganar muchas batallas para él
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En este viaje Iñigo conoció a Catalina, la hermana del rey. Era una princesa de
16 años. Iñigo pensó: “¡Qué bonita es Catalina! Si yo me casara con ella, con la
hermana del rey, yo sería el cuñado del rey”. Pero Iñigo pensó que primero tenía que
hacer grandes hazañas, ganar batallas y luego pedirle a Catalina que se casara con él.
El Virrey y él volvieron a Pamplona y, un tiempo después, se le presentó la
oportunidad de pelear por su rey.
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En ejército francés venía. Querían apoderarse de Navarra. Los franceses venían
con doce mil soldados; el Virrey sólo tenía mil, así que decidió ir a pedir refuerzos. Y
dejó en Pamplona a Iñigo.
Cuando llegaron los franceses algunos se fueron, los valientes se quedaron.
Llegaron los franceses y se hizo la batalla. Con tanto valor lucharon Iñigo y sus
soldados, que los franceses, aunque eran muchos más, no podían tomar la fortaleza de
Pamplona.
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En la batalla, una bala de cañón hirió a Iñigo, le rompió una pierna. Iñigo cayó
malherido. Los valientes se fueron convenciendo de que era inútil seguir peleando y se
rindieron.
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Cuando los franceses entraron y vieron los pocos que habían luchado, se
admiraron y preguntaron: “¿Quién es su capitán que tan valientemente ha resistido?”
Les dijeron: “Ese herido, Iñigo”.
El jefe de los franceses mandó que lo curaran y lo llevaran a dónde se pudiera
reponer.
Unos soldados de Iñigo lo pusieron en una camilla y emprendieron el viaje hasta
Loyola, el Castillo de la familia de Iñigo. Hicieron 3 días de camino. Imaginaos lo que
sufrió Iñigo en ese viaje, con su pierna rota y la otra herida. El calor era intenso y el sol
ardiente. Iñigo estaba muy débil y se sentía mal.
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Iñigo llegó a Loyola pero muy enfermo. Allí se fue poniendo cada vez más
enfermo. Todos creían que se iba a morir.
Cuando mejoró vio que su pierna estaba muy fea y más corta que la otra. Tenía
un hueso salido. Pensó que así jamás podría volver a ponerse sus botas de militar.
Entonces decidió operarse.
Le dijeron que no le convenía porque le iba a doler mucho, pero él insistió.
Lo tuvieron que operar varias veces. Pero en aquél tiempo las operaciones eran muy
dolorosas. Igualmente, Iñigo las soportó valientemente. Él no quería que nada le
impidiera cumplir su sueño de ser LO MÁXIMO.
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Después de la operación, Iñigo tuvo que guardar reposo por mucho tiempo, y los
días se le hacían muy largos. Para no aburrirse pidió que le trajeran libros de caballería.
Esos libros eran como la televisión o el cine ahora. Entonces los libros eran muy pocos
y caros.
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Su cuñada le dijo que no había esos libros que él quería. Sólo había un libro con
la vida de Cristo y un libro con vidas de santos.
Iñigo no quedó muy contento con el cambio, pero dijo que si no había más, le
trajeran esos dos libros.
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Iñigo se puso a leer con calma esos dos libros y su mente fue entendiendo un
modo diferente de ser LO MÁXIMO, de ser grande: grande en amor a Dios y a los
demás. Iñigo empezó a querer ser un gigante del amor y hacer lo que habían hecho otros
grandes santos.
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Pero Iñigo en esos días una gran lucha en su corazón, pues quería dos cosas
distintas.
A veces quería, como antes, ser muy rico, tener su castillo, sirvientes y caballos;
ser un gran militar y ser muy familiar. Quería ser muy importante y llegar a casarse con
Catalina.
Otras veces pensaba en ser santo, en vivir para Dios y para hacer el máximo bien
a los demás. Eso era lo contrario de lo que él había deseado toda su juventud.
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Cuando pensaba en ser para amar, su corazón como que se agrandaba y llenaba
de paz y felicidad. En cambio, cuando pensaba como un egoísta, en tener dinero, fama y
poder, entonces sentía que su corazón se achicaba y se le entristecía.
Una noche se le apareció María, rodeada de luz y llevando en los brazos a su
hijo. Esta visita lo alegró mucho.
Iñigo dejó su castillo y se fue camino a Tierra Santa, la tierra donde había nacido
Jesús. Se iba a embarcar, pero no pudo. Antes fue a un monasterio en las montañas, se
confesó y se consagró a la Virgen, ofreciéndole su espada, para convertirse en caballero
de Dios. Antes de irse donó su mula al monasterio y sus vestidos a un mendigo.
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Entonces sintió la necesidad de pedir perdón por sus pecados y de rezar, Se fue a
una cueva que está junto a una pequeña ciudad que se llama Manresa y donde pasó 3
meses rezando y reflexionando. Allí también vivió en una casa de mendigos como un
pobre más. Atendió a enfermos y necesitados y aconsejó a los que querían escucharlo.
Allí entendió que más grande que un hombre que tiene un castillo, es un hombre
que prefiere no tener un castillo para dedicarse a amar a Dios y a los demás. Entendió
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que lo más importante en la vida es tener un corazón como una montaña, como el Jesús,
un corazón lleno de amor.
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Iñigo se cambió el nombre y decidió llamarse IGNACIO. Quiso ser otro hombre,
un hombre nuevo, un hombre con corazón de gigante del amor. Así Ignacio, con mucho
esfuerzo y con la gracia de Dios, llegó a ser un gran santo. Se le conoce como SAN
IGNACIO DE LOYOLA.
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Unos compañeros se entusiasmaron con su forma de vivir y de seguir a Jesús, y
juntos formaron un grupo que se llamaron “COMPAÑEROS DE JESÚS”. Ignacio
quería que ese grupo fuera como el ejército de Dios para luchar contra el mal y hacer
que reinara Dios en los corazones de las personas. Su misión sería servir más a Dios
anunciándolo donde hiciera falta, y servir a los demás haciendo las tareas más difíciles.
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A los que formaron y forman parte de la COMPAÑÍA DE JESÚS se les llama
JESUITAS. Los Jesuitas comenzaron a recorrer el mundo entero para continuar la obra
de san Ignacio de Loyola. Ignacio, a través de la Compañía de Jesús, con miles de
jesuitas que han querido, como él, ser gigantes para el amor, pudo llegar más lejos de lo
que soñó en su juventud.
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El Colegio donde tú estás fue fundado por jesuitas. Es una de las tantas cosas
que hicieron los seguidores de S. Ignacio. Los sacerdotes y hermanos que trabajan o han
trabajado en el Colegio son Jesuitas, son parte de la Compañía de Jesús, fundada por
San Ignacio.
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Con frecuencia, San Ignacio repetía estas palabras que son el lema de la
Compañía de Jesús: “A MAYOR GLORIA DE DIOS”. El decía que todo lo que hacía
era para darle gloria a Dios. La mayor felicidad para San Ignacio era trabajar para Dios.
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Una de las obras más famosas de Ignacio fue el libro de los “Ejercicios
Espirituales”. En este libro hay unas oraciones que ayudan a descubrir qué es lo que
Dios quiere para nosotros. Nos ayudan a escuchar la voz de Dios y distinguirla de otras
voces que nos guían por el mal camino. Hoy, muchas personas siguen haciendo los
“Ejercicios Espirituales” de San Ignacio
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Hoy San Ignacio nos invita a hacer lo que Él hizo: Buscar lo máximo (el
MAGIS), lo mejor, ser gigantes del amor, sirviendo a Dios y a los demás.
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