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La selección natural y el cerebro humano: Darwin versus Wallace
En el cuarto brazo del crucero de la Catedral de Chartres, la más desconcertante de todas las vidrieras medievales retrata a los cuatro
evangelistas como enanos sentados sobre los hombros de los cuatro profetas del Antiguo Testamento —Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. La
primera vez que vi esta vidriera en 1961 siendo aun un engreído estudiante universitario, pensé inmediatamente en el ramoso aforismo de Newton —
"si he podido ver más lejos, ha sido irguiéndome sobre los hombros de gigantes"—y me imaginé que había realizado un gran descubrimiento al dar
con esta falta de originalidad. Años más tarde, muchísimo más humilde por una serie de razones, me enteré de que Roben K. Merton, el celebrado
sociólogo de la ciencia de la Universidad de Columbia, había dedicado todo un libro a los usos pre-newtonianos de la metáfora en cuestión. Su titulo
es apropiadamente, On the Shoulders of Giants. De hecho Newton remonta el bon not hasta Sernard de Chartres en 1126 y cita a varios académicos
que creen que los vitrales del gran transepto instalado tras la muerte de Bemard representan un intento explícito de inmortalizar en cristal esta
metáfora.
Aunque Merton construye sabiamente su libro como un delicioso paseo a través de la vida intelectual de la Europa Medieval y
Renacentista, plantea una cuestión seria. Merton ha dedicado gran parte de su trabajo al estudio de los descubrimientos múltiples en la ciencia. Ha
demostrado que casi la totalidad de las grandes ideas surgen más de una vez, independientemente y, a menudo, virtualmente al mismo tiempo —y
que los grandes científicos están insertados en sus culturas, no divorciados de ellas. La mayor parte de las grandes ideas están ''en el aire", y hay
varios estudiosos agitando sus caza mariposas simultáneamente.
Unos de los más famosos "múltiples" de Menon reside en mi propio terreno de la biología evolutiva. Darwin por narrar la ya famosa
historia con brevedad, desarrollo su teoría de la selección natural en 1838 y la expuso en dos bocetos no publicados de 1842 y 1844. Seguidamente,
sin dudar ni por un momento de su teoría, pero temeroso de exponer sus implicaciones revolucionarias, pasó a cocerse en su propio jugo, remolonear,
esperar, meditar y recoger datos durante otros quince años. Finalmente ante la insistencia de sus amigos más próximos, empezó a trabajar sobre sus
notas, con la intención de publicar un voluminoso texto que hubiera sido cuatro veces más largo que el Origen de las Especies. Pero, en 1858.
Darwin recibió una carta y un manuscrito de un joven naturalista. Alfred Russell Wallace que había desarrollado independientemente la teoría de la
selección neutral mientras yacía enfermo de malaria en una isla del Archipiélago Malayo. Darwin se quedó anonadado por la detallada similitud
entre los dos trabajos. Wallace incluso llegaba a citar su misma fuente de inspiración, una fuente no biológica —Essay on Population de Malthus.
Darwin consumido por la ansiedad, realizo él esperado gesto de magnanimidad, pero intentó encontrar algún modo de preservar su legítima
prioridad. Le escribió a Lyell: "Antes preferiría quemar la totalidad de mi obra, que permitir que él o cualquier otra persona pudiera pensar que he
actuado con espíritu mezquino'. Pero añadía una sugerencia: "Si pudiera publicar honorablemente, afirmaría que me vi inducido a publicar un boceto
...por el hecho de que Wallace me había mandado un resumen de mis conclusiones generales. Lyell y Hooker picaron el anzuelo y fueron en rescate
de Darwin. Mientras Darwin permanecía en su casa, guardando luto por la muerte de su hijo menor a causa de la escarlatina, presentaron una obra
conjunta a la Sociedad Linneana conteniendo un extracto del ensayo de 1844 de Darwin, junto con el manuscrito de Wallace. Un año más tarde
Darwin publicó su "extracto" febrilmente recopilado del trabajo de mayores dimensiones —el Origen de las Especies. Wallace se vio eclipsado.
Wallace ha pasado a la historia como la sombra de Darwin Tanto en público como en privado. Darwin era invariablemente justo y
generoso con su colega más joven. Escribió a Wallace en 1870: "Espero que suponga para usted una satisfacción el reflexionar —y hay muy pocas
cosas en mi vida que me hayan resultado mas satisfactorias— que jamás hemos sentido celos el uno del otro, aunque seamos, en cierto sentido,
rivales”. Wallace. a su vez, mantuvo una consistente actitud de deferencia En 1864 escribió a Darwin: "En cuanto a la teoría en sí de la selección
natural, siempre mantendré que es suya y sólo suya. Usted la había elaborado con un detalle que jamás había pasado por mi imaginación, años antes
de que yo viera el primer rayo de luz sobre el tema, y mi trabajo jamás hubiera convencido a nadie ni hubiera recibido más atención que la de ser
considerado una ingeniosa especulación, mientras que su libro ha revolucionado el estudio de la Historia Natural, cautivando a los mejores talentos
de nuestros tiempos".
Este genuino afecto y apoyo mutuos enmascaraban un serio desacuerdo acerca de lo que podía ser la cuestión fundamental de la biología
evolutiva —tanto entonces como hoy. ¿Hasta que punto es exclusiva la selección natural como agente del cambio evolutivo? ¿Deben ser
consideradas adaptaciones todas las características de los organismos? Y. no obstante su papel de alter ego subordinado a Darwin ha quedado tan
firmemente establecido en las narraciones populares, que pocos estudiosos de la evolución llegan a darse cuenta de que hubiera diferencias entre
ellos en cuestiones de teoría. Más aun en un área específica, en la que su público desacuerdo quedó registrado en los libros —el origen del intelecto
humano—muchos escritores han contado la historia al revés porque no fueron capaces de situar este debate en el contexto de un desacuerdo más
general acerca del poder de la selección natural.
Todas las ideas sutiles pueden ser trivializadas, incluso vulgarizadas, retratándolas en términos inflexibles, absolutos. Marx se sintió
obligado a negar que fuera marxista, mientras que Einstein contendía con la gravemente errónea afirmación de que lo que él decía era que "todo es
relativo". Darwin vivió para ver cómo se apropiaban de su nombre para defender un punto de vista extremista que él jamás compartió —ya que el
"darwinismo" ha sido definido a menudo, tanto en sus tiempos como en los nuestros, como la creencia de que virtualmente todo cambio evolutivo es
producto de la selección natural. De hecho Darwin a menudo se quejaba, con una amargura insólita en él. de la apropiación indebida de su nombre.
En la última edición del Origen de las Especies 1872) escribió: "Dado que mis conclusiones han sido muy deformadas últimamente, y se ha afirmado
que yo atribuyo exclusivamente a la selección natural la modificación de las especies, permítaseme que haga notar que en la primera edición de este
trabajo, y en las subsiguientes, incluí en una posición extremadamente conspicua —a saber, en el final de la introducción— las siguientes palabras:
"Estoy convencido de que la selección natural ha sido el principal, pero no el único medio de modificación". Esto no ha tenido repercusión alguna.
Grande es el poder de la deformación continuada".
No obstante. Inglaterra alojaba un grupo de seleccionistas estrictos — "darwinianos" en su sentido deformado— y su líder era Alfred
Russell Wallace. Estos biólogos sí atribuían todo cambio evolutivo a la selección natural. Consideraban cada partícula morfológica, cada función de
cada órgano, cada comportamiento, una adaptación, un producto de la selección tendente a la aparición de un organismo 'mejor'. Tenían una re
profunda en a "adecuación" de la naturaleza en la perfecta adaptación de todas las criaturas a su medio ambiente. En un sentido peculiar estuvieron a
punto de volver a introducir la idea creacionista de la armonía natural, substituyendo al dios benévolo por la fuerza omnipotente de la selección
natural. Darwin, por otra parte, era un pluralista convencido, que contemplaba un universo de mezcolanzas. El veía mucha adaptación y armonía, ya
que creía que la selección natural tiene un lugar de preferencia entre las fuerzas evolutivas. Pero existen también otros procesos y los organismos
exhiben toda una variedad de caracteres que no constituyen adaptaciones y no favorecen la supervivencia de un modo directo. Darwin hizo hincapié
en dos principios que llevan al cambio no adaptativo: 1/ los organismos son sistemas integrales y un cambio adaptativo en una de sus partes puede
llevar a modificaciones no adaptativas de otros caracteres ("correlaciones de crecimiento" en términos de Darwin); 2/ un órgano construido bajo la
influencia de la selección para un papel específico puede ser capaz, como consecuencia de su estructura, de realizar también otras muchas fundones
no seleccionadas.
Wallace planteaba la línea dura hiper-seleccionista —"el darwinismo puro" según sus propias palabras— en un primer artículo en 1867,
considerándola "una deducción necesaria a partir de la teoría de la selección natural".
“Ninguno de los hechos definidos de la selección orgánica, ningún órgano especial, ninguna forma o marca característica, ninguna peculiaridad del
instinto o los hábitos, ninguna relación entre especies o entre grupos de especies puede existir, que no sea ahora, o haya sido alguna vez útil a los individuos o raza
que lo posee.”
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De hecho, más adelante argumentaba que cualquier falta aparente de utilidad tan sólo puede ser reflejo de la insuficiencia de nuestros
conocimientos —una argumentación notable, dado que hace que el principio de utilidad sea a priori imposible de descalificar: "El aserto de la
"inutilidad" en el caso de cualquier órgano no es y nunca podrá ser, la afirmación de un hecho sino tan sólo una expresión de nuestra ignorancia
acerca de su objeto u origen".
Todas las discusiones públicas y privadas que Darwin mantuvo con Wallace se centraron en su diferente valoración del poder de la
selección natural. La primera vez que cruzaron las espadas fue por la cuestión de la "selección sexual", el proceso subsidiario propuesto por Darwin
para explicar el origen de características aparentemente irrelevantes o incluso perjudiciales para la cotidiana '"lucha por la supervivencia" (expresada
primariamente en la alimentación y la defensa), pero que podían ser interpretadas como mecanismos para aumentar el éxito a la hora del
apareamiento —¡as elaboradas cornamentas de los ciervos o las plumas caudales del pavo real, por ejemplo. Darwin proponía dos tipos de selección
sexual —la competencia entre los machos para obtener acceso a las hembras y la elección por parte de las propias hembras. Atribuía gran parte de la
diferenciación entre las modernas razas humanas a la selección sexual, basada en los diferentes criterios de belleza surgidos en los diferentes
pueblos. (Su libro acerca de la evolución humana —The Descera of Man (.1871)— es en realidad, una amalgama de dos obras: un largo tratado
acerca de la selección natural en todo el reino animal y una narración especulativa más breve acerca de los orígenes de la humanidad, que se apoyaba
fuertemente en la selección sexual).
La idea de la selección sexual no es en realidad opuesta a la selección natural, ya que no es más que otro sendero hacia el imperativo
darwiniano del éxito reproductivo diferencial. Pero a Wallace le desagradaba la selección sexual por tres motivos: comprometía la generalidad de esa
visión tan peculiarmente propia del siglo diecinueve de la selección natural como una batalla por la vida, no simplemente por copular; ponía un
excesivo énfasis en la "volición" de los animales, en particular en el concepto de la elección por la hembra, y aún más importante, permitía el
desarrollo de numerosos caracteres importantes que resultan irrelevantes, si no perjudiciales, para el funcionamiento de un organismo como una
máquina bien diseñada. Así pues, Wallace veía en la selección sexual una amenaza a su visión de los animales como obras de perfecta elaboración,
configuradas por la tuerza puramente material de la selección natural. (De hecho, Darwin había desarrollado el concepto en gran medida para
explicar por qué tantas diferencias entre los grupos humanos resultan irrelevantes para la supervivencia basada en un buen diseño, reflejando
meramente la variedad de caprichosos criterios de belleza que surgieron sin razón adaptativa alguna en varias razas. Wallace aceptaba la selección
sexual basada en el combate entre machos como algo suficientemente próximo a la metáfora de la batalla, que controlaba su concepto de la selección
natural. Pero rechazaba la idea de elección por parte de la hembra y desasosegaba grandemente a Darwin con sus intentos especulativos de atribuir
todos los caracteres surgidos de ella a la acción adaptativa de la selección natural).
En 1870, mientras preparaba su obra. The Descent of Man, Darwin le escribió a Wallace: "Me duele discrepar de usted, y de hecho me
aterroriza y me hace desconfiar continuamente de mí mismo. Me temo que jamás llegaremos a entendernos el uno al otro". Luchaba por comprender
la reticencia de Wallace e incluso por aceptar la fe de su amigo en una selección natural pura: "Le agradará saber", le escribió a Wallace, "que estoy
sumamente preocupado por la protección y la selección sexual; esta mañana me incliné gozosamente hacia su punto de vista; esta noche he oscilado
de vuelta a (mi) antigua posición, de la que me temo que jamás me apearé".
Pero el debate acerca de la selección sexual no era más que el preludio de un desacuerdo mucho más serio y famoso acerca de ese tema
supremamente emocional y contencioso —el origen de la humanidad. En pocas palabras. Wallace el hiperseleccionista el hombre que había
ridiculizado a Darwin por su reticencia a ver la acción de la selección natural en cada matriz de la forma orgánica, se detenía abruptamente ante el
cerebro humano. Nuestro intelecto y nuestra moralidad, argumentaba Wallace no podían ser producto de la selección natural: por lo tanto, ya que la
selección natural es el único instrumento de la evolución, algún poder superior —Dios, por no andar con rodeos-tuvo que haber intervenido en la
construcción de esta última y más grande de las innovaciones orgánicas.
Si Darwin se había sentido apenado por su incapacidad de impresionar a Wallace con la selección sexual, ahora se quedó positivamente
boquiabierto ante el abrupto chaqueteo de Wallace en la mismísima línea de meta. En 1869 le escribió a Wallace: "Espero que no haya usted
asesinado demasiado a su propio hijo y al mío"". Un mes más tarde se quejaba: "Si no me lo hubiera dicho usted, hubiera creído que (sus
comentarios acerca del hornbre habían sido añadidos por alguna otra persona. Como usted esperaba, discrepo penosamente de su opinión y lo
lamento mucho''. Wallace, sensible al reproche, se refirió en adelante a su teoría del intelecto humano denominándola "mi herejía particular''.
La narración convencional de la apostaba de Wallace, al borde mismo de la total consistencia, considera una falta de valor por parte de éste
el no haber dado el último raso, introduciendo plenamente al hombre en el sistema natural —un paso que Darwin dio con encomiable fortaleza en
dos libros. Descent of Man (1871) y Expression of the Emotions (1872). Así. Wallace emerge de la mayor parte de las narraciones históricas como
un hombre inferior a Darwin por una (o por más de una) de estas tres razones: por cobardía pura y simple; por su incapacidad para trascender las
constricciones impuestas por la cultura y la visión tradicionales acerca del carácter único del hombre, y por su inconsistencia al advocar la selección
natural con tanto ímpetu (en el debate acerca de la selección sexual) abandonándola, no obstante, en el momento más crucial.
Yo no puedo analizar la siquis de Wallace y no pienso hacer comentarios acerca de sus motivos más profundos para aferrarse a la
separación insalvable entre el intelecto humano y el comportamiento de los meros animales. Pero puedo valorar la lógica de su argumentación y
reconocer que la versión tradicional de ésta es no sólo incorrecta, sino que está expuesta exactamente al revés. Wallace no abandonó la selección
natural en el umbral de la humanidad. Más bien, fue una visión particularmente rígida de la selección natural lo que le llevó, con perfecta
consistencia, a rechazaría en el caso de la mente humana. Su posición no varió en ningún momento —la selección natural es la única causa de los
principales cambios evolutivos. Sus dos debates con Darwin —la selección sexual y el origen del intelecto humano— representan la misma
discusión, y no a un Wallace inconsistente defendiendo la selección en un caso y huyendo de ella en el siguiente. El error de Wallace acerca del
intelecto humano surgió de la inadecuación de su rígido seleccionismo no de su falta de aplicación. Y su argumentación merece ser estudiada hoy en
día, ya que su defecto persiste como el eslabón más débil en muchas de las especulaciones evolutivas más recientes y moderadas de la literatura de
nuestros tiempos. Porque el rígido seleccionismo de Wallace está mucho mas cerca que el pluralismo de Darwin a la actitud encarnada por nuestra
teoría favorita en el momento actual, que irónicamente dentro de este contexto, recibe el nombre de "Neo-darwinismo"
Wallace propuso varios argumentos en favor del carácter único del intelecto humano, pero su afirmación central empieza por una toma de
postura extremadamente desusada en sus tiempos, una que exige, vista retrospectivamente, nuestras mayores alabanzas. Wallace era uno de los pocos
no racistas del siglo diecinueve. Creía de verdad que todos los grupos humanos tenían las mismas capacidades intelectuales innatas. Wallace
defendía decididamente este igualitarismo anticonvencional con dos argumentos, uno anatómico y otro cultural. Afirmaba, en primer lugar, que los
cerebros de los ''salvajes" no son menores ni están peor organizados que los nuestros: "En el cerebro de los "salvajes" más primitivos y, en la medida
de lo que sabemos, en las razas prehistóricas, nos encontramos con un órgano...poco inferior en tamaño y complejidad al perteneciente al tipo más
elevado". Más aún, ya que el condicionamiento cultural puede integrar al más primitivo de los salvajes a nuestra más cortesana forma de vida, el
primitivismo en sí debe surgir de la no utilización de las capacidades existentes, y no de su ausencia: "Está latente en las razas inferiores, ya que bajo
una formación europea se han constituido bandas militares de nativos en muchas partes del mundo, que han sido capaces de ejecutar loablemente la
mejor música moderna".
Por supuesto, al definir a Wallace como no racista, no pretendo sugerir que considerara las prácticas culturales de todos los pueblos como
iguales en su valor intrínseco. Wallace, al igual que la mayor parte de sus coetáneos, era un chauvinista cultural que no ponía en duda la evidente
superioridad de las costumbres europeas. Puede haber sido un defensor de las capacidades de los "salvajes",pero, desde luego, tenía una pobre
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opinión acerca de su vida tal y como equivocadamente la concebía: "Nuestras leyes, nuestro gobierno, y nuestra ciencia nos obligan a razonar
continuamente acerca de toda una serie de complicados fenómenos hasta llegar al resultado esperado. Incluso nuestros juegos, tales como el ajedrez,
nos obligan a ejercitar todas estas facultades hasta extremos notables. Comparemos esto con las lenguas de los salvajes, que carecen de términos para
expresar conceptos abstractos; la absoluta carencia de previsión por parte del hombre salvaje para ir más allá de sus necesidades más inmediatas; su
incapacidad de combinar, o comparar, o razonar acerca de cualquier tema general que no atraiga inmediatamente sus sentidos".
De aquí surge el dilema de Wallace: todos los "salvajes", desde nuestros ancestros a los supervivientes de hoy en día, tenían cerebros
perfectamente capaces de desarrollar y apreciar las mas finas sutilezas del arte, la moralidad y la filosofía europeas; y no obstante, utilizaban en
estado natural tan sólo una diminuta fracción de esas capacidades naturales para la construcción de sus rudimentarias culturas, con sus empobrecidos
lenguajes y su repugnante moralidad.
Pero la selección natural tan sólo puede dar forma a un carácter para su inmediata utilización. El cerebro estaba excesivamente súper
desarrollado para lo que se utilizaba en las sociedades primitivas; por lo tanto, la selección natural no podía ser su constructora:
“Un cerebro un cincuenta por ciento mayor que el de un gorila... habría resultado más que suficiente para el desarrollo mental limitado del salvaje; y
debemos por lo tanto admitir que el cerebro grande, que de hecho posee, jamás podría haber sido desarrollado sólo por medio de
cualquiera de esas leyes de la evolución, cuya esencia consiste en que llevan a un grado de organización exactamente proporcionado a las necesidades de cada
especie, y nunca más allá de éstas... La selección natural sólo podría haber dotado al hombre salvaje de un cerebro en mínimo grado superior al de un mono, mientras
que por el contrario posee uno que es poco inferior al de un filósofo.”
Wallace no confinó esta argumentación general al terreno del intelecto abstracto, sino que la extendió a todos los aspectos del
"refinamiento" europeo, al lenguaje y la música en particular. Consideremos su punto de vista acerca del "maravilloso poder, flexibilidad, alcance y
dulzura de los sonidos musicales que puede producir la laringe humana, especialmente en el sexo femenino".
“Los hábitos de los salvajes no ofrecen indicación alguna de cómo podría haberse desarrollado esta facultad a través de la selección natural, ya que ellos
jamás la requieren ni utilizan. El canto de los salvajes es un aullido más o menos monótono, y los hombres rara vez cantan. Los salvajes, desde luego, jamás escogen
esposa por su magnífica voz, sino por su salud, su fuerza y su belleza física. Por lo tanto, la selección sexual no podría haber desarrollado este maravilloso poder, que
sólo entra en juego en los pueblos civilizados. Parecería que el órgano hubiera sido preparado en anticipación del futuro progreso del hombre, ya que contiene
capacidades latentes que le resultan inútiles en su condición primitiva.”
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Finalmente, si nuestras capacidades superiores surgieron antes de que las usásemos o las necesitásemos, entonces no pueden ser producto
de la selección natural. Y, si se originaron anticipándose a una futura necesidad, entonces deben ser creación directa de una inteligencia superior: "La
inferencia que yo haría a partir de esta clase de fenómenos es que una inteligencia superior ha dirigido el desarrollo del hombre en una dirección
definida y con un propósito específico". Wallace se había reincorporado al campo de la teología natural, y Darwin protestó, intentó alterar la posición
de su colega y finalmente se lamentó de ella.
La falacia del argumento de Wallace no es simplemente una reticencia a extender la evolución a los humanos, sino más bien el
hiperseleccionismo que permeaba todo su pensamiento evolutivo. Porque si el hiperseleccionismo fuera válido —si cada partícula de cada criatura
fuera elaborada para y sólo para su inmediata utilización, entonces la argumentación de Wallace es inatacable. Los primeros pueblos Cromagnon con
cerebros más grandes que los nuestros, produjeron asombrosas pinturas en sus cavernas, pero no escribían sinfonías ni construyeron computadoras.
Todo lo que hemos logrado desde entonces es producto de una evolución cultural basada en un cerebro de capacidad invariante. Desde el punto de
vista de Wallace ese cerebro no podría ser producto de la selección natural, ya que siempre poseyó capacidades muy superiores a las necesarias para
cumplir su función original.
Pero el hiperseleccionismo no es válido. Es una caricatura del punto de vista más sutil de Darwin y no sólo ignora, sino que malinterpreta
la naturaleza de la forma y la función orgánicas. La selección natural puede construir un órgano "para" una función o grupo de funciones específicas.
Pero este "propósito"" no tiene por qué especificar detalladamente las capacidades de tal órgano Los objetos diseñados con un determinado propósito
pueden como resultado de su complejidad estructural, realizar también toda otra serie de tareas, Una fábrica puede instalar una computadora con el
exclusivo propósito de elaborar la nomina mensual, pero una maquina así puede también analizar la estadística de ganancias o pegarle una paliza a
cualquiera (o al menos empatar perpetuamente) en ti juego de tres en raya. Nuestros grandes cerebros pueden haberse onginado '"para" hacerse cargo
de algunas habilidades como la recolección de alimentos, la vida social o lo que sea, pero estas habilidades no agotan los límites de lo que una
máquina tan compleja puede hacer. Afortunadamente, estos límites incluyen, entre otras cosas, la capacidad de escribir desde listas de compras para
todos nosotros a grandes óperas para unos pocos. Y nuestra laringe puede haber surgido '"para'" una gama limitada de sonidos articulados, necesarios
para coordinar la vida social. Pero su diseño físico nos permite hacer con ellas más cosas, desde cantar en la ducha a todos hasta ser la ocasional
diva.
El hiper-seleccionismo ha permanecido con nosotros un largo tiempo bajo diversos disfraces, ya que representa la versión científica de
finales del siglo diecinueve del mito de la armonía natural —todo es lo mejor en el mejor de los mundos posibles (todas las estructuras están bien
diseñadas para un propósito definido, en este caso). Es, de hecho, la visión del estúpido Doctor Pangloss, tan vividamente satirizado por Voltaire en
Candide —el mundo no es necesariamente bueno, pero es el mejor al que podríamos aspirar. Como decía el buen doctor en un pasaje que antecedía a
Wallace en un siglo, pero que captura la esencia de lo que hay de equivocado en su argumentación: "Las cosas no pueden ser más que como son...
Todo está hecho con los mejores propósitos. Nuestras narices fueron hechas para sujetar las garas por lo tanto tenemos gatas. Está claro que las
piernas estaban pensadas para llevar pantalones, y los llevamos". Y tampoco podemos afirmar que el pangiossianismo esté muerto en nuestros días
—no cuando tantos libros de la literatura popular acerca, del comportamiento humano afirman que desarrollamos nuestro gran cerebro "para" cazar y
después buscamos todos nuestros males modernos en las limitaciones al pensamiento y los sentimientos supuestamente impuestos por tal modo de
vida.
Por lo tanto, irónicamente, el hiper-seleccionismo de Wallace llevó nuevamente a la creencia básica del creacionismo, al que pretendía
sustituir —una fe en la "corrección" de las cosas, un lugar definido para cada objeto en un todo integrado. Como injustamente escribía Wallace
acerca de Darwin:
“Aquel cuyas enseñanzas fueron inicialmente estigmatiza-das como degradantes e incluso ateas, al dedicar a los variopintos fenómenos de las cosas vivas
el amoroso, paciente y reverente estudio de quien verdaderamente tiene fe en la belleza y !a armonía y la perfección de la creación, fue capaz de sacar a la luz
innumerables adaptaciones y demostrar que las partes más insignificantes de los mas insignificantes seres vivos tenían una utilidad y un propósito.”
Yo no niego que la naturaleza tiene sus armonías. Pero la estructura tiene también sus capacidades latentes. Construida con un fin puede
realizar otros —y en esta flexibilidad yace tanto el caos como la esperanza de nuestras vidas.
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