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Textos premiados
Estaciones para una vida
por
Ángeles Martínez Maniega
Hoy,
querida mía, te escribo estas líneas antes de verme morir entre
memorias y retazos de mi vida; con ellos te quiero agradecer tu plácida calma
para guiar mis pasos y tu eterna paciencia para hilar mi vida con tu amor.
Perdona si te cuesta leerlas, pero mi caligrafía de maestro de antaño, se
ha tornado en unos trazos casi ilegibles y extremadamente pequeños.
Has sido mi guía y mi bastón, mi compañera y mi único aliciente para
vencer el miedo y el desánimo.
Si la ironía de la vida, me arranca de este mundo, sin concluir este
pequeño recuerdo, quiero que sepas que no hay nada más grande en el
universo, que tu infinita entereza y el calor de tu compañía.
Mi vida a tu lado, ha sido placentera como la brisa; liberadora como el
surgir de las estaciones del año.
PRIMAVERA
Tardes de pasión contenida y alegría en tus trenzas. Nos regaba la fresca
lluvia de mayo, que hacía vibrar las hojas de los sauces; que regaba tu vida
y la mía invitándonos a nacer con cada bocanada.
Te uniste a mi, sin saber que una llama fría acechaba nuestro amor y que
pocos amaneceres más tarde, como un aliento furtivo, llegaría a nuestras
vidas la cadena que nos habría de unir para siempre.
Con una frescura nueva, combatimos los primeros síntomas del miedo.
Me diste tu mano suave con fuerza, y no me soltaste hasta que el eco de mi
corazón dejó de sonar.
Nos enfrentamos al miedo con paso dubitativo, combatiendo el
sufrimiento con risas y juegos, con caricias y amores que borraban el rastro
de la dura realidad.
Volamos libres, sin freno; recorrimos con ansia cada minuto del estío
intentando agotar cada instante, como si presintiéramos que la sombra de
la angustia nos acechara.
Juntos emprendimos el arduo camino de la vida, dejando atrás como un
vuelo, la esencia sutil de azahar.
VERANO
Sol encendido en hebras de oro puro. En tardes soñolientas y azules,
recuerdo tu rostro amasado en lágrimas intentando descalzar mi memoria
de tiempos mejores.
Cuando mis brazos no podían responder a tus desvelos y mis piernas se
negaban a seguirte por los trigales, buscaba una esperanza en el viento y
perseguía con atenta mirada, la lenta caída de la tarde.
El aire con aromas veraniegos me abofeteaba el rostro, casi sin expresión,
y me recordaba que tú solo vives por mi y para mi; que tú eres la única que
me visita en la prisión de los olvidos; que adaptas tu ritmo al mío para
soñar en el mismo sueño; que cierras mi boca con un dulce beso y tu
aliento me da vida en cada suspiro; que frenas mis temblores con tu calma
y tu sonrisa me envía tu paciencia prometida en el viento.
Se acaba el verano y los árboles de humo cubren el horizonte. La luz de la
mañana inunda mi lento cerebro como una bomba de calor. Tengo miedo a
la caída de la hoja, al crujir del viento, al otoño de la vida.
OTOÑO
Tengo hierro en el cuerpo y lentitud en la mirada.
Acaricias mis sienes plateadas y con una mirada fugaz, sueltas las
cadenas de mi limitada existencia.
Abrigas mi lento paso con tu resplandor y me salvas del miedo una vez más.
Me incitas a dar el primer paso, recordándome aquel tronco donde una
vez grabamos nuestros nombres, explicándome el idioma de los campos al
caer la tarde; luchando por convencerme de que el sacrificio es siempre
menor que la recompensa y que el dolor se olvida muy pronto si lo revistes
con sensaciones agradables y regaladas.
Me acompañas en mi tortuoso paseo, donde es corto el placer y largo el
caminar. Me mimetizo en un banco del parque; soy como una parte más del
mismo y sólo una ráfaga de viento que me hiela el corazón, consigue que
mi rostro se rebele y finja un expresión de desánimo.
Siento desde lo más profundo, si alguna vez te alcé la voz, producto de la
rabia contenida y de la impotencia; si a veces cambié el agradecimiento por
un arrebato de impetuoso poderío, en un intento de acabar de una vez por
todas, con el ahogo del corazón.
Nunca podré explicarte mis ataques de furia, cuando mi cabeza quería
avanzar y mis piernas se anclaban como un barco varado en la arena; como
una inmensa telaraña que agarra mi vida a la tierra; como un imán que me
arrastra hasta el frío suelo.
Pero tú estabas ahí, firme y serena para recogerme una y otra vez; para
voltear mis días y darle sentido a todo aquello que me rodeaba y me pasaba
inadvertido. Nunca un reproche, un mal gesto, ni una palabra amarga; sólo
amor y dedicación, envueltos en un halo de infinita paciencia.
Se marchitan los años más verdes y tú sigues regando mi vida con tu
sufrido amor. Me arropas con tu piel, para calentarme un poco y
prepararme para entrar en el invierno de la vida.
INVIERNO
Mi voz es un susurro. Te pido que te acerques más a mí, para posar en tu
oído el resquicio de anhelo que me queda.
¿No luché bien, amor mío?. Tú pones el dedo en mis labios ahogando mis
temores y reclinas dulcemente la cabeza en mi pecho. Con una tierna
mirada, que me atraviesa el alma, me dices sin decir nada, que estás
fundida en mi amor.
Busco lejanos recuerdos que me provocan tristes nostalgias, que me
calan en los huesos y clavan gélidas dagas en mi corazón.
Mil sueños soñé en un segundo y volví de nuevo para sentir que estabas
cerca. Mi mano tiembla y la tuya frena; mi cabeza no piensa y la tuya se
desvela en pensar por mí; mi voz está casi muerta y la tuya susurra a mi
son para convertirse en la mía.
No quiero morir del todo. No sin antes decirte que has sido mi vida; que
sin ti, este lastre habría acabado conmigo en un instante; que ha sido una
enfermedad de los dos; que yo sufro y a ti te duele.
Me has enseñado a ver por tus ojos, que es bonito saber apreciar lo que
la vida te muestra aunque todo esté en nuestra contra. Hemos vivido a
cámara lenta, como si cada segundo fuera tan intenso, que saborearlo,
duele.
Te dedico cada momento de mi vida; cada segundo a tu lado ha sido un
verdadero honor.
Me dejo caer en el olvido. Una lágrima se desliza por mi mejilla; tú la
recoges como una perla de amor que resbala por tu vida y la encierras en el
cofre de tu corazón. Cierro los ojos pesadamente y me dejo caer en el
olvido...
Con una sonrisa en los labios y pensando en ti, siento que el corazón es
lo único que no me tiembla. ¡Gracias, mi dulce amor!
Texto ganador del V Concurso de Relato Breve ‘Parkinson Astorga’