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La Metáfora del Corazón Diálogos con María Zambrano II Por Ángel Martínez Samperio Ateneo de Madrid José Ángel Valente, tan cercano a María Zambrano, dice en “La Experiencia Abisal” que “Claros del Bosque es un libro lleno de espacios de contemplación del ser y de la palabra encinta de significación, palabra que no es concepto porque es ella la que hace concebir”. El ser y la palabra comparecidos en un claro, venidos desde la espesura. En este nuevo diálogo con María eso pretendemos: abrir un claro en el tiempo cronológico de todos, como un espacio de contemplación, y nos sirva para entrañar aquel Logos de Empédocles, y orillando lo impropio que lo mantenga sepultado en el olvido, facilite el acceso de cada cual a ese lugar de meditación que dice Amparo Amorós; a ese “ámbito de celebración” que señala Rilke, donde el corazón pueda dar sus razones: “Dianoia” de un sentir iluminante, de un pensamiento recogido que acogimiento ofrece. Aviso para caminantes: las metáforas, como animalillos de ese bosque, las daré suelta en ese claro como en tropel. En los pasos de María, por sus sendas, el lenguaje aquí empleado será fuertemente metafórico. ¿Es el corazón sólo una banda muscular, recogida en fuerte abrazo sobre sí misma, que se aprieta y se expande renovando la vida? ¿Existe una conexión electromagnética, de baja intensidad, entre cerebro y corazón, como dice Victor J. Strenger? (“Cf. Existe Dios? El gran enigma”, P. 88), que en algunas personas parece estar rota? ¿Esa conexión toma parte en aquella otra del llamado “Campo del Punto Cero”, que sostienen algunos astrofísicos, un acogedor depósito de energía formado por todas las vibraciones de las diferentes ondas electromagnéticas que cruzan el universo y todo lo conexionan? Y ya que se trata de una metáfora, si existe una mayor proximidad entre cerebro y corazón, hacia la cual empuja el envolvente “Campo del Punto Cero”, ¿no se producirá, a este nivel anímico, el efecto Casimir, de modo que la densidad de energía externa, venza la resistencia interna y los atraiga, de modo que cerebro y corazón se acompasen? Me dirán ustedes que me voy muy lejos, tal y como cuenta María Zambrano que le dijo Ortega. Más lejos, a mi juicio, se va María. Tan lejos, tan alto, que no hay forma de dar alcance a la caza. Acabo de hacer alusión a Juan de la Cruz que tanto afecto despertaba en María. Recuerden ustedes, por ejemplo, el estudio que le dedica a su firma en “Los Bienaventurados”, -2en la cual detecta un corazón, un pájaro y un vaso en el movimiento inmóvil de Aristóteles, pensamiento de los pensamientos donde vuela el corazón como un vaso. ¿Quién puede olvidar aquí que en el lenguaje jeroglífico de los egipcios se representaba el corazón como un vaso y un león? Habrán notado que tomo título del “Fragmento” que con este título María incluye en “Hacia un Saber sobre el Alma”, donde María plantea “la visión del corazón”; su vida secreta y su música, y también del capítulo V de “Claros del Bosque”, donde María plantea una teoría del conocimiento desde la perspectiva de la “ontofilia”, amor del ser que por esa causa comparece; “gnosis” que está más dedicada al sujeto que trata de aprehender del objeto, y no tanto para someterlo a su propósito; “ontofilia” que determina la “episteme”, “epistemofilia” que desmerece si es practicada para un conocimiento sólo instrumental. Dice Raimundo Pánikar, que “una gnosis que no haya sido impulsada por el amor de ser engendrada por lo conocido, no puede ser reconocida como conocimiento… Conocer no es memorizar ni almacenar información” (De la Mística, pp. 85, 86). El amor por lo conocido engendra también al cognoscente. No rehuye María la exigencia de método y estructura en el estudio del conocimiento, tal y como pretendieran filósofos ilustrados como Descartes, Leibniz o Hume. También ella, desde su perspectiva, muestra la estructura de ese conocimiento y define su método, como después veremos. Por el momento, permítanme que tome como un símbolo “El espejo de Atenea”, escrito que pone cierre a los Claros del Bosque de María, y que lo haga así por cuanto de Palas Atenea toma nombre esta Casa, inseparable a mi juicio de Atenea Niké. Conocimiento y justicia tienen que ir juntos, de la misma mano. Una segunda razón es que este símbolo de “El Espejo de Atenea”, propone también una intención: Como aquel escudo-espejo que Atenea entregara a Perseo contra la Medusa, ambigua imagen de terror y de belleza, así convocar todas las potencias del corazón para que sea el propio espejo ante los ojos, en diálogo con los significantes suyos que María Zambrano propone, porque el ser humano creo que corre el peligro de perder su escudo y su espejo en el camino. El corazón como escudo; el corazón como espejo, donde lo que vamos siendo pueda verse en su esencialidad más o menos olvidada, y de -3su manadero de sangre, otra vez el niño Crisaor, el pequeño de oro que dicen es símbolo de España, pueda de nuevo encaramarse a su hermano Pegaso y, en nuevo vuelo, tire del horizonte. Ya sé que a una mente sólo epistémica no le resultará fácil trabajar el ser más allá de su campo de conocimiento, y se deje ir de la mano de tanta metáfora que acrisola un símbolo, un arquetipo de sí mismo, y que semejante tarea le resultará más familiar a todo ontopoeta, por ser el suyo un camino más frecuentado. Como María sostiene en sus “Notas de un método”, la Esfinge que interrogara a Edipo está en la encrucijada: La pregunta por las cosas y la pregunta por el ser, ambas en una sola. La pregunta por las cosas, que Tales hiciera, debería ser un correlato de la pregunta por el ser del hombre, acaso la pregunta olvidada. Dice María: “El corazón debe asistir, en todos los sentidos de la palabra, al acto de responder de algo. Porque responder es responder ante algo, presentarse ante algo. Y sin la asistencia del corazón la persona nunca está del todo presente… el hombre maduro o el anciano al niño le está enseñando, entrenando, a sostenerse con el corazón, a solas con su corazón, sobre el momentáneo vacío de la mente, ante situaciones enigmáticas que la vida se cuidará de irle presentando…” (Op. Cit., pp. 110, 111). No sé si de tanto entregar el corazón a las cosas se nos ha quedado mudo. Tampoco sé si el adulto o el anciano tienen todavía facultad para enseñar y entrenar al niño, comenzando por el que fueron. Acaso estemos formando una sociedad donde se extienda la situación que Saramago denunciara en su “Ensayo de la ceguera”, o extienda aquello otro de Machado: “Han cegado mis ojos las cenizas del polvo heraclitiano”. Pintadas plomizas vidrieras han hecho cabeza de playa en los ojos, adentrándose luego, colonizando el ser y haciendo nido en el corazón, desahuciado de luces, cuando antes fuera izado como gaviero en la forma de mirar. En “Las palabras del Regreso”, que recogen una colección de artículos suyos publicados entre 1985 y 1990, cuenta Maria una parábola sufí en la que un sultán quiso decorar un salón de su palacio. Para ello, encomendó el trabajo a unos artistas chinos, los unos, y bizantinos, los otros, entregándoles dos inmensas paredes opuestas. Ambos trabajaron separados por un tupido cortinaje. Concluida la obra, el sultán visitó el fresco pintado por los chinos, que le resultó deslumbrante: “nada puede ser más bello que esto”, dijo. Luego, mandó descorrer el cortinaje. Nada habían pintado en su pared los griegos de Bizancio, sino que la habían limpiado, pulido y repulido hasta convertirla en un brillante espejo, un blancor misterioso donde se reflejaba la obra china enriquecida por la luz. La lección que -4María extrae es que nada es feo si se lo mira desde las luces; la mirada es capaz de rescatar toda fealdad, toda mediocridad, “la mirada de quien sea capaz de rescatar toda fealdad, toda mediocridad, la mirada de quien sepa al mirar crear un medio purificado, lavado, como la pared bizantina” (Op. Cit, p. 59-61). Lo otro y el yo, dos espejos frente a frente, dos metáforas que se retroalimentan. Tras el azogue, la síntesis de totalidad. “No sólo de pan vive el hombre”, declara María; i.e., no sólo de ciencia y técnica; no sólo de filosofía, explicita. Ciencia, técnica y filosofía actúan en el espacio que les abre la metáfora de la luz, la de la visión y la de la inteligencia. Denuncia María que “una de las indigencias del tiempo actual es la de metáforas vivas y actuantes; esas que se imprimen en el ánimo de las gentes y moldean su vida”, para las cuales la poesía ha sido especialmente acogedora. Las metáforas, como pájaros de luz, están en la base de una civilización, de una cultura, y la representan. Son una manera de presentación de una realidad que no puede hacerlo de otro modo directo; “es la función de definir una realidad inabarcable por la razón, pero propicia a ser captada de otro modo; es la supervivencia de algo anterior al pensamiento, huella de un tiempo sagrado, una forma de continuidad con tiempos y mentalidades ya idas, cosa necesaria en una cultura racionalista…” “La natura es un templo donde vivos pilares dejan salir a veces las confusas palabras; el hombre pasa entonces bajo un bosque de símbolos que le observan atentos con ojos familiares”, dijo Beaudelaire. Symballein: juntar, con-juntar formado por lo que reúne (“sin”, con), y aquello que expresa, lanza y al mismo tiempo pone (“ballein”), condensación expresiva de lo general, aunando los significantes trascendentes externos al hombre y los interiores suyos. El hombre recolecta significantes que lo expliquen. La naturaleza es un bosque simbólico, ofrecido al paso del hombre para que se interprete a sí mismo y a esa naturaleza boscosa por donde pasa, como aquellas campanitas ocultas que escuchaba sonar en el ramaje de los grandes abetos suizos, movidos por el viento. Si, como dijo Salustio, “el mundo es un objeto simbólico”, y está habitado por una tensión de contrarios que revela una simultaneidad de los distintos sentidos, como sostuvo Mircea Eliade, yo sostengo que toda la simbología que el hombre encuentra a su paso, como tragaluces o ventanas hacia el ser, -5están relacionados entre sí como cuerdas cósmicas que incoan filiación. Como dijo Verlaine: “… cosa en vuelo que sentimos huir del alma, en marcha hacia otros cielos”. La metáfora, desde la perspectiva de María Zambrano, es una creación del “alma oculta que las produce”. La metáfora en una creación de la subjetividad, que extrae de ello significantes para si. Haciendo memoria del comentario que hace Lotz al fragmento 8 de Heráclito, y haciendo metáfora del mismo, no puedo aceptar que sólo “los pájaros vuelan a la par con otros del mismo plumaje”, porque en la metáfora, cuanto más creativa sea, son los de diferente apariencia los que vuelan juntos porque el alma ha sabido encontrarles afinidades. Dice María: “Una metáfora es una forma de relación que va más allá y es más íntima, más sensorial también, que la establecida por los conceptos y sus respectivas relaciones… una forma de enlace y unidad”… No se trata de una relación lógica, sino más aparente y a la vez profunda”; una relación, digo yo, que evoca y sintetiza significantes para sí con lo aparentemente dispar. Todo un ejercicio de creación. Fue dicho en la antigüedad que “la verdad tiene que ver con el ser, y la opinión (doxa, apariencia) con su sombra”. Pero María dice: “cada cosa o cada ser, además de lo que es, es también lo que parece; lo que ya proyecta una dualidad. La apariencia de las cosas recubre lo que son o bien lo corrobora. El parecido que podemos establecer entre cosas y seres diferentes, expresa un juego de afinidades y parentescos”. Lo que comparece en lo inmediato, muestra y contiene el ser o lo disfraza. Emerge lo complejo y esa complejidad en cambio, al par que nos arrastra la percepción, puede hacernos ignorar la posibilidad de extraer significantes de todo ello, referentes, materiales para la construcción de la consciencia. Recordemos que si la “fysis” de las cosas, “la naturaleza gusta de ocultarse”, que dijo Heráclito (Frag. 123), más allá de lo que mana de esa fuente aguarda un acuífero insondable. Aristóteles parece responder en su Metafísica (IV.ii) que “el ser se entiende de muchas maneras, pero siempre se refiere a un mismo término, a una misma naturaleza”. Tanto en la naturaleza como en el ser, una insondable profundidad va compareciendo en lo percibido como una incitación a explorarlo. Lo patente, coyuntural e inmediato, es metáfora de lo latente, permanente y diferido, y “la sabiduría es una sola: conocer la razón, el logos, por la cual todas las cosas son dirigidas por todas” (Heráclito, Frag. 41). En ese sentido hablo de la metáfora del corazón, que es más que una víscera. -6Dice María que el corazón es un centro, pero quizás no se le puedan poner lindes aun cuando él pueda y deba a veces amojonar. Ese centro es también para ella casa y cauce de la vida. ¡Cuántas resonancias encuentro! No puedo olvidar que, en el lenguaje hebreo, la palabra LeB designa el corazón. Está formada por las letras LÁMED y BeiT o BeT, donde esta segunda tiene en la cábala la significación de Casa, y la primera, Lámed, expresa el concepto de un anhelo íntimo por alcanzar el conocimiento, con el significado de aprender y enseñar. Eso es el corazón para el hebreo: un impulso donde se pone la vida toda para conocer y enseñar donde se tiene y se construye casa. No se trata de conocer sólo con la mente, de un modo racional, utilitario y desentrañado; no se trata de conocer para hacer del conocimiento una palanca de sometimiento, de prosperidad o de poder, y sí para transmitir ese conocimiento al servicio de la vida. Por eso la mística poética de la Kábala, desde Maimónides, señala la partícula LeB inserta en la palabra que ellos utilizan para sendero (SB`L), un sendero que conduce al paraíso interior, que hay que cultivar como un jardín, casa y fuente de donde mana la vida; un sendero constantemente amenazado por la maleza selvática que le crece y le borra, extraviándole de su propia casa. Quizás por ello, en tiempos especialmente críticos, el libro de los Proverbios (4:23) diga: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”. ¿Esa vida se refiere sólo a la sangre que circula por los 400.000 Km. de vasos sanguíneos existentes en el cuerpo humano? No para el capítulo XXXI del Libro de los Muertos de los egipcios, donde se dice: “¡Esté conmigo mi corazón en la Casa de los Corazones… Esté conmigo mi corazón y reste”, reste el corazón a la suma de los propios extravíos. En ello coinciden los poetas como Jacinto López Gorgé cuando dice: “Mi corazón, mi casa y mi memoria”, o, por poner otro ejemplo, como Antonio Machado en sus Sonetos (I), cuando mira hacia el pasado que guarda en su corazón, y en él encuentra encrucijada de cien caminos, y un gentío sin cita ni posada”, y se le fue como quien se va de copas, e hizo a los cuatro vientos su jornada”, y se pregunta: “¿Mi corazón se ha dormido?, y todavía encuentre su respuesta dentro de sí: Ese que fuera colmenero, labrador y noria del pensamiento, desde el mirador del pecho todavía “mira/, los ojos claros y abiertos,/ señas lejanas y escucha/ a orillas del gran silencio”. Tampoco desde luego para María Zambrano quien dice: “Voces, voces, escucha mi corazón, como alguna vez tan sólo los santos escucharon: la llamada gigantesca que los levantaba de la tierra”. Claro que, sobre quienes sean sus santos preferidos hay que recordar sus conversaciones son Fernando Sabater, quien da cuenta de aquella ocasión cuando, en Roma, Maria le señaló la iglesia de San Giovanni Dicollato, donde estaban -7enterrados los reos ejecutados por el Santo Oficio, y le dijo: “Allí están los nuestros”, y al hilo le contó acerca de aquel día cuando quiso encargar una misa por Giodano Bruno”. El corazón está a la escucha de todo cuanto gime en el mundo, si no pierde la sensibilidad. A veces, bajo el peso ajeno, o bajo el propio, implosiona y descienda a sus ínferos. En ocasiones parece un Titán, cargando con su peso y sin hundirse. Entonces crece en él la “pesadumbre”, como dice María. A veces deja el vacío de su ausencia para volver un día con aroma de profundidad, si es que retorna, cansado y deshabitado o con demasiados ocupas, y a eso le llamemos cansancio de vivir. Otras veces se abisma, sin perderse, para ensanchar la casa que es él, y esa casa que se le abre como en el centro del universo, le sosiega, le impacienta y le anonada, como quien se sabe a las puertas de un viaje cuyos límites no puede alcanzar, y emerge reencendido de esas aguas, haciendo de ese corazón su lámpara, y se asoma por la herida abierta, desde adentro, mirador del pensamiento, de la sensación o de la memoria. Otra metáfora del corazón es la de alquimista o químico. Está ofrecida por Jesús Moreno Sanz, construida con textos de María. Recordarán ustedes aquel Seminario realizado en Almagro entre los últimos días de junio y los primeros de julio de 1983, dedicado al Pensamiento de María Zambrano, cuyas conclusiones publicadas son conocidas como “Los Papeles de Almagro”. Allí, Moreno Sanz tituló su ponencia como “Las fórmulas del corazón”. Allí María me parece ser como un alquimista experto en botánica, que busca con Rilke en el corazón, como “espacio interior del mundo”, y una vez recogidas las quintaesencia, las ofrece en esa misma “copa sonante”, que también dijo el poeta. Moreno Sanz asocia la tarea buscadora de esencias que María realiza con la poética de Rilke en sus “Animales de silencio”: “Animales de silencio salían del claro bosque exento de cubil y nido; y se vio que no por ardid ni miedo estaban en sí tan callados, sino por oír” Todo silencio guarda en sí algo de primordial, instintivo, como una pluralidad de especies en cierne. Llegan éstas desde el claro hasta la espesura pidiendo claridades reproducidas, y se quedan calladas a la espera de ser nombradas por engendrar con su muda presencia la palabra. Todo es -8terreno explorable, “desde las religiones greco-orientales”, para internarse en la espesura y dar noticia del ser escondido que con el ser toque al ser. “Ordo amoris”, “saber sobre el alma” que recolecta en un horizonte, racional acogedor, todo aquello que un día fue desgajado de la conciencia, saberes vencidos y silenciados, y, con todo ello como un río de vida que cruce el corazón por sus serpentines, alambiques y probetas, sin que se le someta a número o ritmo, destile lo que deba ser ofrecido en esa copa. El corazón, para María, es “el símbolo y representación máxima de todas las entrañas de la vida, y la entraña donde todas encuentran su unidad definitiva y su nobleza”. Desde su dentro oscuro, secreto y misterioso, con su ritmo y con su métrica propias, tiene su propia estructura armónica, como las cuerdas de un violín donde pueden punzar las circunstancias, esparciendo alrededor toda la varianza de las notas de su metáfora; como aquel zureo de infinitos registros del “Collar de la Paloma”; como el plectro de aquel Ziryad, poeta, músico y cantor que visitara la Córdoba caifal; como un clima donde se respire armonía o desarmonía; una nube electromagnética; un cósmico imán gravitatorio de significantes, o un nido de galaxias. Sólo es preciso recrearse en su escrito, “La Metáfora del Corazón”, que dedica a su primo Rafael Tomero Alarcón, funcionario de la ONU en Ginebra, para desempolvar esas cuerdas y detenernos en primer lugar en: 1. Los huecos del corazón: Un vacío dentro de sí, un metrónomo, un espacio vital que incoa finitud y que hay que colonizar desde su centro, como el motor inmóvil de Aristóteles, dice María, y yo añadiría que todo lo mueve en cuanto amado y por cuanto ama; agujero negro que atrae para ser emisario de luz hacia su horizonte de sucesos. Frágil aleteo de psique, la mariposa que aletea y poliniza la nada. Pensamiento cuyo acto es vida atraída y movida por ese centro en alas; movimiento cordial en olas que un día habrá de pararse sin llegar a conocer el alcance su oleaje. Una casa con guardilla y desván; con buhardilla para que el búho venga hasta sus trastos viejos y los vuelva viajeros en su manera de mirarlos. Tienda de piel; choza de cañizo o enramada que quiere celebrar su fiesta de los Tabernáculos. En unos es morada; en otros, cárcel. La casa quiere ser conocida en todos sus recovecos, familiarizada, como en la poética del espacio de Gaston Bachellard, porque en ella, en cada rincón, como en un secreter o una caja de las músicas, sobre su lar o en su dormitorio, brota un poema. Allí, en su -9interior, la sangre se divide y se reúne como un río que atraviesa la casa; sangre de la memoria de aquella vida que se puso o se vertió en los eriales, con su cosecha de nada, o sangre que fecunda la razón en su propio crematorio. Carbono que ha de transformarse en el nitrógeno que las plantas respiran para dar su oxígeno, o en el nitrato que habrá de alimentar a sus raíces. La nada es un vacío, un espacio en el bosque interior de donde crece el yo. Otra vez la mística de la Kábala: ANÍ, el YO, tiene como reverso AÍN, la nada, cambiando una letra de lugar. Son inseparables, y a veces el yo mira con horror hacia la nada, y en otras con franca camaradería, sabiendo que la nada que le condiciona y le pone límites de tiempo, también le incordia a fin de que lo deje bien poblado con la unamuniana “morriña de eternidad” que lo habita. Como María dice: “Un ser viviente que resulta tanto más “ser” cuanto más amplio y cualificado sea el vacío que contiene… unas islas sostenidas por el corazón, centro que alberga el fluir de la vida, no para retenerlo, sino para que pase en forma de danza”, acompasándose la razón poética con razón vital, digo yo; un bip reiterado a las estrellas, un palpitar emergido desde el fondo de la nada, una nada sostenida por un Yo para crecer con ella. El yo puede ser para la nada, pero la nada siempre debe ser para el yo. Nihilizar, dijo Heidegger, es “hacer lugar” para “acceder al ser”. Yo sí creo que la nada es un incentivo ontológico, y las “galerías del alma, tan oscuras”, de que habló Machado, son atrios de un retiro en donde crecer paseando. 2. El corazón es un centro, una caja de música, porque es lo único de nuestro ser que produce un sonido. Cuando escucho esta consideración que María hace, no tengo por menos que asociarla con Mircea Eliade cuando habla del “Símbolo del Centro” como de un “axis mundi” y su simbolismo arquitectónico: Montaña sagrada donde se reúnen el cielo y la tierra en el centro del mundo; como templo, palacio, residencia real o ciudad sagrada transformada en centro; “onphalos” u ombligo de la tierra, donde se nutre de cosmos; “mundus” romano, surco que marca el límite de construcción de la ciudad, centro de esa misma ciudad que de él dimana y crece, y, en determinadas fechas, a través de ese centro, de ese “mundos”, el ser humano tiene comunicación con la otredad. Dice María que el hombre cruza por el tiempo acompañado por un centro que le marca el ritmo interior y lo acompasa, aunque no lo escuche. Ese - 10 ritmo le marca los límites de su habitación, la casa que debe ser construida. Sin ese latir sonoro se hundiría en su nada. Sus pasos los marca el tambor del pecho, gozoso cuando no va en desarmonía consigo mismo, cuando marcha al compás que le dicta su interioridad, y cuando se siente formar parte del cortejo de las criaturas. Aun cuando el suyo sea un sonido orquestal, es el mismo tiempo propio, inalienable, que tiene su sitio en la gran orquesta. Es el suyo un sonido que de ser escuchado como procedente de sí, como una sonata, y es interiorizado; vivifica de armonía que a veces da la clave, la tónica; en ocasiones se une en calderón con otras notas y a veces cruza los instantes como en una fusa o llega hasta el silencio en una pausa. Dice María que “es virtud del centro recoger todo lo disperso”, no sólo lo propio. “El ser sin referencia alguna a su centro, yace o vaga”, ajeno de sí, alienado de lo más propio y esencial. Entonces, “ser y vida se separan. La vida es privada del ser y el ser, inmovilizado, yace sin vida…”, en un tiempo inhabitable, mientras “la vida se derrama del ser descentrado”. Si el ser despierta de su dejación de sí, se hace dueño de su vida; la vida retorna al ser para recibir de sus manos la realidad que le falta. “La naturaleza esparce la belleza y el arte la concentra”, se ha dicho. El corazón, como centro de la vida, es un recopilador y un artista y artesano de belleza. “Toda belleza tiende a la esfericidad”, afirma María, perfección de armonía expansiva fiel a su centro. María compara ese centro a una flor que, una vez abierta, ofrece a la vista la visión de su centro, donde se comunica con el abismo que la sostiene y de donde brota, como una manifestación sensible de la unidad, ofrecida en sus pétalos a toda dirección y a toda condición, donde la manera de mirar adquiera la visión necesaria para explorar la belleza en toda su dimensión, y nutrirse de ella, y polinizar con ella todo lo disperso. 3. El corazón es profético: Profeta es la vida hecha palabra. Palabra empapada en vida, nacida de las propias entrañas como expresión de energía creadora que desde adentro, desde las entrañas donde fue engendrada, empuja como un nuevo nacimiento. Palabra donde participa existencialmente el yo, el sentido de la circunstancia que los seres viven más allá del yo, y lo divino en el sentido zambraniano. Profeta el corazón –dice María- “como aquello que siendo centro está en un - 11 confín, al borde siempre de ir todavía más allá de lo que ya ha sido”. Profeta que recoge la memoria de lo caído en olvido, todavía latiendo, y lo levanta pleno de actualidad. Profeta que balbucea lo nuevo y lo olvidado, donde la palabra brota en un albor proponiendo mundos. Hay palabras que se pierden, como aquellas que nombran seres o cosas comparecidas, yacentes en el olvido o sin haber llegado a conocerlos, sin hacerlos comparecer del todo al nombrar su esencialidad escondida. Dice María que la palabra que no llega a salir del corazón no se pierde. Yo creo que sí se pierde en su función creadora, y sí se pierde en la propia entraña que no la hizo nacer, pudriéndola en su propia matriz, siempre y cuando no sea para crecer en el silencio hasta el momento de su alumbramiento de palabras. 4. El corazón se queda sordo y mudo en ocasiones: Porque su latir es al propio tiempo un llamar a lo que hondamente necesita, y a veces percibe un modo de respuesta en un sentir iluminante; en una forma de belleza arrebatadora que le hace sitio; en una interpelación que le pide palabra; en una tónica que incita su sordera, y se queda como sobrecogido por una experiencia de lo numinoso que lo arrebata, estremecido por lo fascinante que sobreviene, y se sustrae en un silencio impenetrable que lo nutre, o se marcha lejos, como un recolector de significantes entrevistos, o como un gaviero en sus gavias, arrastrado por la resonancia o por la reminiscencia de aquello que fugazmente le sobrepasó. Entonces, ante esa llamada de lo indecible, “ninguna palabra de las ya dichas le sirve”, dice María, y escarba en sus entrañas para decirse de nuevo. 5. El corazón es un centro iluminante. Ya lo había dicho Antonio Machado, que tantas concomitancias tiene en su metafísica con María Zambrano, y un día veremos. Lo había dicho haciendo hablar al sueño, visionario de sí mismo, al soñar su propio corazón como una fuente que interroga a su acequia; como unas abejas que no ve, sino a su trabajo en él, metamorfoseando las amarguras viejas; como un ardiente sol luciente, como un hogar acogedor, como una luz interior que alumbra y hace llorar. Ilusión, I-lux que produce vida. “No todo centro en un sol”, dice María. Efectivamente, a veces hacemos orbitar la vida en torno a una estrella enana o una supernova que nos - 12 encanta por su apariencia crecida, sin apercibirnos de que está a punto de convertirse en agujero negro que nos succione. Podemos estar atraídos por toda una constelación de diferentes soles “sin que contiendan entre sí”, con el mismo significante. Podemos estar bajo la influencia de un sol, sin percibirlo por estar entre nubes. Dice María que “aparecen estos soles, como centros luminosos, mas o menos lucientes en el sentir y en todos los actos del conocimiento que al sentir siguen y obedecen, y su irradiar está ligado con la función del corazón, con su poder vivificante…”. “¡Si un grano del pensar arder pudiera!”, dijo D. Antonio, porque el poder vivificante de la idea, que prende el concepto, no reside en la idea, sino en la función del corazón. “Todo centro vital vivifica”, es “viviviscente” dijo Octavio Paz. El corazón, ya desde la “fysis”, es el centro entre todos. “El espacio interior ilimitado, “alma, conciencia, campo inmediato de nuestro vivir, no es en verdad a imagen del espacio inerte donde los hechos llamados de conciencia se inscriben y se asocian como viniendo de afuera”. Por el contrario, cuando metafóricamente a este espacio se le llama corazón, se dice de él que es profundo, grande, ancho, inmenso, oscuro, y luminoso, y es la condición del corazón, como centro, la que determina y hace surgir los centros que brillan iluminando como referentes que amojonan el alma, proyectan intereses selectivos sobre realidad exterior, y recolectan en centros interiores y se sostienen sobre ellos. “Nada de afuera, nada de otro mundo o más allá del mundo que sea, deja de estar sostenido por el humano corazón… Si el Universo es de hechura divina, al hombre toca sostenerla. Y así ha de ser su corazón vaso de inmensidad y punto invulnerable de la balanza”, dice María. Vivimos interiormente alumbrados por nuestra propia balanza, que todo lo equilibra y todo pesa; “la multiplicidad, antes de establecerse como tal, se unifica en equilibrio, sin que se borre ni se sumerja ninguna de las realidades que la integran; nada real que llegue al corazón humano debe ser anulado, humillado ni dejado a la puerta; ni siquiera las semi-realidades que revolotean en torno suyo, que deben ser esclarecidas en su sentido o acabarán de tomarlo en el propio corazón, al mostrar su realidad escondida”. El corazón, como aquella forma de amor que mostrara Diotima de Mantinea a Platón, es al mismo tiempo inmensamente pobre e inmensamente rico. Dice María que “resulta a veces, más pobre que nadie, y más que nadie donador si es acogido”. 6. El corazón se extravía, a veces pierde su dignidad, al descender para - 13 ponerse a mano o al irse hacia soles equívocos. No puede seguir bajando el corazón llevado por su peso, si toma para sí cargas impropias, como aquel otro burro que, en Platero, carga también con la vara con que le pegan. Dice María que “su peso le gana cuando ya no puede sostenerse y no puede indefinidamente seguir bajando sin perderse”, pero como bien sabe María, esos descendimientos son necesarios a veces para que, en el fondo el corazón se reencuentre habiendo soltado escoria y lastre. Entonces es cuando “reaparece trayendo algo que ofrece en una especie de anunciación. Anuncia indestructibilidad y renovación, “al par que anuncia de nuevo su presencia”. Si se nos extravía hasta hacernos notar el vacío de su ausencia, y obligarnos a vivir en la periferia de nosotros mismos, es sólo víscera en el pecho con obligación de vivir sin convencimiento; hecho de una fatiga que prosigue”, sólo anuncia su propio extravío; abismo en sí mismo de una casa entregada no habitable, gravitando sobre el abismo que lo anonada, nadificación que lo succiona haciéndole gustar su nulidad en un abismo sin luces, sometido ya altísimas presiones; indefenso por desarmado, quedará como varado a esos fondos. No podrá el corazón ascender de los abismos mientras no se reencienda a sí mismo, porque allí no le llega luz alguna. Como María sostiene, “el discernir no es posible donde el vislumbrar se acaba”, y es que la visión inteligente sólo puede darse, e incluso hacerse luces, si hay luz en ella. La voluntad, como intensificación de las fuerzas del ser, sólo puede darse en la luz del entendimiento que discierne… En la nadificación, ninguna cosa ni suceso subsiste, y la voluntad, si es que surge, sería una mera potencia de imposible despliegue”, concluye María, o quizás, y esta es la otra posibilidad que apunto, voluntad de acabamiento. 7. El corazón trabaja reiteradamente. Su trabajo, sumamente vulnerable, se deja sentir como pulsación del centro de la vida, sostenida en sangre; un batán que enfurte, da cuerpo a la trama y la urdimbre de la vida y le pone marca propia. Su continuado trabajo oculto, sin huelgas, se alza como victoria o se muestra como fracaso cuando se quede en silencio, y suene para él la sirena sorda que sobreviene anunciando la salida de la fábrica. Allí, entre los barandales del pecho, trabaja encerrado en el diseño que va descubriendo y no conoce, mientras le sostiene el nutriente de la belleza, y el intento de bondad, y la promesa de verdad, donde desemboca como claro de su bosque, le aguarda. - 14 8. La soledad y el silencio son el espejo donde se aprende. Como dejó dicho Agustín de Hipona: “en la soledad y en el silencio conozco a los seres por lo que son, y no por lo que dicen”, y como nos previno Cervantes acerca de su lado oscuro: “La soledad y el silencio no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se convierten en bestias”. Existe una soledad no buscada, en la que el hombre no encuentra sentido alguno al silencio y todo le grita su derrota, pues la siente, como Carlos Castilla del Pino enseñó: como una recaída en la nada. Dice Maria que “hay un género de soledad que comienza por ser no un aislamiento, sino un haberse desposeído de toda propiedad.. y con ello la tardía colonización que obliga a salirse de sí mismo continuamente…”. Entonces, el corazón no se siente sostenido, nada sostiene tampoco, en nada trabaja y todo se desploma. Si el corazón abandona su extravío entre sucedáneos, y se recoge en sí, entonces puede reencenderse en una nueva toma de conciencia donde del corazón se reencienda la inteligencia sobre el fondo de la nada, y el silencio revele al corazón sus propias claves, y todo se revele hospitalario y propio donde pasa el tiempo sin sentir; tiempo no cronológico, sino tiempo del corazón, que, sin embargo, sigue midiéndolo a latidos; tiempo habitado por la memoria, urgido por el presente donde deba implicarse, sostenido por la ensoñación, y, sin embargo, como María dice, “sin hacerse sentir como tiempo sucesivo ni como atemporalidad que aprisiona, sino como un tiempo que se consume como aleteando” a corazonadas donde la palabra no es ya necesaria, porque todo él es ya palabra intransitiva y luego transitiva; panal de abejas donde se crea el tiempo propio y su propio lugar; cualidad que señorea sobre la cantidad. Afirma María que “reposar en sí mismo, el corazón no puede, sino en raros momentos de ventura, respirar en el silencio de su ser”. Sólo mientras está en silencio en sí mismo, sin pretensión alguna, sin intención extraña a su propio ser. Entonces en ese reposo, en ese posarse en sus posos, el corazón se reenciende. 9. El corazón es el vaso del dolor. Allí lo guarda, lo quintaesencia hasta el tiempo en que puede ofrecerlo como vida. En ese momento todo el ser de la persona tiene que sorberse, dice María; sea la cicuta, el acíbar decantado con posos en su fondo, o sea el antídoto elaborado con paciencia. Si se hace lentamente y con la impavidez - 15 necesaria de lo irremediable, se difunde por el ser y comienza a circular, mezclada en él, la razón que un día será patente. La impasibilidad estoica del español, María la caracteriza como serenidad, entereza y naturalidad conque el pueblo español atraviesa los trances amargos, a veces saliéndoles al encuentro de manera apasionada, como aquel fusilado del tres de mayo, abriéndose la camisa para mostrar el pecho a los fusiles, que ella trata. “La meditación engendrada por el dolor… es una propedéutica para la resignación, una consolación de estilo senequista”, con un regusto melancólico (Pensamiento y Poesía en la vida española, p. 72). El dolor no debe renunciar a su pulso con la razón, sostenido en aquel “yo sé quien soy” de D. Quijote. El dolor que se enquista no circula y no puede ser asimilado. 10.Y nos queda el tiempo. Vaso y centro el corazón; centro que se mueve padeciendo y que, receptivo, ha de dar continuidad sin dejar de darse; manteniendo el relato. Pasividad activa. Mediador sin pausa. Sometido al tiempo, lo conduce avisando de su paso y de su acabamiento, pero recopilando fragmentos de tiempo significativo en el corazón. María trae aquí a colación a Hesiodo y su Teogonía, y de ella extrae a Cronos que devoraba a sus hijos para mantenerlos escondidos en sus entrañas. Todo pasa sucesivo por el corazón, y de todo cuanto pasa retiene aquello que le da significado. Algo va construyendo dentro de sí, escondidamente, y trata de mantenerlo invulnerable y luminoso. Es una copa de barro, sí, que un día quedará rota, pero también sueña que aquello que contiene un día será libre, dándose por entero. Sueña el corazón con su cosecha de tiempo y de ser. Sueña con un tiempo cuando quede rota la cadena de plata que le amarra, y sea roto junto al brocal del negro pozo, y llegue a ser fuente de un pozo de luz sin fondo, un manantío de las luces todas. Como en aquel verso de Machado, confiesa sentirse ciego para con todas las luces que quisiera ver, cegado en la ceniza de sus fuegos quevedianos; como aquel otro ciego del Siloé que camina ciego cuesta abajo, sin otro lazarillo que él mismo, con los ojos llenos de barro, soñando que al final de su viaje cuesta abajo habrá de verse en las aguas del estanque. Y este ciego para las distancias largas, dialoga con su soledad sonora, con su música silente. “Corteza el corazón, cuando se conoce, que contiene y protege el embrión de la luz. Y entonces anhela ya libre de temor desentrañarse y desentrañar, perderse, irse perdiendo hasta identificarse en el centro sin fin”, dice Maria, - 16 dejando huellas de haber vivido. Amparo Amorós ha dejado escrito que, de entre las “metáforas vivas y actuantes”, “la metáfora del corazón es arquetípica de todas las demás… porque resume en ella una visión del mundo, una manera de entender la realidad”, y yo añado: la plataforma más eficaz para la praxis porque la moviliza desde sus raíces. El corazón es el centro y el punto privilegiado, dice María, donde se produce el movimiento más íntimo; aquel que atrae y recoge en torno suyo todo lo que anda disperso. Que ese centro sea punto privilegiado, a partir del cual quizás proceda toda la escritura, me ha hecho recordar aquel punto ígneo, fruto de la intersección entre el misterio del Pensamiento Supremo y la diagonal del firmamento superior que del Alef habla El Zohar. Punto ígneo, incandescente, donde el pensar más elevado arde en el misterio, y alcanza una elevación más en lo infinito del firmamento superior. Allí hay que colocar el corazón vidente, y sirva también de arquetipo de lo que cada uno es, que desde adentro lo repite. El método, el camino, la senda, la trocha, el alcorce que debe recorrer, lo deja explícito María. Al menos, el que ella recorrió: “Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal de los diversos cuerpos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio. Allá en los profundos, en los ínferos el corazón vela, se desvela, se reenciende en sí mismo. Arriba, en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge. Se aduerme al fin ya sin pena. En la luz que acoge donde no se padece violencia alguna, pues ya se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aún sin abrirla, sin haber atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección”. Ese es el método, el camino, en medio de la selva o de las propias malezas. Pero no cabe despertar alguno, ni reencenderse en ninguna profundidad, sin primero haberse dormido en la luz, dejando caer de sí las propias cuerdas, totalmente desarmado. Difícil tarea de cada cual, en sus propias circunstancias como las tuvo, y no fáciles, María Zambrano. Mientras tanto, en estas circunstancias colectivas, me parece escuchar la voz de Isaías respondiendo al gemido oculto bajo tiempos de aparente prosperidad: “Gruñimos como osos todos nosotros, y gemimos lastimeramente como - 17 palomas; esperamos justicia, y no la hay; salvación, y se alejó de nosotros”. Un gemido yace bajo la brutalidad de un gruñido, mientras sigue sonando, tambores lejanos, una llamada interior: la metáfora del corazón, olvidado entre vertidos o bajo sus propios escombros. Mientras, me parece volver a escuchar el eco de aquel consejo desmovilizador que el entorno dictaba al protagonista creado por Ana Diosdado, en aquella obra suya de la que fui espectador en Barcelona, hace 34 años: “Olvida los tambores”. Que cada cual escoja.