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La depresión y los ácidos grasos de la dieta
( Publicado en Revista Creces, Noviembre 2002 )
La depresión parece ser una enfermedad de la sociedad actual por el rápido
incremento observado durante las últimas décadas. Una causa adicional
estaría relacionada con la dieta y la disminución del consumo de determinados
ácidos grasos, que habrían cambiado la composición cerebral.
La compleja y competitiva sociedad moderna, que cada vez exige más de los individuos
si se quieren incorporar como elementos útiles a ella, es una fuente de ansiedad y
estrés que necesariamente debe influir en nuestro estado de ánimo. Ello coincide con
que en los tiempos actuales la depresión está afectando cada vez a más personas.
Según las estadísticas, en un momento determinado, una de cada diez personas está
deprimida. A consecuencia de ello, se pierden más días de trabajo que con cualquier
otra enfermedad. En una de cada veinte personas esta situación es crónica. El hecho es
que su frecuencia está aumentando, lo que se puede apreciar porque las personas
nacidas después de la Segunda Guerra Mundial tienen dos veces más depresiones que
tuvieron sus padres. Al mismo tiempo, el trastorno se está presentando cada vez a
edades más precoces.
Aparte de constituir un problema de salud, significa también un alto costo económico.
Para su tratamiento el médico prescribe drogas antidepresivas, de las cuales existen
varias en el mercado. En Inglaterra, el año recién pasado se prescribieron 22 millones
de recetas de drogas antidepresivas, con un costo de 500 millones de dólares, mientras
que el costo asociado por pérdidas de trabajo e incapacitación, se estimó para igual
período, en 18 mil millones de dólares.
Aun cuando se ha avanzado en el conocimiento de la enfermedad, debemos reconocer
que aun éste es muy fragmentario. Todos aceptan que las causas son muchas y que en
ella juegan tanto factores genéticos como ambientales. Es tanta la variedad de su
sintomatología, que lo más probable es que bajo la denominación de depresión existan
diferentes identidades clínicas no bien definidas. Ello podría explicar por qué en algunos
enfermos cuesta tanto encontrar la droga apropiada, o por qué otros no responden a
ninguna de ellas.
El hecho que la enfermedad esté aumentando tanto en los últimos años, hace pensar
que debe estar actuando un factor común, además de la complejidad de la sociedad
moderna. Joseph Hibbeln, psiquiatra y bioquímico del National Institute of Health, cerca
de Washington DC, piensa que una posible causa pueda estar en la alimentación actual
y muy especialmente en los tipos de grasas que la componen (New Scientist, 24 de
Agosto del 2002, pág. 34). El cerebro está en buena parte constituido por grasas, las
que forman parte estructural de la pared que envuelve a cada una de los 100 mil
millones de células que constituyen este órgano. Por la investigación en animales, se
sabe que el tipo de grasa que envuelve cada célula, ya sea del cerebro o de cualquier
otro órgano, varía de acuerdo a la composición de la dieta, la que a su vez depende del
tipo de alimento que ingerimos. Hibbeln piensa que los cambios en la composición de la
estructura lipídica de la membrana celular puede interferir en nuestro estado mental.
En otros órganos se sabe por ejemplo que las grasas saturadas, que se encuentran
principalmente en los alimentos de origen animal, producen problemas cardíacos, como
también incrementan el cáncer del pecho o del colon. Otras en cambio, que tienen una
estructura poli-insaturada, como es el caso de los ácidos grasos omega-3, pueden
mejorar significativamente estos mismo problemas cardíacos, o de propensión al cáncer
(ver figura).
"Si la variación de la composición lipídica de la membrana celular influye en el
funcionamiento de las células en los diversos tejidos, con mayor razón debe influir en la
función de las células cerebrales", afirma Hibbeln.
Nuestra alimentación moderna es muy diferente a la de nuestros ancestros,
especialmente de aquella que ingirió el hombre primitivo, en la edad en que comenzó a
evolucionar el cerebro, separándolo de los grandes simios. Por entonces, ellos recorrían
la sabana, consumiendo hojas verdes, tallos y semillas que podían recolectar, y
probablemente también el consumo de pescados y mariscos les eran accesibles, por lo
que la composición de la dieta tenía características diferentes a las de hoy.
Uno de los componentes debió ser el tipo de ácidos grasos que consumían. Muy
posiblemente tenían un consumo más elevado de ácidos grasos esenciales, del tipo de
omega-3. Más tarde, hace 12.000 años, cuando ya dejó de ser recolector y comenzó a
cultivar alimentos, probablemente disminuyó el consumo de pescado y también de
hojas. Como resultado de ello disminuyó el consumo de omega-3 y comenzó a ingerir
otro tipo de ácidos grasos esenciales, con la estructura del omega-6 (ver figura).
Pero el más dramático cambio de la dieta es el que se ha producido en el último siglo,
como consecuencia de la revolución industrial y el posterior desarrollo de la industria de
alimentos. Esta ha favorecido la producción de alimentos de más larga vida, lo que ha
llevado a un amplio uso de los aceites de maíz, palma, soya y algodón, todos los cuales
contienen un alto porcentaje de omega-6, junto a un bajo porcentaje de omega-3. El
desequilibrio es aún más notable con el proceso de hidrogenación a que se someten
estos aceites, lo que se hace para mantener su estabilidad y vida media. De acuerdo a
lo que señala Hibbeln, el consumo per cápita anual de aceite de soya en los Estados
Unidos está en 11 kilos, lo que significa que en los últimos años se ha incrementado en
1000 veces. En este momento constituye el 83% de todas las grasas que se consumen
en Estados Unidos. Mientras se consume este exceso de omega-6, disminuye el
consumo de alimentos que contienen omega-3, como es el caso de los pescados, de
nueces, de lino y aceite de oliva. Como resultado de todo esto, la dieta actual contiene
16 veces más omega-6 que omega-3, mientras que hace 100 años atrás el consumo de
uno y otro era equilibrado.
Ácidos grasos esenciales en la neurona
Hay muchas evidencias directas e indirectas de que la dieta puede jugar un rol
importante en la depresión y también en otras enfermedades mentales.
Las grasas pueden influir en las señales cerebrales. Desde luego, todas las señales
químicas o eléctricas que salen o entran a la célula nerviosa, deben pasar a través de
las membranas que las envuelven. Se sabe que ella está compuesta fundamentalmente
por grasas, formando una capa bilipídica. Aproximadamente el 20% de los ácidos
grasos que constituye esta capa, corresponde a ácidos grasos esenciales. Estas
membranas lipídicas están atravesadas por los llamados canales iónicos, a través de los
cuales pasan las señales constituidas por partículas cargadas eléctricamente. Estos
canales están injertados en las membranas adaptándose a complejas y delicadas
formas, lo que es crucial para la modalidad en que ellos trabajan. "En la medida que
cambian de forma, las señales pueden pasar o se detienen", señala Hibbeln. Ahora
bien, la composición de la grasa es la que sostiene los canales iónicos, afectando su
forma y por lo tanto su función. Según la composición de los ácidos grasos de la
membrana, se modifica su flexibilidad, de modo que es muy importante cuánto omega3, o cuánto omega-6 existe en su constitución, ya que de acuerdo a ello varía su
flexibilidad.
También los ácidos grasos están ligados al neurotransmisor "serotonina", que inhibe la
transmisión de impulsos nerviosos a través de las sinapsis cerebrales. Hibbeln ha
encontrado que las personas que tienen poco omega-3 en su líquido espinal, parecen
tener bajos niveles de serotonina. En 1999, Sylvia de la Presa Owens y Sheila Innes,
investigadoras de la Universidad de Brithish Columbia, observaron que cerditos de 18
días de edad, que habían sido alimentados con una dieta rica en ácidos grasos omega3, tenían dos veces más serotonina en la corteza cerebral frontal que aquellos que
habían recibido una dieta estándar. "Hay que hacer notar que la serotonina, durante las
primeras etapas del desarrollo cerebral, actúa como señalizador para guiar la migración
de las neuronas para que éstas vayan alcanzando su correcta localización en la corteza
cerebral" dice Hibbeln. "También la serotonina ayuda al correcto crecimiento del axon y
las dentritas". De esto resulta fácil comprender que en los primeros períodos de la vida
la presencia de los ácidos grasos omega-3, puede alterar por siempre la forma en que
se desarrolla y funciona el cerebro. Es por esto que en la actualidad los especialistas en
nutrición aconsejan agregar el omega-3 (decosahexanoico, DHA) a las fórmulas
infantiles.
Sin embargo nadie está seguro en qué forma este DHA puede potenciar la producción
de serotonina y de paso afectar las modificaciones del carácter. Muy probablemente el
metabolismo de esta sustancia química cerebral se modifique por enzimas que se
encuentran en la membrana de la neurona, de modo que la composición de la grasa de
la membrana pueda afectar la eficiencia de estas enzimas, como también a los canales
iónicos.
El pescado y la depresión
Al examinar los hábitos alimentarios de distintas culturas, se puede observar que
aquellos grupos humanos que consumen poco pescado, coinciden con que existen
elevados niveles de depresión, siendo esta relación inversa en aquellas que consumen
mucho pescado. Así por ejemplo en Nueva Zelandia, en que el consumo de pescado es
de sólo 18 kilos por persona al año, hay un 6% de personas que sufre de depresión. En
cambio en Japón donde el consumo de pescado es de 64 kilos por año, la depresión
afecta a menos del 1% de la población.
Del mismo modo Hibbeln señala que en las poblaciones en que se consume mucho
pescado, hay menos tasas de homicidios, desórdenes bipolares y suicidios. Por otra
parte, se ha observado que las madres lactantes que viven en países en que el
consumo de pescado es bajo, tienen también en su leche un bajo contenido de omega3. En ellas es muy frecuente la depresión post natal. Lo que es peor, dice Hibbeln, es
que esta leche con bajo contenido de omega-3, afecta el crecimiento del cerebro del
lactante durante el período de rápido crecimiento.
Todas estas correlaciones y hallazgos han llevado a que investigadores ensayen el
efecto de la adición de omega-3 a la dieta de pacientes con depresión. Andrew Stoll de
la Universidad de Harvard, realizó un estudio en 30 pacientes con desorden bipolar
(períodos de depresión grave, con intervalos de pseudo normalidad). A unos les
administró cápsulas de omega-3 y a otros placebo. Observó que después de cuatro
meses de tratamiento, los que recibieron omega-3, incrementaron notablemente los
períodos libres de depresión, con relación al grupo que recibió placebo.
En otro estudio, Malcolm Peet y un grupo de investigadores de Sheffield University,
administraron grandes dosis de omega-3 a 70 pacientes con depresión que
anteriormente habían recibido drogas antidepresivas, como "prozac". A las 12 semanas
de tratamiento, el 69% de los enfermos mostraron evidentes mejorías si se
comparaban con los que habían recibido placebo. Boris Nemets y sus colegas de la
Universidad de Ben Gurion en Israel, señalan que pacientes con depresión que no
responden a las drogas, ya después de dos semanas de tomar aceite de pescado con
omega-3, muestran significativos progresos, los que se hacen más evidentes a las
cuatro semanas. (The American Journal of Psychiatry, vol. 159, pág. 477).
Estos resultados han despertado un evidente interés de los especialistas, hasta tal
punto de que en la actualidad se están realizando en diversas partes del mundo, más
de 10 ensayos clínicos de agregado de omega-3 a pacientes con depresión o con otros
desórdenes mentales, como esquizofrenia y déficit atencional. Si ellos confirman los
resultados preliminares antes señalados, seguro que se producirán grandes cambios en
el tratamiento de la depresión, lo que no les gustaría mucho a las empresas fabricantes
de antidepresivos, que en la actualidad tienen enormes ventas. Por de pronto sería
conveniente comer más pescado, consumir aceite de oliva, y comer nueces y semillas
de lino. Pero para los que no están dispuestos a variar su dieta, debieran pensar en
agregar cápsulas de aceite con omega-3.
Artículo extraído de CRECES EDUCACIÓN - www.creces.cl