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Problemas éticos en el cuidado del anciano. El paciente con enfermedad terminal J. Pérez del Molino y P Abizanda Soler Son muchos los problemas éticos con los que solemos enfrentarnos en la rutina diaria de atención al anciano (tabla 31-1). Sobre algunos de ellos, en especial los que afectan a decisiones sobre medidas de mantenimiento vital (decidir si se realiza o no reanimación cardiopulmonar o si se coloca una sonda nasogástrica), estamos quizás algo más concienciados. Lamentablemen-te, otras situaciones mucho más frecuentes (ingreso en residencias o realización de estudios diagnósticos sin previo consentimiento, etc.) pasan habitualmente inadvertidas para la ética de los profesionales, con enorme prejuicio para el anciano y su calidad de vida. En la tabla 31-2 hemos querido reflejar los principios fundamentales que sientan las bases de la ética biomédica. En este capítulo comentaremos aquellas situaciones que con más frecuencia pueden infringirlos; por ser especialmente vulnerable, pondremos un énfasis especial en el paciente incapacitado. Después revisaremos el concepto de «paciente terminal» y abordaremos frecuentes dilemas éticos que surgen en el cuidado de estos pacientes. CONSENTIMIENTO INFORMADO Parece innegable el derecho de la persona a decidir, previa información, si desea someterse a un proceso diagnóstico o terapéutico concreto, recibir cierto tipo de cuidados o ayudas, o abandonar su domicilio habitual e ingresar en determinadas instituciones (hospitales o residencias). Es el derecho al consentimiento informado y constituye la principal garantía para que se preserve la autonomía del paciente. Existen tres condiciones imprescindibles den-tro del proceso del consentimiento informado, siendo total responsabilidad de los profesionales su correcto cumplimiento: 1. El paciente debe recibir una información clara y exacta sobre el procedimiento o intervención que quiere realizarse, sobre sus beneficios y riesgos y sobre las opciones o alterna-tivas existentes, y ser capaz de comprenderla. 2. Tiene derecho a y debe ser capaz de reflexionar, expresar sus preferencias, consentir o rechazar y escoger entre las opciones que se plantean en función de sus valores y la información aportada. 3. El consentimiento debe obtenerse voluntariamente, sin ningún tipo de coacción, como puede ser la complacencia a otros (médicos, enfermeras o familiares). Tabla 31-1. Principales problemas éticos en el anciano El consentimiento informado: Para procedimientos diagnósticos o terapéuticos En la elección del tipo de cuidado y la selección de ayudas Sobre cambios de domicilio: ingresos en residencias El abuso y el trato desconsiderado en los cuidados La limitación de su participación en las actividades cotidianas y el autocuidado La discriminación en la distribución de servicios y recursos En el paciente con enfermedad terminal o incapacidad muy grave: Información de la verdad Decidir sobre una intervención quirúrgica Reanimación cardiopulmonar Ingreso en unidades de cuidados intensivos Tratamiento de infecciones u otros problemas intercurrentes Nutrición e hidratación Transfusiones Lugar de la muerte Eutanasia Previsión futura de los problemas Sin embargo, este derecho es ignorado con frecuencia en el anciano tanto por parte de los profesionales como por la propia familia, quienes deciden por cuenta propia qué es lo que más le conviene. Por otra parte, si bien es cierto que existen documentos diseñados por institu-ciones para registrar formalmente el consenti-miento informado, con frecuencia no suponen más que un sustituto burocrático de éste, donde el paciente sigue sin estar adecuadamente informado, sin comprender claramente lo que se le propone y sin la oportunidad de escoger de forma voluntaria. El principal obstáculo para que el paciente tenga una participación efectiva es la capacidad para tomar decisiones. Situaciones extremas en as que esta se afecta son las del paciente en coma, la persona afásica o con problemas de comunicación y el enfermo con demencia grave. En el primero de los casos (recordar que en el «síndrome del cautiverio» el paciente puede comunicarse mediante los párpados y los movimientos verticales de los ojos) no suele ser posible la comunicación, por lo que habrá que establecer otras vías para preservar su autonomía (nombrar una persona responsable de las decisiones, etc.). En el segundo supuesto habrá que considerar que el paciente puede mantener sus funciones intelectuales intactas y valorar la posibilidad de comunicarse con él mediante técnicas alternativas . Tabla 31-2. Principios éticos fundamentales (derechos del paciente y deberes de los profesionales) Autonomía El derecho de la persona a controlar su propio destino y a ejercer su voluntad; el deber del profesional a que esto se respete Beneficencia El deber del profesional a hacer el bien (ayuda directa) No maleficencia El deber de evitar el daño o perjuicio (ayuda indirecta) Justicia Derecho de la persona a No discriminación: el deber del profesional a tratar a las personas equitativamente, sin discriminar sobre la base de características irrelevantes Distribución equitativa de recursos: el deber del profesional a distribuir los recursos de forma equitativa, no arbitraria ni caprichosamente Fidelidad El deber del profesional a cumplir con las promesas realizadas De Kane, Ouslander y Abrass, 1989. Los enfermos con demencia constituyen un caso especial. En estos pacientes la capacidad de tomar decisiones no está simplemente presente o ausente de forma global, como es el caso del coma, sino que progresivamente se va alterando y afectando diversas áreas, pudiendo estar parcial o totalmente presente para otras. Todo ello va a depender de la gravedad de la enfermedad, la complejidad de la elección y la importancia de las consecuencias. Inicialmente la persona con una demencia puede mantener su capacidad para tomar todo tipo de decisiones. Más avanzada la enfermedad su capacidad puede encontrarse preservada para decisiones menos complejas, como identificar a una persona de confianza que nos ayude a tomar decisiones. Finalmente, en demencias graves la incapacidad suele ser total puesto que, si bien una persona intensamente confusa puede mostrar dolor, temor, desagrado, etc., expresiones que pueden condicionar nues-tras decisiones y cambiar nuestra actitud sobre el cuidado, por sí solas no pueden considerarse un reflejo de las preferencias o rechazos del paciente ante determinadas intervenciones o una valoración de beneficios/daños. Tiene gran importancia establecer cuándo una persona con demencia deja de tener capacidad para tomar decisiones en las distintas áreas: cuidados de salud, finanzas, sobre sus cuidados personales, bienestar, etc. Esta valoración constituye con frecuencia un problema crítico, pues sólo cuando dicha capacidad está ausente puede sustituirse la opinión del paciente por la de otros. El médico debe asegurarse de que no existen problemas remediables capaces de afectar la capacidad de decisión de la persona, como es una depresión significativa clínicamente (v. cap. 3s). Los pacientes con déficit de memoria pue-den necesitar ayuda para recordar la informa-ción y es posible que esto les permita expresar su opinión. El hablarle despacio y esperar pacientemente su respuesta los puede ayudar. Por último, la aparente falta de colaboración o el adoptar una decisión poco adecuada según nuestra opinión no son por sí solos una evidencia de incapacidad para decidir. Todo esto debe ser tenido en cuenta. No obstante, de forma general se admite que en determinadas circunstancias la actitud paternalista de los profesionales sanitarios hacia el paciente puede estar justificada. Para ello deben cumplirse los siguientes criterios (Meier y Cassel, 1986): si el perjuicio o el beneficio para el paciente excede la pérdida de autonomía derivada de la intervención; si la persona está demasiado enferma para escoger libremente, y si otra persona en circunstancias similares escogería la misma intervención. PROBLEMAS DE LOS ANCIANOS EN LAS RESIDENCIAS. EL CUIDADO DEL ANCIANO DEPENDIENTE Institucionalización Idealmente el viejo debe vivir en su domicilio, donde ha pasado gran parte de su vida, acompañado de sus familiares y amigos, rodeado de un entorno conocido para él, que domina y está lleno de recuerdos. Abandonarlo puede suponer una enorme pérdida en su calidad de vida y que el seguir viviendo pierda sentido. La institucionalización inapropiada es considerada en muchos servicios de geriatría como un fracaso de los cuidados sociales y sanitarios, y como un índice de mala calidad de la asistencia. Si bien en muchas ocasiones supone la única alternativa, con frecuencia no se han agotado antes otras posibilidades. Además, tanto los profesionales como la familia pueden favorecer la institucionalización presionando al anciano en su decisión o no considerando su voluntad al respecto. La decisión se toma con frecuencia en el hospital, con prisas y presiones administrativas. Otro factor que contribuye a la institucionalización es un cuidado inadecuado del anciano debido a una insuficiente valoración o a un tratamiento incorrecto. Así, los servicios de geriatría han demostrado su eficacia para prevenir las institucionalizaciones inapropiadas (v. cap. 7). Por otra parte, una mayor oferta de servicios sociales y sanitarios domiciliarios puede contribuir en gran medida a prevenir lo que constituye una tragedia para muchos de nuestros ancianos. Es, por tanto, imprescindible que todo anciano sea valorado por un equipo interdis-ciplinario compuesto por un geriatra, una enfer-mera, un trabajador social y un fisioterapeuta antes de su ingreso en una residencia. Esta valoración permitirá establecer la necesidad real de institucionalizar al anciano, buscar otras alternativas y considerar la posibilidad de mejorar su situación funcional, mental o socioambiental con miras a prevenir dicho ingreso. Es necesario que el anciano se encuentre bien informado antes de tomar la decisión. Debemos reflexionar con él si la residencia es la mejor alternativa; qué balance existe entre la seguridad que le aporta y la pérdida de privacidad y autonomía; qué otros servicios se le ofrecen y a qué coste, personal o económico y, si dispondrá de un ambiente que preserva su estilo de vida y personalidad, y satisface sus necesidades físicas. Ancianos dependientes en las instituciones Los ancianos que viven en residencias no debieran perder sus derechos como personas por el mero hecho de estar en una institución. Hay que respetar su libertad para expresar sus deseos y escoger sobre sus vidas y cuidados. Ellos deberían ser los primeros en ser consulta-dos sobre los cambios que vayan a producirse. No obstante, son frecuentes las limitaciones e imposiciones establecidas en estas instituciones (p. ej., horario de ir a la cama o de visitas), algunas de ellas por motivos de salud (p. ej., no puede renunciar libremente a una dieta pobre en sal), ante las que el anciano incapacitado se encuentra especialmente indefenso. Por otro lado, la frecuente escasez de personal no permite cubrir todas las necesidades del paciente, instaurándose medidas alternativas que pueden ir en su perjuicio (p. ej., como no es posible acompañarles al retrete o llevarles la cuña, se les coloca pañales de incontinencia). En otras ocasiones los cuidados, en especial en lo que se refiere a la ayuda en las necesidades más básicas, se realizan con sobrepotencia y de forma desconsiderada (p. ej., ¡qué pesado es usted, todo el día orinando!); son frecuentes los comentarios inapropiados delante del paciente olvidando que se trata de un cliente que puede estar pagando por los servicios. También es habitual la sobreprotección por un celo excesivo en el cuidado o por la preocupación de que el anciano presente un aspecto físico o realice las actividades a nuestro agrado (p. ej., no se le deja vestir a su gusto); el resultado final es la pérdida de la independencia y la identidad personal. Otro problema es la falta de vida privada: se les impone durante años un compañero de habitación, pierden su privacidad en el retrete o en el baño, se limitan sus relaciones con personas del otro sexo y se les niega el derecho a mantener una vida sexual en la intimidad (especialmente fuera del matrimonio) (v. cap. 28). Con demasiada frecuencia el personal de la residencia es insensible e intolerante ante estas necesidades. Quizá califiquen al anciano de «viejo verde» ante conductas sexuales normales, digan que es un pesado por quejarse de su compañero, un sucio por no quererse duchar todos los días o por rechazar que una persona de distinto sexo les bañe, o un irresponsable por renunciar a seguir un determinado tipo de dieta que le desagrada en gran medida . Pocas veces se apoya que los propios ancianos organicen sus propias actividades sociales; todas deben pasar bajo nuestra visión censuradora, imponiéndoles actividades lúdicas infantiles que no son de su agrado y que no hacen más que promover su regresión y facilitar su deterioro. La mayoría de las quejas son desatendidas, y el anciano que reivindica sus derechos puede ser calificado de «no grato». Mención aparte merece la frecuente utilización de medidas encaminadas a facilitar el cuidado y que van en detrimento de la persona. Ejemplo de ello es el empleo habitual de medidas físicas de retención (ataduras, etc.) y el uso de fármacos sedantes en personas con trastornos de conducta. En estas situaciones es necesario valorar hasta qué punto se busca el beneficio del paciente y no la comodidad de los profesionales. Deben buscarse alternativas a tales medidas y asegurarse de que estos trastornos no se deben a problemas médicos, psíquicos o ambientales corregibles. Todos estos problemas pueden afectar igualmente a los ancianos que residen en la comunidad con sus familias y a los hospitalizados, siendo posible realizar consideraciones similares. Protección de los derechos de los ancianos en las residencias Tal como dice Ribera (1991), «la indefensión en que viven muchos de estos ancianos, el espíritu de lucro con que se crean muchas de estas residencias y el propio viejismo social (discriminación del anciano sobre la base de su propia edad) convierten al anciano asilado en presa fácil de todo tipo de personas sin escrúpulos y en víctimas propiciatorias de las mafias de la miseria». Por tanto, es necesario proteger sus derechos. Si bien existen algunas guías sobre los cuidados institucionales en nuestro país, éstas no son del todo adecuadas e inciden poco en la calidad de vida del anciano y en la calidad de los cuidados. En 1992 el Royal College of Physicians of London y la British Geriatric Society publicaron un informe en el que se aconsejaban ocho «indicadores clave« de la calidad de los cuidados en materia de salud (tabla 31-3), todo un ejemplo que debería seguirse en nuestro país (v. cap. 15). Lamentablemente, las limitaciones de espacio y los objetivos propios del capítulo no hacen posible que desarrollemos este tema en la medida en que nos gustaría. No obstante, los distintos indicadores se abordan de forma separada en diferentes capítulos de este libro. Tabla 31-3. Indicadores clave de la calidad de los cuidados de salud en residencias Preservar la autonomía Promover la continencia urinaria Promover la continencia fecal Optimizar el uso de fármacos Actuar ante las caídas y los accidentes Prevenir las úlceras por presión Optimizar el ambiente, el equipamiento y las ayudas Papel del médico De Royal Coilege of Physicians y British Geriatrics Society, 1992. UTILIZACION EQUITATIVA DE RECURSOS PARA LA POBLACION ANCIANA. EL SOBREABUSO DE TECNOLOGIA La población anciana se ha visto con bastante frecuencia discriminada a la hora de beneficiarse de determinados servicios o procedimientos basándose exclusivamente en criterios como la edad y resultar excesivamente caros o ser limitados y escasos, y no por la evidencia de razones médicas contrastadas que los desaconsejen. Los criterios que debieran utilizarse son otros, tales como la calidad de vida, su situación funcional previa, la gravedad de la enfermedad, la expectativa de vida del paciente y la posibilidad de mejoría, mis que la simple edad cronológica. Sin embargo, la situación esta cambiando, y determinado tipo de procedimientos limitados en un tiempo a poblaciones más jóvenes son hoy en día empleados habitualmente en el anciano (p. ej., ingresos en unidades coronarias, anticoagula-ción, angioplastias, cirugías de cadera y cardíaca, rehabilitación de ictus, etcétera) . La otra cara de la moneda del problema es el hecho de que el anciano enfermo es más vulnerable al mal uso y sobreutilización de la moderna tecnología, en especial en aquellas personas que no tienen familia o presentan incapacidad para tomar decisiones o influir sobre ellas. Determinados procedimientos diagnósticos o terapéuticos pueden resultar devastadores para algunos pacientes o sus familiares . Las siguientes sugerencias pueden ser útiles en la selección y aplicación de tecnología en el proceso diagnóstico o terapéutico del anciano: a) buscar la intervención más apropiada y beneficiosa para el paciente; b) estimar siempre el balance riesgo-beneficio; c) minimizar los riesgos y las molestias; d) consultar con el paciente o sus cuidadores y respetar su voluntad; e) procurar una mínima ruptura social, y f) considerar que su coste sea apropiado. No quisiéramos dejar de hacer una llamada de atención a los muchos profesionales de la salud que, especialmente en el ámbito hospitalario, consideran que la atención al anciano incapacitado o con enfermedades crónicas carece de interés o es más función de los servicios sociales que de la asistencia sanitaria. Son éstos errores frecuentes, fruto del desconocimiento, y suponen una evidente discriminación del anciano. Por ello es imprescindible la incorporación de la Geriatría a los programas de formación de los distintos profesionales, siendo necesaria la lectura de libros y revistas que permitan conocer las necesidades del anciano y las características de sus cuidados. Esto redundará en un mayor placer en la atención y una mayor calidad de la asistencia a este grupo de población. PACIENTE CON ENFERMEDAD TERMINAL Resulta difícil definir qué es un enfermo terminal. Muchos autores lo han intentado, como Holford (1973), para quien un enfermo terminal es «aquel cuya muerte se sabe segura y en un plazo no muy lejano, y en quien se ha abandonado el esfuerzo médico terapéutico para concentrarse en el alivio de los síntomas y el apoyo al enfermo y sus familiares». La calificación de paciente terminal, aunque ampliamente extendida, posee varios inconvenientes. En primer lugar, la fría y estática palabra «terminal» significa muy poco y asocia un enorme contenido peyorativo, como si fueran enfermos para los que los cuidados se han terminado. Nada más lejos de la realidad. Por otra parte, es la enfermedad la que determina el pronóstico y la incurabilidad, no el paciente, por lo que es preferible utilizar el término «pacientes con enfermedad terminal» en lugar de paciente terminal. Otro problema lo constituye el pronosticar el tiempo del fallecimiento, que puede llegar a ser muy prolongado una vez que se ha detectado la enfermedad. Además, los cuidados que se prestan a los pacientes calificados clásicamente como terminales (en general enfermos con cáncer) pueden ser compartidos también por otros enfermos, los cuales no son estrictamente encuadrables dentro de la definición (tabla 31-4). Por estos motivos preferimos hablar de paciente subsidiario de cuidados paliativos y de apoyo (CPA), por ser precisamente el tipo de cuidados lo que define mejor al paciente. Por CPA entendemos aquellos cuidados en los que, tras una valoración adecuada, las atenciones y decisiones van dirigidas directamente a aliviar los síntomas y problemas del paciente, a su bienestar físico y psicológico, «sin pretender» curar o mejorar la enfermedad de base y «sin empeñarse» en prolongar inútilmente una vida llena de sufrimientos. El objetivo del trabajo es el paciente mismo, no la enfermedad. Tabla 31-4. Procesos subsidiarios de cuidados paliativos y de apoyo Neoplasias sin tratamiento curativo y que van a provocar la muerte irremisiblemente en un plazo breve de tiempo a pesar de todo esfuerzo médico Enfermedades en estadio de absoluta dependencia funcional por incapacidad física y mental extremas* Comas vegetativos irreversibles Demencias en estadio avanzado Enfermedades degenerativas neurológicas en fase muy avanzada (p. e¡., enfermedad de Parkinson, esclerosis lateral amiotrófica) Ictus con gran incapacidad residual Enfermedad cardiorrespiratoria incapacitante e incurable, con síntomas permanentes intolerables y no aliviables por los procedimientos habituales Por extensión incluimos también moribundo (ciertas peculiaridades) al paciente * Condiciones: incapacidad total para sentir placer con experiencias sencillas y para comunicarse e interaccionar con familiares o cuidadores. El reconocimiento de que en estos pacientes los síntomas son la enfermedad requiere un importante ajuste psicológico tanto para el profesional como para el enfermo, pero ayuda a romper con el síndrome del «no hay nada que hacer» o con la continuación de un tratamiento ineficaz. Esta decisión implica una gran dosis de honestidad y una comunicación abierta entre el profesional, el paciente y la familia. OTRAS CATEGORIAS DE PACIENTES Los cuidados mixtos, curativos paliativos adquieren especial importancia en enfermedades de larga evolución (tabla 31-5), en las cuales no podemos suspender el tratamiento fisiopatoló-gico de la enfermedad, pues provocaríamos mayor malestar, pero tampoco podemos aportar otras soluciones curativas que hagan remitir los síntomas por completo. Es en este contexto donde toma sentido otra categorización del enfermo, la de paciente no susceptible de medidas agresivas (reanimación cardiopulmo-nar, ingreso en una UCI, cirugía de alto riesgo, etc.), al ser imposible conseguir con estas técnicas mejorar la calidad de vida del paciente. Su utilización puede suponer el empeoramiento del bienestar previo, someterle a sufrimientos extremos en sus últimos momentos y desaprove-char los pocos recursos existentes. PROBLEMAS ÉTICOS EN EL PACIENTE CON ENFERMEDAD TERMINAL Información de la verdad Es un aspecto polémico, en especial en lo que concierne al paciente con cáncer. Depende en gran medida del ambiente en que se encuentre el paciente. En ambientes restrictivos como el medio familiar, el hospital o las residencias la norma es no hablar sobre la cuestión. En ambientes más permisivos como los hospicios se hace con más frecuencia. También depende de la actitud del individuo. En nuestro medio es más frecuente la actitud de ocultar la información sobre el tipo de enfermedad y su pronóstico tanto por parte de los familiares como por los mismos profesionales, lo cual es especialmente cierto en el anciano. Esto resulta irónico, pues los viejos están cercanos de por sí del final de su ciclo vital y saben que la muerte es inevitable. Además, la mayoría de los enfermos saben o sospechan la verdad sobre su enfermedad. Consecuencias de la desinformación pueden ser las frecuentes falsas expectativas que tienen los pacientes y la ansiedad que en ellos provoca el observar su deterioro y que los problemas no se resuelven; en estas situaciones se crean importantes barreras a la comunicación, y el paciente puede quedar en una situación de aislamiento cuando más necesario es el apoyo emocional. Por otra parte, no se proporciona al paciente la posibilidad de comentar sus dudas, resolver sus asuntos financieros, despedirse de sus seres queridos, planificar su residencia futura, decidir sobre qué tipo de cuidados desea al final de la enfermedad y nombrar a un responsable en la familia. Supone negarle su derecho a saber la verdad y a decidir por sí mismo. Tabla 31-5. Pacientes no susceptibles de medidas agresivas»* Patología cardiorrespiratoria (EPOC, insuficiencia cardíaca) con síntomas importantes a pesar de administrar polifarmacia en dosis máximas Insuficiencia renal crónica terminal que no sea susceptible de entrar en un programa de diálisis o de trasplante renal Enfermedad hepática crónica en la que no está indicado el trasplante y en la que con tratamiento médico en dosis máximas no se controlan los síntomas (ascitis, hemorragia digestiva, encefalopatia hepática, etc.) o presenta continuas descompensaciones Neoplasias de larga evolución, con o sin tratamiento específico, sobre las que el tratamiento sólo puede enlentecer el tiempo de evolución sin conseguir la curación (como el carcinoma de próstata en estadios avanzados, el mieloma, el cáncer de mama y de vejiga en fases avanzadas, etc.) Ictus que provoca incapacidad grave sin producir demencia vascular Demencias, enfermedad de Parkinson y otras entidades degenerativas neurológicas en fases avanzadas de evolución * Reanimación cardiopulmonar ingreso en una UCI, cirugía de alto riesgo, etc.. Nota. En todos los casos es requisito la alta dependencia en el autocuidado y una calidad de vida estimada por el propio paciente y los familiares como mala. En último término, la toma de decisiones dependerá de éstos. EPOC = enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Varios estudios en países de nuestro entorno muestran que el 80 % de los pacientes desean conocer siempre la naturaleza de su enfermedad y al menos dos tercios quieren conocer la verdad absoluta de su pronóstico, lo cual puede contrastar con la opinión y práctica de sus médicos. Probablemente sea mas conveniente que el paciente sepa la verdad, y ésa es nuestra forma de enfocar el problema. Sin embargo, es cierto que la verdad puede provocar angustia y depresión en el paciente, por lo que es recomendable realizar siempre una valoración individual de cada caso . Cuando se decide comunicar el fatal pronós-tico, es generalmente el médico quien debe proporcionar la información, habiéndose de seguir los siguientes consejos: 1. Hablar con sencillez. 2. Informarse de lo que piensa el paciente y la familia antes de la discusión. 3. No «soltar» todas las malas noticias de golpe. 4. Dar una oportunidad para las preguntas. 5. Nunca hablar de un número exacto de días o meses de vida; es mejor hablar de un intervalo de tiempo. 6. No destruir la esperanza. Recuérdese que, si bien al principio el paciente puede mantener distintos tipos de esperanza (que pueda remitir la enfermedad, ver casarse a un nieto, morir en su casa, ver a una hermana que viene de lejos, etc.), al final sus aspiraciones cambian y lo que espera es una muerte tranquila y en compañía. 7. Es fundamental transmitir siempre al paciente la confianza de que va a estar atendido y cuidado, de que no le va a abandonar, siendo especialmente importante en este punto asegurar el apoyo de la familia. 8. Tratar con amabilidad y paciencia al paciente que niega su enfermedad y su pronóstico. Puede constituir un mecanismo para mantener su seguridad. Suspensión de los procedimientos agresivos La decisión de suspender el tratamiento activo es un término con una perspectiva excesivamente médica y que con frecuencia ha denotado erróneamente «ausencia de tratamiento», olvidando los aspectos de enfermería del cuidado. En este contexto ausencia de tratamiento implica suspender todos los procedimientos médicos y quirúrgicos inútiles y crueles (los que causan sufrimiento y no benefician al paciente) encaminados a prolongar la vida, pero no excluyen el tratamiento de los síntomas o las actuaciones de enfermería que ayuden a conseguir el máximo bienestar posible del paciente. Parece que la mayoría de los ancianos (52 % según una encuesta) no están de acuerdo en prolongar artificialmente la vida a pacientes que van a morir sin remedio. También la familia está generalmente de acuerdo con la decisión de tomar medidas menos agresivas cuando se les consulta; así, se ha observado que en el caso de un paciente incapaz de opinar (p. ej., con demencia grave), la consulta a un familiar se asocia de manera significativa con un menor número de cuidados agresivos (Wray, 1988). Por último, también los profesionales de la salud suelen preferir los cuidados paliativos para estos pacientes. Un estudio orientado a conocer la opinión informada de una muestra grande de médicos implicados en el cuidado de ancianos mostró que la mayoría (61 %) preferían el nivel menos agresivo de cuidados para pacientes con demencia muy grave y pocos preferían el nivel mayor de agresividad. Los cuidados menos agresivos fueron preferidos por los profesionales que discuten los cuidados con sus pacientes o los familiares de éstos (Luchins, 1993). Pese a todo esto, los médicos de los hospitales de agudos deciden generalmente asumir actitudes más agresivas. Este hecho tiene varias interpretaciones: temor legal, deber moral o profesional a aportar los cuidados para todos los problemas reversibles, poco entrenamiento en cuidados paliativos, mentalidad agresiva respecto al tratamiento y falta de familiarización con la valoración de la calidad de vida. fluidos es contrarrestado por el sufrimiento añadido que supone prolongar la fase terminal de la enfermedad. Por tanto, debemos considerar que es ético en los pacientes moribundos o con gran deterioro en la calidad de vida la suspensión de la hidratación y nutrición artificial cuando lo que buscamos es el bienestar del paciente. Aunque suelen existir dudas y problemas a la hora de tomar esta decisión, parecen claros los siguientes puntos: 1. El paciente debe ingerir alimento y agua el mayor tiempo posible que pueda de forma segura. 2. Métodos artificiales de nutrición para pacientes que ya no pueden deglutir o beber son a veces útiles, deseables o ambas cosas. Sin embargo, las sondas nasogástricas y otros métodos no deben ser utilizados rutinariamente sin una valoración adecuada. Si se consideran indicados (p. ej., disfagia o aspiración crónica), la técnica escogida no ha de prolongar o aumentar las restricciones. No deben colocarse forzosamente. 3. Los pacientes moribundos no experimentan habitualmente molestias debido a la deshidratación y a la insuficiente nutrición. El mantenimiento de niveles de hidratación normales puede favorecer el desarrollo de edema pulmonar y dificultad respiratoria a causa de secreciones excesivas . 4. La decisión debe depender de cada paciente y de sus circunstancias especiales. El paciente puede tener un evento especial, como es una boda, y estar motivado para sufrir las molestias de la hidratación intravenosa con el fin de sobrevivir hasta este evento. Alimentación e hidratación artificiales La decisión de alimentar o hidratar artificialmente al enfermo o no hacerlo supone con mucha frecuencia un dilema ético para el profesional que asiste al paciente con enfermedad terminal. La decisión final es a menudo la de mantener la hidratación utilizando vías periféricas o sondas. Una razón para ello suele ser reducir la ansiedad de los propios profesionales o de la familia ante el temor de que el enfermo sufra a causa de la sed. Si bien una sed intensa puede ser enormemente agobiante en personas conscientes, es probable que en pacientes con disminución del nivel de conciencia esté reducida su percepción. Por otra parte, se ha descrito que la deshidratación parece producir un efecto anestésico natural que permite, a menudo, reducir la medicación para el dolor y hace que el paciente se encuentre más cómodo. Por último, el posible beneficio del alivio de la sed conseguido con la administración de Suspensión de la antibioterapia Constituye otro dilema habitual. Se ha comprobado que con gran frecuencia los médicos mantienen la antibioterapia en pacientes con demencia grave, pese a que podrían adoptar actitudes diferentes con respecto a familiares suyos. Además, la decisión de administrar antibioterapia no suele consultarse con los familiares en este tipo de pacientes (Wray, 1988). En todo caso, antes de plantearse la antibioterapia hay que tener claro que los síntomas sean debidos a o agravados por una infección fácilmente tratable y no sean su causa la propia enfermedad u otras complicaciones, y asegurarse de que el tratamiento no es más molesto que los mismos síntomas. Orden de no reanimar A pesar de que suele haber menos problemas en este sentido, no es raro encontrar a la cabecera de la cama del paciente a un equipo de reanimación discutiendo sobre lo adecuado o no de la indicación. Debido a la urgencia de la situación, en muchos casos se reanima a pacientes considerados irrecuperables sin una reflexión individual sobre lo adecuado de esta acción o sin una información sobre la voluntad del enfermo o sus familiares. Tampoco es raro ver cómo son remitidos pacientes moribundos al servicio de urgencias de un hospital por el mero hecho de presentar esta situación, sin que necesiten un cuidado especial más allá del apoyo espiritual y el cariño de la familia. Ambas situaciones evidencian un tratamiento inadecuado y una medicalización de la muerte. Para evitar esto, puesto que en la mayoría de los casos no hay tiempo de hacer una reflexión individual, es recomendable la existencia de órdenes escritas (especialmente en instituciones) para aquellos pacientes que no son considerados susceptibles de reanimación cardiopulmonar o traslado urgente al hospital, o bien que la actitud que hay que seguir haya sido comentada previamente con los familiares . Transfusiones sanguíneas La anemia por trastornos crónicos es habitual en la fase final de un cáncer avanzado. Los síntomas son especialmente significativos, con hemoglobinas inferiores a 8 g/dl, e incluyen astenia, palpitaciones, mareo, somnolencia, confusión mental, palidez, angina, disnea, etc. La decisión sobre si transfundir o no puede ser difícil debido a los siguientes motivos: 1. Muchos de los síntomas pueden deberse a la enfermedad de base. 2. Transfusiones previas pueden haber tenido más bien un efecto placebo que otra cosa. 3. Puede prolongarse inútilmente una vida llena de sufrimiento. Eutanasia Esta palabra, derivada del griego, significa literalmente «buena muerte». Constituye una cuestión polémica, con posturas enfrentadas que comprenden desde los que opinan que es una atención médica correcta hasta los que afirman que se trata de un asunto criminal. Desde un punto de vista legal, según el artículo 409 del código penal, la eutanasia se equipara a la inducción al suicidio, con penas de 6 a 12 años de cárcel que pueden ampliarse a 20 en caso de ayuda activa. Se han establecido dos tipos de eutanasia. Como eutanasia activa se entiende un acto deliberado dirigido expresamente a facilitar o determinar la muerte del enfermo. La eutanasia pasiva se refiere a la práctica de que el profesional sanitario permita a su paciente morir confortable y dignamente, aunque ello sea a costa de ocasionarle involuntariamente la muerte (no hay una intención directa). Representa más una omisión que una acción e incluye tanto la renuncia a utilizar medidas llamadas extraordinarias para el mantenimiento de la vida como el uso de fármacos destinados a mejorar algún síntoma y que pueden originar secundariamente la muerte. Los casos de eutanasia pasiva, una práctica bastante habitual, rara vez se consideran de tipo criminal. Diferente es la eutanasia activa, considerada en la mayoría de los países un acto criminal equiparable al homicidio. Lejos de dar una opinión personal sobre un problema tan polémico, valdría la pena que reflexionáramos de nuevo sobre el objetivo último de la medicina: el bienestar de la persona. Desde un punto de vista práctico, nosotros consideramos que aquellos casos en los que el paciente desea la muerte y solicita procedimientos que la faciliten deben ser considerados como un fracaso terapéutico, debiéndose analizar todos los problemas del enfermo que provocan su sufrimiento e intentar el solucionarlos. Diferentes son aquellas situaciones en las que familiares de pacientes en estado vegetativo y sin riesgo de muerte inminente (p. ej., comas) solicitan anticipar su muerte para evitar su sufrimiento. Dada la situación actual de la legislación, la única solución radica en poner el caso en manos de la autoridad legal. Lugar de la muerte Idealmente los cuidados paliativos deben ser prestados en el domicilio del paciente, pero en determinados casos como en pacientes con síntomas de difícil control o con una insuficiente red informal de cuidadores, o temporalmente por sobrecarga o estrés de éstos, pueden ser prestados en instituciones. Son diversos los motivos que convierten al domicilio del paciente en el lugar ideal para estos cuidados: 1. Es la localización preferida por los pacientes . 2. La persona fallece rodeada de las personas queridas y en el entorno en el que ha vivido. 3. Debido a la presión asistencial existente, los cuidados prestados al moribundo son frecuentemente inadecuados o insuficientes en los hospitales, siendo poco el tiempo dedicado a la comunicación. 4. Menor riesgo de agresión. Los hospitales de agudos son ambientes inapropiados para la realización de muchos tipos de reflexiones. La decisión sobre si se debe tratar o no es más fácil tomarla en el domicilio . 5. Las camas hospitalarias suelen ser necesarias para enfermos que precisan un tratamiento activo. Los cuidados domiciliarios para pacientes ancianos con enfermedad terminal, en particular con cáncer o enfermedades crónicas respirato-rias, cardiovasculares y neurológicas, tienen sentido tanto desde un punto de vista humano como económico (menos coste que la hospi-talización) o de aprovechamiento de recursos. A pesar de esto, en los últimos 40 años se ha producido un fenómeno de «institucionaliza-ción» de la muerte, y la mayoría de los falle-cimientos se producen actualmente en los hos-pitales. Así, en España, según estimaciones - de Sanz Ortiz, el 80 % de todos los fallecimientos tiene lugar en un hospital. Asumiendo que el domicilio del paciente es el lugar idóneo para atender y cuidar a la persona durante el proceso de la muerte, esto no significa en absoluto que la familia deba soportar todo el peso del cuidado del anciano. El hospital, los equipos de atención primaria, los servicios sociales y, en caso de existir, las unidades de cuidados paliativos deben estar en permanente contacto para ofrecer apoyo y ayudar a solucionar los problemas que se vayan planteando. En la tabla 31-6 se especifican las condiciones que se precisan para un desarrollo óptimo de los CPA domiciliarios. No obstante, no deben existir esquemas rígidos, y la actitud más razonable es la de valoración individual de cada caso buscando el nivel de cuidados más apropiado de acuerdo con los recursos existentes. Como regla general, hay que valorar la necesidad del anciano de estar en su domicilio y con sus seres queridos. La hospitalización le puede ocasionar sentimientos de abandono y soledad. Debe considerarse la dedicación que pueden prestar los cuidadores, los medios de que disponen y la adaptabilidad del domicilio a los cuidados requeridos, sopesando la necesidad de ingresos hospitalarios cada cierto tiempo para darles descanso o para controlar determinados síntomas . Tabla 31-6. Condiciones para el desarrollo óptimo de los cuidados domiciliarios Servicios comunitarios adecuados: sociales y sanitarios Asistencia continuada (todos los días durante las 24 horas) y con un horario de atención flexible. Visita programada Equipo multidisciplinario coordinado Soporte por especialistas que conozcan las dificultades de la medicina domiciliaria, disponibles día y noche (teléfono 24 h) Buen apoyo institucional (hospicios, hospitales de agudos para ingresos temporales). Buena comunicación hospital-comunidad Provisión de medicamentos (p. ej., morfina) sin interferencias Cambios en las actitudes públicas (familia) PREVISION DE LOS PROBLEMAS FUTUROS Una forma de abordar el problema de la incapacidad para tomar decisiones por el yaciente es estimular que se establezcan instrucciones por adelantado. Discusión de los problemas con la familia En virtud del punto 6, apartado b, del artículo 10 de la Ley General de Sanidad, son los familiares o personas allegadas quienes ejercen el derecho de tomar decisiones por el paciente cuando éste es incompetente. Puesto que esta situación suele ser la habitual, es deseable que en circunstancias ideales el paciente comente con ellos anticipadamente Su visión de los cuidados pese a la angustia que esto pueda suponer. Dilemas como el ingreso en residencias o la utilización de medios de mantenimiento vital en situaciones terminales deberían ser discutidos en las fases iniciales de la enfermedad sin esperar al último minuto. De esta manera, los familiares pueden reflejar en el futuro el deseo del paciente y sus preferencias con respecto al tratamiento. También es importante que las decisiones o deseos sobre cuidados de salud sean comunica-dos al médico y la enfermera del paciente. Testamento vital Consiste en un documento escrito donde el paciente expresa tan detalladamente como sea posible, ante la presencia de testigos, qué actitud debe ser tomada en determinadas circunstancias. En él puede reflejar sus deseos sobre cómo y dónde desea ser tratado cuando no tenga capacidad para tomar decisiones sobre la salud o sea incapaz de expresarlas. Su contenido puede diferir según el lugar de residencia del paciente. Debe evitarse su realización bajo situaciones de estrés o desajuste (p. ej., coincidiendo con el ingreso en una residencia). No obstante, puede ser revocado o cambiado por la ley si supone un abuso. En el testamento vital se abordan cuestiones como si desea o no verse sometido a intervenciones que prolonguen su vida (órdenes de reanimación, nutrición parenteral, etc.), el deseo de que se le administren drogas para aliviar el sufrimiento aunque adelanten el momento de la muerte, etc., ante una situación en la que no existan expectativas razonables de recuperación y el tratamiento curativo no esté indicado durante más tiempo (fig. 31-1). Para algunos autores, el testamento vital puede presentar el inconveniente de su poca aplicabilidad en muchas situaciones. También son criticados por ser demasiado vagos. Por otra parte, pocas personas se encuentran preparadas para establecer qué acciones desearían ante una determinada lista de circunstancias y muchas veces es difícil saber cuál va a ser el deseo futuro. Establecimiento de un poder ante notario Es una alternativa más flexible y se prefiere con frecuencia al testamento vital. Mientras el paciente mantiene aún la capacidad para tomar y comunicar sus decisiones, puede realizar voluntariamente un poder notarial duradero en el que nombre a una persona que actuará como tutor y sea responsable de las decisiones futuras, bien sobre áreas específicas (problemas de salud, ubicación, etc.) o en general, y que empezará a tener validez en el momento en que el paciente deje de ser competente. El paciente ha de tener derecho a revocar este documento en cualquier momento (fig. 31-1). A mi familia, doctores y todos aquellos con responsabilidad en mi cuidado: Yo, ......................... (nombre y apellidos), manteniendo lucida mi mente, hago esta declaración para que sirva como directiva a seguir si por cualquier razón me vuelvo incapaz para tomar decisiones sobre mis cuidados médicos. Yo ordeno que se eviten o suspendan aquellos procedimientos de mantenimiento vital si tengo una enfermedad o lesión, o experimento un deterioro mental extremo semejante, para los que no existan expectativas razonables de recuperación o de recobrar una calidad de vida digna. Estos procedimientos de mantenimiento vital que pueden ser evitados o suspendidos incluyen: cirugía, antibióticos, reanimación cardiorrespiratoria, soporte respiratorio, administración artificial de líquidos y comida, pero no se limitan sólo a ellos. Además, ordeno que el tratamiento se limite sólo a medidas dirigidas a mi bienestar, a pesar de que con ello se acorte mi vida. Ruego que sigan también las siguientes instrucciones (pueden indicarse otras preferencias sobre los cuidados): ...................................................................... Estas órdenes expresan mi derecho legal a rehusar un tratamiento. Además, espero que mi familia, médicos y todas aquellas personas responsables de mi cuidado consideren cómo pueden actuar legal y moralmente de acuerdo con mis deseos, y hagan todo lo posible para seguir mis órdenes. Fecha: Firma: CLAUSULA DE DESIGNACION DE UN TUTOR Si lo desea, puede rellenar esta sección para designar a alguien que tome la decisiones sobre su tratamiento si usted es incapaz de hacerlo. Su declaración de testamento vital será efectiva si usted no ha designado un tutor Yo autorizo a la siguiente persona a implementar mi declaración de testamento vital para aceptar, rechazar y/o tomar decisiones sobre mi tratamiento y hospitalización: Si la persona que yo he nombrado aquí es incapaz de actuar en mi nombre, yo autorizo a las siguientes personas para hacerlo: Nombre: Dirección: He discutido mis deseos con estas personas y confío en su decisión sobre mí: Fecha: Firma: Fig. 31-1. Testamento vital. (De Kaye, 1988.) Pérez del Molino J, Abizanda Soler P, Síndromes y cuidados en el paciente geriátrico, Ed. Masson, Barcelona 1994