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UNIDAD 4
Lo social y lo cultural – Roberto DA MATTA
Diferencias entre lo social y lo cultural como categorías de la condición humana.
Entre las hormigas existe sociedad pero no existe cultura. No hay cultura porque no existe una
tradición viva, conscientemente elaborada que pase de generación en generación, que permita
individualizar o volver singular, única una comunidad dada en relación a las otras.
Sin una tradición una colectividad puede vivir ordenadamente, pero no tiene conciencia de su
estilo de vida. Y tener conciencia es poder ser socializado, esto es, situarse frente a una lógica de
inclusiones necesarias y exclusiones fundamentales, en un exhaustivo y muchas veces dramático
diálogo entre lo que nosotros somos y aquello que los otros son y, lógicamente, nosotros no
debemos ser. Mi conciencia es un “almacén” de paradigmas y reglas de acción, todas ubicadas allí
por mi grupo y mi biografía de ese grupo.
A consecuencia de esto, la tradición viva y la conciencia social implican responsabilidad. Una
tradición viva es un conjunto de elecciones, que necesariamente excluyen entre muchos modos de
pensar, percibir, clasificar, ordenar y practicar una acción sobre lo real (bailamos de este modo y
no de aquel).
Tener tradición significa más que vivir ordenadamente ciertas reglas, vivenciar las reglas de modo
conciente, ubicándolas dentro de una forma cualquiera de temporalidad.
Pero en el caso de las tradiciones culturales auténticas, el proceso es dialéctico y existe una
interacción compleja, recíproca, entre reglas y el grupo que las realiza en su práctica social. Pues si
las reglas viven al grupo, le grupo también vive a las reglas. Es precisamente ese doble vivenciar y
concebir.
La tradición, así, convierte a las reglas pasibles de ser vivenciadas, tomadas y poseídas por el grupo
que las inventó y adopto de tal modo que sus miembros terminan por percibir su tradición como
algo inventado especialmente para ellos, como una cosa que les pertenece (hacemos de este
modo porque así dice nuestra tradición).
Sociedades sin tradición son sistemas colectivos sin cultura.
Las hormigas y los animales están sujetos a una aprehensión sincrónica de su comportamiento. En
el caso que la sociedad desaparezca su reconstrucción es imposible; en cambio los animales no
dejan nada comparado a una tradición, su sociedad es un conjunto de mecanismos dados.
Sociedades sin cultura sólo se dan en el caso de los animales. En el caso del hombre, a cada
sociedad corresponde una tradición cultural que se asienta en el tiempo y se proyecta en el
espacio. De allí, que la cultura puede ser reificada en el tiempo y en el espacio(a través de su
proyección y materialización en objetos), ella puede sobrevivir a la sociedad –que la actualiza en
un conjunto de prácticas concretas y visibles. Así, puede haber una cultura sin sociedad, aunque
no pueda existir una sociedad sin cultura.
Pero es imposible tener todo el sistema de acción social reproducido en objetos, del mismo modo
que no todos los valores son igualmente concretizados. De allí también la distinción entre
sociedad y cultura como dos segmentos importantes de la realidad humana: el primero indicando
conjuntos de acciones padronizadas; el segundo expresando valores e ideologías que forman parte
de la otra punta de la realidad social. Una se refleja en la otra, pero nunca una puede reproducir
integralmente a la otra.
Lo que queda de una sociedad es, en general, aquello que era sagrado y altamente significativo,
transformador, precioso. Pero, además de eso, es preciso indicar que la realidad cultural remite a
un plano especulativo, ideal e idealizado, siempre resistente a una actualización perfecta e integral
en términos de acciones humanas y personajes humanos.
La cultura trabaja siempre con formas puras, perfectas, que se ajustan o no a su reproducción
concreta en el mundo de la sociedad.
No hay posibilidad de una reproducción de uno-a-uno entre el dominio de la cultura y el dominio
de la sociedad. Estos buscan reproducirse pero de un modo complejo, imperfecto, sobrando
siempre muchas esferas sin encaje.
El texto por sí sólo es como la cultura, se transforma en un mero objeto desubicado, convertido en
pieza de museo.
La sociedad conduce casi mecánicamente al conjunto, pues una acción individual remite a otra, las
acciones requieren necesariamente espacios e instrumentos y todo eso implica movilizar, oprimir,
controlar y poner a las personas lado a lado. Para tener un sistema implementado es preciso
crearnos posiciones fuera de él; gente que vigile su representación. Y eso ocurre en las sociedades
concretas, en la figura de las personas que controlan el poder.
La perspectiva de la realidad humana a partir de la noción de sociedad remite inevitablemente a
una orientación sincrónica de personas, grupos, papeles y acciones sociales que son muchas veces
vistos un organismo o una máquina.
En la discusión de la realidad humana, el concepto de sociedad debe ser siempre complementado
por la otra fase, la noción de cultura que remite al texto y a los valores que dan sentido al sistema
concreto de acciones sociales visibles y percibidos por el investigador. La noción de cultura
permite descubrir una serie de dimensiones internas ligadas al modo como cada papel es
vivenciado, además de indicar las “elecciones” que revelan cómo este grupo difiere de aquél en su
actualización como una colectividad viva.
El problema no es solo explicar un conjunto en su plano formal, sino también dar cuenta de cómo
estas instituciones son vividas y concebidas por las personas que la inventaron, que las sustentan y
que las reproducen. Muchas veces una costumbre es justificada dentro de una moldura social o
una moldura cultural. La apelación es hacia una lógica directa, externa, aparentemente visible y la
conducta es legitimada por los valores y conjunto de ideas que el grupo actualiza, honra y que, por
eso mismo, sirven para distinguirlo como una singularidad exclusiva.
En la perspectiva en que estamos situando la realidad social y la realidad cultural, se puede decir
que el arqueólogo tiene la cultura y, por medio de su estudio detallado, espera llegar a la
sociedad. Al paso que el antropólogo social tiene el sistema social y observándolo y entendiendo
por medio de entrevistas y conversaciones las motivaciones que lo sustentan espera poder llegar a
sus valores e ideologías. De allí, la importancia de los dos conceptos que, todo indica, expresan
aspectos fundamentales de la vida social de las sociedades humanas y nos ayudan a percibir su
especificidad.
Cultura e identidad – Denis CUCHÉ
Identidad se asocia a menudo con cultura. Hoy, los grandes interrogantes sobre la identidad
remiten con frecuencia a la cuestión de la cultura.
Aún cuando las nociones de cultura y de intensidad cultural tienen en gran parte un destino
relacionado, no pueden ser simple y puramente confundidas. Finalmente, la cultura puede no
tener conciencia identitaria, en tanto que las estrategias identitarias pueden manipular e inclusive
modificar una cultura. La identidad remite a una norma de pertenencia; necesariamente
consciente porque está basada en oposiciones simbólicas.
El concepto de de identidad cultural se caracteriza por su polisemia y su fluidez. Surgió en los años
cincuenta en Estados Unidos.
La identidad social de un individuo se caracteriza por el conjunto de sus pertenencias en el sistema
socia: pertenencia a una clase sexual, a una clase social, etc. La identidad permite que el individuo
se ubique en el sistema social y que el mismo sea ubicado socialmente.
La identidad social es al mismo tiempo ilusión y exclusión.
Las concepciones objetivistas y subjetivistas de la identidad cultural
La identidad sería preexistente al individuo que no puede hacer otra cosa que adherir a ella, pena
de convertirse en un marginal, un desarraigado.
La identidad está basada en un sentimiento de pertenencia de algún modo innato. La identidad se
piensa como una condición inmanente del individuo y se lo define de una manera estable y
definitiva.
Estas definiciones de la identidad son muy criticadas por los que defienden una concepción
subjetivista del fenómeno identitario. La identidad cultural, no puede reducirse a su dimensión
atributiva. Para los “subjetivistas”, la identidad etnocultural no es otra cosa que un sentimiento de
pertenencia o una identificación con una colectividad más o menos imaginaria.
La concepción relacional y situacional
La identidad es una construcción social y no algo dado, está originada en la representación. La
construcción de la identidad se hace en el interior de los marcos sociales que determinan la
posición de los agentes y por lo tanto orientan sus representaciones y sus elecciones.
La identidad es un modo de categorización utilizado por los grupos para organizar sus
intercambios.
Es siempre una relación con el otro. La identificación se produce junto con la diferenciación. Es lo
que se pone en juego en las luchas sociales. Todos los grupos no tienen el mismo poder de
identificación.
La identidad, un asunto de estado
El estado se convirtió en el gerente de la identidad para la cual se instauran reglamentos y
controles.
La identidad multidimensional
Ningún grupo, ningún individuo está encerrado a priori en una identidad unidimensional. Lo
característico de la identidad su carácter fluctuante que se presta a diversas interpretaciones o
manipulaciones. Por ello es difícil definir a la identidad.
La identidad cultural remite a grupos culturales de referencia cuyos límites no coinciden. Cada
individuo es consciente de tener una identida de geometría variable, según las dimensiones del
grupo en el que encuentra referencia en tal o cual situación relacional.
Pero si bien la identidad es multidimensional, esto no quiere decir que pierda su unidad.
Esta identidad con múltiples dimensiones en general no plantea problemas y es admitida sin
demasiadas reservas.
Las estrategias identitarias
Si la identidad es tan difícil de delimitar y de definir es precisamente por su carácter
multidimensional y dinámico. Tiene variaciones, se presta a reformulaciones, incluso a
manipulaciones.
Para subrayar esta dimensión cambiante de la identidad, ciertos autores usan el concepto de
“estrategia identitaria”. No es absoluta, sino relativa. Se construye a través de las estrategias de
los actores sociales. Estas deben considerar la situación social: la relación de fuerza entre los
grupos.
La identidad es siempre la resultante de la identificación que los otros nos imponen y que cada
uno afirma.
Las fronteras de la identidad
Toda identificación es al mismo tiempo diferenciación. Para Barth, en el proceso de identificación
lo primero es esa voluntad de marcar el límite entre ellos y nosotros y establecer y mantener lo
que se denomina “frontera”. La frontera establecida es el resultado de un compromiso entre la
identidad que el grupo pretende darse y la que los otros quieren asignarle.
El análisis de Barth permite escapar de la confusión entre cultura e identidad. Participar de tal
cultura particular no implica automáticamente tener tal cultura particular.
Las fronteras no son inmutables. Toda frontera es concebidda como una demarcación social que
puede ser constantemente renovada en los intercambios.