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INTRODUCCIÓN A LA MACROECONOMÍA
Rudiger Dornbusch y Stanley Fischer, 1991
La macroeconomía se ocupa del comportamiento de la economía como un todo:
de las expansiones y las recesiones, de la producción total de bienes y servicios de la
economía y su crecimiento, de las tasas de inflación y desempleo, de la balanza de
pagos y los tipos de cambio. Trata del crecimiento de la producción y del empleo
durante períodos largos de tiempo; es decir, del crecimiento económico y de las
fluctuaciones a corto plazo que constituyen los ciclos económicos.
La macroeconomía analiza el comportamiento global de la economía y las
políticas económicas que influyen en el consumo y la inversión, la moneda del país y la
balanza de pagos, los determinantes de las variaciones de los salarios y los precios, las
políticas monetaria y fiscal, la cantidad de dinero, el presupuesto del sector público, los
tipos de interés y la deuda publica. En resumen, trata de los temas y de los problemas
económicos más importantes de la actualidad.
La macroeconomía es interesante porque trata de temas importantes. Pero
además es fascinante y desafiante, porque reduce los complicados detalles de la
economía a cuestiones esenciales que resultan manejables. Estas cuestiones esenciales
residen en las interacciones de los mercados de bienes, de trabajo y de activos de la
economía y en las interacciones de las diferentes economías nacionales que tienen
relaciones comerciales entre sí.
Al tratar las cuestiones esenciales, tenemos que dejar de lado los detalles del
comportamiento de las unidades económicas individuales, tales como las economías
domésticas y las empresas, o la determinación de los precios en mercados concretos.
Estos son los temas de que se ocupa la microeconomía. En la macroeconomía
analizamos el mercado de bienes como un todo, considerando todos los mercados de
los diferentes bienes -como los de productos agrícolas y de servicios médicos- como un
mercado único. De forma similar, consideramos el mercado de trabajo como un todo,
haciendo abstracción de las diferencias existentes, por ejemplo, entre los mercados de
científicos y de trabajadores inmigrantes. También consideramos el mercado de activos
como único, haciendo abstracción de las diferencias entre el mercado de acciones de
IBM y el de cuadros de Rembrandt. El coste de la abstracción es que, a veces, los
detalles omitidos son importantes. Su ventaja es que aumenta la comprensión de las
interacciones fundamentales de los mercados de bienes, de trabajo y de activos. El
ignorar los detalles de los miles de mercados individuales nos permite centrar nuestra
atención con más claridad en estos mercados fundamentales.
A pesar del contraste entre la macroeconomía y la microeconomía no hay ningún
conflicto básico entre ellas. Después de todo, la economía como agregado no es otra
cosa que la suma de sus submercados. La diferencia, por tanto, entre la
microeconomía y la macroeconomía es básicamente una diferencia de énfasis y de
exposición. Al estudiar determinación de los precios en una única industria, es
conveniente para los microeconomistas suponer que los precios de las demás
industrias están dados. En macroeconomía donde estudiamos el nivel de precios,
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generalmente tiene sentido ignorar que hay variaciones de los precios relativos de los
bienes producidos por las diferentes industrias. En microeconomía es conveniente
suponer que la renta total del conjunto de los consumidores está dada y preguntarse
sobre la forma en que éstos distribuyen el gasto de dicha renta entre los distintos
bienes. En macroeconomía por el contrario, el nivel agregado de la renta o del gasto es
una de las variables fundamentales que hay que estudiar.
Todos los grandes macroeconomistas han mostrado siempre un interés especial
por las aplicaciones de la teoría macroeconómica a la política económica. Esto ha sido
cierto en el caso de John Maynard Keynes y lo sigue siendo en el de las figuras
modernas norteamericanas en este campo, especialmente en los pertenecientes a la
generación de mayor edad, ganadores de premios Nobel, como Milton Friedman, de la
Universidad de Chicago y de la Institución Hoover, Franco Modigliani y Robert Solow,
del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y James Tobin, de la Universidad de Yale.
Pero incluso los pertenecientes a la generación más joven, tales como Robert Barro y
Martin Feldstein, de la Universidad de Harvard; Robert Lucas, de la Universidad de
Chicago, y Robert Hall, Thomas Sargent y John Taylor, de la Universidad de Stanford,
a pesar de ser más escépticos —y, en algunos casos, totalmente escépticos- respecto
al acierto de las políticas gubernamentales activas, analizan los temas de política
económica. Las cuestiones fundamentales son: ¿puede y debe el gobierno intervenir en
la economía para mejorar su evolución?
Indudablemente, los avances de la teoría macroeconómica están estrechamente
ligados a los problemas económicos del momento. La economía keynesiana se
desarrolló durante la gran depresión de los años treinta y proporcionó la salida a tales
depresiones. El monetarismo se desarrolló durante los años sesenta, prometiendo una
forma de solucionar el problema de la inflación. La teoría económica del lado de la
oferta o teoría económica de la oferta se puso de moda en los primeros anos de la
década de los 80, al prometer una solución fácil a la confusión económica del
momento, mediante una reducción de los impuestos. Pero la teoría económica de la
oferta prometió más de la cuenta y esa solución fácil no llegó. Hoy en día, una escuela
de pensamiento influyente, dirigida por Robert Lucas, pone en cuestión la eficacia de la
política económica. Aún así, el ámbito y los límites de ésta siguen estando en el centro
del debate. Además de esta discusión sobre la eficacia de la política económica, en los
años ochenta se ha producido un renovado interés de los macroeconomistas por el
crecimiento económico. Las cuestiones básicas en este caso son ¿qué factores ayudan
a explicar el incremento del nivel de vida de un país a lo largo del tiempo y qué papel
pueden desempeñar las políticas económicas para acelerar el progreso económico?
Puesto que la macroeconomía se halla estrechamente ligada a los problemas
económicos de la actualidad, no proporciona grandes satisfacciones a aquellos cuyo
interés primordial es teórico. La necesidad de llegar a un compromiso entre la
cobertura de la teoría y su manejabilidad hace que inevitablemente la teoría
macroeconómica adolezca de cierta ambigüedad en sus fronteras. Y el énfasis de la
macroeconomía se debe poner en la manejabilidad de la teoría y en sus aplicaciones.
Este artículo utiliza la macroeconomía para explicar los acontecimientos económicos
ocurridos desde la Gran Depresión hasta los años ochenta. También nos referimos
continuamente a los acontecimientos del mundo real para aclarar el significado y la
relevancia del aparato teórico.
Las polémicas y la agenda de investigación
En la agenda de temas a investigar en macroeconomía hay tres que son
fundamentales. El primero es cómo explicar los períodos de desempleo elevado y
persistente. Por ejemplo en los años treinta, el desempleo se mantuvo por encima
del 20 % durante varios años y en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial
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también se alcanzaron tasas elevadas en varias ocasiones. En los Estados Unidos se
llegó al 10,6 % en 1982 y, desde ese año hasta 1984, la tasa de paro tuvo un valor
medio del 9 %, mientras que en los primeros meses de 1989 disminuyó hasta el 5
%. Varios países europeos, incluidos Francia y el Reino Unido, sufrieron tasas de
desempleo de dos dígitos durante gran parte de los años ochenta.
La investigación macroeconómica considera el desempleo persistente como una
cuestión fundamental. Existen múltiples teorías que explican por qué puede producirse
esa situación y en este artículo vamos a desarrollar las más importantes. También se
investiga la cuestión de qué es lo que debe hacerse ante el desempleo. Algunos
economistas piensan que puede hacerse muy poco: que el gobierno debe crear
programas adecuados de subsidios de desempleo y no intentar llevar a cabo ninguna
otra política —por ejemplo, los impuestos— para disminuirlo. Este punto de vista, que
puede parecer sorprendente para alguien que se inicia en la ciencia económica (e
incluso para alguien que ha dedicado toda su vida a ella) es defendido, por ejemplo,
por Robert Lucas, uno de los economistas más destacados. Otros consideran que el
gobierno debe realizar una política fiscal activa cuando el desempleo es elevado, por
ejemplo, disminuyendo los impuestos y/o elevando el gasto público.
Un segundo tema fundamental para la investigación es la explicación de la
inflación: ¿por qué aumentaron los precios en los Estados Unidos en más de un 10 %
en 1979 y 1980, y en menos de un 2 % en 1986? Y ¿qué es lo que provoca las
hiperinflaciones, en las que los precios aumentan en más del 1.000 % por año, como
por ejemplo, la inflación de más del 11.000 % que tuvo lugar en Bolivia en 1985? Lo
que se plantea la política económica en estos casos es cómo mantener la inflación en
niveles bajos; y, si es elevada, cómo reducirla sin que crezca el desempleo.
El tercer tema fundamental de investigación es: ¿cuáles son los determinantes de
la tasa de crecimiento de la producción? ¿Por qué la producción per capita de los
Estados Unidos ha crecido más o menos sostenidamente a una tasa anual del 1,7%,
duplicándose cada 40 años? ¿Y por qué la producción ha crecido más rápidamente en
Japón que en los Estados Unidos en el último siglo? ¿Seguirá creciendo la economía
japonesa más rápidamente que la norteamericana cuando la renta per capita alcance
el nivel de los Estados Unidos, como ya ha ocurrido en algunos aspectos?
Las cuestiones sobre si el gobierno puede y debe hacer algo por el desempleo y
qué es lo mejor que puede hacer, han constituido el centro de las investigación
macroeconómica durante mucho tiempo. Estas cuestiones siguen dividiendo a la
profesión y cada generación desarrolla su propio debate, reinterpretando sucesos del
pasado, tales como la Gran Depresión y otros más recientes. Asimismo, los puntos de
vista que los economistas mantienen sobre la inflación son muy diferentes. Algunos
creen que la inflación puede ser controlada manteniendo una baja tasa de crecimiento
del dinero y que la forma de acabar con una inflación acelerada es deteniendo el rápido
crecimiento monetario que siempre la acompaña; otros consideran que las relaciones
entre el dinero y la inflación son, todo lo más, imprecisas y que la simple reducción del
crecimiento del dinero en una economía con una inflación muy elevada provocará,
además, una recesión que podría evitarse con políticas más inteligentes. Respecto a
las causas del crecimiento, también quedan muchas cuestiones sin resolver, pero las
discrepancias son menores
Aquí vamos a hacer una breve presentación de las principales escuelas de
pensamiento. Al hacerlo, debemos tener en cuenta que, aunque el desempleo, la
inflación y el crecimiento son cuestiones centrales en la macroeconomía existen
muchos otros temas de investigación, algunos importantes y otros menos. Entre los
importantes está la dimensión internacional de la macroeconomía a medida que la
economía mundial se integra cada vez más, de modo que una caída de las cotizaciones
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en la bolsa de Nueva York se extiende inmediatamente a Londres, Tokio, Frankfurt,
Sidney, Hong Kong, México D.F. y cualquier otro mercado de valores. Entre los temas
aparentemente menos importantes está el de por que los salarios son reacios a
variar», por qué cambian con lentitud, en lugar de rápidamente, como lo hace el precio
del pescado. Pero incluso la respuestas a estas cuestiones aparentemente poco
importantes pueden ayudar a comprender cómo surge el desempleo.
Las escuelas de pensamiento
Desde hace bastante tiempo existen dos tradiciones intelectuales en
macroeconomía. Una es la del pensamiento que cree que los mercados funcionan
mejor si no se interviene en ellos; la otra cree que la intervención del gobierno puede
mejorar notablemente el funcionamiento de la economía.
La nueva escuela clásica
La nueva macroeconomía clásica, que se desarrolló en los años setenta, sigue
manteniendo su influencia en la macroeconomía de los años ochenta. Esta escuela
macroeconómica, que cuenta entre sus líderes con Robert Lucas, Thomas Sargent,
Robert Barro, Edward Prescott y Neil Wallace, de la Universidad de Minnesota,
comparte con Friedman muchos puntos de vista sobre la política económica. Concibe el
mundo como un lugar donde los individuos actúan racionalmente buscando su propio
interés en mercados que se ajustan rápidamente a condiciones cambiantes. Y sostiene
que la intervención del gobierno sólo consigue empeorar las cosas. Este modelo
constituye un reto para la macroeconomía tradicional, que cree que la intervención del
gobierno juega un papel útil en una economía dominada por ajustes lentos, con
rigideces, falta de información y hábitos sociales que impiden el rápido equilibrio de los
mercados.
Las principales hipótesis de trabajo de la nueva escuela clásica son tres:
1) Los agentes económicos maximizan. Las familias y las empresas toman
decisiones óptimas. Esto significa que utilizan toda la información disponible para
tomar sus decisiones y que estas decisiones son las mejores a las que pueden llegar en
las circunstancias en que se encuentran.
2) Las decisiones son racionales y se toman utilizando toda la información
relevante. Las expectativas son racionales cuando son estadísticamente las mejores
previsiones que se pueden hacer del futuro utilizando la información disponible. Por
ello, a la nueva escuela clásica se la denomina escuela de las expectativas racionales,
aunque las expectativas racionales son sólo una parte del bagaje teórico de los nuevos
economistas clásicos. La consecuencia de las expectativas racionales es el supuesto de
que el público acaba, a la larga, por entender cualquier política económica del gobierno
y, por tanto, que no es posible engañarle continuamente, ni siquiera la mayoría de las
voces,
3) Los mercados se vacían. No hay ninguna razón para pensar que las empresas
o los trabajadores no estén dispuestos a ajustar sus salarios o sus precios si con ello
mejora su situación. Por esto, los precios y los salarios se ajustan para conseguir
igualar la oferta y la demanda; en otra palabras, los mercados se vacían. La liquidación
de los mercados es un supuesto potente, como vamos a ver enseguida.
Una consecuencia importante de estos supuestos, que parecen tan razonables
considerados individualmente, es que no hay lugar para el desempleo involuntario.
Cualquier persona sin trabajo que verdaderamente quiera un empleo, estará dispuesta
a rebajar su salario hasta que sea lo suficientemente reducido como para provocar una
oferta de empleo de algún empresario. De igual manera, cualquiera que tenga un
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exceso de mercancías en sus estantes, reducirá los precios con objeto de poder
venderlas. El ajuste flexible de los salarios y los precios deja a todos los individuos y
empresas en todo momento en una situación en que los primeros trabajan tanto como
desean y las segundas producen tanto como quieren.
La esencia del enfoque de equilibrio de las expectativas racionales es el supuesto
de que los mercados están continuamente en equilibrio. En concreto, los nuevos
macroeconomistas clásicos consideran incompleta o insatisfactoria cualquier teoría que
suponga que existe la posibilidad de que los individuos puedan mejorar su situación
intercambiando entre ellos y, sin embargo, no la aprovechen. Lucas se refirió a esto
diciendo que «no hay billetes de 50 dólares tirados por la acera», indicando que si
existiera la posibilidad de que los individuos mejoraran su posición material, lo harían.
Los nuevos keynesianos
El nuevo grupo clásico sigue teniendo una gran influencia en la macroeconomía
actual. Pero en la década de los ochenta ha surgido una nueva generación de
académicos, los nuevos keynesianos, formados en su mayoría en la tradición
keynesiana, aunque han ido más allá de ésta. Este grupo incluye, entre otros, a
George Akerlof y Janet Yellen, de la Universidad de California-Berkeley; Olivier
Blanchard, del Instituto Tecnológico de Massachusetts; Greg Mankiw y Larry Summers,
de Harvard, y Ben Bernanke, de la Universidad de Princeton. Ellos no creen que los
mercados se vacíen siempre, sino que intentan comprender y explicar exactamente por
qué puede ser que ello no ocurra.
Los nuevos keynesianos sostienen que los mercados pueden no vaciarse
algunas veces aunque los individuos traten de mejorar su situación. Tanto los
problemas de información como los costes de cambiar los precios llevan a que se
produzcan rigideces en éstos y, en consecuencia, generan la posibilidad de
fluctuaciones macroeconómicas de la producción y del empleo. Por ejemplo, en el
mercado laboral, las empresas que rebajan los salarios no sólo están reduciendo el
coste del trabajo, sino que probablemente también estén rebajando la calidad
profesional de sus trabajadores, por lo que intentarán evitar las reducciones de los
salarios. Si es costoso para las empresas cambiar los precios de sus productos y los
salarios que pagan, los cambios serán infrecuentes; ahora bien, si todas las empresas
ajustan sus precios y salarios de tarde en tarde, el nivel macroeconómico de los
precios y los salarios puede no ser lo suficientemente flexible como para evitar que
existan largos períodos de desempleo, incluso de fuerte desempleo.
El debate macroeconómico
Esta descripción de las dos principales corrientes macroeconómicas puede inducir
a pensar que la macroeconomía es poco más que un campo de batalla entre escuelas
de pensamiento implacablemente opuestas. Es innegable que existen conflictos de
opinión, e incluso teóricos, entre los distintos campos. Y, puesto que la macroeconomía
se refiere al mundo real, las diferencias que existen serán ventiladas, con toda
seguridad, en las discusiones políticas y de los medios de comunicación sobre la
política económica.
También es cierto que, sin embargo, existe acuerdo en las áreas importantes y
que los distintos grupos, a través de la discusión y de la investigación, están logrando
continuamente nuevos campos de consenso y adquiriendo una idea más clara de
cuáles son exactamente sus diferencias.
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